El
espejo de Uribe
Por
Atilio A. Boron (*)
ALAI,
América Latina en Movimiento, 26/08/09
La
Cumbre de la UNASUR en Bariloche tendrá que enfrentar dos
gravísimos problemas que abruman a América Latina: el
golpe militar en Honduras y la militarización de la región
como resultado de la instalación no de una sino de siete
bases militares norteamericanas en Colombia.
En
relación a lo primero la UNASUR deberá exigirle a Barack
Obama coherencia con sus propias declaraciones a favor de
una nueva era en las relaciones interamericanas. Como lo
hemos reiterado en numerosas oportunidades este golpe es un
globo de ensayo para testear las respuestas de los pueblos y
los gobiernos de la región. Y si tiene lugar en Honduras es
precisamente porque fue ese el país más meticulosamente
sometido a la influencia ideológica y la dominación política
de Washington.
Fracasada
la negociación de la OEA Washington procedió a suspender
la emisión de visas para los ciudadanos de Honduras. Medida
tibia, muy tibia, pero síntoma de que está tomando nota
del clima político imperante en la región. Pero Obama debe
hacer mucho más, y dejar de lado el falaz argumento que
expresara hace unos pocos días cuando se refirió a la
contradicción en que incurrirían los críticos del
imperialismo al exigirle ahora que intervenga en Honduras.
Es “irónico” –dijo en esa ocasión– “que algunos
de los que han criticado la injerencia de Estados Unidos en
América Latina se quejen ahora de que no está
interfiriendo lo suficiente”.
Sabemos
que Obama no está demasiado informado de lo que hacen sus
subordinados civiles o militares, para ni hablar de los
servicios de inteligencia. Pero debería saber, por ser tan
elemental, que Estados Unidos viene interviniendo en
Honduras desde 1903, año en que primera vez los marines
desembarcaron en ese país para proteger los intereses
norteamericanos en un momento de crisis política.
En
1907, en ocasión de la guerra entre Honduras y Nicaragua,
tropas estadounidenses se estacionaron durante unos tres
meses en las ciudades de Trujillo, Ceiba, Puerto Cortés,
San Pedro Sula, Laguna y Choloma. En 1911 y 1912 se reiterarían
las invasiones, en este último caso para impedir la
expropiación de un ferrocarril en Puerto Cortés. En 1919,
1924 y 1925 fuerzas expedicionarias del imperio volverían a
invadir Honduras, siempre con el mismo pretexto:
salvaguardar la vida y la propiedad de ciudadanos
norteamericanos radicados en este país.
Pero
la gran invasión ocurriría en 1983, cuando bajo la dirección
de un personaje siniestro, el embajador John Negroponte, se
establecería la gran base de operaciones desde la cual se
lanzó la ofensiva reaccionaria en contra del sandinismo
gobernante y la guerrilla salvadoreña del Frente Farabundo
Martí. Obama no puede ignorar estos nefastos antecedentes y
por lo tanto debe saber que el golpe contra Zelaya sólo fue
posible por la aquiescencia brindada por su gobierno.
Lo
que se le está pidiendo es que Estados Unidos deje de
intervenir, que retire su apoyo a los golpistas, único
sustento que los mantiene en el poder, y que de ese modo
facilite el retorno de Zelaya a Tegucigalpa. La Casa Blanca
dispone de muchos instrumentos económicos y financieros
para disciplinar a sus compinches. Si no lo hace es porque
no quiere, y los gobiernos y pueblos de América Latina
deberían sacar las conclusiones del caso.
En
relación al segundo problema, las bases norteamericanas en
Colombia, es preciso decir lo siguiente. Primero, que el
imperio no tiene diseminadas 872 bases y misiones militares
a lo ancho y largo del planeta para que sus tropas
experimenten las delicias del multiculturalismo o de la vida
al aire libre. Si las tiene, a un costo gigantesco, es
porque tal como lo ha dicho Noam Chomsky en numerosas
oportunidades, son el principal instrumento de un plan de
dominación mundial sólo comparable al que en los años
treintas alucinara a Adolf Hitler.
Pensar
que esas tropas y esos armamentos se desplegarán en América
Latina para otra cosa que no sea asegurar el control
territorial y político de una región que los expertos
consideran como la más rica del planeta por sus recursos
naturales –acuíferos, energéticos, biodiversidad,
minerales, agricultura, etcétera– constituye una
imperdonable estupidez.
Esas
bases son la avanzada de una agresión militar, que puede no
consumarse hoy o mañana, pero que seguramente tendrá lugar
cuando el imperialismo lo considere conveniente. Por eso la
UNASUR debe rechazar enérgicamente su presencia y exigir la
suspensión del proceso de instalación de las bases. Y,
además, aclarar que este no es un “asunto interno” de
Colombia: nadie en su sano juicio puede invocar los derechos
soberanos de un país para justificar la instalación en su
territorio de fuerzas y equipamientos militares que sólo
podrán traer destrucción y muerte a sus vecinos. Cuando en
los años treinta Hitler rearmó a Alemania, los Estados
Unidos y sus aliados pusieron el grito en el cielo,
sabedores que el paso siguiente sería la guerra, y no se
equivocaron. ¿Por qué ahora sería diferente?
Segundo:
mientras Uribe sea presidente de Colombia no habrá solución
a este problema. Él sabe, como todo el mundo, que Estados
Unidos ha venido confeccionando un prontuario que no cesa de
crecer en donde se lo califica de narcotraficante y de cómplice
de los crímenes de los para militares.
En
2004 el Archivo Federal de Seguridad de Estados Unidos dio a
conocer un documento producido en 1991 en el que se acusa al
por entonces senador Álvaro Uribe Vélez de ser una de los
principales narcotraficantes de Colombia, referenciado como
el hombre número 82 en un listado cuyo puesto 79 ocupaba
Pablo Escobar Gaviria, capo del cartel de Medellín.[]
El
informe asegura que el hoy presidente colombiano “se dedicó
a colaborar con el cartel de Medellín en los más altos
niveles del gobierno. Uribe estaba vinculado a un negocio
involucrado en el tráfico de narcóticos en Estados Unidos.
Su padre fue asesinado en Colombia por su conexión con los
narcos. Uribe trabajó para el Cartel de Medellín y es un
estrecho amigo personal de Pablo Escobar Gaviria ...(y) fue
uno de los políticos que desde el Senado atacó toda forma
de tratado de extradición.” Por lo tanto, Uribe no tiene
ningún margen de autonomía para oponerse a cualquier
pedido que provenga de Washington.
Su
misión es ser el Caballo de Troya del imperio y sabe que si
se resiste a tan ignominiosa tarea, su suerte no será
distinta de la que corrió otro personaje de la política
latinoamericana, presidente también él: Manuel Antonio
Noriega, quien una vez cumplida con la misión que la Casa
Blanca le asignara fue arrestado en 1989 luego de una
cruenta invasión norteamericana a Panamá y condenado a 40
años de prisión por sus vinculaciones también con el cártel
de Medellín. Cuando Noriega dejó de ser funcional a los
intereses del imperio pasó velozmente y sin escalas de
presidente a prisionero en una celda de máxima seguridad en
los Estados Unidos.
Ese
es el espejo en que día y noche se mira Uribe, y eso
explica su permanente crispación, sus mentiras, y su
desesperación por volver a ser elegido como presidente de
Colombia, convirtiendo a ese entrañable país sudamericano
en un protectorado norteamericano, y a él mismo en una
suerte de procónsul vitalicio del imperio, dispuesto a
enlutar a todo un continente con tal de no correr la misma
suerte que su colega panameño.
(*)
Politólogo y sociólogo argentino.
.-
Este informe puede leerse en
www.gwu.edu/%7Ensarchiv/NSAEBB/NSAEBB131/dia910923.pdf
|