El presidente “legítimo” asume casi clandestinamente
El cruce de caminos de la crisis mexicana
Isidoro Cruz Bernal
Socialismo o Barbarie, periódico, 07/12/06
La sociedad mexicana se encuentra en una grave crisis. La parte visible
de este enorme iceberg es su régimen político, pero reducirlo a eso
sería un grave error. No se trata solamente del fraude en las
elecciones del pasado 2 de julio, que repite toda una larga historia
de fraudes durante el dominio del PRI, sino de una crisis de la
configuración de todo el capitalismo dependiente mexicano (tanto en
lo interno como en lo externo). El período de gobierno de Felipe
Calderón se inicia, por lo tanto, con un panorama signado por el fin
de la paciencia de amplias franjas de los explotados y oprimidos ante
la agresión neoliberal burguesa, la fuerte deslegitimación del régimen,
el desafío que para el imperialismo y sectores de las clases
dominantes implica impulsar la privatización de las empresas
estatales y el surgimiento de varios frentes de conflicto (la Comuna
de Oaxaca, la movilización de los partidarios de López Obrador y las
luchas obreras). Todo indica que el gobierno de Calderón no va a ser
nada tranquilo.
Después de la revolución mexicana, que abarca desde
1910 hasta los inicios de los años 20, dominó el aparato de estado
un solo partido: el PRI, Partido Revolucionario Institucional (llamado
antes Partido Nacional Revolucionario y Partido de la Revolución
Mexicana durante el gobierno de Lázaro Cárdenas en los años 30).
Esta virtual fusión entre partido y régimen político tuvo como
objetivo en ese tiempo garantizar la existencia de un poder
centralizado que pusiese en orden al país, después de una revolución
que había llevado casi al límite las tendencias a la disgregación
expresadas en movimientos caudillistas que se ponían a la cabeza de
los reclamos de los oprimidos (campesinos, indígenas u obreros),
muchas veces divididos regionalmente. El régimen priísta también
expresaba el interés de las clases dominantes por maniatar y quitar
toda autonomía a las clases populares, al mismo tiempo que respetaba
una serie de conquistas que fueron producto de las luchas
revolucionarias de principios del siglo XX (reforma agraria, ciertos
derechos para los trabajadores, etc.).
El régimen del PRI se caracterizó por esa dualidad:
estableció una serie de importantes concesiones materiales que le
permitían una importante base de masas, a la vez que manejó el poder
de forma exclusivista, tanto en el aparato de estado como en los
movimientos sociales (campesinos y obreros). Se trataba de una
combinación de integración social y política con una feroz represión
cuando esos mecanismos integrativos fallaban, y que excluían
cualquier espacio para una disidencia organizada. Esta fue la esencia
del régimen priísta.
El régimen al mismo tiempo reconoció varias fases.
Algunas tendientes a la izquierda (el período de Lázaro Cárdenas es
el mejor ejemplo) y otras claramente a la derecha (la posterior a la
Segunda Guerra, cuando México acompaña el anticomunismo de EEUU). En
lo económico, el régimen se caracterizó por un desarrollismo
industrialista hasta mediados de los años 80. A partir de allí, el régimen
se orientó cada vez más al neoliberalismo, con el hito de la firma
del NAFTA (tratado de libre comercio con EEUU y Canadá) en 1994.
Es en ese tramo histórico que empieza a configurarse
el origen de la crisis política y social que ha estallado en México.
Por un lado, el régimen empezó a erosionar su propia base social
popular, al atacar las conquistas sociales que fueron el subproducto
de la revolución mexicana. Por otro lado, este elemento comenzó a
hacer cada vez más insoportable la regimentación y el control que el
PRI ejercía sobre la sociedad mexicana.
Desde 1988 hasta el 2000 se intentó mantener el régimen
priísta al mismo tiempo que se implementaban las políticas
neoliberales. Esto se expresó en el fraude de las elecciones
presidenciales de 1988 contra C. Cárdenas, el asesinato de Luis
Donaldo Colosio en 1994 y la salida elegante del PRI con la
presidencia de Zedillo. A partir de la presidencia de Fox, en el 2000,
se dieron dos situaciones: se canalizaron las aspiraciones democráticas
hacia la derecha, aprovechando que se prefería que gobernara
cualquiera menos el PRI, y se profundizaron las políticas
neoliberales iniciadas con los últimos gobiernos priístas. El
“libre comercio” impuesto por EEUU, que sólo beneficia a la gran
burguesía mexicana integrada a la economía mundial y a sus apéndices
de la clase media alta, bastante reducidos en México, arrasó con las
economías campesinas, el salario de los trabajadores y las pequeñas
y medianas industrias. Toda esta dirección económica y social de
desigualdad, explotación y apertura económica al absurdo se ha
profundizado en el sexenio de Fox.
No hagan olas
La llegada al gobierno de Felipe Calderón concentra,
en forma exasperada, el cansancio y el hartazgo de las clases
populares, que ven evaporarse sus expectativas de progreso, por mínimas
que fueran, o de mantener su situación en la sociedad. A esto se suma
la creciente conciencia del fraude electoral perpetrado por el régimen
del PAN y el PRI en las últimas elecciones.
La situación en la que llega Calderón a la
presidencia tuvo como consecuencia adelgazar de solemnidad y
contenidos formales las ceremonias mediante las cuales la democracia
burguesa oficia el traspaso de un gobierno a otro. Aunque México no
es exactamente una democracia burguesa, la forma en que buscaba
simularlo se adornaba con los oropeles de un supuesto respeto a la
institucionalidad. Los presidentes no eran constitucionales hasta que
éstos recibían los poderes en pleno Congreso de la Unión, ante los
legisladores del gobierno electo como ante los de la oposición, como
corresponde en un “país en serio”. Todo eso se hacía pausada y
tranquilamente, con los clásicos modales políticos que emocionan a
los cultores de la virtud republicana (siempre para defender al
imperialismo y a la burguesía).
De más está decir que esas expectativas
institucionales estuvieron muy lejos de verse cumplidas. El Congreso
fue copado por una patota de parlamentarios del Partido de Acción
Nacional (PAN), que tomaron a golpes y empujones, sin mucha voluntad
de parlamentar y haciendo honor a la primera parte del nombre de su
partido, toda la tribuna legislativa. En esa tarea fueron asistidos
por 40 agentes del Estado mayor presidencial. También asistió, como
adorno legal para esa acción de hecho, el presidente de la Suprema
Corte de Justicia. Los legisladores del PRD de López Obrador y sus
aliados quedaron a más de 20 metros de Calderón.
Si bien, como sabemos, las ceremonias de asunción no
duran horas, ésta fue realizada a la velocidad del rayo. Duró menos
de cinco minutos. Además, Calderón y Fox aparecieron por una puerta
secreta ubicada en el estrado del Congreso. Toda la asunción estuvo
marcada por el siguiente rasgo: su desarrollo dependió de y fue
garantizado por los resortes del aparato estatal que poseen un
contenido de hecho, sin elementos deliberativos. A este respecto es
ilustrativo mencionar que un día antes Calderón almorzó con los más
altos oficiales de las FFAA. Es decir, un cambio de guardia
institucional que puede hacer poco por esconder el garrote que le da
sustento.
Este panorama deja a la vista que el gobierno de
Calderón sube al poder con un peso político específico muy escaso.
No tiene legitimidad para una gran parte de la población, sube en un
momento en que amplias franjas de las clases populares pelean por sus
derechos y tiene, como si lo anterior fuera poco, que avanzar en más
y más contrarreformas neoliberales. El imperialismo y amplios
sectores de las clases dominantes le adjudican la tarea de llevar
adelante las “reformas pendientes” que abarcan la desregulación y
privatización de los recursos energéticos, agua, tierra y la reforma
fiscal. Es decir, el gobierno llega con poco y tiene que hacer mucho.
La consecuencia de esto es que va a tener que
–usando un “concepto” afín a autonomistas y kirchneristas–
“construir poder” todos los días. Asume el gobierno sin la usual
luna de miel que disfrutan los gobiernos burgueses normales. Esto lo
ha obligado a producir hechos desde antes de poder gobernar. Se ha
rebajado el sueldo y el de sus ministros, en un intento de quitarle
banderas democrático-reformistas a López Obrador. El otro perfil al
que ha recurrido es a levantar las demandas de “mano dura” con
Oaxaca y las luchas obreras y populares. En resumen, Calderón llega
al poder con una mixtura de debilidad y de potencial uso del “estado
de excepción” para enfrentar las diversas rebeliones existentes en
el país, pero cuya resonancia atraviesa todo México. Su falta de
legitimidad es un gran obstáculo para que pueda llegar a la meta.
Pero también es un error subestimar la fuerza que el control del
aparato estatal confiere a sus ocupantes. Si bien no es verdad que
haya en México un momento de rebelión generalizada –más bien hay
diferentes rebeliones de distinto grado de profundidad y
contundencia– el período que se abre parece augurar de todo menos
un tránsito tranquilo para la dominación burguesa.
|