El
suicidio alimentario
Por
Luis Hernández Navarro
La Jornada, 13/05/08
Los
gigantes minoristas Wall Mart y Costco racionaron la venta
de arroz en Estados Unidos. En 593 tiendas Sam’s Club se
limitó la adquisición del grano a nueve bolsas de cuatro
kilos por persona al día. Aunque ese país consume sólo la
mitad del cereal que cosecha, es el cuarto exportador de
arroz en el mundo. Otras naciones productoras, como Vietnam,
India y Brasil, prohibieron temporalmente su venta al
exterior.
México
compra a Estados Unidos la mayor cantidad de arroz que
consume. No siempre fue así. En 1994, antes de la firma del
Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN), la
producción nacional del cereal fue de 373.6 mil toneladas y
se importaron 431.8 mil. En 2006 la cosecha fue de 290 mil
toneladas, pero la adquisición del exterior se ubicó en
769.1 mil.
¿Qué
sucedería en nuestro país si Estados Unidos decidiera
comportarse como Wall Mart y Costco y racionara sus ventas
de arroz? ¿Qué pasaría si Washington suspendiera sus
exportaciones como lo han hecho Vietnam, India y Brasil para
dedicar el cereal a la engorda de puercos?
No se trata
de preguntas retóricas. Se trata de situaciones factibles.
Aunque el Papa haya descontinuado el limbo, el alza en los
precios de la comida ha llevado al sistema agroalimentario
en su conjunto al lugar adonde van las almas de quienes,
antes del uso de la razón, mueren sin el bautismo. En la
producción y comercio mundial de granos las cosas ya no son
como hace dos años.
El sistema
agroalimentario atraviesa una crisis profunda, y los países
que no producen sus alimentos sufren la peor parte. El Banco
Mundial ha diagnosticado que los precios de los comestibles
seguirán al alza en los próximos siete años, y si llegan
a descender se quedarán en el nivel que tenían en 2004.
La situación
para México es de suma gravedad. Empeñado en seguir una
política de ventajas comparativas, ha desmantelado buena
parte de su base productiva rural. En lugar de cultivar su
comida decidió traerla de otras naciones, argumentando que
era más barato hacerlo así. El resultado está a la vista:
el país importó durante 2007 productos agropecuarios por
un valor de casi 13 mil millones de dólares. Debe pagar por
ellos precios muy elevados y adquirir mercancías usualmente
de mala calidad, si es que puede conseguirlos en los
mercados mundiales...
El saldo ha
sido demoledor. El incremento sostenido en el precio de 127
alimentos e insumos agropecuarios que importa el país
provocó que el año pasado aumentara en 5 mil millones de dólares
el costo de la factura por la compra de estos alimentos. La
cifra supera el total de los recursos excedentes por
exportaciones de petróleo captados en 2007. Tan sólo en el
primer trimestre de 2008 el valor de las importaciones de
comestibles es de 3 mil 527 millones de dólares. (La
Jornada, 4/5/2008). Vendemos petróleo (que es un bien no
renovable) para comprar al exterior lo que podemos producir
dentro de nuestro territorio.
Ciertamente,
además de cerveza, México también exporta algunos
productos agropecuarios. Es el caso de diversas hortalizas,
legumbres y frutas. Sin embargo, según el Banco de México,
éstas han presentado una tendencia al alza, pero es
reciente y mucho menos acentuada.
El alza en
el precio de los alimentos ha llevado la inflación a su
nivel más alto desde 2005. En abril de este año, de
acuerdo con cifras oficiales, alcanzó 4.55 por ciento. El
índice de la canasta básica se incrementó 5.25 por
ciento. Desde enero de 2006 los comestibles que la integran
han aumentado su costo más de 60 por ciento.
Lo más
grave de la situación es que, a pesar de la gravedad de la
crisis, el gobierno federal está empecinado en conducir al
país a una situación de mayor dependencia alimentaria. En
lugar de aprovechar la situación para estimular la producción
interna de granos y fomentar la pequeña producción
campesina, ha tomado medidas para seguir importando comida
cara. En vez de sustituir importaciones, las estimula.
No obstante
ser un instrumento esencial para combatir la especulación y
el desabasto, nuestro país no cuenta con reservas estratégicas
de alimentos. El gobierno se comprometió a establecerlas
cuando se firmó el pacto de estabilización del precio de
la tortilla el año pasado. Pero no lo ha hecho. Eduardo
Sojo justificó el incumplimiento por la ausencia de
presupuesto.
A pesar de
que la producción de agrocombustibles es uno de los
factores centrales en el encarecimiento de la comida, la
administración federal, en voz de Georgina Kessel,
secretaria de Energía, se ha embarcado de lleno en la
aventura de fabricarlos. Mientras en todo el mundo se oyen
voces que alertan en contra de su promoción, aquí nuestros
funcionarios estimulan su elaboración. Según el secretario
de Agricultura, Alberto Cárdenas, en 2012 México tendrá más
de 300 mil hectáreas destinadas al cultivo de productos de
los que se extraen etanol y biodiesel, como la caña de azúcar,
el sorgo dulce, el cacahuate o la palma africana. O sea,
habrá 300 mil hectáreas para alimentar coches y 300 mil
hectáreas menos para dar de comer a las personas.
Aunque sea
un magnífico negocio para unos pocos, la política de la
dependencia alimentaria de Felipe Calderón amenaza a los
mexicanos con mayor escasez, desnutrición y carestía. Nos
hace mucho más dependientes del exterior (sobre todo de
Estados Unidos) de lo que ya somos, lo que ya es mucho
decir.
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