La brecha entre ricos y pobres explica por qué
unas zonas están
intactas y otras no
Santiago, donde las víctimas y los daños del sismo
son
"invisibles"
Por
Ginger Thompson
Corresponsal
en Chile
New
York Times, 08/03/10
La Nación, Buenos Aires, 10/03/09
Traducción de Mirta Rosenberg
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Dos de los hijos de Cecilia
Painaqueo, en el departamento destruido en
el que vivían en la capital chilena
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Santiago, Chile.- Desde afuera, no hay señales de que el edificio de un
siglo de antigüedad en el que vivía Cecilia Painaqueo con
sus cuatro hijos hubiera resultado dañado por uno de los más
intensos terremotos que se hayan registrado nunca. Pero
dentro del departamento las paredes del dormitorio se
derrumbaron y el cielo raso de madera se dobló.
Painaqueo, embarazada de ocho meses y medio, dijo que había un montón de
las llamadas "casas de mentira" en su vecindario
de la zona céntrica de la capital. "Desde la calle no
se ven los daños", dijo. "Hay que entrar para
verlos." Sus palabras resumen el estado de la elegante
y ordenada capital chilena 10 días después del terremoto
de 8,8 grados de magnitud. Mientras gran parte de la región
sur del país está en ruinas, esta ciudad de altos
edificios y bulevares arbolados parece casi indemne, un
tributo, según dicen, a los estrictos códigos de
construcción.
Pero mucha de la gente que vive en esta ciudad de 3,3 millones de habitantes
no sabe si su vida volverá a ser igual. Los que están en
peores condiciones son aquellos que no fueron incluidos
dentro del crecimiento económico del país. Hasta ahora,
también han sido dejados de lado por el esfuerzo
gubernamental destinado a paliar la catástrofe con ayuda
humanitaria, que se ha concentrado principalmente en el Sur.
En todo el centro histórico de Santiago han brotado antiestéticos e
inseguros campamentos, ocupados en su mayoría por
inmigrantes peruanos. En los barrios pobres de los
suburbios, miles de personas siguen esperando que se reabran
las escuelas y se restituyan los servicios básicos. Los
pobres no son los únicos que viven en el limbo. Miles de
familias de clase media, sin seguros o ahorros, se han visto
obligadas a irse a vivir a las casas de amigos o parientes
después de que el terremoto dejó inhabitables sus hogares
mal construidos.
Painaqueo, una lavaplatos de 36 años, se vio obligada a trasladar a sus
hijos y todo lo que pudo rescatar de su departamento a la
vereda de enfrente de su precario edificio. Ella contó que
las autoridades le habían ofrecido dinero suficiente para
cubrir un mes de alquiler en un nuevo departamento, pero que
debía conseguir el depósito inicial de la garantía, que
asciende a un tercio de su salario mensual de 300 dólares.
Eso le resultó una bofetada en pleno rostro.
"Están recaudando todo ese dinero para ayudar a la gente del
Sur", dijo Painaqueo, al referirse a la maratón
televisiva del fin de semana pasado, que recaudó cerca de
59 millones de dólares para las víctimas del sismo.
"Pero se olvidaron de que también hay víctimas en
Santiago."
Durante décadas, la economía de Chile se caracterizó por dos rasgos
principales: un crecimiento dinámico y una brecha cada vez
más grande entre ricos y pobres. El primer atributo sirve
para explicar por qué una parte tan grande de Santiago logró
soportar un terremoto que fue cientos de veces más intenso
que el que sufrió Haití.
"Sanhattan"
El segundo atributo explica por qué el sismo afectó a algunas familias
tanto más que a otras. A menos de ocho kilómetros de
distancia del viejo vecindario de adobe en el que Painaqueo
pasó la tarde del domingo, los edificios de una zona
conocida como "Sanhattan" están construidos con
hormigón reforzado y acero. Allí era difícil encontrar a
alguien que hubiera sido severamente afectado por el
terremoto. Pero varias personas parecían conmovidas por
"el segundo temblor", cuando turbas de vándalos
saquearon los comercios y depósitos situados en las zonas más
afectadas de la zona del desastre.
El saqueo se hizo tan grave que el gobierno desplegó tropas para recuperar
el control de las calles, la primera vez que se emplearon
soldados con fines de seguridad desde que la ex dictadura
militar entregó el poder a un gobierno civil, en 1990.
"Nos gusta considerarnos una sociedad estable y avanzada, no un país
retrasado, del tercer mundo", dijo Elizabeth Perasio,
una enfermera de 30 años, madre de dos hijos. "Ahora
nos preguntamos qué clase de país somos realmente", añadió.
Esa pregunta recorría también el otro lado de la ciudad, en el edificio
Central Park, de 19 pisos. Un letrero en la entrada decía
"Ground Zero". Afuera, acampando en los divanes
del vestíbulo, estaban Jorge Ibarra y su esposa, Elena
Celis, que pasaron allí cada noche desde que el sismo
inclinó el edificio. Ibarra, un periodista deportivo, dijo
que no podía mudarse con ningún familiar porque había
comprado muebles nuevos y tenía miedo de que se los
robaran. Y que tampoco podía comprar otro departamento
porque había gastado todos sus ahorros en el ahora dañado
condominio.
En el centro histórico de Santiago, Margarita Ravanal pasó casi todo el
fin de semana en un edificio parcialmente derruido. El
domingo se presentó en su trabajo de niñera en uno de los
barrios más ricos de Santiago, Las Condes. Sus empleadores
son amables, pero en ningún momento le preguntaron si había
resultado afectada por el terremoto. Con los ojos colmados
de lágrimas, Ravanal dijo que solamente repitieron que están
muy asustados desde el terremoto. "No saben nada del
miedo", dijo indignada. "El miedo es cuando uno lo
pierde todo."
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