Latinoamérica I
Comparaciones y explicaciones de la crisis
Por Claudio Katz
Enviado
por el autor, 10/01/10
Resumen: El
impacto de la eclosión global en América Latina ha sido
inferior a los países desarrollados y más agudo que en las
economías ascendentes de Asia. Afectó en mayor grado a
Centroamérica que al hemisferio sur. El origen externo del
temblor desmiente el mito de la responsabilidad autóctona
de estas conmociones, pero no exculpa a las clases
dominantes locales.
La
crisis no presenta hasta ahora el alcance que tuvieron los
colapsos de las últimas dos décadas. Esta diferencia
obedece al carácter acotado de la transmisión financiera y
a los efectos de la monumental cirugía de los bancos en la
región. Paradójicamente este contrapeso atrae capitales de
corto plazo, que amenazan recrear las burbujas
especulativas.
El
dato central de la coyuntura ha sido el freno de la retracción
comercial, pero se confirmó la fragilidad que genera la
dependencia regional de las exportaciones básicas. El
desempleo y la pobreza han vuelto a primer plano con la
disminución de las remesas. El éxodo rural ensancha la
brecha social y potencia la marginalidad urbana.
Los
economistas heterodoxos pasaron de un diagnóstico de catástrofe
a otro de irrelevancia de la crisis. Explican el impacto
atenuado del temblor por la acertada intervención del
estado, pero olvidan el generalizado vuelco internacional
hacia esta acción. También encubren el auxilio brindado a
las clases dominantes y no perciben, que se buscó evitar un
desplome del poder adquisitivo por el temor que suscita la
resistencia popular.
Los
economistas ortodoxos atribuyen el limitado alcance de la
crisis a la primacía de políticas de superávit fiscal,
restricción monetaria y endeudamiento controlado. Pero
ocultan el costo social de esta orientación y el impulso
que brindó a la concentración y extranjerización de las
finanzas. Los indicadores de presupuesto, inflación o tipo
de cambio confirman la continuada vulnerabilidad de la región.
Latinoamérica I:
comparaciones y explicaciones de la crisis
El
alivio que ha sucedido al duro impacto inicial de la crisis
reproduce en América Latina una tendencia mundial. A
mediados del 2008 irrumpió la recesión, el incremento del
desempleo y la retracción del comercio, a pesar de los
socorros a las empresas que improvisaron todos los
gobiernos.
Pero
al promediar el año pasado se generalizó la distensión
financiera, se contuvo la compresión del crédito y la
desvalorización de las materias primas. El producto bruto
sufrió un significativo retroceso, pero tendería a
recuperarse durante el 2010. ¿Qué dimensión presenta esta
crisis, en comparación a las eclosiones que sacudieron a la
región en las últimas décadas?
Magnitudes y
comparaciones
El
PBI latinoamericano aumentó 4,1% en el 2008, declinaría
1,8% en el 2009 y volvería a subir 4,1% en el 2010. Este
vaivén también sigue los lineamientos internacionales, con
porcentuales más favorables que los países desarrollados y
más adversos que las economías ascendentes de Asia. Este
resultado intermedio confirma que el impacto ha sido
inferior al Primer Mundo, pero no tan atenuado como en China
o la India.
El estallido no se originó esta vez en América Latina,
sino en el epicentro del capitalismo. No sucedió a los
descalabros de la deuda externa, los desmoronamientos
fiscales o las fuertes devaluaciones, que periódicamente
acosan a la región. Esta localización externa destruye el
mito de la invariable responsabilidad autóctona de las
desgracias que padece la zona. Nadie puede atribuir el
vendaval actual a la “corrupción de los funcionarios”,
a la “escasa disciplina de la población” o la
“menguante laboriosidad de los trabajadores”. Los
neoliberales han debido resignar su argumento predilecto
para explicar el temblor en la región.
El
detonante externo es ahora esgrimido para exculpar a las
clases dominantes locales de cualquier responsabilidad,
olvidando que el capitalismo no funciona en otra galaxia. América
Latina está inserta en un sistema que periódicamente
soporta conmociones globales. Las mismas convulsiones que
ahora desplomaron a los bancos estadounidenses, arrasaron en
varias oportunidades a las finanzas de la periferia. Las
crisis cambian de localización, pero obedecen siempre a un
mismo determinante capitalista.
Al
confirmar esta inestabilidad estructural del sistema, el
nuevo estallido sacudió al establishment latinoamericano,
que se había acostumbrado a un quinquenio de crecimiento y
apostaba a un período semejante de apacibles negocios.
Pero
el efecto de esta crisis ha sido muy desigual. El gran
desplome del 7% del PBI que afectó a México dista de la
moderada caída que soportó Brasil (uno o dos puntos).
Mientras que Centroamérica sufrió el efecto inmediato de
la recesión estadounidense, las economías diversificadas
de Sudamérica lograron atemperar esa incidencia.
El
origen estadounidense del crack y su menor impacto relativo
sobre América Latina constituyen, hasta ahora, los únicos
puntos en común de la eclosión reciente con la depresión
del 30. Las comparaciones con los colapsos más recientes de
las últimas dos décadas de neoliberalismo son más
aleccionadoras.
La
recesión actual sería más aguda que las registradas
durante 1990 y 2002 (caídas de PBI menores de un punto),
pero no alcanzaría la gravedad de 1983 (declinación de
2,6%). Sería un shock profundo, pero de incidencia inferior
a la “década perdida” del 80 o a la “media década
perdida” de 1998–2003.
En
los derrumbes de esos períodos se verificaron
desmoronamientos más dramáticos del PBI en varios países.
Hubo colapsos de 17 % en Chile (1983–84), 10 % en México
(1994), 11 % Argentina (2001–02) y declives muy
pronunciados de Brasil (1998). La crisis actual presenta
hasta ahora una magnitud inferior a esos antecedentes.
Sólo
en México la escala de la tormenta presenta semejanzas con
el Tequila de 1994, tanto en la regresión industrial, cómo
en la expansión del desempleo. Pero la turbulencia actual
no ha incluido los desmoronamientos de bancos y la
pulverización de la moneda, que condujeron en esa
oportunidad al inédito socorro de la Reserva Federal.
El
brusco freno que ha sufrido la economía argentina tampoco
guarda punto de comparación con la histórica catástrofe
del 2001. La crisis ha puesto fin a un quinquenio de alto
crecimiento, pero no produjo el desplome de un modelo
(convertibilidad), ni generó cesaciones de pago,
confiscaciones de depósitos bancarios o descalabros
monetarios.
El
mismo contraste se extiende a Brasil. La principal economía
latinoamericana fue muy golpeada el año pasado, pero la
devaluación inicial no precipitó fugas de capital,
depreciaciones monetarias, rebrotes inflacionarios o astronómicos
ascensos de las tasas de interés. Estos episodios acompañaron,
en cambio, al ocaso del cruzado (1986), al fin del plan
Collor (1990) y a la última quiebra fiscal (1999). La
conmoción actual se ha caracterizado por un tipo de
transmisión muy diferente.
Mayor
impacto comercial que financiero
A
diferencia de lo ocurrido en los 80 y 90 el efecto
financiero de la crisis no ha sido significativo. La
colocación internacional de bonos públicos se mantuvo con
tasas de rendimiento elevadas y la severa caída inicial de
las bolsas fue seguida por una persistente recuperación. En
la segunda mitad del 2009, los mercados bursátiles de
Brasil, Chile, Perú o Colombia registraron incrementos del
100%.
Por
otra parte, el volumen de las reservas supera al nivel
predominante durante las crisis de las últimas décadas y
la carga del endeudamiento externo ha bajado. Estos pasivos
(netos de reservas internacionales) equivalían al 6% de PIB
(2008), frente al 30% predominante durante las eclosiones
anteriores.
Esta
menor gravitación de los desequilibrios financieros ha
reducido el interés de las interpretaciones centradas en
esta órbita. También el énfasis en los aspectos
monetarios ha decaído, ante la limitada corrosión sufrió
que esta vez el sistema bancario.
Pero
este cambio no es obra de la naturaleza. Reflejó la
monumental transformación que sufrieron las entidades
financieras, como consecuencia del tendal de quebrantos
generados por las últimas crisis. Los bancos de la región
han sido menos golpeados que sus equivalentes del Primer
Mundo por haber procesado la depuración, actualmente en
curso en las entidades de Estados Unidos y Europa.
Pero
esta mayor consistencia poscrisis es un arma de doble filo,
ya que atrae nuevas burbujas hacia la región. En un marco
de bajas tasas de interés y alto riesgo de los bancos
metropolitanos, los capitales de corto plazo afluyen a la
zona para lucrar con los vaivenes de las acciones, los
inmuebles y las monedas. Esta llegada de fondos contrasta,
con la caída de 35– 45% de la inversión extranjera de
largo plazo, que se registró durante el 2009.
Los
conocidos efectos desestabilizadores que genera este arribo
de capitales golondrinas han conducido a introducir
restricciones (especialmente en Brasil). Pero si la
rentabilidad de esas operaciones persiste, las barreras podrían
quedar neutralizadas por otras vías de ingreso de los
mismos fondos.
En
esta oportunidad, el tradicional canal financiero de
transmisión de la crisis ha sido reemplazado por un impacto
comercial. La súbita caída de los precios (29%) y del
volumen de las exportaciones, que se observó entre el
comienzo de la crisis (septiembre 2008) tiene pocos
precedentes. Aunque alcanzó un piso (junio del año
siguiente) y fue seguido de una nueva apreciación de las
materias primas, el resultado final de esta oscilación es
incierto.
La
renovada demanda de China, India
y otras economías intermedias podría estabilizar estos
precios, determinando una inédita gravitación de las
compras asiáticas sobre el ciclo comercial latinoamericano.
Pero este cambio de comprador no altera la fuerte atadura de
la región al vaivén de cotizaciones de los bienes
exportados. El ascenso de estos precios permitió cinco años
de continuada reactivación y la reciente recuperación ha
operado cómo un salvavidas de poca consistencia.
Regresión social y deterioro
popular
El
estallido de la crisis provocó un inmediato aumento de 1%
de la desocupación en la región. Al menos tres millones de
personas perdieron su empleo durante los primeros meses del
2009, revirtiendo la moderada recuperación de puestos de
trabajo, que se registró durante el crecimiento del
quinquenio precedente.
Las
últimas estimaciones indican un incremento del 7,4 al 8,3%
(o 9%) de la tasa promedio de desocupación. Esta media
incide en forma variable en las distintas economías
(Argentina 8,8%, Chile 10,7%, México 6,12%). El paro comenzó
golpeando a los asalariados de las industrias más
internacionalizadas y terminó afectando duramente a los
trabajadores precarizados e informales. En la juventud el
desempleo duplica el promedio general. Hay 50 millones de jóvenes
latinoamericanos que se encuentran totalmente afuera del
sistema educativo y 20 millones de niños trabajan en
condiciones infrahumanas.
Este
agravamiento del desempleo coincide con una expansión de la
pobreza, que afectaría a un rango de 6 a 10 millones de
individuos. El porcentaje de los desamparados
latinoamericanos continuará girando en torno al 40% de la
población, con picos de agravamiento en las recesiones y
reducidas mejoras durante las reactivaciones. Este océano
de pobres alimenta crecientes formas de precariedad laboral
en todos los países.
En
las naciones más desguarnecidas la irrupción de la crisis
incluyó, además, la desgracia del hambre. Este flagelo es
un resultado directo de la reconversión neoliberal del
agro, que acentuó la especialización exportadora, el éxodo
rural y la falta de alimentos. América Latina participa con
53 millones de individuos en el mapa mundial de la
desnutrición.
Otra
consecuencia de la crisis ha sido la abrupta reducción de
las remesas. Esta disminución de los envíos familiares
afecta particularmente a los países centroamericanos, que
sufrieron una verdadera desarticulación demográfica. Uno
de cada 10 mexicanos reside en Estados Unidos y sus
transferencias de fondos se han tornado vitales, al pasar de
7.500 millones de dólares (2000) a 26.000 millones (2007).
En
los últimos meses del 2009 se verificó incluso el inédito
fenómeno de remesas inversas, es decir giros realizados
desde el Sur hacia los familiares que perdieron su empleo en
el Norte. Pero el retorno a casa no parece una opción, en
el cuadro actual de recesión agravada por la gripe porcina
y el desplome de turismo.
La
crisis también deteriora la distribución del ingreso,
recreando el ensanchamiento de la brecha social, que se
atenuó levemente durante el reciente ciclo de crecimiento.
El índice Gini (que mide este desnivel) registraría un
incremento del 0,47% al 0,51%.
Para
una región que padece los mayores índices de desigualdad
del planeta, las consecuencias de cualquier desmejora en
esta área son dramáticas. Basta observar las cifras
predominantes en la principal economía de la región, para
notar la dimensión de esa asimetría. En Brasil el 10 % más
rico posee casi el 75% de la riqueza total y el 45% de estos
recursos es acaparado por 5000 familias, localizadas en
cuatro ciudades.
La
desintegración social que generan estos niveles de
desigualdad se traduce en un explosivo incremento de la
criminalidad. Las pandillas son reclutadas entre jóvenes
desempleados que soportan la marginalidad urbana, potenciada
por la destrucción de las comunidades agrarias. Una
multitud de individuos sin trabajo, oficio u horizonte de
vida ha sido empujada a esa informalidad por la reconversión
capitalista de las últimas décadas.
La
delincuencia se ha expandido, además, por la cultura del
consumismo y de la ostentación que propagó el
neoliberalismo, mientras demolía el nivel de vida las
familias obreras. Los capitalistas que causaron esta
tragedia, ahora protestan vivamente contra sus efectos,
especialmente cuando padecen en carne propia los secuestros
o robos sanguinarios, que caracterizan a la nueva
criminalidad. Los responsables de esta degradación también
se quejan de la baja formación educativa, cómo si la
regresión en este plano fuera ajena al aniquilamiento
sufrido por la escuela pública.
Explicación
por intervencionismo
Los
voceros de CEPAL han acompañado las oscilantes
interpretaciones de la crisis que expusieron los economistas
más afamados. Primero caracterizaron la eclosión como el
mayor estallido de la posguerra y al poco tiempo,
diagnosticaron un súbito fin de ese desmoronamiento.
Ponderaron, además, la madurez y capacidad de resistencia
que ha exhibido América Latina frente a estos temblores.
En
ningún momento aclararon cómo se produjo el mágico pasaje
de una catástrofe económica a una recaída irrelevante. En
cambio, atribuyeron la novedosa capacidad que ha mostrado la
zona para atemperar la crisis global, a las políticas
heterodoxas de intervención estatal. Algunos autores
contrastaron estas acciones con la parálisis o ineficacia,
que impuso en ocasiones anteriores, la subordinación
ortodoxa a los dictados del mercado.
La
intervención del estado ha sido efectivamente un dato
generalizado, que se manifestó en distinto tipo de medidas.
Algunas tendieron a disuadir el aumento de las tasas de
interés y otras a sostener parcialmente la demanda mediante
la expansión monetaria. Esta política predominó con
diversos matices en casi todos los países, desmintiendo la
apología neoliberal a las cualidades autocorrectivas del
mercado. Pero esta orientación no fue un invento
latinoamericano. Acompañó una tendencia mundial que asumió
mayor intensidad en Estados Unidos y Europa.
Pero
esta intervención ha sido posible en la región por la
existencia de reservas acumuladas durante la prosperidad del
2003–08. Como en ese período se registraron tasas de
crecimiento del 5% anual y mejoras de los términos de
intercambio del 100%, los gobiernos contaron con un margen
de acción inexistente en los colapsos anteriores.
Aprovecharon la coyuntura creada por el primer período de
crecimiento latinoamericano superior a las economías
desarrolladas desde la posguerra. Especialmente el auge
externo proveyó ingresos fiscales, que permitieron evitar
la repetición de la bancarrota mexicana de los 80 o el
quebranto argentino del 2001.
Pero
la intervención que pondera CEPAL no fue neutra. Socorrió
con fondos públicos a los grandes bancos o empresas,
mediante auxilios que excluyeron la redistribución de
ingresos. El incremento del gasto público benefició a las
clases dominantes y solo incorporó compensaciones
secundarias en el área social.
La atención que igualmente se ha puesto en evitar un
desplome del poder adquisitivo, refleja el temor que han
dejado las grandes rebeliones populares de las últimas décadas.
Más que una repentina inclinación por la heterodoxia, en
la cúpula del poder ha estado fresco el recuerdo de esos
levantamientos sociales.
Explicación por ajuste
Los
economistas ortodoxos atribuyen el limitado impacto de la
crisis en la región a la aplicación de estrictas políticas
de superávit
fiscal, restricción monetaria y endeudamiento controlado.
Consideran que esta sobriedad permitió afrontar con sólidos
escudos el vendaval externo.
Esta
caracterización registra la existencia de un contexto
fiscal y monetario efectivamente distinto al pasado
reciente. La deuda regional equivalente al 53% del PBI y al
365% de exportaciones en 1987 se redujo al 21% y el 87% de
estos guarismos en el 2008. También los bancos presentan un
nivel más acotado de apalancamiento, en un marco de
endeudamiento público y privado más reducido.
Pero
este escenario no fue forjado con sobriedad administrativa.
Ha sido el resultado de un ajuste social brutal, que incluyó
procesos de licuación de deudas, desvalorización de
capital y transferencias de ingresos solventados por las
mayorías populares.
Los neoliberales omiten esta cirugía, que también condujo
a la reorganización de las finanzas a favor de un grupo más
selecto de entidades. Estas limpiezas han convertido por
ejemplo a Brasil, en un niño mimado del establishment
global. El país recibe altas calificaciones de los
banqueros (investment grade) e incluso presta plata al FMI.
Luego de una escalada de quiebras (1994), que centralizó
todo el sistema en pocas manos, las principales
instituciones sobrevivientes se han especializado en
operaciones con derivados y opciones. Sólo 25 entidades
controlan el 81% de los activos y mantienen altos lucros de
intermediación, en un marco de mayor estabilidad monetaria.
En México se consumó un proceso semejante luego del
colapso de 1994. Pero en este caso, la concentración de
bancos se produjo junto a la extranjerización de todo el
sistema, especialmente luego del pasaje del Banamex al
Citigrup y del Bancomer al BBVA. Toda la estructura de préstamos
ha quedado, además, muy conectada a la subordinación económica
a Estados Unidos.
En
Argentina la reorganización bancaria sucedió al descomunal
colapso del 2001–02. Aquí no sólo hubo cierre y venta de
entidades, sino también expropiaciones de depósitos,
canjes compulsivos de las deudas, pesificaciones de
acreencias dolarizadas y default de bonistas. La magnitud de
este estallido terminó limitando la hegemonía lograda por
las finanzas durante los años 90, pero no revirtió una
estructura financiera retrógrada y concentrada. Sólo 10
entidades controlan el 77 % de los depósitos.
Cómo
procesos semejantes (o más turbulentos) de reorganización
bancaria se registraron en Ecuador y Venezuela (y otros países),
la eclosión reciente llegó a Latinoamérica en el período
de reestructuraciones que sucede a las crisis. Pero esta
coyuntura es frágil y no brinda protección frente a un
rebote del temblor externo o una nueva erosión endógena.
Las causas estructurales de la pulverización sufrida por
los bancos durante los años 80 y 90 persisten y la repetición
de esos estallidos es una posibilidad siempre latente.
Los
dos factores que pospusieron este desenlace –altos precios
de las materias primas exportadas y cierto control del déficit
fiscal y la inflación– están sujetos a imprevisibles y
repentinos desajustes. Los economistas ortodoxos presienten
esta fragilidad y advierten contra los peligros que afronta
la región. Pero siempre olvidan considerar cuán
responsables son de esa vulnerabilidad.
Latinoamérica II
Del industrialismo a la exportación básica
Por Claudio Katz
Enviado por el autor, 10/01/10
Resumen: El
modelo exportador ha recuperado preeminencia, multiplicando
la atadura de la economía zonal al vaivén de precios de
las materias primas. Los grandes proyectos de
infraestructura buscan garantizar salidas externas para los
insumos codiciados por las transnacionales.
La
minería a cielo abierto, la deforestación y el uso
irracional del suelo agravan las adversidades tradicionales
del modelo extractivo y afianzan el peligroso deterioro del
medio ambiente. Este esquema es avalado por CEPAL, que
reemplazó el viejo industrialismo por una insostenible
reivindicación de la primarización.
Estados
Unidos busca recuperar las posiciones perdidas en la región,
para reforzar su aprovisionamiento de insumos básicos. Europa no disputa preeminencia política, pero sí
negocios y podría quedar afectada por el deterioro económico
de España. La
llegada de China entraña un desafío mayor, en la disputa
por el botín de minerales, alimentos y combustibles.
La
industria latinoamericana se amoldó a la creciente
penetración de las corporaciones multinacionales. Su
gravitación ha disminuido, pero no desapareció como sector
de peso. Las viejas burguesías nacionales promotoras del
mercado interno han sido reemplazadas por burguesías
locales que jerarquizan la exportación.
El
nuevo esquema no implica extranjerización total. Los
capitalistas latinoamericanos continúan manejando sus
estados, con mayor inclinación por la asociación
trasnacional. La incorporación de México, Brasil y
Argentina al G 20 y el apoyo al FMI como reorganizador de
las finanzas mundiales ilustran esta imbricación. El Fondo
no ha cambiado y continúa administrando el ajuste al
servicio de los banqueros. Es erróneo atribuir un perfil
“posliberal” a gobiernos que privatizan recursos
básicos, mantienen estructuras fiscales regresivas y
apuntalan el agronegocio.
Latinoamérica II: del industrialismo a la
exportación básica
El
vaivén de los precios internacionales de los insumos incide
como nunca sobre la economía latinoamericana. México
depende de los ingresos que aportan las ventas de petróleo,
Argentina ha quedado atada a la valorización y depreciación
de la soja y Brasil está pendiente de los productos básicos
que comercializa. Esta subordinación a la cotización de
metales, alimentos o combustibles es muy superior en los
restantes países de la zona.
La
primarización en debate
Es
indudable que el modelo exportador ha recuperado
preeminencia en la región. Los grandes proyectos de
infraestructura buscan garantizar salidas externas, para
materias primas elaboradas siguiendo el esquema extractivo.
Los principales conglomerados concentran su actividad en el
sector primario, recreando la especialización que históricamente
empujó a Latinoamérica a un status periférico.
Entre
1985 y 1996 fueron extraídos 2.706 millones de toneladas de
productos, compuestos en un 88% por minerales y petróleo.
La región es muy codiciada por las compañías mineras, que
explotan los cuantiosos acervos de cobre y hierro y los
grandes yacimientos de litio y uranio. También reúne las
reservas más significativas de agua y biodiversidad del
planeta.
Durante
la mayor parte del siglo XX el desarrollismo se opuso a la
especialización exportadora que promovían los liberales.
Pero este rechazo se atenuó en las últimas décadas y ha
desembocado en la actualidad, en una curiosa reivindicación
de la primarización por parte de CEPAL.
El
principal vocero de la heterodoxia industrialista reivindica
el “potencial que ofrecen las actividades basadas en
recursos naturales”, resalta su aporte tecnológico y
defiende la suscripción de acuerdos de libre comercio, para
facilitar el ingreso de los productos básicos a las economías
desarrolladas.
Estos
planteos no sólo contrastan con la tradición
industrialista, que encarnó la CEPAL entre 1950 y 1980.
También ignoran los argumentos que se esgrimieron durante décadas,
contra las nefastas consecuencias del modelo
primario–extractivo. Este esquema generó en el pasado
sometimiento externo, saqueo de recursos y perdurables obstáculos
a la acumulación.
En
la actualidad impone la persistencia de la pobreza y provoca
la expulsión de la población rural, sin gestar puestos de
trabajo equivalentes en las áreas urbanas. Todas las
objeciones clásicas a la primarización mantienen su
vigencia. La gravitación de las empresas transnacionales,
la mundialización y la emergencia de Asia no atenúan las
adversidades de ese modelo.
En
realidad, los viejos problemas de la inserción exportadora
han sido potenciados por las nuevas consecuencias de la
devastación ambiental. Los propios técnicos de CEPAL han
evaluado los dramáticos costos sociales del cambio climático
para América Latina, en materia de pestes, enfermedades y
deterioro del agua o el suelo.
Pero
estos impactos son divorciados de sus fundamentos en el
esquema primario–extractivo. Especialmente se olvida que
la principal fuente de emisión de gases tóxicos en la región
proviene de la minería a cielo abierto, la deforestación y
el uso irracional del suelo para ampliar monocultivos.
Este
deterioro del medio ambiente no se corrige en América
Latina con lamparillas que ahorren electricidad o automóviles
híbridos. Se requieren políticas de conservación de la
naturaleza, radicalmente opuestas a la continuada
primarización del comercio exterior.
Prioridades de Estados Unidos
América
Latina sigue ocupando un lugar estratégico para Estados
Unidos, cómo gran reserva de recursos naturales. La región cumple una función decisiva en el
aprovisionamiento de los metales y el petróleo que utilizan
el Pentágono y el complejo industrial del Norte. Mediante
tratados bilaterales de libre comercio, Estados Unidos ha
buscado resguardar este abastecimiento, mientras refuerza su
exportación de productos elaborados y generaliza la
fabricación de partes en las zonas francas.
El
imperialismo norteamericano encara esta acción para superar
una crisis de dominación, sobre una región
tradicionalmente manejada como extensión de su propio
territorio. La gestión de Bush estuvo signada por el
fracaso del ALCA y la reaparición de revueltas populares
antiimperialistas. Esta oleada también dio lugar a nuevos
gobiernos enfrentados con el Departamento de Estado. Obama
busca revertir esta pérdida de influencia estadounidense,
que se verifica mucho más en el hemisferio sur que en Centroamérica.
Estados
Unidos busca también recuperar el terreno perdido a manos del capital europeo,
desde el fuerte ingresó de España a sectores claves de las
finanzas y los servicios latinoamericanos. Europa no disputa
preeminencia militar, ni gran liderazgo político en la
zona, pero alienta acuerdos de libre comercio para favorecer a sus propias compañías.
Habrá que ver si el duro efecto de la crisis actual sobre
las firmas españolas, les permite preservar su presencia
como segundos inversores externos de la región.
La
llegada de China a una zona históricamente alejada de su
radio de acción representa un desafío mucho más serio
para Estados Unidos. La potencia oriental se ha convertido en gran demandante de petróleo,
soja y cobre
y su intercambio con Latinoamérica saltó
de 10 billones de dólares (2000) a 140 billones (2008).
Además,
la economía china inunda de productos a sus nuevos socios y
ha logrado convertir a Brasil
en un cliente de primer orden. El intercambio entre ambos países
tiende a superar el comercio brasileño–estadounidense y
un deslizamiento del mismo tipo, comienza a observarse en
Perú, Chile
y Argentina.
Pero
el gigante del Norte ya ha reaccionado suscribiendo un
acuerdo de libre comercio transoceánico (Vietnam, Singapur,
Australia), que aglutina también a sus socios del pacífico
sudamericano. En este escenario se dirime la disputa por el
gran botín de los recursos naturales que atesora la región.
El ocaso de la
burguesía nacional
La
vieja estructura industrial que producía limitadamente
bienes para el mercado interno ha quedado remodelada por las
sucesivas crisis que padeció América Latina. Ese tejido
forma parte en la actualidad del esquema exportador,
especialmente en los tres países que desenvolvieron un
sector fabril de importancia.
La
renovada gravitación de las materias primas no ha destruido
a la industria latinoamericana, pero debilitó su incidencia
en comparación a la posguerra. Se ha modificado el perfil
de la manufactura por el creciente peso de las corporaciones
foráneas. Sin embargo, también irrumpieron multinacionales
latinas, en los nichos no ocupados por las grandes firmas
internacionales.
El
retroceso relativo de la industria regional es más visible
en comparación a la expansión de las firmas asiáticas. La
participación general de ambas zonas en el comercio mundial
siguió trayectorias claramente distintas. Mientras que América
Latina ha mantenido su presencia tradicional (del 4% del
total en 1980 al 5 % en 2008), Asia saltó del 6% al 23%, en
el mismo período. La diferencia en el tipo de productos
vendidos es mucho más significativa, ya que en la primera
zona mantiene su especialización en materias primas y la
segunda genera manufacturas industriales.
El
escenario del 2010 es tan sólo una expresión coyuntural de
esta divergencia. América Latina crecería 2 o 3 %, frente
al 12% de China y el 8% de la India. Es indudable que la
gravitación preeminente de las finanzas y un patrón de
crecimiento centrado en exportaciones básicas ha recreado
las viejas limitaciones de la industria latinoamericana.
El
viraje de las últimas décadas ha modificado, además, el
perfil social de las clases dominantes. Las viejas burguesías
nacionales promotoras del mercado interno han quedado
sustituidas por nuevas burguesías locales, que jerarquizan
la exportación y la asociación con empresas
transnacionales. El neoliberalismo consolidó este cambio en
las tres principales economías de la región.
La
antigua burguesía industrial brasileña forjada al calor de
las políticas desarrollistas perdió primacía. Desde los años
80 fue reemplazada en el manejo del estado por el bloque
actual de banqueros, hombres del agro–negocio y
exportadores industriales. En México, el unánime apoyo que
brindan los capitalistas al acuerdo de librecomercio con
Estados Unidos, ilustra más categóricamente la declinación
del viejo proteccionismo industrialista. En Argentina, el
salto de un esquema a otro, adoptó formas dramáticas de
demolición fabril y destrucción del viejo empleo formal
forjado durante la sustitución de importaciones.
Este
cambio en las clases dominantes también dio lugar a una
creciente predilección por la rentabilidad financiera de
corto plazo, junto a nuevas ligazones con empresas foráneas.
Ambos procesos se verifican en la fuga de capitales o a la
inversión externa de capitales, que no encuentran
colocaciones rentables en la acumulación interna.
Pero
la desaparición de las viejas burguesías nacionales no
extingue a las clases capitalistas locales, que siguen
actuando en función de sus propios intereses y disputan
varias franjas de actividad con firmas foráneas. Constatar
la declinación de la burguesía nacional sólo implicar
registrar que un segmento de la clase dominante (y una
estrategia de acumulación) han perdido relevancia. No hay
extranjerización total, ni copamiento transnacional. Los
capitalistas latinoamericanos constituyen la fuerza social
predominante en el manejo de los estados, aunque es mayor su
inclinación a profundizar la asociación con el poder
financiero global.
Un
ejemplo de este cambio fue la actitud asumida por los
gobiernos de México, Brasil y Argentina frente a la crisis
reciente. Los tres países fueron incorporados a las
reuniones del G 20, para apuntalar el socorro internacional
de los bancos quebrados. Tal como se esperaba, la
administración neoliberal mexicana adscribió en forma
ciega a todas las iniciativas de la Reserva Federal. Pero
las mismas posturas adoptaron los presidentes más autónomos
de Brasil y Argentina.
Las
tres administraciones avalaron el sostén mundial del dólar
y de los bancos quebrados. Concertaron esta postura en las
reuniones mantenidas en Chile a mitad del 2009, con el
vicepresidente estadounidense y el primer ministro británico.
Este cónclave fue calificado en forma absurda por la
prensa, como un “encuentro de líderes progresistas”.
Utilizar
esa denominación para describir la convergencia regional
con autoridades anglo–estadounidense es tan ridículo, cómo
otorgarle el premio Nobel de Paz al máximo exponente de
imperialismo. En las reuniones que tramitaron la socialización
de las pérdidas sufridas por los banqueros, no podía
filtrarse ninguna pizca de progresismo. México, Brasil y
Argentina asumieron esa agenda, para ratificar que sus
clases dominantes comparten las prioridades del capitalismo
global.
“¿Posliberalismo?”
Otra
manifestación de esta misma alineación ha sido el apoyo al
FMI para reorganizar las finanzas mundiales. Naciones que
han sufrido en carne propia los ajustes que impone ese
organismo, acompañan ahora la recomposición de esa
entidad.
México
solicitó inmediatamente un nuevo crédito, Brasil subió la
apuesta aportando capital fresco al Fondo y Argentina comenzó
un largo camino de retorno al organismo que repudió, luego
de cancelar las ilegítimas deudas que mantenía con esa
entidad.
Esta
nueva convalidación del FMI es frecuentemente justificada
con la reivindicación de esta institución, en su papel
compensador de los desequilibrios internacionales. Se afirma
que este apoyo a las regiones subdesarrolladas en los
momentos de crisis, será reforzado con mayor inyección de
recursos.
Pero
la credibilidad actual de esta fábula se ha reducido
significativamente. El FMI siempre auxilia a los bancos
afectados por el quebranto de los estados e impone medidas
de ajuste que solventan los oprimidos. Un “rol más activo
del Fondo” sólo implica exigencias más drásticas sobre
los deudores.
Es
muy frecuente escuchar que se ha producido una súbita
transformación del FMI, que “aprendió las lecciones del
pasado”, “ya no exige sacrificios” y respeta a la
“soberanía de las naciones”. Pero resulta muy difícil
encontrar algún indicio de esta insólita conversión de
agresor de los pueblos en transmisor del desarrollo.
En
los hechos el FMI continúa implementando la misma política,
con idénticos ultimátum. Basta observar los últimos
convenios firmados por El Salvador, Islandia o Pakistán,
para notar esa continuidad. Es cierto que en los últimos
meses se triplicaron los recursos del organismo, se renovó
el menú de créditos y apareció una línea de préstamos más
flexible para complementar el tradicional Stand By. Pero los
convenios mantienen las exigencias de siempre. Serbia y
Bosnia debieron aceptar reducciones de salarios de los
empleados públicos y Ucrania o Bielorusia tuvieron que
introducir la dura ley del déficit cero. Lo único que ha
cambiando es el discurso que legitima estos ajustes.
Las
nuevas ilusiones en el FMI tienen un objetivo político.
Buscan aislar a los gobiernos y movimientos sociales que
mantienen críticas al organismo, exigen su abandono y
proponen construir entidades alternativas al mayor emblema
del neoliberalismo.
La
moda actual de revalorizar al FMI es compartida por muchas
corrientes neodesarrollistas, hostiles a la primacía
asignada al capital foráneo (“ahorro externo”) y a la
obstrucción al desenvolvimiento industrial, que generan las
altas tasas de interés. Esos enfoques divergen del
neoliberalismo convencional, pero aceptan la prioridad
exportadora, el ajuste salarial y la estrecha asociación
con las corporaciones transnacionales. Al igual que CEPAL,
renuncian a las aristas conflictivas del viejo desarrollismo
y se oponen a una redistribución radical del ingreso,
complementada con nacionalizaciones y reformas agrarias.
Sólo
la aplicación de estas tres últimas medidas implicaría el
inicio real de un estadio “posliberal”. Es un error
aplicar esta noción a gobiernos que mantienen la
privatización de los
recursos básicos, la estructura fiscal regresiva y la
concentración de capitales y tierras en el agro.
Los
cambios progresistas en estas tres áreas constituyen puntos
de partida insoslayables para comenzar rupturas con el
legado neoliberal, que preservan los denominados gobiernos
progresistas. En este terreno se diferencian de sus
antecesores nacionalistas, que a mitad del siglo pasado chocaban con la oligarquía y el capital
extranjero, para desenvolver la industrialización autónoma
e introducir reformas sociales.
Latinoamérica III
Variedad de políticas económicas
Por Claudio Katz
Enviado por el autor, 10/01/10
Resumen: Las distintas políticas económicas obedecen a
situaciones nacionales muy diferentes de erosión por arriba
y resistencia por abajo. En
México, la crisis repite la profundización neoliberal, que
sucedió a todas las eclosiones precedentes. Se refuerza la
desarticulación industrial que imponen las maquilas y se
acentúa el vaciamiento de reservas que genera la provisión
de petróleo a Estados Unidos. La falta de inversiones
potencia, además, las presiones para privatizar la empresa
estatal.
Brasil
se distingue del resto
de la región
por sus
multinacionales y la envergadura de su mercado. Pero su
modelo actual no recrea el industrialismo de posguerra, ni
elimina las asimetrías con las economías centrales. El
agro–negocio ha recuperado primacía, bloqueando la
reforma agraria y profundizando
las tendencias hacia el librecomercio. El
curso socioliberal condujo a la cooptación de la burocracia
sindical e introdujo un nuevo equilibrio entre sectores del
bloque dominante.
El
modelo neodesarrollista intentado en Argentina emergió del
descontento burgués con los resultados de la cirugía
neoliberal, en un marco de grandes protestas populares. Se
ha buscado recomponer la gravitación de la burguesía
industrial, en desmedro de los bancos y en conflicto con el
agro–negocio. Hubo concesiones sociales, sin redistribución de ingresos y sin nacionalizaciones de sectores estratégicos.
El crecimiento del
último quinquenio no revirtió la desarticulación
productiva y el empobrecimiento estructural.
La
política reformista de Venezuela, Bolivia y Ecuador incluye
avances sociales, pero no resuelve los principales problemas
de economías muy periféricas y dependientes. Las
nacionalizaciones del proceso bolivariano son indispensables
para superar el atraso y erradicar los derroches de la
burguesía rentista. Pero la ausencia de control obrero y
social y el injustificado pago de indemnizaciones reciclan
los privilegios de la “boliburguesía”
Mayores
avances en la estatización de los hidrocarburos son
necesarios en Bolivia, para financiar la impostergable
mejora del nivel de vida popular. Es un error intentar
contrapesos del poder económico de la derecha, mediante
concesiones al capital extranjero. La importante auditoria
de la deuda realizada en Ecuador choca con la continuidad de
un modelo extractivo, que ha desatado fuertes conflictos con
el movimiento indígena.
Latinoamérica III:
variedad de políticas económicas
En
la región se observan políticas económicas diferenciadas en función de dos procesos: la
consolidación o erosión del neoliberalismo y el avance o
reflujo de la resistencia popular. Estas singularidades se
expresan en cuatro variantes de orientación oficial.
Neoliberalismo ortodoxo en México
La economía azteca ha sido particularmente afectada por la
crisis actual. Mientras que el PBI se contraería 0,8% en
Brasil y mantendría una leve suba de 1,5% en Argentina,
decaerá 7% en México. A pesar de esta contracción, el
gobierno de Calderón reafirmó la política neoliberal de
las últimas décadas, otorgando mayores atribuciones al
Banco Central para administrar el ajuste. Al igual que en la
crisis anteriores, la eclosión actual induce a profundizar
la atadura al neoliberalismo.
Esta
política se inició en México a mitad de los 70 con un
crack que precipitó el endeudamiento externo y el despojo
petrolero. El descalabro posterior de 1982 condujo a la
suscripción del NAFTA y el desmoronamiento bancario de 1994
desembocó en más privatizaciones y librecomercio. Esta dinámica
de neoliberalismo
continuado, ubica a México más cerca del patrón mundial,
que de las peculiaridades latinoamericanas.
Esta orientación no obedece sólo al ascenso del partido
derechista PAN, sino que es también compartida por la vieja
burocracia nacionalista del PRI. Esta política económica
se afianzó a pesar de sus nefastas consecuencias. Ha
consagrado una profunda dualización entre la minoría que
lucra con el modelo vigente y la mayoría afectada por ese
esquema. Los perdedores se localizan especialmente en
sectores de la pequeña empresa, en la región sureña y en
la masa de asalariados, que perdieron un millón de puestos
de trabajo en última década.
La crisis actual ha puesto de relieve la enorme dependencia
hacia Estados Unidos, que absorbe el 85% de las
exportaciones del país. La recesión de la potencia vecina
paralizó todo el cordón de maquiladoras, creando una
situación muy crítica en los sectores automotor, electrónico
y textil. A diferencia de lo ocurrido en 1994, esta vez no
se avizora una salida con mayores ventas al norte.
El
esquema de maquilas es vulnerable, además, por la baja
competitividad de actividades que operan con tecnologías
fragmentadas. Los enormes lucros de las corporaciones foráneas
se asientan en los bajos costos salariales. Esas empresas
han reforzado la desintegración de la vieja estructura
industrial, introduciendo mayores niveles de explotación y
depredación ambiental. Ni siquiera han alentado aumentos
significativos de la producción, cómo lo demuestra el bajo
crecimiento industrial (desde el año el año 2000, sólo un
tercio de la media prevaleciente en los 70).
Pero
el modelo actual es sostenido también por los grupos
capitalistas aglutinados en torno a las nuevas
multinacionales locales (Telmex, Cemex, Grupo Bimbo). Estas
corporaciones se expandieron en los mercados vecinos,
desarrollando especialidades no cubiertas por sus
competidores metropolitanos (farmacia, medios de comunicación,
cemento, alimentos).
El estancamiento industrial coincide con la consolidación
de México cómo abastecedor petrolero de Estados Unidos.
Mientras que en 1988 se destinaba a ese mercado el 50% del
crudo, las colocaciones actuales bordean el 80%. Luego de
Canadá y Venezuela, el país se ha convertido en la tercera
fuente suministro del combustible importado por la primera
potencia.
Pero
lo más llamativo es la brutal depredación que sufre este
recurso. En los últimos seis años se extrajo el 87 % de
todo el crudo sustraído en la era contemporánea. Esta
absorción contrasta con el 13% capturado durante el largo
período precedente de cuatro décadas (1938–76). Además,
se han privilegiado toscas formas de primarización por la
demora en construir refinerías. México es el sexto
exportador mundial de petróleo, pero debe importar el 40%
de la gasolina que consume por falta de procesamiento local
del combustible.
La
baja inversión en exploración está agotando, además, las
reservas y reforzando las presiones para privatizar la
empresa estatal PEMEX. Esta firma se ubica en el podio de
las diez principales petroleras del mundo, cuenta con
ingresos anuales de 100.000 millones de dólares y nutre el
40% de los recursos del presupuesto estatal. Pero ha sufrido
los típicos procesos de endeudamiento y saqueo
que preceden al remate de las compañías públicas.
La
lista de aspirantes a ganar esta subasta es tan nutrida, cómo
la resistencia que genera liquidar la compañía que
financia al estado. Por esta razón, una administración
ultra–liberal no logra consumar su traspaso al sector
privado.
Social–liberalismo
en Brasil
El
impacto de la crisis global en Brasil fue semejante al
promedio latinoamericano, pero la economía del país
cumpliría un rol más activo en la eventual reactivación
del 2010. Los pronósticos indican un crecimiento de 5,5%,
frente a 4% de Argentina y 3,5% de México. Si estas
previsiones se cumplen, cambiaría la tónica del rezago brasileño, observado durante el reciente ciclo
de crecimiento regional. Mientras que Argentina o Venezuela
crecieron en ese quinquenio al 7 u 8% del PBI, Brasil no
superó el 3%.
Pero
cualquier análisis basado en estos vaivenes de la coyuntura
tiende a ensombrecer el afianzamiento de la principal economía
de la región. Esta consolidación es muy resaltada por los
voceros del capital financiero, que alaban a Lula y
pronostican la conversión de Brasil en la quinta potencia
del plantea, a mitad de siglo XXI. Ponderan especialmente la
atracción que ejerce la
magnitud de su mercado sobre las inversiones
externas. Esta afluencia aumentó un 30% durante el año
pasado, a pesar de la caída del 14% que registró esa
variable en el resto del mundo.
El
entusiasmo capitalista toma en cuenta también la
significativa expansión internacional de las
multinacionales brasileñas, que comienzan a incursionar en
Centroamérica, África y Medio Oriente. Un núcleo de 14
firmas ya figura en la lista de las 100 principales firmas
globales emergentes. Las compañías con inversiones
significativas en el exterior pasaron de 6 a 877 firmas
desde 1990. También llama la atención el peso de las
exportaciones manufactureras básicas. Esta actividad
expresa una reconversión de larga data, ya que las ventas
externas de bienes industriales saltaron de 6,2% del total
(1964), al 54% en la última década.
La
gravitación de estas compañías y la presencia de
exportaciones industriales diferencian a Brasil del resto
de la región. Pero esta singularidad no aproxima el
modelo vigente al proteccionismo de posguerra, ni a la
precedente utilización de la renta cafetalera, para un
proceso de industrialización asentado en la sustitución de
importaciones.
Las
multinacionales brasileñas operan con sus socios
internacionales, privilegian las exportaciones y mantienen
un gran retraso tecnológico, no sólo con las economías
centrales, sino también con sus pares de Asia. La
influencia que ha ganado la empresa aeronáutica Embraer es
un caso aislado. En Brasil no se ha desarrollado ningún
sector de inversiones complejas en computación, servicios,
automotores o actividades nucleares. Los gastos de
investigación y desarrollo se ubican por debajo del
promedio de la OCDE e incluso Corea del Sur registra 30
veces más patentes, con un tercio de la población del país
sudamericano.
Esta
limitación obedece, en gran medida, a la creciente
incidencia de las agro–exportaciones,
que en el último período recuperaron primacía en desmedro
de la industria. El
viejo liderazgo en café, jugo de naranja o azúcar, ahora
es complementado por el negocio de la soja y próximamente
del etanol. Si se concreta el millonario programa de
extracción del petróleo descubierto en la costa, este
recurso podría sumarse a la canasta primaria de ventas
externas.
Un
efecto de esta gravitación es la inclinación de los
distintos gobiernos a negociar mayor acceso al mercado agrícola
internacional, a cambio de aperturas importadoras que
afectan a la industria tradicional. Pero otra consecuencia más
devastadora de la euforia generada por el agronegocio es la
destrucción ambiental. La frontera de la soja y de la
ganadería se expande desmontando el Amazonas. Las diez
grandes empresas que propician esta invasión destrozan con
agrotóxicos una monumental reserva de la naturaleza.
Estas
mismas compañías bloquean cualquier intento de avanzar en
la reforma agraria, potencian el éxodo rural y reducen la
tierra cultivable para la alimentación local. También
lucra con estas agresiones el 1,5% de los propietarios
latifundistas, que detenta el 57% de la superficie rural
relevada (en 2003).
Todas las evaluaciones elogiosas del capitalismo brasileño
omiten señalar que los beneficios son acaparados por una
minoría de financistas, ruralistas e industriales. La
reciente decisión de aportar fondos al FMI (por un volumen
de fondos equivalente a un año de auxilios sociales) es
coherente con este apuntalamiento de los poderosos. Para
ascender en la escala global se destina a ese organismo, los
recursos que necesitan los desamparados.
Basta
observar cualquier dato de la realidad social brasileña
para notar la persistencia de una fuerte brecha con
cualquier país del Primer Mundo. No sólo los niveles de
explotación o desigualdad son muy superiores, sino que
persiste una guerra premoderna de las elites contra los
pobres.
El
modelo económico actual mantiene los pilares del
neoliberalismo introducido durante los años 90. Durante ese
período se consumó una convergencia de sectores dominantes
en la decisión compartida de reducir los salarios, achatar
las jubilaciones y privatizar las empresas públicas.
Durante esta etapa los bancos impusieron astronómicas tasas
de interés que condujeron al colapso del endeudamiento público.
Estas
crisis desembocaron, a su vez, en un giro exportador que
reforzó el papel del agronegocio y la incidencia de los
industriales exportadores en el bloque dominante. Por esta
razón se moderaron las privatizaciones, se reordenó la
apertura comercial y se adaptaron las altas tasas de interés
a un nuevo equilibrio vigente en la cúpula del poder.
Aunque Lula ha favorecido a los bancos y a los vendedores de
productos básicos, otorgó lugares privilegiados a la
burguesía industrial, dentro de los límites que permite el pago a los
acreedores.
El
gobierno actual también asoció a la burocracia
sindical a las elites dominantes, en un marco de creciente
asistencialismo a los pobres. Esta política configura un
esquema socioliberal diferenciado del neoliberalismo
precedente, tanto en la ampliación del bloque hegemónico
de los poderosos, cómo en la cooptación de las lideres
obreros provenientes del PT y la CUT. Con esta política, el
neoliberalismo ingresó en una nueva fase.
Este
esquema ha suscitado una verdadera idolatría hacia Lula por
parte del
capital global. Es un error confundir el rechazo cultural
que genera el actual presidente entre ciertas elites, las
rencillas de poder o la enemistad de los medios comunicación,
con el respaldo que el primer mandatario ha logrado entre
las clases dominantes. El gobierno optó por extender el asistencialismo para bloquear la ampliación real de los
derechos sociales y se congració con los poderosos, evitado
el discurso beligerante que caracterizó al viejo
nacionalismo de Vargas, Goulart o Brizola.
Intento neodesarrollista en
Argentina
La
crisis reciente y el alivio posterior siguieron en Argentina
pautas semejantes a Brasil. Pero la recaída ha sido más
llamativa en la economía austral, por el contraste con el
período previo (2003–08) de elevado crecimiento.
Esa
recuperación cerró una década de virulenta cirugía
neoliberal, que incluyó formas extremas privatización,
apertura comercial y flexibilización laboral, con dos picos
de crisis hiper–inflacionaria. El aparato productivo fue
reorganizado en un marco de regresión industrial y
empobrecimiento de la clase media. El crecimiento del último
quinquenio sólo atenuó estos dos flagelos. La pobreza se
ha perpetuado en torno al 30% de la población, en un país
que desconoció esa escala de miseria durante la mayor parte
del siglo XX.
Otro
aspecto de este retroceso ha sido el vuelco hacia la
especialización exportadora liderada por la soja, que ya
acapara el 70% de la tierra cultivable. La amplia gama de
granos y carnes que vendía Argentina ha quedado sustituida
por la mono–producción de un insumo de altísima
rentabilidad, que no contribuye al desenvolvimiento agrícola
integral.
La
pérdida de posiciones económicas se refleja, además, en
la reducida presencia de multinacionales propias. A
diferencia de México o Brasil, este tipo de empresas se
cuenta en Argentina con los dedos de la mano. El
desmantelamiento del viejo tejido industrial centrado en el
mercado interno, no fue seguido por ningún desarrollo de
exportaciones manufactureras.
Pero
lo más distintivo del país ha sido la contundencia de la
reacción popular. La rebelión masiva del 2001–02 provocó
un quebranto institucional, sin ningún parangón en México
o Brasil. Las clases dominantes perdieron la cohesión por
arriba, que han mantenido en estos dos países e incluso
emergió un sector hostil a la estrategia neoliberal.
Estas
peculiaridades explican la introducción de políticas
neo–desarrollistas bajo el mandato de los Kirchner. Estas
orientaciones buscaron recomponer la gravitación de la
burguesía industrial, en desmedro de los bancos y en
conflicto con el agro–negocio. El intento se llevó a cabo
inicialmente, en condiciones internacionales favorables y en
el contexto interno de alta rentabilidad que generó la
mega–devaluación (2001). Con esa política se apuntaló
una recomposición de la autoridad del estado, que suscitó
durante varios años el aval de toda la clase capitalista.
A
diferencia de México y Brasil, esta orientación también
incluyó ciertas concesiones sociales que rompieron la
sucesión de agresiones patronales. Hubo recomposición del
salario formal y recuperación de la capacidad negociadora
de los asalariados. El modelo neodesarrollista implicó un
reconocimiento de este cambio de relaciones de fuerzas con
los oprimidos. Privilegió los subsidios a los capitalistas,
pero también buscó afianzar el manejo estatal de
crecientes porciones de la renta agraria, para atemperar la
presión por abajo. Cuando el modelo perdió fuerza,
irrumpieron las tensiones con el establishment y se desató
una profunda crisis, que permanece irresuelta desde el 2007.
Pero
los Kirchner no se equiparan con Perón. Un verdadero abismo separa las acotadas
concesiones del último período de las enormes conquistas
populares de los años 50. No se ha puesto en práctica ningún
intento serio de redistribuir los ingresos y revertir el
pavoroso crecimiento de la desigualdad social.
El
gobierno argentino
intentó resucitar el industrialismo con cierta protección
arancelaria, aprovechando el escenario creado por el
descalabro del 2001. Pero favoreció más a la cúpula del
empresariado que al grueso de firmas y actuó como abogado
de las grandes compañías que se han internacionalizado
(especialmente Techint). Esta postura fue muy evidente,
cuando los intereses de estas empresas fueron amenazados por
las medidas de estatización adoptadas en Venezuela.
El
neodesarrollismo contemporáneo difiere, además, de su
precedente por la ausencia de grandes proyectos de inversión
pública y por la renuncia a introducir nacionalizaciones en
los sectores claves de la economía. Desenvuelve una política
distinta al socioliberalismo de Brasil, pero se ubica en el
mismo marco de clases dominantes que han sustituido el
modelo burgués nacional por esquemas de exportación y
mayor asociación con el capital transnacional.
El
ensayo neo–desarrollista no pudo revertir la desarticulación
productiva y la enorme dependencia del equipamiento foráneo.
Tampoco recompuso la baja competitividad de la industria y
su alto nivel de extranjerización. Por esta razón ya
muestra signos de agotamiento. El obstáculo más importante
a su continuidad es la predilección que exhiben las clases dominantes por los elevados lucros que ofrece
la primarización. La hostilidad de las elites hacia la política
gubernamental, la salida de capitales, las inversiones en el
exterior y la continuada
venta de grandes empresas a firmas foráneas ilustran el
escaso apego actual de los acaudalados al curso
neodesarrollista.
Este
distanciamiento fue acentuado por todos los desequilibrios
que erosionan a ese modelo. El deterioro del tipo de cambio,
la baja inversión privada, el cuello de botella energético
y la inflación han afianzado la búsqueda de un nuevo
esquema, más asentado en la agroexportación, que podría
implementar el gobierno actual o su reemplazante.
Reformismo
distribucionista
La
política económica en Venezuela, Bolivia y Ecuador difiere
del resto de la región por su cariz reformista. Los tres
gobiernos alineados en el nacionalismo radical enfrentan
serios conflictos con el imperialismo y las clases
dominantes y adoptan medidas tendientes a mejorar el poder
adquisitivo popular, a partir de cierta redistribución del ingreso.
La
crisis global golpeó a estos países con la
misma severidad que a las restantes economías. La caída
inicial de las exportaciones de petróleo afectó a
Venezuela, las dificultades con el gas incidieron sobre
Bolivia y la retracción de las remesas golpeó a Ecuador.
Pero estas adversidades encontraron un límite al promediar
el 2009. En los tres países se adoptaron también ciertas
medidas de protección de los sectores populares, en un
marco de austeridad, que no alteró significativamente la
política económica.
Venezuela
logró altas tasas de crecimiento desde el año 2003 merced
a la bonanza petrolera. Por primera vez en la historia del
país, la clase dominante no ha sido la única beneficiaria
de esa ventaja. Se concretó una importante reducción de la
pobreza (de 62%
en 2003 a 31,5% en 2008) y de la indigencia (de 29% a 9% en
ese período). También disminuyó el analfabetismo y se
amplió la cobertura sanitaria. Además, decayó el
desempleo de 18,4% (2003) a 8,3% (2007). Estos avances se
financiaron con los fuertes incrementos del gasto social (de
170% entre 1998 y 2006), que acompañaron a la ampliación
de los ingresos gubernamentales.
Estas
erogaciones han permitido garantizar el aprovisionamiento de
alimentos, mediante un sistema de distribución estatal a
bajo precio (Mercal) y facilitaron un programa de construcción
de viviendas populares. Pero el principal obstáculo
inmediato que enfrenta esta acción es el descontrol de la
inflación, que promedia porcentajes muy superiores al resto
de la región (23% durante el 2009) y licúa la recomposición
del poder adquisitivo.
La
carestía no obedece sólo al sabotaje de los capitalistas
que desabastecen en los picos de la tensión política.
Tampoco se explica por el desborde de importaciones o el
aumento desproporcionado de la liquidez. Tiene un fundamento
estructural en el escaso aprovisionamiento local de bienes
para satisfacer el aumento del consumo. La única forma
progresista de resolver este cuello de botella es mediante
un sostenido proceso de industrialización.
El
mismo tipo de reformas sociales se ha concretado en Bolivia,
pero en un contexto histórico de atraso y pobreza muy
superiores. Este elevado subdesarrollo (incluso para los parámetros
latinoamericanos) acota el margen de acción para
implementar mejoras sociales. En estas condiciones se ha
utilizado la renta de los hidrocarburos para introducir una
cobertura para los niños, un ingreso para los jubilados y
un subsidio para las mujeres embarazadas.
También
se avanzó significativamente en la reducción del
analfabetismo, la creación de hospitales y la introducción
de coberturas sanitarias, apoyadas con la acción de médicos
cubanos. Con estas medidas la pobreza recién ha comenzado a
disminuir del 68% a 58%, mientras la indigencia bajó del 38
a 31%. La tragedia social de arrastre es gigantesca, en un
país que ha expulsado al exterior a una gran porción de
sus ciudadanos.
Finalmente
en Ecuador, los avances sociales se han concentrado en el
incremento del salario mínimo y el control sobre el trabajo
precario. El país no sólo integra el pelotón de naciones
más rezagadas de la región, sino que soportó, además,
varias crisis financieras de proporciones mayúsculas. Tiene
1,5 millones de exilados económicos y un porcentaje muy
elevado de desempleados. Las mejoras logradas en la
recaudación de impuestos han servido para incrementar los
gastos sociales, extender las coberturas asistenciales y
mejorar la educación y la salud públicas.
Las
medidas adoptadas en los tres países constituyen sólo
moderados puntos de partida para resolver una tragedia
social de largo arrastre. Estas iniciativas son necesarias,
pero no alcanzan para resolver ningún problema estructural
de economías muy periféricas y dependientes. Sin remover
los obstáculos que históricamente han bloqueado el
desenvolvimiento de estas naciones resultará imposible
conseguir avances perdurables para el grueso de la población
Las
acotadas nacionalizaciones
La
nacionalización de distinto de tipo de empresas constituye
una iniciativa central para este tipo de gobiernos. Este
curso se aceleró en Venezuela con traspasos que incluyeron
una siderúrgica (SIDOR), una planta arrocera (de Cargill),
un banco importante (del grupo Santander) y 75 empresas de
servicios petroleros. El estado ingresó en 12 rubros, con
el explícito objetivo de multiplicar el desarrollo
industrial.
Este
curso difiere de la prioridad económica precedente,
exclusivamente centrada en diversificar los mercados de
exportación del petróleo, para superar la atadura al
mercado estadounidense. Con este propósito se apuntaló al
aprovisionamiento de China y se ha buscado introducir una
negociación de los contratos en euros. Pero esas medidas no
resuelven la enorme dependencia de la economía venezolana
del vaivén internacional del precio del crudo. Es sabido
que por debajo de cierta cotización, cualquier modelo que
se ensaye pierde sustento. La baja del promedio del 2008 (86
dólares) a la media del 2009 (56 dólares) provocó un
serio impacto en la economía, que podría traducirse en un
fuerte estancamiento durante el 2010 (previsiones de
crecimiento del 0,5%).
Las nacionalizaciones también difieren de la simple
renegociación de los contratos de extracción del petróleo
con las grandes compañías, que predominó en los últimos
años. Con estas tratativas se logró aumentar las rentas
para el estado, luego de un proceso de intensos conflictos
con varias firmas (especialmente Exxon), que no ha quedado
totalmente zanjado. En este terreno quedan pendientes muchas
definiciones, especialmente en el tratamiento de los nuevos
pozos de crudos extra pesados ubicados en la faja del
Orinoco, cuya comercialización requiere elevadas
inversiones adicionales.
Obviamente
los neoliberales
pegaron el grito en el cielo por una sucesión de
nacionalizaciones que revierte el proceso de
privatizaciones. Los críticos socialdemócratas optaron por
una crítica más elíptica. Sugieren que las estatizaciones
son medidas obsoletas o inviables en manos de los
funcionarios venezolanos. Contrastan su aplicación con la
política de promoción de los negocios privados seguida por
Lula, que es ponderada como un hito de la modernización.
Pero esta visión olvida que las nacionalizaciones son
indispensables para construir una industria moderna con
empleo, en una economía históricamente obstruida por los
derroches de la burguesía rentista. Cuestionar su
introducción equivale a perpetuar el viejo esquema de
despilfarro petrolero, que la clase dominante ha recreado
junto a la hipócrita reivindicación de la iniciativa
privada y el espíritu empresario.
Las
nacionalizaciones enfrentan muchas adversidades de
administración, pero lo que más conspira contra sus
efectos positivos es el pago de las indemnizaciones.
Estos desembolsos no se justifican, especialmente frente
a empresas como SIDOR, que surgieron de cuestionados
procesos de privatización. Estas erogaciones han costado
15.000 millones de dólares, que podrían haber sido
utilizados en la inversión pública.
También
existe una seria indefinición en la forma de gestión. La
burocracia estatal siempre obstruyó el funcionamiento de
las empresas públicas y facilitó el enriquecimiento
privado. Pero ahora se podría introducir el control obrero
y social requerido para optimizar la administración de esas
compañías.
Otra
decisión clave comenzó a implementarse en los últimos
meses, con la intervención en dos bancos (Canarias y Pro
Vivienda), para ampliar el porcentaje de entidades bajo
manejo estatal. Esta presencia es aún minoritaria, pero se
encuentra en franco avance. La estatización afectó a un
magnate estrechamente asociado con el gobierno, que cayó en
desgracia por el destape de grandes desfalcos. Por primera
vez son penalizados los banqueros, que acumularon fortunas
en los últimos años, lucrando con la especulación de los
bonos públicos y el tipo de cambio.
Esta acción podría iniciar un conflicto con la “boliburguesía”,
que emergió en la última década desde la cúspide del
estado. Este sector constituye el principal enemigo interno
del proceso bolivariano. Actúa como segmento privilegiado,
participa activamente del derroche consumista y se ha
integrado al 10% más rico de la población que maneja el
35,2% del PBI. Los derechistas de Miami estiman que la
reciente nacionalización de bancos podría repetir el
camino de la revolución cubana.
Pero
existe un serio problema de prioridades. Las
nacionalizaciones no siguen un plan, ni están sostenidas en
las inversiones energéticas requeridas para su
desenvolvimiento. El gran apagón que sufre el país al
comienzo del nuevo año no sólo obedece a la adversidad
climática, sino a un retraso en la provisión eléctrica
que deteriora a toda la economía.
Los
capitalistas ponen ahora el grito en el cielo, pero jamás
invirtieron un dólar en este terreno y nunca fueron
penalizadas por el gobierno. Al contrario, un contundente
indicador de los beneficios acaparados por los poderosos es
la participación del sector privado en el PBI, que creció
del 64,7% (1998) al 70,9% (2008), mientras que el sector público
decreció del 34,8% a 29,1%. Estos datos revelan que los
recursos públicos se han utilizado para desenvolver
concesiones sociales o subsidiar a los capitalistas, en
pleno estancamiento de la inversión privada.
Esta última parálisis confirma que los acaudalados no están
dispuestos a aportar un sólo un centavo de sus fortunas,
mientras avizoren un horizonte de radicalización. Cuánto más
se prolongue el intento oficial de seducir a este sector,
mayor será la demora en la industrialización, que depende
por completo de la inversión pública. Estos dilemas se
extienden a la agricultura, que continúa proveyendo un
porcentaje muy reducido de los alimentos consumidos en el país.
En
Bolivia las nacionalizaciones son más indispensables y al
mismo tiempo más complejas por el grado de atraso del país.
El manejo estatal de la renta que generan los hidrocarburos
ha sido clave para lograr mejoras sociales, a partir de un
espectacular incremento de 20 % del PBI de los ingresos
gubernamentales. Este aumento es más significativo que el
crecimiento de la economía, a una tasa que supera
ampliamente el promedio de las últimas tres décadas (5,2%
desde el 2006).
El
gobierno ha optado hasta ahora por el proyecto de estatización
más conservador. Aceptó especialmente el pago de
indemnizaciones, en gran parte destinadas a la compra de las
refinerías que manejaba Petrobrás. Quedó a mitad de
camino la iniciativa de realizar una auditoria de las
inversiones privadas sobredimensionadas, se cancelaron
juicios a los viejos administradores y se toleró una mala
gestión de la petrolera estatal, bajo grandes presiones de
las multinacionales.
Estas
vacilaciones convergen con definiciones muy contradictorias
en otros ámbitos. Por un lado se han dispuesto medidas de
nacionalización (con indemnizaciones) de las
telecomunicaciones y los ferrocarriles. Por otra parte,
continúa la política de fuertes concesiones al capital
privado en la minería. En este sector los impuestos son
bajos y persiste el proyecto de privatizar el rico
yacimiento de El Mutún.
También existe una convocatoria al capital extranjero para
explotar los recursos petroleros del Amazonas. El argumento
oficial destaca que ese camino permitirá contrapesar el
poder económico que tiene la derecha, con el desarrollo de
los recursos naturales de otras regiones. Pero esta política
conduciría a fortalecer otro polo capitalista, que no
resultará más afín a un proyecto popular por su carácter
foráneo. La historia de Bolivia desmiente en forma categórica
esta ilusión. La erradicación del atraso exige desenvolver
un proceso racional de nacionalizaciones, en lugar de
alentar competencias entre grupos dominantes por el
usufructo del modelo extractivo.
Las
mismas señales contradictorias se verifican en el decisivo
terreno agrario. Los últimos proyectos han fijado el máximo
de los predios en 5000 o 10000 hectáreas, en lugar de las
50.000 actuales. Pero no se limitaría el uso de tierras
ociosas en manos del estado, ni se afectaría la enorme
concentración en manos de terratenientes extranjeros. Estos
sectores controlan el 66% de tierras y han consumado un
generalizado desmonte para plantar soja, que ya es la
segunda exportación de Bolivia. Sólo cien familias manejan
este lucrativo negocio, en un país que tiene el 87% de la
tierra en manos del 7% de población.
Las
definiciones adoptadas en Ecuador se ubican por el momento
en un terreno más básico. En ningún sector se han puesto
en marcha el tipo de nacionalizaciones que se introdujeron
en Venezuela y Bolivia. Se realizó, en cambio, una
importante auditoria de la deuda, por parte de una comisión
especialmente designada para investigar las operaciones ilegítimas.
Esta evaluación confirmó, que el país desembolsó varias
veces el monto total de su deuda, a través de distintos
fraudes.
La
auditoria fue seguida por un canje de la deuda aceptado por
el 91% de los acreedores. La revisión de los pasivos
constituye la principal diferencia de esta transacción con
la encarada por otras administraciones (como el canje
argentino del 2005). Pero el gobierno decidió
posteriormente limitar las impugnaciones de otros contratos.
Esta restricción es coherente con la ausencia de
transformaciones económicas significativas en la estructura
capitalista. Se mantienen las privatizaciones y opera un
gabinete con representantes directos del agronegocio y la
gran minería. Al eludir un curso de estatización, también
subsiste la estrategia de insertar al país como localidad
de tránsito de las materias primas que fluyen entre Brasil
y Asia.
La
continuidad de la petro–dependencia y del modelo
extractivo ha desatado fuertes conflictos con el movimiento
indígena. Por un lado, el gobierno promueve la protección
del medio ambiente, mediante un proyecto de resignar las
explotaciones en la selva, a cambio de cierta compensación
internacional. Pero al mismo tiempo se ha convocado a una
licitación internacional, para extraer los recursos
naturales de esa zona.
Este
llamado supone avanzar en la minería de cielo abierto,
vulnerando las restricciones de la nueva constitución. Por
esta razón estalló un duro conflicto con los movimientos
sociales, que incluyó una terrible secuela de represión.
Este precedente ilustra las terribles consecuencias de
preservar el rumbo capitalista.
Economista,
Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de
Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz
Esta
evaluación continúa nuestro primer análisis: Katz
Claudio, “América
Latina frente a la crisis global”, Crisis capitalista,
economía, política y movimiento, Espacio Crítico
Ediciones, Bogotá, 2009.
Mientras
que en Estados Unidos la crisis se prolongó hasta 1939,
en la mayor parte de América Latina concluyó en
1932–35. Maira Luis, “¿Cómo afectará la crisis la
integración regional?”, Nueva Sociedad, n 224,
noviembre–diciembre 2009.
Esta
evaluación presenta Ocampo José Antonio, “La crisis
económica global”, Nueva Sociedad n 224,
noviembre–diciembre 2009.
Rojas Aravena Francisco, “Siete efectos políticos de
la crisis internacional en América Latina”, Nueva
Sociedad n 224, noviembre–diciembre 2009. Fazio Hugo,
“Las grandes crisis latinoamericanas de los últimos
15 años”, La explosión de la crisis global, LOM,
Santiago, 2009. También Página 12, 8–12–09
La Nación, 11–11–09, 6–9–09.
CEPAL
Informe, 15–7–09, La Nación, 22–11–09
La Nación, 6–9–09, Página 12, 26–12–09.
Pochman Marcio. “El país de los desiguales”. Le
Monde Diplo, diciembre 2007.
CEPAL, “Panorama de la inserción internacional de América
Latina y el Caribe”, 10–12–2009, Santiago de
Chile. También La Nación, 11–11–09.
Esta
tesis plantea Arriazu Ricardo, “América Latina logró
ser menos vulnerable”, Clarín, 21–9–09. También
Sturzenegger Federico, en Página 12, 2–2–08.
CEPAL, “Panorama de la inserción internacional de América
Latina y el Caribe”, 10–12–2009, Santiago de
Chile. Una reivindicación más apologética de este
modelo plantea Castro Jorge, “Los países exportadores
de alimentos adquieren mayor relevancia”, Clarín,
6–9–09.
Dos criticas contundentes a este modelo plantean Acosta
Alberto, “Los gobiernos progresistas no han puesto en
tela de juicio la validez del modelo extractivista”.
10–9
2009 www.ecoportal.net/content/view/full/88404.
Gudynas
Eduardo, “Inserción internacional y desarrollo
latinoamericano”, Observatorio de la Globalización, n
7, diciembre 2009.
Esta
políticas es detallada por Saxe Fernández John, ¿“América
Latina: reserva estratégica de Estados Unidos”?, OSAL
n 25, abril 2009. Delgado Ramos, “América Latina como
reserva minera”, Memoria 238, octubre–noviembre
2009.
Hemos analizado este tema en Katz Claudio,
El rediseño de América Latina, ALCA, MERCOSUR y ALBA,
Ediciones Luxemburg, Buenos Aires, 2006.
Hemos desarrollado esta visión para el caso argentino
en Katz Claudio, “Burguesías imaginarias y
existentes”, Enfoques Alternativos, n 21, febrero
2004, Buenos Aires.
Es la tesis de Frenkel Roberto, Rapeti Martín, “La
crisis mundial desde la perspectiva de los países en
desarrollo”, Nueva Sociedad n 224,
noviembre–diciembre 2009.
Un
detallado informe presentan Nemiña Pablo, “El nuevo
FMI”, Página 12, 20–9–09, Wesibrot Mark,
“Jubilar al FMI”, Página 12, 7–5–09.
Un
ejemplo en Bresser Pereira Luiz Carlos, “Globalizacao
e competicao”, Folha de Sao Paulo, 2,11.09
Un
contundente balance de este esquema presenta Valle Baeza
Alejandro, “México, del estancamiento a la crisis”,razonyre2.razonyrevolucion.org/index.php,
mayo 2009.
Ver también: Blanke Svenja. “México: una crisis
sin (grandes respuestas)”, Nueva Sociedad n 224,
noviembre–diciembre 2009.
Este proceso es detallado por Colmenares Francisco,
“Saldos de la crisis económica y del petróleo”,
OSAL 26, 2009. Saxe Fernández John. “PEMEX: tejiendo
su democratización”. La Jornada, 14–2–08.
Un análisis del impacto de la actual eclosión en
comparación con las precedentes brinda: Buenos Fabio,
“¿Por qué a economía brasileña nao foi atingida
ate agora pela crise?”, 30–8–09.alainet.org/active
Informe completo en The Economist, “Special report on
business and finance in Brasil”, november. 14th
2009. También Castro Jorge, “Las transnacionales
brasileñas descuentan el respaldo de Lula”, Clarín,
31–5–09.
Esta
errónea comparación plantea Skaf Paulo, “La
experiencia brasileña”, Página 12 28–6–09.
The
Economist (Special Brasil), Bonilha Patricia, “A
atuacao desintegraora do BNDES na Anérica do Sul”,
Brasil do Fato, 15–12–09
Telles Mello José Alfredo, “Alianza do goberno com o
agronegocio impulsiona desmatamiento”, Correio da
ciudadanía 31–1–08.
En 2008 la policía de Río mató a una de cada 23
personas que se resistieron a ser detenidas, mientras
que en Estados Unidos este indicador se ubica en una de
cada 37.000 detenciones. Con un discurso jurídico que
naturaliza la muerte, la policía tiene carta
blanca para limpiar las ciudades, proteger a los ricos y
librar a los desposeídos a su propia suerte, en la
selva que impera en las favelas. Malaguti Batista Vera, “Rio virou um laboratorio de técnicas
genocidas”, Correio da Ciudadanía, 6–11–09. Lima
Rocha Bruno, “El capitalismo salvaje y la guerra
urbana en Rio de Janeiro”.radioinformaremosmexico.wordpress.com,
30–10– 2009.
Esta acertada tesis plantea: Boito Jr Armando, “As
relacoes de classe na nova fase do neoliberalismo no
Brasil”, Sujetos sociales y nuevas formas de protesta
en la historia reciente de América Latina, CLACSO,
Buenos Aires, 2006.
Rodríguez
de Almeida, “Nacional burgués e nacional popular em
tempos de ufanismo neodesenvolvimentista”www.brasildefato.com.br/
25/11/2009
Hemos analizado estos temas en Katz Claudio, “El
giro de la economía argentina”, Anuario EDI, n 3, año
2007, Katz Claudio
“Coyuntura, modelo y distribución”, Anuario EDI, n
2, año 2006, Buenos Aires.
Un
análisis en Sanmartino Jorge, “Crisis acumulación y
forma de estado en la Argentina post–liberal”.lahistoriadeldia.wordpress.com/
3–12– 2009.
Weisbrot Mark, Sandoval Luís, “La economía
venezolana en tiempos de Chávez”, CEPR, Washington,
julio 2007.
Rosero
Andrés. “El proceso político en perspectiva”,correosemanal.blogspot.com,
30–1– 2008.
Este
problema es analizado por Toussaint Eric, “La route de
l´histoire: tourné au Venezuela, en Equateur et en
Bolivie”, Inprecor n 553–554, septembre–octobre
2009.
Natanson José, “¿Chavizaqué?”, Página
12,1–6–09.
Guerrero Modesto, “Estatizaciones complicadas”, Página12,
11–3–09.
Ocando Casto, “La ofensiva de los banqueros, una purga
política del chavismo”, El Nuevo Heraldo,
10–12–09. También Ambito Financiero, “Los boligárcas”,
“No crece la clase media”, 13–2–07. Olivera
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R Victor, “La transformación del modelo productivo
venezolano”,31–3–2008
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La economía bajo el gobierno de Morales”, Centro de
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Soliz Rada Andrés, “La integración fraudulenta”,
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Restivo Nestor. “Inquietud de los argentinos con
fuertes inversiones en soja”. Clarín 2009
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Zibechi Raúl, “Socialismo o represión”, La
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