Elecciones en Chile: el original y la copia
Por Atilio Boron
ALAI, 21/01/10
América Latina en Movimiento
Para la Concertación el triunfo de la derecha (en
realidad, de su variante más virulenta: la pinochetista) en
las elecciones presidenciales chilenas podría considerarse
como un ejemplo más de una "crónica de una muerte
anunciada." La progresiva asimilación del legado ideológico
de la dictadura militar por los principales cuadros de la
alianza democristiana–socialista hizo que la diferenciación
entre la Concertación y los herederos políticos del régimen
militar: Renovación Nacional (su ala "moderada",
si es que un "pinochetismo moderado" puede ser
otra cosa que un oxímoron) y la Unión Demócrata
Independiente, sus batallones más cavernícolas, fuera
desvaneciéndose hasta tornarse imperceptibles para el
electorado. Fernando Henrique Cardoso –mejor sociólogo
que presidente– gustaba repetirle a sus alumnos que
"a la larga, los pueblos siempre van a preferir el
original a la copia." Y tenía razón. En este caso, el
original era el pinochetismo y su heredero: Sebastián Piñera;
la Concertación y su inverosímil candidato, la copia.
¿Constituye esto una injusta exageración? Para nada.
Oigamos lo que decía Alejandro Foxley, quien entre 1990 y
1994 se desempeñó como Ministro de Hacienda del gobierno
de Patricio Aylwin, ni bien inaugurada la "transición
democrática". En ese cargo Foxley se esmeró en
preservar y profundizar el rumbo económico impreso por la
dictadura. Senador por la Democracia Cristiana entre 1998 y
2006 y Ministro de Relaciones Exteriores del gobierno de
Michelle Bachelet entre el 2006 y el 2009, toda su actuación
pública estuvo marcada por una incondicional sumisión a
las orientaciones establecidas por Washington y sus
representantes locales en Chile. Este altísimo personero de
la Concertación declaraba en Mayo del 2000 que
"Pinochet realizó una transformación, sobre todo en
la economía chilena, la más importante que ha habido en
este siglo. Tuvo el mérito de anticiparse al proceso de
globalización... Hay que reconocer su capacidad visionaria
(para) abrir la economía al mundo,descentralizar,
desregular, etc. Esa es una contribución histórica que va
perdurar por muchas décadas en Chile... Además, ha pasado
el test de lo que significa hacer historia, pues terminó
cambiando el modo de vida de todos los chilenos para bien,
no para mal. Eso es lo que yo creo, y eso sitúa a Pinochet
en la historia de Chile en un alto lugar".(1)
¡Pinochet visionario, Pinochet creador del Chile moderno,
Pinochet cambiando a Chile, para bien! Los horrores del
pinochetismo con su secuela de miles de muertos,
desaparecidos, torturados, asesinados, las libertades
conculcadas, el terrorismo de estado y la violación sistemática
de los derechos humanos: todo es mañosamente invisibilizado
en la sofistería del tecnócrata "progresista".
Con dirigencias que sostenían un discurso como este (que
muchos compartían si bien pocos se atrevían a manifestar
con tanto descaro) y con políticos que, en mucho casos,
fueron abiertamente golpistas y facilitadores del zarpazo
que perpetraría Pinochet en 1973 (cosa que algunos parecen
haber olvidado), ¿podía la Concertación ser creíble como
una alternativa superadora del pinochetismo? En realidad, lo
que habría que encontrar es la razón por la cual la
ciudadanía chilena no se decidió mucho antes a sustituir
la copia por el original.
Pero la continuidad entre el pinochetismo y sus sucesores
"democráticos" no se verifica tan sólo en la
admiración, abierta o vergonzante, por la obra y el legado
histórico de Pinochet. También se demuestra en las políticas
económicas "pro–mercado" y "pro–inversión"
(y, por lo tanto, "anti–justicia y equidad")
implementadas por la Concertación a lo largo de dos décadas
y en el supersticioso respeto por la Constitución de 1980,
una obra maestra del autoritarismo y formidable barrera
contra cualquier pretensión seria de democratizar la vida
política chilena. En sus treinta años de vida ese cuerpo
constitucional sólo experimentó reformas marginales, la más
importante de las cuales fue la reducción del mandato
presidencial a cuatro años y la imposibilidad de una
inmediata re–elección. Pero la camisa de fuerza que
esclerotizó un sistema partidario que en las elecciones del
pasado domingo terminó de morir, el régimen binominal,
permaneció incólume al igual que las escandalosas
prerrogativas de unas fuerzas armadas que, aún hoy, distan
mucho de estar supeditadas al poder civil.(2) Esa Constitución
hace que Chile incurra en un exorbitante gasto militar,
varias veces superior, por ejemplo, al de Venezuela, cuya
cuantía desvela los sueños de la Secretaria de Estado
Hillary Clinton.
Con el triunfo de Piñera el sistema partidario urdido por
el régimen pinochetista fue herido de muerte. La implosión
de la Concertación parece ser su destino inexorable, y con
ello el fin de su espurio bipartidismo. Una parte importante
de la democracia cristiana se acercará al nuevo gobierno
mientras que otro sector procurará encontrar un difícil y
poco promisorio camino propio. No muy diferente son las
perspectivas que enfrenta el socialismo chileno, escindido
entre un sector mayoritario que adhirió sin reservas al
neoliberalismo y otro, muy minoritario, que aún conserva
una cierta fidelidad al noble legado de Salvador Allende,
que debe estar revolcándose en su tumba al ver lo que
hicieron sus supuestos herederos políticos. El futuro del
PS no parece ser muy distinto al que tuvo en su momento el
Partido Radical chileno, poderoso en los años treintas y
cuarentas para luego languidecer hasta su completa
irrelevancia. Veinte años de gobiernos
"progresistas" no fueron suficientes para
consolidar un bloque histórico alternativo, pero lograron
unificar a una derecha que ahora se enseñorea de la vida
política del país, completando exitosamente un tránsito
desde el predominio económico–financiero –fomentado por
las políticas económicas de sus predecesores en La
Moneda– hacia la preeminencia política.
La supremacía derechista se verá facilitada por la
descomposición del polo del "centro–izquierda"
y su atomización en varios partidos, ninguno de los cuales,
al menos hoy, tendría condiciones de desafiar la hegemonía
de la derecha. Queda por verse de que forma reaccionará el
heterogéneo espacio político que se encolumnó tras la
candidatura de Marco Enríquez Ominami, cuyo desempeño en
la primera vuelta electoral barrió con todos los pronósticos
alcanzando un notable 21 por ciento de los votos,
principalmente de los jóvenes. Un dato nada menor que habla
con elocuencia de la frustración ciudadana es el desinterés
por la política de los jóvenes: se calcula que unos tres
millones y medio de ellos no se registraron para votar,
desalentados por la despolitización que la Concertación
promovía en la gestión de los asuntos públicos. De
haberlo hecho, los resultados del pasado domingo bien podrían
haber sido diferentes, pero esto ya es un ejercicio
contrafactual que no viene al caso proseguir aquí. A guisa
de ejemplo: en el rico distrito de Las Condes se registró
para votar algo más del cincuenta por ciento de los jóvenes
entre 18 y 19 años. En cambio, en la comuna obrera de La
Pintana sólo 300 de los más de 8.000 jóvenes que allí
viven hicieron lopropio, es decir, poco más del 3 por
ciento. En resumen: Chile tiene un electorado envejecido,
cada vez más conservador, con pocos jóvenes que, además,
sobrerepresentan a los sectores más acomodados de la
sociedad chilena.(3)
La derrota de la Concertación pone de manifiesto los límites
del llamado "progresismo", una suerte de tercera vía
que habiendo fracasado estruendosamente en Europa –sobre
todo en el Reino Unido y Alemania– procuró, sin éxito,
tener mejor suerte en América Latina. Lo que caracteriza a
los gobiernos de ese signo político es su incondicional
sometimiento ante las fuerzas del mercado y la debilidad de
su vocación reformista, carente de la osadía necesaria
para traspasar las fronteras trazadas por el capitalismo
neoliberal. Una de las claves para entender las desventuras
electorales del centro–izquierda en esta parte del mundo
la ofrece la dispar fortuna que la separa de los gobiernos
que emprendieron con decisión el camino de las reformas
–sociales, económicas e institucionales– como
Venezuela, Bolivia y Ecuador. Mientras que éstos parecen
ser máquinas imparables de ganar elecciones por cifras
abrumadoras, en Chile el progresismo ha sido derrotado al
paso que en la Argentina y Brasil se enfrenta a la
eventualidad de ser desalojado del poder en los próximos
recambios presidenciales. Conclusión: si un gobierno quiere
ser ratificado en las urnas el camino más seguro es avanzar
sin dilaciones ni titubeos por el camino de las reformas y,
de ese modo, cristalizar una base social de apoyo popular
que le permita triunfar en las contiendas electorales.
Quienes no estén dispuestos a seguir este curso de acción
pavimentan con su claudicación el camino para la restauración
de la derecha.
Una última consideración: la derrota de la Concertación
gravitará y mucho en el escenario sudamericano. Las cosas
se pondrán más difíciles para los gobiernos de Venezuela,
Bolivia, Ecuador y Cuba; la ampliación del MERCOSUR con la
plena incorporación de Venezuela sufrirá renovados
tropiezos, si bien no de manera directa puesto que Chile no
es miembro pleno de ese acuerdo; y con el triunfo de Piñera
el bloque derechista controla, con la honrosa excepción del
Ecuador, todo el flanco del Pacífico latinoamericano. Además,
el "efecto demostración" del desenlace electoral
chileno podría llegar a ejercer un cierto (y negativo)
influjo sobre las elecciones presidenciales de Octubre del
2010 en Brasil y las que tendrán lugar el año siguiente en
la Argentina, en ambos casos dando pábulos a los candidatos
de la derecha. Por otra parte, la belicista contraofensiva
imperial de Estados Unidos (Cuarta Flota, bases militares en
Colombia, golpe en Honduras, reconocimiento de las
fraudulentas elecciones de ese país, etcétera) contará a
partir de marzo con un nuevo aliado, liberado de cualquier
compromiso, aunque sea retórico, con el proyecto
emancipatorio latinoamericano. Hay que recordar que aún
bajo los gobiernos "progres" de la Concertación
el papel que éstos desempeñaron fue siempre el de un
operador privilegiado de Washington en América del Sur . En
la Cumbre de Mar del Plata que culminó con el naufragio del
ALCA las voces cantantes a favor de ese acuerdo fueron las
de Ricardo Lagos y Vicente Fox, bajo la complacida mirada de
George W. Bush. Ahora esa tendencia
"aislacionista" –y, en el fondo,
anti–latinoamericana– se acentuará aún más,
revirtiendo una profunda vocación latinoamericana que Chile
supo tener y que bajo la presidencia de Salvador Allende
llegó a su apogeo. Pero ese país ha cambiado, "para
bien" como lo recordaba el ex Canciller de la
Concertación y hoy es el verdadero campeón del
neoliberalismo, título ganado entre otras cosas mediante la
firma de tratados bilaterales de libre comercio que regulan
sus relaciones económicas con más de 70 países.
Desde la época de la dictadura militar el desdén de La
Moneda por América Latina ha sido proverbial y continúa
hasta el día de hoy. Una muestra rotunda de este desinterés
la brinda el hecho de que Chile prefiere importar petróleo
desde Nigeria antes que hacerlo desde Venezuela o llegar a
un acuerdo con Bolivia. Hace apenas un par de días Sebastián
Edwards, uno de los publicistas del neoliberalismo
latinoamericano y seguramente futuro consultor del nuevo
gobierno, ratificaba la vigencia de la doctrina pinochetista
diciendo que "económicamente nuestro futuro está en
el mundo y no en América Latina. Debemos dejar de
compararnos con nuestros vecinos. América Latina es nuestra
geografía; nuestras aspiraciones deben ser llegar a ser
como los países de la OCDE."(4)
Por eso los necesarios procesos de integración
supranacional actualmente en marcha en América Latina
–desde el MERCOSUR hasta la UNASUR, pasando por el Banco
del Sur y otras iniciativas semejantes que el imperio
invariablemente se ha esmerado en postergar o desbaratar–
no habrán de cobrar nuevos bríos con Piñera instalado en
La Moneda.
Con Frei las cosas no hubieran sido muy diferentes, pero
al menos éste tenía un vago compromiso con el electorado
que en el caso de su contendor no existe. Lo que hay detrás
de Piñera, en cambio, es la rabiosa gritería de sus
partidarios celebrando la victoria de su candidato con imágenes
y bustos de Pinochet y cánticos exhortando a acabar de una
buena vez con los "comunistas" infiltrados en el
gobierno de la Concertación. Nada nuevo bajo el sol. La década
no podía haber comenzado peor. Más que nunca en tiempos
como estos adquiere vigencia, para quienes quieren cambiar
un mundo que se ha vuelto insoportable y no solo
insostenible, aquel sabio consejo de Gramsci:
"pesimismo de la inteligencia, optimismo de la
voluntad".
(*) Atilio Boron es director del Programa Latinoamericano
de Educación a Distancia en Ciencias Sociales (PLED),
Buenos Aires, Argentina:
Notas:
(1)Cf. Cosas, 5 de Mayo del 2000. Reproducido en Marcos
Roitman Rosenmann, Pensar América Latina. El Desarrollo de
la sociología latinoamericana (Buenos Aires : CLACSO, 2008)
(2) Sobre el carácter eternamente inconcluso de las
transiciones democráticas en América Latina remitimos al
lector a nuestro Aristóteles en Macondo. Notas sobre el
fetichismo democrático en América Latina (Córdoba:
Ediciones Espartaco, 2009)
(3) Ver "El espejismo del voto voluntario", que
Qué pasa?, www.quepasa.cl/articulo/19_1944_9_2.html. En ese
mismo reporte se consigna que "los investigadores
chilenos Alejandro Corvalán y Paulo Cox concluyen que la
proporción de jóvenes chilenos del quintil más pobre,
entre 18 y 19 años, que se inscribe en los registros
electorales, es la mitad de la que lo hace en el quintil más
rico."
(4) Cf. El Mercurio, Martes 19 de Enero de 2010, p.
B–14.
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