Chile:
mineros de La Escondida
Triunfo
obrero en el paraíso neoliberal
Por
Isidoro Cruz Bernal
Socialismo
o Barbarie, periódico, 14/09/06
La
mina La Escondida se encuentra a 3.000 metros de altura, cerca de
Antofagasta en la región norte de Chile. De aquí se extraen 1,3
millones de toneladas anuales de cobre, el 8% de la producción
mundial. La mina es propiedad de la empresa británica BHP
Billinton (57,5%) y del consorcio minero australiano Río Tinto (30%).
Es la primera gran huelga obrera en décadas y podría estar
significando la recuperación del proletariado, de ahí la
importancia: un sector neurálgico del proletariado chileno se ha
comenzado a poner de pie.
Las
ventas de la mina pasaron de 1.600 millones de dólares en 2003 a casi
8.200 este año y sus ganancias de 731 millones a casi 7.000 millones.
Este impresionante auge se debe a la creciente demanda mundial de
cobre en la actualidad. Y refleja también un proceso más general de
expansión económica latinoamericana causada por el aumento del
precio de las materias primas con respecto a los productos
industriales.
Toda
esta repentina prosperidad no se reparte de forma precisamente
equitativa. Si las ganancias de La Escondida llegaban a casi 7.000
millones de dólares, la masa dineraria que se emplea en pagar los
salarios de los trabajadores es de un orden del 1% de esa cantidad
(aproximadamente 70 millones de dólares según el diario
ultraconservador chileno “El Mercurio”).
Los
2.052 mineros que trabajan en La Escondida (conocidos como “patos
negros”) se hartaron y vieron necesario barajar y dar de nuevo, que
si la mina da ganancias fabulosas para los patrones, algo de eso debe
volver en términos de salario.
La
huelga minera, que concluyó hace pocos días, obtuvo una serie de
reivindicaciones para los trabajadores. Fueron 25 días de huelga que
terminaron a inicios de setiembre. Los trabajadores consiguieron un 5%
de aumento salarial y un bono de 12.500 dólares por trabajador. Lo
obtenido es menos de lo demandado. Pero hay que tener en cuenta
algunas cosas.
Una,
de orden muy general, es que esa dinámica es la más habitual en los
conflictos sindicales (el sindicato obtiene menos de lo que pide, la
patronal termina pagando más de lo que ofrece). Eso lo sabe cualquier
compañero que haya participado en un conflicto. En la huelga de La
Escondida el sindicato comenzó pidiendo un 13% de aumento, luego se
bajó a 10% y después a 8% más un bono. La patronal ofreció un 3%
de aumento más un bono que representaba la mitad del que planteaban
los trabajadores. El conflicto se resolvió, en ese sentido, por vías
normales. Cabe aclarar por supuesto que llegar a ese plano de
“negociación normal” entre obreros y patrones no es nunca una
tarea fácil. Es necesario que los trabajadores estén firmes y
resistan los ataques que la patronal siempre lanza para quebrar a
cualquier conflicto en sus inicios. Requiere firmeza y astucia táctica
poder frustrar esos intentos.
Tratándose
de la empresa que cubre el 8% de la producción mundial de cobre no se
podía esperar otra cosa que una ofensiva total contra la huelga. Los
medios masivos de “comunicación” salieron con todo a atacar la
huelga con el argumento del “interés nacional” que implica la
producción de cobre. También difundieron la mentira de que los
mineros ganaban 4.700 dólares por mes cuando la realidad es que sus
salarios oscilan entre 540 y 1.400 dólares, los cuáles en el muy
desregulado mercado laboral chileno es un buen ingreso en comparación
con la media general pero que está a años luz de las mentiras de la
burguesía. Los mineros de La Escondida son trabajadores relativamente
privilegiados en el contexto chileno. Pero cuando el conjunto de la
patronal los ataca no lo hace precisamente en solidaridad con “los
que ganan menos”. Son lágrimas de cocodrilo bien hipócritas. Ataca
a los mineros porque teme que el aumento salarial que éstos
obtuvieron pueda tener algún efecto de arrastre entre otras capas de
trabajadores. Quieren mantener bien abajo el piso salarial aunque
ellos se llenen los bolsillos. Ilustra también un elemento común del
actual ciclo económico expansivo latinoamericano: la economía se
mueve (al contrario de la época de los ajustes permanentes), los
empresarios se llenan los bolsillos pero en los salarios de los
trabajadores eso no aparece. Ni siquiera en las capas más favorecidas
de la clase obrera como en este caso, que, no hay que olvidarlo, está
tremendamente segmentada en niveles de ingreso, condiciones de
trabajo, formas de contratación, etc.
Otro
obstáculo que tuvieron que enfrentar los mineros fue la presión que
hizo la empresa tratando de usar ciertas fracturas entre los
trabajadores. Estas se dieron por un lado a través de los
trabajadores que no están sindicalizados y, por otro trayendo a
contratistas para desbalancear el poder de la huelga.
En
los campamentos que hicieron los mineros también aparecieron para
presionar los capataces de la mina (protegidos por los Carabineros que
los dejaban actuar con bastante impunidad, en nombre de “mantener el
orden”) que trataban que alguna franja de los huelguistas se
plegasen a la negociación individual con la empresa, modalidad
conocida en Chile con el exacto mote de “descuelgue”. Esto
solamente fue aceptado por una veintena de trabajadores.
El
punto más fuerte de la lucha de los mineros fue su habilidad para
nacionalizar el conflicto y ponerlo en lo más destacado de la escena
política nacional, transformándolo en tema obligado de conversación
a causa de la expectativa que concitó.
Lo
más difícil que tuvo el conflicto fue el hecho de que los
trabajadores nunca lograron parar el 100% de la mina, a pesar de la
fuerte determinación que mostraron.
Aparentemente
la empresa se manejó con una táctica de intransigencia ante los
reclamos obreros. Pero hubo un factor que terminó llevando al
conflicto hacia un cierre negociado que fue la repercusión que tuvo
la huelga en el precio del cobre que se disparó hacia arriba. Esto
aparentemente podría satisfacer a la empresa que ve subir a los
cielos el valor de cambio de su producto. Pero en la configuración
actual del capitalismo, con mercados en tiempo real en lo financiero,
generó una serie de oleadas de compra y venta de acciones (durante la
huelga) que introdujeron una importante dosis de inestabilidad al
mercado de metales. Esto terminó presionando en favor del arreglo y
minó las posibilidades que tenía la táctica de la minera por llevar
el conflicto a un callejón sin salida.
Los
trabajadores de La Escondida han obtenido un aumento salarial
enfrentando a un verdadero monstruo oligopólico que dispone de enorme
poder económico y social. Su triunfo se debe en parte a su
determinación y a la habilidad demostrada en sacar afuera el
conflicto y también a elementos de la coyuntura económica que
sirvieron de apoyo para poder pelear.
Queda
por ver qué repercusión tiene la pelea de los mineros de La
Escondida en el resto de la clase obrera chilena. En lo inmediato, en
el resto de los mineros, ya que los que trabajan para la estatal
Codelco se aprestan a negociar su convenio. El gobierno, por supuesto,
les adelantó que no se hagan ilusiones. Pero también en el resto de
los trabajadores, ya que existe la posibilidad de que la huelga de La
Escondida funcione como “efecto demostración” de que, a pesar de
toda la legislación anti-obrera vigente en el régimen
pospinochetista neoliberal, es posible pelear por mejorar las
condiciones de vida de la mayoría trabajadora.
Sabemos
que aún pesan elementos de la derrota vivida por los trabajadores en
1973. El más evidente es el hecho de que después del golpe la clase
obrera no pudo volver a colocarse en el centro de la escena política
nacional, cosa que había sido una realidad en la mayor parte de la
vida política y social chilena en el siglo XX. Nuestros deseos,
nuestro compromiso y nuestra expectativa van hacia esa dirección.
Veremos qué dirección toman los próximos eventos de esta compleja
coyuntura latinoamericana.
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