Piñera y su "ruptura"
Botellas nuevas, vino viejo
Por Franck Gaudichaud (*)
Le Monde Diplomatique,
edición Cono
Sur, mayo 2011
Clarín de Chile, 09/06/11
Traducción de Lucía Vera
Lota, antigua ciudad minera a orillas
de las frías aguas del Pacífico, a 500 kilómetros de
Santiago. Es aquí, más que en la capital, donde adquiere
luz el proyecto político del Presidente chileno Sebastián
Piñera. Es una mañana de sol, en medio del verano austral.
El mercado funciona a pleno, ya que la pesca del día
desborda en los puestos rebosantes: mariscos, erizos de mar,
algas, pescados diversos… En un canasto trenzado, María
presenta algunos peces sierra ahumados que su marido capturó
en el mar. De sonrisa franca y manos encallecidas por el
trabajo, se dirige a los curiosos: “¡2.000 pesos la
pieza!”, o sea, 2,90 euros por pescado. Como en la víspera,
la antevíspera o el día anterior, deberá contentarse con
un ingreso de una decena de euros, sin llegar al salario
promedio, de alrededor de 450 euros mensuales. “Aquí todo
el mundo trabaja duro –explica–. La pesca ya no es lo
que era: cada vez hay menos peces.” Sin embargo, para los
habitantes de Lota (y de una parte del litoral chileno),
desde hace un año el costo de vida aumentó
considerablemente. “Es que –sonríe María– después
del terremoto, ¡hay que reconstruir!”.
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Radiografía de la desigualdad
Al lado del imperio de Sebastián Piñera,
tres familias (Angelini, Matte y Lucksic –27º fortuna
mundial–) controlan la mitad de los activos cotizados en
la Bolsa de Valores de Santiago, y su patrimonio representa
el 12,5% del Producto Interno Bruto (PIB), contra el 9% en
2004. A eso hay que agregar el clan Horst Paulman (grupo
Cencosud –154º fortuna mundial–) y sus supermercados
presentes en todo el continente. Estas familias disponen de
representantes directos en el gobierno, así como en la
dirección de los principales medios. Sobre todo desde que
Piñera cerró la versión papel del diario La Nación (del
cual el Estado es accionista mayoritario), a la que juzgaba
como demasiado crítica… Desde entonces, el paisaje de la
prensa escrita está constituido por un duopolio casi
perfecto, que tiene de un lado a la familia Edwards (actor
principal de la dictadura) y del otro al Consorcio Periodístico
de Chile (Copesa). El panorama no es diferente en el ámbito
televisivo. Como contraste, alrededor del 30% de los
trabajadores cobran apenas el salario mínimo, o sea 255
euros. Según la Comisión Económica para América Latina
de las Naciones Unidas (CEPAL), Chile es (junto con Brasil)
uno de los países más desiguales de la región. Una
situación que, además, se va agravando. Los ingresos del
20% de los hogares más pudientes representan 13 o 14 veces
los del 20% más pobre. Los primeros poseen más de la mitad
de las riquezas del país (55%), mientras que los segundos
se reparten apenas el 4%.
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El 27 de febrero de 2010 un violento
terremoto sacudió a Chile. Algunas horas más tarde, un
maremoto barrió varios cientos de kilómetros de las costas
del sur. Las autoridades sólo tuvieron que deplorar pocas víctimas
–550 muertos–, pero sí importantes daños materiales y
cerca de 8.000 siniestrados. Especialmente en las regiones más
pobres del país, como Maule y Bío Bío, donde se encuentra
la ciudad de Lota. Aquí –a pesar de los esfuerzos de la
alcaldía–, como también en Concepción (capital
regional), numerosos escombros cubren todavía el suelo y
dificultan la circulación por las carreteras. Los
edificios, resquebrajados por todas partes, amenazan con
derrumbarse sobre los transeúntes. Sin embargo, el 13 de
abril de 2010, el Presidente Piñera (elegido en enero del
mismo año) proclamaba: “Nuestra tarea principal y la misión
de nuestro gobierno es trabajar por la unidad nacional, la
reconstrucción del país, enfrentar las urgencias y ayudar
a las víctimas del terremoto”. El cuchillo de María
revolotea. Ha dejado a un lado los peces sierra para pasar a
la preparación de un suculento ceviche, una marinada de
mariscos. ¿Las promesas del gobierno? “¡Su plan de
reconstrucción es puro bla–bla! ¡Nos ha abandonado!”
¿Pero acaso no se observan, aquí y allá, obras y trabajos
en curso? Al oír la conversación, dos hombres se acercan y
señalan una colina: “Las nuevas construcciones que usted
ve allá están destinadas a la venta, no para las víctimas
del terremoto. Los que perdieron su casa viven como
mendigos, unos sobre otros en casas minúsculas. La mayoría
no tiene electricidad ni agua corriente”. De seis metros
por tres, con paneles de madera como única protección
contra las inclemencias del tiempo, las “viviendas de
urgencia” se parecen más a cabañas. Previstas para
cuatro personas, en general están superpobladas. Una
pregunta se impone durante la visita: ¿cómo miles de
personas podrán pasar el invierno en esas condiciones?
Nadie tiene la respuesta.
“Durante este tiempo –agrega María–
un puñado de gente muy rica no sabe qué hacer con su
dinero”. Oficialmente, el plan de reconstrucción fue un
éxito. Sin embargo, los que quedaron abandonados a su
suerte manifiestan su cólera. Mientras el gobierno anunció
220.000 subsidios, en la gran mayoría de los casos se trata
de ayudas para la reparación de las casas, no para nuevas
construcciones. Sólo 12.503 viviendas se habían terminado
a finales de febrero de 2011. En lo que se refiere a las
familias repartidas en campamentos improvisados, Francisco
Irarrázaval, uno de los secretarios ejecutivos del
Ministerio de Vivienda, admite que el 40% de ellas (o sea
unas 1.700) “podrían no recibir una solución” (1). ¿Una
historia clásica? Tal vez por esta razón la catástrofe
natural revela finalmente la naturaleza del proyecto del
Presidente chileno. Un proyecto que se apoyaba en la aparición
de una “nueva derecha”, “en ruptura con la época de
la dictadura” (2) de Augusto Pinochet (1973–1990).
Una época de
enriquecimiento
Porque Piñera no proviene precisamente
del círculo restringido de la derecha. “Cuando decidió
lanzarse a la política –observa el periodista Ernesto
Carmona– golpeó en primer lugar la puerta de la
Democracia Cristiana” (DC), un partido conservador más
bien centrista, del cual su padre fue uno de los fundadores.
“No le faltaban razones para eso: había votado ‘No’ a
Augusto Pinochet durante el plebiscito de 1988”, que
proponía la prórroga del dictador en el poder hasta 1997.
Durante un tiempo, Piñera tuvo un pie en la DC, donde no
encontraba mucho espacio, y otro en el seno de la derecha,
que le ofrecía mejores oportunidades” (3). Finalmente optó
por el partido de la Renovación Nacional (RN), la franja más
liberal del tablero político, antes que por la Unión Demócrata
Independiente (UDI), cercana al Opus Dei y que agrupa a los
más leales del régimen militar. Pero la distancia entre Piñera
y la dictadura sigue siendo, de todas maneras, bastante
relativa.
El ocupante de La Moneda apareció en
1989 como consejero de Hernán Büchi, el ex ministro de
Finanzas del general Pinochet. Además, la Alianza para el
Cambio, en nombre de la cual se presenta, está compuesta de
liberales y también de católicos conservadores de la UDI.
Por otra parte, aunque Piñera declaró el 8 de enero de
2010, en el diario La Nación , que “no es un pecado”
haber trabajado para el régimen de Pinochet, tal vez lo
hizo porque ese período le resultó más bien exitoso. Se
enriqueció durante esos “años negros” invirtiendo en
primer lugar en el sector inmobiliario, la construcción y
luego la banca. Aprovechando el apoyo de su hermano mayor
–que era ministro de Trabajo del régimen y promotor de la
privatización de los fondos de pensión–, evitó la cárcel
después de un importante fraude bancario, en parte origen
de su fortuna (4). Luego se produjo la compra de una parte
de la compañía de aviación civil Lan Chile (que luego
presidió) y, finalmente, la diversificación en ámbitos
clave para forjarse una visibilidad de primer plano: entre
2005 y 2006 compró el muy popular club de fútbol Colo–Colo
y el canal de televisión Chilevisión. Desde entonces, Piñera
se encuentra entre las 500 primeras fortunas del mundo. La
revista estadounidense Forbes lo considera como el 51 hombre
más poderoso del planeta. Por otra parte, su cuenta
bancaria no ha sufrido por su llegada a la Presidencia.
Algunos espíritus poco alegres clamaron por la mezcla de
intereses. Piñera respondió que “sólo los muertos y los
santos no tienen conflictos de intereses” (5). Enriquecido
durante la dictadura y habiendo llegado al poder con el
apoyo de la UDI, Piñera profesa, sin embargo, la ruptura.
En primer lugar, porque por primera vez desde 1958, la
derecha llega al poder por las urnas. Ruptura también,
porque él cree cambiar la manera de hacer política y
dirige el Estado como a una empresa. Una de las suyas. Su
“gobierno de los mejores” se parece más a un consejo de
administración que a un gabinete. Más de la mitad de sus
miembros proviene del sector privado, con poca (o ninguna)
experiencia política previa. El ministro de Relaciones
Exteriores, Alfredo Moreno, por ejemplo, adquirió su
experiencia “diplomática” como… miembro del
directorio de la gran cadena Falabella, con ocasión de su
expansión a los países vecinos. Juan Andrés Fontaine,
nuevo ministro de Economía, es director del Centro de
Estudios Públicos (CEP), uno de los centros de pensamiento
de la derecha liberal, y vinculado al grupo Matte (industria
forestal, telecomunicaciones, finanzas), controlado por una
de las familias más ricas del país.
¿Piñerismo “izquierdizante”?
Piñera pretende controlar todo
personalmente, exigiendo a sus colaboradores el ritmo
desenfrenado que impone su sobreexposición mediática.
Durante varias semanas cautivó al país, y a una buena
parte del planeta, gracias al rescate de 33 mineros
bloqueados en la mina San José (en el desierto de Atacama).
Una operación que consideró “sin igual en la historia de
la humanidad” (6). Pronto se habló de “piñerismo”,
con lo cual el “cambio” habría tenido realmente lugar.
Por otra parte, los caciques de la derecha tradicional
–sobre los cuales descansa su apoyo parlamentario– ¿no
se muestran irritados? Algunos cables de la embajada de
Estados Unidos en Santiago, revelados por WikiLeaks, están
llenos de anécdotas sobre la guerra fratricida entre “la
vieja guardia” y el “magnate”. Y la apertura del
“staff” presidencial a algunos dirigentes políticos
–como Andrés Allamand (RN) y Evelyne Matthei (UDI),
respectivamente en los Ministerios de Defensa y de
Trabajo–, no bastan para apaciguar los espíritus. Es que
más allá del estilo, algunas de las políticas públicas
del nuevo Presidente exasperan a sus aliados: becas
universitarias destinadas a formar nuevos profesores,
restricción de las atribuciones de la justicia militar,
extensión de la licencia pos–natal a seis meses, medidas
a favor del seguro de salud de los jubilados, un llamado al
respeto del salario mínimo de los empleados domésticos,
relocalización parcial de un proyecto termoeléctrico después
de movilizaciones ecologistas, propuesta del derecho de voto
para los chilenos residentes en el extranjero, inscripción
automática en las listas electorales y, el 11 de marzo
pasado, el anuncio de un “ingreso ético familiar”,
consistente en una (muy magra) transferencia de recursos,
destinados a medio millón de personas que viven en la
pobreza extrema. En el plano internacional, Piñera reconoció
al Estado Palestino –“libre, soberano e
independiente”– siguiendo a varios dirigentes
latinoamericanos, varios de ellos de izquierda (7).
Para Rodrigo Hinzpeter, fiel al patrón
Presidente y ministro del Interior, ésta es la “nueva
derecha”: “social y democrática”, que “toma en
cuenta nuevas preocupaciones”, especialmente “el
compromiso con los derechos humanos, la relación entre el
desarrollo y el medio ambiente, el equilibrio entre la
economía y la justicia social” (8). Un programa que no
hace otra cosa que profundizar la crisis de la oposición
parlamentaria, incapaz de formular contrapropuestas. A tal
punto que los diputados de la Concertación (coalición de
social–demócratas, socialistas y demócratas cristianos,
que estuvo en el poder desde el final de la dictadura hasta
2010) apoyan regularmente los proyectos del gobierno. En
resumen: ¿ruptura con la derecha y continuidad con el
centro–izquierda? “Mantener la mayor parte de las políticas
implementadas por la Concertación” es, en efecto, lo que
Piñera prometía durante la campaña presidencial. Por otra
parte, el consenso entre Piñera y sus predecesores era tal
que el semanario británico The Economist concluía, el 19
de diciembre de 2009: “En el nivel práctico [una victoria
de Piñera] tendría un impacto reducido”.
Pero, ¿se debe leer en esta armonía
una “deriva hacia la izquierda” de la “nueva
derecha” chilena? Tal vez no, porque desde hace años la
izquierda chilena –comenzando por el Partido Socialista–
se inscribió, ella misma, en la continuidad. Este cambio
neoliberal le aseguró las alabanzas de analistas tan poco
sospechados de idolatría marxista como el francés Guy
Sorman. En Chile, explicaba en octubre de 2008, el libre
cambio –impuesto por economistas formados en Estados
Unidos e inspirados en Milton Friedman (los “Chicago boys”)–
a partir del golpe de Estado de 1973 se mostró tan
“eficaz” que, “desde Pinochet, jefe de Estado de 1973
a 1990, hasta Michelle Bachelet inclusive, Presidenta
socialista desde 2005, Chile no modificó sus normas económicas”
(9). Ernesto Ottone y Sergio Muñoz Riveros –ambos
antiguos militantes comunistas convertidos en consejeros de
la Concertación– analizan la conversión de la izquierda
chilena al “realismo económico”: “A fuerza de chocar
con la realidad, la izquierda comprendió que debía
abandonar sus antiguas creencias sobre la malignidad del
sistema capitalista. […] Aun con dificultades para
admitirlo, hay que conceder que, en algunas cuestiones
relativas al funcionamiento de la economía moderna, [los
buenos profesores] se encontraban ‘en la vereda de
enfrente’” (10).
Rumbo al “Primer
Mundo”
Al “cruzar la calle”, esta
izquierda ayudó a transformar la tierra de Salvador Allende
en un modelo para las finanzas mundiales. En la clasificación
sobre “libertad económica”, publicada anualmente por
The Wall Street Journal y la Heritage Foundation , Chile
aparece, desde hace mucho tiempo, en el pelotón que la
encabeza (11º lugar entre 179 países), bien arriba de
Francia (64º) y justo detrás de Estados Unidos. Un sistema
impositivo acogedor, fondos de pensión privados
generalizados, servicios colectivos –entre ellos la
educación y la salud– ampliamente mercantilizados,
tratados de libre comercio con Estados Unidos y China:
“Chile deja atrás el subdesarrollo y se encamina con paso
firme hacia la constitución de una nación desarrollada”,
se regocijaba la ex Presidenta Michelle Bachelet el 11 de
enero de 2010. Flanqueada por su ministro de Finanzas, la
militante socialista tenía en las manos un precioso abre
puertas: la adhesión de su país a la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE). Fundada en
1961, la OCDE agrupa a 34 países que buscan estimular “la
democracia y la economía de mercado”. Chile fue el primer
país sudamericano en integrar ese muy selecto club.
¿Izquierda neoliberal y derecha
rupturista?
En ausencia de una alternativa real, la
imagen del cambio pudo encarnarse en los rasgos de Piñera
ante los ojos de una parte de las clases populares. Iván,
en la treintena, es vendedor ambulante en el centro de la
capital. En medio del smog de la Alameda (la principal
avenida de Santiago) y de la cacofonía de los micros (ómnibus),
vende golosinas y cigarrillos por unidad. “Usted sabe,
para mí este gobierno no ha cambiado gran cosa. Si voté
por Piñera fue porque, al menos, él tuvo éxito en la
vida. Y espero que hará lo mismo con el país, para que
podamos aprovechar un poco.” Sin embargo, el discurso de
reformismo social del Presidente no le impidió radicalizar
un poco más el neoliberalismo, como lo demostró su gestión
luego del terremoto. El proceso de reconstrucción del
litoral, cuando no es objeto de clientelismo político
probado (11), parece inspirarse en la “estrategia de shock”
descripta por Naomi Klein (en su obra del mismo nombre,
publicada en 2008). El anuncio de un aumento temporario de
los impuestos sobre las empresas y de las regalías para las
grandes compañías mineras, destinado a reunir más de
3.000 millones de dólares en cuatro años, fue acogido con
escepticismo. En de!nitiva, el mecanismo hizo que se
desencantaran los que creían en un improbable giro
keynesiano. Las compañías mineras (en general
multinacionales) que participan, sobre la base del
voluntariado, en este financiamiento suplementario de dos años,
¡lograron que se les garantizara la prolongación de una de
las regalías más bajas del mundo hasta el año 2025!
Paralelamente, la necesidad de dinero fresco brindó la
ocasión soñada para recomendar nuevas privatizaciones de
bienes “no indispensables” en el sector de la energía
(Compañía de Electricidad Edelnor) y del saneamiento del
agua (Aguas Andinas). De paso, se está considerando una ley
de flexibilización del trabajo, así como nuevas
concesiones mineras al capital extranjero. Al final, según
el economista Hugo Fazio, “el fondo de reconstrucción
servirá de pretexto para debilitar al Estado y entregar
algunos elementos del patrimonio público a los intereses
privados” (12).
A pesar de algunas protestas de la
“vieja derecha”, la “nueva” no maltrata
verdaderamente a su base social. “Este gobierno es el
gobierno de las empresas”, sostiene Viviana Uribe, quien
no cree en las fábulas de la derecha social y democrática.
“Es la ley del mercado la que regula todo y si uno no lo
acepta, la represión es inmediata”, acusa. La Presidenta
de la Corporación de Defensa y Promoción de los Derechos
del Pueblo, aliada a la Federación Internacional de Ligas
de Derechos Humanos, sabe de lo que habla. De rasgos que
expresan cansancio, entre dos cigarrillos, echa mano de la débil
política posterior al terremoto; los atropellos policiales
contra una parte del movimiento libertario; el estado del
sistema carcelario, que terminó con la muerte de 81 presos
durante un incendio en la cárcel de San Miguel; el escaso
compromiso para hacer avanzar la justicia a favor de las víctimas
de los militares. Y, siempre, la criminalización del pueblo
indígena mapuche.
Resistencias colectivas
Últimamente, en el pueblo de Cañete,
en el sur del país, se desarrolló un proceso emblemático
de la política de la “nueva derecha” en el Wallmapu (país
mapuche): 17 comuneros fueron acusados de robo, incendio
criminal, terrorismo… a partir de una legislación de
excepción –llamada ley “antiterrorista”– que data
de la dictadura. A contramano de cualquier norma
internacional, permite basarse en “pruebas” provenientes
de testigos ocultos, a sueldo de la magistratura (13). Al término
de tres meses y medio de movilizaciones y de una
interminable huelga de hambre (86 días), la mayoría de los
acusados fueron liberados. Natividad Llanquilleo es la
portavoz de los “presos políticos mapuches” (dos de sus
hermanos están tras las rejas). De presencia agradable,
claridad en el discurso y estudiante de derecho, a los
veintiséis años encarna la nueva generación que ha vuelto
a su comunidad para defender “la causa”. Según ella,
aunque la huelga de hambre no tuvo todos los efectos
esperados, al menos permitió que “la gente comience a
comprender”. Y, sobre todo, Piñera tuvo que negociar. De
manera bastante hábil, por cierto. También en este caso,
quiso distinguirse solicitando la no aplicación de la ley
antiterrorista contra los mapuches y el fin de la doble
imputación, militar y luego civil. Sin embargo, estos
anuncios mediáticos no impidieron, en los hechos, que se
llevara adelante lo que Llanquilleo califica de “proceso
político”, ya que condenó a cuatro militantes de la
Coordinación de las Comunidades en conflicto Arauco–
Malleco (CAM), y entre ellos a su líder Héctor Llaitul,
quien podría tener que pasar veinticinco años preso (14).
La Dirección del Trabajo reconoce, por
otra parte, que el sector privado perdió el equivalente a
333.000 jornadas de trabajo por huelgas en 2010, o sea un
aumento del 192% con relación al año 2000. Según la
Central Única de Trabajadores (CUT), principal confederación
sindical, este primer año de la “nueva derecha” está
“perdido para los trabajadores, los ciudadanos y la
profundización de la democracia” (15). La CUT lamenta los
repetidos aumentos de precios y la ausencia de un aumento
“sustancial” del salario mínimo. La cuestión del
precio del gas es algo particularmente sensible. A comienzos
de año provocó el levantamiento de toda la provincia de
Magallanes durante una semana, obligando al Poder Ejecutivo
a dar marcha atrás. En febrero de 2011, una encuesta de la
agencia Adimark sugería que el 49% de la población
desaprobaba la gestión de Piñera. Sin embargo, nada hace
presagiar todavía un frente social y político lo bastante
poderoso como para hacer temblar a un Presidente (16) que ya
está preparando las elecciones de 2014 (en las cuales no
puede volver a presentarse), favoreciendo a sus ministros más
populares y teniendo en la línea de mira un nuevo mandato
en 2018. Manuel Cabieses es una figura de la izquierda y un
gran mozo gallardo y jovial de más de 75 años. En su
oficina de la calle San Diego, donde dirige contra viento y
marea la revista Punto Final, critica el gobierno de los
“herederos de la dictadura” y convoca a la construcción
de una “nueva izquierda”, independiente de la Concertación.
Es consciente de las dificultades a superar: “Vivimos un
período más duro aún que el que viví en mi juventud, lo
que puede atribuirse a veinte años de despolitización y
fragmentación social”. “Nuestra derrota del 11 de
septiembre de 1973 sigue estando presente”, agrega.
(*) Franck Gaudichaud es Profesor
adjunto en la Universidad de Grenoble–II, copresidente de
la asociación France Amérique Latine.
Notas:
1) Centro de investigación periodística:
http://ciperchile.cl/tag/reconstruccion
2) “S. Piñera: la nueva derecha que
se desprende de la dictadura”, El Mundo, Madrid,
16–1–06.
3) Yo Piñera, Mare Nostrum, Santiago
de Chile, 2010.
4) Ana Verónica Peña, “La historia
no contada de los orígenes de la fortuna de Sebastián Piñera”,
La Nación, Santiago, 19–4–09.
5) “Sólo los muertos y los santos no
tienen conflictos de intereses”, Clarín, Buenos Aires,
9–4–10.
6)
“Au Chili, derrière l’euphorie médiatique, les hommes”,
La valise diplomatique, 14–11–10, www.monde–diplomatique.fr
7)
Maurice Lemoine, “L’Amérique latine s’invite en
Palestine ”, Le Monde diplomatique, París, febrero de
2011.
8) “Hinzpeter: sus definiciones y la
nueva derecha”, Revista Capital, Santiago, noviembre de
2010.
9)
L’économie ne ment pas, Fayard, París, 2008.
10)
Après la révolution. Rêver en gardant les pieds sur terre,
L’Atalante, Nantes, 2008.
11) La Sra. Van Rysselberghe (UDI),
intendente de la región de Bío Bío, debió renunciar en
abril pasado por haber aprovechado la reconstrucción para
favorecer a un grupo de habitantes no siniestrados (radio
Cooperativa, 3–4–11).
12) Hugo Fazio, “La ‘fórmula’ de
Piñera para reducir el Estado”, Le Monde diplomatique,
edición chilena, mayo de 2010.
13) Véase el dossier de Amnesty
International Chile: “Conflicto Mapuche / Ley
antiterrorista”, www.amnistia.cl/web/category/tags/conflicto–mapuche/–ley–antiterrorista
14) Estos militantes están de nuevo en
huelga de hambre, ver: Pueblo Mapuche: Cinco siglos de
Resistencia
15) “La CUT frente al primer año de
Piñera”, 11–3–11, www.cutchile.cl
16) Este reportaje ha sido redactado
semanas antes de las grandes movilizaciones sociales en
torno al proyecto Hidroaysén, que desdibujan el posible
nacimiento de un “nuevo sujeto colectivo”. Ver:
www.rebelion.org/noticia.php?id=129311&titular=nuevo–sujeto–colectivo–
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