El convenenciero capitalismo salvaje
Por Adán Salgado Andrade
Para Socialismo o Barbarie, 15/11/08
Después de
la brutal crisis de 1929, el capitalismo salvaje
estadounidense de aquel entonces encontró su salvación, irónicamente,
en la forzada redistribución de la riqueza, emprendida por
el gobierno aplicando el llamado “New Deal”, mediante un
sistema tributario que aumentó considerablemente los
impuestos aplicados a las empresas y corporaciones, que en
algunos casos llegaron hasta a un 52 por ciento de las
ganancias obtenidas por aquéllas, además de una inusual
regulación económica estatal que buscó el control de
todos los negocios y el privilegio de los derechos
laborales.
Si en un
principio hubo fuertes protestas, al final los capitalistas
aceptaron que esa obligada desconcentración de la riqueza
(lo que justamente había provocado la crisis, debido a que
la monopolización del mercado y esa brutal concentración
dejaron como consecuencia una catastrófica caída en el
consumo. Famosa es la frase de Roosevelt culpando a los
banqueros por el crash económico, a quienes llamó
“inescrupulosos cambiadores de dinero”) fue su salvación,
pues por el efecto multiplicador ocasionado por las múltiples
obras públicas que el gobierno de F. D. Roosevelt emprendió
con la regulación y la recaudación tributaria, la economía
estadounidense comenzó a reactivarse.
Al mismo
tiempo, la fabricación de armas durante la segunda guerra
mundial y enseguida la reconstrucción de Europa y Japón
por parte de las corporaciones estadounidenses, permitieron
una espectacular recuperación del capitalismo no sólo de
EU, sino mundial.
Ese periodo,
conocido en aquel país como el “American Dream”
(caracterizado por un inusual bienestar de los obreros
norteamericanos, sobre todo, quienes pudieron alcanzar un
nivel medio de vida, con casa propia, uno o dos autos, los
enseres domésticos del momento, escuelas particulares para
sus hijos…), conoció niveles del producto interno bruto
(PIB) de 10% o más durante varios años. Aunque el gobierno
de Roosevelt procedió con su plan de reestructuración y
distribución del capitalismo de forma empírica (comenzó
también “rescatando” a los banqueros, como se está
haciendo ahora), luego tales acciones encontraron su base teórica
en las teorías económicas del señor John Maynard Keynes,
quien en su obra “Teoría general del trabajo, la
tributación y el dinero”, se declaraba en contra del
libre mercado, señalando todos sus inconvenientes (debieron
seguirse atendiendo sus señalamientos), entre los cuales
está la tendencia a una desregulada monopolización de las
actividades económicas por unas cuantas corporaciones que
debían ser puestas en orden por el Estado.
De ahí nació
el concepto de “economía mixta”, en la cual el Estado
se encarga de ciertas actividades, sobre todo aquéllas que
por su naturaleza requieran de grandes inversiones, pero que
aporten pocas o nulas ganancias.
Por ello fue
que servicios como el agua potable, la electricidad, el
servicio postal, la construcción de carreteras, el
transporte, entre otros, se municipalizaron, o sea, se
realizaron exclusivamente con inversión pública que era
pagada por la recaudación tributaria. A pesar de ello, no
dejaron de presentarse periodos de crisis (en 1937, a pesar
del New Deal, volvió a darse otra crisis económica en EU,
que fue rápidamente superada gracias a las medidas
gubernamentales que se habían estado aplicando), seguidos
de buen desempeño económico, quizá no espectacular, pero
de alguna manera regulado y alentado por el gobierno.
Sin embargo,
a los capitalistas, ávidos de hacer más buenos negocios de
los que ya tenían y pretextando que las recurrentes crisis
económicas se debían a la intervención económica del
Estado (lo cual no es cierto, pues el capitalismo es
inherentemente proclive a padecer constantes crisis), la que
sobre todo implicaba crecientes gastos públicos, se dieron
a la tarea de desmantelar al llamado “estado benefactor”
para, según ellos, lograr que se diera de nuevo el
“capitalismo perfecto”, en donde no iba a haber ninguna
otra regulación más que el libre mercado, la libre
competencia, el “laissez faire”.
Esa política,
bautizada neoliberalismo (porque los capitalistas festejaron
que se retomaran de nueva cuenta los “grandes”
principios del liberalismo económico sustentados por Adam
Smith), iniciada a mediados de los setentas, cuando se aplicó
primero en Chile (bajo la forma del llamado
“monetarismo” de Friedman), obligó a los gobiernos de
todos los países, comenzando con los subdesarrollados, a
vender cuanta empresa pública poseyeran y
“flexibilizar” el control económico (“desregular”
la economía, se llama a esto).
Así, fábricas,
actividades extractivas, tiendas, bancos… todo cuanto
fuera estatal y no fuera “estratégico”, los gobiernos
vendieron, pues, por un lado, se desharían de empresas que,
se decía, por ser públicas no eran “eficientes” (¡vaya,
como si el capitalismo fuera eficiente!) y trabajaban mal y,
por otro, con el dinero obtenido de la venta, iban a bajar o
casi a liquidar sus deudas nacionales y extranjeras que tenían
justamente, se justificaba, a causa de la mala administración
y los onerosos gastos que las empresas públicas y
paraestatales, según los economistas funcionalistas,
estaban generando a la economía.
Eso se llamó,
eufemísticamente, “adelgazamiento del estado”, cuestión
por la cual hasta los gastos sociales, como en salud y
educación, fueron fuertemente reducidos (esto, el que el
gobierno gaste cada vez menos en programas sociales, ha
contribuido también a la agudización de las crisis económicas
y el aumento de la pobreza). Desde 1980 podemos decir que se
generalizó la así llamada “privatización de la economía”
para que todo, según sus promotores, marchara a la perfección,
que se diera lugar a un capitalismo regido sólo por la
libre competencia en el que todo estaría muy bien, las fábricas
produciendo, la gente trabajando y consumiendo, el mundo
“globalizado”, y las variables macro y microeconómicas
en franca armonía… o eso pareció, como veremos.
Casi treinta
años después, el neoliberalismo ha probado su total
fracaso ante la debacle económica que por estos días
sufrimos y seguiremos sufriendo por varios meses (y
recurrentemente), tan severa, que los barones del dinero y
de las corporaciones han exigido la ayuda de los gobiernos,
a quienes tanto despreciaron y soslayaron en su momento.
Así,
comenzando por el gobierno estadounidense, temiendo que la
enorme influencia económica que Estados Unidos todavía
tiene en el mundo, colapsara la economía global (que de
todos modos se está ya colapsando) debido a sus quebradas
finanzas privadas, se dio a la tarea de “rescatar”, con
los dineros públicos, claro, a esos ineficientes,
desregulados bancos, quienes justamente por la falta de
control gubernamental sobre sus vampirescas operaciones
financieras, ávidos de ganancia, le entraron a cuanto
negocio les pudiera dar fuertes dividendos, prestando miles
de millones de dólares por aquí y por allá, presionando a
la economía capitalista salvaje a producir bastamente para
que ellos ganaran mucho más, creando, así, una desmedida
sobreproducción de todo (China, la maquiladora del mundo,
es el mejor ejemplo de los niveles a los que ha llegado la
sobreproducción, tanto que sus actividades industriales,
“nacionales” y extranjeras, están en segundo lugar,
después de EU, en la producción mundial de los
contaminantes gases que están provocando el calentamiento
del planeta, además de que es el cuarto mayor consumidor de
petróleo, con casi 6 millones de barriles diarios), hasta
de casas.
Así, los
millones de productos fabricados, con tal de venderse, se
fiaban, se ofrecían a crédito. Por tanto, la tendencia al
consumo irracional que fomentó tan irrefrenable deseo de
ganancia, provocó que por más de una década, todos los países
y la mayoría de sus ciudadanos vivieran del crédito, y a
quienes lo concedían, les convenía más el cobro de
intereses, que del principal. Pero una vez que la
sobreproducción de todo (encabezada principalmente por el
modelo chino de maquinación barata, como dije antes) superó
con creces al consumo real, ya no halló en donde colocarse,
a pesar de los créditos.
Y entonces
la muy sobrada capacidad productiva (el muy alardeado
“aumento de la productividad”, como se le llama) de
todas las corporaciones y empresas del mundo debió
reducirse, achicarse… y eso provocó el estallido de la
burbuja, pues la caída de la actividad industrial, llevó
al desempleo, lo que en conjunto, menos producción y menos
trabajadores contratados, tuvo como efecto inmediato el
impago de los créditos.
Las empresas
comenzaron a tener problemas para pagar los préstamos
recibidos y los trabajadores, al ser despedidos o habérseles
reducido su salario, tampoco pudieron ya pagar sus deudas,
sobre todo las hipotecas de las casas o inmuebles comprados
a crédito (que fue lo que sucedió en EU, el origen de la
actual debacle, en donde cientos de miles de familias han
perdido ya sus casas), y eso fue el principio de los
problemas de los bancos, pues el efecto multiplicador
negativo que tuvo el que millones de deudores, tanto
trabajadores, como empresas, no pudieran ya pagar sus
obligaciones crediticias, fue llevando poco a poco a los
barones del capital especulativo a la muerte lenta y al
colapso… no, ya no pudieron hacer frente a sus propios
compromisos de premiar con fuertes ganancias a sus
inversionistas, ni reponer el dinero de los ahorradores por
ellos tan alevosamente jineteado.
En Estados
Unidos hasta los fondos de pensiones están quebrando
estrepitosamente, pues también le entraron a la especulación
con el dinero de sus agremiados, quienes, de pronto, ya se
quedaron sin un centavo de los ahorros que con tanto
esfuerzo hicieron.
Por eso Bush
tuvo que apapachar a los bancos, calmarlos, decirles que el
buen, protector gobierno les iba a reponer su dinero, que no
se preocuparan (eso de por sí siempre lo ha hecho, no sólo
con los bancos, sino con las grandes corporaciones. Ver mi
artículo en Internet “Bush, el buen amigo de las
corporaciones”).
Y ya les
prometió que inicialmente les dará $700,000 millones de dólares,
a cambio de que se porten bien (con la promesa de que el
“apoyo” podría ascender a nada menos que once millones
de millones de dólares), de que por un tiempo le dejen al
paternal Estado administrar sus quebrados negocios y ya,
cuando otra vez funcionen bien y les den ganancias, se los
devolverán, pues ese mediocre presidente ha declarado que
él sigue siendo ferviente defensor del “libre mercado”,
a pesar de la hecatombe que éste ha provocado, pero que a
veces se requiere que el gobierno le dé una
“ayudadita”, para auxiliar al “gordito glotón” a
salir de la enfermedad.
Y eso están
haciendo los gobiernos de todo el mundo, en vista de que en
todos los países, los desregulados (o sea, sin el más mínimo
control estatal), caprichosos banqueros intentaron hacer de
las suyas y desafiar las leyes del capitalismo salvaje, que
demuestran que este irracional sistema, de una u otra
manera, siempre tenderá a sufrir continuas crisis, dada su
estructura hiperconcentradora y monopolista de la riqueza
social.
No sólo
Estados Unidos, sino Alemania, Bélgica, Holanda,
Inglaterra, Francia, Italia, España, Japón… en todos los
así llamados “países capitalistas desarrollados”, los
gobiernos han debido rescatar a importantes instituciones
financieras.
Por ejemplo,
Holanda rescató al grupo financiero y de seguros ING inyectándole
10,000 millones de euros. Corea del sur decidió rescatar
con 130,000 millones de dólares a sus bancos para restaurar
la “confianza en el mercado”.
Alemania
decidió rescatar a la institución de bienes raíces HRS (Hypo
Real State) con 35,000 millones de euros… y por esos
“rescates” ya hay países que, incluso, han quebrado, sí,
es decir, no tienen ya dinero para sostenerse como naciones,
sobre todo en los países subdesarrollados en donde, se
comprenderá, los daños ocasionados serán mucho más
graves aún.
Esto, por
ejemplo, ya ha sucedido en Islandia o Hungría, los que han
debido ser “rescatados” a su vez por el FMI (esta
decadente institución financiera al servicio de los
intereses de los países hegemónicos, tales como EU, y sus
corporaciones, que más que buscar la “salud” financiera
de los países pobres estos últimos 25 años, ha aplicado
los rígidos términos e intereses neoliberales los cuales,
como vemos, han agudizado sus problemas económicos, en
lugar de resolverlos, y han llevado a la actual debacle),
pues de otro modo dichos países están en riesgo, incluso,
de desaparecer como conformaciones sociales y territoriales.
Cabe decir
aquí que también la ilusión del aparente bienestar que
acarrearía consigo el neoliberalismo (capitalismo salvaje),
destruyó naciones consideradas socialistas, o las fraccionó,
como la extinta URSS, Yugoslavia o Checoslovaquia, imbuidos
sus gobiernos y habitantes por el espejismo capitalista que
prometía ser la panacea que los sacaría rápidamente de la
atrofia económica en que esos sistemas “totalitarios”
los habían mantenido sumidos hasta ese momento.
Y hay que
decir que el capitalismo salvaje ha probado ser más
totalitario y caótico que esas extintas economías de
planificación central, pues ha favorecido los intereses de
las grandes corporaciones, hiperconcentrando como nunca
antes se había visto la riqueza social, por encima de los
de la gente y sus países, lo que únicamente ha servido
para pauperizar y llevar a la bancarrota a la mayoría de la
población, como lo demuestra la tremenda quiebra económica
que estamos refiriendo (En Rusia, país que también está
siendo muy afectado por el caos económico generado por los
barones del dinero rusos, mucha de la gente que vivió los años
de esplendor del así llamado socialismo, ahora añora esos
mejores viejos tiempos).
Y siempre es
así, que los gobiernos, a pesar de la renuencia del
capitalismo salvaje a la intervención del estado en tiempos
de bonanza, han rescatado a los barones del dinero. En México,
país subdesarrollado, por ejemplo, durante la brutal crisis
económica de 1995, que llevó a la quiebra a los entonces
bancos “nacionales”, el gobierno de Ernesto Zedillo
instruyó el famoso FOBAPROA, un programa destinado al
rescate de aquéllos, el cual no fue suficiente para
aliviarlos de sus crónicos males, así que se ideó una
manera de inyectarles liquidez.
Pretextando
que las pensiones que el gobierno otorgaba, con toda
justicia por tantos años trabajados, a los trabajadores que
se jubilaban, eran una muy “onerosa” carga económica
futura, se les obligó a aquéllos a aportar parte de sus
fondos de pensión a cuentas que serían administradas
privadamente, justo por esos quebrados bancos, argumentando
que así sería menos caro para el gobierno proporcionar
dichas pensiones (¡vaya argucias, pues mientras un
trabajador es útil y se encuentra laborando, no le resulta
“oneroso” al Estado. Una imposición adicional fue que
se aumentó la edad a la que un trabajador se puede
pensionar!).
Sí, las
llamadas Afores fueron otra manera no sólo gubernamental,
sino social, por la obligada parte de las cuotas de los
trabajadores concentradas en fondos privados, para también
“rescatar” a los barones del dinero (Este
modelo, de financiar y rescatar a los capitalistas con
dinero de los ahorros de los trabajadores, fue copiado de
Estados Unidos, en donde, a principios del siglo 19, dada la
creciente necesidad de capital para la expansión
empresarial, se estimó conveniente formar sociedades de pequeños
ahorradores, cuyo dinero, administrado por un banco o
empresa, sería prestado a aquellas compañías que
requirieran de fondos para crecer.
Uno
de los primeros banqueros que se aprovechó de los ahorros
de los así llamados pequeños
inversionistas, fue Jay Cooke, quien, durante la Guerra
Civil, se armó de
un contingente de 4000 vendedores, quienes, aprovechando el
caos generado por la lucha entre norteños y sureños, se
dedicaron a vender bonos gubernamentales de bajas
denominaciones a granjeros, trabajadores y pequeños
comerciantes.
Claro,
el principal beneficiado fue Cooke, no los pequeños
inversionistas, pues con su dinero aumentó aún más su
fortuna personal. Realizó grandes negocios, prestándole al
gobierno, para financiar la guerra, y a empresas, sobre
todo, cuando en 1880, en una de tantas crisis capitalistas
de ese año, las compañías y el gobierno necesitaron del
dinero de los ahorradores, vital en ese momento para evitar,
las primeras, más quiebras de las que hubo y, el segundo,
para no declararse insolvente en sus gastos. Fue el comienzo
de las sociedades mutualistas, equivalentes a las Afores
mexicanas).
Y uno de los
grandes riesgos que corren actualmente las Afores, merced a
la presente recesión, es que se esfumen esos ahorros tan
duramente reunidos por los trabajadores, pues están
invertidas en muchas de las corporaciones y empresas que están
teniendo muy serios problemas de deudas crediticias.
Así que
pudiera ser que un día se les diga a los trabajadores “¡Oigan,
pues lamentamos mucho informarles que todos sus ahorros se
perdieron debido a la crisis, ni modo!”, sí, y a pesar de
que a la fecha más de 65,000 millones de pesos se han
“perdido” de las Afores (cuyo monto total asciende a
unos 800,000 millones de pesos), de todos modos los
banqueros siguen cobrando sus cuotas por el mafioso,
ventajoso manejo que han hecho de tales ahorros,
principalmente en su propio beneficio.
Incluso,
parte de la liquidez con la que cuentan las matrices de los
bancos extranjeros establecidos en México (90% del sistema
bancario “mexicano” es extranjero ya), combinación de
la Afores más los ahorros de sus cuentabientes, ha sido
empleada, arbitrariamente, para “rescatar” a sus
oficinas centrales, como lo que está haciendo, por ejemplo,
HSBC para rescatar a su oficina matriz en Inglaterra, país
cuyo gobierno también se vio obligado a “rescatar” a
tan ineficiente, lucrador banco.
En Estados
Unidos ya varios cientos de miles de trabajadores han
perdido de esa mafiosa forma sus ahorros, como sucedió
recientemente con la cuenta que manejaba el
especulador Eddie Stern, hijo del mal afamado Leonard Stern,
quien hizo su fortuna y la de sus hijos, vendiendo alimentos
para mascotas. Eddie Stern creó en 1998 una empresa de
especulación, Canary
Capital, con la cual, valiéndose de los fondos de pensión,
incrementó más la fortuna familiar (estimada en ese
entonces en $3000 millones de dólares), a cambió de
defraudar a los pensionados, muchos de los cuales habían
invertido los ahorros de toda su vida en Canary Capital, y dejarlos sin pensión y sin futuro.
Mediante
complicados, ilegales e “ingeniosos”
métodos especulativos, que lo llevaron a ser
considerado el “rey de las ganancias” entre los
especuladores, Stern se convirtió en el “rey de la
especulación” con los fondos de pensiones. Entre 1999 y
mayo de 2003, que fue cuando finalmente el fraude salió a
la luz, las actividades especulativas de Stern y otros como
él, provocaron pérdidas en los fondos de pensiones por más
de $16,000 millones de dólares, que en algunos casos
significó que los ahorradores ya no tendrán la seguridad
de una pensión, mientras que Canary
Capital terminó sus ilícitas operaciones con un
capital de $750 millones de dólares, o sea que, a pesar de
los fraudulentos manejos de Stern, no se quedó sin fondos.
De
todos modos, cada año, debido a malas
inversiones, a riesgos
bursátiles y a las crisis económicas, los fondos de
los trabajadores pierden $4000 millones de dólares, en
lugar de ganar, pérdidas que en la actual recesión serán
mucho mayores o quizá totales. Como dije antes, los ahorros
de los trabajadores son fondos de dinero fresco de los que
las empresas estadounidenses se siguen sirviendo para
ampliar sus negocios o el que el gobierno emplea cuando las
rescata si quiebran. Y este inseguro mecanismo para según
“asegurar” las pensiones, es el que ya se está
aplicando en México desde hace algunos años con las
tramposas Afores.
No conforme
con eso, el gobierno mexicano dilapidó unos 20,000 millones
de dólares (y sigue haciéndolo), una cuarta parte de las
reservas del banco central, para asegurarles a las empresas
que tenían deudas en dólares, que se hicieran de estas
divisas “no tan caras”. Esas deudas eran créditos que
muchas compañías simplemente habían adquirido no para
ampliar sus actividades específicas, sino para dedicarlos sólo
a operaciones meramente especulativas que les permitieran,
acorde con el agiotista frenesí descrito arriba, también
entrarle a las, aparentemente, fáciles ganancias bursátiles,
las que se encargaban de proporcionar bancos y bolsas de
valores.
Por ejemplo,
digamos que un empresario cualquiera pidió prestados 10
millones de dólares y los puso a especular en el mercado de
valores (la bolsa), pero con la debacle actual, no sólo no
obtuvo ganancias de ese dinero, sino que además debe de
liquidar dicho préstamo, así que en lugar de ganar, está
perdiendo capital y mucho, quizá en exceso de sus activos
(el valor de su compañía), y eso puede significar,
inclusive, la quiebra y desaparición de su compañía.
Es el caso
aquí de la empresa “Controladora Comercial Mexicana”,
con un adeudo de 2000 millones de dólares, que al tipo de
cambio actual, de más de 13 pesos por dólar, le abultó la
deuda contraída, que equivaldría a unos 26,000 millones de
pesos. Ese adeudo equivale a casi el 76% del valor comercial
de dicha empresa, el que para abril de este año era de
apenas 2642 millones de dólares, así que se comprenderá
que casi se trata de su colapso total, todo por las
codiciosas expectativas de sus accionistas (normalmente las
grandes empresas no tienen un solo dueño, sino que la
propiedad está repartida entre grupos de accionistas que
poseen distintos porcentajes del valor total).
Otro grupo
en muy serios problemas es la cementera CEMEX, la cual debe
16,400 millones de dólares, casi un 80% de su valor
comercial. En el mismo caso está Telmex, la que debe 2360
millones de dólares… y así. Y por ello, el muy
“generoso” gobierno panista decidió darles una
“ayudadita” también dilapidando, como dije, las
reservas en dólares que tiene el Banco de México, tan difícilmente
reunidas durante varios años, en unos cuantos días.
Sin embargo,
cuando se le ha aconsejado a ese gobierno en otras ocasiones
que las emplee para el beneficio social de un país en donde
casi el 70% de mexicanos son pobres, simplemente se ha
negado, aduciendo que eran para tiempos difíciles. Sí,
vemos, pues, que son para los tiempos difíciles de los
empresarios, no del vulnerable pueblo mexicano.
Además, si
repentinamente el valor del dólar se disparó tanto en
estos días, fue porque irresponsablemente el gobierno
mantuvo sobrevaluado al peso por mucho tiempo, con tal de
que las empresas pudieran importar cuanto necesitaran para
hacer sus grandes negocios (desgraciadamente en este país,
como en todos los subdesarrollados, para que “nuestras”
industrias produzcan, casi todo lo deben de importar,
comenzando por la maquinaria que emplean. Es tan
desventajosa esta situación, que para “exportar” un dólar
de manufactura, se requieren importar tres dólares de
insumos. Así que, como se ve, es sumamente desequilibrada
“nuestra” situación productiva).
La locura
especulativa, pues, “recalentó” a la economía, y por
eso, por la sobreproducción, también las materias primas,
como el petróleo, subieron a niveles nunca antes vistos, el
cual llegó a cotizarse hasta en 110 dólares el barril…
pero en estos días que está bajando fuertemente la
producción industrial, ha también bajado en picada tal
cotización, que en promedio está en 61 dólares. Por ello
es que el capitalismo salvaje está buscando nuevas
alternativas para continuar con los grandes negocios, a
pesar de la recesión mundial que ya estamos viviendo.
La producción
de armas seguirá siendo esencial. El reciente presidente
estadounidense electo, el señor Barack Obama, al igual que
hizo McCain, ha asegurado que no disminuirá de ninguna
manera el presupuesto militar dedicado al Pentágono, pues
considera que es vital la actividad bélica de EU, primer
productor y exportador mundial de armas (esta es una de las
primeras señales que ponen en duda las promesas de campaña
hechas por el primer presidente afroestadounidense elegido
en ese país, quien también ha asegurado que se deben
mantener las tropas estadounidenses en Afganistán y en
Irak.
Además, a
quien tiene Obama que beneficiar de inmediato es a la clase
empresarial, pues sólo de ésta depende que sea reactivada
la economía de ese país, por lo que no tiene mucho margen
de acción para emprender medidas que beneficien al resto de
la población, sobre todo a la empobrecida clase media y a
los grupos menos favorecidos.
Varios de
sus asesores son de la era Clinton, cuyas políticas han
dado siempre preferencia a los negocios – no a los niveles
a los que llegó Bush, claro, quien favoreció sobre todo a
las grandes corporaciones –, arguyendo que así la clase
trabajadora resulta implícitamente beneficiada).
También el capitalismo salvaje está
buscando su salvación en actividades tan esenciales como la
producción de alimentos (podríamos dejar de comprar autos,
digamos, pero no podríamos dejar de comer), rubro
“altamente” recomendado en estos días por los
corredores bursátiles a los inversionistas que aún tengan
dinero y ánimos para seguir especulando, lo que explica, en
parte, por qué han subido tanto los precios de lo que
comemos, a niveles que ya están ocasionando una de las
primeras hambrunas del siglo 21 (otra causa es la absurda
idea de hacer combustibles con alimentos, en un mundo de por
sí hambriento. Ver mi artículo en Internet
“Biocombustibles, imposición transgénica, no alternativa
ecológica”), en el que, irónicamente, tanto se presumen
los niveles alcanzados por las ciencias computacionales y
tecnológicas.
O también
se asocian con el llamado “lumpencapitalismo”, aquél
que se dedica a las actividades consideradas ilícitas (ver
mi artículo en Internet “Especulación y narcotráfico,
nuevos grandes negocios del lumpencapitalismo”), tales
como la propia especulación bursátil, cuando llega a
niveles fraudulentos (como así ha sido) o con el narcotráfico,
el tráfico de armas y el tráfico humano, cuyo dinero lavan
muy convenientemente bancos y otras instituciones
financieras, como las estadounidenses, las cuales
“legalizan” en Wall Street unos 200,000 millones de dólares
al año tan sólo del narcotráfico mundial, más o menos la
mitad del dinero que éste obtiene por sus muy lucrativas
operaciones.
Igualmente,
si para mucha gente ya no hay posibilidades de obtener un
trabajo honesto, legal, es de esperarse que se incorporen,
debido a su apremiante necesidad, a dichas actividades
ilegales, como pasa en México, por ejemplo, país en donde
el narcotráfico ha penetrado tanto las actividades económicas,
que un significativo porcentaje de la población vive de aquél
(incluso su influencia ha llegado a niveles gubernamentales,
de tal forma que podemos hablar ya de “narcopolítica
mexicana”, con las consecuencias que esto conlleva, como
la creciente violencia que estamos viviendo, de ejecuciones
no sólo de narcotraficantes y sus empleados, sino incluso
de autoridades policíacas corruptas o de altos funcionarios
igualmente corruptos o que han pretendido “combatir” a
los narcodelincuentes.
Ha resultado
muy sospechoso, por ejemplo, el reciente “accidente” aéreo
en el que perdieron la vida el secretario de gobernación,
Juan Camilo Mouriño, y otras trece personas, que tiene más
pinta de haber sido un atentado, pues en el avión iba, además
de Mouriño, José Luis Santiago Vasconcelos, ex titular de
la Subprocuraduría de Investigación Especializada en
Delincuencia Organizada, SIEDO, quien actualmente se desempeñaba
como titular de la instancia que supuestamente apoyaría al
gobierno federal a combatir al narcotráfico y la
inseguridad.
De la SIEDO,
incluso, se cesaron y llevaron a juicio a importantes
funcionarios medios que recibían fuertes cantidades de
dinero de cárteles de la droga, con tal de que éstos
recibieran información confiable que les permitiera operar
sin problemas sus ilícitos negocios. Hay que dejar muy
claro que el gobierno panista ganó las pasadas elecciones
presidenciales fraudulentamente y que parte del apoyo que
recibió para lograrlo proviene de poderosos grupos de muy
dudosa reputación, quienes quizá se estén sintiendo
“traicionados” y que consideren que sus intereses se estén
afectando a causa de la así llamada “guerra contra el
crimen organizado” que aquél impuesto gobierno ha
pretendido realizar. Eso sucedió, por ejemplo, en EU,
durante los años de la prohibición, cuando funcionarios y
policías eran asesinados por la mafia por no cumplir aquéllos
con los pactos que acordaban con ésta).
Sí, el
capitalismo salvaje todo lo ha descompuesto, lo ha
destruido, con tal de defender sus vampirescos, codiciosos
intereses.
No sólo los
barones del dinero, irónicamente sus principales
promotores, están siendo afectados, sino, como vimos, países
enteros quiebran, sociedades se desintegran, las actividades
de todo tipo se están colapsando, se dilapidan y contaminan
los recursos naturales (el calentamiento global resultante
de tan desmedida contaminación, también contribuye a la
crisis económica, debido a los cambios climáticos y
perjuicios materiales y sociales que en todo el planeta se
están presentando como consecuencia), cada vez hay menos
agua y alimentos… además de que estamos siendo infectados
de un materialismo atroz, en el cual las personas valen no
por lo que sepan, sino por el dinero que tengan, que se
hagan ricas, y si para ello muchas tienen que asesinar o
robar, pues así lo harán (por ello están aumentando
considerablemente los índices delincuenciales en todo el
mundo).
Pero para
desgracia de dicha avidez materialista, en la actual debacle
económica será cada vez más difícil tener mucho dinero y
enriquecerse, como dicta este enfermo sistema que debe de
hacerse. El caos consecuente generado por esa egoísta,
mezquina, insensible inercia, será mucho más grave con el
paso del tiempo.
Que mejor
ocasión, por tanto, de repensar el modelo económico que la
humanidad entera tendrá que acoger en un no muy lejano
futuro (por lo pronto, acabar con el neoliberalismo, o sea,
controlar nuevamente al capitalismo salvaje), si es que
desea prevalecer por más tiempo en este planeta.
Contacto: studillac@hotmail.com
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