Latinoamérica IV
Contraofensiva imperial
Por
Claudio KatzEnviado por el autor, 10/01/10
Resumen: Estados Unidos reactiva la IV Flota y erige
nuevas bases en Colombia para desactivar el ALBA y amenazar
a las administraciones poco confiables. Es evidente que el
golpe de Honduras hubiera abortado rápidamente sin el
auspicio de la embajada norteamericana. Obama utiliza una diplomacia
de buenos modales para enmascarar la continuidad de la política
imperialista.
El
pretexto del narcotráfico ha perdido credibilidad para justificar la militarización de la región. La complicidad
de los bancos con este negocio es tan inocultable, cómo su
utilización para financiar mercenarios. Pero el caso de México
ilustra el poder logrado por una narcoburguesía local que
debilita al estado y disgrega la vida social. También Uribe
recurre al argumento de las drogas para promover una
presencia de los marines, que ha sido avalada por muchos
gobiernos de UNASUR.
La
escuálida clase dominante hondureña no toleró un tenue
ensayo de reformas y ahora busca imponer una situación de
hecho. Su acción confirma que el golpismo no es una
reliquia del pasado. Los derechistas se han envalentonado,
especialmente en los países tradicionalmente manejados por dictaduras vandálicas.
Este clima incentiva las tentaciones destituyentes en Paraguay y el recrudecimiento de la represión contra
las comunidades indígenas de Perú y el sindicalismo
independiente de México.
Los
medios de comunicación se han convertido en el principal
canal de las campañas reaccionarias. Exigen impunidad para
manipular la información, perpetuar la difusión asimétrica
de noticias e imponer la agenda política de los gobiernos.
Aunque nadie los elige, fijan estas prioridades mientras
despotrican contra las movilizaciones populares.
Los
ideólogos conservadores nunca aplican sus criterios
republicanos para juzgar a los presidentes afines. Resucitan
el elitismo, desprecian a las masas y endiosan la inversión
externa. Actualmente buscan azuzar los reflejos
conservadores de las clases medias, para generar
confrontaciones con otros sectores empobrecidos. Pero la
derecha perdió la iniciativa que tenía en los años 90 y
sus operativos enfrentan serios límites.
Latinoamérica
IV: contraofensiva imperial
La derecha y el imperialismo han puesto en marcha varias
acciones para recuperar preeminencia, con operaciones diseñadas
en el cuartel general del norte. Estados Unidos encabeza
esta reacción con intimidaciones militares hacia una región,
que ha experimentado todo tipo de expediciones coloniales.
El puntapié de la nueva campaña es la reactivación de la
IV Flota, que el Comando Sur estableció en Miami desde el
abandono del canal de Panamá. Ese centro monitorea una
vasta red de instalaciones, que aseguran cobertura aérea y
marítima para cualquier incursión eventual de los marines.
El
garrote con buenos modales
La estrategia en marcha se asienta en las nuevas bases
militares de Colombia, que supervisan el rearme de los ejércitos
títeres y la recreación de operaciones secretas inspiradas
en las viejas técnicas de la guerra fría. Estas acciones
forman parte de un diseño global, que ha reproducido en
Afganistán las formas de intervención ensayadas con el
Plan Colombia.
Algunos analistas relativizan el peligro de las bases
montadas en ese país. Estiman que Estados Unidos jerarquiza
la atención de otros frentes y que la burguesía colombiana
está demasiado ocupada en manejar sus negocios o controlar
la actividad del profesionalizado ejército local.
Esta tranquilizadora mirada combina ceguera e ingenuidad,
en el desconocimiento de las prioridades bélicas del
imperialismo norteamericano. Bastar recordar el prontuario
de secuestros, torturas y salvajismos que acumulan sus discípulos
de Colombia, para notar cuán absurdo es el retrato de esos
gendarmes cómo pulcros servidores de la patria.
El cordón militar que está erigiendo el Pentágono
apunta en lo inmediato a erosionar el ALBA y a hostigar a
los gobiernos de Venezuela, Ecuador y Bolivia. También
pretende enviar mensajes de amenaza a las administraciones
poco confiables de Guatemala o El Salvador y al presidente
adverso de Nicaragua. Con la fortificación de todo el
flanco sur se busca, además, completar un cerco de
militarización en torno a México. Es obvio que la
cobertura aérea de largo alcance está dirigida a ejercer
un control de todo el Amazonas, sin consultas con Brasil.
El golpe de Honduras ha sido un episodio clave de esta
arremetida, ya que sin el auspicio de la embajada
norteamericana habría abortado antes de cobrar forma. La
asonada contó con el evidente sostén de generales
apadrinados por el Pentágono y empresas estadounidenses,
que controlan la economía del pequeño país. Cortando
significativamente las visas o bloqueando las remesas, el
Departamento de Estado habría desecho el golpe en pocos
minutos.
Obama
desplegó un gran cinismo para justificar esa inacción
(“nos critican cuándo intervenimos y cuándo no
intervenimos”) e hizo la vista gorda durante todo el
tiempo requerido, para asegurar la estabilización del
golpe. Utilizó un doble discurso de rechazo formal y sostén
práctico de los derechistas e hizo lo imposible para
obligar a Zelaya a legitimar su propia destitución,
mediante un plan de recuperación irrisorio (y de pocas
horas) de su cargo.
Existe
un intenso debate
sobre cuál ha sido la responsabilidad directa de Obama en
el operativo golpista. Algunos analistas subrayan su total
connivencia (Golinger, Petras), otros destacan que fue
prisionero de una acción manejada por los republicanos (Wallerstein).
Ciertos enfoques remarcan que se ha buscado condicionar su
gestión (Almeyra) o atarla a los grandes poderes que rodean
la Casa Blanca (Borón).
Con
el tiempo se develará la trama secreta de la conjura y el
papel jugado por Obama. Pero es evidente que el primer
mandatario cubrió el manejo de la conspiración por parte
de su embajada, mientras su principal funcionaria (Hillary
Clinton) canalizaba todas las presiones planteadas por los
republicanos para sostener el golpe.
Cualquiera
haya sido su inclinación inicial y los determinantes de su
conducta (especialmente el deterioro de situación en
Afganistán e Irak), es indudable que Obama terminó
convalidando una típica agresión colonial. Esta postura
desmintió todas sus convocatorias a erigir una “nueva época”
en las relaciones de Estados Unidos con la región.
Con
lo ocurrido en Honduras concluyó el corto idilio de
mensajes amistosos y resurgieron las presiones descaradas
del Departamento de Estado. Este organismo ya exigió una
contundente alineación de América Latina contra Irán y
todos los demonizados gobiernos de mundo árabe.
En
realidad, Obama retoma una diplomacia de buenos modales para
implementar el uso del garrote, en un contexto muy distinto
al imperante durante la era Bush. Debutó con una hipócrita
postura de humildad y una retórica conciliatoria que eludía
definiciones. Aceptó la decisión de la OEA de anular
varias restricciones obsoletas contra Cuba, pero no levantó
el embargo. Tampoco modificó la política de agresión
contra Venezuela.
Pero
el test de Honduras ha servido para ilustrar su rápido
acomodamiento a los mandatos generales de la política
exterior estadounidense. Este amoldamiento vuelve a
confirmar que los republicanos y los demócratas representan
dos versiones de una misma política imperial de la primera
potencia.
Obama
ha retomado el multilaterialismo liberal, que sus
antecesores Roosevelt y Carter ya utilizaron para
reorganizar la supremacía estadounidense sobre América
Latina, en dos circunstancias críticas (la depresión del
30 y la derrota de Vietnam). Esta misma función pretende
cumplir ahora el sucesor de Bush. Su acción está guiada
por un intervencionismo solapado, destinado a recrear el
liderazgo hegemónico.
Militarización
y narcotráfico
Estados
Unidos continúa justificando su militarización de la región
con el pretexto del narcotráfico. Esta cobertura ya acumula
varias décadas y ha perdido credibilidad. Comenzó con
Reagan en 1986, fue redoblada con la invasión Panamá
(1989) y finalmente consolidada con el Plan Colombia (2000).
Pero ya resulta obvio, que la intervención de los gendarmes
sólo conduce periódicas mudanzas de plantaciones y centros
de distribución de un país a otro.
Este
reciclado obedece a la persistente demanda de drogas por
compradores del Norte, especialmente en las localidades que
no despenalizan el consumo. Pero también opera la asociación
directa que tienen distintos sectores del propio poder
estadounidense, con un negocio excepcionalmente lucrativo.
La complicidad de los grandes bancos con el lavado de dinero
es ya un dato inocultable.
Los
multimillonarios ingresos que genera el tráfico son, además,
utilizados por el propio aparato militar norteamericano para
financiar operaciones ocultas y mantener ejércitos de
mercenarios. El cultivo de heroína ha resurgido, por
ejemplo, durante la reciente invasión a Afganistán, con la
misma intensidad que los estupefacientes florecen en todas
las localidades militarizadas de México.
Pero las monumentales ganancias que genera el tráfico
dieron también lugar a una enriquecida una narco–burguesía,
que impone formas de administración territorial. Un sector
de origen marginal, que adiestra su propio ejército de
pandillas ha logrado comprometer a amplios segmentos de la
burocracia y las fuerzas armadas.
En varios países las clases dominantes coexisten con esta
lúmpen–burguesía, cuándo despliega el terror contra las
protestas populares o cuándo desenvuelve funciones filantrópicas
para blanquear el dinero sucio. Pero el crecimiento
desmedido de este grupo rompe la cohesión del estado y
provoca una disgregación permanente de la vida social. En
estas circunstancias se multiplican las tensiones y se
afianza la militarización.
La
experiencia ha demostrado que la respuesta bélica sólo
desparrama sangre, encendiendo una irrefrenable escalada de
violencia. Mientras que el número de asesinatos alcanza
cifras pavorosas en México, el Departamento de Estado
tiende a oficializar este clima de guerra con propósitos
intervencionistas. La medios de comunicación
estadounidenses ya le colgaron a su vecino la carátula de
“estado fallido” y auspician un despliegue de gendarmes
no sólo en la frontera, sino también dentro del territorio
azteca.
Pero
el mayor epicentro de esta violencia continúa localizado en
Colombia, donde existen tres millones de desplazados y
permanentes descubrimientos de cuerpos descuartizadas en
fosas comunes. Estas tragedias son utilizadas por Uribe para
justificar la instalación de bases norteamericanas,
olvidando que el arribo de estas tropas no ha modificado el
clima de terror imperante en el país. El principal líder
continental de la reacción desenvuelve un discurso
esquizofrénico. Por un lado se declarara victorioso en la
batalla contra las drogas y por otra parte convoca a los
marines, para impedir el incontenible avance ese flagelo.
Es
obvio que Uribe actúa bajo mandato directo del Pentágono.
Ya permitió que los invasores tomen el control directo de
los aeropuertos y del espacio radioeléctrico y les ha
otorgado plena inmunidad, para encubrir las incursiones que
realizan los paramiliares en las zonas fronterizas.
Las
nuevas bases norteamericanas no han sido instaladas para
contener el narcotráfico, sino para aumentar la presión
agresiva sobre Venezuela y Ecuador. Reiteradamente Uribe ha
intentado involucrar a ambos países en falsas denuncias de
complicidad con las drogas. La tensión que ha creado no
expresa “conflictos de seguridad” por “disputas de
soberanía, poder local o legitimidad interior”.
Esta
interpretación –asentada en un falso objetivismo
neutralista– oculta que Colombia prepara agresiones, con
propósitos reaccionarios y por mandato del imperialismo
norteamericano. Toda la red de organismos de la CIA (como la
Nacional Endowment for Democracy y el USAID) está operando
a pleno, en la financiación de acciones contra gobiernos,
movimientos o personalidades antiimperialistas.
Lo
más preocupante de esta arremetida es la convalidación
diplomática que ha logrado Uribe. Primero forjó un frente
derechista con sus colegas de México y Perú y luego forzó
la resignada aprobación de las bases de los gobiernos
centroizquierdistas de Brasil y Argentina. Con el argumento
de “salvar la continuidad” del nuevo organismo regional
(UNASUR), estas administraciones neutralizaron las voces de
repudio (Venezuela, Bolivia y Ecuador) y avalaron la
presencia de los tropas del Pentágono.
Golpismo
y desestabilización
El
zarpazo de Honduras confirma la gravedad de la
contraofensiva reaccionaria en todo el continente. Demuestra
que el golpismo no es una reliquia del pasado, sino un
recurso que preserva con formalismos institucionales las
anacrónicas asonadas militares.
Las
justificaciones expuestas para destituir a Zelaya fueron
totalmente absurdas. La consulta impulsada por el presidente
derrocado para un eventual cambio de la Constitución no
violaba ninguna ley. Al contrario, abría un camino cierta
democratización, para un país sometido al bipartidismo
oligárquico. La escuálida clase dominante no le perdonó
al mandatario desplazado su tenue ensayo reformista de
aumentos salariales, control de las importaciones y rupturas
del monopolio petrolero.
En
Honduras se reeditó el mismo tipo de golpismo que fracasó
en Venezuela (2002) y Bolivia (2007). Pero incluyó
situaciones más grotescas, cómo secuestrar a un presidente
en piyama y difundir un texto de renuncia inexistente. Se
está tanteado la introducción de “dictaduras
posbananeras”, que el imperialismo y la derecha ambicionan
para varios países. El objetivo es imponer situaciones de
hecho, una vez superada la adversa reacción diplomática
internacional, sabiendo que la viabilidad de las nuevas
tiranías depende de la resistencia interior.
Hasta
ahora sólo lograron consumar este operativo en forma
provisoria. Concretaron elecciones amañadas en un marco de
elevada abstención, pero juegan al “aguante”. Si logran
perdurar en el gobierno, inclinarán la balanza
internacional a su favor, especialmente entre los numerosos
presidentes latinoamericanos, que siempre navegan por dónde
sopla el viento.
El
golpe ha envalentonado a otros los derechistas, que tienen
en la mira a los gobiernos de Guatemala, El Salvador o
Nicaragua. Las elites dominantes no toleran
cambios mínimos, en
países históricamente manejados por dictaduras vandálicas.
Están acostumbrados a reaccionar en forma brutal ante
cualquier alteración del status quo.
Otro
candidato a sufrir el mismo acoso es el presidente Lugo de
Paraguay. Desde hace meses padece una sucesión de
intimidaciones macartistas, que pueden desembocar en un
juicio político. Aunque gobierna con un equipo neoliberal y
mantiene ejercicios militares con el Pentágono, enfureció
al establishment con tibias medidas de reforma (proyecto de
impuesto a la renta personal, restitución de la gratuidad
del hospital público, vacunación,
catastro de propiedades agrícolas).
Lugo
ha pospuesto la reforma agraria, en un país dónde el 85%
de las tierras cultivables se encuentran en manos del 2,5%
de población. Pero los conservadores no están dispuestos a
tolerar ningún retoque de esa estructura oligárquica. Ya
impusieron el retiro del vicepresidente del gobierno y
propician un clima destituyente, mediante insistentes campañas
en torno a la corrupción, la inseguridad y la inmoralidad
publica.
La
estrategia agresiva que ha puesto en marcha la derecha
latinoamericana se apoya en dos gobiernos claves: Perú y México.
En el primer país, Alan
García otorgó cobertura las tropas norteamericanas para
ejercicios en distintos puntos del territorio. Además, tuvo
su bautismo de fuego en la batalla contra las comunidades
indígenas del Amazonas, que resistieron el ingreso de las
petroleras y la privatización de los bosques.
Esa
expropiación de tierras es
una exigencia del tratado de Libre Comercio firmado con
Estados Unidos. Pero la arremetida chocó con la combativa
respuesta de pobladores, que frenaron el atropello con
huelgas y movilizaciones a un costo de treinta muertos.
En
México, Calderón despliega agresiones de todo tipo. Su última
embestida incluyó
la clausura de la compañía de Luz y Fuerza Central, con el
fin de aniquilar un bastión de sindicalismo independiente.
Recurrió a una ocupación de gendarmes, que emula las
formas de presión inauguradas por Thatcher y Reagan.
Pero
esta arremetida enfrenta la decidida resistencia de los
trabajadores, en un marco de creciente desgaste del partido
gobernante PAN. Esta vertiente asumió la administración
del país, con la ambición de sustituir la prologada primacía
que mantuvo el PRI durante varias décadas. Pero al cabo de
nueve años de incontables fracasos y desprestigios, esa
expectativa tiende a diluirse.
Instrumentos e ideología
Los
medios de comunicación se han convertido en el principal
canal de propagación de las campañas reaccionarias. Los
neoliberales ya no esgrimen tanto las desprestigiadas
banderas de la apertura comercial, la desregulación laboral
o las privatizaciones. Su principal
estandarte es la “libertad de prensa”, que
identifican con la impunidad de los grandes diarios o las
emisoras para manipular la información.
Este
hábito presenta en la actualidad ribetes escandalosos.
Mientras que en Honduras reina la censura, el
encarcelamiento de periodistas y el cierre de señales
independientes, la prensa regional se dedica a demonizar
cualquier incidente menor de Venezuela, Bolivia o Ecuador.
Los magnates del periodismo le han puesto la cruz a todos
los gobiernos que intentan democratizar la información,
cancelando licencias irregulares o acotando el monopolio
privado de los noticieros.
La
asimetría en la difusión de las noticias adopta formas
groseras. Las estrellas del periodismo convencional operan
como un poder supremo, que define mediante el formato de la
cobertura la agenda de cada día. Exigen la renuncia de
funcionarios, despliegan lobbies a favor o en contra de
individuos previamente seleccionados, actúan cómo
inquisidores y adoptan la pose de los afamados.
Sus
comentarios son repetidos por auditorios masivos y
propagados con más intensidad que la opinión de cualquier
político. Nadie elige a estos nuevos sacerdotes que no
justifican sus puntos de vista, ni se someten al debate público
de ideas. Sus atributos son inmensos. Fijan los temas del
Parlamento, determinan las prioridades de la acción pública
y hasta precipitan las decisiones cotidianas de muchos
presidentes.
Los
medios de comunicación operan, en la actualidad, cómo el
principal canal de transmisión de la ideología conservadora. Desde
ese púlpito, la derecha despotrica contra los “excesos
populistas”, que observan en las movilizaciones populares
o en el ejercicio frecuente de los derechos electorales.
Este tipo de participación eriza la piel de los
intelectuales liberales, que sólo valoran la pasiva
convalidación del orden vigente.
La
hipocresía de los argumentos derechistas es particularmente
visible en el despliegue de criterios republicanos para
cuestionar la reelección de Chávez y justificar al mismo tiempo la perpetuación
presidencial de Uribe. Cualquier teoría viene bien, si es
funcional a una gestión reaccionaria.
Cuándo
se agotan los razonamientos para aprobar las conveniencias
del momento, los conservadores invocan otra justificación más
elitista: la necesidad de superar las taras culturales de la
población latinoamericana. Este retraso mental es
principalmente situado en la escasa adaptación a las reglas
competitivas del capitalismo.
Pero
el debut de la crisis global también ha brindado a los
derechistas la oportunidad para retomar su convocatoria a
fuertes ajustes, que alentarían la llegada de los capitales
externos. Las viejas tonterías de los años 90 han vuelto a
circular, especialmente en los momentos de mayor pánico
financiero. En esas circunstancias reaparecen los llamados a
cumplir con todos los deberes requeridos “para ser
elegidos por las corrientes mundiales de inversión”.
Pero
este postulado tiene menor asidero empírico, que cualquier
otra creencia neoliberal. Las inclinaciones de los
inversores están orientadas por patrones de rentabilidad,
que no guardan correspondencia directa con la fe conservadora de cada gobierno. No es la ideología
de Lula o Calderón, lo que orienta actualmente el mayor
flujo de fondos hacia Brasil, en comparación con México.
Existen múltiples causas en la determinación del rédito
que prometen los negocios en cada coyuntura y país.
Las campañas derechistas simplemente machacan una y otra
vez sobre ciertos lugares comunes, para reactivar los
proyectos de libre–comercio, privatización o
flexibilización laboral. Con estas convocatorias intentan
recrear los reflejos conservadores de grandes segmentos de
las clases medias. Azuzar esta reacción para generar
confrontaciones con sectores más empobrecidos es un
objetivo central de la clase capitalista.
Pero esta polarización es un arma de doble filo, ya que
también precipita desengaños y furias contra los
manipuladores. El comportamiento cambiante de los sectores
medios es una variable que frecuentemente escapa, a quiénes
diseñan las políticas antipopulares.
Conviene
no perder de vista que la derecha está embarcada en una
contraofensiva, para doblegar las rebeliones y los
movimientos sociales de la última década. No encabeza
iniciativas frontales como en los años 90 y enfrenta límites
mucho mayores que en ese período.
Los
reaccionarios que avanzaron en Honduras durante el 2009
fracasaron en varios intentos de mayor envergadura en el
hemisferio sur (Venezuela, Bolivia y Ecuador). Sus gobiernos
más emblemáticos atraviesan por situaciones críticas (México,
Perú) y en la región centroamericana persiste una situación
contradictoria. La derecha obtuvo victorias electorales en
ciertos países (Panamá), pero perdió la presidencia de
dos países claves (El Salvador, Nicaragua). El resultado
general de la arremetida reaccionaria es una incógnita aún
irresuelta.
Latinoamérica V
El peculiar ascenso de Brasil
Por Claudio Katz
Enviado por el autor, 10/01/10
Resumen: La
relevancia geopolítica de Brasil aumenta, pero su liderazgo
tiene un costo que suscita tensiones en las clases
dominantes. Esta primacía exige el rearme, operativos
subimperiales en Haití
y exhibiciones de fuerza para asegurar el usufructo local de
las riquezas del Amazonas.
Las
aspiraciones hegemónicas se asemejan a las ambiciones
regionales de otras economías intermedias del planeta. Pero
Brasil carece de arsenales atómicos y no tiene experiencia
en funciones militares foráneas. Se encuentra,
por ahora, al margen del selecto club de las potencias que
definen rumbos a escala global. Igualmente, se ha despojado
de cualquier resabio de su vieja condición semicolonial y
negocia cuotas de poder con
Estados Unidos, a partir de coincidencias económicas.
Las opciones en juego son capitalistas y no favorecen a las
clases oprimidas. Lula consolidó una estabilización
burguesa basada en la desmovilización y la despolitización.
Desenvuelve un esquema socioliberal
dentro del espectro de la centroizquierda. La atención
puesta en los planes sociales distingue este curso de las
orientaciones derechistas. Pero esas coberturas enfrentan límites
de financiación y demandas populares de trabajo genuino.
A
diferencia de Brasil, los múltiples conflictos que sacuden
a la Argentina no se han atenuado. El país arrastra un
intenso legado de rebeliones populares, ante dominadores y
funcionarios que no logran cohesionar su acción. En Uruguay prevalece la misma desmovilización que en Brasil,
pero el temor a un retorno de la derecha condujo a renovar
el mandato de la centroizquierda.
Es engañoso utilizar este calificativo para la concertación
chilena, que se ha desgastado en la gestión de una herencia
pinochetista de privatizaciones y librecomercio. De la
decepción con el progresismo no emergen, en general,
tendencias nítidas de sustitución.
Latinoamérica V: el peculiar ascenso de Brasil
Durante
el último año quedó reafirmada la relevancia geopolítica
de Brasil, que para muchos analistas ya constituye una
potencia emergente. Esta influencia tiene incluso
expresiones simbólicas,
cómo la obtención de la sede para organizar el Mundial de
Fútbol (2014) y los juegos olímpicos (2016).
Existe
un abismo entre la incidencia de Itamaraty y cualquier otro
país latinoamericano en los conflictos regionales. Esta
supremacía es ampliamente reconocida por su rival
tradicional de Argentina. Las elites de este país aceptan
un acompañamiento subordinado a las decisiones estratégicas
que adopta Brasil.
Pero
ejercer ese liderazgo tiene un precio, que no están
dispuestos a solventar todos los sectores de la clase
dominante brasileña. Obliga a ciertas concesiones económicas
en el corto plazo para asegurar la hegemonía posterior, que
suscitan fuertes tensiones internas. Las controversias
generadas por los precios de importación del gas boliviano
y de la hidroelectricidad paraguaya son dos ejemplos
recientes de esos conflictos.
Ventajas
y límites
Las
elites brasileñas saben que el poderío
militar es un ingrediente indispensable, para reforzar
el liderazgo sudamericano. Por eso Lula suscribió un
acuerdo de aprovisionamiento bélico con Francia y aumentó
un 50% el presupuesto militar desde el 2003. De paso,
clausuró cualquier investigación de los crímenes
cometidos por las Fuerzas Armadas, durante las últimas
dictaduras. También ha concretado grandes compras aviones
para vigilar la frontera.
Pero
lo más conflicto sería una eventual revisión del tratado
de No Proliferación de Armas Nucleares, firmado en los años
80 bajo presión norteamericana. Esta carta se mantiene en
reserva y existe poca disposición del establishment a
revertir esa decisión. Pero la discusión del tema permite
negociar el ambicionado asiento en el Consejo de Seguridad
de la ONU, que las grandes potencias no le conceden a
Brasil.
El
país ya ha pasado su primera prueba de acción subimperial
en Haití. Los
militares brasileños comandan las fuerzas de ocupación (MINUSTAH),
que mantienen el orden policial en la empobrecida isla. El
costo de esta custodia supera toda la asistencia brindada y
prometida a los haitianos, en infinitas conferencias
internacionales.
En
los últimos cinco años, las tropas han garantizado la
continuidad de la opresión que sufren los habitantes de los
barrios degradados, los obreros explotados de las
maquiladoras y los campesinos que huyen hacia República
Dominicana. En cambio, su labor no ha servido para evitar
los centenares de muertos que dejaron los últimos
huracanes. Los militares sólo cumplen funciones de
intimidación de las protestas sociales, actuando como
guardianes de un neoprotectorado.
Las
clases dominantes del principal país sudamericano necesitan
reforzar sus exhibiciones de fuerza, si quieren mantener
bajo custodia las riquezas del Amazonas, en la mira de los
marines afincados en Colombia. Las bases en ese país
conspiran contra el proyecto brasileño de gestar un Consejo
de Defensa bajo su mando, a través de UNASUR. Lula intentó
recortar el alcance de las instalaciones norteamericanas,
pero terminó aceptado el hecho consumado que impuso el Pentágono.
En
esta partida se juega quién manejará los cuantiosos
recursos naturales que rodean a la mayor selva del planeta.
El presidente actual dejó claramente establecidas sus
prioridades en estas disputas, al entregar 67,4 millones de
hectáreas del Amazonas a las latifundistas, que ocuparon
predios en forma ilegal. En la distribución de las tierras
usurpadas, los dominadores brasileños no quieren ninguna
competencia extranjera.
Brasil
aspira a ejercer una hegemonía regional, siguiendo el mismo
sendero que recorren otras economías intermedias en
ascenso. Pero carece de arsenales atómicos y de experiencia
en funciones militares foráneas de gran alcance. Por eso
mantiene una posición relegada, en comparación al papel
que juegan Rusia
o China. Algunos autores estiman que comparte esta
diferencia con India y otros subrayan la semejanza con Sudáfrica.
Al igual que estos dos casos, la creciente gravitación económica
e incidencia geopolítica de un país, no alcanza para
situarlo en el selecto club de potencias que definen el
orden global.
Es
evidente que el perfil de Brasil dependerá de la relación
que mantenga con Estados Unidos. La subordinación que
predominó durante la mayor parte del siglo XX comenzó a
modificarse con el desarrollo industrial de los años 60.
Durante ese período se afianzó una diplomacia autónoma, más
propia de país intermedio que de un socio auxiliar de la
primera potencia. En los años 80 Brasil volvió a alinearse
con Estados Unidos (y coqueteó con la aceptación del
ALCA), pero desde el 2000 reafirmó su política de
independencia desde la plataforma del MERCOSUR.
Este
rumbo se consolidó en el último lustro, con la convalidación
del desarrollo nuclear de Irán y la adopción de una
actitud más equidistante frente a Israel. Brasil se ofrece
como mediador en Medio Oriente y mantiene serias diferencias
con las potencias centrales en la agenda ambiental. Pero
sobre todo es evidente su intención de ocupar los
espacios abiertos por la crisis de dominación
estadounidense.
Este
objetivo sólo conduce por el momento a una redistribución
de roles, en la coordinación
hegemónica con el poder norteamericano. Brasil mantiene un
diálogo aparte con el gigante del norte e intenta realzar
su papel de arbitro (y no de protagonista), en las zonas más
calientes del planeta. No quiere remover los estrechos vínculos forjados
con Estados Unidos durante la guerra fría.
Negociación
del liderazo
A
diferencia de otros BRICs, Brasil también ha compartido
muchos cursos económicos globales con varios gobiernos
norteamericanos. Como exportador de materias primas es un
ferviente partidario del libre comercio y en las
negociaciones de la OMC ha roto frecuentemente el bloque de
los países emergentes, para buscar arreglos bilaterales con
las economías avanzadas. Tiene una economía más
transnacionalizada e integrada al circuito de las empresas
globales que Rusia o la India. Además, desenvuelve los
biocombustibles en la misma dirección que Estados Unidos y
apuesta a compartir un liderazgo en esta área.
Algunos
autores estiman que el país se encuentra ante la
disyuntiva de
profundizar su condición periférica (mediante la
primarización exportadora y la subordinación a Estados
Unidos), o transitar un camino de liderazgo regional propio
(con políticas de prioridad industrial). Consideran que el
primer camino transformará a Brasil en una periferia de
lujo (cómo en otros tiempos fue Argentina), mientras que el
segundo lo guiará hacia el sitial que logró Canadá.
Esta
visión parte del cuestionable supuesto, que cada clase
dominante elige su inserción predilecta en el mercado
mundial. No aclara por qué razón la mayoría termina
optando por el sendero de los perdedores. Además, en la
trayectoria histórica reivindicada aparecen ciertas
contradicciones, ya que Canadá terminó ubicado en el lugar
elogiado cómo abastecedor de materias primas y socio político
incondicional de Estados Unidos. No siguió el rumbo
propuesto de industrialización autónoma e independencia
diplomática.
En
la actualidad Brasil está muy lejos del
pelotón de lideres mundiales, pero ya no mantiene ningún
rasgo de su vieja condición
altamente dependiente. Para
formular un diagnóstico más acertado del lugar que ocupa
en el escenario internacional es necesario registrar este
hecho. Las categorías
contemporáneas de semiperiferia y subimperialismo son muy
útiles para avanzar hacia una caracterización correcta.
La
discusión en boga sobre el futuro de Brasil gira en torno a
opciones capitalistas, que definirán ventajas y desventajas
para distintos grupos dominantes. No se dirimen mejoras para
al conjunto de la nación, ni menos aún para sus clases
oprimidas. Es importante reconocer este dato, para situar
cualquier análisis en sus justos términos.
El
programa socioliberal de Lula canaliza el curso burgués que
ha predominado. Por esta razón bloquea conquistas sociales
en las ciudades y reformas agrarias en el campo. Ha
provocado la reversión de un largo proceso de organización
obrera en torno al PT, facilitando la desmovilización y la
despolitización de los movimientos populares. El principal
instrumento de esta acción ha sido una red de clientelismo,
montada en torno a los planes asistenciales.
La
estabilización capitalista de Brasil se explica en gran
medida, por su escasa participación en el ciclo de
rebeliones que conmovió al resto del continente. El sistema
político elástico que tiene el país volvió a absorber
varios tipos de crisis, sin grandes rupturas. También quedó
nuevamente neutralizada la resistencia popular, como ya
ocurrió en las dos conmociones anteriores de mayor alcance
(1984 y 1992). En esta oportunidad ha cumplido un papel
decisivo la cooptación de la burocracia obrera y la
manipulación conservadora de los sentimientos populares.
Dos
cursos de centroizquierda
El
perfil socio–liberal de Lula forma parte del espectro
general de los gobiernos de centroizquierda. Estas
administraciones se diferencian de la derecha por mantener
una relación ambigua con Estados Unidos, mientras toleran
conquistas democráticas y bloquean las mejoras populares.
Los
gobiernos de este tipo han sido favorecidos por el
crecimiento económico del último quinquenio y pudieron
absorber el cimbronazo de la crisis global. Atenuaron el
impacto de esta eclosión con socorros a los empresarios y
jerarquizaron el despliegue asistencial, para contrarrestar
las resistencias populares.
La
atención puesta en los planes sociales distingue a estas
administraciones de sus pares derechistas y les ha permitido
preservar cierta estabilidad política, sin modificar las
desigualdades sociales. Si se reabre la crisis global será
muy difícil continuar con esta política de contención. El
asistencialismo se ha financiado con la tajada obtenida por
los estados de la apreciación que tuvieron las materias
primas.
La
red de coberturas contribuyó a introducir un colchón en las tensiones sociales y facilitó la dominación de los
acaudalados, sin recurrir al uso sistemático de la
violencia que caracteriza a la derecha. Pero estos auxilios
no sólo chocan con límites de financiamiento. También
afrontan la insatisfacción de los sujetos sociales, que
demandan trabajo bien remunerado y no dádivas del estado.
Por
otra parte, los principales gobiernos de centroizquierda han
cumplido una función clave en la contención política de
Venezuela, Bolivia y Ecuador. Muchos analistas omiten este
papel, al evaluar positivamente la acción de esas
administraciones frente a la contraofensiva imperial. En los
hechos, la capacidad para detener esta embestida ha sido muy
reducida. Colombia reafirmó la instalación de las bases
norteamericanas y el golpismo se recicló en Honduras, sin
prestar mucha atención al disgusto de los presidentes
progresistas
Esta
franja de mandatarios cumplió una función mediadora en
Centroamérica para obstruir la resistencia popular.
Ejercieron una influencia permanente sobre Zelaya, buscando
moderar sus reacciones y lo indujeron a aceptar las
negociaciones manejadas por Hillary Clinton, Arias y la OEA.
Este camino disuadió la estrategia de confrontación que
promovían los movimientos sociales hondureños.
Los
gobiernos de centroizquierda comparten estrategias internas
semejantes y una alineación diplomática convergente, pero
enfrentan situaciones nacionales muy diferentes.
Especialmente llamativo es el contraste de la experiencia
brasileña y argentina. Mientras que Lula logró consolidar
su orientación socioliberal, los Kirchner han enfrentado un
sobresalto tras otro. Esta asimetría obedece a marcadas
diferencias en el nivel de la acción popular.
El
legado de la rebelión popular del 2001 ha obligado a
gobernar en Argentina con un ojo siempre puesto en la reacción
de los oprimidos. Esta tensión acentúa la falta de cohesión
histórica de las clases dominantes y la escasa gravitación
estabilizadora de los funcionarios públicos. A pesar de la
reconstitución de la autoridad estatal y del sostenido
crecimiento económico, los Kirchner no han podido mantener
la aprobación que lograron en el período 2003–2007. Se
desgastaron en una confrontación con la derecha, que capturó
a la clase media y rechazaron toda aproximación con los
movimientos sociales.
En
un país dónde la vida política se dirime en las calles,
no se vislumbra aún quién ha quedado mejor parado. Al
concluir el 2009 la derecha perdió capacidad de
convocatoria y el gobierno demostró que tiene reservas para
recuperar la iniciativa y fijar la agenda política. Pero se
apoya en las arcaicas estructuras del Justicialismo y la
burocracia sindical y no restablece la sintonía inicial que
tuvo con los principales grupos capitalistas. Tampoco
resucita la simpatía popular, en un momento de fuerte
reaparición de los sindicatos y los movimientos sociales
independientes.
Los
sinsabores del progresismo
El
gobierno centroizquierdista de Uruguay ha exhibido más
parecidos con su colega brasileño, que con sus vecinos del
Río de la Plata. Indujo la misma desmovilización que
propicio Lula, adelantando pagos al FMI, autorizando la
depredación forestal, permitiendo la contaminación de
empresas forestales y el avance foráneo en el monocultivo
de la soja. También generó frustraciones en el plano
democrático, mediante el veto a la despenalización del
aborto y la falta de compromiso del Frente Amplio con la
campaña para anular la ley amnistía a los represores de la
dictadura.
Pero
es cierto también que en los últimos años se obtuvieron
algunos logros parciales en materia de empleo, recuperación
salarial y atenuación de la pobreza. Estas mejoras fueron
suficientes para resucitar una reacción popular, frente a
la tenebrosa perspectiva de una victoria electoral
derechista. En esta resistencia se ha sustentado la renovación
del mandato centroizquierdista.
El
nuevo presidente Mugica sustituye la vieja cultura
institucionalista de la clase media por una retórica
plebeya, que sintoniza con el empobrecimiento del país.
Probablemente este cambio generó la identificación
afectiva que facilitó la recuperación electoral del Frente
Amplio. Lo que no ha cambiado es la emigración y el
envejecimiento, que rodea a una sociedad estancada por la
continuidad de un modelo que primariza y recicla la pobreza.
Esta
regresión ha sido ignorada por todas las congratulaciones
que expresó el establishment sudamericano con la “cultura
cívica”, la “continuidad institucional” y
la “opinión pública independiente” de Uruguay. Estos
elogios sólo ilustran la sensación de satisfacción que
exhiben los dominadores con la continuidad de un status quo,
que perpetúa los privilegios de una minoría y los
padecimientos de la mayoría.
Resulta
finalmente engañoso utilizar el calificativo de
centroizquierda, para el gobierno de la concertación
chilena. El apelativo sólo distingue en este caso, a la
administración de las últimas dos décadas de sus
adversarios explícitamente alineados con el legado
pinochetista. Sin embargo, en los hechos la política
seguida por Bachelet tiene muchos puntos de contacto con el
neoliberalismo conservador.
Administró
una herencia de la dictadura, que incluye la preservación
de la Constitución de 1980 y un sistema electoral binominal,
destinado a bloquear la representación proporcional. También
mantuvo el librecomercio, la mercantilización de la educación
y la privatización de las jubilaciones. Esta política ha
conducido a situar al país, en el podio de los 15 naciones
con peor distribución del ingreso del planeta.
En
la primera vuelta de las recientes elecciones se registró
un importante avance de la derecha, que por primera vez en
vez en 20 años ha quedado muy cerca de la presidencia. Su
candidato es un empresario encumbrado por el marketing
electoral. Este ascenso se apoya, a su vez, en una clase
media conservadora forjada durante el pinochetismo, que le
ha marcado el paso a todos los gobiernos de la concertación.
Esta
coalición se ha desgastado y sufrió una implosión de
varias fracciones, que intuyen la necesidad de renovar el
libreto. Pero también crece la insatisfacción por abajo,
la resistencia social de docentes, estudiantes secundarios,
mineros y mapuches,
en un marco de cierta recomposición de la izquierda.
De conjunto las administraciones de centroizquierda han
defraudado las expectativas que acompañaron su aparición.
No concretaron las reformas sociales prometidas y actuaron
al servicio de las clases dominantes. Pero esta frustración
no se traduce en resultados uniformes de renacimiento de la
derecha o consolidación de alternativas de izquierda. Hasta
ahora predominan resultados muy variados, que no definen una
tendencia general.
Latinoamérica VI
De la reforma a la revolución
Por Claudio Katz
Enviado por el autor, 10/01/10
Resumen:
Los gobiernos reformistas
de Sudamérica lograron contundentes victorias electorales,
en conflicto con los poderosos y desmintiendo todos los pronósticos
de desplome. Pueden avanzar hacia rupturas revolucionarias o
consolidar el capitalismo de estado.
Estas
dos perspectivas antagónicas implican, profundizar o
bloquear el protagonismo popular en Venezuela. Suponen
adoptar decisiones socialistas o erigir el “capitalismo
andino–amazónico” en Bolivia y concretar las
concesiones a las transnacionales o llevar a la práctica
las conquistas de la nueva Constitución en Ecuador. Estas
mismas ambivalencias se han verificado también en Honduras,
en actitudes de conciliación o confrontación frente al
golpismo.
Los
desenlaces serán influidos por luchas sociales, que en la
última década contribuyeron a contrapesar las derrotas en
que se asienta el neoliberalismo. Durante el 2008–09 no se
repitieron las revueltas generalizadas, pero hubo
levantamientos contra el ajuste (Guadalupe y Martinica),
resistencias contra la privatización (Perú),
movilizaciones en defensa del salario y el empleo (México,
Argentina). Lo más significativo fue la
sorprendente resistencia casi
insurreccional
contra el golpe en Honduras.
Este contexto reanima las discusiones en la izquierda, en
torno al modelo neodesarrollista. Su defensa no conduce a
forjar una sociedad igualitaria, sino que desemboca en la
estabilización conservadora y la pérdida de credibilidad
popular. Pero no basta con la simple declamación de
ideales. Se requiere una política de acumulación de
fuerzas.
Es importante desenvolver una estrategia de radicalización
para transformar la
esperanza de cambios en una realidad de conquistas, que abra
las compuertas para el socialismo del siglo XXI. Este
proyecto involucra un novedoso alcance regional y exige
combinar desarrollos productivos, protección ambiental y
mejoras sustanciales del nivel de vida.
Latinoamérica VI: de la reforma a la revolución
Durante
el 2009 los gobiernos reformistas de Sudamérica ganaron la
partida. Se afianzaron en batallas contra la derecha,
sostenidas en la movilización popular. Los intentos
golpistas del Oriente boliviano fueron demolidos, la agresión
ensayada por Colombia contra Ecuador fue neutralizada y las
campañas destituyentes no prosperaron en Venezuela.
Logros
y desafíos
A
principio del año Chávez logró una nueva victoria
electoral, que incluyó la recuperación de los votantes que
se abstuvieron en el comicio anterior. Con este triunfo el
oficialismo acumuló desde 1988 quince éxitos electorales y
varios récords en la reducción de la abstención. También
Correa consiguió aplastar a sus adversarios en las urnas.
Obtuvo cinco victorias sucesivas desde el 2006 y conquistó
plena mayoría en 20 de las 24 provincias.
Pero
el dato más llamativo ha sido la victoria Evo. Derrotó
primero en la calle la sublevación fascista de Pando,
neutralizó luego las maniobras en el Parlamento para
distorsionar las leyes electorales y finalmente arrasó en
los comicios. Es el primer presidente del convulsionado
Altiplano que logra triunfos sucesivos, mejorando su votación
anterior e imponiendo una representación abrumadora en las
dos cámaras. Le arrebató varios bastiones a la oposición
en localidades que habían sostenido al golpismo y conquistó
el apoyo de la clase media que rechazaba su figura.
Los
resultados alcanzados por los tres gobiernos reformistas
desmienten los pronósticos de desplome que difundió el
establishment, confundiendo sus propios deseos con la
realidad. La intervención activa de las masas permitió,
hasta ahora, remontar las conspiraciones de la derecha.
Algunos
cínicos afirman que este tipo de afianzamiento es
compartido en la región por administraciones de todos los
colores políticos. Señalan que el oficialismo de cualquier
vertiente cuenta con mayores recursos que la oposición,
para renovar su manejo del poder. Pero si esa capacidad para
reciclarse desde arriba fuera tan imbatible, no habría
lugar para la alternancia de los partidos.
Esa
caracterización iguala, además, en forma errónea a todos
los presidentes, cómo si fuera lo mismo actuar al servicio
de los poderosos, que gobernar en conflicto con el verdadero
poder. Mientras que todas las presidencias derechistas y
centroizquierdistas sintonizan con los dueños de la economía,
en Venezuela y Bolivia (y en menor medida en
Ecuador) predomina una tensión constante con la
clase capitalista.
Esos
tres gobiernos han desarrollado, además, una estrategia
regional antiimperialista en torno al
ALBA, que surgió como proyecto de intercambio comercial
solidario opuesto al ALCA y diferenciado del MERCOSUR. Pero
se ha consolidado como una referencia radical, alejada de la
convergencia que ensaya la centroizquierda con el FMI y el G
20.
El
nuevo eje geopolítico forjado junto a Cuba incluye, además,
a ciertos gobiernos centroamericanos y es sostenido por
numerosos movimientos sociales. Esta configuración potencia
la autoridad del ALBA y su política de respuestas frontales
a la contraofensiva derechista. Ante el golpe de Honduras y
la militarización de Colombia, este alineamiento formuló
una denuncia contundente de la complicidad estadounidense.
Propuso también iniciativas de acción concretas
(congelamiento de las relaciones con Colombia, denuncia de
los pactos militares), que fueron bloqueadas por los
restantes mandatarios de UNASUR.
El
ALBA ha trabajado en varios proyectos para erigir una
arquitectura financiera regional autónoma, con mecanismos
de protección frente a la crisis. Promueve una moneda
regional (Sucre) para comenzar a emancipar a la región de
la dependencia del dólar. También propone la inmediata
puesta en marcha del Banco del Sur, contra las dilaciones
que impuso Brasil (para evitar la aparición de una entidad
rival del BNDES). Aunque Lula aceptó ciertos criterios de
funcionamiento igualitario para ese Banco ha limitado su
financiación. También obstaculiza su desenvolvimiento para
proyectos cooperativos, comunitarios y sociales o su acción
como precedente de un fondo de estabilización monetaria de
toda la zona.
El
ALBA ha intentado sortear esta oposición creando su propio
banco. En la última cumbre de este organismo (octubre
pasado) se acordó, avanzar en un sistema monetario de
intercambio y en nuevos tratados comerciales, asentados en
una empresa común de exportación e importación.
Estas
iniciativas confirman el perfil diferenciado de gobiernos
reformistas, orientados a la asociación con Cuba. Durante
el 2009 la isla fue duramente afectada por la crisis global
(caída del turismo, reducción del precio del níquel,
menor demanda de cigarros) y una fuerte secuencia de
huracanes, que acentuó las dificultades de la producción
alimenticia. La solidaridad de Venezuela en el suministro de
petróleo ha contribuido decisivamente a situar estos
impactos, muy lejos del dramatismo vivido en 1992–94.
Congelamiento
o radicalización
El afianzamiento de un polo radical acentúa las
disyuntivas que enfrentan esos procesos. Los gobiernos
antiimperialistas pueden avanzar hacia rupturas
revolucionarias o consolidar la estabilización del
capitalismo de estado. Estas dos perspectivas antagónicas
están simbolizados en la historia latinoamericana por el
curso seguido por las revoluciones cubana y mexicana.
En el primer caso se consumó una acelerada evolución
socialista, que permitió desenvolver profundas
transformaciones y mejorar significativamente (durante un
largo período inicial) el nivel de vida popular. En el
segundo país prevaleció el congelamiento de las reformas y
la creación de una nueva capa de opresores desde la cúspide
del estado.
Los pasos necesarios para recrear el avance cubano y evitar
la regresión mexicana no se están adoptando en ninguno de
los tres países sudamericanos. En Venezuela, las
confrontaciones recientes con la derecha (ley educativa,
medios de comunicación, nacionalizaciones) se implementaron
sin crear los mecanismos requeridos para profundizar el
protagonismo popular y la democratización política. El
control desde arriba del partido oficialista PSUV, la
manipulación de dirigentes y los obstáculos al control
obrero ilustran estas restricciones.
Estos problemas fueron abiertamente planteados a mitad de año,
en un importante encuentro de las vertientes de izquierda
del proceso bolivariano. En ese cónclave se cuestionó la
falta de respuestas a las demandas de los movimientos
sociales, los manejos verticales en el aparato estatal y el
papel de los asesores ministeriales carentes de compromiso
revolucionario. También se resaltó el fracaso de la
audiencia de los medios de comunicación públicos, las
indefiniciones del socialismo del siglo XXI y la continuada
desigualdad social. La reducida tolerancia inicial a estas
objeciones fue posteriormente reemplazada por un
reconocimiento implícito de este llamado de atención.
En
Bolivia se ha creado un contexto muy propicio para
introducir el giro revolucionario. El aplastamiento de la
escala putchista durante el 2008 y la espectacular victoria
electoral del 2009 han abierto todos los espacios para
gestar este avance. Impera una situación radicalmente
inversa a la existente durante el último ensayo reformista
de 1985, cuándo la vanguardia minera fue derrotada por la
derecha. Sin embargo, hasta ahora no hay indicios de
aprovechamiento de este repliegue de la reacción, para
comenzar la remoción del capitalismo.
La
primera condición para avanzar por este camino es
profundizar las transformaciones sociales. Este rumbo es
abiertamente rechazado por quienes atribuyen el
afianzamiento de Evo a las concesiones otorgadas a la
oposición en el Parlamento. No registran que la clave de
los logros actuales fue la dinámica inversa de
movilizaciones, que desgastaron a la derecha y forjaron una
alianza de los oprimidos de la ciudad y el campo.
El
gran problema actual son los instrumentos para continuar
esta acción. El partido oficialista MAS permitió
conquistar una nueva Constitución, que ahora debe
reglamentarse. Pero cada vez existen más síntomas de
mutación de esa organización, que surgió de los
sindicatos en lucha y ahora aglutina a pequeños
propietarios rurales y urbanos, articulados en torno a una
capa de funcionarios.
Es
evidente, además, que el gran obstáculo para comenzar una
transición al socialismo es la convicción en este
horizonte. Por un lado se multiplican los llamados oficiales
a forjar esa sociedad, pero al mismo tiempo persiste la
estrategia de erigir el “capitalismo andino–amazónico”.
Este proyecto es irrealizable en la forma en que fue
concebido. Un proceso de acumulación local estrechamente
conectado con el mercado mundial no es compatible con las
modalidades de equidad de la estructura indígena. El
desarrollo capitalista tiende a ensanchar las brechas
sociales y a corroer esa vieja conformación. Sólo un
proceso socialista podría asimilar ese legado,
desenvolviendo un proceso de industrialización que reduzca
en forma progresiva la desigualdad.
Los mismos dilemas se procesan en Ecuador, a la hora de
evaluar los nuevos pasos de la “revolución ciudadana”.
Los tres años de este cambio han permitido logros
sustanciales, que se sintetizan en el texto de la nueva
Constitución. Esta carta incluye el carácter plurinacional
del estado, prohibe a los financistas el manejo de los
medios de comunicación, introduce la revocatoria de los
mandatos, limita la especulación con el endeudamiento público
e impide la socialización estatal de las deudas privadas.
Pero
en el ejercicio del gobierno se adoptan medidas que chocan
con estas normas. El ejemplo más contundente de esta
contradicción ha sido el aval oficial a inversiones
transnacionales destinadas a explotar los recursos
naturales. Esta decisión suscitó un violento choque con el
movimiento indigenista. También el decreto presidencial que
otorga a las misiones católicas atributos de evangelización,
viola la separación de la iglesia y el estado que establece
la Constitución. El trasfondo de estas tensiones es la
composición de un gobierno que propone ideas radicales,
pero opera con funcionarios comprometidos con los intereses
del capital.
Estas
ambivalencias del nacionalismo radical se han verificado
también en Honduras. La inesperada transformación de un
gobernante clásico como Zelaya en participe del eje
latinoamericano antiimperialista fue un contundente ejemplo
del enorme impacto continental, que ha generado la
existencia del ALBA.
La
aceptación de las ofertas petroleras venezolanas desencadenó
conflictos con Shell y Texaco, que indujeron al golpe de
estado. Pero el giro de Zelaya no respondió sólo a un estímulo
exterior. Estuvo directamente influido por el fuerte
predicamento que lograron los movimientos sociales, al cabo
de una férrea lucha contra el TLC y la depredación que
realizan las transnacionales.
No
es la primera vez en la historia latinoamericana que un
presidente o líder militar radicaliza su acción, en un
choque con la oligarquía o el imperialismo. Ya ocurrió en
Santo Domingo (Camaño), en Perú (Velazco Alvarado) o en
Bolivia (Juan José Torres). Pero también existen mayores
precedentes de vacilaciones, compromisos con las clases
dominantes y frustraciones de la resistencia popular. Zelaya
ha oscilado entre ambos antecedentes.
Por
un lado se mantuvo firme en la denuncia de la dictadura, en
medidas de acción (como el retorno al país) y en el
llamado a la insurrección. Por otra parte, pospuso varias
veces ese regreso y se sumó al juego de distracciones y
maniobras dilatorias que manejó Hillary Clinton. En esta
oscilación llegó a aceptar
un acuerdo que avalaba el fraudulento proceso electoral, a
cambio de retomar
formalmente la presidencia por poco tiempo. Estas
vacilaciones debilitaron la heroica resistencia popular
contra el golpe y facilitaron las maniobras que realizó la
dictadura para sortear el aislamiento diplomático
internacional.
Resistencias
y rebeliones
Los desenlaces políticos de América
Latina dependen principalmente de los resultados que
alcancen las luchas sociales. Estas acciones contribuyeron,
especialmente en Bolivia, Ecuador, Venezuela y Argentina, a
revertir la secuencia de derrotas populares en que se
asienta el neoliberalismo.
En esos países se registraron
levantamientos que enarbolaron reclamos coincidentes de
anulación de las privatizaciones, nacionalización de los
recursos naturales y democratización de la vida política.
Esas demandas se mantienen como ejes centrales de la
resistencia popular. Esta
lucha combina actualmente novedosas formas de protagonismo
social (indígenas, jóvenes, mujeres) con una acumulación
de las experiencias procesadas
durante todo el siglo XX.
En
la coyuntura del 2008–09 no se han repetido las revueltas
generalizadas de los años anteriores. Frente al shock
creado por la crisis financiera global predominó una reacción
acotada, afín al tipo de respuestas observadas en otros
puntos del planeta. Además, los gobiernos latinoamericanos
recurrieron con celeridad a fuertes gastos públicos, para
evitar la reiteración de las sublevaciones que suscitaron
los quebrantos bancarios y el caos inflacionario de
1999–2003.
Durante
el año se registraron igualmente algunas acciones populares
de envergadura frente al ajuste inicial que desató la
crisis. Los levantamientos que conmovieron a dos islas
del Caribe (Guadalupe y Martinica) fueron muy
representativos de esta reacción. Pero en general, la lucha
social no tuvo un detonante único, ni respondió
directamente a la eclosión global. Un cúmulo de
motivaciones desencadenó estos movimientos.
En
Perú, los indígenas doblegaron con una extraordinaria
resistencia el intento gubernamental de confiscar tierras.
En otros países resurgieron las movilizaciones sociales de
los asalariados. Unas
200 marchas se concretaron en la ciudad de México y
otras 440 conmovieron a Buenos Aires. La batalla de los
electricistas en el primer caso y de los obreros de la
alimentación o el subte en el segundo, sacudieron la vida
social de estas capitales. La furibunda ira que transmiten
las crónicas derechistas es un termómetro del impacto que
han suscitado estas acciones entre los opresores.
Pero
la mayor sorpresa del año ha sido la resistencia casi
insurreccional que presentaron los oprimidos de Honduras al
golpe derechista.
Esta reacción no estaba en los cálculos de nadie, ni era
esperada en un país que operó durante décadas como
plataforma centroamericana del imperialismo. Basta observar
el balance de la represión para notar cuán heroica ha sido
esta lucha. Hasta
ahora se computan 21 asesinatos, 4000 casos de violaciones
de derechos humanos y 120 presos políticos, rigurosamente
ocultados por todos los voceros de la “prensa
libre”.
Durante
100 días de batalla contra el golpe, la respuesta popular
alcanzó picos de polarización política y confrontación
social que situaron esa rebelión en un plano próximo a los
cuatro levantamientos sudamericanos de la última década.
La Coordinadora Nacional de la Resistencia se convirtió en
un centro organizador de esta acción, a partir del gran
protagonismo que tuvieron los sectores sociales de
vanguardia de la docencia, el campesinado y los sindicatos
clasistas.
Planteos
estratégicos
En
este marco de reacciones
populares muy variadas pero persistentes, las discusiones de
proyectos políticos de la izquierda han recuperado interés.
La batalla frontal contra las administraciones derechistas y
pronorteamericanas de Uribe, Calderón o Alan García es una
coincidente prioridad. Pero este acuerdo no se extiende a
otros terrenos.
Muchos
pensadores sostienen que existe una sola línea divisoria en
la zona, que separa a la derecha de los restantes gobiernos.
Colocan a Lula y a Chávez en un terreno común y distinguen
únicamente a los defensores del libre comercio de los
partidarios de la integración regional. Convocan a
desenvolver políticas comunes de regulación del capital
financiero y promoción del mercado interno. Este enfoque
cuestiona las iniciativas autónomas de los movimientos
sociales que afectan a los gobiernos de centroizquierda,
estimando que favorecen a la derecha. Esta postura también
considera inexorable apostar a algún sendero de capitalismo
más benévolo.
Pero
con esta actitud se termina justificando las medidas que
relegan las demandas populares, a favor de beneficios que
reciben los dominadores. Este curso prevalece actualmente en
Brasil, Argentina o Uruguay y se basa en priorizar los
subsidios a las empresas a cualquier mejora de los salarios.
Esta visión postula, además, una falsa disyuntiva entre
el amoldamiento al status quo y la aceptación de
restauraciones conservadoras más adversas. Olvida que la
elección entre lo malo y lo peor sólo conduce al
desencanto y a la pérdida de credibilidad popular. Cuándo
los sectores más esperanzados observan esta ausencia de
alternativas frente a la creciente desigualdad se
desmoralizan y toman distancia de la acción política.
En
muchas ocasiones este escepticismo es la principal causa del
retorno electoral de la derecha. Frente a la primacía de
distintas variantes de un mismo patrón dominante, no
sorprende que los derechistas consecuentes atraigan más
votantes, que sus imitadores social–liberales. Este sostén
de los conservadores se ha convertido en una vía de sanción
al incumplimiento de las promesas de cambios pausados. Una
involución de este tipo se vislumbra actualmente en Chile.
La
resignación ante el status quo también conduce a otro
resultado: la estabilización conservadora de gobiernos
centroizquerdistas, que se verifica en Brasil. Esta
administración desenvuelve una política exterior más autónoma,
pero es completamente ajena al nacionalismo popular, que
históricamente combinó en América Latina acciones
antiimperialistas, mejoras sociales y fuerte participación
de las masas.
Ciertos
autores no registran ningún inconveniente serio en la
“buena administración del capitalismo” que desenvuelve
Lula. Consideran que este manejo motiva el despechado
resentimiento de la derecha, en un marco de bajo nivel de
conciencia de los oprimidos.
Pero
una acertada gestión del capitalismo solo es auspiciosa
para los poderosos y genera invariables tormentos para los
trabajadores. Los asalariados no generan los padecimientos
que soportan, ni son culpables de sus elecciones políticas.
Esta responsabilidad recae sobre los dirigentes,
funcionarios e ideólogos, que justifican la perpetuación
de la dominación burguesa, atraídos por las rencillas políticas
del momento. Ciertamente Lula proviene del campo popular y
sus adversarios actuales del riñón de la burguesía, pero
también Obama se forjó en la adversidad racial y ahora
sostiene sin ningún remordimiento al estado imperial.
Ciertos
analistas suelen presentar el curso centroizquierdista
sudamericano como un beneficio internacional para los
gobiernos radicales de Venezuela, Bolivia o Ecuador. Pero
olvidan que las alianzas diplomáticas establecidas por los
presidentes “progresistas” con estas administraciones
apuntan a reforzar negocios de distintos grupos dominantes y
a bloquear la radicalización de los procesos más avanzados
de la región. En lugar de favorecer rupturas
anticapitalistas apuntalan a las “boliburguesías” de
cada país.
En
el pasado, esta estrategia era justificada como un desvío
necesario para arribar al socialismo por un camino de etapas
prolongadas. Pero en la actualidad este argumento sólo
aparece en forma ocasional, ya que se ha tornado
intuitivamente insostenible. Salta a la vista que la promoción
neodesarrollista del capitalismo, no guarda ninguna relación
con la construcción de una sociedad igualitaria.
La
aprobación acrítica de los gobiernos de centroizquierda
frecuentemente suscita en la región, reacciones simétricas
de cuestionamiento ciego a todas las administraciones, cómo
si fueran equivalentes. En estos casos se objeta la política
de Lula o Kirchner, con el mismo parámetro que se enjuicia
a Chávez, Evo o Correa. Todos los mandatarios quedan
ubicados en un mismo campo burgués, al ser denunciados cómo
variantes de este sistema de dominación.
Esta visión es claramente dogmática. Ignora las
diferencias cualitativas que separan un ensayo reformista de
la simple perpetuación del orden vigente. Tampoco registra
la importancia de las confrontaciones que oponen a los
gobiernos radicales con el imperialismo. Este tipo de choque
ha sido históricamente el motor de los procesos
revolucionarios en América Latina. Desconocer esta dinámica
conduce al aislamiento, la impotencia y la incapacidad para
fusionar la acción militante con la experiencia de las
masas, para desenvolver la conciencia socialista.
Las
posturas dogmáticas son estériles, ya que desvalorizan las
mediaciones requeridas para lograr el objetivo socialista.
En los casos más extremos se alinean con la derecha por
simple repetición de los argumentos elitistas o por
abstención ante las confrontaciones en juego. Un ejemplo de
este neutralismo son las posturas de neutralidad en las
batallas electorales contra la oligarquía de Venezuela,
Ecuador o Bolivia.
Las
reelecciones presidenciales –que han estado a veces en el
centro de estas confrontaciones– han sido habitualmente
cuestionadas con los mismos argumentos de derecha liberal.
Se objeta la prorroga de los mandatos, cómo si fuera un
principio constitucional intocable y de mayor gravitación
que la participación popular en un choque con las fuerzas
reaccionarias.
Una
reformulación socialista
Es
importante diferenciar a los gobiernos radicales y de
centroizquierda para trazar estrategias de construcción de
un proyecto socialista. La distinción permite motorizar políticas
de radicalización, igualmente opuestas a la resignación y
al sectarismo. Al reconocer los rasgos progresivos que
singularizan a los gobiernos reformistas se puede batallar
por un rumbo de ruptura con el capitalismo, a partir de la
acción independiente de los movimientos sociales.
Esta estrategia implica alentar medidas de protección a
los pueblos y sanción a los poderosos, para evitar que los
desbarajustes provocados por el capitalismo sean solventados
por las víctimas de este sistema. Estas acciones incluyen
iniciativas que impidan los despidos, garanticen los
ingresos mínimos y refuercen los gastos sociales. Son
iniciativas que apuntan a la nacionalización efectiva de
los sistemas financieros, la revisión del pago de las
deudas públicas y la recuperación efectiva del control de
los recursos naturales.
Lo
importante es convertir las definiciones formales de las
nuevas constituciones, en hechos palpables de la vida
cotidiana. Un paso en esta dirección podría ser la
proyección de esos logros a escala regional, mediante la
conformación de un parlamento latinoamericano elegido por
sufragio universal y surgido de la acción popular.
La
convergencia popular que debe construirse al servicio de las
mayorías es muy distinta a los programas de integración
financiera o comercial, que promueven las clases dominantes.
El embrión actual de la primera meta es el ALBA, actuando
en coordinación con distintos movimientos sociales. Esta
entidad podría convertirse en la referencia zonal de una
batalla antiimperialista, en contraposición al
afianzamiento del status quo, que prevalece en los
encuentros de UNASUR.
Algunos
críticos cuestionan esta estrategia, considerando que es
inviable cualquier acción que supere al neodesarrollismo
propiciado por el MERCOSUR.
Pero la experiencia regional ha demostrado una y otra vez,
cuán paralizante es ese conformismo para el logro de los
anhelos populares. Incluso para alcanzar reformas sociales básicas
hay que bregar por una sociedad igualitaria. Sólo una
perspectiva de transformaciones radicales genera temor entre
los poderosos y consiguientes logros sociales.
La
política de radicalización es a veces descalificada por
los críticos de la “mitología militante” y de las
“utopías sentimentales”.
Estas objeciones reproducen el escepticismo estéril que ganó
terreno durante el auge del neoliberalismo. Es una postura
que actualmente choca con los ideales de lucha social
recuperados por la juventud. En general, el espíritu descreído
pierde encanto cuándo reaparece la resistencia popular. En
esas circunstancias se verifica que la burla y cinismo sólo
encubre resignación frente a la opresión.
El
resurgimiento de la esperanza transformadora es el dato
clave de la realidad latinoamericana. Esa expectativa
explica el lugar central que ocupó la región en la batalla
contra el neoliberalismo durante la última década. Es un
estado de ánimo colectivo, que podría evolucionar hacia un
liderazgo de proyectos anticapitalistas. El pilar subyacente
de este impulso es la tradición de convergencia del
nacionalismo revolucionario con el socialismo, que se forjó
a partir de la revolución cubana
Este
acervo determina, también, una incidencia directa de los
desenlaces actuales sobre el futuro de Cuba. El giro político
de la región puso fin al duro aislamiento que sufrió la
isla durante los años 90, pero ha puesto en discusión dos
alternativas totalmente opuestas para los próximos años.
Los
defensores del regionalismo capitalista proclaman
abiertamente que Cuba debe sumarse a este eje, renunciado al
anhelo de gestar una sociedad comunista. En el polo opuesto
se ubica el variado espectro de partidarios de la revolución,
que reivindican su vigencia y promueven caminos de
profundización, democratización y renovación socialista.
La
batalla entre estos dos cursos antagónicos es una problemática
latinoamericana y no sólo cubana. Es evidente que el avance
o fracaso de los proyectos radicales en el conjunto del
continente contribuirá a inclinar la balanza, a favor de
uno u otro bando dentro de la isla.
La
respuesta positiva a este conflicto es la recreación de un
proyecto socialista a escala regional, que se adapte a los
cambios del siglo XXI. La crisis global ha erosionado muchas
fantasías sobre las virtudes del capitalismo, pero todavía
no se vislumbran los contornos del proyecto alternativo. Hay
muchas ideas, pero pocas definiciones sobre los senderos de
una transición socialista, que presenta en la actualidad
una inédita dimensión ambiental. La necesidad de proteger
el planeta de la destructiva corrosión que impone la
competencia por el beneficio se ha tornado prioritaria.
Desde
el eje del ALBA puede cobrar forma un planteo
eco–socialista de alcance global asentado en dos pilares:
la denuncia frontal de las raíces capitalistas que presenta
la crisis climática actual y las tradiciones regionales de
protección de la “madre tierra”. Es un buen momento
para encarar este nuevo desafío.
Economista,
Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de
Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz
Natanson
José, “Tensiones y pretensiones en Sudamérica”, Página
12, 30–8–09.
La
participación en el golpe de funcionarios de la
embajada (Lanny Davis y Bennet Ratcliff), de empresas
(“Chiquita Brands– ex United Fruit, Addidas, Knights
Apparel, Gap) de
estudios jurídicos norteamericanos, ya ha sido
ampliamente documentada. Gelman Juan,
“USA–Honduras”, Página 12 30–7–09.
Golinger Eva, “El guión de Washington: el golpe se
repite, ahora en Honduras”, Aporrea, 6–7–09.
Petras James, “Entrevista radial”, Chury,
5–7–09, Wallerstein
Immanuel, “La derecha contra–ataca”, www.pagina12.com.ar/diario/elmundo
23–7 2009 Wallerstein Inmanuel, “El retorno de la
derecha latinoamericana”, Página 12, 2–12–09.
Almeyra Guillermo, “El golpe y la crisis”, Sin
Permiso, 30–6–09. Boron Atilio, “Lo que Obama
puede hacer” Página 12, 14–7–09. Boron Atilio,
“Honduras: una improbable solución”, 1–11–2009.
Enfoques complementarios en: Dos Santos Theotonio,
“Las lecciones de Honduras”, ALAI, 7–7–09.
Guerrero Modesto, “¿Adónde va Honduras?” 10–7–
2009 y O´Donnell
Santiago, “Hundidos en Honduras”, Página 12,
28–9–09, O´Donnell Santiago, “Escenarios”, Página
12, 22–11–09.
Distintos
aspectos de esta estrategia indagan Rozoff Rick,
“Estados Unidos intensifica los planos de guerra”,
Memoria 238, octubre–noviembre 2009. Bilbao Luis,
“Qué se dirime en Bariloche”, ALAI 27–8–09.
Grandin Greg, “¿Cómo será la doctrina Obama?”,
Memoria 238, octubre–noviembre 2009.
El 93% de heroína actual es cultivado en regiones de
Afganistán bajo directo control de Estados Unidos y sus
corruptos socios locales. Gelman Juan, “Del heroísmo
a la heroína”, Página 12, 8–11–09.
Petras James, “Latin America: social movements in time
of economic crisis”, august 2009.
www.globalresearch.ca/index.php
Como plantea: Tokatlian Juan Gabriel, “¿Guerra en los
Andes?”, La Nación 24–11–
2009.
Incluso a los derechistas más alocados les ha costado
justificar el golpe. Un ejemplo en Vargas Llosa, “El
golpe de las burlas”, La Nación, 25–7–09.
Aspectos de la nueva estrategia en O´Donnnell Santiago,
“Dictadura posbananera” Página 12, 2–8–09 y
Tokatlian Juan Gabriel, “Neogolpismo”, Página 12
13–7–09.
Un
análisis completo en Stefanoni Pablo, “Paraguay: una
nueva Honduras”, utopiaalsur.blogspot.com/ 10–11–2009
Almeyra Guillermo, “Al grito de SME”, www.jornada.unam.mx/
8–11–2009 y Almeyra Guillermo, “La ofensiva de la
derecha”, La Jornada, 17–5–09.
Tan
solo dos muestras de esta indignación derechista puede
observarse en: Botana Natalio “La batalla contra los
medios”, La Nación, 31–5–09 y Lauría Carlos
“Un proyecto que evoca las dictaduras
Latinoamericanas”, Clarín 4–8–09.
Un
ejemplo en: Oppenheimer Andrés, “La mejor respuesta
al populismo”, La Nación, 12–5–09.
Un experto en estos mensajes es Castro Jorge, “Aún
con la crisis América Latina puede atraer más
capitales”, Clarín, 17–05–09.
“Somos vecinos de una potencia mundial y debemos diseñar
política en función de ese dato”,
Jozami Aníbal, “Aprendamos de Brasil”,
www.clarin.com/diario/
23–9–2009.
Lo
que está en juego es analizado por Arias Juan, “Lula
ordenó reforzar la vigilancia de fronteras”, La Nación,
3–8–09. Tokatlian Juan, “¿Bye bye Consejo
Sudamericano de Defensa?”, Página 12, 7–8–09.
Tokatlian Gabriel, “Es hora de retirar las tropas de
Haití”, Clarín, 26–5–09.
Calle Fabián,
“Brasil ¿fin de años dorados?”, Clarín,
12–11–09
Anderson
y Fiori plantean estas comparaciones.
Anderson
Perry, “¿O declinio do imperio americano?”,
Conferencia USP 17–11–09jornaldaimprensa.com.br/editoria_texto,
Fiori José Luís, “A nova geopolítica das nacoes”,
Oikos n 8, 2007, Río Janeiro.
Fiori José Luís, “America do Sul a beira do
futuro”,
www.cartamaior.com.br/templates/
04/11/2009.
Dos análisis de esta tendencia en Arcary Valerio, “O
governo e a crise mundial”, 8–7–09, listas.chasque.net/pipermail/
Oliveira Chico, “Consenso despolitiza sociedade
e coloca a Lula a directa de FHC”, Jornal Valor Económico,
Sao Paulo, 27–05–09. Otro aspecto en Zibechi Raúl,
“Progresismo y neoliberalismo”, La Jornada,
17–7–09.
Hemos expuesto nuestra caracterización de este tipo de
gobierno en Katz Claudio, Las
disyuntivas de la izquierda en América Latina.
Ediciones Luxemburg,
Buenos Aires, 2008 (cap 6).
Distintas
miradas críticas exponen: Herrera Ernesto, Berterretche
Juan Luis, “Señales de alerta para el progresismo”,
7–7–09, postaportenia.blogspot.com. Zabalza Jorge, “No los voto más”, www.redota.com/foros/carpeta.asp
8–11–2009.
Pieri Mario, “Orfandad estratégica”,
www.egrupos.net/grupo/agendaradical/archivo/msg
10–12 2009.
Labayen
Sergio, “Agria victoria”, Rebelión 27–10–09.
Zibechi Raúl, “Uruguay: la cultura plebeya camino del
gobierno”, ALAI, 22–10–09.
Ejemplos de estos elogios en: Aliscioni Claudio, “Los
desafíos en un país de consensos”, Clarín, 26–10.
Palermo Vicente, “Los ejemplos de Uruguay. Brasil y
Chile”, La Nación, 26–10–09. Natanson José,
“Uruguay y el diálogo de las izquierdas”, Página
12, 29–11–09.
Ver: Gaudichard Franck, “De la democracia neoliberal
en Chile”, Rebelión, 14–12–09. González Mónica,
“Punto final para la transición de la dictadura a la
democracia”, Clarín, 14–12–09. Pérez Guerra
Arnaldo, “La concertación se agotó”, ALAI,
9–1–209.
Ver:
Stefanoni Pablo, “Evo, arriba”, Clarín,
2–12–09, “Se abre una nueva etapa”, Clarín,
6–12–09, “Una hegemonía con riesgos en el
futuro”, Clarín, 7–12–09. Borón Atilio, “¿Por
qué ganó Evo?”, Página 12, 7–12–09.
Ver: Páez Pérez Pedro, “Lo peor de la crisis todavía
está por venir”, Página 12, 1–11–09.
CEDICE, Jornadas de reflexión: “Intelectuales,
democracia y socialismo”, Centro Internacional Mirandawww.aporrea.org/medios/12–6–2009.
Toer
postula primera tesis y Almeyra la segunda Toer Mario,
“Con sabiduría y una ayudita de los amigos”, Página
12, 7–12–09. Almeyra Guillermo, “Bolivia: El nuevo
desafío”.
www.jornada.unam.mx
13–12– 2009.
Un
interesante enfoque plantea: Acosta Alberto. “A los
tres años de gobierno de la revolución ciudadana”,
7–1–10,
www.facebook.com
Dos balances completamente opuestos plantean: Puricelli,
Gabriel, “Mel aguantó, Lula empujó”, www.pagina12.com.ar/
31–10–09. Toer Mario, “Tiempos que merecen
ser vividos”, www.pagina12.com.ar/
31–10–09 y
Roberto Sáenz, “Honduras luego de la llegada
de Zelaya”, Socialismo o Barbarie.correosemanal.blogspot.com,
28/09/09.
Ver:
Regalado Roberto, “América Latina: No se trata de
proceso lineal”, ALAI, 19–8–09.
Un
clásico exponente de esta furia es: Oppenheimer Andrés,
“La cultura de la ilegalidad en la región”, La Nación,
18–11–09.
Boron Atilio, “El principio del fin” ALAI 22,
9–09. Roberto Saénz, “Honduras luego de la llegada
de Zelaya”, www.socialismo–o–barbarie.org,
27–12–09. Hernández Luis, “La
conversión de Manuel Zelaya”, www.pensamientocritico,
11–7– 2009.
Pomar
Walter, “2009: a direita em desespero”, Correio da
Cidadania, Sao Paulo, 27–12–09.
Dos acertadas posturas en esta discusión en: Guerrero
Modesto, “El dilema histórico de la revolución
bolivariana”, Página 12,17–2–09. Boron Atilio,
“Reelecciones buenas y malas”, Página 12,
27–1–09.
Rogalski Michel, “Voies d´Amerique Latine”,
Tribune Libre, 23–10–07.
Saint Upery Marc, “Revue des Livres”, n 9,
revuedeslivres.net/articles,
30/10/2009.
Un exponente del primer enfoque es Laclau y del segundo
Almeyra. Laclau Ernesto, “Los regímenes populares
latinoamericanos están muy bien instalados en el
poder”, Clarín, 10–5–09. Almeyra Guillermo,
“Permítanme discrepar”, www.jornada.unam.mx
2009.
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