Tan
solo en enero hubo 904 victimas: si se multiplica por doce,
la cifra se torna espeluznante
Lugar
común, la muerte en manos de los narcos
Por
Gerardo Albarrán de Alba
Desde
México, D. F.
Página
12, 07/02/10
El gobierno de Felipe Calderón
parece no inmutarse ante las masacres cotidianas en la pelea
que entabló con el crimen organizado. Los medios locales
apenas lo cubren: una nota más de unos muertos más de una
jornada sangrienta más.
“Está
cabrón, muy cabrón”, dice un diputado del PRI, mientras
saca sus cuentas sobre el saldo de la guerra contra el narco
en el primer mes de este año: 904 muertos, y contando.
Luego multiplica por 12 los asesinados de enero y la cifra
es escalofriante: a ese paso, el año terminaría con 10.848
ejecutados. Ahí la llevamos: súmense los 18 adolescentes
ejecutados durante una fiesta en Ciudad Juárez, Chihuahua,
en los primeros minutos del 1º de febrero, la mayoría
jugadores de un equipo estudiantil de fútbol americano. Y
otros 10 en un bar en Torreón, Coahuila, un par de horas
después.
Lo
peor tal vez no sean los asesinados, que ya es decir mucho.
Nadie debería morir así, en la barbarie. Lo verdaderamente
grave es que esas vidas perdidas se convierten en números
que ya no alarman. La violencia se ha convertido en un lugar
común; una muerte más o una vida menos es un mero
ejercicio de estadística.
La
administración de Felipe Calderón parece no inmutarse ante
las masacres cotidianas. Como si fueran buenas noticias que
justifican su guerra, los asesinatos se integran a un
discurso que ha repetido hasta la náusea: mueren los narcos,
vamos ganando.
Y
como Calderón, ningún funcionario de ningún nivel de
gobierno, ya sea federal, estatal o municipal se hace
responsable de la descomposición que vive el país. Nadie
da la cara, nadie rinde cuentas, nadie tiene la dignidad de
renunciar, por más que la gente lo exija.
Al día
siguiente de la masacre, entre los féretros de los jóvenes
chihuahuenses asesinados, una madre llora más de rabia que
de tristeza. “A ver, que Calderón traiga a vivir para acá
a sus hijos, pero sin escolta. Si a él le hubieran matado a
un hijo, ya estaría moviendo cielo y tierra para castigar a
los culpables. Pero nuestros hijos no le importan.”
La
mujer tiene razón. Ni el presidente ni el resto de la clase
política mexicana lo encuentran relevante, es apenas
materia de discursos que, de tan manidos, sólo escuchan
entre ellos.
Lo
que más indigna no es la indiferencia, sino la burla. El
secretario de Seguridad Pública del estado de Chihuahua, Víctor
Valencia de los Santos, renunció a su cargo la mañana del
mismo 1º de febrero, pero no por vergüenza, sino para
buscar la candidatura del PRI precisamente a la alcaldía de
Ciudad Juárez. De todos modos no había mucho que hacer, la
investigación del crimen en Ciudad Juárez tuvo que esperar
24 horas: ese día fue feriado y el Ayuntamiento cerró.
Calderón estaba en Japón cuando ocurrió el crimen múltiple
y apenas atinó a decir que todavía no sabía bien qué había
ocurrido.
Los
mexicanos ni siquiera cuentan de su lado a los grandes
medios electrónicos, caracterizados por la
espectacularización y la banalidad: los noticieros de
televisión llevaban una semana dedicando horas de transmisión
a la cobertura del ataque al jugador paraguayo de fútbol
Salvador Cabañas, quien sobrevivió a un disparo en la
cabeza cuando estaba en el baño de un bar, la madrugada del
25 de enero. Pero a la masacre de Juárez apenas le dieron
unos segundos. Una nota más de unos muertos más de una
jornada sangrienta más. Eso ya no es noticia, y menos si
los muertos no son famosos o trabajan para una empresa de
las propias televisoras, como Cabañas, delantero del América,
propiedad de Televisa, que lo cobija como a un mártir,
mientras su rival, TV Azteca, especula sobre los malos pasos
del seleccionado uruguayo.
La
violencia en México es de náusea, pero sólo parecen
padecerla quienes se ven envueltas directamente en ella. El
resto intenta por todos los medios reforzar el autoengaño:
eso les pasa a otros, como si los otros no fuéramos todos.
Durante
el sepelio de los jóvenes deportistas asesinados en Ciudad
Juárez, la madrugada del lunes pasado, uno de los jugadores
de Jaguares de Cotis, un chavo de apenas 15 años, dice que
está harto de Ciudad Juárez, harto de México.
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