El regreso sin gloria del “otro
lado” de
un indocumentado mexicano
Por Adán Salgado Andrade
Desde México para Socialismo o
Barbarie, 26/09/08
Huichapan, Hidalgo, México. Este
singular poblado de construcciones antiguas, perteneciente
al estado de Hidalgo, cuyo nombre significa “lugar en
donde abunda el agua” (hay varios balnearios de aguas
termales, mas según otra versión, Huichapan significa
“lugar sobre espinas”), dista unos 200 kilómetros de la
ciudad de México, pero a pesar de su nombre, la zona se
considera árida, prevaleciendo la vegetación cactácea,
tales como nopales u órganos. Se llega por la carretera a
Querétaro, tomando la desviación que indica justo tal
nombre.
Por estas fechas ha llovido como nunca
antes en la región (debido a los efectos de los fuertes
huracanes y las tormentas tropicales que ha habido este año),
tanto que hasta se han inundado y anegado varias tierras,
muchas de las cuales, de haber habido interés y recursos
económicos de sus propietarios en sembrarlas, seguramente
habrían logrado buenas cosechas de maíz, el cultivo más
abundante que allí se produce… ¡o se producía!.
Pero no es así, pues la mayor parte
de las parcelas están sin trabajar, quizá desde hace años,
cubiertas de pintorescas flores silvestres, como mirasoles o
tréboles morados, las cuales, irónicamente, dan al paisaje
una belleza poco común en esos sitios, que generalmente son
tan secos.
Sí, una muestra más de cómo el
campo en México tiende a morir poco a poco (ver mi artículo
en Internet “Apertura total del agro mexicano al TLC
estadounidense… o de cómo se sigue muriendo el campo en México”),
sin que al gobierno tal situación pareciera preocuparle.
Se pasa por varios pueblos, como
Jacala, Maravillas, Nopala, pero en todos ellos no hay
crecimiento o muy poco, el tiempo parece haberse estancado
allí, y se observan casi idénticos a como se veían hace años,
con una que otra señal de “progreso”, tales como alguna
nueva construcción, un nuevo negocio, un nuevo boulevard…
pero nada más, en realidad no se ve algo que acuse que en
esos pueblos ha habido reales, grandes cambios.
El único digamos que “polo de
desarrollo” ha sido Huichapan, sobre todo desde que hace
unos 20 años se estableció en sus cercanías una cementara
del grupo CEMEX, además de algunas otras pequeñas
industrias y los balnearios, que atraen algo de turismo
local y de la ciudad de México.
Sin embargo, como en casi todo el
medio rural, la actividad más abundante y saturada es el
comercio… ¡de todo, ya que en realidad no hay alguna cosa
que no sea vendida allí!: verdulerías, fruterías,
carnicerías, pollerías, tiendas de abarrotes, farmacias,
panaderías, restaurantes, fondas, garnacherías, cafés,
ropa, calzado, baratijas chinas, sombreros, puestos de
tacos, de tortas, de jugos, farmacias, café–internets…
además, claro, de los servicios, que no son otra cosa,
también, mas que la venta de habilidades personales: mecánicos,
doctores, dentistas, salones de belleza, zapateros…
Como ya hay tanto de todo, es
realmente difícil que un nuevo negocio allí “pegue”,
como nos comenta Julio, un joven de 24 años que recién
llegó de “gabacho” (nombre coloquial para referirse a
los Estados Unidos) y que accede a platicar con nosotros,
mientras recorremos la así llamada “feria de la nuez”,
que tal como sucede con otras ferias populares en otros
sitios, alusivas a un determinado producto, lo que menos
abunda en ella son, justamente, las nueces (ver mi artículo
en Internet “Pax social, show político musical… y
manzanas”, sobre la así llamada “feria de las
manzanas” de Zacatlán).
En la popular celebración (para la
que se dispone de un buen tramo de la carretera de entrada
del lado occidental del lugar) hay puestos de vajillas, de
ropa, de pan, de comida (pambazos, quesadillas, elotes,
tacos…), de tiro al blanco, de tiro de canica… y hasta
juegos mecánicos que cursan con las improvisadas fondas que
sirven muy grasosos y llenadores antojitos a los felices
celebrantes, pero apenas si tres o cuatro puestos de unas
nueces muy pequeñas, “subdesarrolldas”, alcanzan a
destacar entre el mar de gente y de improvisados puestos de
todo. “Pues pensé en poner un puestito aquí… pero no
tengo ni dinero y pues también me puse a pensar que de qué
lo ponía”, dice Julio, un tanto cabizbajo, recordando,
quizá, lo que hasta hace unos momentos nos refirió.
Él, como muchos otros mexicanos,
sobre todo jóvenes, faltos de oportunidades reales de
conseguir empleo y un porvenir en su país, se fue a los
Estados Unidos hace dos años y medio, a buscar el
“american dream”.
“Pues sí, es que aquí no hay
nada… vea, puras tiendas… y ni pa’ poner una, porque
ya hay un montón”. Sí, como decía antes, está tan
saturado el lugar por tanto comercio, que ya todo el llamado
“centro de Huichapan” es prácticamente zona comercial.
Él, también como todos, se pasó de
ilegal, debiendo pagar ¡2200 dólares!, que le prestó un tío
que vive allá, hermano de su mamá, una vez que el coyote
contratado lo dejó en el “East los”, o sea, la zona
oriental de la ciudad de Los Ángeles en donde más abundan
los ilegales de todas las nacionalidades.
“Pues sí, mi tío me hizo favor de
prestarme la lana, y ya después le fui pagando con
trabajo”. Su primer empleo fue de mesero en un
restaurante, cuyo dueño era conocido del tío y por eso le
dio trabajo. Allí le pagaban 40 dólares el día, a cinco dólares
la hora. “¡No, pues me ponían una jodas, porque tenía
que trabajar ocho horas diarias!”, exclama Julio, un joven
de piel morena y muy alto, 1.85 metros, que antes de eso
estuvo en el ejército mexicano como sardo, tratando de
hacer allí una carrera militar, pero que desertó debido a
los malos tratos y a las “chingas” que les daban en el
cuartel, a los conscriptos, sus superiores.
No se adaptó en el restaurante,
porque además de que la paga era poca – pues por lo menos
en otros trabajos la hora se paga a ocho dólares – , debía
darle la mitad del dinero a su tío. “¡Estaba cabrón,
porque así, me iba a tardar un resto pa’ pagarle!”.
Paramos en un puesto de pambazos donde
le ofrezco a Julio que si desea comer algo, a lo cual accede
de muy buena gana. “Pues ya hace hambre”, dice
sonriendo, mientras ordenamos sendos pambazos y un par de
refrescos.
Y nuestra plática continúa. “Y ya
de allí, como mi tío es contratista, pues que mejor le
dije que me diera chamba con él, y que me la da de
pintor”. Al principio dice que no le era tan fácil, que
la pintura se le escurría, que se iba chueco en las “intersections”
(cuando dos colores se juntan), que echaba a perder algunos
materiales… o que simplemente no sabía “¡qué chingaos
tenía que hacer!”. “Sí, es que luego me decían que
allí tenía que poner un glasing y pues yo ni sabía
qué era eso (es un acabado jaspeado brillante, que se logra
puliendo una superficie que se pinta con un material
especial)… y así me la pasé, sí, ya ve que echando a
perder se aprende, ¿no?”.
Entraba a trabajar, por lo general, a
las ocho de la mañana y salía a las cuatro de la tarde,
aunque a veces tenía que quedarse más tiempo, sobre todo
cuando urgían los trabajos. Allí ya le pagaban a ocho dólares
la hora y conforme fue aprendiendo y haciendo mejor sus
tareas, le fueron subiendo el salario, hasta que en los últimos
meses le pagaban el equivalente a 14 dólares por hora. “Sí,
pues ya me iba mejor, me estaba haciendo 700 dólares a la
semana”, dice, mientras la mesera nos sirve el par de
pambazos y los dos refrescos de queretana marca tipo sangría,
que le pedimos como bebidas.
Comienza a comer su pambazo con
avidez. “En puras casas de ricachones trabajaba, pues en
donde más trabajo le dan a uno, puras zonas como Bel Air, sí…
¡no… unas casotas que tienen esos cuates!, de puros
actores o políticos, nos decía mi tío que eran”.
Ya luego platica que sus bills,
lo que debía de pagar por sus gastos mensuales, eran 400 dólares
por tener derecho a un cuarto que compartía nada menos que
con seis mujeres (cuatro ilegales y sólo dos con permiso de
trabajo, con las cuales sólo se limitaba a convivir cada
que les pagaba o cuando de repente conversaban, pero nada más).
“Pero prefería estar con ellas, pues como que se me
quitaba un poco lo relajiento… además, en donde estaba
antes, aunque era más barato, no tenía individualidad, los
otros cuates se metían con mis cosas, no me robaban, pero sí
me tomaban que una camisa, que un pantalón… y por eso me
fui con las chavas”, dice Julio, quejándose de que sus
compañeros eran muy abusivos, cuestión entendible dadas
las carencias que casi todos, por su condición de ilegales
malpagados, han de padecer.
También gastaba 150 dólares al mes
de mobile (sí, fuerte era su gasto en el pago del
celular, vital instrumento, tanto para que su patrón se
comunicara con él, como sus compañeros de juergas) y un
promedio de 40 o 50 dólares diarios de comida. “¡Ah, no,
eso sí, yo en comida tampoco me limité!”, exclama y dice
que por la mañana iba a un “Seven Eleven” y adquiría
un litro de leche, fruta, jugo, pan… en lo que gastaba 10,
15 dólares. “Ya en la tarde, como hay un chingo de
restaurantes chinos o latinos, pues mandábamos traer comida
china o menú”, agrega, la cual le costaba otros 15 dólares.
Y por la noche acudían a algún restaurante mexicano por
tacos o tortas (sí, abunda la popular gastronomía
mexicana) y se gastaba otros 15 dólares. “Y a veces nos
íbamos a restaurantes gringos, dizque de lujo, pero pues
luego eran más baratos que los mexicanos”, agrega,
comentando que esa zona Estados Unidos está tan
“mexicanizada”, que tanto en la comida, en el trato con
la gente latina y en otras costumbres que mostrarían el
alto nivel de, digamos, “mexicanidad” existente, no es
difícil adaptarse para la mayoría de los latinos, sobre
todo mexicanos que allí laboran y coexisten.
Además, hay otras características
que les dan a esos barrios una singular familiaridad, como
que “se está en casa”.
Por ejemplo, abundan las pandillas
formadas por miembros de una misma raza o nacionalidad,
convirtiendo los barrios en donde se establecen en
peligrosas zonas – muy similares a aquéllas existentes en
los países de donde provienen los ilegales –, en donde
“mejor uno ni se mete”, dice Julio. “Luego se ven
chamaquitas de 13, 14 años, de muchos lugares… mexicanas,
guatemaltecas, chinas, coreanas… ya de prostitutas, en
serio, y las controlan cabrones que se las alquilan a
gringos ricos, de mucho dinero… sí, nada más se ven
pasar en sus carrazos esos cuates cuando van a contratar a
alguna de esas chamacas”, agrega, refiriéndose a las
redes de prostitución de mujeres menores de edad que son
toleradas por el hipócrita gobierno estadounidense, quien
se jacta de ser tan recto y respetuoso de la ley… pero
como se trata de ilegales pobres, necesitadas de un ingreso
que les permita sobrevivir, no le importa que, además de
las enfermedades sexuales que puedan contraer, como el SIDA,
arriesguen su vida en el ambiente tan violento en que deben
desenvolverse.
“¡Sí, una que otra muchacha se
independiza, las que les dicen las barrio queens, pero hasta
ellas tienen a un cabrón que las proteja… no, uno ni se
mete con los cabrones que las controlan o con las bandas, en
serio, porque hasta lo andan matando!”, exclama Julio, con
tono de advertencia. “Y, como le digo, todos, hasta los
paisanos que ya tienen permiso pa’ trabajar, nos andan
diciendo a los ilegales que pa’ que vamos allí, que nada
más les quitamos sus empleos… y hasta los negros se la
hacen cansada. A mí, un negro que también era pintor, me
decía que mejor me regresara, que porque le estaba quitando
el pan de sus hijos… ¿uste’ cree?”, dice Julio, medio
burlón, “pero nosotros les decíamos que pa’ todos hay
chamba si se raja uno la madre, que la cosa era buscarle”.
Volvemos a lo de sus gastos en comida.
“¡No, pues por eso le digo que no me limitaba pa’
comer, no como un paisano que por ahorrar se la pasó
tragando pura sopa Maruchan (son las sopas “instantáneas”
a las que sólo hay que agregar agua hirviente, de muy bajo
contenido nutrimental y muchos químicos, que recientes
estudios demuestran que provocan daños a la salud cuando
son comidas en exceso) durante cinco años, pa’ ahorrar un
chingo… dicen que ahorró fácil como trescientos mil dólares,
pero puras cajas de esas sopas comía y dicen que cuando se
regresó pa’ México, que como ya empezó otra vez a comer
bien, que pues le cayó mal la comida y que se murió, que
porque su cuerpo ya no aguantó otra vez comer bien”,
refiere con gesto de pena.
O también recuerda el caso de otro
mexicano, de Zacatecas, quien igualmente, por ahorrar lo más
posible, cuando se regresó a su pueblo, llevaba tanto
dinero, que hasta les prestó a unos parientes, los cuales
lo “venadearon en el camino pa’ no pagarle al compa”,
dice Julio, cabeceando. “A ver, pa’ qué le sirvió
juntar tanta lana, nomás pa’ que se lo echaran esos
cabrones malagradecidos”.
Así, además de los gastos ya
referidos, como Julio prefirió disfrutar gastando que a
sufrir ahorrando, súmense el costo de las parrandas, por lo
que explica, como justificándose,
que muy poco podía ahorrar. “Aunque a veces me salían
chambitas nomás pa’ mí y pues a’i me ganaba que otros
500, que otros 1000 dólares más a la semana y ya con eso
me reponía”, agrega, como tratando de aclarar que por eso
se pudo dar la gran vida.
Sí, una muy buena parte de su dinero
se la gastaba en “pedas y en el relajo”. Quizá porque
Julio, a diferencia de la mayoría de paisanos que se van al
otro lado, en realidad no lo hizo por una fuerte necesidad
económica (hijo de padres maestros que cuentan con casa
propia y medianos ingresos en Huichapan, él no es de la
gente que esté, digamos, “en la calle”), sino que a
falta de reales oportunidades de vida, consideró el irse
allá como una alternativa (como dije antes, estaba en el ejército,
pero desertó debido a los malos tratos y aunque estaba
estudiando la preparatoria hace algunos años, tampoco el
estudio realmente fue “su fuerte”, como nos explica).
“Pues sí, la verdad que ni dinero
les mandaba a mis jefes… pa’ qué, si ni lo
necesitan”, dice en justificatorio tono.
Así que Julio se iba a los “night
clubs”. “Sí, había uno que los martes y los jueves era
de las most sexy legs”, dice, divertido, explicando
que son bares en donde se organizan concursos de mujeres,
casi todas extranjeras (e ilegales, la mayoría), negras,
asiáticas, mexicanas, guatemaltecas, peruanas… las que
acuden allí con shorts o minifaldas, muy de moda, para
probar suerte, siendo objeto de lascivas miradas de
lujuriosos men que decidirán, tras varias semanas de
eliminatorias, quien es la afortunada fémina que, según
ellos, posea las piernas mas “excitantes y bellas”.
Y no es para menos que acudan tantas
ansiosas concursantes a mostrar sus piernísticos encantos,
pues los premios se van acumulando y la feliz ganadora puede
ser agraciada con cinco, seis mil dólares que en estos
tiempos de recesión y crisis económica estadounidense, son
bastante buenos (y es sobre la recesión sobre lo que más
adelante le cuestiono a Julio). Una vez allí, en uno de
tales antros, se gastó Julio, “¡ochocientos dólares!”,
exclama alardeando, diciendo que como la botella de buen
whisky costaba 300 dólares, en ocasiones cada parrandero
amigo “pues se ponía con dos y ya eran 600 dólares de
cada uno, más los snacks que luego pedíamos”.
“O luego, cuando teníamos poco
dinero, nos íbamos a los Oxxos, a los Seven Eleven… y nos
comprábamos nuestros twenty tour (empaques con 24
cervezas individuales) de “Modelos”, que nos costaban 15
dólares, y nos íbamos a la playa o por a’i a tomárnoslas”.
El “por a’i” eran los departamentos que varios de los
compañeros de Julio, igual que él, compartían para
ahorrar en gastos.
“No, pues se gana muy poco como
pa’ que uste’ solo se rente un appartment”,
dice, dando un trago a su sangría. Esas tiendas que abren
las 24 horas, aclara Julio, sólo estaban en esa parte de
los Ángeles, porque en las zonas acomodadas, de lujo, como
Beverley Hills, no había. “Es que como que las cuidan
mucho las autoridades… hay un chingo de policías y
uste’ no puede entrar allí si no tiene cita y si no tiene
identificación”, comenta. Claro, pienso, el permitir
aquellas tiendas en las zonas pobres, es parte del control
que las autoridades estadounidenses han de tolerar entre la
“blue collar class”, los trabajadores, quienes habitan
allí, sean ilegales o no, con tal de que estén tranquilos
y en sus barrios cuando no se encuentren trabajando.
Incluso, dejar que se formen las
pandillas multiétnicas, las que pelean constantemente entre
ellas, autodestruyéndose, matándose, canalizando de esa
forma todas sus frustraciones, es una parte de ese control,
pues mientras todos los “ilegal aliens” se aniquilen
entre ellos en lugar de protestar contra el gobierno, “no
problem”.
Dice Julio que esa inusual camaradería,
las borracheras que se ponían sus “cuates y él, se daba
en cerrados círculos, principalmente cuando todos estaban
empleados y no tenían que pedir favores a los demás. “Sí,
porque fíjese que el mexicano se pisa mucho, en serio, más
los que ya tienen permiso pa’ trabajar allá, le dicen que
pa’ qué van, que nada más le van a quitar su trabajo”.
Refiere que los coreanos o los chinos
no son así. “No, ellos, aunque un compa sea malo, pues le
ayudan. Yo le decía a un coreano que por qué había
contratado a uno de sus amigos, si era remalo el cuate ese,
nada más regaba la pintura y era re malhechote y me dijo
que ni modo, que pues había que ayudarlo porque era de su
país”. Y esa falta de solidaridad se ha agudizado mucho más
ahora que los empleos están cada vez más escasos.
“¿Y cómo está afectando a los
ilegales la recesión?”, pregunto, sobre todo porque es en
la construcción de casas en donde más está pegando la
actual crisis económica estadounidense (y mundial, ya),
sector que cada vez absorbe a más y más fuerza de trabajo
ilegal… o absorbía, razono.
“¡Uy… no… pues muy fuerte, en
serio!... ¿por qué cree que me regresé pa’ acá?”,
exclama y pregunta reflexivamente el muchacho, poniendo cara
de resignada obviedad. Sí, dice que desde diciembre hasta
las fechas en que se regresó a Huichapan (a finales de
julio, justamente) tuvo muy poco trabajo, apenas un par de
meses logró que su tío lo contratara para pintar casas y
con menos salario de lo que le pagaba normalmente. Y eso que
su tío les trabajaba a los “ricachones” de Bel Air,
Malibu, Santa Fe, Santa Monica, Beverley Hills, Hollywood…
y ni así había ya suficiente trabajo.
“¡No, si está reduro… yo ya
estaba bien desesperado y por eso les avisé a mis jefes
(sus papás) que mejor ya me iba a regresar, que porque allá
ya no había nada de chamba!”.
Y refiere que no sólo se quedaron sin
trabajo ilegales como él, quienes tenían relativamente
poco tiempo de estar trabajando entre los “gringos”,
sino que incluso gente con mucho tiempo, perdió su empleo.
“Pues fíjese que uno que llevaba trabajando allá como 20
años, le fue de la patada, ni residente era y… ¡hasta
perdió su casa! Y eso que ese compa ganaba buen dinero, decía
que hasta veinte mil dólares luego se sacaba al mes, pero
que todo se lo botaba el cabrón… y que a la mera hora,
como perdió su chamba, pues el banco ya le quitó la casa,
que porque no pudo pagarla”, declara.
Y en esta parte pienso que la fama de
derrochadores que se da entre muchos mexicanos (que, repito,
es una situación tolerada por el gobierno de EU, quien
prefiere mexicanos parranderos a mexicanos que protesten y
luchen por sus legítimos derechos), incluso se manifiesta
allá, porque el caso que refiere Julio, es una muestra de
que, en lugar de que aquél mexicano que tan bien ganaba
hubiera liquidado su casa, prefirió darse la gran vida y
malgastar el dinero que, supongo, con esfuerzos se ganaba…
y resulta que ahora, según le contó a Julio, se iba a
regresar para México, pues ya nada hay que hacer en Estados
Unidos, en donde, por su falta de previsión, tampoco hizo
nada, ni pagar su casa, así que su situación, como la de
muchos, me atrevo a pensar, es la del mexicano que ni allá,
ni acá tiene una perspectiva de vida, porque aquí también
ya está desconectado de los lazos sociales, familiares y
amistosos que pudieran reencauzarlo a comenzar una nueva
existencia.
No caben, por así decirlo, “ni allá,
ni acá”… o al menos así se sienten. Platica también
el caso de una amiga que trabajaba en una lujosa cadena de
hoteles, que luego de diez años de laborar allí, le
dijeron que habían disminuido las ventas y que ya no
necesitaban de sus servicios y también tuvo que regresarse
a México, pues allá, debido a su edad, 42 años, ya no
pudo conseguir un empleo adecuado a su situación física
(por desgracia es en labores que requieren gran esfuerzo físico
en donde los ilegales son más demandados, tales como la
construcción, las maquiladoras o en el campo).
Un ejemplo más, referido por Julio,
es el de otro mexicano que tenía unos 45 años, quien de
repente se quedó sin el, digamos, buen trabajo que tenía,
en donde ganaba hasta 2500 dólares por semana, y tuvo que
dedicarse a la pintura, como el muchacho, ganando 600, 700 dólares,
pero además enfermó de diabetes, con lo que su rendimiento
también disminuyó “Yo nomás le decía, así, medio burlándome,
que qué onda, que cómo que él que era tan chingón estaba
pintando y ganando repoquito y él me contestaba, medio
enojado, que no lo estuviera fregando, que no le quedaba de
otra”, cuenta Julio, algo divertido.
El hombre le dijo que también perdió
la casa que estaba pagando, pues ya no pudo más con la
deuda contraída y como nunca pensó en que alguna vez
regresaría a México, como está considerando, pues aquí
tampoco hizo nada, así que cuando llegue a Querétaro con
su familia (de sus cinco hijos, tres nacieron allá), también
tendrá que comenzar desde cero, pero con mayores
dificultades que cuando partió hace casi ocho años. Además,
le dijo que a lo mejor dejaba a los hijos que nacieron en
Estados Unidos con unos amigos, porque como ellos sí eran
“americanos”, consideraba que podrían pasársela mejor
allá (muestra de ese “malinchismo” intrínseco que aún
sigue imperando en la idiosincrasia del mexicano).
Y efectivamente, las cifras de las
remesas enviadas por los mexicanos que laboran en Estados
unidos han disminuido considerablemente este año, se estima
que unos $3000 millones de dólares menos entrarán, con las
penosas consecuencias que eso está teniendo entre las miles
de familias de los inmigrantes mexicanos, muchas de las
cuales, sin los 200 o 300 dólares mensuales que en promedio
recibían de sus parientes, tendrán mayores dificultades
para afrontar la crisis económica que ya también se está
resintiendo en México.
“No, eso de que luego los agarran,
pues está bien cabrón – continúa comentando Julio –,
porque los deportan así, como los agarren, hasta en
calzones, y como muchos ya hasta están arrejuntados y
tienen hijos, pues los separan, en serio, y dejan a sus
chavos abandonados… un amigo mío, que tenía como cinco años
de ilegal, pero ya hasta casa tenía, un día que llega la
Migra, llegaron tempranito, porque saben que a esa hora los
agarran, como a las cinco, y que tocan y que abre su hija,
una niña que ni sabía qué onda, pero fíjese que estaban
buscando a otro compa, pero como la niña les abrió, ese
fue el error, porque mientras uste’ no les abra a esos
cabrones, no le pueden hacer nada, y entonces que entran y
que empiezan a pedir papeles a todos los que estaban, cuates
de mi amigo.
Y entonces, mi amigo, el papá de la
niña, que sale del baño en calzones, porque se estaba bañando,
pa’ ver qué onda, y allí que le caen, porque tampoco tenía
papeles y ¡así se lo llevaron, en los puros calzones, en
serio! Y como su hija sí nació allá, pues se quedó con
unos amigos del papá, porque su mamá se había muerto, él
era viudo… ¡no, en serio que pinches gringos ojetes!”,
exclama Julio, con gesto de coraje.
Pero también refiere, muy divertido,
como otro conocido, que se enteró del programa de
“repatriación voluntaria” de ilegales (justo para
deshacerse los estadounidenses de tantos “problems”) que
están implementando conjuntamente el consulado mexicano y
las autoridades migratorias estadounidenses, aquél
mexicano, con tal de ahorrarse hasta el pasaje de regreso,
una mañana se salio con maletas y todo de donde vivía y se
fue a parar a una zona en la que frecuentemente había
redadas de los indocumentados que esperan allí las
camionetas de los posibles empleadores que les dan trabajo.
“Nomás a puros chavos contratan esos cuates, y ya cuando
lo ven ruco, no sé, cuarentón, pues ya ni lo recogen, le
dicen que no sirve pa’ trabajar”, dice Julio, muy serio,
refiriéndose a la discriminación que se hace si los
ilegales ya están “muy viejos pa’ chambear”. Y continúa
con su cómica anécdota, platicando que cuando llegó la
“Migra” cargaron con todos los ilegales que estaban allí,
excepto con su amigo de las maletas, y otro “compa” que
se salvó porque había ido al baño.
“¡Es que como al cabrón lo vieron
con sus maletas que le dicen, ‘no, tú no, ni creas que te
vamos a subir con tus maletas’. No, hubiera visto, todo el
mundo estaba burlándose de ese cuate, que qué codo, le decían,
que mejor les hubiera dicho que no tenía pa’ el pasaje y
que se lo hubieran pagado… hasta en las estaciones de
radio local se pitorrearon de él, pobre cuate, hubiera
visto!”, exclama, carcajeándose por la muy divertida anécdota,
que hasta a mí me hizo sonreír. A él, para su buena
suerte, nunca lo detuvieron los de la “migra” (no le fue
como les sucede a los pobres ilegales que arrestan en EU,
quienes son maltratados y humillados. Ver mi artículo en
Internet
Como animales rabiosos se trata a los
ilegales capturados en EU”). Incluso, alguna vez,
aprehendieron a unos ilegales que estaban esperando el
“bus”, junto a Julio, pero a él, como lo vieron muy
alto y, en ese momento, muy bien vestido, con sus pantalones
nuevos y camisa planchada, no le hicieron nada. “Sí, tuve
muy buena suerte… es que como me iba a parrandear, pues
andaba limpio, bien vestidito, y yo creo que pensaron que
era gringo, ¿no?”.
Eso sí, dice que los “gringos”
pretenden ser muy rectos en la defensa de sus ciudadanos, no
así con los paisanos. Refiere el caso de un “compa” que
se casó con una mujer tejana, a la que un buen día abandonó
y que alardeaba de que él era “bien fregón” y que
aunque la mujer lo había demandado para que le diera pensión
alimenticia, él decía que no tenía miedo. Así se estuvo
cinco años, presumiendo de que a él la justicia
estadounidense y “esa pinche vieja, me hacen los
mandados”.
Sin embargo, su “buena suerte”
terminó cuando un día un policía lo infraccionó y al
meter la información de su licencia para hacerle su
“ticket”, vio que había una demanda contra él. El
pobre veracruzano tenía el cargo de “check unpayment”,
o sea, el no haber pagado pensión a su ex–mujer, y la
cuenta ascendía a más de 200 mil dólares y como no pudo
pagar, está encerrado en una cárcel de máxima seguridad,
condenado a una sentencia de entre cinco y diez años. “Me
dijeron que al pobre cabrón se lo traían como la señorita
allí en la cárcel”, agrega, sarcástico, refiriéndose a
que ese desafortunado mexicano castigado excesivamente,
pienso, encerrado en una prisión de alta seguridad, estaba
sirviendo de “prostituta” entre verdaderos, peligrosos
criminales homosexuales.
Cualquier proyecto de vida que haya
tenido aquel mexicano, quedó brutalmente truncado por la
aplicación de una hipócrita, desigual “justicia”. No
le veo el lado cómico a esa anécdota, como así le parece
a Julio. Sí, reflexiono, vaya hipocresía la de los
estadounidenses (eso me recuerda a todos los supuestos
talibanes que están encerrados en la ilegal prisión de
Guantánamo, sin juicio y en violación a todas las garantías
individuales a las que, simplemente como seres humanos,
tienen derecho). Incluso también me viene a la mente que
Julio platicaba hace unos momentos cómo para cruzarse la
“línea” (como se le llama a la frontera), además de la
obligada contratación del coyote, existe toda una red de
corrupción entre los agentes de la “Border patrol”,
quienes reciben 100 dólares por cada indocumentado que
cruza la frontera por parte de los coyotes.
“Fíjese, por donde yo me crucé,
había dos casetas de vigilancia, cerquita, como a 200
metros, y el coyote que me ayudó a cruzar la cerca, nada más
me dijo que me pusiera abusado cuando una luz que había en
una de las casetas se apagara, que tenía treinta segundos,
y fue cuando salté y pegué la carrera pa’l otro lado. Sí,
si se hacen pendejos los de la Migra, y hasta cuidan los
cabrones que pasen bien los coyotes, que les dan su mordida,
con su gente, y si no se caen con el dinero, hasta ellos
secuestran a los ilegales y encierran a esos coyotes y se
los ofrecen a otros coyotes para que les paguen y los dejen
pasar, ¿cómo ve?”, dice Julio, quien se volvió a
emocionar al recordar lo rápido que debió correr cuando
cruzó y que, incluso, hasta se cayó en un vado del camino,
pero cuando logró salir, ya un mexicano lo esperaba a unos
metros en una camioneta, en la cual lo condujo hasta los Ángeles.
Así que, según lo que nos cuenta el
muchacho, existiría una abierta complicidad entre los
agentes de la “Migra”, quienes seguramente por cumplir
con su trabajo, capturarán a un determinado número de
indocumentados, digamos su “cuota”, sobre todo aquéllos
cuyos coyotes no cubrieron la “mordida” requerida, 100 dólares
por cabeza, con tal de que se vea que cumplen con su
trabajo, pero además puede pensarse que es una complicidad
tolerada por el gobierno, pues de esa manera los empleadores
se proveerán de los trabajadores ilegales que, de todos
modos, necesitan, pues resultan imprescindibles para la
economía estadounidense.
Cuenta Julio que un agente de la
Migra, un auténtico “gringo”, no un latino, como
pudiera pensarse, le comentaba en una ocasión que aunque su
sueldo era muy bueno, de 2500 dólares a la semana, más de
la tercera parte se lo quitaba el gobierno por los
impuestos. “Así que de qué me sirve ganar bien, si me
descuentan tanto. Aquí, por dejar que pasen cuatro o cinco
ilegales por día, me gano 400, 500 dólares diarios
libres… así que lo voy a seguir haciendo, ni modo, de que
se los ganen otros, prefiero ganármelos yo”.
Sí, y entonces, me pregunto, ¿dónde
queda la rectitud anglosajona que tanto presumen los
estadounidenses, qué pasa con la supuesta honestidad de la
que tanto alardean? Pues parece que ante una buena y
constante suma de dinero todo eso sale sobrando… sí, en
el mundo en el que actualmente vivimos, prácticamente el único
valor predominante es el dinero y es éste, como se ve, el
que puede, incluso, doblar hasta a las voluntades
aparentemente más firmes.
Lo peor de todo es, afirma Julio, que
a pesar de la crisis, la gente sigue llegando, sobre todo
centroamericanos, y si tienen suerte de no ser aprehendidos
durante el trayecto o ya cuando están en aquel país, de
todos modos ya ni encuentran trabajo y lo grave es que
muchos de ellos están endeudados por lo que le tuvieron que
pagar al coyote y todos los gastos hechos. Así, sin dinero,
sin trabajo, en plena recesión estadounidense y amenazados
constantemente por las redadas, no parece que sea ya una
alternativa real irse a los Estados Unidos para hallar un
trabajo.
Muchos mexicanos le dijeron que ya no
es “negocio” estar en ese país, pues antes, con dos años
que estuvieran, les iba muy bien y se traían mucho dinero,
para comprarse casa y todo, pero ahora ni con cinco años de
estancia se gana suficiente “dólares”. Y con la
presente recesión, pues menos es posible lograr el porvenir
que los acerque, si no al ansiado “american dream”, sí
a una existencia más decorosa que la que tenían en sus
terruños, muchos de ellos olvidados pueblos en donde nada
hay que hacer, pero como están las cosas, ni allá tampoco
actualmente hay una solución a sus problemas.
“Como le digo, los centroamericanos
están más jodidos, pues ellos sí deben de cargar dinero,
por tantas mordidas que deben de dar en México”, dice
Julio, refiriéndose a conocidos hondureños, guatemaltecos,
salvadoreños… que le dijeron que lo más peligroso de
irse a los Estados Unidos era cruzar por México, por tantos
problemas a los que se exponen, como los hostigamientos y
los maltratos de los policías mexicanos corruptos, a los
que sólo si les dan dinero, los dejan continuar su viaje.
“Uno me dijo que en puras mordidas,
tuvo que dar como mil dólares y aparte lo que le tuvo que
pagar al coyote, como otros tres mil dólares, o sea, que se
tuvo que gastar como cuatro mil dólares”, refiere, y que
el pobre hondureño a los dos meses de haber llegado, fue
aprehendido por una redada. “Pobre cuate… ya ni lo que
se gastó”. Sí, realmente no parece lógico que si
justamente la mayoría de los ilegales, sobre todo
centroamericanos, andan en busca de dinero, gasten tan
fuerte suma para llegar allá, pues si son aprehendidos y
deportados, su situación económica será más precaria que
la que tenían antes de hacer ese fuerte gasto. Pero así de
fuerte es su necesidad económica, agudizada su pobreza
debido al capitalismo salvaje que está creando millones de
pobres cada año.
También se deben de cuidar los
centroamericanos de las cuadrillas de asaltantes, como los
“Maras Salvatruchas”, que operan en el sureste mexicano,
quienes les roban todas sus pertenencias cuando se los
llegan a topar. “Dicen que ya cuando llegan a la frontera
con Estados Unidos, que hasta más fácil se les hace”,
agrega Julio, comentando que uno le platicó que al cruzarse
a EU todo fue menos difícil.
Sí, cuando recuerdo las notas periodísticas
sobre el trato tan cruel que la policía migratoria
mexicana, combinadamente con las policías locales y las
bandas de asaltantes, aplica a los indocumentados
centroamericanos, desde golpizas, el robo descarado y hasta
asesinatos impunes, muchas veces peor que el trato dado por
la “migra” estadounidense a los ilegales, comprendo por
qué los centroamericanos digan que es más peligroso el
paso por México. Muy vergonzosa situación esta, que
evidencia una falta total al respeto de los más elementales
derechos humanos universales y ante la cual, tampoco los mal
administradores panistas hacen nada, quizá porque de esa
manera, se establezca una velada complicidad con el gobierno
estadounidense para retener y desalentar, desde nuestro país,
a la inmigración ilegal de centroamericanos hacia los
Estados Unidos.
Julio, incluso en su desesperación
por conseguir empleo, estuvo dispuesto a enrolarse en el ejército
estadounidense, pero le salieron con que como el “loco de
Bush” no había declarado una nueva guerra, como la de
Irak o Afganistán (se le quedó en el tintero a ese
mediocre presidente el deseo de invadir Irán), pues, de
momento, no requerían de ilegales para el “draft”, el
reclutamiento, a los que se les premia con la ciudadanía
(como en la época de Abraham Lincoln y la guerra de Secesión,
que a todos los europeos que llegaban a EU de inmediato se
les otorgaba la nacionalidad, pero también de inmediato
eran mandados al frente). Y le explicaron que no eran
contratados propiamente como soldados regulares, sino como
miembros de una “fuerza especial de contención”, o sea,
como simples mercenarios, una suerte de “Rambos”
latinos, asesinos a sueldo a cargo del ejército, pero ni de
eso había trabajo, comenta resignado.
“Pero pues también de la que me
salvé”, dice, y platica que conoció a un mexicano nacido
allá, hijo de oaxaqueños, quien a sus diecisiete años, no
habiendo alternativas reales para tener un porvenir (como
pasa con los estadounidenses relegados, los pobres, quienes
suman casi dos tercios de la población), se enroló en el
ejército. Lo enviaron a Irak. Allí, luego de dos años de
estar combatiendo en una guerra que ni entendía por qué lo
hacía, el muchacho sufrió un ataque al ser emboscada un día
la patrulla en la que operaba. Una bomba enemiga le voló la
pierna derecha y le quemó todo el costado, dejándolo
terriblemente deformado e inútil para cualquier labor.
“Pobre cuate, me dijo que ya no podía
hacer nada, que le desgraciaron la vida y que la pinche
pensión que le dan no le alcanza para nada”. También le
contó que, al menos, aún lisiado, él tuvo suerte de estar
vivo, pues otro compañero, igualmente mexicano, perdió la
vida en Irak y dejó viuda a su esposa y huérfana a su
hija, pero como la mujer no tenía papeles, fue deportada (¡vaya
forma de pagarle a ella el “valor” de su esposo muerto
en acción!, pienso), pero su hija sí pudo quedarse, con
unos parientes, porque nació allí. Dice Julio que, como
esa niña, hay miles de niños que fueron abandonados
forzadamente por sus padres, a quienes el gobierno deportó
masivamente, sin importarle que tuvieran familia, una vida
(su trabajo y su integración a esa sociedad) y un
patrimonio (casas, por ejemplo) por los cuales luchar (estos
lamentables casos, han alcanzado fama mundial, como el de la
michoacana Elvira Arellano, quien fue deportada, a pesar de
haberse encerrado en una iglesia metodista estadounidense
durante un año, para rogar que la dejaran con su hijo, Saúl,
de sólo 7 años, que además de que nació en EU, padece
graves enfermedades).
Hasta ese nivel llega la miseria de
ese gobierno, quien considera que sólo así se resolverán
los problemas económicos por los que EU está pasando,
creyendo que los ilegales son parte de que haya desempleo y
recesión, cuando que no es así, siendo ellos un sector
importante de la clase trabajadora que ha contribuido desde
hace años a la prosperidad estadounidense (California, por
sí misma, es la quinta potencia económica mundial y la
tercera parte de sus trabajadores son inmigrantes, por citar
un ejemplo).
Dice que en general no tuvo muchos
problemas con la justicia, que procuraba ser respetuoso de
la ley, que nunca lo “agarraron” por hacer algo ilegal,
fuera de un par de incidentes que refiere. “Una vez iba de
regreso de una chamba en la camioneta del patrón, una Pick
up GMC, cargado de pinturas y la escalera y yo iba con mi
ropa de trabajo y delante de mí iba un gringo en un auto.
Y que oigo la sirena de una patrulla,
que nos hizo la señal a los dos de detenernos y pues luego
luego que me paro y que pongo las manos en el volante,
porque allá no es de que uste’ se pueda salir, no, porque
si se sale, luego luego lo encañonan esos cabrones. Y ya
que se acerca el policía, uno de caminos, un latino… así,
como los de caminos de aquí, y hasta eso, buena onda,
porque me llegó hablando en español, y que me pide mi
identificación (por fortuna, el consulado mexicano en los
Ángeles, les expide a todos los mexicanos, sean ilegales o
no, una credencial, así como pasaporte, en caso de que los
soliciten, lo cual les permite por lo menos identificarse) y
se la doy y luego que me pregunta que de dónde venía y que
le digo que pues de trabajar y como me vio todo lleno de
pintura, con mi ropa y los botes de pintura en la caja de la
camioneta, o sea, que no me vio sospechoso, pues ya le bajó
y que me pregunta otra vez que de dónde venía, y ya le
digo que de Santa Mónica y que iba pa’ los Ángeles, y
que si tenía ticket (así se les llama a las infracciones
allá) y que le digo que no tenía, y ya que me dice que me
había detenido que porque, como llevaba la escalera y era más
larga que la camioneta, que le debía de poner una franela,
como precaución, y que yo le digo que sí, que se la iba a
poner… ¡y ya que me deja ir, pero no me pidió
licencia… fue lo bueno porque no tenía!” exclama Julio,
con cara triunfal al recordar el incidente, del que salió
“limpio”.
Aunque de todos modos es probable que
el policía no le hubiera pedido su permiso de conducir,
porque en el estado de California, gracias a una prohibición
hecha por el controvertido “gobernator”, el republicano,
mediocre actor hollywoodense Arnold Schwarzenegger, ningún
ilegal tiene derecho a obtener licencia de manejo y si
llevan una licencia mexicana, es válida cuando mucho mes y
medio.
Así que debe de ser obvio para los
agentes policíacos cuándo se trata de un ilegal la persona
que están deteniendo, digamos que hay un cierto sentido común
de tolerar esas faltas administrativas, que no son
precisamente delitos.
Comenta Julio que el hombre que iba
adelante incluso fue obligado a bajar por el policía y
hasta fue esposado, pues algo le encontró que de inmediato
sacó su pistola y lo sometió. “Pues yo creo que iba
borracho o era drug dealer”, agrega, algo divertido de que
a él, el policía, lo hubiera dejado ir, en lugar de al
estadounidense.
Quizá por el “paisanismo”,
pienso. También platica que en otro caso, salió a pasear,
como de costumbre, como a las ocho de la noche, para verse
con sus amigos e ir a algún antro, pero que lo hizo en una
camioneta que pertenecía a otra persona, un mexicano, para
quien también trabajó, él sí, residente en ese país,
pero que como dicho mexicano había cometido varias
infracciones por andar tomado, tenía ese vehículo la
restricción de sólo circular de las ocho de la mañana a
las cinco de la tarde, como medida para evitar que su dueño
la empleara para otra cosa que no fuera trasladarse a su
trabajo.
Al llegar a un Oxxo para comprar
cervezas, cuenta Julio que varias patrullas, tanto de policías
locales, como federales, además del “sheriff” del
condado, lo rodearon, descendieron de sus vehículos,
pistolas en mano, y por los altavoces le advirtieron que no
se moviera o “¡pum!”.
“Sí, pues que se acercan y que me
bajan de la camioneta y que me piden mi identificación y
que me preguntan que de dónde venía y todo el rollo de
siempre y que les digo que venía de trabajar, porque por
suerte en la caja de la troca venían botes de pintura y una
escalera, y que no era mía, que era del patrón, y ya me
dijo el sheriff, en inglés, que ese era un vehículo
restringido y que además el dueño no podía manejarlo… y
pues yo les dije que no sabía nada… pero yo estaba bien
sacado de onda, sí, bien espantado y nervioso… y yo creo
que se me notaba que yo ni en cuenta, que no era el que
buscaban… y no sé, yo creo que me tuvieron lástima y ya,
como me vieron bien asustado… porque eran muchos, en
serio, como si hubiera sido yo un criminal de a deveras,
pues ya que me dicen que no podía manejarla… porque…
pues como ya han de saber que uno no tiene licencia, los
ilegales, pues, que me dicen que me tenía que esperar a que
fuera por mí una persona que tuviera licencia.
Y ya que le llamo a un cuate que tenía
su residencia y su licencia, pa’ que me hiciera el paro…
y sí fue por mí… ¡y cómo ve los cabrones se esperaron
hasta que llegó y volvieron a salir de sus patrullas y le
pidieron su licencia y ya nos dejaron ir… pero tampoco me
hicieron nada!”, otra vez exclama Julio triunfal, al
recordar ese segundo, afortunado encuentro con la “ley
americana”, del que también salió “limpio”, como él
dice.
Eso me hace pensar que se trata,
efectivamente, de una especie de tolerancia por parte de la
policía hacia los ilegales, pues sabe que sus servicios son
muy necesarios para desempeñar todos aquellos empleos que
sus conciudadanos ¡ni de broma harían! Me viene a la
memoria aquella frase pronunciada por Vicente Fox, el ex
presidente mexicano que descollara no por su habilidad como
estadista, casi nula, sino por su pésima conducción (además
del alto grado de corrupción que toleró, nada más hizo
bien), su evidente ignorancia (confundía fechas y nombres),
su velado autoritarismo (impuso a Felipe Calderón en la
presidencia) y su ocurrencia lingüística, cuando en alguna
ocasión, tratando de, digamos, “defender” el papel de
los ilegales mexicanos en Estados Unidos, afirmó que “los
mexicanos hacen trabajos que ni los mismos negros quieren
hacer”, dando a entender, de una manera intrínsicamente
racista, que nuestros paisanos hacen y sufren cualquier cosa
con tal de sobrevivir. Y cuando escucho tantas historias,
como la de Julio en ese momento, estoy muy convencido de
ello.
Pero su buena suerte frente a la ley,
de todos modos no le sirvió para conseguir un nuevo empleo
cuando, de plano, ya por más que buscó, nada obtuvo. Por
eso se tuvo que regresar. Pero al menos la suerte lo acompañó
a su salida de ese país, pues se vino con otro tío que
trae autos de allá por la “módica” suma de 1800 dólares
cada vehículo. “No, pues, imagínese, ya no es negocio
traerse trocas de allá, porque con lo que cuestan, más lo
de la traída, pues no sale, a menos que uste’ se la
traiga, pero está más cabrón, por los permisos que le
piden”, explica Julio, quien ya hace rato terminó con su
pambazo.
Le pregunto que si desea otro y, con
algo de pena, acepta, por lo que llamo a la mesera, una
chica veinteañera, que nos sirva otro de esos típicos
antojos vendidos en ferias y fiestas públicas. Y continúa
Julio con su narración, platicando todas las vicisitudes
que pasaron él y su tío para pasar con la camioneta “
Chevrolet Escalade”, conducida por el señor, y la que
iban remolcando, sujetada a la otra, una Nissan.
De entrada, la fortuna lo acompañó
hasta la garita de Tijuana, pues al pasar con el par de vehículos,
los agentes estadounidenses no les pidieron nada en
absoluto, quienes quizá acostumbrados a que ese es un sitio
de intensos cruces todos los días del año, no se interesan
en los problemas que tanta gente se lleve a México (drogas,
armas, delincuentes…), que al fin y al cabo no es su país.
Luego, del lado mexicano, cuando cruzaron por la aduana,
fueron igualmente agraciados, pues en el “semáforo
fiscal” les tocó luz verde, así que pasaron con todo lo
que llevaban, sobre todo las cosas que Julio juntó en los
dos años y medio que estuvo por allá. “Ni crea que
tantas cosas me traje, más que nada ropa, mi tele, mi dvd,
mi aparato de sonido, cd’s, mi celular… y otras
cosillas”, agrega, recibiendo su segundo pambazo.
Pero la buena suerte y el no haber
tenido problemas con las autoridades angelinas, se acabó
cuando nuestra rampante corrupción policiaca de inmediato
surgió cuando en el primer retén por el que cruzaron, como
a tres horas de Tijuana, les requirieron nada menos que $500
dólares para continuar, pues de lo contrario les
“confiscarían toda la carga”.
El tío se los dio, sin chistar, pues
de todos modos esa “mordida” es algo que ya se contempla
en el costo de transportar los autos a México, es decir,
que el cohecho a los corruptos policías mexicanos es parte
de los “costos fijos”, cínica actitud que tanto el
gobierno, como los cuerpos represivos, dan por sentada, sí,
declarando “en el país hay un alto grado de corrupción y
se debe de combatir”.
Sin embargo, el problema es que no se
combate, pues la corrupción es pilar de la estabilidad política
y el sostenimiento de este pobre, saqueado país. Pero además
es una resignada actitud de parte de los ciudadanos, quienes
con tal de evitarse mayores problemas, vejaciones y
humillaciones por parte de una hipócrita, supuesta
“legalidad”, acceden, de buena o mala gana, a
proporcionar dádivas a los “rudos”, corruptos
“representantes de la ley”. Así como hizo el tío de
Julio. “Y viera que ya después, hasta se sonríen… y
todavía nos dijeron los cabrones que tuviéramos cuidado…
¡¿cómo ve?!”.
En otro retén similar,
“solamente” les pidieron 200 dólares para permitirles
continuar sin problemas. Y en un tercero, uno del ejército,
dice Julio que los soldados también les dijeron que les
dieran “pa’ sus refrescos”. En este caso, ellos les
ofrecieron 200 pesos. “¿¡Qué paso, qué paso, mi
buen!?… que sean quinientos pesitos”, cuenta Julio que
protestaron los sardos, exigiendo la cuota mínima para
dejarlos pasar.
“¡Pero, ¿cómo ve?, en ningún
lugar nos revisaron, así, que diga uste’, con mucho
cuidado, no, y eso que ya ve que dicen en la tele que el
presidente que según está combatiendo al narcotráfico y a
la delincuencia, puras mamadas… los soldados, en serio,
nada más se dieron la vuelta y lamparearon las dos
camionetas y ya, nada más… me cae que si me hubiera traído
unos cuernos de chivo pa’ venderlos aquí, en serio que
bien fácil los hubiera pasado!”, exclama el muchacho,
algo divertido, al pensar en todo lo que hubiera podido
pasar al país de haber sabido que las revisiones, al menos
para ellos, fueron tan laxas.
Pero más adelante, de nuevo, la buena
suerte los abandonó, pues debido al cansancio de su tío
por haber manejado varias horas hasta ese momento, se quedó
dormido y eso ocasionó un derrapón de la camioneta,
momento en el que el señor se despertó y aunque trató de
controlar al vehículo, no pudo evitar que coleara y cayera
hacia un barranco, precipitándose primero la camioneta
Nissan que iban jalando.
Ésta, sí, volcó, pero como la
“Escalade” era más pesada, logró este vehículo
detenerse a tiempo en la cuesta y no caer. “¡La
camionetita sí se volteó y toda se madreó… y pues ni
pa’ sacarla. Ya mejor la soltamos del remolque de la
Escalade, y como algunas de mis cosas, que le digo que me
traje, iban allí, unos compactos y unas cajas que ya ni me
acuerdo que traía allí, pues que me bajo pa’ ver qué
podía sacar, pero pa’ mi mala suerte que nos cae un
federal (un policía de caminos), y que me dice que me iba a
arrestar por lo del accidente que por daños a las vías públicas…
ya ve cómo le inventan a uno cosas pa’ sacarle dinero.
Y la neta me dio mucho coraje que me
quisiera agarrar, pero pensé que cómo me iba a dejar de
ese cabrón que me llevara, ¡ni madres!, si ni en el otro
lado no me había dejado, menos me iba a dejar aquí, en mi
país, pero que yo me hago güey, y que le digo que no, que
nada más habíamos pasado por allí y que habíamos visto
la camioneta volteada y que yo estaba viendo a ver qué me
agenciaba, unos compactos aunque fuera, y como que no me creía,
pero yo le dije que neta, que nada más quería ver si me
agarraba unos compactos, que me diera chance y, ¿como ve?,
que ese cabrón también dijo que entonces a ver qué se
sacaba él, y ya agarramos una caja en donde estaban mis
compactos, y ya que la sacamos y que ese cabrón se quedó
con unos… pero de todos modos nos pidió una lana, que
porque estábamos robando, ¿cómo ve?, si él también se
quedó con unos de mis compactos, ¡fue lo que más me
encabronó!, y pues que le tuvimos que dar quinientos pesos!
Y pues yo ya ni me quejé de mis cosas que se habían
quedado en la otra camioneta, porque a mi tío le iba a ir
peor, por la lana que iba a perder”. Sí, con la actuación
del “policía de caminos”, de nuevo salió a relucir
“nuestra maldita corrupción de cada día”, así, como
oración.
Luego de eso, con profundo alivio de
ambos, ya no tuvieron más contratiempos. Y Julio llegó con
su tío hasta Huichapan, en donde bajaron las pocas cosas de
él que no iban en la camioneta. “Como le digo, pues fue
poco lo que traje… y de dinero, pues muy poco, como 50 dólares
fue lo que traía… lo poco que ahorré me lo gasté todo
el tiempo en que me quedé sin chamba por allá”, agrega
el muchacho, resignado, quizá reflexionado que todo su
esfuerzo de dos años y medio de estar sufriendo vejaciones
y trabajar duro como pintor, al final se redujo a algo de
ropa, una televisión, un dvd y un “ipod”, que en ese
momento me enseña. “Pues con este me entretenía cuando
estaba pintando, aunque sea pa’ estar oyendo música
cuando estaba en la friega”.
“Y qué piensas hacer, ¿regresarte
o buscarte algo por aquí?”, pregunto. Julio se encoge de
hombros, poniendo un gesto de desconcierto. “No,
regresarme pa’ allá, no… está cabrón, en serio, al
menos ahorita no hay chamba y, como le digo, muchos paisanos
ya se están regresando… muchos se vinieron antes que yo y
otros, después… pero se están regresando. Y aquí…
pues, no sé… mi papá me dice que termine mi prepa, pa’
que así me consiga una chamba por aquí… es que ahora
hasta pa’ meterse a la AFI (es la Agencia Federal de
Investigación, novel corporación policiaca que pretendió
acabar con la corrupción de los cuerpos policiacos, pero
que ha resultado peor que lo que pretendía limpiar.
Por ejemplo, una de las secuestradoras
del sonado caso Martí es una agente en funciones de esa corporación. Y por estos días esa
agencia, para mayor desacreditación, está intervenida por
la PFP) le piden a uno prepa o también de federal (se
refiere a la Policía Federal Preventiva, PFP, otro cuerpo
policiaco de dudosa reputación y torpe actuación).
Pero también como aprendí el oficio
de pintor, pues a lo mejor me puedo dedicar a eso, porque
luego veo aquí cómo hacen las cosas, y yo digo, no, pues
esto podría hacerse más fácil así o con una máquina…”,
contesta Julio, reflexivo, considerando que todo eso es
incierto y que para él, haberse ido para Estados Unidos y
haber regresado sin nada, sin perspectivas claras ni allá,
ni acá, por lo pronto, es un problema existencial que, de
alguna manera, lo convierte en un inadaptado social.
“Fíjese, pues es que regresa uno
aquí y ya los amigos se fueron o se casaron o se
murieron… y nada más tengo a mi familia… y como que es
difícil adaptarse otra vez aquí, en el pueblo, luego de
haber vivido en los Ángeles, trabajando, parrandeando… me
siento como encerrado, porque allá andaba pa’ todos lados
y con dinero… y aquí, ahorita, pues ando sin un quinto,
nomás a lo que mi papá me está dando, en lo que consigo
una chamba”.
Dice que su papá lo ha puesto a hacer
arreglos a su casa, una antigua construcción colonial, y
que le da 200, 300 pesos cada semana, pero que es muy poco.
“No… en serio que uno se acostumbra a estar allá… uno
cambia… ¿cómo le diré?... es que se echa desmadre, pero
no es como aquí… uno sabe que no está en su país y por
eso como que más se vuelve uno parrandero, porque está uno
lejos de su tierra… ¿no sé si me entienda?”, me
pregunta finalmente.
Claro que lo entiendo.
Contacto: studillac@hotmail.com
|