El
Sindicato Mexicano de Electricistas (SME) llama a
constituir una agrupación
política nacional
Una
decisión de enorme importancia
Por
Guillermo Almeyra (*)
La Jornada, 07/11/08
La decisión
del de constituir una agrupación política nacional (APN) o
si es posible incluso un partido y de llamar a un congreso
social tiene una enorme importancia no sólo por el peso de
las tradiciones del SME y de la Tendencia Democrática en el
SUTERM, de Rafael Galván, y por el aporte de decenas de
miles de obreros organizados a una lucha política, sino
también porque el SME podría llegar a dar un eje político
obrero a un movimiento de masas que arroje a la basura la
política neoliberal y la oligarquía mafiosa que la
defiende y construya las bases de una verdadera alternativa
obrera, nacional y popular, no capitalista, que reanude la vía
soñada por los zapatistas de Morelos, por los jacobinos
constitucionalistas en la Revolución mexicana y por esa
segunda ola de ésta, que fue el gobierno de Lázaro Cárdenas.
Si así fuere,
México podría comenzar a completar su Independencia, jamás
alcanzada, que el gobierno de Calderón transformó en
dependencia extrema, y podría salir de una disputa entre
programas y grupos con propuestas capitalistas, de mera
alternancia en el poder, para empezar a construir una opción
social y política.
Este congreso,
con vistas a una Constituyente –si realmente fuese abierto
y emprendiese sin cortapisas ni sectarismo una discusión
sobre cuál es la fase en el mundo y en el país y cuáles
son las tareas de quienes desean luchar por la liberación
nacional y social–, podría evitar el fracaso sufrido por
anteriores experiencias prometedoras, pero que se hundieron
en el pantano de los compromisos o se derrumbaron debido a
intereses sectarios.
Iniciativas
como los Diálogos Nacionales o la APPO, sus antecedentes
directos, deberían ser estudiadas para retomar el hilo de
la acción, pero a la luz de las enseñanzas de las
derrotas, que no deben amedrentar a nadie ya que, como decía
Rosa Luxemburgo, el camino de la victoria está empedrado de
fracasos.
El SME siempre
ha hecho política y fue un factor importante en el triunfo
electoral de Andrés Manuel López Obrador, robado por el
fraude, en la resistencia a éste, en el intento de apoyarse
en la población y de apelar a ella para revertir las
medidas ilegales, inconstitucionales y represivas del
“gobierno” de los grandes capitalistas que México
padece. Sus militantes, además, por su energía y abnegación,
se cuentan, con sus familias, entre lo mejor de una población
mexicana desorganizada y en buena medida desalentada y
despolitizada.
Es, por tanto,
herramienta fundamental de los trabajadores y del pueblo
mexicano no sólo para discutir en todo el país los ejes de
una política no capitalista para un México no dominado por
el gran capital, sino también para construir núcleos y
comités de organización, en todas partes, para organizar
la lucha por la Constituyente y recoger las aspiraciones
populares para producir un cambio radical que haga posible
otro proyecto de país.
Hasta ahora el
SME ha formado parte de una alianza de hecho entre el sector
obrero y un sector desarrollista nacionalista y popular con
política capitalista distribucionista, que agrupa vastos
sectores de la clase media y sectores burgueses de oposición
y sigue las perspectivas electoralistas de AMLO. Pero, después
de los fraudes de 1988 y de 2006 y ante la militarización
del país, el sometimiento gubernamental a los intereses de
Washington y la represión cotidiana, no es sensato
esperarlo todo de un mero triunfo electoral, aunque sí hay
que luchar por ocupar todos los espacios legales y por
combatir en las batallas electorales, pero para educar y
organizar a los desorganizados, no para ocupar puestos en
las instituciones.
Una APN o un
partido basados en el SME y en otros sectores sindicales
obreros no puede, por tanto, ser electoralista, aunque tome
posiciones y pueda hacer alianzas con vistas a los comicios.
Debe tener una política independiente de todas las
fracciones burguesas, aunque pueda momentáneamente aliarse
con la más democrática y nacional contra la proligárquica
y proimperialista, y debe tener su propio programa obrero y
nacional.
En la alianza
social antes citada, su papel, ideológico y organizativo,
debe ser estratégico y de dirección, no el de una mera
infantería de apoyo. Si acaso se debe diferenciar de sus
aliados, sin romper con ellos, debe hacerlo tal como
hicieron los campesinos zapatistas morelianos con Madero en
la lucha contra la reacción.
Esa, por otra
parte, es la única forma de convencer a algunos
intelectuales perdidos hoy en la esterilidad de la no política,
pero no irrecuperables, y de construir una conciencia
anticapitalista de masas que pueda movilizar a éstas en una
lucha que será dura, porque no enfrentará solamente a
Calderón y a la derecha mexicana, sino también y sobre
todo a Washington, que en medio de una aguda crisis económica
y política, no puede tolerar cambios radicales del otro
lado de su frontera.
Hay medios que
acostumbrados a la habitual politiquería sin principios,
temen que la decisión del SME sea una maniobra para
conseguir un aparato de negociación y de presión dentro de
la candidatura de Andrés Manuel López Obrador con el
programa y la dirección de éste. Por supuesto, las
alianzas entre el SME y el lopezobradorismo son legítimas y
hasta necesarias, pero la cuestión central es para qué,
con cuál programa y en cuál dirección.
A mi juicio,
el congreso social debe dejar claro, por su discusión
democrática, el radicalismo de sus conclusiones y su
manifiesto, que el movimiento obrero marcha lado a lado con
los otros sectores populares en la lucha por la democracia y
la resistencia al capital, pero con sus propias banderas y
consignas inclaudicables.
Esta resolución
del SME, y el congreso mismo, ofrecen también al EZLN la
oportunidad de abandonar su aislamiento y pasividad y de
recuperar un papel en la transformación de México, por la
que lucharon sus bases en 1994. Ojalá puedan comprenderlo,
porque podría ser este, para ese zapatismo que no hace lo
que hizo Zapata, el último llamado de la historia.
(*)
Guillermo Almeyra, historiador, nacido en Buenos Aires en
1928 y radicado en México, doctor en Ciencias Políticas
por la Universidad de París, es columnista del diario
mexicano La Jornada y ha sido profesor de la Universidad
Nacional Autónoma de México y de la Universidad Autónoma
Metropolitana, unidad Xochimilco. Entre otras obras ha
publicado “Polonia: obreros, burócratas, socialismo”
(1981), “Ética y Rebelión” (1998), “El Istmo de
Tehuantepec en el Plan Puebla Panamá” (2004), “La
protesta social en la Argentina” (1990–2004) (Ediciones
Continente, 2004) y “Zapatistas–Un mundo en construcción”
(2006).
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