La
IV Flota de EEUU vuelve a patrullar las costas
de América Latina
Por
Juan Diego García
Agencia RIA–Novosti, Moscú, 29/07/08
La
decisión del gobierno de Estados Unidos de reactivar la IV
Flota destinada al control militar del Caribe y del centro y
sur del continente ha recibido el rechazo general de los
gobiernos locales, a excepción de las autoridades
colombianas.
Es
apenas natural, por ejemplo, que Venezuela asuma esta decisión
como una clara amenaza a su soberanía, al igual que
Nicaragua (más le vale no olvidar a William Walker) o
Ecuador, cuyas autoridades han decidido retirar a los
gringos el uso de la base de Manta. Es igualmente
comprensible que el resto de los mandatarios manifiesten su
preocupación ante las razones que se alegan desde
Washington para justificar la medida. Para cualquiera
resulta muy inquietante que la presencias de la IV Flota se
presente como instrumento de lucha contra el terrorismo y el
narcotráfico cuando por su estructura y funciones resulta
poco o nada apropiada para tales fines.
¿Acaso
un despliegue militar de tales dimensiones, propio para la
guerra convencional sirve para combatir al terrorismo o al
tráfico de drogas? ¿Acaso las guerras en Irak y Afganistán
no demuestran que desde el punto de vista militar se
requieren por el contrario equipos sofisticados de información,
infiltración e inteligencia para los cuales los
portaviones, submarinos y demás dispositivos constituyen más
bien un estorbo y un gasto inútil y oneroso? (aunque sea el
gran negocio del complejo militar–industrial). El conocido
refrán advierte que "no se puede cazar moscas a cañonazos"
y como los estrategas gringos no son estúpidos ¿cuál es
entonces el objetivo que se busca?. La incertidumbre aumenta
cuando desde el Pentágono se sugiere que, ya puestos en la
tarea de inundar esos mares con un despliegue militar tan
impresionante, Washington debería considerar la necesidad
de agregar un portaviones atómico.
Aunque
Bolivia no tiene acceso al mar (por ahora) es comprensible
su oposición no solo como gesto de solidaridad con sus
vecinos sino porque sabe que, en la guerra moderna, tales
flotas tienen precisamente la función de atacar puntos
lejanos desde los portaaviones, con lo cual su insularidad
actual no la pone a salvo de posibles agresiones.
Pero
la reacción más significativa corresponde a Lula quien ha
declarado sin floritura diplomática alguna que la IV Flota
tiene un objetivo estratégico claro: controlar el petróleo
recientemente descubierto en las costas de su país y que,
dadas sus enormes dimensiones, convertirá pronto a Brasil
en una de las grandes potencias energéticas del planeta, un
detalle que a Estados Unidos no puede pasarle desapercibido.
Si en el pasado existió la llamada "diplomacia de las
cañoneras" hoy, en esta época de nuevos
colonialismos, nada más indicado que revivir esa vieja práctica
imperialista esta vez con la diplomacia de la IV Flota, y
preferiblemente con armas atómicas para que nadie abrigue
dudas acerca del propósito de "asegurar los intereses
nacionales" de los Estados Unidos a cualquier precio.
Para no ser menos, lo mismo declara el gobierno francés al
dar a la mar una nueva línea de submarinos atómicos: aún
con la fuerza nuclear Francia "asegurará sus
intereses".
Algunos
quieren ver en esta medida solo una operación de amago, de
recordar a estos países quién manda en la región, pero
sin que ello tenga mayores repercusiones; otros prefieren
aceptar las explicaciones de Washington ignorando o
considerando hasta exageradas las duras declaraciones del
muy moderado Lula Da Silva, impulsor del recientemente
creado Consejo de Seguridad Regional. ¿Constituye este
Consejo de Seguridad –solo latinoamericano– una
respuesta, por ahora diplomática, a la política
imperialista de los Estados Unidos cuya manifestación más
reciente ha sido la agresión conjunta con Uribe Vélez a
Ecuador? (o ¿alguien duda de la participación directa de
los gringos en la agresión?). Por lo visto resulta poco
acertado considerar que los Estados Unidos "ha
abandonado la zona dando preferencia a otras áreas"
pues los hechos demuestran que los gringos continúan allí,
mantienen su poder hegemónico y no han perdido de manera
definitiva ninguna batalla en el continente (a Excepción de
Cuba, se entiende). La IV Flota no es más que un factor añadido
(y no de poca importancia) que viene a completar su
estrategia de dominación en la región.
Cosa
muy diferente es que tal dominio se vea ahora amenazado en
mayor medida que antes por viejas y emergentes potencias
mundiales y que los Estados Unidos tengan que admitir desafíos
a su dominio en lo que otrora fue su "patio
trasero", además de soportar ciertas manifestaciones
de independencia de algunos gobiernos del área. Resulta
toda una paradoja que la alegada e incierta "amenaza
comunista" de ayer, utilizada de forma sistemática
para cometer los peores crímenes (dictaduras, invasiones,
asesinatos selectivos, etc.) resurja no ya promoviendo la
revolución bolchevique en tierras americanas sino mediante
la dura competencia económica que representan Rusia y
China, las dos potencias del antiguo campo socialista, ahora
disputando exitosamente la influencia de Occidente en la
región.
A
excepción de Uribe Vélez para todo mundo la IV Flota está
lejos de ser un instrumento de paz y seguridad. Por el
contrario, solo despierta viejos fantasmas de marines
invadiendo países y apoyando dictaduras. En este contexto
la Flota no deja de sembrar inquietudes a los gobiernos,
especialmente en aquellos que para Washington constituyen un
desafío a sus intereses. Si ayer, en la atmósfera de la
Guerra Fría "la lucha contra el comunismo" se
utilizó para todo tipo de groseras intervenciones, hoy, la
acusación será entonces de connivencia con estos
"nuevos desafíos" (en opinión de los Estados
Unidos). No es una mera coincidencia que el argumento
utilizado contra ciertos gobiernos de Latinoamérica para
justificar intervenciones directas o solapadas sea
precisamente que son propiciadores del "terrorismo y el
narcotráfico".
Washington
empezó por Venezuela "descubriendo" células de
Al Qeda, supuestamente protegidas por Chávez. Cuando esta
mentira de agotó se acusó al país de "tener vínculos
con el terrorismo" por sus relaciones con Irán y sus
contactos con las FARC (Francia y otros gobiernos europeos
hacen ambas cosas; tienen relaciones con Teherán y
contactos con la insurgencia colombiana, como no podía ser
menos). Ahora, arrecian las denuncias de supuestas
facilidades del gobierno de Caracas con el tráfico de narcóticos.
No importa que lo desmientan los informes de Naciones Unidas
ni que la acusación carezca completamente de pruebas que la
respalden. También se "descubrió" una supuesta
red de terroristas islámicos en la frontera entre paraguay,
Argentina y Brasil, escondidos entre la numerosa colonia árabe
del lugar. ¿Existe alguna relación de este
"descubrimiento" con la existencia en el área de
uno de los mayores acuíferos del planeta?.
No
ha sido diferente el caso de Colombia. Washington convierte
a su gobernante en un demócrata impoluto y a las guerrillas
en simples terroristas y narcotraficantes. No importa que
–sin que ocurra cambio alguno– los insurgentes armados
hayan sido hasta ayer mismo negociadores aceptables tanto
para Bogotá como para Washington (reuniones no tan secretas
en Costa Rica); antes eran insurgentes con status político,
a la mañana siguiente (según ha convenido en el nuevo
escenario) son demonios a destruir. Por añadidura las FARC
no solo resultan terroristas y narcotraficantes, son además
comunistas irredentos, tres delitos por los cuales merecen
en su contra el mayor operativo militar jamás desplegado
por el Pentágono en la región (el Plan Colombia) y hasta
toda una IV Flota, que protegerá una democracia, la
colombiana, que para no ser menos que la chilena (ese otro
dechado de tradiciones liberales y republicanas) ya superó
con creces a Pinochet en número de ejecutados fuera de
combate, desparecidos, exilados, desplazados internos y
presos (para no mencionar otras violaciones de derechos
humanos).
La
flota no es entonces ni un acontecimiento baladí ni algo
completamente nuevo o diferente a la práctica habitual de
Estados Unidos en esta región. Eso si, como gesto, no deja
de poner de relieve el propósito nunca olvidado de dominación
gringa, su "destino manifiesto" de hegemonía
sobre el continente americano. Es la reiteración de la
amenaza, la prepotencia y la intervención; es llevar la atmósfera
de la guerra a una región en paz (a excepción de
Colombia).
Con
una nueva administración en la Casa Blanca, sea ésta demócrata
o republicana, nada cambiará sustancialmente. Tampoco
cambiará la actitud de los pueblos del sur y del Caribe, en
contadas ocasiones interpretados de forma adecuada por algún
gobernante digno.
|