Del sandinismo al
danielismo
Por Mónica Baltodano
Gara, 11/09/06
El 5 de noviembre
habrá elecciones generales en Nicaragua. El Frente Sandinista
presenta nuevamente a Daniel Ortega como candidato presidencial, y
muchos luchadores latinoamericanos piensan de buena fe que Daniel
Ortega y el FSLN siguen siendo los únicos referentes de la izquierda
en Nicaragua y, por tanto, le endosan todo su respaldo, ignorando las
dramáticas mutaciones político–ideológicas experimentadas por el
FSLN y por Daniel Ortega en los últimos años.
El FSLN, una
formidable organización revolucionaria, es hoy víctima del secuestro
y control férreo de Daniel Ortega y de un pequeño grupo de
dirigentes sandinistas, convertidos en empresarios a partir de las
propiedades de las que se adueñaron con el reparto de bienes del
Estado realizado tras la derrota electoral del FSLN en 1990. Este
grupo dominante no sólo se apropió de bienes y de capital, también
se apropió de las estructuras de dirección del FSLN, centrando sus
objetivos en el control de espacios de poder, en el fortalecimiento de
sus intereses económicos y en las apuestas electorales, con una visión
prebendaria de la política.
Esta transmutación
no se produjo de la noche a la mañana. Ha sido un proceso largo y
continuo que aconteció no sin resistencias al interior del
sandinismo, provocando en él serias fracturas. Hasta hoy, sectores de
la militancia de base continúan soñando con que el FSLN pueda
reivindicarse como una fuerza de transformación comprometida con los
excluidos.
Metamorfosis
La derrota electoral
del FSLN en 1990 coincidió con un proceso de reflujo de las ideas y
de los procesos revolucionarios en todo el mundo. En ese contexto,
aquella derrota fue asumida por los sandinistas con variados niveles
de comprensión.
Para unos significó
el aniquilamiento de las posibilidades de construir una sociedad más
justa y el fin de la utopía. A partir de esa perspectiva, iniciaron
un recorrido de «ajustes a la realidad», camino que desembocó para
algunos en claudicación.
Para otros, la
derrota fue un revés en el camino de la lucha que, aunque estratégico,
no significó el cierre de las esperanzas, el fin de la utopía o un
punto final a las luchas por la construcción del otro mundo posible,
ése que algunos seguimos llamando socialista.
Después de la
derrota del 90, la mayor parte del sandinismo se propuso resistir el
proceso de restauración del régimen oligárquico. Sin embargo, esta
voluntad no fue expresada ni en un programa ni en una estrategia ni
siquiera en tácticas a seguir. El enfrentamiento de las complejas
coyunturas de aquellos años impuso la lógica de priorizar las tareas
inmediatas, postergando la urgente tarea de crear una nueva visión
estratégica. Al pasar los años, los objetivos inicialmente
proclamados fueron diluyéndose en la práctica y, como ha escrito
recientemente Humberto Ortega, del «radicalismo» pasamos al «realismo
político». Las luchas en defensa de la propiedad las tierras y las
fábricas entregadas apresuradamente a campesinos, trabajadores y
cooperativistas adquirieron relevancia. Sin embargo, y
lamentablemente, esas luchas sirvieron para encubrir la apropiación
indebida de medios y bienes que hicieron algunos dirigentes
sandinistas para su beneficio personal.
Esta «piñata»
debilitó la indiscutida fuerza moral y ética que tenía el
sandinismo. Con la derrota electoral se diluyó también la conducción
colectiva. Y Daniel Ortega quien se mantuvo a la cabeza del partido
fue convirtiéndose en el principal y casi único representante del
FSLN y en el negociador de todas las luchas sociales.
Por su parte, el
movimiento social que no estaba en capacidad de representarse a sí
mismo, acostumbrado a depender de la dirección de «la vanguardia»,
carente de autonomía y personalidad política propia, terminó
siendo mediatizado por los intereses políticos del núcleo
danielista, ya penetrados por los intereses económicos del emergente
«grupo económico sandinista». Las organizaciones populares, que al
inicio hicieron esfuerzos de resistencia al proceso de contrarrevolución
e implantación del neoliberalismo en el país, terminaron muy pronto
sometidas a los imperativos políticos impuestos por la dirección del
FSLN. Así, las luchas de carácter popular pasaron a ser controladas
por intereses políticos y no fueron el resultado de la dinámica
propia de los sectores sociales. En las luchas se incluyeron
demostraciones artificiales de fuerza, que pasaban rápidamente a la
confrontación con métodos violentos, lo que anulaba las
posibilidades de masificar y legitimar la resistencia popular al
neoliberalismo. Cada una de estas confrontaciones violentas concluía
con las negociaciones directas de Ortega con el Gobierno de Violeta
Chamorro, sustituyéndose así la legitimidad de la lucha y el
liderazgo de sus dirigentes populares por el liderazgo de Ortega y la
priorización de sus particulares intereses. Esta dinámica duró
varios años. 1997 marca el punto de agotamiento de las luchas
populares: una y otra vez instrumentalizadas desde arriba, se
evidenciaron ineficaces para lograr algún resultado significativo
para los intereses de la gente.
Pactos y
componendas
En el Congreso
Sandinista de 1998, en un contexto estremecido por las acusaciones de
violación sexual interpuestas por su hijastra Zoilamérica, Ortega
selló su viraje hacia la derecha dando su respaldo a la corriente del
FSLN denominada «Bloque de Empresarios Sandinistas» e incrementando
sustantivamente las cuotas de poder que ya tenían al interior del
FSLN.
En su alocución de
cierre de aquel Congreso, Ortega, de manera unilateral e inconsulta,
anunció su decisión de deponer la lucha popular para emprender el
camino de la transacción y los pactos, camino que ya había iniciado
en 1997 negociando con Arnoldo Alemán recién llegado al Gobierno
la Ley de la Propiedad Reformada, Urbana y Rural. A partir de ese año
se inicia un proceso de transacción con este corrupto gobernante y
con su Partido Liberal Constitucionalista (PLC). El proceso concluyó
con un pacto entre las cúpulas políticas del FSLN y del PLC, que
desembocó en una nueva y antidemocrática Ley Electoral y en reformas
a la Constitución para aumentar los altos cargos del Estado,
repartidos por Alemán y Ortega entre sus allegados. A partir de
entonces se hicieron evidentes las contradicciones que con la
corriente pactista encabezada por Ortega tenían varios diputados
sandinistas en el Parlamento. Víctor Hugo Tinoco y yo misma
cuestionamos firmemente el pacto, pero mientras avanzaba en
componendas prebendarías con Alemán y la derecha, Ortega aplicó la
represión interna, las purgas al estilo estalinista y todo tipo de
maniobras para aniquilar cualquier expresión crítica en el seno del
FSLN.
Lo más grave del
pacto FSLN–PLC fue el compromiso asumido por Ortega de desmovilizar
las fuerzas sociales y neutralizar cualquier lucha popular. Con el
pacto, se terminaron todas las resistencias a las privatizaciones, a
las políticas del FMI y del Banco Mundial y a las diversas
expresiones de los planes de ajuste estructural. El pacto se expresó
también, aunque calladamente, en numerosas negociaciones subterráneas
en torno a la propiedad. Con ellas se incrementó el capital del
emergente grupo económico sandinista, integrado también por ex
dirigentes obreros y campesinos, que ya para entonces usufructuaban
propiedades negociadas en los Acuerdos de Concertación con el
Gobierno de Violeta Chamorro y ahora repartidas en el pacto con Alemán.
Estas oscuras negociaciones permitieron también, sin ninguna denuncia
u oposición del FSLN, que Arnoldo Alemán desplegara la corrupción más
galopante nunca antes vista en Nicaragua. Así creció el nuevo grupo
económico emergente liderado por Alemán, el nuevo socio de Daniel
Ortega. Con la exclusión y el aislamiento de líderes históricos del
sandinismo, y con la supresión de la conducción colectiva, las bases
sandinistas, desprovistas de información adecuada, de educación política
y no entrenadas en el debate, huérfanas del instrumental ideológico
para enfrentar las nuevas condiciones nacionales, terminaron
asumien– do como único liderazgo el del secretario general del FSLN, Daniel Ortega. Están ahí las causas más inmediatas del
caudillismo que hoy él ostenta. La lógica de la democracia liberal
provocó también una aguda lucha al interior del FSLN en el afán de
ser designados para ocupar los cargos institucionales mejor
remunerados y con más privilegios. Nombrar a los principales
dirigentes de las organizaciones populares en cargos institucionales
se convirtió también en un mecanismo para cooptarlos.
Gobierno pro
yanqui
Este proceso,
iniciado durante el Gobierno de Violeta Chamorro, agudizado por el
pacto con el PLC durante el Gobierno de Alemán, encontró al FSLN en
2001, cuando llega al Gobierno Enrique Bolaños, en estado de
descomposición.
Aunque ganó las
elecciones dentro del PLC el partido de Alemán, Bolaños se
enfrentó inmediatamente a Alemán acusándolo por corrupción. Daniel
Ortega aprovechó la situación de inestabilidad que esta decisión
creó y, en vez de asumir a fondo la lucha contra la corrupción,
encarnada en Alemán, escogió el camino de «jugar a tres bandas»:
pactar con Bolaños o con Alemán según conviniera a sus intereses.
Todo esto explica por
qué, a pesar de las grandes presiones de las bases sandinistas, y de
la población en general, las posiciones de la dirección del FSLN
ante la corrupción de Alemán y de su gobierno fueron prácticamente
inexistentes. No fue hasta que Ortega logró pactar con Bolaños el
control del Parlamento y otras prebendas, que el «danielismo» hay
que llamarlo así, y no sandinismo dio sus votos para suspenderle la
inmunidad a Alemán. No fue hasta entonces que Ortega dio la orden a
una jueza sandinista para que dictara contra Alemán una sentencia
condenatoria.
Bush y Bolaños
La permanente
intromisión del Gobierno de EEUU en el escenario político de
Nicaragua, su odio visceral contra el sandinismo y la actitud sumisa
ante el Gobierno Bush del presidente Bolaños fracturaron el precario
equilibrio del pacto Ortega–Bolaños y favorecieron, con nuevos bríos,
el «repacto» Ortega–Alemán (para entonces, ya condenado a 20 años
de «prisión», que cumple en su cómoda hacienda personal). Hasta
esa prisión–hacienda llegaron innumerables veces Daniel y sus
allegados a reunirse con Alemán, y en la borrachera de su maridaje
ambos firmaron nuevos «acuerdos estratégicos» (¡con un reo
condenado a 20 años por robo descarado del erario público!). En
enero de 2004, una de esas reuniones quedó plasmada, como prueba
imborrable del contubernio, en una ignominiosa fotografía que es hoy
icono de la traición a los ideales del sandinismo.
Los compromisos entre
Alemán y Ortega van hoy más allá de lo que aflora a luz pública:
el reparto de todos los puestos públicos importantes, el reparto de
sentencias judiciales una para vos, otra para mí, el reparto de
fondos desde la Asamblea Nacional uno para vos, otro para mí, el
reparto de leyes, el reparto de jueces y magistraturas... Además,
este reparto la realizan con un descarado despliegue de poder inmune e
impune, como una forma de sembrar el temor generalizado. Hoy, las
decisiones de todas las instituciones del Estado en Nicaragua penden
de manera directa de la voluntad de Alemán o de Ortega. Ambos
caudillos imponen su voluntad al margen de la justicia y de las leyes.
La percepción compartida de la mayoría de los nicaragüenses es que
estamos en manos de dos grupos mafiosos.
A esta trágica
situación hay que sumar que muchos de los actuales dirigentes del
FSLN se han «convertido» a grupos religiosos fundamentalistas y
supersticiosos, haciendo de la militancia política y de la magia
religiosa una confusa mezcla, en la que los delitos se transmutan en
pecados y el «amor» se ha vuelto la bandera política del FSLN. Esto
ha coincidido, no de manera casual, con otro pacto, el amarrado entre
el cardenal Miguel Obando enemigo frontal de la revolución
sandinista y de la iglesia popular durante los años 80 y la familia
Ortega–Murillo (esposa de Ortega y lideresa de la nueva «espiritualidad»),
tras favores de Ortega a Obando, aprovechando los espacios del FSLN en
el Poder Judicial y el Poder Electoral, hoy presidido por un protegido
de Obando, gracias al respaldo de Ortega.
El viraje del
cardenal comenzó cuando se hizo claro que las raíces de la corrupción
del Gobierno Alemán tocaban también a la jerarquía católica y a
instituciones ligadas a ella. Entre los privilegios gozados al amparo
de la corrupción, el más conocido fue la introducción al país,
libre de impuestos, de centenares de vehículos de lujo para allegados
del cardenal, a través de COPROSA, su ONG.
La mayoría, más
pobre
Durante estos años
el neoliberalismo ha logrado desmontar casi todas las transformaciones
sociales que hizo la revolución en los años 80 y ha instalado un
capitalismo voraz e inhumano. Se han privatizado los servicios públicos,
se ha entregado nuestra economía a capitales transnacionales, se ha
cedido el territorio nacional en concesiones mineras y forestales, se
impulsa la privatización de la salud y de la educación. Florecen
lujosos comercios, gasolineras, casinos... Para la gran mayoría del
pueblo no queda otro camino que los mal pagados empleos de las
maquilas, la emigración o la supervivencia en la más absoluta
pobreza y falta de oportunidades.
Los líderes
oficiales del FSLN no han hecho nada para enfrentar el despojo hecho
al pueblo de los logros revolucionarios y la cancelación de sus
esperanzas en un futuro digno. Peor: también ellos han participado en
ese despojo a través de las instituciones estatales que controlan y
de las empresas que manejan. Sólo les queda la retórica
revolucionaria, y la única «oposición» que practican se orienta a
controlar más puestos de poder. –
A principios del año
2005, un numeroso grupo de sandinistas inició un movimiento político
para postular al entonces saliente alcalde de Managua, el sandinista
Herty Lewites, como candidato presidencial del FSLN. Correspondía
resolver la aspiración de Lewites en elecciones primarias internas,
según lo establecen los estatutos del FSLN. Sin embargo, la respuesta
de la dirigencia oficial fue la eliminación de las primarias y la
proclamación ilegal y arbitraria de Daniel Ortega como candidato
presidencial del FSLN, por quinta vez y tras tres derrotas
consecutivas.
La supresión de las
primarias presidenciales fue acompañada de la expulsión del FSLN,
sin que mediara ningún procedimiento legal, de Lewites y de Víctor
Hugo Tinoco. Toda suerte de descalificaciones fueron lanzadas contra
Lewites y quienes le apoyaban: «agentes del imperialismo», «agentes
de la derecha», «enemigos de los intereses populares»...
Descalificaciones inconsistentes, pues Lewites había sido siempre una
de las personas de más confianza del propio Daniel hasta que osó
desafiarle en su candidatura presidencial. Tinoco había sido
vicecanciller del Gobierno sandinista y era miembro de la Dirección
Nacional del FSLN, aunque desde el comienzo se opuso al pacto con Alemán.
Estos actos
autoritarios y arbitrarios concitaron un repudio generalizado del
sandinismo y contribuyeron a ir aglutinando en torno a Lewites a
sandinistas que durante estos años fueron marginados por Ortega:
Comandantes de la Revolución como Víctor Tirado, Henry Ruiz y Luis
Carrión, intelectuales como la escritora Gioconda Belli, el poeta
Ernesto Cardenal y el cantautor Carlos Mejía Godoy, Comandantes
Guerrilleros como Mónica Baltodano y Rene Vivas... y a un sinnúmero
de líderes y militantes de base, que finalmente organizaron el
Movimiento Por el Rescate del Sandinismo (MPRS), una fuerza política
dispuesta a rescatar los valores e ideales sandinistas y a apostar por
un proyecto que transforme integralmente la situación de nuestro país.
Como objetivo de
corto plazo, el MPRS decidió construir una alternativa electoral para
noviembre de 2006. En agosto de 2005 nos aliamos con el Movimiento
Renovador Sandinista, fundado en 1996 por el escritor Sergio Ramírez
y la Comandante Dora María Téllez. En mayo, con el Partido
Socialista Nicaragüense, el Partido de Acción Ciudadana y el Partido
Verde Ecologista. Otras alianzas incluyen hoy a movimientos políticos
y sociales no partidarios, como CREA (Cambio, Reflexión, Etica y Acción)
que aglutina a miembros de la Juventud Sandinista y a combatientes
de la defensa de la revolución en la década de los 80, al
Movimiento Autónomo de Mujeres y a asociaciones de víctimas de
plaguicidas (Nemagón). Más recientemente se sumó el Comandante
Guerrillero Hugo Torres, general retirado del Ejército Sandinista,
reconocido por su participación en acciones heroicas en la lucha
contra la dictadura somocista.
El cartel de la
derecha
A las elecciones de
noviembre, la derecha concurre con dos fuerzas: el PLC de Arnoldo Alemán
y una nueva agrupación liberal–conservadora, la ALN–PC, que trata
de distanciarse de la corrupción y de los estilos mafiosos de Alemán
y del PLC. La ALN–PC cuenta con el respaldo del gran capital
nacional y, especialmente, con el beneplácito del Gobierno de Estados
Unidos, que ha hecho y seguirá haciendo lo imposible por unir a ambos
grupos.
El escenario
electoral nicaragüense está este año muy lejos de la polarización
de contiendas anteriores, donde los votantes tenían que decidir
siempre entre sandinismo y antisandinismo, pero donde los sandinistas
tenían una única representación: el FSLN y Daniel Ortega como
candidato. Este año, la Alianza MRS es la nueva fuerza política de
izquierda, que reclama un cambio profundo para Nicaragua y una
refundación del sandinismo para poder responder a las
transformaciones que requiere nuestro país.
La organización de
esta nueva alternativa electoral sandinista fue urgida por miles de
sandinistas opuestos al continuismo y a la corrupción de Daniel
Ortega. Nos negamos a concurrir a las elecciones con una camisa de
fuerza basada en la lógica de que no importa qué hagan los
dirigentes, qué intereses favorezcan o cuán cuestionables sean sus
conductas, porque al final los sandinistas tenemos que «cerrar filas»
y votar por los candidatos que la cúpula «danielista» nos haya
impuesto, porque de lo contrario «sos un traidor pro imperialista».
Ciertamente, el
discurso de Ortega y sus acercamientos oportunistas a líderes de la
izquierda latinoamericana buscan mostrarlo como un izquierdista
radical. Lamentable– mente, fuera de Nicaragua se desconoce la
esquizofrenia del FSLN y de sus dirigentes: en la boca un discurso de
izquierda y en la vida una práctica política corrupta y favorecedora
del neoliberalismo y de los intereses de la derecha.
Herty Lewites
El programa y el
discurso del candidato original de la Alianza MRS, Herty Lewites, eran
moderados, no comprometidos demagógicamente con cambios para los
cuales no existe aún una correlación favorable en Nicaragua. Lewites
se proclamó de centro–izquierda y sin duda lo era, pero dentro de
las fuerzas que lo acompañaban hay mucha gente que ha luchado y sigue
resistiendo resueltamente el modelo imperante con radicalidad. Hoy, la
realidad nicaragüense reclama cambios institucionales y legales
inmediatos y en este objetivo podemos encontrarnos distintos sectores,
aun desde matices y diferencias ideológicas, sabiendo que después de
las elecciones otras luchas están por hacerse.
Herty Lewites era un
sandinista con larga trayectoria en el sandinismo y un hombre que
contaba con respaldo y simpatía en amplios sectores del pueblo, más
allá del sandinismo, por su capacidad para hacer cosas a favor de la
gente. Era una opción de centro–izquierda. Su candidatura
presidencial abrió una oportunidad para superar el pactismo, la
corrupción, el desprestigio de la clase política y el sometimiento
de la nación a los intereses de Daniel Ortega y de Arnoldo Alemán.
Después de 15 largos años de neoliberalismo y de corrupción, las
fuerzas de izquierda y las fuerzas progresistas teníamos la
oportunidad de empezar a cambiar las cosas.
Herty Lewites falleció
de una dolencia de corazón el pasado 2 de julio. Su muerte puso fin a
35 años de militancia en el Frente Sandinista de Liberación
Nacional, de donde fue expulsado por reivindicar elecciones internas
dentro del partido para que la militancia pudiera elegir su candidato
a la presidencia de la República. Fue alcalde de Managua por el FSLN
durante el período 2000–2004, considerándose su gestión la más
brillante de la historia de Nicaragua en la alcaldía capitalina.
Tras su muerte, el
MRS eligió como candidato a Edmundo Jarquín, abogado, economista y
ex diplomático del Gobierno sandinista, quien acompañaba a Lewites
para el puesto de vicepresidente. Desde joven combatiendo a la
dictadura somocista, Jarquín ha estado en política formando parte
del sandinismo. Al pasar a ser candidato presidencial, su lugar a la
vicepresidencia ha sido ocupado por el cantautor Carlos Mejía Godoy.
De Carlos Mejía puede decirse que no es sólo un cantor popular, es
también un político que puso melodía y letra a las razones de la
insurrección antisomocista y a los objetivos de la revolución
sandinista. Y al hacerlo construyó ideología, educó y concienció
masivamente, generó identidad y dio protagonismo al pueblo. Todas
ellas, tareas políticas.
Hagámosle un favor a
Nicaragua: acabemos de una vez por todas con el mito de que el FSLN es
izquierda
¿Hacia dónde ha
transitado el FSLN
Por José Luis Rocha
Revista Envío Nº
268, Universidad Centroamericana (UCA), julio 2004
Veinticinco años
después del triunfo de la revolución sandinista, planean sobre los
ensombrecidos cielos de la izquierda mundial muchos interrogantes
sobre el FSLN, sobre su presente, sobre su futuro. Intentamos
responder a algunos, no sin dolor. Pero con una renovada esperanza en
la fuerza ética y transformadora del sandinismo.
En Nicaragua, el
derrumbe de los socialismos reales no sólo sacudió el mundo de las
ideas, ocasionando lo que algunos han llamado el ocaso de las ideologías.
Aquel colapso coincidió en el tiempo con el fin de una década de
gobierno sandinista y, con él, de nuestro tropical experimento
socialista: regulación de precios, control estatal de las
exportaciones, reforma agraria, monopolio de la producción ideológica
y, como está explícitamente propuesto por Marx en el Manifiesto
Comunista, confiscación de la propiedad de los sediciosos,
centralización del crédito en manos del Estado y monopolio
exclusivo, multiplicación de las empresas fabriles pertenecientes al
Estado y de los instrumentos de producción, roturación de los
terrenos incultos y mejoramiento de las tierras, según un plan
general.
Algunos notables
logros de la revolución
El Estado como eje de
acumulación, la socialización de la propiedad de los medios de
producción y la promoción de grandes empresas agroindustriales
–contrapuestas a una economía campesina percibida como atrasada–
fueron algunas concreciones de un paradigma que en los años 80 –y
desde mucho antes– se presentaba indisolublemente ligado a las
posiciones de izquierda. La experiencia nicaragüense aportó también
elementos innovadores: cierto grado de economía mixta, alianza con
algunos sectores de la burguesía a los que se abrió espacios en el
gabinete de gobierno, respeto por la religión e inclusión de
sacerdotes en el gabinete de gobierno.
Los logros de la
revolución fueron notables. El experimento socialista se anotó una
buena puntuación en muchos terrenos. Una radical reforma agraria
transformó los patrones de tenencia de la tierra. En 1979, de los 8
millones de manzanas bajo explotación agropecuaria, casi 3 millones,
el 36%, estaban repartidas en propiedades superiores a las 500
manzanas. Las finquitas de menos de 50 manzanas sólo representaban el
17.5% de la tierra en explotación. En 1988, dos años antes de la
derrota electoral del FSLN, de esas 8 millones de manzanas, el 48%
integraba ya el sector reformado, el sector privado se había reducido
a 3.7 millones de manzanas, y las grandes propiedades de más de 500
manzanas abarcaban solamente medio millón de manzanas (6.4%). Casi la
cuarta parte de las tierras agrícolas de Nicaragua pasaron a ser
explotadas de forma colectiva, en cooperativas y empresas
agropecuarias estatales: conforme al paradigma impulsado por la
revolución.
Una gigantesca
cruzada de alfabetización redujo el analfabetismo de 51% a 13% en
apenas cinco meses. La educación de adultos le dio continuidad a esta
empresa. Estas hazañas, junto a las jornadas populares de salud y los
cortes de café voluntarios –esfuerzos en los que participaban
estudiantes y funcionarios estatales de las ciudades– fueron una
masiva escuela de concientización nacional e hicieron realidad la muy
justa causa marxista de aproximar campo y ciudad. La democratización
del acceso al crédito, a los servicios de salud y a las medicinas,
una política tributaria que apuntaba hacia la equidad y la disolución
de la represiva Guardia Nacional fueron otras transformaciones
realmente colosales.
Éste es un brevísimo
catálogo de las que en los años 80 solíamos llamar “conquistas
revolucionarias”. Ante su seductora memoria nos preguntamos: ¿Qué
falló? ¿Y por qué seguimos pagando hasta el día de hoy el precio
del fracaso de la izquierda? ¿Tendría razón Hölderlin cuando
sostuvo que lo que siempre ha convertido al Estado en un infierno en
la tierra es justamente el intento del hombre de transformarlo en su
paraíso? Las valoraciones de la izquierda en Nicaragua oscilan entre
los partidarios de la tesis de “la gran estafa” y quienes se empeñan
en rescatar elementos positivos distinguiendo entre el FSLN como
partido y como experiencia histórica.
El FSLN actuó y
actúa compartiendo vicios de la cultura política
Quizás aún es
prematuro atinarle a las razones globales del fracaso, si es que las
hay. Quizás nunca sabremos cuánto del colapso económico de los años
80 es atribuible a los efectos de la guerra y cuánto a políticas
incorrectas, socialistas o no socialistas. El apoyo técnico y
financiero del gobierno estadounidense a la contrarrevolución armada
fue contundente y la guerra tuvo efectos directos e indirectos que
forzaron a todo tipo de golpes de timón en el gobierno
revolucionario. A veces profundizando el cambio, como ocurrió con la
aceleración de la reforma agraria. A veces torciéndole el brazo a
las transformaciones, como cuando a final de los 80 se redujo drásticamente
la inversión social. Sin embargo, sabemos que la guerra, aun con sus
magnitudes, no fue el factor determinante de todas las políticas.
No sabemos, y quizás
no sabremos, el alcance de otros factores. ¿Sabremos algún día si
los partidos de oposición al FSLN querían sólo un somocismo sin
Somoza –como rezaban las consignas sandinistas– y no cambios más
sustanciales? ¿Algunos de esos partidos tenían aspiraciones capaces
de generar consenso y ser compatibles con la revolución? ¿Pudo haber
existido una relación más sana con la iglesia católica?
Algunas de estas
preguntas son insolubles. Otras esperan mejores luces, el fermento del
tiempo, nuevos conceptos, el ángulo de la distancia. Sin duda, el
proyecto del FSLN encarnó, en parte, la maldición a la que se ve
condenada toda izquierda, de acuerdo al filósofo italiano Norberto
Bobbio: Manteniendo inalterable su vocación utópica, la izquierda se
autodestruye en el momento mismo en que trata de autorrealizarse. La
meta es demasiado elevada para poder alcanzarla con los medios de la
política, que son la fuerza o el consenso. Si usas la fuerza,
destruyes la libertad, que es el fin mismo de la gran utopía. Si
quieres apoyarte en el consenso, te ves obligado a atenuar y
dulcificar tus propuestas de transformación radical de la sociedad
hasta hacerlas irreconocibles.
En el gobierno, el
FSLN forzó y fue intolerante. Ahora parece ceder demasiado, o incluso
totalmente. Pero más allá de las aporías o maldiciones eternas de
la izquierda, el principal problema de esa izquierda que quiso ser y
pretende seguir siendo el FSLN es el hecho de que, en lugar de ser un
rectificador de la cultura política nacional, actuó entones y actúa
hoy subsumido en esa cultura, compartiendo y reproduciendo todos sus
vicios.
1944: nace el
Partido Socialista
Tras el asesinato de
Augusto C. Sandino y el derrocamiento de Juan Bautista Sacasa,
Anastasio Somoza García asumió la Presidencia de la República en
1936. Empleó como plataforma política al Partido Liberal
Nacionalista, en aquellos años considerado como el partido más
progresista, y se presentó como un personaje opuesto a la tendencia
centro–derechista de Sacasa, un Presidente miembro de la oligarquía,
poco interesado en obreros, mucho menos en campesinos.
Los años de la
depresión económica habían hecho descender los salarios. Esta
situación motivó una serie de huelgas que acrecentaron la
inestabilidad del gobierno y crearon un clima propicio para el golpe
de estado dirigido por Somoza. Como mediador en estas huelgas,
otorgador de concesiones a los sindicatos y administrador de
represiones dosificadas empleando a la recién creada Guardia
Nacional, Somoza proyectó una imagen de aliado de los obreros, al
tiempo que incentivaba el oportunismo de algunos de sus líderes.
También supo
explotar las expectativas de un Código del Trabajo que diera licencia
al libre sindicalismo. Durante la primera década de su mandato,
Somoza apareció como el primer dirigente político que puso atención
a los problemas del movimiento obrero.
Incluso antes de que
Somoza subiera al poder, el Partido Trabajador Nicaragüense
(1931–1938) fue el primer abanderado del sindicalismo nicaragüense
que luchó por un código laboral. El Código fue promulgado
finalmente por el Congreso en 1944, año en que salió a la luz pública
el Partido Socialista de Nicaragua (PSN). En ese tiempo los sindicatos
ligados al PSN tenían mucho vigor: zapateros, tipógrafos,
carpinteros, albañiles y jornaleros se atrevían a reclamar sus
derechos, a emitir pronunciamientos y a emprender un vigoroso
reclutamiento de afiliados. En 1948 decayeron cuando los trabajadores
comprobaron que el Código no llegó a ser la panacea que esperaban y
vieron a algunos dirigentes entenderse con el régimen somocista. El Código
jamás tuvo plena aplicación. En ese contexto de debilidad sindical,
Somoza decidió pactar con la patronal opositora y dejar de ser el
“Jefe obrero”. En 1950 firmó con Emiliano Chamorro el acuerdo que
le permitió una alianza con la oligarquía conservadora destinada a
perpetuar su dominio.
En el otro extremo
del espectro político, el financiamiento de infiltrados en la cúpula
del PSN permitió a Somoza mantenerse informado y sofocar
oportunamente las actividades de ese partido. De las filas del PSN
–debilitado y en competencia por liderar la oposición con el
ambivalente y a veces oportunista Partido Conservador– emergió
Carlos Fonseca Amador, el fundador del FSLN. En 1957, Carlos Fonseca
fue enviado por el PSN a Moscú y regresó maravillado por los avances
económicos y en materia de justicia social. En Un nicaragüense en
Moscú, Fonseca no le regateó elogios al socialismo soviético.
1959: la revolución
cubana cambia el guión
La victoria de la
revolución cubana imprimió un giro a la política de izquierda en
Nicaragua y en toda América Latina. El recién creado FSLN decidió
no esperar al tránsito por una etapa de mayor desarrollo económico
–como aconsejaban las leyes del materialismo histórico– y
renunciar a una toma del poder por la vía electoral como proponía el
Partido Comunista soviético por necesidades diplomáticas y por
influjo del Engels tardío que valoró la lucha política legal y la
participación parlamentaria.
A principios de los años
60, una enorme cantidad de jóvenes de la Juventud Socialista Nicaragüense
migraron hacia el más prometedor FSLN, como parte de un
cuestionamiento de los jóvenes al “anquilosamiento político de los
viejos” y a su poco operativo “pacifismo”. El éxito de la
guerrilla cubana impuso un modelo de lucha, cuya tradición conectaba
directamente con la guerrilla de Sandino. Era difícil para un joven
socialista no ser atraído por la apasionante prédica de la lucha
armada: armas o nada. En 1967, se recrudeció un debate al interior
del PSN en torno a la opción por la lucha armada, que culminó en su
división y en el surgimiento del Partido Comunista de Nicaragua. Años
después, encontraremos a ese Partido Comunista engullido nada menos
que por el Partido Liberal Constitucionalista (PLC) de Arnoldo Alemán,
a cambio de diputaciones y otras prebendas burocráticas.
Aunque el PSN creó
posteriormente la Organización Militar del Pueblo (OMP)
–responsable de algunas escaramuzas antisomocistas–, y pese al
reducido número de sus integrantes, el FSLN ya se había perfilado
como vanguardia indiscutible de la lucha armada. Tras el triunfo de la
revolución, los miembros de la OMP fueron absorbidos por el Ejército
Popular Sandinista, la Policía Sandinista y la Central Sandinista de
los Trabajadores, con notorias desventajas para quienes no habían
sido combatientes.
Los años 80: el
trigo con la cizaña
La estrategia de
alianzas del FSLN fue muy hábil y logró integrar a miembros
destacados del Partido Conservador, empresarios, profesionales de
renombre y sacerdotes. “Los muchachos” –como cariñosamente
llamaba la gente a los combatientes del FSLN– conquistaron las
simpatías de un amplio sector de la población nicaragüense y,
posteriormente, el poder mediante una estrategia militar de ataques
simultáneos a diversas ciudades, procurando integrar civiles a la no
muy voluminosa legión de combatientes sandinistas. Las armas, que
dieron el poder, dieron después la autoridad para reclamar cargos y
privilegios.
Una vez asentado el
FSLN en el poder, junto a los logros ya mencionados fueron apareciendo
las aberraciones. Trigo y cizaña entrelazados. Fue ostensible el
desmantelamiento del sistema financiero nacional por unas políticas
de sistemáticas condonaciones de las deudas y la subsiguiente falta
de credibilidad de los ahorrantes. El crédito fue un instrumento del
Estado–partido para constituir y reforzar una clientela política.
El excesivamente tardío
y muy segmentado reconocimiento del aporte económico y de las
particularidades culturales de la economía campesina –poco
respetadas por la presión orientada hacia el colectivismo
agropecuario–, sumado a las confiscaciones abusivas y arbitrarias y
a la distorsión de los precios nacionales respecto del mercado
centroamericano, dieron base social a la contrarrevolución armada en
las zonas rurales. El gobierno estadounidense le proporcionó el
sustento financiero. Finalmente, la imposición del Servicio Militar
Patriótico en 1984 y el palmario deterioro de la economía terminó
de socavar la base social del FSLN.
Las presiones
internacionales pusieron en jaque al gobierno sandinista. Las
posibilidades de transformación estuvieron minadas desde el principio
por la contrarrevolución armada, por la adversa propaganda
estadounidense y por la clausura de las relaciones con los organismos
financieros multilaterales. En búsqueda de una legitimidad externa
que mejorara su posición y en la negociación de los acuerdos de paz
con la cúpula de la contrarrevolución, el FSLN convocó a unas
elecciones adelantadas, que perdió inesperada y aparatosamente frente
a la UNO, una coalición opositora de 14 partidos, encabezada por
Violeta Barrios, viuda del periodista y empresario Pedro Joaquín
Chamorro, asesinado en enero de 1978 por mercenarios del somocismo.
En el principio,
“mística sin fisuras”
Para quienes apoyábamos
el proyecto revolucionario, los defectos del gobierno sandinista se
hicieron más ostensibles tras su derrota. No sólo eran más
visibles, también eran más grandes. Con mucho tino y sin un ápice
de exageración afirma el teólogo José María Castillo que los
defectos son como los cuernos: con la edad, crecen. Los defectos del
FSLN crecieron y siguen creciendo en demasía.
El más escandaloso
de todos fue la emulación de Somoza y de tantos otros gobernantes
nicaragüenses al apropiarse del patrimonio público. La distribución
de bienes del Estado entre la cúpula del FSLN, apodada popularmente
como “la piñata”, degradó el capital ético del FSLN. Durante la
lucha contra Somoza, era proverbial la honradez de “los
muchachos”. La leyenda cuenta que el sandinista Jorge Navarro caminó
a pie desde un extremo a otro de Managua para ahorrase los 25 centavos
del autobús, mientras cargaba 50 mil córdobas que un comando del
FSLN había “recuperado” en el asalto de un banco.
“Como los santos”
se titula un poema de Leonel Rugama. En él cuenta las hazañas de los
héroes de América, colocándolas a la par de las de los primeros
sandinistas. El escritor Sergio Ramírez señala que esos primeros
combatientes vivieron con una mística sin fisuras, con un sentido de
tránsito, de provisionalidad respecto a la propia vida, y para eso se
requería una convicción casi religiosa. El sacrificio hacía posible
abrir las puertas del paraíso, pero un paraíso para otros, en la
tierra. No se llegaría a divisar, ni de lejos, la tierra prometida.
Pero había que vivir como los santos.
Hoy “no caben
todos en el palco”
Los comandantes de la
revolución demostraron la misma avidez de los capitalistas que combatían.
Su corrupción fue denunciada con tristeza y esperanza en el
sandinismo por Eduardo Galeano: ¿Termina el sandinismo en algunos
dirigentes que no han sabido estar a la altura de su propia gesta, y
se han quedado con autos y casas y otros bienes públicos? Seguramente
el sandinismo es bastante más que esos sandinistas que habían sido
capaces de perder la vida en la guerra y en la paz no han sido capaces
de perder las cosas.
Lo más grave fue que
con este proceder sólo reforzaron al extremo dos de las inamovibles
columnas de la cultura política nacional: el Estado–botín –el
Estado como fuente inagotable de ingresos desmesurados y
compensaciones para quienes han llegado al poder– y la impunidad. Si
sigue siendo válido que el ser social determina la conciencia social,
no hay duda de que esta dirigencia, ahora adinerada y plena de
empresarios, está muy distanciada de los estilos de vida e intereses
de sus pobres seguidores. El lugar hermenéutico desde el que se
piensa la política es muy condicionante. Como Kierkegaard señaló:
no se piensa lo mismo en una choza que en un palacio. Si sigue siendo
válida la dicotomía derecha–izquierda como la que distingue entre
quienes quieren suprimir y quienes quieren perpetuar la sociedad
fundada en la explotación, un FSLN de empresarios que han hecho su
fortuna a costillas de la magra riqueza pública no cabe como
izquierda.
La política como
conflicto entre derecha e izquierda nació en Versalles, en agosto de
1789, en la turbulenta Asamblea Constituyente. Durante la revolución
francesa, derecha indicó apego a la estructura jerárquica y de
privilegio e izquierda expresó el deseo de romper esa estructura.
Hoy, los dirigentes del FSLN parecen sentirse muy a sus anchas en un
mundo con estructuras jerárquicas claramente definidas. Así lo
expresó el General Humberto Ortega a principios de los años 90, según
recogió el cineasta nicaragüense Félix Zurita en su documental
“Nicalibre”. Hay una jerarquía –dijo Ortega, comparando la
sociedad con un estadio de baseball–. Al estadio entran cien mil,
pero en el palco caben quinientos. Por mucho que usted quiera al
pueblo, no puede meterlos a todos en el palco.
No al
pluralismo, no a la gestión del consenso
El carácter no
abierto a la pluralidad de posiciones, el fundamentalismo de izquierda
que no tolera el disenso venga de donde venga y la infalibilidad de la
dirigencia revolucionaria elevada a la condición de dogma estuvieron
muy presentes durante los años 80 y siguen siendo un rasgo acusado
del FSLN. Basta ver el trato reservado por el partido a sus
disidentes.
Un vicio del FSLN ha
sido la pretensión de suprimir la pluralidad de posiciones que genera
la política y, con ello, la política misma. Tal como hizo notar
perspicazmente Hannah Arendt: La filosofía del conocimiento no quiere
que acabe el conocimiento, ni la filosofía cosmológica pretende
abolir el universo, pero en cambio la filosofía política parece
suponer que sólo obtendrá auténtico éxito cuando la política
quede suprimida. El FSLN parece encajar en esta caracterización.
Ciertamente, la
revolución sandinista supo generar aspiraciones colectivas. Pero su
negación del pluralismo le impidió traducir esas aspiraciones en un
consenso nacional que sirviera de base y apoyo para la construcción
de un Estado Nacional. Observadores externos que miraron la revolución
con mucha simpatía tuvieron que concluir que el disentimiento
tolerado era puramente cosmético y que la censura era equivocada y
peligrosa. En los años 80 las ciencias sociales, la música y la poesía
revolucionaria se subordinaron al poder. La paranoia y la
susceptibilidad ideológicas se convirtieron en un fardo para un
genuino proyecto de izquierda. Lo son siempre y así lo señala el
cientista social francés André Gorz: Una izquierda que pierda la
relación con la libertad pierde también la propia razón de ser y se
cristaliza, a expensas también de sus promotores, en aparato de
dominio.
Alianzas que
colapsaron
El discurso del
FSLN,
imitativo del marxismo, fue enfrentado por un discurso opositor
imitativo de toda la retórica anticomunista de la Guerra Fría de los
funcionarios del gobierno estadounidense. Los grupos de oposición
fueron incapaces de articular una crítica sustantiva contra el
gobierno sandinista, menos aún un proyecto alternativo. Pero eso no
debía haber conducido a su censura. Si se trataba de la importante
relación con los productores, el gobierno sandinista sólo estaba
abierto –y no siempre– a considerar las propuestas de los llamados
“empresarios patrióticos”, excluyendo de entrada a los individuos
no organizados y a las gremiales opositoras.
El FSLN subió al
poder apuntalado por amplios sectores que le dieron su respaldo, entre
ellos y en primer lugar por el Grupo de los 12, que reunía a
intelectuales, empresarios y sacerdotes. Tras el triunfo de la
revolución, muchas de las alianzas colapsaron. El FSLN fue muy hábil
en tejerlas antes del triunfo de la revolución y en exceso
intransigente para conservarlas a lo largo de los diez años y medio
de gobierno.
Antes de su primer año
de gestión, la Junta de Gobierno de Reconstrucción Nacional perdió
a Violeta Barrios y a Alfonso Robelo, representantes de la burguesía
opositora. Desde el inicio del gobierno, el FSLN se enfrentó a líderes
y a partidos de larga trayectoria antisomocista: a Virgilio Godoy y el
PLI, a Clemente Guido y el Partido Conservador, al Partido Popular
Social Cristiano, al Partido Comunista de Nicaragua y al Movimiento
Democrático Nicaragüense. Estos partidos habían formado parte del
Frente Patriótico de la Revolución, que pronto devino, según uno de
sus integrantes, Mauricio Díaz, del PPSC, en instrumento accesorio a
la política oficial, concebido para la venta a sus aliados de Europa
del Este como el equivalente de los frentes de la patria que allí
existieron y no como un proyecto estratégico de alianzas.
En el huracán que
siguió al fracaso electoral de 1990, decepcionados por la bancarrota
ética que significaba “la piñata”, se fueron desgranando del
FSLN intelectuales y personalidades. Fernando Cardenal, Ernesto
Cardenal, Carlos Tünermann, Sergio Ramírez, Onofre Guevara, Gioconda
Belli, Michelle Najlis y muchos más rompieron con el FSLN. Su
separación empobreció la producción ideológica y la calidad moral
del FSLN.
El verticalismo:
“bajando líneas”
El verticalismo fue
otra expresión de la infalibilidad de la dirigencia sandinista y de
su repliegue ante las posibilidades del diálogo. Las orientaciones
iban siempre de arriba abajo, desde la dirigencia hasta “las
bases”. El papel de las bases era esperar a que los líderes
“bajaran líneas” para entonces obrar en consecuencia. Los
“dirigentes” de los movimientos sociales esperaban a que de la cúpula
del partido “bajaran líneas” porque ellos no eran más que
cabecillas en espera de que las grandes cabezas les dieran
instrucciones.
La Asociación de
Trabajadores del Campo (ATC), la Unión Nacional de Agricultores y
Ganaderos (UNAG), la Asociación de Mujeres Nicaragüenses Luisa
Amanda Espinoza (AMNLAE) y la Asociación de Educadores de Nicaragua
(ANDEN) fueron algunas de las organizaciones que experimentaron ese
“diálogo” con una división estática del trabajo: uno habla y
otro escucha. El daño que el verticalismo del FSLN infligió a los
movimientos sociales es inmensurable. Actualmente, esta tendencia
sigue existiendo y continúa haciendo daño, cuando se
instrumentalizan, por ejemplo, las demandas de los gremios de
transportistas y de los estudiantes universitarios para demostrar que
el FSLN aún domina las calles.
Tiro de gracia
al pluralismo
Todos los vicios que
denunciamos tímida e insuficientemente en los años 80 se
multiplicaron en los siguientes tres lustros. El pacto entre Daniel
Ortega y Arnoldo Alemán, líderes del FSLN y del Partido Liberal
Constitucionalista (PLC) en el año 1999 fue el tiro de gracia al
pluralismo. El pacto canceló la participación de otros partidos políticos
en las elecciones: redujo la gran sábana electoral de 1996, con 24
partidos, a una servilleta electoral en las presidenciales de 2001,
con sólo 3 partidos, y eliminó las asociaciones por suscripción
popular, que permitían la competencia, al menos en la contienda
municipal, a candidatos independientes de los partidos políticos.
Esta maniobra redujo
la pluralidad formal de las representaciones políticas. La Asamblea
Nacional de 1997–2001 tenía 15 diputados no ubicados jurídicamente
ni en las filas del FSLN ni en las del PLC. Como resultado del pacto,
la Asamblea siguiente sólo dispone de un diputado no liberosandinista. En el pacto, FSLN y PLC repartieron entre los más
leales a Ortega y a Alemán todos los cargos de contralores y todas
las magistraturas del Consejo Supremo Electoral y de la Corte Suprema
de Justicia. No quedó en las instituciones del Estado, a excepción
del actual gabinete y de otras instancias adscritas al Ejecutivo, ni
un solo cargo importante ocupado por miembros de otros partidos políticos
o por ciudadanos no alineados bajo ninguna bandera partidaria.
Un cargo en el
gobierno: como una casa, como una finca
El pacto, con su
repartición de cargos, reforzó la cultura política patrimonialista
que entiende la posesión de un puesto en el Estado como una propiedad
personal y partidaria. El analista liberal León Núñez dice: Se
tiene un puesto en el Estado como se tiene una casa, una finca…El
sentido del derecho de propiedad sobre los puestos es tan arraigado
que podría afirmarse, sin temor a equivocación, que existe hasta un
patológico sentimiento de lo mío referido al puesto… En este país,
y esto ha sucedido siempre, quien tiene un puesto, tiende a
conservarlo; tiende a perpetuarse en él; en el poder. Como fruto del
pacto, el FSLN y muchos de sus miembros compraron y poseen sus puestos
–magistraturas, direcciones, procuradurías y decenas de juzgados–
como se tiene una casa o una finca.
En vísperas de las
últimas elecciones presidenciales del año 2001, y aspirando a
mejorar su capital social –quizás más ante los actores externos
que ante los nacionales– el FSLN creó la Convergencia Nacional, una
alianza con ex–miembros de sus filas y ex–adversarios. Los menos
maliciosos dentro del FSLN lo consideran más un “club de
personalidades” que de sumadores de votos. La Convergencia no será
una muestra de pluralismo mientras no se ceda a los aliados puestos
ganadores en las listas de diputados, mientras no se preste oídos a
sus impugnaciones del pacto y se les permita trazar líneas programáticas
en el plan del FSLN.
El caudillismo:
sin novedad en el frente
En El dieciocho
brumario de Luis Bonaparte, Marx recuerda que Hegel señaló que todos
los grandes hechos y personajes de la historia universal aparecen dos
veces. Marx agrega que Hegel olvidó aclarar que una vez aparecen como
tragedia y la otra como farsa. En la percepción de muchos nicaragüenses,
Daniel Ortega apareció como tragedia en los años 80. Muchos creemos
que ahora persiste como farsa.
El desgaste que ha
sufrido –entre otras razones, por la piñata, por el pacto con Alemán,
por tres fracasos electorales consecutivos, por la ruptura con
miembros destacados del FSLN, incluidos dirigentes históricos, por la
erosión de su imagen personal tras la acusación que por abuso sexual
le lanzó su hijastra Zoilamérica Narváez, y más recientemente por
el no esclarecido asesinato del periodista Carlos Guadamuz, uno de sus
grandes amigos– hace que su tozudez en permanecer como eterno
secretario general del FSLN y como candidato presidencial del FSLN sólo
se explique por el síndrome del caudillo, otro resorte de la cultura
política nacional que el FSLN mantiene activo.
El caudillismo es una
versión de lo que Marx llamó cesarismo. Significa la persistencia en
una concepción medieval del poder, cuando las relaciones sociales
estaban dominadas por la presencia física de quien ejercía el poder
y no existía una clara distinción entre la imagen concreta del jefe
y la idea abstracta del poder. El poder estaba indisolublemente ligado
a quien lo encarnaba.
Expresiones concretas
del caudillismo en el FSLN son la recurrencia a los tradicionales
tratos y reparticiones bilaterales bajo la mesa y el empecinamiento en
mantener en Nicaragua un sistema bipartidista por la vía de “las
planchas” de candidatos a diputados, confeccionadas siempre a
capricho del caudillo. Ya electos, esos diputados sólo reconocen
obediencia al caudillo y no a sus electores, con quienes jamás
dialogan ni consultan las leyes que los pueden afectar. El sistema
caudillista subsiste porque en la cultura política nacional existe un
desmedido culto a “el hombre”, como se designa siempre a quien
manda en cualquier ámbito político o laboral.
El caudillismo es un
factor permanente de demolición de la escasa institucionalidad
nacional y convierte al FSLN en un reproductor de los vicios de la
cultura política nacional. La intolerancia ante los liderazgos
alternativos al interior del partido rojinegro es sólo una rama más
de la intolerancia que también se expresa en el FSLN ante otras
posiciones y líderes políticos y sociales. Como Marx ya observó, al
reflexionar sobre el fin del culto napoleónico en la Francia de
principio del siglo XIX, se necesita una revolución espiritual para
abolir el cesarismo. Mientras no se supere el caudillismo en el FSLN,
no sólo no surgirán otros liderazgos sandinistas, tampoco veremos un
cambio en el desempeño político de esta organización. Y, a fin de
cuentas, será Nicaragua la que pierda.
FSLN,
sandinismo, danielismo: necesarias distinciones
En Nicaragua es
urgente hacer la distinción entre FSLN y sandinismo. Y hay que
distinguir entre sandinismo y danielismo. Mirado desde la población,
la distinción debe hacerse entre votantes por el FSLN, miembros o
simpatizantes del FSLN, sandinistas y danielistas.
Los votos sandinistas
cosechados en las elecciones superan a la población sandinista y son
fruto del imperativo de contar con una opción política alternativa
al liberalismo, a “la derecha”, al antisandinismo irracional.
Algunos de estos votos son largamente madurados en la conciencia
personal y se deciden por opciones ético–políticas y también por
historia de militancia, por vínculos emocionales, por la memoria y añoranza
de los años pasados. Otros son consecuencia de la desesperación por
un cambio, de la apuesta por algo diferente.
En el sandinismo se
aglutina una población –en números, ¿una tercera parte de la
población nacional?– en la que encontramos a quienes permanecen
vinculados a las estructuras del FSLN de una o de otra forma, a
quienes han roto con ellas por diferentes razones y a quienes jamás
pertenecieron a ellas, pero se sienten vinculados política y éticamente
a los ideales del sandinismo. Muchos de éstos son cuadros de
izquierda muy bien formados y dirigentes natos, y constituyen una
reserva ética estratégica para un FSLN renovado y para Nicaragua.
FSLN: populistas
y empresarios
En el FSLN confluyen
y conviven hoy dos corrientes: los empresarios y los populistas.
Controlan las estructuras del FSLN y, por tanto, son las caras
visibles del sandinismo en todas las instituciones del Estado y en
todas las instancias oficiales del partido. El danielismo representa
la corriente populista, liderada por Daniel Ortega. Controla
actualmente el partido y, al haber tenido cierto éxito en encarnar la
revolución en el propio Daniel Ortega, controla la conciencia
–mentes y corazones– de la mayoría de las bases del FSLN, de
muchos sandinistas y de un gran número de votantes por el FSLN.
La corriente de los
empresarios es la que cuenta con mayor capital y con un discurso más
amistoso con los organismos multilaterales. Los populistas mantienen
un discurso anclado en los años 80, con mayor contenido social, y
controlan las calles, si no con expresiones masivas sí con la
activación de ciertos gremios –el de los universitarios, por
ejemplo– y algunos movimientos sociales, a los que tienden
permanentemente a cooptar, con el fin de llevar toda nueva organización,
toda nueva demanda, toda agua nueva a su viejo molino. Entre
populistas y empresarios no existe una brecha significativa. Es más
bien una relación de simbiosis salpicada de breves períodos de
inestabilidad y hasta de hostilidad. La cara populista gana votos
entre los empobrecidos y desesperados y la empresarial determina
propuestas atractivas para la comunidad internacional y los
empresarios nacionales. La mano populista mantiene el poder
–juzgados, magistraturas, instituciones– para que la mano
empresarial goce de un clima adecuado para sus negocios.
Tres candidatos,
tres retos al caudillo
En las próximas
elecciones internas –primarias– del FSLN, Herty Lewites, Alejandro
Martínez Cuenca y Dora María Téllez han anunciado –más explícitamente
Martínez Cuenca– que disputarán a Daniel Ortega el derecho de
correr como candidatos presidenciales del FSLN en las elecciones
generales del año 2006.
Herty Lewites encarna
una saludable combinación de carisma populista y corazón de
empresario. Su popularidad en los barrios marginales, ganada durante
su gestión como Alcalde de Managua, sería una buena mina que el FSLN
podría explotar, sabiendo que, en todas las elecciones, la capital ha
aportado un importantísimo caudal de votos al FSLN. Pero la leve
independencia de Lewites es mirada con extrema suspicacia por Daniel
Ortega y su cohorte de seguidores.
Poco a poco, Lewites
ha querido ir ganando terreno para su propósito valiéndose de los
medios de comunicación, en los que siempre logra quedar bien.
Primeramente, declaró que por haber sufrido un infarto, dejando la
Alcaldía dejaría la política por razones de salud. Después, anunció
sorpresivamente que aspiraba a ser candidato a Vicepresidente, en fórmula
con Daniel Ortega. Y después declaró que, aunque era prematuro
hablar del tema, estaría dispuesto a recorrer todo el país visitando
casa por casa: Yo sé hasta dónde puedo llegar ahorita –explicó–
Ahorita ando con una popularidad de un 70 por ciento en la Alcaldía,
pero no sé qué me va a pasar en un año. Si mantengo la popularidad
y la aceptación de la población, yo le diré a Daniel Ortega en
diciembre de 2005: “Hombré, comandante Ortega, no es lo que yo digo
ni lo que yo quiero, pero esto es lo que pide el pueblo. ¿Qué
hacemos?”
Alejandro Martínez
Cuenca anunció en febrero que se presentará por segunda vez a
disputarle la candidatura presidencial a Daniel Ortega. Su discurso
moderado, anhelante de consenso y atemperado por una formación en
universidades estadounidenses inspira sosiego y confianza en los oídos
neoliberales. A través de la revista El Observador Económico
proporciona información útil a los empresarios y difunde los
avatares de sus negocios, combinando los comentarios a sus prácticas
con críticas no muy severas a la derecha, a la gran empresa privada y
al gobierno. Como se trata más de un profesional y empresario de
renombre que de un dirigente político o de un ex–combatiente, es
percibido en el sandinismo como afín a los tecnócratas que han
medrado en los gobiernos de Violeta Barrios y Enrique Bolaños, de
cuyos programas de gobierno se presume no tomaría excesiva distancia.
No es una persona con carisma para captar los votos de las bases del
FSLN. Su falta de credenciales como combatiente, su olor a clase media
alta, sus nulas dotes como comunicador y su talante tecnocrático están
en marcado contraste con el tipo de liderazgo construido y promovido
hasta hoy por el FSLN.
A diferencia de Martínez
Cuenca y Lewites, Dora María Téllez anunció su candidatura de un
modo totalmente directo y sin mucha alharaca. Pero ella no pretende
ganar. Sabe que de momento es imposible demoler la columna caudillista
que sostiene a Daniel Ortega. Pero considera un logro presentar la
batalla, mostrar que es posible enfrentarlo y hacerlo para que se vea
cómo: proponiendo un programa alternativo. Su pretensión –un reto
para ella misma, según declaró– apunta hacia la erosión del
caudillismo y a la formulación de un programa, del que el FSLN carece
desde que perdió las elecciones de 1990.
Contra el estado
laico
En el inventario de
su falta de renovación y modernización, hay que anotar también que
el FSLN ha reforzado la dependencia de la política nacional del
caudillismo religioso que desde hace unas tres décadas ejerce el
Arzobispo de Managua y Cardenal Miguel Obando y Bravo.
A manera de
desagravio por las tensas relaciones que mantuvieron el gobierno
sandinista y la jerarquía católica en los años 80, cada vez que la
coyuntura siempre cambiante de la política nacional se tensa y
muestra alguna de sus recurrentes crisis, y especialmente en campaña
electoral, los dirigentes del FSLN acuden contritos y en romería a
departir con el Cardenal Obando, a pedirle consejo u oraciones, a
compartir con él preocupaciones, a besarle manos y anillo, como han
hecho y siguen haciendo todos los políticos de derecha. Es memorable
la visita que le hizo una vez el ex–General Humberto Ortega, presentándose
ante él como un paladín del libre mercado.
Estos gestos no sólo
desvalorizan el carácter laico del Estado, sino que refuerzan todas y
cada una de las visiones providencialistas del poder y de la historia
que atrapan la mente de la mayoría de los nicaragüenses: gobernantes
destinados o condenados por Dios, una sociedad esperando la intervención
divina en los procesos económico–sociales, la interpretación del
colapso del sandinismo como un triunfo del bien sobre el mal y su
posterior redención como efecto de la sumisión de sus dirigentes al
Cardenal.
Los múltiples
rostros de la exclusión
Con estos vicios a
cuestas, el FSLN debe enfrentar nuevos retos. La historia ha mostrado
que existen otros factores aglutinantes que en determinados momentos
se tornan más poderosos que los intereses de clase: el medio
ambiente, la identidad de género, la defensa de los derechos humanos,
las demandas étnicas y la religión son algunos de ellos. Ante la
evidencia de que la lucha de clases no es el único motor de la
historia y la reivindicación de la idea de que la izquierda escapa a
toda definición estática, la representación de la diversidad de
intereses de tantos excluidos que se espera de la izquierda es ahora más
compleja y exigente.
Hace ya más de un
lustro el filósofo italiano Salvatore Veca apuntó que los rostros de
la exclusión, de la invisibilidad y de la afonía social son múltiples.
Al variar los aparatos de poder y las formas de dominio, varían también
los objetivos y formas de los movimientos de liberación que realizan
la política de izquierda. Las clases y sectores subalternos no se
restringen al proletariado. En Nicaragua, el universo de los
desempleados es más amplio que cualquier otro grupo social y no
existe ni gremio ni partido ni movimiento social que los represente.
A inicios del siglo
XXI encontramos a un FSLN que no logra concretar ni siquiera las
reivindicaciones tradicionales de la izquierda. Los nuevos retos
sorprendieron a un FSLN que había retrocedido ante los antiguos.
Sombras en la
agenda legislativa del FSLN
Examinando la
representación de los sectores marginados que competería a los
legisladores del FSLN, descubrimos una situación que desdice de las
energías desplegadas por los fundadores del FSLN en sus inicios para
acercarse a los obreros y campesinos y ganarlos para una causa de
justicia. La pereza legislativa de los diputados sandinistas no va a
la zaga de la que exhiben los miembros de otras bancadas y su
distancia de los electores supera seguramente a la del resto.
Nicaragua tiene los
diputados más caros de Centroamérica. Anualmente, los salarios de
nuestros 92 legisladores suman el 0.88% del total de nuestras
exportaciones. En Costa Rica apenas llegan al 0.03%. El porcentaje del
presupuesto anual de la Asamblea Nacional invertido en salarios y
beneficios personales para los diputados pasó del 25% en 1997 al 76%
en 2003. Dada la languideciente productividad de los diputados, si
consideramos sólo las iniciativas de ley aprobadas, se calcula que en
el año 2001 cada ley le costó al país casi medio millón de dólares.
El FSLN nada a sus anchas en este ocio y lujo legislativo.
De los 70 diputados
elegidos para ejercer la representación departamental, apenas 4
introdujeron iniciativas de ley en el período 1997–2001. Ninguno de
esos cuatro pertenecía al FSLN. A la nula representación geográfica,
se suma la inexistente representación gremial. Por ejemplo, el
diputado sandinista Nathán Sevilla recibe 4 mil dólares mensuales de
salario por ser el inveterado portavoz de los muy mal pagados maestros
y maestras del país, quienes ganan menos de 50 dólares al mes. En
sus casi 22 años de ser diputado, Sevilla jamás ha presentado una
iniciativa de ley que beneficie al gremio cuyos intereses presume
representar.
“El pueblo”:
un abstracto principio
En lugar de
representar intereses concretos, el FSLN prefiere invocar un abstracto
principio: “el pueblo”. Como ocurrió con Philipe Buchez
(1796–1865) y sus seguidores del socialismo católico durante la
guerra civil en Francia, están convencidos de que hablan en nombre de
todos porque no hablan de nadie en particular. Hay incluso luchas
clave en las que el PLC ha tomado la delantera al FSLN. En pleno
debate sobre la descentralización, la iniciativa de ley de
transferencia presupuestaria a los municipios fue presentada por el
PLC. En el FSLN no hay un solo diputado menor de 25 años, a pesar de
que el 65% de la población nacional se ubica en ese rango de edad y a
pesar de que muchos dirigentes del FSLN tenían menos de 25 años
cuando ocuparon altos cargos en el gobierno. Se trata de un FSLN que
no se rejuvenece.
El FSLN está más
interesado en la gestión del poder que conserva y en ampliarlo que en
poner ese poder al servicio de los sectores más pobres. De las 19
iniciativas de ley presentadas por los diputados de la bancada
sandinista en 2003, sólo 4 pueden ser consideradas como orientadas a
modificar aspectos de la política social. La mayoría de las leyes
propuestas son instrumentos para expandir cuotas de poder: dos
iniciativas para normar las contrataciones en el sector público, tres
respuestas a propuestas de indulto para excarcelar a Arnoldo Alemán
–lo que les permite negociar con los liberales cuotas de poder– y
cinco iniciativas sobre propiedades en litigio, regulación de venta
de bienes y otorgamiento de concesiones estatales. Una buena muestra
de dónde están las prioridades en la agenda legislativa del FSLN.
¿Ante las
mujeres?
La búsqueda de una
verdadera equidad de género es, sin duda, una lucha que trasciende la
dicotomía derecha–izquierda y en la que deben participar, a la par,
mujeres y hombres. Prescindiendo de cualquier disquisición teórica
sobre si alguna corriente política puede adjudicarse la exclusividad
de esta lucha, está fuera de discusión que forma parte ineludible de
una izquierda auténtica.
En la dirección del
FSLN no hay ni ha habido ninguna mujer con notorio poder. En la actual
legislatura, las diputadas del FSLN representan el 37% (14 de 38) de
la bancada sandinista, cifra que supone una mejoría con respecto a
períodos anteriores, pero que aún está muy lejos de las
proporciones demográficas nacionales, donde las mujeres en edad de
ser diputadas superan al número de hombres.
Más importante –y
que dice mucho más– de la falta de una visión de género
alternativa, ética, revolucionaria, es la actitud de los dirigentes
del FSLN, para quienes en los años 80 fue un hábito el abuso sexual
de sus subordinadas en oficinas, ministerios e instituciones y la
selección de muchachas sencillas de los pueblos y barrios por donde
pasaban como “vanguardias del pueblo”, para usarlas al estilo de
lo que se nos cuenta de Trujillo en La fiesta del Chivo, abusos a los
que agregaron la comunidad de esposas que Marx tanto censuró en los
burgueses: Nuestros burgueses, no satisfechos con tener a su disposición
a las mujeres e hijas de sus obreros, sin hablar de la prostitución
oficial, encuentran un placer singular en seducir mutuamente las
esposas. El matrimonio burgués es, en realidad, la comunidad de las
esposas.
A estos
comportamientos, delictivos e impunes, hay que agregar que el FSLN
–sus diputados y diputadas, sus dirigentes– hacen eco de las
posiciones más retrógradas sobre educación sexual y sobre derechos
sexuales y reproductivos, respaldando, por acción o por omisión, políticas
públicas que afectan gravemente a las mujeres nicaragüenses.
¿Ante las etnias
de la Costa Atlántica?
El mito de la
Nicaragua masivamente mestiza, abonado por el FSLN en los años 80 al
reprimir a las organizaciones indígenas de la Costa Caribe, política
originada en la ignorancia y en la carencia de sensibilidad ante la
cuestión étnica, refuerza el olvido y marginación de la presencia
indígena, de su historia y de su rol.
El mito de la
Nicaragua mestiza se hace presente en la política nacional a través
de múltiples exclusiones. La primera consiste en ignorar el peso
demográfico de los indígenas. En Nicaragua viven 338 mil 300 indígenas.
Son el 7% de la población nacional. Esas decenas de miles de mískitos,
mayangnas, ramas y garífunas que habitan en la Costa Atlántica
representan el 25% de la población de esa zona, en donde en el 50%
del territorio nacional vive apenas el 11% de los nicaragüenses.
Las riquezas
naturales de esa mitad del país –fauna marina, bosques, yacimientos
minerales, ¿petróleo?– han sido sistemáticamente saqueadas por
compañías transnacionales y por empresarios del Pacífico con la
venia y el beneficio de los gobiernos centrales. El FSLN no fue una
excepción: no sólo saqueó las minas y la fauna marina del Atlántico,
también convirtió esta zona en el purgatorio a donde enviaba como
castigo a sus funcionarios más indisciplinados y corruptos. Hoy,
mientras el saqueo de la Costa Caribe continúa, el analfabetismo es
norma en casi el 50% de su población mayor de 6 años y la
electricidad sólo llega al 40% de las viviendas.
Los habitantes de la
Costa Caribe no hacen oír su voz ni defienden sus intereses en la
Asamblea Nacional. No hay un solo indígena, ni del Atlántico ni del
Pacífico, ni un afroamericano de la Costa Caribe en la bancada del
FSLN. El pacto liberosandinista acorraló a los ciudadanos costeños
ofreciéndoles, en las dos últimas elecciones, una dieta a base de
dos únicos platillos, PLC o FSLN, sin sabor caribe. Esto derivó en
apatía política y en deslegitimación de los procesos electorales
entre los caribeños. En las elecciones del 2001 se registraron en la
Costa los mayores niveles de abstencionismo del país. En la Región
Autónoma del Atlántico Norte se superó el 50%. Abrir espacios políticos
a las minorías étnicas –o institucionalizar jurídicamente los que
ya tienen– debería ser una prioridad de la izquierda nicaragüense.
Actualmente, los gobiernos municipales del Caribe –todos en manos
del FSLN o del PLC– siguen pasando por encima de los tradicionales
Consejos de Ancianos y de otras estructuras de autoridad indígenas.
La valoración del
cientista social Andrés Pérez–Baltodano sobre la relación del
gobierno del FSLN con los ciudadanos de la Costa Atlántica en los años
80 sigue teniendo vigencia hoy: La trágica relación entre los
sandinitas y los mískitos de la Costa Caribe de Nicaragua después de
1979 tuvo como base una tradición teórica marxista, imitativa y
eurocéntrica, que no fue capaz de reconocer la realidad histórica de
ese pueblo y que, por lo tanto, fue incapaz de comprender su singular
cosmovisión. En su empeño por institucionalizar una revolución
socialista, los sandinistas trataron a las minorías étnicas de la
Costa Caribe como un segmento atrasado y reaccionario de un
proletariado nacional imaginario.
El FSLN no se
reverdece
El sociólogo catalán
Manuel Castells ha observado que en Europa y Estados Unidos es difícil
que un partido o un candidato sea elegido para un cargo sin reverdecer
su programa, sin enfocarse en temas ecológicos. Castells encuentra
que el hecho de que todos estos temas y muchos otros estén en el
debate público y de que haya surgido una conciencia creciente sobre
su carácter global interdependiente crea la base para su tratamiento
y, quizás, para una reorientación de las instituciones y políticas
hacia un sistema socioeconómico responsable en cuanto al medio
ambiente.
El concepto de
justicia medioambiental que afirma el valor de todas las formas de
vida contra los intereses de la riqueza, el poder y la tecnología
alcanza cada vez mayor influencia y presencia en los programas políticos
de muchos partidos de izquierda. Pero no en el FSLN y en sus
dirigentes. Las luchas medioambientales forman parte de un movimiento
cada vez más diversificado. Y no hay duda de que existe un enorme
espacio de intersección entre sectores marginados y luchas
ambientalistas. Las comunidades pobres y las minorías étnicas se ven
más expuestas que la población en general por la irresponsabilidad
medioambiental: sustancias tóxicas en tierras y fuentes de agua,
erosión de suelos, degradación de sus hábitats, crecientes
problemas de salud. Aunque sólo fuera por esta razón, la izquierda
debe vincularse a los movimientos ecologistas.
En lugar de retomar
esta bandera, más allá de proclamas y discursos –bastante escasos
en esta temática–, algunos dirigentes del FSLN se han convertido en
prósperos madereros que devastan los bosques de la Costa Atlántica o
se entusiasman con proyectos de canales secos o húmedos que presentan
como “solución” para el desarrollo de Nicaragua sin atender nunca
a mínimas consideraciones ambientales.
Demoliendo la
institucionalidad
Es lucha prioritaria
en la Nicaragua de hoy la lucha por la institucionalidad. Se trata de
un esfuerzo que, de tener éxito, mejorará la posición de la
sociedad frente a las amenazas del neoliberalismo. De una lucha que
debe ser y está siendo emprendida por gente de derecha y de
izquierda. Pero que también ha sido mancillada por gente de derecha y
por la gente que dice ser de izquierda.
En el pacto de 1999,
el PLC y el FSLN llegaron a un acuerdo para distribuirse los poderes públicos.
El FSLN estimó altamente rentable vulnerar la frágil
institucionalidad porque obtuvo, además de ciertos puestos clave en
el gobierno, una reforma electoral que redujo a 35% el porcentaje de
votos para que el candidato Daniel Ortega pudiera ganar en primera
vuelta.
La exclusión de
otros partidos de la contienda electoral por una masiva y arbitraria
invalidación de las firmas que habían recogido para ser inscritos
fue el paso siguiente. Ya en el poder Bolaños, la diputación
regalada, con inmunidad incluida, que Ortega le regaló a Alemán a
cambio del 35% que Alemán le regaló a Ortega, causó una crisis
desgastante. Despojar a Alemán de esa diputación y de esa inmunidad
fue una hazaña que sólo contribuyó a hacer de la institucionalidad
una farsa.
Después, el juego de
la jueza sandinista Juana Méndez de meter y sacar a Arnoldo Alemán
de la cárcel dio el jaque mate a la escasa credibilidad que los
nicaragüenses pudieran aún tener en las instituciones y en la política
como una lucha con posiciones consistentes, con convicciones y con
principios. Todas estas movidas demostraron que las instituciones
nicaragüenses están al servicio de los caudillos y han horadado su
legitimidad. Todas se explican por una racionalidad netamente
instrumental, orientada a expandir el poder de cada bando.
Haciendo más frágil
al país en los tiempos del cólera globalizador
Cuando esta debilidad
institucional se enfrenta a la globalización y a los poderes
neoliberales, el resultado es muy pernicioso para la sociedad nicaragüense
y especialmente para los más pobres. Andrés Pérez–Baltodano ha
destacado que la creciente interpenetración entre los aparatos
administrativos nacionales y el sistema económico mundial y sus
instituciones tiende a reducir la capacidad del Estado para responder
a las necesidades y presiones domésticas, especialmente cuando éstas
se encuentran en contradicción con la lógica del mercado mundial.
Los efectos negativos
de la globalización son mayores en países como Nicaragua, donde
nunca se estableció una relación de congruencia entre Estado y
sociedad. No hay protección institucional adecuada porque la brecha
que separa al Estado y la sociedad dificulta el desarrollo de una
fuerza social con la capacidad de utilizar el Estado como un filtro
que neutralice o condicione los efectos negativos de la globalización,
según el análisis de Pérez–Baltodano.
Con los golpes
asestados a la institucionalidad, el FSLN y el PLC han ensanchado la
brecha entre Estado y sociedad, abonando a la fragilidad del país
frente a las tendencias negativas de la globalización y el
neoliberalismo. Los gremios, movimientos sociales, ONG y la ciudadanía
perciben que, con reglas del juego que oscilan al capricho de los
caudillos, se les escapan las decisiones fundamentales y su
participación en la política queda restringida a legitimar con sus
votos unas elecciones convertidas en lo que Pérez–Baltodano llama
la rifa quinquenal del derecho a la impunidad. Hay crisis de la
democracia porque los ciudadanos se ven expuestos al efecto de
decisiones que no controlan. El FSLN y el PLC son responsables de la
apatía política que de todo esto se deriva. Y el saldo es obvio: a
mayor apatía, menor representatividad de los diversos intereses y
menor democracia.
Tantos retos,
tantos rostros
Como la izquierda que
pretende ser el FSLN no está tocando fondo, sino hablando de esa
entidad abstracta que llaman “pueblo”, no tiene una palabra
oficial sobre los nicaragüenses que abandonan el país. Para los
problemas de quienes no pudiendo cambiar el país, cambian de país,
ni el populismo ni la tecnocracia tienen formulaciones adecuadas. Los
nicaragüenses que residen permanente o temporalmente en Costa Rica
son ya el 10% de la población nacional. En una encuesta que la firma
M&R realizó en el mes de junio de 2003, el 65.3% de los
encuestados dijeron estar dispuestos a emigrar a otro país si se les
presenta la oportunidad. Más radical aún fue el 57% de nicaragüenses
que, en una encuesta realizada en Nicaragua a principios de 2003,
confesó su deseo de haber nacido en otro país.
Esos migrantes y las
redes e identidades transfronterizas que construyen son un movimiento
social de una índole que constituye un reto a la izquierda. Otros
retos le lanzan a la izquierda las pandillas juveniles, los campesinos
sin tierra en conflictos por conseguirlas, las víctimas de la
depredación de los recursos naturales en zonas indígenas, los
productores que trabajan en agricultura orgánica y en comercio justo.
Tantos retos, tantos rostros. No son cifras. Todos tienen un rol
expresivo en la construcción de identidades colectivas y
reconocimiento social y un rol práctico que reta los acuerdos
institucionales existentes. Ambos son esenciales para viabilizar la
democracia y generar políticas congruentes. El FSLN no convierte en
leyes estos temas ni representa los intereses de estos grupos.
Muchos de estos
movimientos, grupos y temas están siendo abordados por las ONG. En
sus agendas aparecen todos estos retos que el FSLN no asumió ni asume
hoy: género, medio ambiente, etnias. Los asume la izquierda en la diáspora,
formada mayoritariamente por intelectuales y profesionales de raíces
sandinistas. Como lúcidamente explica Pérez–Baltodano, sus
representaciones son voluntarias, basadas en principios éticos y no
en una coincidencia de intereses entre estas organizaciones y los
sectores que dicen representar. Sin embargo y a pesar de sus bemoles,
muchas veces sirven de intermediarios políticos que llevan las
necesidades y demandas de voces no articuladas a la esfera pública,
vinculándolas a las instituciones estatales, a fin de aproximar
Estado y sociedad. Empujan hacia el proyecto democrático de
izquierda, que sólo tendrá plena vigencia el día en que los
gremios, los grupos de productores orgánicos y en comercio justo, los
migrantes y sus familiares, los jóvenes pandilleros y otros muchos más
hagan sus demandas y rompan todos los diques que la cultura política
nacional les antepone.
Ser de izquierda
es una ética
El comunismo científico
tuvo la errónea pretensión de convertir el socialismo en una
necesidad política y económica y no sólo en un asunto de carácter
moral. El capitalismo y otras formas de egoísmo humanos serán
superados por decisiones de los seres humanos basadas en criterios éticos.
La superación del capitalismo y, ahora del neoliberalismo, no está
garantizada por las leyes económicas. Reivindicar los planteamientos
éticos nos hace falta para combatir la asepsia de la tecnocracia
neoliberal, uno de los aspectos más peligrosos del neoliberalismo,
uno de los que más ha contaminado a la izquierda. La retórica y la
racionalidad tecnocrática envasa la pobreza en una fórmula matemática,
vaciándola de su carácter trágico y reduciendo su combate a una
desapasionada y fantasiosa manipulación de variables. Fernando
Savater decía que no hay más triste y repugnante derechista que un
burócrata de izquierdas reciclado. Ahora tenemos por doquier a muchos
burócratas sandinistas –en ONG, en el gobierno, en los aparatos de
los organismos multilaterales–, repitiendo con fines piadosos el
lenguaje de la tecnocracia neoliberal.
La izquierda debe
procurar que los pobres no sean cifras en textos burocráticos, sino
rostros y, sobre todo, voces en la Asamblea Nacional, en las
convenciones de los partidos y en los medios de comunicación. Un
aporte muy importante de la izquierda es negarse a emplear el lenguaje
de la tecnocracia, minar la capacidad de la tecnocracia neoliberal de
darle nombres a las cosas, especialmente porque esos nombres, los términos
que emplea, son representaciones conceptuales elaboradas en base al
estudio del desarrollo histórico de las sociedades capitalistas
avanzadas y trasplantadas a sociedades con historias diferentes.
Del poder
conquistado, al aferramiento al poder
Los rasgos que de
manera más ostensible distinguen a la izquierda nicaragüense del
resto de izquierdas centroamericanas son el éxito que tuvo en la
conquista del poder del Estado y su persistencia en conservar más
cuotas de ese poder, por encima de cualquier otra prioridad
relacionada con la propia identidad y con acciones y proyectos de
izquierda. De ambos rasgos –el poder conquistado y el aferramiento a
ese poder– se derivan vicios que son hoy un fardo para todas las
formas de izquierda que mal conviven en Nicaragua.
De la conquista del
poder y de su manipulación durante más de diez años, el FSLN heredó
un control centralizado de los gremios y la capacidad de cooptar
cualquier otro movimiento social u organización popular, la habilidad
para capitalizar incluso los brotes espontáneos de descontento
popular y un monopolio de la izquierda ideológica y partidaria en el
país. Estos elementos refuerzan la posición dominante del FSLN y le
permiten distanciamientos tácticos de sus antiguos programas y
aproximaciones a la derecha más antisandinista –su némesis política,
el Partido Liberal Constitucionalista–, estrategia inspirada por una
concepción instrumental de la política.
El FSLN está
demasiado enfrascado en sus mezquinas batallas por el poder de su cúpula
dirigente. No tiene tiempo, energía ni voluntad para luchar contra el
neoliberalismo. Su producción de leyes de política social es menos
que exigua, no se reverdece ni rejuvenece, no se hace laico ni lucha
por la institucionalidad nacional, no se sacude el caudillismo ni el
verticalismo. Reproduce todos los vicios de la cultura política
nacional. Hagámosle un favor a Nicaragua: acabemos de una vez por
todas con el mito de que el FSLN es izquierda.
.– Mónica Baltodano, ex
comandante guerrillera del FSLN.
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