Los candidatos sólo representan los intereses de diversas fracciones de la
burguesía
El carácter de las elecciones del 2009
Por Manuel Acuña Asenj
CEPRID, 01/12/09
Finalmente, como lo hace una operación matemática, el panorama político
chileno parece no sólo simplificarse ante las elecciones de
diciembre próximo sino, además, presentar un común
denominador. Porque de todos aquellos candidatos que
saltaran a la arena pública, a principios de este año,
para disputar su mejor derecho a ocupar el sillón
presidencial a los demás, no solamente cuatro han
permanecido en calidad de tales sino guardan, entre sí,
asombrosos parecidos. En torno a ellos, a sus personas, a
sus tesis programáticas y alianzas, se ha centrado el
debate actual que, sin embargo, tiene alcances limitados: no
transgrede las fronteras de la ‘escena política’ del país,
que es el espacio dentro del cual se desplazan los actores
políticos, a saber, personalidades, partidos, instituciones
del estado y, en general, sujetos individuales o colectivos
organizados bajo la regulación estatal. No podría ser de
otra manera: en el modo de producción capitalista, el
acontecer histórico se arrincona dentro de ese estrecho
marco de referencia y cualquier análisis más o menos
aproximado de la realidad social se hace poco menos que
imposible. Porque la ‘escena política’ no sólo oculta
las luchas que se libran dentro de la misma estructura del
sistema, sino abre el campo de ‘la política’, área
social dentro de la cual se realizan las ‘prácticas políticas’;
refleja, por ende, y en gran medida, los alcances de la
lucha de clases en el país. Con las debidas licencias, como
se verá a continuación. Pero aún así nos permite esbozar
una descripción más o menos aproximada de los posibles
escenarios que deberían hacerse presentes en las próximas
semanas. Intentemos, pues, acometer esa tarea, en el
entendido que se trata, simplemente, de desvelar las
veleidades del sistema.
Presupuestos
necesarios para realizar el análisis
Una estructura social jamás se presenta como un simple ensayo de organización
que puede modificarse a voluntad de quien se mueve en su
interior; por el contrario: sus formas de funcionamiento no
sólo se manifiestan como las únicas posibles, sino además
descalifican a todas aquellas que puedan, presuntivamente,
reemplazarlas. Esta constante deriva de aquella regla de oro
de la organización según la cual ‘esse persistere in
esse est’ (‘el ser que persiste en lo que es continúa
siéndolo’) que es el principio de la identidad. Este
principio impide desnudar los ejes sobre los cuales se apoya
el funcionamiento del sistema: porque si así sucediese, la
forma de transformarlo quedaría al desnudo y se haría en
extremo vulnerable.
En el modo de producción capitalista (considerado como modo de dominación),
la clase que ejerce su poder material y espiritual sobre el
conjunto social establece reglas destinadas a fijar el
funcionamiento democrático del mismo. El debate no puede
realizarse sobre otra área que no sea la ‘escena política’;
el ‘ciudadano’ debe poseer la convicción absoluta que
es en ese campo, y no en otro, donde han de resolverse los
problemas de las grandes mayorías nacionales. En otras
palabras, se prefiere suponer que el juego político de las
personalidades, de las organizaciones políticas o de las
instituciones estatales, decide los intereses de todos y
cada uno de los ciudadanos de una nación.
Digámoslo más directamente: el individuo ha de CREER que tal es su
realidad, que fuera del ‘rayado de la cancha’, de los límites
de ese tablero de ajedrez social, nada más es posible; que
solamente eso es lo único que existe y a que se debe.
Tal creencia no deja de ser una realidad cuya naturaleza es necesario
considerar para un mejor análisis. Porque lo que sucede en
una sociedad de dominación (vertical, jerárquica,
autoritaria) no puede suponerse ha de suceder en otro tipo
de estructura social. Es un hecho cierto que, en el modo de
producción capitalista, las personalidades pertenecen, por
regla general, al estamento de las clases dominantes. Y
cuando aparecen o se manifiestan lo hacen en forma de clase
reinante, mantenedora del estado o de apoyo al Bloque en el
Poder.
Pero eso no lo advierte el individuo corriente, acosado por la urgencia del
trabajo, agobiado por la situación económica o
desorientado por el exceso (o falta, en su caso) de
información. El análisis, por ende, se dificulta; tiende a
predominar lo que informa la prensa oral escrita o de imágenes,
lo cual no es extraño pues a través de ella se manifiesta
la ideología del sistema. Sin embargo, tras todo ese
espectro de circunstancias, los intereses de las clases
fracciones de clase jamás dejan de hacerse presentes.
Las palabras precedentes pueden sorprender a quienes poseen una visión un
tanto restringida de lo que es la confrontación de
intereses de clase. Porque las clases sociales no se
enfrentan únicamente en la tradicional y conocida oposición
entre vendedores y compradores de fuerza o capacidad de
trabajo; también esa lucha se libra entre las diferentes
fracciones de ellas en defensa de sus particulares
intereses.
Dentro del segmento de las clases dominantes, las luchas de sus fracciones
por obtener la hegemonía dentro del Bloque en el Poder
pueden, en no pocas oportunidades, adquirir trágicos
ribetes como sucede, por ejemplo, cuando se llega al
asesinato de algunos de sus líderes o personajes públicos.
Constituye, por consiguiente, un error de proporciones suponer que la lucha
de clases tiene lugar solamente entre ‘proletarios’ y
‘burgueses’; por el contrario: atraviesa verticalmente a
todo el espectro social. Las luchas de las clases y/o
fracciones de clase dominante pueden ser tanto o más
virulentas que aquella pues su objetivo no es otro que
asegurar, precisamente, la dominación de todas sobre la
generalidad del conjunto social. La escena política de la
nación, es decir, el teatro de operaciones en donde se
desenvuelven los actores políticos, muestra con
extraordinaria crudeza estas pugnas que enfrentan a los
diversos sectores de la burguesía. Allí operan con
destreza los sectores sociales que van a convertirse, una
vez instalado el gobierno de la nación, en clases reinante,
mantenedora y apoyo al Bloque en el Poder, hegemonizado por
la fracción dominante.
La lucha de clases se da, por consiguiente, entre las diversas fracciones de
la burguesía en su intento de conducir con mayor eficacia
al conjunto social. Y eso se obtiene luego de someter al
proletariado a una derrota más o menos prolongada que, en
algunos casos, adquiere el carácter de estratégica. Como
ha sucedido, y aún sucede, en el Chile post-dictatorial. El
escenario electoral se entiende, pues, situado en ese marco
de derrota total y dentro de las luchas de las fracciones
burguesas entre sí.
En palabras más simples: será inútil buscar en este análisis la
representación de los sectores sociales postergados pues
aquella se encuentra fuera de los límites establecidos para
las elecciones de diciembre próximo en Chile. Las luchas
dentro de la escena política nacional son, en resumidas
cuentas, contiendas interburguesas, marco obligado dentro
del cual han de desenvolverse los candidatos de marras.
Estructura
del bloque en el poder
El Bloque en el Poder que existe al interior del estado chileno se encuentra
fuertemente hegemonizado por la fracción bancaria de los
compradores de fuerza o capacidad de trabajo, aliada a la
burguesía comercial y ligada a la gran burguesía
internacional; al contrario de lo que sucedía en las fases
anteriores recorridas por el sistema capitalista mundial (SKM),
la influencia que puede ejercer la fracción industrial de
la clase de los compradores de fuerza o capacidad de trabajo
se encuentra notoriamente disminuida. La disputa política,
por consiguiente, en la fase actual, tiene lugar entre
quienes pretenden representar con mayor o menor fidelidad
los intereses de la fracción hegemónica al interior del
Bloque en el Poder (la bancaria; o financiera, si se quiere,
aliada a la comercial y a la gran burguesía internacional).
Hasta este momento, y desde el advenimiento de la democracia
post dictatorial, dicha tarea fue realizada por la llamada
Concertación de Partidos por la Democracia o, simplemente,
Concertación. Conformada por partidos que, simbólicamente,
habían de representar a un vasto segmento de las clases
dominadas, dicha coalición tuvo -y ha tenido, hasta estos
momentos- en sus manos, además, y por esa circunstancia, la
posibilidad de controlar las veleidades del movimiento
sindical, de los pueblos originarios y el escabroso tema de
la violación de los derechos humanos. Ha sido, por
consiguiente, necesidad del empresariado y de las clases
dominantes, contar con el apoyo de la Concertación para
poder exitosamente continuar con el proceso de dominación
sobre el conjunto social instaurado a partir de la dictadura
en 1973.
Transcurridos casi 20 años del término de la dictadura, nuevas
generaciones, nuevos actores políticos, y un sostenido
proceso de renovación de cuadros políticos impulsado por
la Concertación para sepultar las viejas aspiraciones de
los antiguos, ha permitido que la representación natural de
los compradores de fuerza o capacidad de trabajo comience a
disputarle con virulencia su mejor derecho a conducir políticamente
al país. Desde este punto de vista, las angustias de la
Concertación ante su eventual derrota no son sino
consecuencia de sus propias acciones en beneficio de las
clases y fracciones de clase dominantes. Lo que le pueda
suceder no es, por tanto, sino fruto de sus propias acciones
y/u omisiones.
Extracción
de clase de los candidatos
Los candidatos a la presidencia de la República son cuatro: Sebastián Piñera
Echenique, Eduardo Frei Ruíz-Tagle, Marco Enríquez-Ominami
Gumucio y Jorge Arrate Mac Niven. En torno a ellos se centra
el debate nacional. Son sujetos que no se desplazan sobre la
escena política porque sí. Representan determinados
intereses de clase en juego. Intentemos desnudarlos.
Sebastián Piñera Echenique es el candidato del conglomerado llamado
Alianza por Chile, conformado por los partidos Unión Demócrata
Independiente UDI y Renovación Nacional RN. Ambas
coaliciones representan políticamente los intereses de los
compradores de fuerza o capacidad de trabajo. La primera es
un partido político con una fuerte división en su
interior. El sector más comprometido con las ideas de su
fundador Jaime Guzmán (hombre del Opus Dei) está
representado por Pablo Longueira, Joaquín Lavín, Luis
Cordero, entre otros y ha considerado la militancia dentro
de esa entidad en el carácter de apostolado: se integra a
los sectores poblacionales, se vincula con los campesinos y
trabajadores, y no tiene mayores problemas en hacer pactos
con la Concertación o crear una fracción ‘aliancista-bacheletista’.
Se puede decir del mismo que representa con fidelidad la
aspiración a estatuir, en la tierra, la sociedad celestial
con sus escalas jerárquicas de potestades divinas y el
autoritarismo propio que emana de los Evangelios. El otro
sector es el que encabezan los diputados Cristián
Monckeberg, Iván Moreira, el senador Alberto Espina, el ex
senador Sergio Fernández, etc., más vinculado a los grupos
empresariales y al estamento militar. Este sector se ha
alineado con bastante fuerza a Piñera; no así el otro.
La Alianza por Chile tiene un segundo partido que es Renovación Nacional RN.
Este sí, se puede decir, apoya a Piñera en su totalidad.
Constituye, de por sí, una organización que tiene directa
vinculación con el interés empresarial.
La Alianza por Chile es un conglomerado que hemos descrito en otros
documentos como ‘representantes naturales’ del capital
o, si se quiere, de los intereses de los compradores de
fuerza o capacidad de trabajo. La denominación no es
casual. Sostenemos que, por regla general, la composición
de clase de estas entidades proviene mayoritariamente del
sector de compradores de fuerza o capacidad de trabajo, lo
que les otorga el carácter de ‘natural’. Representan,
sin lugar a dudas, la defensa de los intereses de las
fracciones bancaria y comercial, hegemónicas, dentro del
Bloque en el Poder y disputan representarlas alegando su
legitimidad.
Piñera Echenique es descendiente de una familia de funcionarios estatales;
puede alegar, por cierto, que es de extracción ‘clase
media’ -como lo hace hasta el proletario que no quiere ser
tal-; pero, por sus adquisiciones y su inserción en el
mundo empresarial, pertenece al estamento de la ‘gran
burguesía comercial’.
Eduardo Frei Ruiz-Tagle es el candidato de la Concertación de Partidos por
la Democracia, que integran los partidos Demócrata
Cristiano PDC, Por la Democracia PPD, Socialista PS, Radical
Social Demócrata PRSD, y restos del MAPU OC. Es, al mismo
tiempo, el candidato del gobierno, su continuador legítimo.
Al momento de escribir estas líneas, la oposición interna
de la Concertación se ha decantado en gran parte y es poco
probable que se presenten nuevas defecciones en el futuro.
Se puede asegurar hoy, por consiguiente, que tanto
Concertación como gobierno se encuentran alineados tras el
candidato Frei.
La Concertación ha sido definida por nosotros como ‘representante
espurio’ de los intereses del sector hegemónico del
Bloque en el Poder. No representa, por consiguiente, los
intereses de los vendedores de fuerza o capacidad de
trabajo, con muchas de cuyas organizaciones ha sostenido -y
sostiene- violentos enfrentamientos por mejoras salariales y
mayores libertades políticas. La denominación tampoco es
casual: la composición de clase de la Concertación abarca
mayoritariamente a los descendientes de ex empleados
fiscales (hijos de embajadores, diputados, senadores,
presidentes, ministros, jefes de servicios, profesionales)
que desean seguir participando de la administración del
estado y reservar cargos de esa naturaleza para su
descendencia y amistades. El nepotismo es, por consiguiente,
parte consustancial de este sector.
Al igual que la Alianza por Chile, representa la Concertación el interés
de las mismas fracciones bancaria y comercial del capital;
disputa con la anterior coalición, sin embargo, su derecho
a representarlas por su mejor posición para controlar las
veleidades de los movimientos sociales. En otras palabras:
la Concertación asegura una mayor tranquilidad social. Pero
¡cuidado! En estos casi veinte años de gobierno
concertacionista, muchos de quienes integraban la Concertación
han derivado, de ‘personajes de la clase media’, a
exitosos empresarios, merced a las exacciones ilegales,
sobornos, convenios ventajosos aprovechando los contactos,
información privilegiada, créditos obtenidos directamente
del estado gracias a sus influencias, en fin.
Frei Ruiz-Tagle es hijo de un ex presidente de la República; es hijo, por
tanto, de un ex empleado fiscal. Como todos los chilenos que
no quieren reconocer su pertenencia a determinado segmento
social, puede alegar, como Piñera, ser ‘clase media’,
bolsón incierto de grupos sociales, receptáculo
inconmensurable de individuos capaz de albergar lo que se
quiera. Sin embargo, como ingeniero ha incursionado en el
mundo empresarial. Es un empresario industrial; pertenece,
por consiguiente, al estamento de los compradores de fuerza
o capacidad de trabajo cuyos asalariados crean capital
productivo. Puede considerársele como perteneciente a la
burguesía industrial mediana. Marco Enríquez-Ominami
Gumucio no pertenece a partido político alguno. Militó en
las filas del partido Socialista y renunció a esa
colectividad para presentarse como candidato independiente.
Su candidatura no representa interés alguno de clase
(aparentemente), sino el descontento mayoritario de una
población cansada de las arbitrariedades de la Concertación.
Se puede afirmar, por consiguiente, que es el ’candidato
del descontento’. Por eso, junta en torno suyo a sectores
tanto o más reaccionarios que los que apoyan a Piñera
junto a los nostálgicos del MIR, que ven en su persona la
encarnación del líder de esa colectividad Miguel Enríquez
Espinosa. A Enríquez-Ominami no le repugna tal concepción;
por el contrario, la alienta y estimula vinculándose una y
otra vez a sus antepasados estableciendo, con su
comportamiento, una nueva forma de hacer política basada en
la discutible tesis de la transmisión genética de la
vocación social. Los postulados del candidato independiente
se han centrado, principalmente, en establecer una clara
diferencia entre los viejos y los jóvenes.
"No hablo a los jóvenes", asegura. "Soy joven. No intento
captar a los jóvenes: soy joven". Educado en Francia
durante los difíciles años de la dictadura, parece haber
asimilado exitosamente las ideas de Herbert Marcuse
relativas a la lucha generacional. De todas maneras, no se
diferencia de los anteriores en cuanto a que su finalidad es
proteger los intereses de las fracciones hegemónicas del
Bloque en el Poder. Como sucede con la Concertación, el
conjunto social que Enríquez-Ominami encabeza no encarna
otra representación que no sea la de un advenedizo más en
la defensa de esos intereses. Porque la candidatura del
‘no-viejo’ nace de las disputas al interior de la
Concertación y no de un planteamiento teórico
significativo.
Enríquez-Ominami Gumucio es descendiente de funcionarios estatales como los
anteriores; también puede alegar ser ‘clase media’
porque eso es lo que dice ser la élite de la alta
burocracia estatal para olvidar su verdadera extracción. Ha
incursionado en el campo de la empresa privada con un
intento de hacerse dueño de una compañía cinematográfica
que cerró por deudas. Por su adscripción al ‘aparato’
estatal, puede incluírsele como hijo de funcionario estatal
y clase mantenedora del estado.
Jorge Arrate Mac Niven fue ministro de la Unidad Popular; también lo fue de
la Concertación. Extrañamente, como ministro de Educación
jamás se preocupó de resolver de una vez por todas el
problema de la ‘deuda histórica’ que el estado tiene
con los maestros. Lo viene a recordar ahora que es
candidato. Es el más sereno de todos los aspirantes a la
primera magistratura de la nación y pocas veces se le ve
desprestigiando a los demás. Su discurso es claro y
conciso, no da pie a interpretaciones antojadizas. Perteneció
al partido Socialista y, después de renunciar a éste, pasó
a engrosar las filas del partido Comunista donde actualmente
milita. No es mal polemista. Tiene ideas precisas y de
avanzada. Nadie se explica que solamente ahora, cuando ha
sido nominado candidato, comience a explayarse sobre esas
ideas que otrora parece haber olvidado. Como candidato del
partido Comunista, tampoco representa a las clases
postergadas pues el discurso de esa colectividad pasa,
primero, por asegurar una determinada cuota de
parlamentarios y disputar dentro del sistema vigente las
cuotas de poder a las demás fuerzas políticas.
El partido Comunista, hoy, no se plantea prioritariamente por la construcción
de un poder desde la base, sino por acceder a ciertos cargos
en el parlamento, lo que le significado perder una cuota
considerable de militantes.
Las posiciones de Arrate, tendientes a robustecer al estado y a la industria
nacional, le hacen estar junto a quienes defienden los
intereses de esa fracción de los compradores de fuerza o
capacidad de trabajo. Es dable suponer que, si llegase a
triunfar -lo que es improbable-, daría un fuerte impulso a
la formación de una sólida burguesía interna, hoy
sustituida por la importación de bienes. Como sus
anteriores competidores, Arrate Mac Niven es hijo de
funcionario estatal; se desempeñó siempre en cargos de
gobierno y recibió, por ende, sueldos del estado.
Pertenece, por consiguiente, como Enríquez-Ominami, al
segmento de la clase mantenedora del estado y, por extracción,
proviene de la alta burocracia estatal. Permítasenos, aquí,
pues, reforzar la idea anteriormente expresada en el sentido
que TODOS los candidatos NO representan los intereses de las
clases postergadas, sino sus particulares deseos de
representar y ejercer con la mayor eficacia el interés de
las fracciones que se disputan la hegemonía dentro del
Bloque en el Poder; representan, al mismo tiempo, y en caso
de no cumplir su cometido, el deseo de transformarse en
clase reinante, mantenedora o apoyo de esos intereses.
Aunque, en la práctica, insistan en adoptar medidas en
beneficio de los sectores populares. Con esto queremos
aseverar que un grupo determinado -poco importa cuál- va a
gobernar en nombre de la comunidad; ese grupo será la clase
reinante. Otro, se incrustará en las instituciones del
estado para coadyuvar en su administración buscando tener
acceso a las rentas más elevadas; esa será la clase
mantenedora. Finalmente, un último segmento social comenzará
a organizar instituciones que van a depender de las ayudas
que el estado les conceda para transformarse en ‘clase
apoyo’ de los intereses del Bloque en el Poder. En todas
esas maniobras, como es de suponer, los intereses de las
clases dominadas se encontrarán por entero ausentes.
Rasgos
que identifican a las candidaturas: representan intereses de
diversas fracciones de la burguesía
Los candidatos más arriba indicados representan los intereses de las
diversas fracciones de la burguesía al interior del Bloque
en el Poder. Sus discursos, por consiguiente, no contienen
otros elementos que no sean aquellos que dicen relación con
la defensa de tales intereses. Se hermanan, por
consiguiente, en numerosos temas que han proscrito de sus
programas o, al menos, si los han incorporado, rodean con
una aureola de incertidumbre y vaguedad. Digámoslo de otra
manera: se hermanan por omisión.
Por consiguiente, es inútil intentar encontrar referencia alguna en sus
programas sobre temas relativos a la participación de los
trabajadores en la dirección de las empresas tanto públicas
como privadas; también se hermanan al no incluir en esos
programas formas que digan relación con la recuperación de
los dineros previsionales expropiados a los trabajadores,
resolver los problemas de la salud y, en general, de las
grandes mayorías nacionales. Para muestra un botón: el día
12 del presente mes, en los salones del Teatro Municipal de
Santiago que ocupa el Café Tavelli, se realizó una reunión
de la Asociación Chilena de ONGs ACCION, con representantes
de los comandos de las 4 candidaturas presidenciales. El
objetivo de la reunión era conocer el pensamiento de cada
una de las candidaturas acerca de la participación de la
ciudadanía en la toma de decisión sobre los grandes
problemas nacionales y el financiamiento que los candidatos
darían a las ONG, cuestión por lo demás obvia. Las
respuestas fueron, sin excepción, positivas. Aparentemente.
Porque, si bien todos los comandos contestaron que la
participación ciudadana debía ser considerada un derecho
de todos los chilenos, al definir la forma de ejercer ese
derecho, se advirtieron las limitaciones.
1. Marco Enríquez-Ominami: la participación es un derecho y para ejercerla
hay que aumentar la representación política de los
chilenos en los cargos de representación popular: los
intendentes y gobernadores deben ser elegidos, hay que
fortalecer al defensor del pueblo, en fin.
2. Jorge Arrate: la participación arranca de la dictación de una nueva
Constitución que debe ser fruto de una Asamblea
Constituyente integrada paritariamente por hombres y
mujeres, empresarios y trabajadores, jóvenes y viejos,
huincas y pueblos originarios. Debe contemplar iniciativas
populares para la dictación de leyes.
3. Eduardo Frei: la formación del Comando de su candidatura es la mejor
forma de mostrar cómo debe ser la participación, con
ministros que no superarán los 40 años.
4. Sebastián Piñera: la participación se hará con Comisiones de
expertos, jóvenes y profesionales, pues así se redactó su
Programa de Gobierno, con consulta a los sectores populares.
No parece necesario insistir más, al respecto. Otra de las circunstancias
que hermana a las candidaturas de marras es aquella que
proscribe toda referencia al tema de los derechos humanos.
En realidad, la generalidad de los aspirantes a presidente
parece pensar, como los chinos, que ‘lo dicho, dicho está
y lo escrito, escrito está’. El pasado es pasado y casi
no vale la pena remover viejas heridas. Es, por lo demás,
el pensamiento que ha guiado al gobierno de la Concertación
en su paso por las avenidas de la historia.
Tampoco existe en el discurso de los candidatos una mención a lo que ha de
ser la política internacional del gobierno que han de
encabezar; mucho menos una mención a la política de
integración latinoamericana y al rol de Chile en dicho
contexto, en un mundo que se globaliza cada vez más.
Las pocas referencias a la crisis económica mundial se orientan en una
dirección que no difiere mayormente de la que sustenta el
Ministerio de Hacienda: mostrar alegres cuentas que pasan de
un lado a otro sin considerar para nada las oscilaciones de
la economía mundial. Si bien el optimismo invade los
mercados hoy en día, los investigadores se muestran cautos
en cuanto a sostener que la crisis ha sido superada.
Por el contrario, la enorme cantidad de dólares que ha necesitado emitir
Estados Unidos para hacer frente a la crisis mundial hace
suponer que los efectos de la misma solamente se han
pospuesto y que pueden presentarse nuevos problemas. Sin
embargo, los candidatos chilenos no consideran tales
circunstancia sino parecen, hasta la fecha, estar cada vez más
convencidos de estar disputándose el cargo de mayor
representatividad en ‘el país de las maravillas’.
Muchas de las afirmaciones que formulan en el plano económico son bastante
discutibles; construidas para un público dócil y poco
exigente, los candidatos disputan entre sí por ofrecer
mejores mercancías. Piñera ha llegado a comprometerse con
los vendedores de la Vega ofreciéndoles dictar para ellos
un estatuto que contempla siete puntos.
¿Qué ofrecerá a los zapateros remendones? ¿Y a las lavanderas? ¿Y a los
demás segmentos de las clases postergadas?
No hay menciones más o menos aproximadas al problema de los recursos
naturales ni al de la educación (que comprende el de la
investigación), y cuando se hace, los datos que acompañan
son incompletos, sus afirmaciones son antojadizas y pocas
veces se advierte cierto dominio sobre los temas que
acometen. Las formas de hacer campaña política vigentes
hasta hace un tiempo están olvidadas. El mercado domina en
todos los aspectos y el candidato debe venderse de la manera
que sea. El imperio de las formas farandulescas para cazar
al elector incauto y asegurar su adhesión irrestricta al
candidato de turno hace de toda la elección un espectáculo
grotesco.
Frei baila al compás de su naríz y el slogan de su campaña es,
precisamente, ‘vamos a ganar por naríz’.
Marco Enríquez-Ominami aparece en la franja televisiva en su hogar, tendido
en la cama, en una idílica escena junto a su mujer,
abrazado a su pequeña hija. Y, como si eso fuera poco,
ofrece renunciar a su dieta parlamentaria (entiéndase bien,
‘dieta’, no los dineros adicionales a la dieta que son,
a menudo, superiores a aquella) y la dona a una institución
de apoyo a personas con problemas. Tierno, ¿verdad? Poco más
de 3 millones de los casi 14 que recibe de ingresos. Pero,
¿es eso un sacrificio para el único miembro de una familia
cuyos integrantes no parecen estar en la más completa
indigencia? Su padre, Carlos Ominami es senador, con un
ingreso que se eleva por sobre los 14 millones de pesos y
antes fue presidente del Consejo de Televisión Nacional; su
madre, Manuela Gumucio, dirige el programa de la Televisión
Digital y es muy probable que su remuneración supere con
creces la renta mínima de 160.000 pesos establecida para el
chileno corriente. Su mujer, Karen Doggenweiler, pertenece
al ‘jet set’ de la farándula y es funcionaria de la
Televisión Nacional, área donde los sueldos no son en
absoluto mezquinos. Pero estos gestos conmueven y el uso de
los mismos arroja buenos dividendos electorales.
Piñera, por su parte, canta y baila junto a los mercaderes del Mercado
Central prometiéndoles ser el presidente de todos ellos en
tanto su canal (ChileVisión) lo muestra en casa, como un
buen padre de familia, abrazado a su mujer.
Finalmente, Jorge Arrate, en pantalones cortos y mostrando sus piernas
delgadas y pálidas, juega fútbol en una de las canchas de
las poblaciones del gran Santiago.
Todo un espectáculo para convencer al elector incauto acerca de la
necesidad de no ‘perder’ el voto. Como si éste fuese
una inversión cuyo buen resultado es imperativo asegurar.
El
escenario de diciembre determina el de enero
El escenario de diciembre ofrece tan sólo dos alternativas: que Frei Ruíz-Tagle
gane el segundo lugar o que lo haga Enríquez-Ominami
Gumucio. Piñera tiene asegurado el primer o segundo puesto;
es decir, Piñera va de todos modos. La incógnita se coloca
al lado de los candidatos de la Concertación (tanto Frei
como Enríquez-Ominami y Arrate son candidatos de la
Concertación, aunque estos últimos lo nieguen: de una u
otra manera se sienten herederos de la política de la
presidenta Bachelet y se aferran a su figura.). Que gane uno
u otro es importante para el escenario de una segunda
vuelta.
En efecto, en este escenario, si Piñera y Frei son los ganadores en
diciembre, lo más probable es que la presidencia de la República
caiga en manos del segundo y no del primero. Hay razones
para suponerlo: la gran mayoría del contingente electoral
que apoya a Enríquez-Ominami está constituida por
funcionarios estatales, o sujetos que realizan sus negocios
a través de los contactos con altos funcionarios estatales;
la estabilidad de sus ingresos depende, en gran medida, del
gobierno de turno. Al ver amenazada su fuente de vida, ante
un eventual gobierno de Piñera, volcarán a Frei su apoyo,
aunque sea a regañadientes. Por su parte, los seguidores de
Arrate también entregarán sus votos al candidato oficial
de la Concertación. Históricamente, la militancia del
partido Comunista, profundamente conservadora, siempre lo ha
hecho; también, gran parte de los humanistas. No hay razón
para suponer que en esta oportunidad adoptarían un
comportamiento diferente; con mayor razón si celebran un
convenio con los partidos de la Concertación que les
asegure ciertos cupos parlamentarios, y tienen la
posibilidad de constituirse en parte de la burocracia
estatal.
Sin embargo, si los ganadores de la primera vuelta son Piñera y Enríquez-Ominami,
en una segunda las cifras parecen sonreír al candidato de
la Alianza por Chile. Las razones también son obvias. Las
fuerzas de la Concertación están integradas, entre otras
organizaciones políticas, por el partido Demócrata
Cristiano DC cuyas bases no se sentirán muy a gusto votando
por el candidato independiente; por el contrario, es dable
suponer que sí lo harían por Piñera. Puede suponerse que,
colocados en ese dilema, gran cantidad de comunistas apoye a
Enríquez-Ominami, aunque no sea posible afirmarlo con
seguridad. En ese caso, tanto el candidato como su equipo
asesor deberán tragarse todo lo que han dicho en cuanto a
rechazar cualquier tipo de acuerdo o negociación a fin de
obtener cualquier tipo de apoyo que les permita ganar a Piñera.
Pero ello conlleva un riesgo: puede precipitar el apoyo
masivo de los demócrata-cristianos al candidato de la
Alianza por Chile. Lo cierto es que, en este escenario,
parece más probable que Piñera sea el próximo presidente
y Enríquez-Ominami termine, en esta oportunidad, su carrera
presidencial haciéndose acreedor al triste calificativo de
‘sepulturero de la Concertación’, lo cual no parece ser
algo que le preocupe en demasía. Así, en definitiva, la
lucha por representar los intereses de las fracciones hegemónicas
del Bloque en el Poder se ha desatado y debe resolverse en
breve. Los sectores populares sólo deberán enfrentarse a
la alternativa de conformarse con ser clientela electoral de
los candidatos limitándose a ‘comprar’ las imágenes
que éstos venden de sí mismos o restarse a ello. Las
elecciones a realizarse próximamente, aunque se manifiestan
como aparentemente sencillas, no lo son en la práctica.
Porque pesa en la mente del elector la carga cultural y la ideología
vigente. Pero lo cierto es que, gane quien gane, no serán
los sectores populares quienes lo hagan. Por el contrario:
como bien lo expresara Reynaldo Temprano Azcona hace más de
50 años, ‘reine quien reine y gobierne quien gobierne,
siempre dependerá de los humildes servidores que se sientan
en los sillones de la banca’. Porque, una vez más, el
triunfador volverá a defender eficazmente el interés de
las fracciones bancaria y comercial al interior del Bloque
en el Poder. Lo repetimos, una vez más: los candidatos no
representan a los sectores populares, aunque se CREA lo
contrario. La sentencia aquella según la cual ‘la fe
mueve montañas’ no es más que una simple alegoría. No
basta CREER para suponer que un candidato va a representar
los intereses de las clases postergadas; es necesario que lo
haga real y efectivamente, y que tras su candidatura, nacida
de una deliberación popular, organizados a su manera en
sindicatos, organizaciones sociales, partidos, movimientos,
se alineen las legiones de trabajadores, cesantes,
pobladores, jubilados, estudiantes, dueñas de casa, pueblos
originarios, inmigrantes y, en general, todas las víctimas
del sistema vigente y quienes desean crear una sociedad más
humana, solidaria y fraterna.
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