Enfermo crónico, el sistema agoniza
Réquiem por la educación
Por Betzie Jaramillo
La Nación, Chile, 04/06/06
rodelu.net, 06/006/06
El tiro de gracia lo dispararon los
propios estudiantes. Y decidieron quitarse de encima un muerto que
aplasta todas sus esperanzas. Revisión completa de un sistema
municipal y subvencionado para reinventar un país más justo.
La educación pública en Chile es un cadáver, y
su descomposición apesta. En eso todos, Gobierno, oposición,
alumnos, profesores, ciudadanos en general, están de acuerdo. Pero
hasta hace un par de semanas, nadie pensaba que era el más importante
asunto de Estado. Hasta que el eslabón más débil –los
estudiantes– decidió romper la cadena de despropósitos desafiando
a toda la sociedad a dar una respuesta definitiva. A pesar de que en
lo que llevamos de democracia el aporte del Estado se ha multiplicado
por cuatro y se ha solucionado la cobertura, esto no ha conseguido
detener la agonía de la enseñanza. La forma en que se distribuye el
financiamiento y las condiciones en que se hace no permiten que los
estudiantes puedan superar las brechas que hacen de Chile uno de los
países más desiguales del mundo.
“Nadie ha puesto el corazón en la educación”,
dice el economista y profesor de la Universidad de Chile Dante
Contreras. Y recuerda cómo el año pasado la desigualdad fue el tema
de moda en toda clase de seminarios y discusiones de la elite del país.
Todos estaban de acuerdo en que el instrumento para resolverla era la
educación. Pero todos la olvidaron, incluso en el debate que se abrió
sobre los fabulosos excedentes del cobre. “Yo creo que si los hijos
de los que están en el Poder Ejecutivo, el Legislativo y el Judicial
asistieran a colegios del sector público, las cosas habrían cambiado
hace mucho tiempo. Es triste, pero es así”, añade el profesor
Contreras. Lo verdaderamente triste es que encontrar un hijo de ellos
en la educación pública sería como clavarse con la aguja del pajar.
Y el caso es que el 92% de los estudiantes (más
de tres millones) asiste a colegios financiados con los impuestos de
todos los chilenos, vía subvención de 30 mil pesos mensuales por
cada alumno que va a clases. Vamos por partes y veamos cómo se
reparte esta enorme cantidad de educandos. Un 50% de los estudiantes
asiste a los 6.138 colegios municipales y un 42% lo hace a los 4.084
establecimientos privados subvencionados (datos del informe “¿Cómo
se financia la educación en Chile?”, de Mario Marcel y Carla Tokman, 2005). El resto, el 8%, son los privilegiados que van a los
930 colegios privados que no reciben subvención estatal y que sus
padres están en condiciones de pagar los 150 mil pesos, o más, de
mensualidad. Ellos son los que consiguen la mejor educación y los
otros son los que están condenados a la mediocridad, con honrosas y
escasas excepciones.
Más pobres y más caros
Centrémonos en los sentenciados, que son la
inmensa mayoría: los más de tres millones de alumnos de la educación
municipal y los de los establecimientos particulares subvencionados,
que sobreviven a duras penas con los 30 mil pesos por alumno que
asiste a clases. Es importante insistir en la asistencia, porque esos
30 mil pesos disminuyen en las grandes epidemias de gripe en invierno
o si por cualquier otro motivo el alumno no va regularmente al
colegio. “Es muy loco que exista el mismo monto para cualquier tipo
de alumno, sea pobre o no, viva en el campo o en una gran ciudad, si
no tienen las mismas necesidades”, explica el director del Centro de
Investigación y Desarrollo de la Educación (CIDE) de la Universidad
Alberto Hurtado, Juan García Huidobro. Y esta subvención no está
ligada a la calidad de la enseñanza, sino al simple hecho de tener a
los alumnos en las aulas y que ocupen una silla. Como en un parking.
Y como señala García Huidobro, el aporte a los
más pobres debe ser mucho mayor en comparación con el resto, ya que
ellos parten desde más abajo y hay que invertir mucho para lograr la
igualdad. Sin embargo, los más pobres, a pesar de las subvenciones,
deben destinar un 15% de sus ingresos a las distintas necesidades
educacionales (como transporte y útiles), y en los más ricos, esto
baja al 11%, a pesar de que incluye las altas mensualidades de sus
exclusivos colegios. Lo cual indica que, proporcionalmente, los pobres
pagan más que los ricos por la educación de sus hijos.
La dispersión municipal
A los municipios les toca bailar con la más fea.
Es decir, ellos se tiene que hacer cargo de la parte más difícil y
de los de más bajos recursos económicos. El 71,4% de los niños más
pobres de Chile (primer quintil) de la enseñanza básica y el 65,5%
de la educación media asisten a colegios municipales, según datos
del 2003. Niños difíciles, de hogares desestructurados (dependientes
en número considerable de mujeres y abuelas solas. Después de todo,
más del 50% de los niños nacen de madres solteras), que viven
hacinados en casas mínimas de barrios marginales, y que nadie quiere
tener como compañeros de curso. “A los colegios municipales van a
parar los que las escuelas privadas expulsan”, denuncia García
Huidobro.
La famosa municipalización, que pretendía
descentralizar la educación, lo que en verdad hizo fue diseminar el
sistema educacional en los más de 300 municipios. Unos opulentos,
como Vitacura y Las Condes, que pueden añadir fondos a la cuota
estatal, y otros miserables, como los que forman el cordón
empobrecido de la capital, las aldeas del desierto y el altiplano y
los que pueblan el campo y las islas del fin del mundo, que apenas
consiguen pagar los sueldos de los profesores. Distancias físicas,
económicas, sociales y culturales que hacen imposible medir con la
misma vara. “Hasta hace unos días, todos decían que nada se podía
cambiar. Hoy sí. Y se habla de devolver la educación al Estado o
establecer otra división, que puede ser la provincial, la regional o
la asociación de varios municipios pequeños que les permita unir
recursos. Así podrían contratar especialistas, compartir gastos y
beneficios”, reflexiona García Huidobro
Minimarkets de la educación
De los colegios privados subvencionados hay mucho
que decir. Lo primero que destaca es su gran crecimiento. A principios
de los ’80, cuando ya se había desmantelado el sistema estatal de
educación, captaban el 19% de la matrícula. Hoy tienen un 42% de la
torta estudiantil. Pero no parece ser un gran negocio, a pesar de que
pueden cobrar un suplemento a los padres, que puede llegar hasta los
20 mil pesos, además de recibir la subvención. Al contrario de otros
sectores económicos, donde la concentración del capital ha sido la
norma según el modelo (farmacias, AFP, supermercados), aquí la
atomización persiste. No hay grandes cadenas, y el 67% de los
colegios particulares subvencionados corresponde a un sostenedor que
tiene un solo colegio. Casi como pequeños comerciantes que tienen un
minimarket o como los microempresarios de la locomoción colectiva con
una sola máquina.
El particular subvencionado funciona casi como un
autoempleo o negocio familiar. A modo de ejemplo: una persona hereda
un caserón y después de mucho pensar decide que va a abrir una
escuela para beneficiarse de la subvención, y a partir de ahí hay
que buscar clientes. Después de todo, hasta el 2002 no existían
condiciones, ningún requisito, para abrir un colegio. A partir de esa
fecha, una reforma obliga a los “empresarios educacionales” a
tener cuarto medio y no tener antecedentes penales y se exige que el
director esté titulado.
Se defienden a palos
“Hay casos, como en la IX Región, donde hay
una proporción enorme de colegios particulares subvencionados que
generalmente son iniciativa de profesoras, y existe la figura del
‘marido de sostenedora’, que es el que se encarga de llevar las
cuentas y hacer los pequeños arreglos, como clavar clavos, arreglar
una puerta y hacer las gestiones administrativas”, cuenta García
Huidobro. Sobre estos establecimientos de financiamiento compartido no
hay ningún control estatal sobre lo que hacen con los fondos públicos
que reciben. Esto es algo que no sucede en ningún lugar del mundo.
Y los sostenedores defienden su pan ante las
movilizaciones de los alumnos. Con balas, como en algún caso en la
Región Metropolitana; cortándoles la luz y el agua, como en Punta
Arenas, y propinando palizas como, en Chimbarongo, donde el sostenedor
lo justificó diciendo que el colegio es suyo. “Es mi propiedad
privada”, dijo el dueño. Cero mística, cero vocación, puro
negocio.
Ese es uno de los peligros que puede hacer
tambalear uno de los proyectos más preciados del Gobierno de
Bachelet: la educación preescolar. Si se aplica el mismo criterio de
dar subvenciones a privados, los niños de cero a cinco años pueden
sufrir las mismas consecuencias que hoy padece el resto de los
estudiantes. Y cuando se trata de bebés y niñitos puede ser aún más
grave la mediocridad, la precariedad y los recursos insuficientes.
A nivel africano
Ese el tipo de colegio habitual de esta categoría,
que se suponía que aumentaría la oferta y la competencia y que,
gracias a la sacrosanta ley del mercado, mejoraría la calidad. Pero
en este comercio ni siquiera es posible como “cliente” acudir al
Sernac para denunciar por “vender un producto malo” o cuando
unilateralmente deciden expulsar alumnos. La realidad es que la mayoría
se limitan a una casa, un puñado de alumnos y unos cuantos profesores
mal pagados y mal formados. “Hay cursos por correspondencia que
forman profesores en dos años. Hay que ser más serio y mejorar y
ensalzar el rol de los profesores”, dice Dante Contreras.
Y es que ellos, los profesores, se quedaron en el
limbo tras las reformas de los ’80 y ’90. Los casi 150 mil que
enseñan en los colegios municipales y en los privados subvencionados
perdieron su estatus de empleados públicos para depender de los
municipios o estar a merced del mercado de los privados. Y soportan un
número de alumnos por clase –en promedio 33– sólo comparable con
países africanos, como el Congo o Camerún. En Argentina no tiene más
de 17 por aula, y en Cuba, 11. Y aquí ganan menos que los brasileños
y los argentinos. Los resultados que muestran sus alumnos, por ejemplo
en matemáticas y ciencias, están por debajo del promedio mundial y
se comparan a los de Palestina, Moldavia o Túnez.
Pero no todo es problema de financiamiento en la
educación chilena. Quizás el más perverso de todos los mecanismos
que han convertido a la educación en una herramienta para perpetuar
la desigualdad es la selección de alumnos. Se supone que no debería
existir, pero es un hecho y además se financia con el dinero de
todos. Una encuesta que se hizo a los padres de los alumnos de segundo
medio que rindieron la prueba Simce en 2003 reveló que el 59% de los
alumnos de colegios municipales, el 75% de los particulares
subvencionados y el 85% de los particulares pagados pasaron por algún
tipo de selección.
Machuca no estudia aquí
El infame mecanismo está detrás de las
pretensiones de los colegios para distinguirse e impedir que lleguen a
sus aulas estudiantes que no cumplen con las expectativas sociales que
buscan los padres. “Buscan prestigio distinguiéndose de los más
pobres y separándose de ellos”, dice García Huidobro.
“Hay clasismo y racismo. Y asociados a ellos,
pasivos y activos culturales derivados de la socialización y el uso
del lenguaje”, como señala Pablo González, economista, consultor
de la Unicef y profesor de la Universidad de Chile. Barrio de
procedencia, apellido, rasgos étnicos, antecedentes y aspectos de la
vida privada de los familiares, profesión de los padres... son
algunos de los filtros que usan los establecimientos para discriminar
quién entra y quién no. Y todo disimulado tras exigencias de
calificaciones en anteriores colegios, informes sicológicos,
certificados médicos para ser considerado “apto” para tener un
sitio donde aprender.
La norma que establece que los colegios deben
admitir un 15% de alumnos considerados en situación socioeconómica
vulnerable promete tener bastante resistencia. Rodrigo Castro,
director del programa social de Libertad y Desarrollo, considera que
esta medida atenta contra la “libertad de los establecimientos” y
que se pretende “forzar a los colegios bajo amenaza de perder la
subvención. Esta imposición puede perjudicar el proyecto educativo,
ya que habrá casos en que se verán forzados a aceptar alumnos, a
pesar de que éstos o sus familias no posean las características
requeridas”. Y termina por preguntarse que, dado que la composición
de las escuelas depende en gran parte de las preferencias de los
padres, “¿se puede forzar una mayor integración sin considerar
esas preferencias de los padres?”. Sin duda, con estos criterios el
niño Machuca jamás habría podido estudiar en el Colegio Saint
George, cuya historia fue contada en una película que encogió los
corazones de los chilenos.
El sueño de la Universidad
Un estudio de 2003 reveló que en promedio el 80%
de los padres sueña con que sus hijos lleguen a la enseñanza
superior. Pero es sólo un sueño. La realidad es que en el quinto
quintil, los más ricos, llegan a estudios superiores casi el 75%, y
en el otro extremo, el primer quintil, es de menos del 14,5%
(Mideplan, 2003). Aunque ese 14,5% no siempre se refiere a estudios
universitarios, sino que incluye institutos profesionales y centros de
formación técnica. Y no es banal tener estudios superiores, porque
eso permite a quien tuvo esa oportunidad ganar cuatro veces más que
el que sólo ha terminado la educación media. Las pruebas Simce y
PSU, a pesar de los intentos por justificar los resultados, muestran año
a año que los mayores puntajes los acaparan los privados elitistas,
con escasas excepciones.
Hay plata
“Esta situación no se aguanta más. El 4,6%
del PIB destinado a la educación es evidentemente escaso. Y
actualmente hay plata”, dice el economista Contreras. Y advierte que
si no se toman ahora las medidas oportunas, en diez años más no habrá
muros ni alarmas ni feroces rottweillers que contengan al lumpen y la
delincuencia. Porque la inversión en educación funciona a largo
plazo y hay que sembrar dinero, como quien siembra un alerce, que
tarda en crecer pero que un vez adulto vale oro.
Las maniobras del Gobierno y la imperturbable
sonrisa del ministro Zilic no han podido evitar la sentencia de muerte
del sistema educativo. Más bien al contrario, esa agonía alargada
permitió que los estudiantes fortalecieran sus argumentos y que toda
la sociedad escuchara sus reclamos. Ahora llegan los tiempos de la
resurrección o la reinvención de un proyecto de país, por el que
corre la savia fresca de unos adolescentes que, entre las muchas cosas
que han metido en sus mochilas, está la gran experiencia de haber
sido protagonistas de la historia y unas vivencias colectivas que
marcarán para siempre sus vidas.
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