El
chivo expiatorio de Washington
Murió
Pinochet, el "Chacal del Pacífico":
Lo que la
“izquierda” y la derecha
esconden sobre sus crímenes
IAR-Noticias,
13/12/06
Uno
de los personajes más emblemáticos de la llamada "guerra contra
la subversión", el ex dictador militar chileno, Augusto
Pinochet, falleció el domingo 10 de diciembre en el Hospital
Militar de Santiago, luego de haber sufrido una inesperada
descompensación.
El
dinosaurio de los dictadores militares latinoamericanos, de 91
años de edad, murió, según el parte médico, a las 13:30 horas,
luego de ser trasladado a la unidad de cuidados intensivos donde los
procedimientos médicos no lograron salvarle la vida.
Pinochet
había sido internado durante la madrugada del domingo 10 de diciembre
a causa de un infarto al miocardio y un edema pulmonar, pero los
informes médicos señalaban que evolucionaba favorablemente, a punto
tal que los familiares de víctimas denunciaron que se había montado
una farsa alrededor de su enfermedad.
Los
pocos "seguidores" de Pinochet se dieron cita en las afueras
del Hospital Militar, muchos de ellos portando carteles y fotos del ex
general "anticomunista" que comandó una de las más feroces
represiones de la década del setenta después de asesinar al
presidente Allende en Chile en 1973.
Caído
en desgracia, abandonado a su suerte después de que sus ex
patrones del Departamento de Estado norteamericano decidieran exportar
la "democracia con elecciones" en lugar de las
dictaduras militares, al momento de morir Augusto Pinochet enfrentaba
numerosas querellas y procesos judiciales, que abarcaban desde las
acusaciones de genocidio y torturas hasta las causas por corrupción.
Se
estima que durante el régimen que encabezó, unas 3.200 personas
murieron a manos de agentes del Estado, de las que 1.192 permanecen
como detenidas desaparecidas, más de 28.000 fueron torturadas,
según datos oficiales, y alrededor de 300.000 debieron exiliarse
por razones políticas.
Al
momento de morir, Pinochet estaba procesado como presunto autor de
secuestros (desapariciones), homicidios y torturas en al menos tres
casos por violaciones a los derechos humanos, entre ellos la Caravana
de la Muerte, una comitiva militar que ejecutó a 75 presos políticos
en un recorrido por Chile en 1973.
También
por una treintena de víctimas de la Operación Colombo, montada en
1975 para encubrir la desaparición de 119 disidentes y por otros
tantos casos de desaparición y torturas en la Villa Grimaldi, una cárcel
clandestina de la DINA, la policía secreta de la dictadura.
Pero,
y como sucedió y está sucediendo con el resto de los dictadores
sobrevivientes de la ex "doctrina de seguridad nacional",
Pinochet fue el chivo expiatorio de un golpe de Estado y de un
proceso represivo que estuvo encuadrado en una estrategia regional
de "combate al comunismo" dirigida por Washington y el
Pentágono.
Detrás
del golpe contra Allende y de la dictadura de Pinochet que vino a salvar
a Chile del "caos comunista" estuvieron (como en
Argentina y en otros países) el Departamento de Estado y los mismos
bancos y transnacionales que hoy controlan el sistema económico
productivo de Chile con democracia y elecciones.
Pinochet, como Videla en Argentina o Stroessner en Paraguay, fueron
piezas de un dispositivo militar destinado a terminar con la
militancia revolucionaria setentista (los llamados
"subversivos") dentro de una disputa por aéreas de
influencia que mantenía EEUU con la Unión Soviética en el
marco de la Guerra Fría.
Tanto
la prensa del sistema como la derecha "neoliberal" y la
izquierda "progresista", que hoy gerencian los nuevos
Estados "democráticos" controlados por Washington, esconden
el contexto de servilismo al proyecto imperial en que actuaron los ex
dictadores como Pinochet, y los ponen como "asesinos y
genocidas" sin ninguna vinculación con una estrategia de
dominación en la región.
Pinochet
y los dictadores militares de la doctrina de seguridad nacional que se
formaban en la Escuela de las Américas y se reportaban al Comando Sur
de EEUU, cumplieron para el Imperio norteamericano (represión militar
de por medio) el mismo papel de "gerentes de enclave" que
hoy cumplen Kirchner, Bachelet, Lula o Evo Morales, por
"izquierda progresita", o Uribe y Alan Garcia por
"derecha".
La
red represiva de la llamada "doctrina de seguridad
nacional" que guiaba el accionar de las dictaduras
sudamericanas de la década del 70- fue articulada por el Pentágono y
el Departamento de Estado conjuntamente con los regímenes de varios
países de la región y fue la ejecutora de miles de asesinatos,
torturas o desapariciones de militantes combativos de izquierda
que luchaban para cambiar el sistema capitalista que hoy
controla Chile con democracia y elecciones.
La
prensa cómplice del sistema esconde el carácter "antisistema y
revolucionario" de las víctimas de Pinochet caracterizándolas
solo como "personas", como una manera de disociar como crímenes
comunes lo que en verdad fue una represión militar en el marco de una
"guerra contrarrevolucionaria" imperial.
Pinochet
no fue un "genocida demente" sino un instrumento de un
proceso de represión militar salido de las entrañas del
Departamento de Estado norteamericano, y motorizado principalmente por
el cerebro imperialista de Henry Kissinger, quien, según se desprende
de los propios documentos desclasificados de la época, fue el
motorizador principal de los golpes militares de Pinochet en Chile y
de Videla en la Argentina.
Eran
tiempos de plomo y de represión sangrienta e indiscriminada al comunismo
subversivo internacional" de la Guerra Fría, simbolizado
principalmente en la Revolución Cubana y en la Unión Soviética
que peleaba por aéreas de influencia con el imperio yanqui en la región.
Las
logias de generales latinoamericanos de entonces, al estilo Pinochet,
eran formados en el molde de la "doctrina de seguridad
nacional" made in usa, y entrenados militarmente en la
Escuela de las Américas y en el Comando Sur de los Estados Unidos.
Una
vez formados, pasaban a desempeñarse como expertos en la "lucha
de contrainsurgencia", una suerte de "lucha
contraterrorista" del presente, orientada a exterminar a los
movimientos revolucionarios y a toda persona con "pensamiento de
izquierda".
En
los 80, salvo en Colombia, los militares de la "seguridad
nacional" ya habían terminado con la izquierda revolucionaria y
la resistencia armada en América Latina, había desaparecido la URSS
como punto de referencia logística y organizativa de los movimientos
revolucionarios, y Washington resolvió imponer un orden regional
basado en el pacifismo, la democracia y los derechos humanos.
El
nuevo sistema de control político y social se situaba en las antípodas
del anterior (basado en gobiernos y dictaduras represivas), y
explotaba el consenso masivo que despertaba la apertura de procesos
constitucionales después de largos años de dictaduras militares con
supresión de elecciones y parlamentos.
Pero
fuera del maquillaje democrático (del formalismo del estado de
derecho y del régimen electivo-parlamentario), Washington y las
transnacionales capitalistas siguieron ejerciendo el control sobre los
recursos estratégicos y el sistema económico-productivo de los países
mediante la asociación con las elites de poder y las clases políticas
locales, quienes se reservan para sí los controles ejecutivos,
parlamentarios y judiciales del Estado.
De
tal manera, que del gerenciamiento militar del dominio imperial
se pasó al gerenciamiento civil del mismo, sin alterar para
nada el proceso de control económico por medio del cual los bancos y
empresas transnacionales continuaron transfiriendo recursos y
ganancias a EEUU y a las metrópolis capitalistas.
En
ese nuevo escenario de poder geopolítico-estratégico, legitimado por
gobiernos satélites elegidos en elecciones populares, Washington
consolidó su dominio regional en un teatro latinoamericano sin
lucha armada, sin estallidos revolucionarios, y con las
organizaciones populares y de izquierda participando como "opción
de gobierno" en los países dependientes.
Los
procesos judiciales al "Pinochet genocida", que
celebran tanto la izquierda como la derecha "democráticas",
sirvieron para tapar las verdaderas causas del proceso imperial que
posibilitó el advenimiento al poder del general represor que nunca
dio un solo paso sin consultar a Washington o el Comando Sur.
El
mismo establishment de poder que juzgaba a Pinochet antes
de su muerte, fue cómplice de su dictadura y del golpe de Estado que
derrocó al gobierno de Allende, y que luego logró encaramarse
en la estrategia de dominio con urnas y democracia.
Viejo
y decrépito, odiado y condenado socialmente por "genocida
y corrupto", el "Chacal del Pacífico" murió a los 91
años de edad, mientras el sistema de dominio imperial-capitalista que
lo perpetuó en el poder y luego lo defenestró, sigue vivito y
coleando en América Latina.
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