Socialismo o neodesarrollismo
Por Claudio Katz
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Enviado por el autor, 30/11/06
Resumen:
Dos estrategias se enfrentan en la discusión del socialismo del siglo
XXI. La propuesta de promover crecientes transformaciones radicales
choca con la postura de apuntalar previamente una etapa capitalista de
neo-desarrollismo regional. El debate gira en torno al comienzo y no a
la construcción plena del socialismo. En la región existen recursos
para iniciar este giro y el dilema inmediato es quién usufructuará
de la bonanza actual.
La tesis pro-desarrollista elude discutir la
conveniencia de un empresariado latinoamericano. Subvalora, además,
las dificultades para erigirlo y los obstáculos para superar el carácter
periférico del capitalismo regional. Esta visión omite los costos
sociales de semejante modelo y sobredimensiona las desavenencias entre
banqueros e industriales.
Este enfoque por etapas debilita la lucha de
los oprimidos, desdibuja el proyecto popular y reduce las disyuntivas
políticas actuales a una oposición entre centro-izquierda y
centro-derecha. Esta polarización obstruye los reclamos sociales y
tiende a neutralizar el antiimperialismo de los gobiernos
nacionalistas.
Los dos planteos en pugna se expresan en
Venezuela en iniciativas de radicalización o congelamiento del
proceso bolivariano. Esta misma divergencia induce en Bolivia al uso
de la nueva renta petrolera para mejoras populares o para subsidios al
capital. El resultado de esta puja a escala regional favorecerá la
renovación del socialismo o la restauración del capitalismo en Cuba.
La definición de alianzas y prioridades políticas
constituye el principal problema de la izquierda. Los distintos
planteos en debate se nutren de raíces locales y foráneas, pero
recogen tradiciones opuestas de subordinación o resistencia a las
clases dominantes latinoamericanas.
La ausencia de planteos socialistas es más
perniciosa que los errores de diagnóstico sobre el capitalismo
contemporáneo. El socialismo es un concepto tan manoseado e
irreemplazable como la democracia. Renovar su contenido es el desafío
de la época.
La convocatoria a construir el socialismo del
siglo XXI que formuló Chávez ha replanteado los debates sobre
caminos, tiempos y alianzas para forjar una sociedad no capitalista.
Esta discusión reaparece cuándo el grueso del progresismo se había
acostumbrado a omitir cualquier referencia al socialismo. La
recuperación de la credibilidad popular en este proyecto no es aún
visible, pero la meta emancipatoria se debate nuevamente en las
organizaciones populares que buscan un norte estratégico para la
lucha de los oprimidos. ¿Cuál es el significado actual de un planteo
socialista?
Cinco motivaciones
América Latina se ha convertido en un
escenario privilegiado para esta reconsideración por varias razones.
En primer lugar, la región es el principal foco de resistencia
internacional al imperialismo y al neoliberalismo. Varias
sublevaciones populares condujeron en los últimos años a la caída
de presidentes neoliberales (Bolivia, Ecuador y Argentina) y
afianzaron una contundente presencia de los movimientos sociales.
En un cuadro de luchas -que incluye reveses o
represión (Perú, Colombia) y también reflujo o decepción (Brasil,
Uruguay)- nuevos contingentes se han sumado a la protesta popular.
Estos sectores aportan un renovado basamento juvenil (Chile) y
modalidades muy combativas de autoorganización (Comuna de Oaxaca en México).
El socialismo ofrece un propósito estratégico para estas acciones y
podría transformarse en un tema de renovada reflexión.
En segundo término, el socialismo comienza a
lograr cierta presencia callejera en Venezuela. Esta difusión
confirma una proximidad ideológica del proceso bolivariano con la
izquierda que estuvo ausente en otras experiencias nacionalistas. En
la época de la Unión Soviética, algunos mandatarios del Tercer
Mundo adoptaban la identidad socialista con fines geopolíticos
(contrarrestar las presiones norteamericanas) o económicos (obtener
subvenciones del gigante ruso). Como este interés ha desaparecido, el
rescate actual del proyecto tiene connotaciones más genuinas.
El resurgimiento del socialismo se comprueba
también en Bolivia en los planteos de varios funcionarios y está
presente en Cuba, al cabo de 45 años de embargos, sabotajes y
agresiones imperialistas. Si el desmoronamiento que arrasó a la URSS
y a Europa Oriental se hubiera extendido a la isla, nadie postularía
actualmente un horizonte anticapitalista para América Latina. El
impacto político de esa regresión hubiera sido devastador.
El socialismo constituye, en tercer lugar, una
bandera retomada por la oposición de izquierda a los presidentes
socio-liberales, que abandonaron cualquier alusión al tema para
congraciarse con los capitalistas. Bachelet, Lula y Tabaré Vázquez
desecharon todas las referencias al socialismo en sus discursos,
renunciaron a introducir reformas sociales y se han ubicado en un
terreno opuesto a las mayorías populares. Bachelet ni recuerda el
nombre de su partido cuándo preside la Concertación que recicla el
modelo neoliberal. Lula se ha olvidado de su coqueteo juvenil con el
socialismo para privilegiar a los banqueros y Tabaré repite este
mismo patrón, cuándo tantea los acuerdos de libre comercio con
Estados Unidos. En los tres países el socialismo es un estandarte
contra esta deserción, que reaparece en un marco regional muy
distinto al predominante en los años 90.
La etapa de uniformidad derechista ha concluido
y los personajes más emblemáticos del neoliberalismo extremo
salieron de la escena. El militarismo golpista ha perdido viabilidad y
a través de la movilización se han conquistado grandes espacios
democráticos Por eso los mandatarios conservadores coexisten con
presidentes de centroizquierda y con gobiernos nacionalistas
radicales.
En América Latina se insinúa, en cuarto
lugar, un cambio de contexto económico que favorece el debate de
alternativas populares. En varios sectores de las clases dominantes
tiende a despuntar un giro neo-desarrollista en desmedro de la
ortodoxia neoliberal, luego de un traumático período de concurrencia
extra-regional, desnacionalización del aparato productivo y pérdida
de competitividad internacional.
El viraje en curso es “neo” y no plenamente
desarrollista porque preserva la restricción monetaria, el ajuste
fiscal, la prioridad exportadora y la concentración del ingreso. Solo
apunta a incrementar los subsidios estatales a la industria para
revertir las consecuencias del libre-comercio extremo. La
vulnerabilidad financiera de la región y la atadura a un patrón de
crecimiento muy dependiente de los precios de las materias primas
induce a ensayar este cambio. Pero este giro afecta a todos los dogmas
económicos que dominaron en la década pasada y abre grietas para
contraponer alternativas socialistas al modelo neo-desarrollista.
En América Latina se verifica, en quinto
lugar, una generalizada tendencia a concebir programas nacionales en términos
regionales. Esta actitud predomina también entre las organizaciones
populares que perciben la necesidad de evaluar sus reivindicaciones a
escala zonal. Este nuevo espíritu permite encarar el debate sobre el
ALCA, el MERCOSUR y el ALBA con reformulaciones regionalistas del
socialismo. Los tres proyectos de integración en danza incluyen propósitos
estratégicos de relanzamiento del neoliberalismo (ALCA), regulación
del capitalismo regional (MERCOSUR) y gestación de formas de
cooperación solidaria compatibles con el socialismo (ALBA).
El contexto latinoamericano actual incita, por
lo tanto, a retomar los programas anticapitalistas en varios terrenos.
Pero estas orientaciones se plasman en estrategias diferentes. Una vía
posible implicaría desenvolver la lucha popular, alentar reformas
sociales y radicalizar las transformaciones propiciadas por los
gobiernos nacionalistas. Este curso exigiría desenmascarar las
duplicidades de los mandatarios de centroizquierda, cuestionar el
proyecto neo-desarrollista y fomentar el ALBA como un eslabón hacia
la integración regional pos-capitalista. Hemos expuesto algunos
lineamientos de esta opción en un texto reciente.
Otro rumbo plantea una secuencia diferente.
Auspicia preceder la construcción del socialismo por un largo un período
capitalista previo. Promueve desarrollar esta fase con políticas
proteccionistas, a fin de mejorar la capacidad competitiva de la zona.
Por eso observa con simpatía el actual giro neo-desarrollista,
alienta el MERCOSUR y avala la expansión de una clase empresaria
regional. Convoca a forjar un frente entre los movimientos sociales y
los gobiernos de centroizquierda (Bloque Regional de Poder Popular) e
imagina al socialismo como un estadio posterior al nuevo de
capitalismo regulado.
El problema del comienzo
En ningún aspecto del debate está en juego la
instauración plena del socialismo. Solo se discute el debut de este
proyecto. Construir una sociedad de igualdad, justicia y bienestar sería
una ardua y prolongada tarea histórica, que requeriría eliminar
progresivamente las normas de la competencia, la explotación y el
beneficio. No es una meta a realizar en poco tiempo.
Especialmente en las regiones periféricas como
América Latina, este proceso presupondría la maduración de ciertas
premisas económicas que permitan mejorar cualitativamente el nivel de
vida de la población. Estos logros se desarrollarían junto a la
expansión de la propiedad pública y la consolidación de la
auto-administración popular. Como esta evolución exigiría varias
generaciones, el debate inmediato está únicamente referido a la
posibilidad de iniciar este proceso.
Comenzar la erección del socialismo implicaría
sustituir la preeminencia de un régimen sujeto a las reglas del
beneficio por otro regulado por la satisfacción de las necesidades
sociales. Desde el momento que un modelo económico y político
-guiado por la voluntad mayoritaria de la población- asuma estas
características, empezaría a regir una forma embrionaria de
socialismo.
Este debut es la condición para cualquier
avance posterior. Una sociedad post-capitalista no emergerá nunca, si
el giro socialista no se concreta en algún momento del presente. Los
opresivos mecanismos de la ganancia y la concurrencia deben quedar drásticamente
neutralizados, para que una nueva forma de civilización humana
comience a despuntar.
El punto de partida de esta transición
socialista sería completamente opuesto a la gestación de un modelo
neo-desarrollista. Ambas perspectivas son radicalmente contrarias y no
pueden conciliarse, ni desenvolverse en forma simultánea. La
competencia por el beneficio impide la gestación paulatina de islotes
colectivistas al interior del capitalismo, ya que la concurrencia
distorsiona a mediano plazo todas las modalidades cooperativas de
estos emprendimientos. Los dos proyectos de sociedad tampoco podrían
convivir pacíficamente entre sí, hasta que uno demostrara mayor
eficiencia y aprobación general. Solo erradicando el capitalismo podrán
abrirse las puertas hacia una emancipación social. La gran pregunta
es si en América Latina puede comenzar a desenvolver este cambio.
¿Etapa o proceso?
La tesis pro-desarrollista responde
negativamente al interrogante clave del período actual. Estima que en
la región “no existen condiciones para una sociedad socialista”[5].
Pero no aclara si estas insuficiencias se verifican en el plano económico,
tecnológico, cultural o educativo. ¿Qué le falta exactamente a la
zona para inaugurar una transformación anticapitalista?
América Latina ocupa un lugar periférico en
la estructura global del capitalismo, pero cuenta con sólidos
recursos para comenzar un proceso socialista. Estos cimientos son
comprobables en distintos terrenos: tierras fértiles, yacimientos
minerales, cuencas hídricas, riquezas energéticas, basamentos
industriales. El gran problema de la zona es el desaprovechamiento de
estas potencialidades.
Las formas retrógradas de acumulación que
impuso la inserción dependiente en el mercado mundial han deformado
históricamente el desarrollo regional. No hay carencia de ahorro
local, sino exceso de transferencias hacia las economías centrales.
El retraso agrario, la baja productividad industrial, la estrechez del
poder adquisitivo han sido efectos de esta depredación imperialista.
El principal drama latinoamericano no es la pobreza, sino la
escandalosa desigualdad social, que el capitalismo recrea en todos los
países.
La hipótesis de la inmadurez económica está
desmentida por la coyuntura actual, que ha creado un gran dilema en
torno a quién se beneficiará del crecimiento en curso. Los
neo-desarrollistas buscan canalizar esta mejora a favor de los
industriales y los neoliberales tratan de preservar las ventajas de
los bancos. En oposición a ambas opciones, los socialistas deberían
propugnar una redistribución radical de la riqueza, que mejore
inmediatamente el nivel de vida de los oprimidos y erradique la primacía
de la rentabilidad. Los recursos están disponibles. Hay un amplio
margen para instrumentar programas populares y no solo condiciones
para implementar cursos capitalistas.
Es cierto que el marco objetivo que rodea a los
distintos países es muy desigual. Las ventajas que acumulan las
economías medianas no son compartidas por las naciones más pequeñas
y empobrecidas. La situación de Venezuela difiere de Bolivia y Brasil
no carga con las restricciones que agobian a Nicaragua. Pero ha
perdido vigencia la evaluación de un cambio socialista en términos
exclusivamente nacionales.
Si las clases dominantes conciben sus
estrategias a nivel zonal, también cabe imaginar un proyecto popular
a escala regional. Los opresores diagraman su horizonte en función de
la tasa de beneficio y los socialistas podrían formular su opción en
términos de cooperación y complementariedad económica. Este es el
sentido de contraponer el ALBA con el ALCA o el MERCOSUR.
No existe ninguna limitación objetiva para
desenvolver este curso igualitarista. Es un error suponer que la región
deberá atravesar por las mismas etapas del desarrollo que recorrieron
los países centrales. La historia siempre ha transitado por senderos
inesperados, que mixturan diversas temporalidades. América Latina se
desenvolvió con un patrón discordante de crecimiento desigual y
combinado, que tiende a determinar también los desenlaces
socialistas.
¿Quién pagará los costos?
La tesis que propone preceder el socialismo por
un modelo capitalista se asemeja a la “teoría de la revolución
por etapas”. Esta concepción –que tuvo muchos adherentes en la
izquierda- postulaba “erradicar los resabios feudales” de Latinoamérica
antes de iniciar cualquier transformación socialista. Para lograr
esta primera meta proponía recurrir al auxilio de las burguesías
nacionales de cada país.
La nueva versión introduce un matiz
regionalista en el mismo enfoque. No se limita a fomentar los grupos
capitalistas nacionales, sino que convoca a forjar un empresariado
zonal. El primer esquema no prosperó durante todo el siglo XX y
existen grandes limitaciones para materializar su complemento zonal en
la actualidad.
Una burguesía sudamericana sería
efectivamente más fuerte que las balcanizadas fracciones que la
precedieron, pero enfrentaría también una competencia más ardua. En
vez de rivalizar solo con las corporaciones norteamericanas, inglesas
o francesas debería también lidiar con bloques imperialistas
regionalizados y contrincantes financieros globalizados.
Quiénes apuestan a la revitalización del
capitalismo latinoamericano suponen que en las próximas décadas
prevalecerá un contexto internacional multipolar. Sólo en este marco
podrían florecer procesos de acumulación perdurables en las regiones
periféricas. Este presupuesto considera, además, que América Latina
será un protagonista ganador en ese escenario. ¿Pero quiénes serán
entonces los perdedores? ¿Las grandes potencias imperialistas? ¿Otras
zonas dependientes? Los estrategas del capitalismo regionalista eluden
las respuestas. No auguran -como los neoliberales- una prosperidad
generalizada, ni tampoco presagian un derrame de beneficios
compartidos por todo el planeta. Simplemente avizoran grandes éxitos
para el capitalismo latinoamericano en un marco global indefinido.
Este enfoque da por sentado que las clases
dominantes sudamericanas abandonaran sus antecedentes centrífugo y
trabajarán en común bajo la disciplina del MERCOSUR. De hecho,
supone que se repetirá un curso semejante al seguido por la unificación
europea, a pesar de la evidente disparidad que existe entre ambas
regiones. La desnacionalización que predomina en la economía
latinoamericana tampoco es vista como un gran obstáculo para la
formación del empresariado regional. Ni siquiera la intensa asociación
que mantiene cada grupo capitalista local con sus socios foráneos es
percibida como un impedimento para el neo-desarrollismo regional.
En realidad, la concreción de este proyecto no
es totalmente imposible, pero es altamente improbable. El capitalismo
contemporáneo está suscitando ciertas sorpresas (China), pero el
ascenso conjunto y exitoso de un bloque periférico latinoamericano es
muy poco factible. Las especulaciones sobre esta posibilidad pueden
ser infinitas, pero las víctimas y beneficiarios de este proceso están
a la vista. Cualquier desenvolvimiento capitalista será costeado por
las mayorías populares porque los banqueros e industriales exigirían
ganancias superiores a la media internacional para embarcarse en esa
iniciativa. Como los explotados u oprimidos cargarían con todas las pérdidas,
los socialistas bregamos por un modelo anticapitalista.
En cualquiera de sus variantes el MERCOSUR
neo-desarrollista sería un proyecto incompatible con reformas
sociales significativas y con mejoras perdurables del nivel de vida de
la población. Se sostendría en una concurrencia por el beneficio que
implicaría atropellos contra los trabajadores. Estas agresiones podrían
ser atemperadas durante cierto período, pero resurgirían con más
brutalidad en la etapa subsiguiente. Ninguna regulación estatal
permitiría contrarrestar indefinidamente las presiones ofensivas del
capital.
Esta certeza debería conducir a todos los
socialistas a preocuparse menos por la factibilidad de uno u otro
modelo burgués y a prestar más atención a las oportunidades de un
curso anticapitalista. Al posponer indefinidamente este rumbo, los teóricos
favorables al MERCOSUR neo-desarrollista no ofrecen ningún indicio
del socialismo. Presagian la erección de un empresariado regional,
sin aportar ninguna sugerencia sobre el inicio del proyecto
emancipatorio durante el siglo XXI.
El esquema pro-desarrollista es concebido con
criterios gradualistas, etapas preestablecidas y estrictas conexiones
entre la madurez de las fuerzas productivas y las transformaciones
sociales. Por eso abre muchos espacios para hablar del capitalismo y
deja poco lugar para sugerir algo concreto sobre el socialismo.
La tesis del enemigo principal
El auspicio de un modelo neo-desarrollista se
traduce en el sostén al eje político centroizquierdista que en Sudamérica
lideran Lula y Kirchner. Sus promotores estiman que estos gobiernos
representan al industrialismo contra la especulación financiera y al
progresismo contra la derecha oligárquica. Observan el proyecto
socialista como una etapa ulterior a la derrota de la reacción y
conciben a esta victoria como una condición insoslayable del
socialismo del siglo XXI.
¿Pero es tan contundente la división entre
neo-desarrollistas y neoliberales? ¿No existen innumerables vínculos
entre los industriales y los financistas? Las conexiones entre ambos
sectores han sido muy estudiadas y sorprende su omisión, a la hora de
apostar a un choque entre los dos grupos. La amalgama es tan fuerte,
que un líder natural del pelotón neo-desarrollista como Lula ha
mostrado –hasta ahora- mayor afinidad con el capital financiero, que
con los sectores industriales.
Pero incluso aceptando un escenario de fuerte
oposición entre ambas fracciones capitalistas cabe otra pregunta: ¿En
qué medida el apoyo a los neo-desarrollistas aproximaría a los
oprimidos a su meta socialista? Se podría argumentar que el modelo
industrialista creará empleo, mejorará los salarios y fortalecerá
la lucha de los trabajadores por su propio proyecto. Pero si el
capitalismo fuera capaz de asegurar estos resultados, la batalla por
el socialismo no tendría mucho sentido. Bajo el régimen actual, las
ganancias de los poderosos nunca se difunden hacia el conjunto de la
sociedad. Solo generan más competencia por la explotación y
tormentosas crisis, que se descargan sobre los oprimidos.
Otra justificación del sostén
neo-desarrollista podría destacar los efectos positivos de este curso
sobre la correlación de fuerzas que opone a los trabajadores con los
capitalistas. Pero si los explotados apuntalan un proyecto que no les
pertenece pierden capacidad de acción. Jamás podrían mejorar sus
posiciones trabajando a favor del sistema que los oprime. Por ese
camino conspiran contra sus propios intereses.
La carencia de agenda propia es el principal
obstáculo que afrontan los oprimidos para luchar por el socialismo.
La política pro-desarrollista acentúa esta falta de autonomía, al
subordinar las reivindicaciones de los asalariados a las necesidades
de los capitalistas. En lugar de aumentar la confianza de las masas en
su propia acción, esta orientación refuerza las expectativas en el
paternalismo burgués.
Algunos teóricos igualmente afirman que el
sostén al neo-desarrollismo será transitorio. ¿Pero que lapso se le
concede a ese período? ¿Varios años o varias décadas? Un modelo
industrialista no madura en poco tiempo. Para lograr cierto
desenvolvimiento necesita transitar por una larga etapa de acumulación
a costa de los explotados. Durante esa fase el modelo solo se
estabilizaría si los capitalistas avizoran un horizonte de ganancias
que los induzca a invertir. Y esta predisposición -en el contexto
competitivo internacional- exigiría un grado de disciplina laboral
incompatible con cualquier perspectiva anticapitalista.
El socialismo solo avanzará por el camino
opuesto de acciones reivindicativas y conquistas sociales que tiendan
a desbordar el marco capitalista. Y esta batalla solo será exitosa si
los oprimidos asimilan ideas revolucionarias a partir de una crítica
radical al sistema actual. Los elogios a la opción neo-desarrollistas
van a contramano de esta maduración política.
El sentido de las alianzas
Quiénes observan el futuro económico regional
en función del choque entre neo-desarrollistas y neoliberales tienden
a considerar que las únicas alternativas políticas posibles se
limitan a la centroizquierda y la centroderecha.
Pero del seguimiento de este conflicto no surge ninguna pista para el
socialismo d el siglo XXI. En un tablero dominado por la disputa entre
Lula, Kirchner o Tabaré con sus contendientes derechistas, no hay
resquicio para imaginar qué sendero podría recorrer un proceso
anticapitalista. Este bloqueo es aún mayor, si ubica a Chávez y a
Morales dentro del mismo bloque centroizquierdista y se le asigna a la
izquierda el silencioso rol de acompañar a esta alianza.
Esta estrategia presupone que las
organizaciones populares y los gobiernos de centroizquierda tienden a
converger naturalmente, como si los intereses de las clases dominantes
y los movimientos sociales fueran espontáneamente coincidentes. Este
empalme exigirá en realidad un arduo trabajo de ablandamiento previo
de todas las reivindicaciones mayoritarias.
Los frentes destinados a sostener modelos
capitalistas presentan otro problema: tienden invariablemente a girar
hacia la derecha. Sus promotores siempre registran la aparición de
algún nuevo enemigo oligárquico, cuya derrota requiere mayores
concesiones al establishment. Este corrimiento también obliga a
revestir de virtudes progresistas a muchos sectores que anteriormente
eran identificados con la reacción. Las propuestas de aproximar
nuevos aliados al MERCOSUR para reforzar la batalla contra el ALCA es
un ejemplo típico de esta política. A veces incluso el
“subimperialismo español” es visto como candidato a participar de
esta coalición.
Por este camino pierden relevancia todos los cuestionamientos al
saqueo que realiza Repsol y se entierran en pocos segundos las
denuncias acumuladas durante años.
La estrategia de alianzas crecientes contra la
oligarquía conduce a preservar el status quo. Es el sendero que empujó
a Lula, Tabaré y Bachelet hacia el social-liberalismo y es el curso
que actualmente tiende a recorrer Daniel Ortega. El nuevo presidente
de Nicaragua ya no guarda ningún parecido con su viejo origen
revolucionario. Avala las privatizaciones, defiende la supervisión
del FMI y acepta la continuidad del tratado de libre comercio con
Estados Unidos (Cafta).
Sobre estos pilares no puede erigirse ningún
Bloque de Poder Regional que contribuya al socialismo. El
social-liberalismo y la centroizquierda no sólo impiden este avance,
sino que también obstruyen las tendencias antiimperialistas y las
reformas sociales que promueven los gobiernos nacionalistas radicales.
Un gran objetivo de los conservadores del MERCOSUR es justamente
diluir el ALBA.
El neo-desarrollismo es el programa de Petrobrás
para preservar la expoliación del gas en el Altiplano. Es también la
plataforma del convenio comercial con Israel que Kirchner promovió
mientras Chávez denunciaba las matanzas de los palestinos. Un modelo
capitalista regional exige atemperar todos los conflictos con el
imperialismo para crear un clima favorable a los negocios en la región.
Por eso en Venezuela y Bolivia se localizan las grandes disyuntivas
del momento.
Las encrucijadas de Venezuela
Desde la derrota propinada hace cuatro años a
los golpistas, Venezuela se ha convertido en un terreno fértil para
desenvolver un proceso socialista. La derecha ha sufrido varios
reveses electorales y quedó debilitada. Ensayó algunos contragolpes
(intentos secesionistas, provocaciones armadas, campañas
internacionales), pero carece de un plan viable para desplazar a Chávez.
Este triunfo popular se ha proyectado a escala
internacional en la sucesión de irreverencias que debió aceptar Bush
en el frente diplomático (ONU, No Alineados), petrolero (OPEP),
geopolítico (Irán, Medio Oriente, provisión de armamento ruso) y
económico (acuerdos con China). Estados Unidos necesita el
abastecimiento petrolero de Venezuela y no puede embarcarse en otra
aventura bélica, mientras afronte el desastre de Irak. La figura de
Chávez se ha potenciado y por eso muchos analistas evalúan el
ajedrez electoral de la región, en función de los aliados que logra
o pierde el presidente venezolano.
El dilema socialismo versus neo-desarrollismo
se procesa en este país por medio de una disputa entre tendencias a
la radicalización y al congelamiento del proceso bolivariano. Es el
conflicto que han afrontado otros procesos nacionalistas y que tuvo un
desemboque positivo en la revolución cubana y desenlaces regresivos
en muchos otros casos. Este choque en Venezuela opone a los
partidarios de profundizar las reformas sociales con los defensores
del orden capitalista. La población percibe este enfrentamiento como
un conflicto entre el liderazgo progresista de Chávez y las presiones
de los grupos más conservadores de la burocracia estatal.
Profundizar el proceso bolivariano implicaría
complementar las mejoras sociales (reducción de la pobreza, aumento
del consumo popular, gasto en misiones) con una estrategia de
utilización productiva de la renta petrolera. Esta política debería
tender a expandir la industrialización, crear empleo productivo y
multiplicar las cooperativas. Por esta vía se lograría erradicar la
atrofia que padece una economía muy dependiente de las importaciones
y muy corroída por los subsidios que capturan las clases dominantes.
La perspectiva socialista exigiría anular
estas subvenciones, transformar las relaciones de
propiedad (especialmente en el campo) y generalizar formas de
cogestión obrera ya ensayadas en compañías estatales (Alcasa) y
empresas recuperadas (Invepal).
El programa neo-desarrollista apunta hacia la
dirección opuesta. Tiende puentes con los grupos capitalistas que se
aproximan al gobierno para desenvolver negocios lucrativos (grupos
Mendoza y Polar) y promueve un nuevo empresariado, que ya emerge entre
ciertos grupos del chavismo. Si este curso se afianza, tenderán a
profundizarse los desequilibrios que ha creado la administración de
una floreciente coyuntura, sin estrategias de transformación radical
(aumento de las importaciones, rebrote de la inflación, ausencia de
inversiones privadas, consumismo sin correlato productivo).
En esta perspectiva se inscriben proyectos tan
cuestionables como el gasoducto, controvertidos contratos petroleros
(empresas mixtas, apertura al capital extranjero) y el malgasto de los
recursos públicos en cancelaciones de la deuda externa que favorecen
a los grandes bancos.
En Venezuela chocan los proyectos
neo-desarrollistas de la burguesía con una perspectiva socialista que
debería sostenerse en la movilización. Esta presencia popular se ha
reforzado en los últimos años con el surgimiento de una nueva base
militante en los organismos juveniles, femeninos, campesinos y
cooperativas. El intenso proceso de afiliación a una nueva central
sindical (UNT) con gran incidencia de la izquierda es un aspecto
central de este progreso.
Cuánto mayor sea la autonomía y solidez organizativa que
logren los movimientos populares, más peso tendrán los sujetos que
podrían protagonizar un avance hacia el socialismo.
Las disyuntivas en Bolivia
Con un formato diferente las mismas
encrucijadas que se observan en Venezuela están presentes en Bolivia.
También aquí el socialismo del siglo XXI ha irrumpido como meta en
los debates del movimiento popular.
Varias insurrecciones (2000, 2003 y 2005) tumbaron en el Altiplano a
los mandatarios neoliberales con demandas muy radicales en el plano
político (asamblea constituyente), económico (nacionalización de
los hidrocarburos) y social (inmediatas mejoras para todos los
oprimidos).
El triunfo de Morales representa una severa
derrota para la derecha, que busca revertir este retroceso auspiciando
diversas conspiraciones (sabotajes a la Asamblea Constituyente, paros
patronales en Oriente, amenazas de secesión en Santa Cruz, campañas
de la Iglesia). Las elites presionan también dentro del gobierno para
neutralizar los proyectos reformistas.
En este gabinete conviven empresarios
conservadores, intelectuales de clase media y dirigentes de los
movimientos sociales. El gobierno del MAS no cuenta con una estructura
política preparada para lidiar con la presencia popular en la calle y
los complots derechistas, en un país caracterizado por conflictos muy
acelerados y violentos. Hasta ahora Morales implementa políticas
contradictorias y emite mensajes de moderación y radicalización.
La antinomia entre neo-desarrollismo y
socialismo está condicionada por el balance de fuerzas entre la
derecha y las masas. Algunos centroizquierdistas desconfían del carácter
persistente de las demandas sociales, sin registrar que el futuro del
proyecto popular depende de esta capacidad de los maestros, mineros y
pobladores para hacer valer sus reclamos. Los oprimidos que han
esperado cinco siglos para vivir dignamente, no quieren aguardar ni un
minuto más y esta decisión alimenta la lucha por el socialismo.
La disputa social en juego también depende del
perfil que asuma la nacionalización de los hidrocarburos. Si el
estado se apropia del 70% de la renta petrolera, el fisco acumularía
recursos suficientes (67.000 millones del dólares en las próximas
dos décadas) para erradicar la miseria (el 67% de la población no
cubre las necesidades básicas). Solo por la aplicación de las leyes
que elevan los impuestos y las regalías, el estado recibirá
inmediatamente el triple de lo recaudado en los últimos años. La
nacionalización ha servido para reconquistar la renta petrolera que
embolsaban las compañías multinacionales, pero al precio de
convalidar la presencia de estas empresas en el país.
Hasta ahora solo ha concluido el primer round
de una larga batalla que definirá el monto de los recursos. Pero más
importante aún será la asignación de estos fondos. En un contexto
económico favorable –y exactamente inverso al endeudamiento e
hiperinflación que carcomió a Siles Suazo en los años 80- el nuevo
excedente puede servir para ensayar un modelo neo-desarrollista o para
solventar las mejoras populares.
El sendero capitalista exigiría canalizar la
renta hacia la consolidación del latifundio de la soja, la
privatización de los yacimientos de metales y la ortodoxia
monetarista. Un rumbo socialista sostendría la reforma agraria, los
aumentos de salarios, la re-nacionalización de la minería y un
proceso de industrialización sin subsidios al capital. Como en el
resto de la región, estas dos opciones son antagónicas.
El impacto sobre Cuba
La estabilización de modelos capitalistas en
América Latina o un giro hacia la izquierda incidirían directamente
sobre el futuro de Cuba. Hasta ahora la revolución ha desmentido
todos los pronósticos fatalistas que auguraban su desplome. Frente a
un inédito colapso económico y una agobiante presión imperialista,
la población cubana sostuvo al régimen. Este antecedente debería
moderar a los analistas que tanto especulan sobre la forma que asumirá
la restauración cuando fallezca Fidel. La doble identidad nacional y
socialista que sostiene a la revolución (orgullo antiimperialista y
defensa del igualitarismo) es un enigma incomprensible para quiénes
celebran (o se resignan) a la regresión capitalista.
La convocatoria venezolana a construir el
socialismo del siglo XXI ofrece una alternativa frente a este
retroceso, en un marco muy distinto a los años 90. Durante ese período
Cuba afrontó incontables conspiraciones (planes de la CIA para
asesinar a Fidel), en un clima de aislamiento regional y hostigamiento
neoliberal. En cambio en la actualidad, Bush está aislado, la derecha
perdió varios gobiernos y la diplomacia cubana recuperó influencia.
La autoridad de Fidel y la memoria del Che están presentes en los
movimientos sociales de la región y la solidaridad bolivariana ha
permitido atenuar muchas dificultades de la isla.
Se ha estabilizado el crecimiento y los
padecimientos energéticos decrecieron con los ingresos del turismo,
las nuevas exportaciones y los convenios con China. Existe también la
posibilidad de comenzar a utilizar productivamente las ventajas de
calificación que detenta la población cubana.
Pero el país afronta un momento crucial porque
-según reconoció Fidel en un importante discurso de noviembre del
2005- la revolución puede auto-destruirse. Frente a esta amenaza hay
rumbos que facilitarían la renovación del socialismo y caminos que
conducirían al retroceso capitalista. El contexto latinoamericano
contribuiría a uno u otro desenlace.
Si en América Latina se afirman los modelos
neo-desarrollistas la presión capitalista persistirá aunque se
afloje el bloqueo. El dinero ya no buscará penetrar en la isla por
medios militares, sino a través de los grandes negocios. La revolución
ha debido coexistir en los últimos años con las desigualdades
sociales creadas por las remesas y la implantación de un enclave
dolarizado. Los neo-desarrollistas del MERCOSUR buscarán reforzar está
fractura y promoverán a todos los aspirantes a conformar la nueva
burguesía de la isla. La resistencia social, el crecimiento de la
izquierda y el despunte del socialismo en América Latina operarían
en la dirección opuesta.
Cuba no puede, ni debe, aislarse. El búnker
norcoreano es la peor opción y es por eso necesario recurrir a
disposiciones mercantiles y asociaciones con inversores que serían
desechadas en otras circunstancias. Pero conviene explicitar cuál es
el camino posible de la restauración. Este curso no anida tanto en
los pequeños mercados, el comercio informal y el trabajo
independiente, como en las conexiones internacionales de las elites
interesadas en comandar un modelo social-demócrata (concertado con
Europa) o un esquema autoritario (afín al precedente chino). El
neo-desarrollismo latinoamericano es un socio potencial de ambas
alternativas.
Una etapa de acumulación empresaria regional
también influiría sobre dos problemas recientemente subrayados por
varios líderes de la revolución: el consumismo y la corrupción. Cuánto
más solidez presente el vecindario capitalista, mayor será la presión
disolvente de los principios de solidaridad colectivista que se
promueven en Cuba. En lugar de facilitar la adopción de un patrón de
consumo consensuado colectivamente –en función del nivel de
recursos y carencias- se estimularía un individualismo devastador.
La corrupción es un problema más grave porque
conviene recordar el antecedente de la URSS y Europa Oriental. Allí
los grupos restauradores se nutrieron del maltrato, el robo y la
depredación de los recursos del Estado. La desidia frente a la
propiedad pública suele reflejar que un sector de la población
visualiza a esos recursos como bienes ajenos y esta actitud no se
supera sólo con exhortaciones, especialmente si coexiste con signos
de apatía entre la juventud. El único antídoto efectivo es la
participación popular, en un sistema político crecientemente
democratizado.
Conciliar la defensa de la revolución con
debates más abiertos, alineamientos políticos más diferenciados,
libertades sindicales y medios de comunicación modernizados es la
gran asignatura pendiente para una renovación del socialismo en Cuba.
El neo-desarrollismo latinoamericano es un manifiesto enemigo de esta
evolución.
Dos tradiciones
Todos los partidarios del socialismo del siglo
XXI subrayan acertadamente que la liberación latinoamericana no será
una copia de esquemas ensayados en otras latitudes. Destacan que la
batalla por una sociedad igualitaria converge en la zona con
tradiciones antiimperialistas propias. Una línea histórica de
nacionalismo radical -que se expresó en Martí, Zapata o Sandino-
comparte los cimientos del proyecto emancipatorio con varias
corrientes del marxismo.
Este legado conjunto conforma un cuerpo de
tradiciones muy distante del nacionalismo conservador en el terreno
patriótico y muy alejado del librecambismo socialdemócrata (que
inauguró Juan B Justo) en el plano socialista El nacionalismo
antiimperialista es opuesto al chauvinismo militarista y la izquierda
radical es la antítesis del social-liberalismo de la Tercera Vía.
Este empalme de dos pilares del socialismo se
manifiesta en Latinoamérica en un caudal de símbolos (rechazo a los
yanquis), figuras (el Che) y realidades (la revolución cubana), que
ejercen gran influencia sobre las nuevas generaciones. Por esta razón
el proyecto emancipatorio ha sido retratado como una síntesis de
varias trayectorias regionales.
Esta amalgama también incluye la rehabilitación de la cultura andina
y la reivindicación de tradiciones indigenistas que fueron
silenciadas durante siglos de opresión étnica y cultural.
El socialismo del siglo XXI es una fórmula
universal con fundamentos zonales. Propicia una mixtura que retoma el
enriquecimiento y la diversificación del programa comunista. Un ideal
surgido a mitad del siglo XIX en Europa Occidental asumió otro
significado durante su intento de materialización en Rusia, Asia o
Europa Oriental. Esta asimilación regional también determinó las
singularidades intelectuales que ha presentado el marxismo en Oriente
y Occidente.
Reconocer esta variedad es importante para
superar la visión simplificada de muchos críticos de la izquierda
latinoamericana, que observan a este sector como un conglomerado corroído
por el conflicto entre positivas tendencias autóctonas y negativas
influencias europeizantes. Esta caracterización omite que todas las
vertientes son tributarias de mixturas locales y extranjeras.
Las fuentes extra-regionales no son patrimonio
exclusivo de los teóricos de la izquierda más influidos por
concepciones foráneas. También los pensadores que desenvolvieron una
teoría del socialismo nacional (o regional) –como Jorge Abelardo
Ramos- se inspiraron en tesis concebidas en Europa y aplicadas en Asia
o Estados Unidos. Postularon que la nación (o la zona) constituye una
entidad prioritaria de la vida social, más gravitante que las clases
y los antagonismos sociales.
El único aspecto latinoamericano de esta visión
es el ámbito geográfico reivindicado. Aborda todos los problemas con
los mismos presupuestos esgrimidos por los teóricos nacionalistas de
otros rincones del planeta. Su universalismo solo difiere del
postulado por los internacionalistas por el tipo de síntesis que
propone entre fundamentos nacionales y extranjeros de la lucha
popular.
Esta divergencia presenta incontables matices y
no define por sí misma ninguna divisoria de aguas significativa en el
plano político. Lo que determina, en cambio, una separación
contundente en la izquierda latinoamericana es el grado de
consecuencia en la lucha por el socialismo. La mayor o menor afinidad
con el pensamiento europeo es un problema secundario, en comparación
a la propuesta de recrear o superar la opresión capitalista.
Lo que distingue la herencia de Jorge Abelardo
Ramos del legado de teóricos marxistas como Mella o Mariategui es la
defensa y crítica respectiva de una etapa capitalista anticipatoria
del socialismo. Esta polémica es el aspecto esencial del debate
contemporáneo. El primer pensador buscó próceres desarrollistas
entre las burguesías locales y los segundos apostaron a la acción
socialista de las masas. Ambos caminos reaparecen en el siglo XXI como
dos opciones políticas contrapuestas.
La tradición de Mariategui y Mella es
particularmente contrapuesta a la herencia de Haya de la Torre. Los
socialistas que introdujeron el marxismo en Perú y Cuba promovían
una estrategia socialista ininterrumpida, mientras que el fundador del
APRA auspiciaba la unificación capitalista de la región, como peldaño
insoslayable hacia cualquier futuro igualitario.
El debate en curso del socialismo como un proceso anticapitalista o
como una etapa posterior del MERCOSUR actualiza esa vieja
controversia.
Dos actitudes
Postular que el socialismo puede ser iniciado
en un período contemporáneo conduce a defender sin ocultamientos la
identidad socialista. Favorecer en cambio una etapa neo-desarrollista
induce al titubeo en la lucha contra el capitalismo. Para transitar
por un camino en común con los industriales y los financistas hay que
adoptar un comportamiento moderado, demostrar responsabilidad frente a
los inversores y colocar todas las intenciones socialistas en un
disimulado segundo plano.
El proyecto del socialismo del siglo XXI
plantea también serios problemas a los teóricos que gustan estudiar
los desequilibrios del capitalismo, sin preocuparse por avizorar algún
camino hacia otra sociedad. El socialismo es un tema molesto para quiénes
interpretan el mundo sin buscar cambiarlo, porque plantea problemas
que sacuden su contemplativa mirada del universo circundante.
La ausencia de proyectos socialistas en la
izquierda es mucho más nociva que cualquier desacierto en los diagnósticos
del capitalismo contemporáneo. Por eso resulta indispensable retomar
el uso del término socialismo, sin prevenciones, ni sustituciones.
Este concepto no es un vago sinónimo de “lo social”. Alude
concretamente a un sistema emancipado de la explotación y no a genéricos
inconvenientes de cualquier agregación humana. No bastan las difusas
referencias al “post-capitalismo” para esclarecer cómo debería
construirse una sociedad futura. Hay que exponer programas
alternativos.
Algunos analistas estiman que el socialismo no
puede difundirse luego del colapso sufrido por la URSS. Consideran que
la noción cayó en desuso y perdió prestigio. Pero el repentino
resurgimiento del concepto en Latinoamérica debería inducirlos a
reconsiderar el réquiem que ya han pronunciado.
Muchos términos sufrieron un manoseo semejante
al padecido por el socialismo. La democracia ha soportado por ejemplo
distorsiones equivalentes. Fue el estandarte de los peores atropellos
imperialistas durante el último siglo y esta deformación no indujo a
su reemplazo por ninguna otra palabra. Nadie ha postulado otro término
para definir la soberanía popular, ya que para denotar ciertos fenómenos
hay nociones irreemplazables.
La vigencia del socialismo debe ser evaluada
con cierta perspectiva histórica porque que ha estado sometida a un
vaivén semejante al sufrido por la democracia. La invención
contemporánea de este último ideal se produjo en 1789, pero el
principio de igualdad política solo conquistó autoridad en el curso
de un largo período posterior. Al cabo de este tiempo fue aceptado
como principio superador de las jerarquías medievales, que en el
pasado eran identificadas con la propia existencia humana.
Con la invención del socialismo ocurrirá algo
parecido. El debut de 1917 quedará como un gran precedente de la
gesta humana por alcanzar la igualdad social y liberar al individuo de
las cadenas del mercado. El comienzo del siglo XXI permite empezar a
plasmar ambos objetivos.
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socialismo”. Página 12, 13-6-06.
-Valdés Gutiérrez Gilberto. “Desafíos de
la sociedad más allá del capital”. www. Emancipación .org, 11-8-06.
[1]Economista,
Profesor de la UBA, investigador del Conicet, miembro del EDI
(Economistas de Izquierda). Su página web es:
[2]
Katz Claudio. El rediseño de
América Latina, Alca, Mercosur y Alba. Ediciones Luxemburg,
Buenos Aires, 2006.
[3]
Este planteo desarrolla: Dieterich
Heinz. Hugo Chávez y el socialismo del siglo XXI, Editorial Por
los caminos de América, Caracas, 2005, (especialmente el capítulo
6).
[4]
Este criterio expone: Lebowitz Michael. “El socialismo no cae
del cielo”. Colección Ideas Claves, Caracas, 2006. Hemos
expuesto varios aspectos de este proceso en: Katz Claudio. El
porvenir del socialismo. Ed. Herramienta e Imago Mundi, Buenos
Aires, 2004.
[5]
Dieterich
Heinz. Entrevista, Interpress Service, (BI-Red solidaria de la
izquierda radical, n 9268, 21-1-06.)
[6]
Dietrich
Heinz. “Quién ganará. Ofensiva oligárquica y contraofensiva
popular”. Argenpress, 19-10-06.
[7]Es
la mirada que presenta Dietrich Heinz. “Demanda el bloque
regional de poder popular debate publico con los presidentes de la
cumbre sudamericana de naciones”. Argenpress, 1-11-06
[8]
-Dietrich
Heinz “Triunfa el bloque regional de poder. Falta construir el
bloque de poder popular”.Rebelión 22-7-06
[9]
Ortega llega a la presidencia con una mochila de actos de corrupción
y despojos a la propiedad pública. Se ha rodeado de hombres que
actuaron en la “contra” y en la CIA, ha concertado pactos de
impunidad con presidentes que encubren narcotraficantes y acordó
con la jerarquía eclesiástica la penalización del aborto.
Baltodano Mónica. “¿Nicaragua sin izquierda?”, Rebelión
1-11-06. Cardenal Ernesto “Los Sandinistas no deben
confundirse”. Rebelión, 27-1-06.
[10]
Mieres presenta un diagnóstico de estos desajustes. Mieres
Francisco. “Notas para el simposio sobre deuda”.
Primer Simposio Internacional sobre deuda pública, auditoria
popular y alternativas de ahorro e inversión para los pueblos de
América Latina”. Centro Internacional Miranda, 22-.24 de
septiembre 2006, Caracas.
[11]
Guerrero retrata esta irrupción. Guerrero Modesto Emilio.
“Constitución, dinámica y desafíos de las vanguardias en la
revolución bolivariana. Herramienta
n 33, octubre de 2006, Buenos Aires.
[12]El
análisis de la “alianza entre estados y movimientos
sociales…como representación del socialismo del siglo XXI”
fue un tema de la reciente Cumbre social de Sucre. Ortiz Pablo.
“Cumbre social para hablar del socialismo que viene”. Página
12, 29-10-06, Buenos Aires.
[13]
Varios analistas describen este curso.
Stefanoni Pablo, Do Alto Hervé. La revolución de Evo
Morales, Editorial Capital Intelectual, Buenos Aires, 2006. Aillon
Orellana Lorgio. “Hacia una caracterización del gobierno de Evo
Morales”. OSAL n 19, enero-abril 2006. Campione
Daniel. “O los caminos se abren”. RSIR, n 9276, 23-1-06.
[14]
Todavía falta la letra chica de los acuerdos, que definirá la
duración de los contratos, los precios finales y las normas de
litigio internacional. Cualquiera sea el resultado de estas
escaramuzas, las compañías tienden a permanecer en el país
porque avizoran un horizonte de rentabilidad. Ya no podrán
mantener la relación entre beneficios e inversiones que a escala
internacional se situaba en tres a uno y en Bolivia alcanzaba diez
a uno. Pero seguirán ganando y ejercitando la capacidad de presión
que exhibieron recientemente al imponer la renuncia forzada del
ministro Solíz Rada.
Dos balances muy diferentes del proceso de nacionalización presentan
Montero y los redactores de Econoticias. Montero Soler Alberto.
“Bolivia y la nacionalización de los hidrocarburos: tantas
cosas que aprender”. Rebelión, 3-11-06. Redacción Econoticias:
“Borrón y cuenta nueva”. www.econoticiasbolivia.com,
29-10-06.
[15]
Algunos analistas como Farber combinan el pronóstico fatalista
con la insólita expectativa de construir un proyecto de izquierda
luego del desplome de la revolución. Otros autores -como Dilla-
estiman que el proyecto socialista ya quedó sepultado, cualquiera
sea el curso que adopte la sucesión de Fidel. Farber
Samuel. “Cuba: la probable transición y sus políticas”.
Herramienta n 33, octubre de 2006. Dilla Alfonso Haroldo.
“Hugo Chávez y Cuba: subsidiando posposiciones fatales” Nueva
Sociedad, n 205, septiembre-octubre 2006, Buenos Aires.
[16]
Dietrich plantea aquí importantes y acertadas observaciones: Dietrich
Heinz. “Cuba: tres premisas para salvar la revolución”.
Herramienta n 33, octubre de 2006.
[17]
“Un socialismo latinoamericano y caribeño que recoja nuestras
raíces históricas y nuestra espiritualidad”. Soto Héctor.
“Revolución bolivariana socialista: ¿un descubrimiento? A
Plena Voz, n 15, agosto, 2005, Caracas.
[18]
El estudio clásico sobre este tema fue realizado por: Anderson, Perry. Consideraciones sobre el marxismo
occidental. Siglo XXI, México 1979.
[19]
Cuándo se reivindican ambas trayectorias sin aclarar las
divergencias en juego el proyecto socialista pierde contenido. Es
el error que comete. Bossi Fernando Ramón. “Reflexiones sobre
el socialismo del siglo XXI”. www red bolivariana, 25-7-05.
[20]
Vitale, Kohan y Lowy presentan un detallado análisis de estas
discusiones. Vitale
Luis. De Bolivar al Che, Cucaña ediciones, Buenos Aires 2002.
(cap 5, 6, 9 y 10). Kohan Nestor. “La gobernabilidad del
capitalismo periférico y los desafíos de la izquierda
revolucionaria”. La Haine, 26-11-06. Lowy Michael. El
marxismo latinoamericano, ERA, México, 1980.
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