Cuba

Castro internado

¿Hacia una Cuba sin Fidel?

Por Marcelo Yunes
Socialismo o Barbarie, periódico,03/06/08

La enfermedad de Fidel Castro y el traspaso de funciones a su hermano Raúl generaron inquietud y polémica sobre los pasos futuros de Cuba ante la eventualidad de la muerte del líder histórico del Estado desde 1959. En lo que sigue, se definen muy someramente algunos criterios iniciales para ubicar políticamente la discusión y se sugieren escenarios alternativos.

La noticia de los problemas de salud de Fidel Castro generó inmediatamente una algarabía total entre la gusanería de Miami (los exiliados cubanos anticastristas, que forman uno de los lobbies más poderosos y derechistas de EEUU). El anticomunismo desatado, al mejor estilo de la Guerra Fría, sumado al desprecio por el pueblo cubano y su admiración por los valores y “estilo de vida” del imperialismo yanqui hacen de los “festejos” de los gusanos un espectáculo repugnante. Revuelve las tripas de cualquiera que no forme parte de esa cohorte de ex o actuales capitalistas, delincuentes comunes y / o piojos resucitados.

La defensa de Cuba frente al imperialismo y los gusanos es incondicional

No menos repulsiva, aunque menos visible, debe ser la satisfacción de Bush y la plana mayor del imperialismo yanqui ante la posibilidad de un cambio, sobre todo, en el régimen político y social de la isla, empezando por uno de sus pilares: la propiedad estatal de los medios de producción fundamentales.

En ese sentido, es una obligación de cualquier militante o corriente socialista –aun de aquellas que NO consideramos que Cuba sea “socialista” o al menos un “estado obrero”, como señalamos en recuadro aparte– la defensa incondicional de las conquistas sociales de la revolución que han dado justa fama a Cuba, la no presencia de empresas capitalistas en algunas esferas de la economía –no en todas–, y el carácter independiente del imperialismo del Estado cubano.

Ante la incertidumbre que sin duda generaría una transición hacia una Cuba sin Fidel, es evidente que el imperialismo yanqui va a querer meter la cola, y para eso cuenta con una cuña: precisamente, la clase capitalista expulsada de Cuba tras la revolución anticapitalista de 1959, que es la que, afincada en Miami, dirige a toda la comunidad cubana exiliada y tiene un importante peso en la definición de la política del Departamento de Estado yanqui hacia la isla.

Por eso, a la defensa de las conquistas revolucionarias agregamos: ¡Fuera las manos gusanas de Cuba y la política cubana! ¡Rechazo inmediato a cualquier tentativa de intervención yanqui, por cualquier vía, en la vida política y social cubana! ¡No a la restitución de las propiedades industriales, agrícolas o inmobiliarias a los gusanos!¡Son los trabajadores y el pueblo cubano los que deben decidir democráticamente el futuro del país!

No obstante, con lo necesario que es cerrar filas ante cualquier intento del imperialismo de agredir a Cuba, esto no agota de ninguna manera la cuestión. Hay toda una serie de gravísimos problemas en el régimen político y social cubano a la hora de plantear una auténtica perspectiva socialista y de clase que no pueden dejar de señalarse. Y es un grave error, una supervivencia de las prácticas estalinistas, suponer –como suelen hacerlo los PCs en América Latina, pero no sólo ellos– que cualquier crítica, así sea desde un punto de vista socialista revolucionario, “le hace el juego a la derecha” o a los yanquis.

Por el contrario, estamos firmemente convencidos de que la mejor manera de colaborar para que Cuba rechace las pretensiones imperialistas es defender lo que hay que defender y luchar revolucionariamente contra lo que nos parece indefendible, y que viene socavando a cada paso las conquistas sociales que aún restan.

Un régimen bonapartista donde las masas no deciden

El régimen político de Cuba hoy está basado sobre una figura exclusiva y excluyente: Fidel Castro, que concentra una serie de cargos y funciones que lo convierten –sumado a su innegable prestigio como dirigente de la revolución cubana– en la principal institución política de la isla. Esto se ha vuelto un problema desde hace un tiempo, porque la absorbente figura de Fidel ocupa tanto espacio político que el problema de su salud –es decir, de su existencia física– y, por extensión, el de su “sucesión”, se convierten en secretos de Estado.

Esto es profundamente negativo, y revela hasta qué punto los trabajadores y el pueblo cubano están excluidos de una vida política que les permita tener arte y parte en las decisiones de un Estado que se denomina a sí mismo “socialista”.

Y esto no tiene nada que ver, por supuesto, con los lamentos de los liberales burgueses por la inexistencia de instituciones “democráticas” como el Parlamento. En los países capitalistas, que haya Parlamento o elecciones cada tantos años no modifica en casi nada la falta de participación efectiva de las masas populares en la vida política.

El problema no es la ausencia de una clase política a sueldo de los capitalistas, organizada en partidos-cáscaras mediáticas como los que conocemos aquí. El problema es la ausencia de mecanismos reales de organización, participación y decisión de los trabajadores y el pueblo por fuera del partido único.

En eso, el régimen cubano difiere muy poco de las viejas dictaduras estalinistas, y lo más grave es que el descontento (larvado, soterrado, pero real) de amplios sectores con ese estado de cosas puede ser aprovechado por la propaganda imperialista de la “libertad” (para los ricos) y de la “democracia” (para los gusanos de Miami).

Es decir, la falta de organismos propios, partidos y libertades de los trabajadores y los sectores populares sobre la base de la defensa de la revolución y sus conquistas, termina siendo un argumento servido en bandeja para la prédica engañosa de Radio Martí y la gusanería, cuyo objetivo es arrasar con todo vestigio de la revolución de 1959.

Es en este contexto que se explica por qué el pueblo cubano es espectador pasivo de conciliábulos, negociaciones y discusiones sobre la “transición” que se efectúan por arriba, en las “altas esferas” del PCC. Una política socialista digna de ese nombre apuntaría a poner en tensión a las masas populares, a desarrollar su participación, su intervención y su capacidad de decisión. Pero, lógicamente, es muy difícil emprender en el momento de “crisis” un camino que ha sido sistemáticamente bloqueado, negado e impedido por la dirección del PCC desde hace décadas. Un problema que hace al carácter mismo de la revolución, anticapitalista pero no auténticamente autodeterminado y socialista.

Puede decirse que el régimen político cubano tiene fuertes rasgos de lo que en marxismo se llamó bonapartismo, en el sentido de que una personalidad supuestamente providencial (un “Bonaparte”) reemplaza con su carisma el orden “institucional” (en el caso socialista, la autoorganización obrera). La figura de Fidel actuó y actúa como sucedáneo o reemplazo de cualquier mecanismo de organización democrática, discusión y toma de decisiones desde abajo de los trabajadores y el pueblo cubano. Hay incluso elementos de un claro culto a la personalidad –al estilo de lo que sucedía con Stalin en los años 30 y 40–: “Fidel es el que más sabe; nadie puede decidir mejor que Fidel; dejemos todo en manos de Fidel”...

Y cuando eso no es posible, como ahora, todo el aparato del PCC cruje mientras al pueblo cubano se lo mantiene al margen de los “secretos de Estado”. Es decir, queda por fuera de las decisiones fundamentales, que quedan a cargo de la burocracia del Estado y el partido.

Cuatro escenarios

Sin duda, aún es prematuro aventurar cuál será el desenlace de esta “transición” que se abre. Por otra parte, aun en el caso de un restablecimiento de Fidel, el problema de la “sucesión” ya estará sobre la mesa de todos modos. Sin embargo, vemos esencialmente cuatro eventuales desarrollos posibles (como variantes “puras” que admiten, por supuesto, todo tipo de combinaciones).

El primero es un relativo mantenimiento del statu quo en el régimen; es decir, una transición “ordenada” y que no genere mayores cambios. Podríamos llamarlo el castrismo sin Fidel, o el reemplazo de un Castro por otro, sin que eso afecte sustancialmente las bases políticas y sociales de Cuba.

Si bien a corto plazo es quizá lo más probable, en realidad se trataría, justamente, de una transición a alguno de los otros escenarios, por varias razones. La primera y obvia es que Raúl Castro tampoco es precisamente joven, y la disponibilidad de Castros para ocupar la máxima magistratura es limitada. Pero más importante es el hecho de que seguramente Raúl no tendrá el espacio y capacidad política de Fidel, y deberá atender, más pronto que tarde, a consolidar alguna forma de institucionalidad política y social –¿burocrática? ¿capitalista? ¿“mixta”?– en reemplazo de la que ocupaba Fidel.

La segunda posibilidad es la que entrevén los gusanos de Miami y el imperialismo yanqui: alguna forma de regreso de la burguesía exiliada. Cabe recordar que la burguesía cubana exiliada es una clase social en toda la regla, que ha conservado sus títulos de propiedad desde 1959 y que hasta tiene hecho un catastro, hectárea por hectárea, de la superficie de territorio cubano de la que se considera “propietaria”. El regreso de la gusanería, en medio de cánticos a la “libertad” y la “democracia”, significaría entonces de hecho un escenario de guerra civil; algo que ya atisban con alarma muchos analistas yanquis e incluso cubanos exiliados no tan gusanos como los de Miami.

Si Bush se juega por defender un regreso “con gloria” de los gusanos, lo que se avizora es un espectro de intervención abierta y enfrentamientos armados, que plantearía con todo a cualquier fuerza de izquierda (o simplemente democrática) el deber de ponerse en la primera fila y sin condiciones contra todo intento gusano-imperialista de avasallar al pueblo y al estado cubanos.

Por otra parte, en las actuales condiciones políticas para el imperialismo yanqui –con serios problemas en Medio Oriente y con una fuerte crisis de legitimidad y hegemonía en todo el mundo–, no parece ser éste el desarrollo más probable, por los inmensos problemas políticos, militares y estratégicos en su relación con la región que le acarrearía a EEUU. Pero tampoco puede descartarse de plano, habida cuenta del peso del lobby gusano, que tiene llegada directa a Jeb Bush, gobernador del estado de Florida, y al resto del núcleo neoconservador “halcón” del gobierno de George W. Bush.

El tercer escenario pasa por el fortalecimiento de una tendencia que el propio Fidel venía esbozando: apoyarse en una política de acuerdos con estados capitalistas que no adhieren al bloqueo yanqui, en particular de América Latina y algunos imperialismos europeos. Si los convenios con España, Francia y Canadá, entre otros, por inversiones en hotelería (durante los 90) parecían apuntar al rápido desarrollo de un sector capitalista dentro de la isla, la actual tendencia implicaría –sin desandar lo hecho en ese terreno– una “integración” al ámbito económico latinoamericano vía el Mercosur, con un control mayor de las relaciones económicas internas por parte del régimen.

Ésa es también una de las claves que permite interpretar la política exterior de Cuba bajo Fidel, que aun siendo por supuesto totalmente independiente del imperialismo yanqui, no tuvo –como mínimo, desde la muerte del Che– el norte de desarrollar procesos revolucionarios anticapitalistas, sino más bien el de apoyar y alentar a los gobiernos burgueses “amigos”, es decir, que colaboraran con la autopreservación de la burocracia del PCC.

Así fue, por ejemplo, con los sandinistas del FSLN a fines de los 70, a quienes expresamente les pidió que “no hicieran una Cuba en Nicaragua” –es decir, que no expropiaran a la burguesía–, sino que acordaran con los capitalistas menos somocistas. El mismo consejo le dio al Frente Farabundo Martí en El Salvador en los 80. Más cerca en el tiempo, no hay más que recordar el entusiasta discurso de loas a Kirchner en Buenos Aires en 2003, o su reciente apoyo a la reelección de Lula.

Por supuesto, Cuba y Fidel tienen el derecho de hacer acuerdos económicos circunstanciales con quien sea; lo que es totalmente objetable, en la mejor tradición revolucionaria de Marx y Lenin, es que se dé apoyo político a los gobiernos y estados capitalistas. Ésa es, por el contrario, la postura clásica de los regímenes estalinistas como el de la URSS, para los cuales su autopreservación estaba por encima de cualquier consideración política o de principios.

En este marco, el reciente acercamiento entre Cuba y el Mercosur no significa que las economías del Mercosur giran hacia el “modelo cubano”, sino más bien lo contrario: que la economía cubana, todavía hoy esencialmente no capitalista, apunte a ubicarse en un marco comercial definidamente capitalista, acaso como preludio al giro hacia alguna forma de “capitalismo de Estado” con régimen de propiedad “mixta” (privada-estatal) en el que la burocracia pueda mantener su posición dominante y sus privilegios. Es posible que éste sea, si no el más probable, al menos el rumbo hacia el que tratará de orientarse la dirección del PCC post Fidel.

Poner en pie la tradición del socialismo revolucionario

Para los socialistas revolucionarios queda plantear la necesidad de un cuarto camino, muy difícil pero absolutamente imprescindible: el del desarrollo de la organización independiente, democrática y desde abajo de los trabajadores y el pueblo. Ésa es, si no la única, la mejor garantía de frenar cualquier intento del imperialismo yanqui y los gusanos disfrazados de “guardianes de la libertad”; así como del necesario curso independiente frente a la burocracia castrista que, como capa social privilegiada, ha venido subordinando los intereses de los explotados y oprimidos de la isla a los suyos propios. También, para que las decisiones necesarias para defender lo conquistado y avanzar en un sentido auténticamente obrero y socialista recaigan sobre organizaciones que representen de manera genuina la voluntad de las mayorías populares, con total diversidad y libertad de opinión sobre la base de la defensa de la revolución y del rechazo a la intervención yanqui.

Para esto mismo, en el plazo más breve, está planteado poner en pie en la isla la auténtica tradición del marxismo revolucionario: la de Lenin, Trotsky y Rosa Luxemburgo, en el sentido de dar pasos en la construcción de un partido socialista revolucionario de la clase obrera, delimitado tanto de la tradición estalinista y socialdemócrata como castrista.


Un estado que no es de los obreros

¿Es Cuba “socialista”?

Por Ana Vázquez
Socialismo o Barbarie, periódico,03/06/08

El fervoroso entusiasmo en algunos, simpatía y respeto en otros, hacia Cuba, no parte de una ilusión. La lucha del pueblo cubano, a cuyo frente estuvieron Fidel Castro y el Che Guevara, demostró que se puede derrotar a una dictadura como la de Batista, enfrentar al imperialismo yanqui, expropiar el 90% de la producción industrial y el 70% de la agrícola y lograr mejorar radicalmente la calidad de la vida material de sus trabajadores.

Estos hechos categóricos no significan, para nosotros, que Cuba sea “socialista” (ni siquiera un “estado obrero” como proclaman otras organizaciones de la izquierda revolucionaria). Eso sí que es una ilusión, creada y alimentada durante más de 40 años por Fidel y los Partidos Comunistas de todos los países para maquillar su política de capitulación a la burguesía “democrática” en el mundo. Si dijeran toda la verdad sobre la actual situación en la isla del Caribe, ¿qué banderita les quedaría para agitar sobre su supuesta lucha por el “socialismo”?

¿Por qué Cuba no es socialista?

Porque, en primer lugar, sigue predominando la necesidad (aunque Cuba no sea Haití): no hay un desarrollo económico altamente industrializado y un aumento de la producción que permita una abundancia para no sólo cubrir sus necesidades primarias, sino poder dedicar su vida a desarrollar la ciencia, el arte y la cultura en función del progreso de la humanidad.

Es imposible este desarrollo en Cuba porque el socialismo sólo puede ser internacional. Y desde que Fidel proclamó: “Nicaragua no será otra Cuba”, profundizó su curso nacionalista y limitó su “internacionalismo” a las relaciones entre Estados, no apoyándose ni llamando a la clase obrera de su país ni de los otros a la lucha a favor de los explotados u oprimidos. ¿O acaso en su discurso en la Cumbre de Córdoba, donde se proclamó “marxista-leninista-extremista”, llamó a los trabajadores argentinos a defender la lucha del pueblo palestino y del Líbano contra el genocidio sionista?

No es socialista (ni obrera) porque en ningún momento de esta “transición socialista” desde el triunfo de la Revolución (ni tampoco antes) los trabajadores y sus organizaciones propias determinaron el rumbo económico y político a seguir ni mucho menos el destino de la propiedad estatizada. Aunque su Constitución establece que Cuba es un “Estado socialista de trabajadores, independiente y soberano”, no hay ningún trabajador que pueda “organizarse” por fuera del Partido Comunista Cubano o afiliarse a otra central que no sea la Central de Trabajadores de Cuba. Todo bajo un: “Sí, Fidel”, que es “la autoridad que viene del ejemplo”, según Felipe Pérez Roque, ministro de Relaciones Exteriores de Cuba (*) pero que es la afirmación, en los hechos, de que el ejemplo de la Revolución Cubana le da chapa a Fidel y sus funcionarios para seguir impidiendo la organización independiente de los trabajadores y el pueblo cubano. La falta de democracia no es sólo para los “gusanos” o para impedir la salida del país de la doctora Molina (medida de la que estamos totalmente en contra) sino para que ningún trabajador o estudiante pueda cuestionar los dichos y los hechos del gobierno.

Además, las medidas o conquistas de la Revolución no se mantienen in eternum; en muchas se ha retrocedido. La actividad privada invadió más de un centenar de actividades económicas desde 1993; la salud es un negocio que se cobra bien a los ricos extranjeros, y se han recortado los beneficios para el mismo pueblo cubano.

La construcción de un futuro socialista para Cuba será obra de una lucha revolucionaria de la clase trabajadora cubana misma, de organizaciones y partidos auténticamente obreros, internacionalistas y socialistas, y del apoyo de las masas laboriosas de Latinoamérica y el mundo.


(*) Discurso del 23/12/05 en la Legislatura de la Asamblea Nacional del Poder Popular.