El torbellino de la integración
Por Claudio Katz
Enviado por el autor el 11/07/06
Resumen: Las negociaciones de integración regional están
precipitando vertiginosos cambios en los alineamientos de América
Latina. Para disuadir la concurrencia europea Estados Unidos ensaya
una reconstrucción parcial del ALCA, a través de los convenios
bilaterales suscriptos con los países centroamericanos y andinos. El
MERCOSUR oscila entre la crisis provocada por la construcción de las
papeleras en Uruguay y un relanzamiento auspiciado por Argentina y
Brasil. Con la incorporación de Venezuela se amplían negocios
capitalistas de esa asociación que socavan el proyecto igualitarista
del ALBA. El Banco del Sur se perfila como un ente de refinanciación
de la deuda pública. La ampliación del MERCOSUR apunta a neutralizar
la radicalización política del proceso bolivariano y busca reducir
su proyección continental.La suscripción del TCP se inscribe en la
perspectiva del ALBA y confronta con la política de balcanización
comercial norteamericana que desmembró al CAN.La nacionalización de
los hidrocarburos en Bolivia marca una significativa ruptura con las
privatizaciones de los 90. Pero el alcance de esta medida es aún
incierto y su futuro dependerá del destino asignado a la nueva renta
estatal. La decisión adoptada en el Altiplano contrasta con la
continuidad de las concesiones petroleras en Argentina. La
nacionalización integral de la energía en toda la región es
indispensable para un proyecto de integración popular.
A mediados del 2006 es muy visible el carácter vertiginoso
y cambiante de los alineamientos regionales y el curso poco predecible
del futuro rediseño de América Latina. Tanto los tratados
bilaterales que reemplazan al ALCA, como el MERCOSUR y el ALBA se
mantienen como opciones de este reordenamiento, sin que por ahora
pueda definirse cuál será el desemboque de este proceso.
El bloque librecambista
El gobierno de Bush está empeñado en forzar la suscripción
de TLCs con todos los gobiernos dispuestos a aceptar promesas de mayor
exportación, a cambio de aperturas comerciales inmediatas. Una vez
alcanzado el acuerdo, las negociaciones se desarrollan a toda
velocidad para evitar una evaluación seria de sus efectos,
neutralizar la oposición parlamentaria y disuadir las protestas de
los movimientos sociales. Estados Unidos busca llenar el vacío creado
por la crisis del ALCA con rápidas iniciativas, que permitan relanzar
su proyecto de dominación continental.
Esta urgencia refleja también el malestar que suscita en
el Departamento de Estado las tratativas de libre comercio que impulsa
Europa con América Latina. En la reciente conferencia de Viena entre
mandatarios de ambas regiones, los negociadores del Viejo Continente
difundieron nuevas ofertas de tratados que disgustan al competidor
estadounidense.
Las grandes empresas europeas buscan sacar rédito del
clima hostil que existe en América Latina hacia su concurrente del
hemisferio norte. Al igual que Estados Unidos, Europa no está
dispuesta a otorgar concesiones comerciales y ofrece acuerdos con
fuertes exigencias de protección jurídica a las compañías, pocas
normas de cooperación y reducidos reconocimientos de asimetrías.
España aprovecha su rol de intermediario para afianzar su asociación
con las empresas de Europa y Estados Unidos, a partir del lugar que
obtuvo con las privatizaciones de Latinoamérica.
En este marco Bush aprovecha las alianzas militares y la
estrecha ligazón política con ciertos gobiernos de la región para
ensayar la contraofensiva de los TLCs y abrir un curso de reconstrucción
parcial del ALCA. En esta estrategia Colombia ocupa un papel central.
La reelección de Uribe en un contexto de gran abstención, legalización
de los paramilitares y generalización del terrorismo de estado fue
precedida por la ratificación del acuerdo bilateral con Estados
Unidos. El país soporta una situación de ocupación bélica, guerra
permanente, refugiados y secuestros más parecida al escenario de
Medio Oriente que a la realidad actual de Latinoamérica.
El aprovisionamiento bélico de Estados Unidos se multiplicó
con el pretexto de combatir al narcotráfico (sin lograr reducir el
abastecimiento colombiano del 80% de los consumidores mundiales de
cocaína). El TLCs
no es ajeno al despliegue bélico que motorizan Bush y Uribe.
Esta militarización constituye una advertencia regional contra los
movimientos populares, en una coyuntura adversa para nuevas
incursiones bélicas del imperialismo. El Pentágono no está en
condiciones de generalizar estas acciones, pero prepara el terreno
para el momento propicio.
Para reconstituir alguna modalidad del ALCA Estados Unidos
también promueve el mantenimiento de los convenios bilaterales ya
existentes, frente a los avatares creados por los cambios de gobierno.
Chile y México son las principales áreas de esta continuidad. Nadie
pone en duda la ratificación presidencial de estos acuerdos, a pesar
de las fuertes críticas que han suscitado en ambos países.
Bachelet reafirmó el tratado nombrando un gabinete de tecnócratas
que ponderan las virtudes del libercomercio. Esta convalidación
preserva un modelo neoliberal que ha generado gran polarización
social. La liberalización financiera y comercial que propicia el TLC
acentúa esta desigualdad, que otorga al 20% más rico de la población
un ingreso 14 veces superior al percibido por el
20% más pobre.
El convenio refuerza la desregulación laboral, la desprotección
frente a los despidos y los accidentes y el empobrecimiento de
pensionados que ha creado la privatización de las jubilaciones.
La misma polarización social ha generado el modelo
neoliberal en México, que el NAFTA apuntala. La pobreza afecta al 50%
de la población y la indigencia al 20%, mientras que el hambre es una
tragedia padecida por ocho de cada diez campesinos. En las ciudades el
60% de los trabajadores carece de protección social, en un país que
añadió 10 nuevos potentados al top de lo multimillonarios del
planeta que anualmente registra la revista Forbes. En estas
condiciones ninguna barrera policial en la frontera puede detener el
desesperante flujo de emigrantes.
La continuidad del NAFTA no solo beneficia a los
exportadores y a las compañías locales asociadas a la fabricación
en maquilas, sino también al pequeño número de capitalistas que
utilizaron la desregulación neoliberal para monopolizar los
principales negocios de la telefonía, el entretenimiento, el cemento,
la cervecería y la alimentación básica.
Otro terreno de conformación del bloque librecambista
impulsado por Estados Unidos es la suscripción de nuevos tratados
vulnerando todas las formalidades legales. Estas anomalías se
observaron en las negociaciones con los países centroamericanos y
ahora se verifican en las tratativas con la región andina.
Especialmente en Perú el convenio fue primero manipulado por el ex
presidente Toledo y luego sometido a un escandaloso manejo dentro del
Parlamento. Este convenio destruye la producción campesina local y
garantiza enormes lucros a las empresas farmacéuticas.
Las indefiniciones del MERCOSUR
Mientras que Estados Unidos propicia los tratados
bilaterales, el MERCOSUR soporta fuertes contradicciones que lo
empujan alternativamente a la acción y a la parálisis. Este
conflicto se traduce en una indefinición de rumbos, que la favorable
coyuntura económica actual permite disimular. Las grandes decisiones
son postergadas a la espera que algún acontecimiento defina si la
asociación se consolida o se desploma.
La principal tendencia disgregadora reciente proviene de
Uruguay. El gobierno del Frente Amplio congeló su participación en
el MERCOSUR y amenazó con reducir su participación al status de
miembro asociado, mientras redobla los gestos de acercamiento hacia
Estados Unidos. Tabaré ha sido recibido en Washington como un aliado
de primer orden, porque el Departamento de Estado quiere colocar un peón
en el Río de la Plata.
Pero un tratado con Estados Unidos no le ofrece a Uruguay
ningún beneficio significativo, porque la estructura exportadora del
país no es complementaria con la economía de la primera potencia.
Por eso el establishment uruguayo utiliza el coqueteo con Bush para
exigirle a sus vecinos mayor atención. Actualiza por ese camino las
viejas maniobras de un Estado–tapón (entre Brasil y Argentina), en
las nuevas condiciones de eventual Estado–cuña (al servicio de
Estados Unidos). El mismo juego realiza Paraguay con una apuesta más
silenciosa, pero cualitativamente más peligrosa. La presencia de una
base militar del Pentágono en ese país puede destruir todos los
equilibrios geopolíticos del MERCOSUR.
La construcción de las papeleras es el conflicto más crítico
que enfrenta esta asociación. Tabaré actúa como agente de las
empresas europeas que propagan un discurso ambientalista en los foros
internacionales y consuman una práctica de destrucción ecológica en
Sudamérica. Hasta ahora no aceptaron trasladar las plantas a otra
localidad, ni siquiera lucrando con una financiación a cargo de los
gobiernos del Cono Sur. Esta concesión podría afectar la cotización
bursátil y la pretensión estratégica de transferir la actividad
papelera a los países periféricos.
Pero el resultado de la pulseada en curso no está decidido
porque los asambleístas argentinos mantienen su movilización y
condicionan la dirección de todas las negociaciones. Esta acción
vecinal frustró el aval del gobierno argentino a las plantas y ha
conducido a dirimir un conflicto regional en las Cortes
Internacionales.
Como la prolongación de este conflicto socava la ambición
brasileña de liderar el MERCOSUR, Itamaraty ha buscado reconstruir
los puentes con Argentina. Luego de varios años de disputas, Brasil
aceptó un convenio automotriz que compensa parcialmente las
desventajas de su vecino, con nuevas normas de importación y
exportación de vehículos. El acuerdo tiene un alcance muy limitado,
pero revela la intención brasileña de frenar la declinación del
MERCOSUR.
También Argentina necesita preservar este bloque ante la
inminente ronda de negociaciones en la OMC por los subsidios agrícolas.
Como Estados Unidos y Europa ya anticiparon que volverán a impedir
cualquier reducción significativa de estas subvenciones, cierta
alianza del Cono Sur es indispensable para incidir en estas
tratativas.
Si la distensión se afirma dentro del MERCOSUR, reaparecerán
los intentos de superar el estancamiento institucional de la asociación
a través de un Parlamento regional. Existe cierta posibilidad de
convocar a elecciones dentro de cuatro años para una eventual
Legislatura, que debería definir agendas y normas de funcionamiento.
La concreción o postergación de esta iniciativa determinaría si el
MERCOSUR finalmente se consolida o disuelve.
Las clases dominantes de la región están obligadas a
ensayar el camino de la asociación, a pesar de las frustraciones
acumuladas en la última década. La concurrencia extra–regional
empuja a perseverar en ese camino, mientras los grandes capitalistas
de cada país sudamericano evalúan opciones opuestas de mayor alianza
directa con sus socios de Europa, Estados Unidos o Asia.
Brasil y Argentina no son las “nuevas potencias
emergentes” que en los momentos de euforia imagina la prensa local,
pero tampoco constituyen semicolonias menores atadas al mandato del
Departamento de Estado. En ambos países se han forjado grupos
empresarios de cierto peso y con ambiciones de mayor autonomía. Esta
posición induce a seguir experimentando el camino del MERCOSUR.
Pero la naturaleza social del tratado es un dato menos
controvertido. Los gobiernos de Sudamérica coordinan negocios para
beneficiar a las grandes empresas de cada país, en desmedro de las
necesidades y reivindicaciones de la mayoría de la población. El
MERCOSUR contempla muchos negocios y alternativas de lucro, pero
ninguna opción de redistribución del ingreso.
Este perfil regresivo tiene su correlato en el plano político
en la acción común de los gobiernos para garantizar el status quo
regional. Las tropas sudamericanas en Haití no se limitan a cumplir
esta función estabilizadora, sino que sustituyen a los marines en la
erección de un sistema político que asegure el orden conservador en
el Caribe.
La diplomacia del MERCOSUR se dispone, además, a suscribir
un tratado de libre comercio con Israel con propósitos reaccionarios.
Este convenio carece de relevancia económica, ya que las
exportaciones al pequeño país de Medio Oriente solo representan el
0,2% de las ventas sudamericanas y ocupan el lejano puesto 43 en el
ranking del comercio externo del Cono Sur.
Pero es evidente que ese acuerdo brindará oxígeno a un régimen
colonialista y sanguinario. En este terreno, un gesto vale más que
mil palabras.
MERCOSUR versus ALBA: economía
Las discusiones suscitadas por el ALBA se intensificaron en
los últimos meses con nuevas apreciaciones sobre el rol estratégico
de la Alternativa Bolivariana.
Algunos enfoques han puesto de relieve la importancia del proyecto
como instrumento de negociación
internacional con otros bloques o su relevancia para unificar los
programas de acción regional de los movimientos sociales.
Pero la visibilidad y el protagonismo del ALBA ha quedado
ensombrecidos por una decisión que socava la concreción del
proyecto: el ingreso de Venezuela al MERCOSUR. Esta incorporación se
está concretando en un tiempo récord. El protocolo de adhesión se
ratificó tan aceleradamente como los tratados (Asunción, Ouro Preto,
Olivos) y los plazos de aceptación del arancel externo común se
acortaron para facilitar el acceso a la zona de libre comercio. Aunque
la integración definitiva exigiría seis años –para asimilar el
efecto de 204 normas del tratado– todos los miembros del MERCOSUR
quiere apurar la presencia de Venezuela.
Este interés deriva, en primer lugar, de los grandes
negocios que ofrece el nuevo socio del Caribe. Desde el 2002 las
ventas argentinas a Venezuela se triplicaron (carne, leche, soja,
cosechadoras) y todas las grandes compañías están considerando
mayores exportaciones y eventuales inversiones. Esta ampliación es
reivindicada como un beneficio mutuo entre países complementarios que
intercambian energía por alimentos y bienes industriales. Esta
aprobación también resalta, que el acuerdo en marcha apuntala la
creación de un gran mercado regional con independencia de los
gobiernos vigentes en cada país.
Pero justamente este perfil refuerza el carácter regresivo
del MERCOSUR en
contraposición al proyecto igualitarista del ALBA. La ampliación de
la asociación del Cono Sur se consumó siguiendo los patrones de
rentabilidad, competencia y garantías al capital que el ALBA postula
desafiar con normas de cooperación y solidaridad. Un ejemplo de esta
contradicción puede notarse en el terreno agrícola. El proyecto
bolivariano plantea la defensa de la pequeña producción campesina y
el otorgamiento de seguridades alimenticias a todos los países de la
región. Por eso rechaza a escala nacional la reducción de los
subsidios y las protecciones al agro que se debaten en los organismos
multilaterales.
Pero quiénes demandan esta anulación de subvenciones son
los gobiernos de Argentina y Brasil frente a Europa y Estados Unidos.
Estas propuestas no contemplan ningún tipo de excepciones al
librecomercio agrícola a escala nacional o regional. Los líderes del
MERCOSUR ya aplican estas reglas en sus países y por eso el cultivo
capitalista de la soja se expande, destruyendo a la pequeña
agricultura, expropiando campesinos, empobreciendo pobladores y
bloqueando la reforma agraria.
Con el ingreso de Venezuela al MERCOSUR también queda
encuadrado en el horizonte de esta asociación el proyecto de un banco
regional. Las emisiones de bonos que precederían a esa entidad se
destinarán a refinanciar la deuda externa, reforzando una triangulación
que favorece a los acreedores y a las clases dominantes (Venezuela
presta, Argentina paga, los banqueros cobran). El gobierno argentino
es el inmediato beneficiario de estos créditos, que en los últimos
18 meses le permitieron refinanciar 2.800 millones de dólares del
endeudamiento. Por esta misma vía afrontaría todos los vencimientos
del año próximo, evitando el creciente costo de recurrir al mercado
internacional, en una coyuntura de encarecimiento de las tasas de
interés.
La misión que cumpliría un banco regional dentro del ALBA
sería completamente distinta. Podría sostener a la pequeña producción,
apoyar a las cooperativas y apuntalar la inversión pública en
emprendimientos prioritarios para la población. Pero en el marco del
MERCOSUR, los recursos de la futura entidad tenderán a destinarse a
perpetuar un círculo vicioso de endeudamiento, que legitima los
fraudes acumulados a través de estos pasivos. Por este camino se
aleja cualquier posibilidad de un control democrático del banco y
también se diluye la perspectiva de una supervisión popular de los
préstamos.
El perfil de una entidad –que refinancia las actuales
deudas de los estados– se asemeja a los grandes bancos públicos que
subvencionan proyectos capitalistas (como el BNDES de Brasil). En la
hipótesis de una mayor integración regional capitalista, un Bansur
de este tipo cumpliría un rol de custodio de los intereses
financieros, comparable al papel del Banco Central Europeo en el viejo
continente. Otra opción de este mismo horizonte es convertirse en una
entidad de promoción de grandes emprendimientos privados como el
Banco Asiático de Desarrollo.
MERCOSUR versus ALBA: política
El ingreso de Venezuela al MERCOSUR tiene más relevancia
política que económica en lo inmediato. Muchos comentaristas han
subrayado que este significado al resaltar el propósito de “moderar
a Chávez”, especialmente en sus intervenciones a escala
continental. Este objetivo de “contención” explica porque una
negociación que debía durar entre seis y doce meses fue despachada
en tres días.
Lula y Kirchner pretenden colocar al presidente venezolano
en un marco de compromisos diplomáticos que reduzca su participación
directa en temas conflictivos (las papeleras) o en cuestionamientos públicos
a políticos conservadores (Alan García). También buscan colocarle
un límite a su incursión en áreas que irritan al Departamento de
Estado (Irán, OPEP, aprovisionamiento bélico).
Por el momento Venezuela tendrá voz, pero no voto dentro
del MERCOSUR. Esta restricción operará como un test condicionante de
la acción de Chávez. Los principios de “defensa de la
democracia” que Venezuela debió ratificar para ingresar a la
asociación constituyen un instrumento de presión derechista, porque
los cancilleres habitualmente adaptan esta norma a las necesidades políticas
de las clases dominantes. Enviar tropas a Haití, auxiliar a los
presidentes amenazados por una rebelión popular o impedir que los
movimientos sociales impongan sus reivindicaciones son actos
consumados en nombre de la democracia. Este estandarte –incluso
utilizado por los golpistas en Venezuela– ahora será esgrimido como
advertencia contra la radicalización del proceso bolivariano.
Para frustrar esta evolución –e impedir la repetición
del camino inaugurado por la revolución cubana– Venezuela ha sido
integrada al MERCOSUR. Algunos diplomáticos del establishment
regional programan un paso ulterior con la eventual incorporación de
Cuba a esta asociación. El objetivo de esta absorción sería
facilitar la paulatina restauración del capitalismo en la isla.
Es evidente que los gobiernos del MERCOSUR pretenden
encerrar al proceso bolivariano y bloquear su potencial regional
antiimperialista. En este terreno sustituyen a Estados Unidos, que ha
perdido margen de intervención directa en la zona. Cada paso en esta
dirección anulará la perspectiva del ALBA. Si logran reflotar el
MERCOSUR reforzarán a una asociación que parecía moribunda. Pero el
efecto de este rescate será la sepultura de la opción bolivariana.
Surgimiento del TCP y la crisis del
CAN
En el remolino de acontecimientos latinoamericanos también
se consumó la suscripción del Tratado de Comercio de los Pueblos
entre Bolivia, Cuba y Venezuela. Este convenio es más afín a
proyecto del ALBA que al rumbo del MERCOSUR. El TCP se inspira explícitamente
en los principios de la alternativa bolivariana.
El acuerdo propone mecanismos para compensar las pérdidas
que pudieran provocar los TLCs suscriptos por Estados Unidos con
algunos países de la región. También incluye compromisos de compras
de productos y no solo preferencias comerciales o arancelarias. Otorga
a las empresas públicas un nítido protagonismo en los convenios y
privilegia a los pequeños productores. Ensaya, ademäs, fórmulas
para favorecer a las naciones más débiles (por ejemplo en el plano
aduanero) y extiende a Bolivia las
modalidades de cooperación sanitaria y educativa que Cuba ha
desarrollado en Venezuela en los últimos años.
El TCP cuestiona los aspectos librecambistas que rigen no solo a los
tratados bilaterales, sino también a muchos compromisos del MERCOSUR.
La
suscripción del TCP coincidió con el retiro de Venezuela de la Comunidad Andina de Naciones (CAN). En los últimos meses
esta asociación atravesó una crisis que coronó su declinación, al
cabo de sucesivas políticas de apertura comercial, subsidios a la
inversión extranjera y estrechamiento de las relaciones de varios
socios con Estados Unidos.
La reciente escalada de TLCs firmados con la primera potencia condujo
finalmente al desmembramiento del CAN.
Chile se distanció de esta asociación mucho antes de
concretar su convenio bilateral con Estados Unidos, pero las firmas
que estamparon Colombia y Perú empujaron a Venezuela a retirarse del
bloque andino. El CAN fue quebrado por la política norteamericana de
balcanización comercial y es totalmente legítimo abandonar ese
organismo. ¿Pero corresponde ingresar al MERCOSUR? ¿Es válido
sumarse a otro modelo de integración de las clases dominantes?
Según ha trascendido no existe plena sintonía entre
Venezuela y Bolivia en torno al CAN.
El gobierno de Morales buscó preservar este bloque no solo para
preservar ciertas relaciones comerciales (especialmente con Colombia),
sino también por la vieja desconfianza boliviana hacia el MERCOSUR.
Las experiencias de Paraguay y Uruguay ilustran el destino marginal
que impone esta asociación a los pequeños países.
Pero durante la primera mitad del 2006, Bolivia ha ocupado
un lugar central en el entramado regional por otra decisión de mayor
relevancia: la nacionalización de los hidrocarburos.
La
recuperación de un recurso estratégico
La
resolución adoptada por el gobierno de Morales constituye la antítesis
simbólica de las privatizaciones de los 90 y podría introducir una
divisoria de aguas dentro del proceso político latinoamericano.
Esta
nacionalización se inscribe en un giro estatizante a escala
internacional. Con el precio del barril por encima de los 70 dólares
y Estados Unidos embarcado en guerras imperialistas para asegurase el
abastecimiento de combustible, todos los países productores tienden a
incrementar la participación del estado en la renta petrolera. Esta
apetencia se comprueba en los gobiernos de cualquier signo y en países
tan diversos como Rusia, Irán, Arabia Saudita o Nigeria. Actualmente
las empresas públicas controlan el 80% de las reservas y el 40% de la
producción petrolera global y se observa una reconstitución del
cartel de productores semejante al proceso que potenció a la OPEP en
los años 70 y 80.
En
este contexto la nacionalización dispuesta en Bolivia ha sido
recibida con cierta comprensión por todos los sectores capitalistas,
que no están directamente involucrados en el negocio petrolero. Pero
la medida que adoptó el gobierno de Morales presenta aristas más
problemáticas. Por un lado, está en juego la reestatización general
de los recursos que habían sido transferidos a las empresas privadas
y no solo una renegociación puntual de contratos. Por otra parte,
Bolivia detenta riquezas de gas que de gran incidencia regional. La
nacionalización es una medida impactante que constituir el punto de
partida de un giro más radical si se extiende al conjunto de América
Latina.
El
alcance efectivo de la nacionalización es por ahora una incógnita.
Se dispuso un plazo de 180 días para adecuar todos los contratos a
una nueva reglamentación, que transforma a todos los concesionarios
en contratistas. Este cambio le otorga al estado atribuciones para
decidir el volumen de la extracción, los destinatarios de cada
producto y los precios de venta del combustible. La letra chica de los
nuevos acuerdos es todavía desconocida y surgirá en parte de las
auditorias en curso para verificar los datos de reservas, utilidades e
inversiones. Pero es un hecho que el estado aumentará drásticamente
su participación en las utilidades de la explotación, en función de
la productividad de cada yacimiento.
Como
el sector público absorberá entre el 50% y el 82% de estos
beneficios, los ingresos del Tesoro se duplicarán de inmediato (de
400 a 700 millones de dólares). El proyecto de nacionalización también
contempla sustituir la exportación en bruto por emprendimientos de
industrialización local del gas. También se propicia la reconstrucción
de la vieja empresa estatal (YPFB), a partir de la recuperación de
las acciones petroleras que administraban los fondos de pensión
privados.
La
nacionalización fue anunciada con gestos de autoridad (envío del ejército
a custodiar los yacimientos) y mensajes de negociación dura. Lo que
está en juego es una compleja maraña de contratos, que definirá cómo
se reparte la renta (a través de impuestos, precios y regalías), cómo
se gestiona la extracción del combustible y que soporte legal tendrán
los nuevos convenios. La nacionalización no implica la expulsión de
las empresas, ni la asunción estatal de todas las actividades del
sector. Más bien se apunta a establecer una fuerte regulación
estatal, en un país con serias limitaciones para efectivizar de
inmediato el manejo público integral y excluyente de esta actividad.
La
nacionalización constituye un importante paso adelante, cuya afirmación
depende tanto del monto como de la utilización de la nueva renta
estatal. Si los fondos públicos se destinan a favorecer a los grupos
capitalistas, la nacionalización reproducirá todos los vicios del
estatismo petrolero que se han verificado desde México hasta Kuwait.
Una capa de burócratas reciclará el excedente para enriquecerse y
facilitar la acumulación subsidiada de los empresarios afines al
gobierno de turno.
Por
el contrario, si los fondos se canalizan hacia el incremento de los
salarios, el inicio de la reforma agraria, la financiación de los
pequeños agricultores, la creación de empleo y el sostenimiento de
la obra pública podrían sostener una redistribución de los ingresos
favorable a la mayoría de la población.
Una
larga experiencia de estatizaciones burguesas demuestra que el número
de empresas traspasadas al sector público no es sinónimo de mejoras
populares. Solo la presencia, control e intervención directa de los
movimientos sociales en la administración de los nuevos fondos
permitiría asegurar su utilización en beneficio de la población. En
Bolivia se ha planteado el doble desafío de recuperar los
hidrocarburos y colocar su usufructo al servicio de las mayorías
oprimidas.
El
impacto regional
La
decisión adoptada en el Altiplano refuta todos los argumentos que
subrayan la inconveniencia o imposibilidad de confrontar desde la
periferia con las grandes compañías transnacionales. Si un país tan
pobre y saqueado como Bolivia puede iniciar esta acción: ¿Qué
impide a las grandes naciones de Sudamérica recuperar el manejo
efectivo del petróleo y el gas?
Ya
en otro país del área andina como Ecuador se dispuso la caducidad de
un contrato fraudulento que manejaba la petrolera norteamericana Oxy.
Pero los principales gobiernos de la región toleran una escandalosa
gestión de los hidrocarburos que nutre los bolsillos de los grandes
capitalistas. En México la empresa estatal PEMEX regula la actividad
y controla un millonario presupuesto que financia la alianza dominante
de burócratas y monopolistas. La privatización lateral de la compañía
complementa este desfalco y prepara un sistema de abastecimiento a
Estados Unidos que eventualmente reemplazaría la provisión
venezolana de crudo a la primera potencia.
La
compañía PETROBRAS de Brasil es presentada como una gran empresa
estatal, pero el 60% de su paquete accionario está controlado por
fondos de inversión que cotizan en las Bolsas internacionales. Por
eso los directivos de la compañía reaccionaron con tanta furia
cuando se anunció la nacionalización de sus pozos en Bolivia.
Tampoco disimularon su irritación los
grandes industriales de San Pablo que aprovisionan sus fábricas
con gas importado a
bajo precio desde Altiplano. Le exigieron a Lula una actitud
dura frente a Morales que el gobierno del PT convalidó.
Una
defensa igualmente descarada de los intereses capitalistas realizó el
gobierno español a pedido de REPSOL. Al igual que PETROBRAS, esta
empresa conoce al dedillo la magnitud de las reservas de gas que
atesora Bolivia y no tiene ninguna intención de retirarse del país.
Prefiere perder una tajada de la renta, antes que renunciar a las
ganancias que obtendría con la explotación de los yacimientos del
Altiplano. Pero eso utiliza toda la artillería diplomática de la Unión
Europea para ampliar su presencia en este negocio.
El
gran intermediario en estas tratativas es el gobierno argentino, que
mantiene compromisos con todas las partes y busca equilibrar los
beneficios en disputa. Kirchner preserva con REPSOL la relación
privilegiada que le permitió a esta compañía continuar operando
luego de las fraudulentas privatizaciones de la década pasada. La
empresa se ha internacionalizado, pero las ganancias récord que
nuevamente obtuvo el año pasado provinieron mayoritariamente de su
filial argentina. Estos lucros se basan en una depredación del
subsuelo, que explican la crítica situación que atraviesa la provisión
de petróleo en el país.
Las
reservas, la exploración, la productividad de los pozos y las
inversiones han caído, en un contexto de emergencia energética. El
abastecimiento de combustible es insuficiente para sostener el ritmo
actual de crecimiento económico y las compañías condicionan
cualquier inversión a la obtención de mayores subsidios y prorrogas
de las concesiones. Además, REPSOL está interesada en expandirse
hacia países con mayores recursos petroleros que Argentina y podría
buscar el traspaso al estado de una porción de su paquete accionario.
Si concreta esta operación habrá logrado un socorro que sería
disfrazado con discursos patrióticos.
La
nacionalización de los hidrocarburos en Bolivia ha puesto de
manifiesto cuán escandalosa es la continuidad de la privatización de
los mismos recursos en Argentina. En el país se cobran los impuestos
más bajos de Latinoamérica y las compañías extranjeras gozan de
privilegios ya inexistentes en el resto del mundo. La propiedad
provincial de los recursos se ha convertido en el gran subterfugio
legal para perpetuar las concesiones.
El
gobierno argentino no solo preserva los intereses de los grupos
privados petroleros en el país, sino que actúa como el gran mediador
para asociar a estas compañías a los proyectos de integración energética
regional. El eje de estos planes es la creación de una red de
gasoductos, que sería inicialmente subdividida en un enlace norte
entre Venezuela y Brasil y un conexión sur a partir de Bolivia.
Kirchner insiste en otorgar un papel gravitante en este proyecto a
todos los grupos privados que acompañan su gestión (especialmente a
Technit, que enfrenta una grave denuncia en Perú por desfalcos en
esta actividad). Con este objetivo concertó con Bolivia un nuevo
precio de importación del gas, que despeja el horizonte para comenzar
la construcción del gasoducto entre ambos países.
Mientras
no se disponga la nacionalización integral de la energía en toda la
región, estos proyectos favorecerán en forma directa o indirecta a
los grupos capitalistas en desmedro de la población. Basta recordar
que las sumas abonadas en los últimos años por Argentina y Brasil al
FMI habrían alcanzado para financiar toda la red de gasoductos en
estudio, para notar cómo manejan Kirchner y Lula la política energética.
La
nacionalización del petróleo y el gas y su control por parte de la
población es una necesidad en todos los países. Pero esta exigencia
presenta alcances diferentes en cada nación. Argentina o Brasil
tienen a su disposición todos los medios, recursos económicos y
dispositivos técnicos para encarar una tarea, que Bolivia o Paraguay
no pueden desenvolver con la misma facilitad. Las empresas mixtas con
el sector petrolero privado que han debido suscribir algunos países
(como Cuba), no tienen justificación en otras naciones (como
Venezuela).
Pero
lo novedoso del contexto actual es el grado de impacto zonal de las
medidas que adopta cada nación. La discusión se ha regionalizado y
las iniciativas de nacionalización en un país brindan argumentos
para extender su aplicación al conjunto de Latinoamérica.
Estos
acontecimientos en el terreno energético son vitales, pero el
principal campo de una integración popular se ubica en la esfera
social. La gran batalla actual gira en torno a la redistribución del
ingreso, la mejora de los salarios y la implantación de normas que
aseguren educación, salud, trabajo y vivienda para todos. Esa lucha
se desenvuelve en un contexto de grandes giros políticos, cuyo análisis
es el propósito de próximo capítulo de este libro.
Este
artículo es un capítulo del libro “El rediseño de América
Latina”. Ediciones Luxemburg, Buenos Aires, 2006 (en prensa)
Un
análisis crítico de estas
negociaciones puede consultarse en los documentos debatidos en el
Encuentro “Enlazando Alternativas 2”, desarrollado en Viena el
10–13 de mayo del 2006.www.agenciapulsar.org/coberturas/alternativas2/
Incluso han comenzado a capturar ciertos negocios en los mayores
centros financieros. “El
mundo es un pañuelo para las multinacionales españolas”, Clarín
11–6–06.
“Un
modelo desafiado por enormes inequidades”. Clarín, 7–6–06.
Valle
Baeza Alejando. “Estados Unidos quiere empleados, no socios”.
Página 12, 2–7–06.
“Monopolios, oligopolios y capitalismo de amigos en la economía
mexicana”. Clarín, 29–6–06.
Abedrapo
Elisa. “Análisis político sobre la firma del TLC entre
MERCOSUR e Israel”.
Rebelión, 29–5–06.
Este debate se desenvolvió, por ejemplo, en el Coloquio
"Comercio con Justicia – Una perspectiva del ALBA – los
TCP: una Herramienta”, Caracas, 5–6 de mayo 2006.
Petras James. “Propuesta para el nuevo orden social, económico
y cultural”. Rebelión, 21–5–06
Alvarez Carlos “Chacho”. “El ingreso de Venezuela al
MERCOSUR”. Clarín ,4–7–06. Wainfled Mario “Horror por el
nuevo socio”. Página 12, 6–7–06.
“¿Qué es el ALBA?”. Sobre el ALBA. Selección de artículos,
Colección Temas de Hoy. Ministerio de Comunicación e Información,
Caracas, marzo 2006.
Oña
Alcadio. “Mucha política y poco comercio, en la adhesión de Chávez
al MERCOSUR” Clarín, 7–5–06
Un detalle de este empalme expone: Solón Pablo. “TLCs versus TCP”. Adital, 5–5–06.
www.aporrea.org/dameverbo.
Dacal Díaz Ariel. “ALBA y TCP de la esperanza a la emancipación”.
www.ecaminos.cu/ index. 23–6–06.
Dallmeier Carlos Enrique. “¿TLC o TLA?”, Caracas, 28–4–06
www.debatecultural.com/Nacionales
Stefanoni Pablo. “Rescatando al bloque andino”. Página 12,
12–6–06
Krakowiak Fernando. “Las nacionalizaciones que se tapan”. Página
12, 8–5–06
Las distintas medidas de esta estrategia de nacionalización han
sido expuesta por el nuevo ministro de hidrocarburos. Andrés
Soliz Rada. “Negociaremos
el nuevo marco con cada una de las petroleras” Clarín,
3–05–06. Andrés Soliz Rada. “El
gasoducto será una alianza solo de empresas estatales”. Página
12, 14–5–06.
Un
retrato de esta situación presenta
De Dicco Ricardo. “Nada por descubrir”. Página 12,
5–2–06.
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