Los
atolladeros de la economía latinoamericana
Por
Claudio KatzEnviado
por el autor, 10/11/11
Al concluir el año 2011 reaparecen los nubarrones sobre la
economía latinoamericana. El brusco agravamiento de la
crisis global augura un freno del crecimiento que aumenta el
nerviosismo. Durante el último quinquenio el producto bruto
regional mantuvo un ritmo ascendente del 5%
anual, a pesar de la desaceleración registrada en el 2009.
La recuperación posterior se prolongó durante el 2011, que
finalizaría con un incremento de 4,4% del PBI. Hay
previsiones de otro aumento del 4,1% para el 2012, pero
nadie sabe cuánto durarán los escudos protectores frente a
la nueva turbulencia internacional.
Los
neoliberales advierten contra la recaída y proponen
recortar el gasto público para reforzar las defensas.
Aunque la deuda pública y privada es muy inferior al
promedio de los países desarrollados, promueven la
contracción para asegurar las acreencias de los banqueros.
Sus convocatorias a la austeridad expresan esta prioridad de
los financistas.
Por
el contrario, los heterodoxos alientan la continuidad de políticas
contra–cíclicas. Los economistas de CEPAL presentan esta
intervención como un acto de transgresión del
neoliberalismo, olvidando que en numerosos países (México,
Colombia o Chile), estas medidas complementan la continuidad
del libre–comercio y las privatizaciones. Son iniciativas
más dependientes de los ingresos fiscales que de las
ideologías gubernamentales.
Este
intervencionismo no ha sido el único atenuante de la
crisis. También la
apreciación de las materias primas exportadas, el ingreso
de capitales sin oportunidades de inversión en los países
centrales y la desincronización del ciclo regional han
limitado el
impacto del temblor.
Esta combinación de circunstancias se corrobora en la gran
heterogeneidad de situaciones nacionales y en la escasa
conexión de la reactivación con estrategias peculiares. Se
han registrado altas tasas de crecimiento en países con políticas
económicas heterodoxas (Argentina) y ortodoxas (Perú) y
también resultados inversos en países del primer grupo
(Venezuela) y del segundo (México). El efecto atenuado del
tsunami global se ha verificado, además, especialmente en
el sur del continente. Centroamérica y el Caribe sufren el
duro contagio de la recesión estadounidense.
Dilemas estratégicos
Frente
a un probable escenario de
recesión internacional se multiplican los cónclaves
regionales. La frecuencia de estos encuentros contrasta, por
ejemplo, con la pérdida de gravitación de las Cumbres
Iberoamericanas. UNASUR está logrado una centralidad
inédita y comienza a operar como un MERCOSUR ampliado, incorporando a los
países que suscribieron Tratados de Libre Comercio con
Estados Unidos. El regionalismo sudamericano (Brasil y
Argentina) tiende a converger con el área
pro–norteamericana del Pacífico (Chile, Colombia, Perú). Esta
coexistencia refuerza el predominio de proclamas, en
desmedro de iniciativas concretas de integración.
Se discute, en primer lugar, la formación de
un
fondo de estabilización (FLAT) –a partir de ciertos
mecanismos ya existentes (como el FLAR)– para auxiliar a
las economías afectadas por corridas cambiarias. La fuga de
divisas podría agravarse si los bancos y empresas
extranjeras envían más dólares a sus casas centrales,
para contrarrestar las situaciones de insolvencia. El FLAT
está concebido como un instrumento de protección frente
distintos escenarios de vaciamiento financiero.
Pero
el monto de recursos comprometido en este resguardo (20.000
millones de dólares), sólo alcanzaría para socorros de
emergencia en las economías pequeñas. Este tipo de
reacciones defensivas ya se ensayaron en el pasado y no
implicaron actos de solidaridad con las víctimas de la
especulación. Al contrario, consolidaron una extranjerización
del sistema bancario latinoamericano, que sería reafirmada
si prospera la propuesta de asociar el FLAT con nuevos préstamos
del BID.
En
otros encuentros se debaten ideas para avanzar hacia la
formación de alguna moneda
común. La experiencia
del Sucre –que utilizan Venezuela, Ecuador y Bolivia como
unidad de cuenta para el intercambio comercial– es la
referencia de estos proyectos. Ese signo permite reducir los
costos de las transacciones, pero convive con el dólar sin
funcionar como moneda real. Aunque pretende incentivar un
desacoplamiento de las divisas fuertes, no reemplaza el
control de cambios, ni preserva a los países de los
tormentosos flujos de capital.
El
Sucre es una iniciativa más avanzada que los mecanismos de
intercambio con billetes locales (Brasil–Argentina) o los
convenios de pagos recíprocos (ALADI). Pero se encuentra
muy lejos de sentar las bases de una moneda regional, basada
en modelos de complementación solidaria opuestos a la
centralización neoliberal que moldeó la gestación del
euro.
El
Banco del Sur es otro termómetro de la parsimonia que
domina en los proyectos de integración. Ya han transcurrido
varios años desde su constitución formal y aún faltan
tres confirmaciones parlamentarias de los siete suscriptores
del proyecto. Nadie define el destino de los créditos y el
capital comprometido para la entidad es muy reducido, en
comparación a un gigante de la zona como es el BNDES de
Brasil.
Pero el tema más relevante ocupa poco espacio en la
reflexión regional. ¿Qué hacer con las enormes reservas
que acumula América Latina? Como resultado del superávit comercial y la afluencia
de divisas, los Bancos Centrales ya atesoran 574.000
millones de dólares. Se ha creado un excedente que
contrasta con la enfermedad de vaciamientos sufridos por la
zona en los momentos de crisis. ¿Los nuevos recursos
respaldarán inversiones productivas coordinadas? ¿O se
dilapidarán en acciones que perpetúan la dependencia?
La
actual indefinición conduciría a la desaparición de los
fondos por la misma ruta que ingresaron. La Unión Europea,
el gobierno norteamericano y el FMI intentan canalizar las
reservas hacia un socorro del sistema financiero mundial.
Presentan este auxilio como un “aporte de América
Latina” a los economías avanzadas, olvidando la deuda
histórica que arrastra el Primer Mundo con la región.
Proponen acompañar la compra de títulos europeos que
realizarían China y otros BRICS, para apuntalar los bancos
quebrados. La adquisición de estos papeles acrecentaría
las cuantiosas inversiones que ya tiene Latinoamérica, en
esa modalidad de colocaciones.
La
participación de Brasil en la cartera del FMI constituyó
un primer guiño hacia este nuevo compromiso. En la última
reunión del G 20 (Cannes) se reforzó este curso mediante
explícitas exigencias de intermediación del cuestionado
organismo, en cualquier auxilio financiero a Europa. Este
idilio del gobierno brasileño con el FMI no es un dato
menor, si se tiene en cuenta que el país es el quinto
poseedor internacional de Bonos del Tesoro estadounidenses.
El
dinero que se use para rescatar a los financistas europeos
será sustraído del
FLAT, la moneda común, el Banco del Sur y la integración
productiva. Sería el nuevo precio que pagarían Argentina,
México y Brasil para continuar participando en el G 20, con
iniciativas que reafirman la asociación de las clases
dominantes locales con el establishment global. Esta
orientación se ubica en las antípodas de dos medidas
insoslayables para avanzar hacia una integración regional
progresista: la nacionalización de los bancos y la estricta
regulación de los flujos de capital.
Estas acciones son indispensables en la coyuntura actual,
para definir respuestas conjuntas ante contradictorios
procesos de revalorización y desvalorización monetaria. La
región ha padecido en los últimos años los efectos
adversos del ingreso de dólares (que
sobrevaluan la moneda local) y también del egreso de
divisas (que provocan las conocidas tensiones cambiarias).
Seguramente Brasil definiría el rumbo a seguir, desde el
momento que maneja entre el 50 y el 60 % de las reservas
totales.
Ya actúa como sub–potencia, adaptando el MERCOSUR a un juego multilateral, basado
en
coordinaciones estratégicas con Estados Unidos. Esta política
deja poco espacio para la formación de un fondo financiero
latinoamericano.
El
terremoto sufrido por el euro reforzaría, además, la
aversión de los gobiernos brasileños a repetir en la región,
el papel jugado por Alemania en el Viejo Continente. Si
la gran potencia germana quedó hundida en el atolladero de
la Unidad Europea, Brasil tiene menos posibilidades de
liderar una integración capitalista de Sudamérica.
Las
consecuencias del
extractivismo
La gran dependencia regional del vaivén
internacional de los precios de las materias primas
acrecienta las críticas hacia el modelo exportador. Este
esquema incentiva la multiplicación de emprendimientos exclusivamente
destinados a comercializar productos básicos. Mientras
crece la influencia del agro–negocio, las inversiones extranjeras consolidan
la especialización petro–minera. Todas las potencias
buscan asegurarse el aprovisionamiento
de insumos latinoamericanos, afianzando la inserción de la
zona como granja o socavón de la economía mundial.
El
término “extractivismo exportador” –que muchos
analistas utilizan para describir este modelo– ofrece un
acertado retrato del esquema actual. Destaca las nefastas
consecuencias de la minera contaminante y la agricultura de
exportación, en desmedro del abastecimiento interno.
Este
curso extractivo potencia la vulnerabilidad de América
Latina. sin generar necesariamente procesos de
“reprimarización” o “desindustrialización”. Pero
impone senderos frontalmente opuestos al desarrollo
manufacturero que ha seguido el Sudeste Asiático. La atadura a las
exportaciones básicas
suscita, además, permanentes interrogantes sobre la
continuidad del ciclo alcista de las materias primas que
comenzó en el 2003 y perdura hasta la actualidad.
Algunas
explicaciones atribuyen
esta valorización a los movimientos especulativos y
a la falta de supervisión de los mercados agrícolas de
futuro. La desregulación de esta plaza facilitó el ingreso
de los bancos de inversión al negocio y la consiguiente
presencia de un mortífero arsenal de derivados. El uso de
instrumentos financieros en el sector aumentó de 500.000
millones (2000) a 13 billones de dólares (2008).
Otras
caracterizaciones destacan cómo el incremento del precio
del petróleo potenció la expansión de los
agro–combustibles y señalan que el 12% de la producción
mundial de maíz ya se destina a la fabricación de etanol.
Una tercera explicación estima que la demanda china ha
establecido un nuevo piso de cotizaciones para todas las
materias primas.
Esta
diversidad de interpretaciones alude, en los hechos, a
distintos procesos temporales. Mientras que las maniobras
financieras determinan los incrementos coyunturales de
precios, los agro–combustibles y las compras asiáticas
inciden sobre el mediano y el largo plazo.
El
boom de las commodities ha reabierto también viejas
controversias teóricas sobre el deterioro de los términos
de intercambio y la influencia de las exportaciones
primarias en el subdesarrollo
latinoamericano. Pero cualquiera sean las respuestas a estos
interrogantes son evidentes los efectos sociales nocivos del
extractivismo.
Sólo el desarrollo manufacturero permitiría crear los
puestos de trabajo necesarios para erradicar el atraso de la
región. Este salto se encuentra impedido por la dominación
que ejercen las empresas transnacionales de la economía latinoamericana.
Ese
predominio determina incluso muchas posturas de política
exterior. Cuándo Brasil y Argentina rechazan el G 20 la
regulación de los precios de los alimentos, siguen el
mandato de las grandes compañías. La hambruna de los
empobrecidos no es analizada con criterios de solidaridad,
sino como una oportunidad de negocios. El extractivismo perpetúa el sometimiento del ciclo latinoamericano a la
tiranía de la reproducción dependiente. Esta subordinación
tiene mayor impacto actual en la esfera comercial o
productiva, que en el área tradicional del endeudamiento.
Pero la experiencia indica que la atadura a las
exportaciones básicas termina recreando el agobio
financiero.
Desigualdad
y explotación
Algunos economistas ponderan el rumbo actual destacando la
caída de la desocupación que acompaña al crecimiento.
Pero las cifras sólo indican reducidos cambios acordes al
vaivén del ciclo. En la desaceleración del 2009 la tasa de
desempleo llegó al 8,1%, luego bajó al 7,3%
(2010), este año rondaría el 7% y si se confirman los
augurios de freno volvería a subir.
Pero
lo más relevante es la baja calidad de los nuevos empleos, reclutados en su gran mayoría en el sector
informal. La precarización se mantiene como una norma,
tanto de la recesión como de la prosperidad. Este deterioro
complementa la degradación que imponen la disminución de
las remesas, el éxodo rural y la marginalidad urbana.
Millones de individuos están condenados a formas de
supervivencia infra–humana, que logran visibilidad mediática
sólo en los momentos de gran cataclismo (incendio de una cárcel
superpoblada, alud en una favela, inundaciones en zonas
desprotegidas).
La
manifestación más dramática de este infierno en la región
centroamericana es la expansión
del
narcotráfico. Esta actividad es un refugio de supervivencia
para los campesinos endeudados y para los jóvenes
desempleados incorporados a la delincuencia organizada.
El
macabro curso de la guerra emprendida por el gobierno de México
ya cobró la vida de 50.000 personas. Con un estado de
excepción permanente se legaliza la brutalidad criminal que
ejercitan las mafias y sus adversarios– cómplices del
estado.
La
magnitud de las fortunas en juego es proporcional a la sangría
de un negocio que manejan los clanes de la lumpen–burguesía.
Este término se utilizó erróneamente en el pasado para
retratar en forma indiscriminada a las clases dominantes
latinoamericanas. Pero en realidad tipifica sólo a un
sector muy específico, que ha transnacionalizado,
diversificando y blanqueando las ganancias obtenidas en los
circuitos paralelos de la acumulación. La burguesía lumpen
está muy entrelazada con sus pares del sector formal, pero
no integra el club estable de los grandes dominadores de la
región.
Es sabido que el desgarramiento social padecido en América
Latina recrea la pobreza y la desigualdad. Sin embargo
algunos analistas celebran la escasa reducción del nivel de
inequidad registrado durante el reciente ciclo de
crecimiento. Olvidan que América
Latina continúa encabezando todos los récords
internacionales de polarización social. La región incluye
a cuatro de los países que lideran este vergonzoso
indicador (Colombia, Bolivia, Honduras, Brasil). El
coeficientes de Gini que mide la desigualdad ilustra un
promedio zonal (51,6) muy superior a media mundial (39,5).
En este terreno la principal novedad radica en la
generalización de las políticas asistenciales, que tienden
a atenuar los explosivos efectos de la fractura social.
Todas las administraciones implementan
estos planes como imperativos de gobernabilidad. El costo de
estas acciones se asemeja en todos los países y es muy reducido en proporción al producto bruto.
En
Argentina rige la asignación universal (0,40% del PIB), en
Brasil la Bolsa Familia (0,47%), en México el programa
Oportunidades (0,51%), en Bolivia el Bono Juancito Pinto
(0,33%), en Venezuela las Misiones (0,45%), en Ecuador el
Bono de Desarrollo Humano (1.17%), en Chile el Plan
Solidario (0,11%), en Colombia la Iniciativa Familias
(0,39%) y en Perú el Proyecto Juntos (0,14%).
Este
tipo de asistencias protege a los desamparados, pero no
genera ninguna redistribución del ingreso. En la medida que coexiste con la precarización laboral tiende más
bien a convalidar la segmentación del mercado de trabajo.
Esta fractura acentúa las viejas modalidades de
superexplotación que caracterizan al capitalismo
latinoamericano. Las empresas foráneas lucran en las
maquilas con la baratura de la fuerza laboral y los
capitalistas locales exprimen a los asalariados, para
compensar su escasa relevancia en el mercado global.
Neoliberalismo y neodesarrollismo
En
América Latina comienza a verificarse cierto viraje en el
pensamiento dominante, puesto que el neoliberalismo ha
quedado desprestigiado por el resultado de sus gestiones.
Prometió un
gran despegue con privatizaciones y desregulaciones y terminó
reforzando los viejos desequilibrios de la reproducción
dependiente. Luego estimuló el endeudamiento para paliar
estos trastornos y precipitó tormentosos estallidos
financieros.
Aunque
numerosos gobiernos preservan esta misma estrategia con algún
ajuste cosmético, otras administraciones comienzan a
sustituir el credo neoliberal
por planteos neo–desarrollistas. Esta propuesta gana
adherentes con discursos de intervención del estado,
cuestionamientos a la pérdida de competitividad cambiaria
(“enfermedad holandesa”) y convocatorias a imitar el
camino asiático de industrialización.
Pero este renacer desarrollista no es preponderante aún en
el país más industrializado. Brasil mantiene su primacía
manufacturera en la región, pero con pérdidas de
posiciones frente al agro–negocio. Las
políticas oficiales de subsidios fabriles no compensan la
apreciación de la moneda y el sistemático incremento de la
tasa de interés. El país no cuenta con recursos, tecnología
o mercados suficientes para compatibilizar el modelo alemán,
que combina la severidad financiera con la competitividad
productiva. Por esta razón se intensifican las tensiones
entre la ortodoxia monetarista
y los planteos industrialistas.
Argentina ha puesto en
marcha un intento neo–desarrollista más sostenido.
Este ensayo constituye una reacción frente al descomunal desplome sufrido durante el cenit neoliberal. El gobierno ha
buscado recomponer la gravitación de la burguesía
industrial, en desmedro de los bancos y en conflicto con el
agro–negocio. Pero este último sector ha capitalizado su actividad y se niega a
compartir las enormes rentas que acapara. Además, la burguesía industrial perdió peso por la extranjerización y sostiene sus
ganancias con subsidios y remarcaciones de precios. Estas
presiones neutralizan el proyecto re–industrializador.
La industria mexicana presenta otro panorama al quedar
amoldada (a través de las maquilas) a las líneas de
fabricación estadounidenses. Los replanteos desarrollistas
implican en este caso confrontar con una estrategia de libre
comercio con la primera potencia, que ha desarticulado el
viejo entramado industrial centrado en el mercado interno.
El resurgimiento neo–desarrollista se encuentra obstruido
en América Latina por el predominio del extractivismo, la
extranjerización de la economía y el desplazamiento de las
viejas burguesías nacionales por nuevos grupos
exportadores. Estas limitaciones son habitualmente omitidas
por quiénes observan esa
estrategia como la
más conveniente, o la única factible en la actualidad.
El neo–desarrollismo incluye también un ala más
progresista, que reconoce la ausencia de clases capitalistas
dispuestas a asumir la conducta clásica del industrialismo
(inversión, riesgo, competencia). Proponen compensar esta
orfandad del sujeto burgués con políticas sustitutivas de
inversión y gerenciamiento público.
Esas medidas no son concebidas en una dirección
pos–capitalista, sino como acciones tendientes a remodelar
el orden social vigente. Por eso implican no sólo acciones
de regulación estatal, sino también fuertes subsidios a
los grupos empresarios que se desea promover como
protagonistas de la vida económica. ¿Pero qué beneficios aportarían estas subvenciones a
la mayoría de la población? ¿Por qué razón los
trabajadores y ciudadanos deberían solventar el
fortalecimiento de un régimen social que no les pertenece?
Es
importante indagar estas contradicciones para clarificar el significado
contemporáneo del nuevo desarrollismo. Algunos autores críticos
no observan mayores diferencias con neo–liberalismo.
Consideran que el cambio de retórica encubre la continuidad
de ofensivas del capital sobre el trabajo o la introducción
de regulaciones para auxiliar a los bancos.
Pero
conviene evaluar esos parentescos en función de los
intereses en juego. Si el libre–comercio es la ideología
de los agro–exportadores y la ortodoxia monetaria opera
como credo de los banqueros, la defensa de los subsidios
forma parte del guión industrialista. El
neo–desarrollismo adapta esta última tradición a las
necesidades actuales de los grupos fabriles más concentrados,
transnacionalizados y exportadores (compañías “Multilatinas”).
Estas empresas tienden a expandirse hacia las economías
vecinas para contrarrestar la estrechez de los mercados
internos de origen. Compensan esta limitación con
inversiones de alta rentabilidad en el exterior. La forma en
que Petrobras bloqueó la nacionalización de los
combustibles en Bolivia es un ejemplo de esta conducta.
Las víctimas de esta política suelen utilizar el término
“sub–imperialismo” para caracterizar este
comportamiento. También aplican este concepto para retratar
acciones del ejército brasileño en Haití, que repiten
estrategias de militarización ya ensayadas en las favelas.
La denominación no sólo tiene un legítimo propósito de
denuncia. También induce a revitalizar un concepto, que
debería ser estudiado
mediante comparaciones con el uso inicial que tuvo en
los años 60.
Es
muy importante precisar el sentido de cada noción para
caracterizar en forma adecuada el alcance regional de la
turbulencia económica actual. El término crisis es por
ejemplo utilizado con tantas acepciones, que a veces resulta
imposible discernir si alude a una coyuntura, a una etapa o
a un devenir del capitalismo. Tampoco se sabe si evalúa una
situación global, regional o nacional.
En
esta utilización tan polisémica tampoco se suele aclarar,
si se está analizando un ciclo económico. En este caso, el
término crisis debería ser referido a situaciones de
recesión, contrapuestas al crecimiento. Si cuando cae el
PBI y el empleo hay crisis y cuando aumentan ambas variables
también hay crisis, resulta imposible entender de qué se
está hablando. La clarificación de los debates es una
deuda pendiente en el pensamiento crítico latinoamericano,
cuya resolución permitirá definir con mayor exactitud la
etapa actual.
El escenario político
Las tendencias económicas comunes de América Latina
se procesan en distintos contextos políticos
de gobiernos derechistas, centroizquierdistas y reformistas.
Estas administraciones actúan, a su vez, en variados marcos
de conquistas o repliegues populares. Las semejanzas
estructurales entre Colombia y Venezuela quedan replanteadas a la
hora de observar quién gobierna y lo mismo vale para México
y Argentina o para Guatemala y Bolivia. El devenir de la
economía regional depende de los desenlaces políticos en
cada país.
Durante el bienio 2010–11
los gobiernos derechistas enfrentaron múltiples problemas.
El imperialismo norteamericano perdió a su agente directo
en Perú y observa con gran inquietud la impotencia de su
socio mexicano para lidiar con el narcotráfico. La violencia
facilitó el regreso del militarismo conservador en
Guatemala y las matanzas
de los paramilitares continúan
en Colombia. Pero en todos los casos crece el hastío de la
población. Los
golpistas hondureños debieron replegarse, buscado un
compromiso con el presidente depuesto y el reaccionario
gobierno de Chile afronta desventuras económicas, fracasos
de gestión y gran resistencia social.
Es
evidente, además, que las pesadillas afrontadas por el Pentágono en el Medio Oriente reducen la
capacidad de intervención de la IV flota y de los marines
desplegados en Colombia. Por esta razón, las campañas de intimidación
se procesan a través
de los grandes medios de comunicación, que definen en cada
momento a quién hostilizar y a quién bendecir. La derecha
se mantiene muy activa, pero sin recuperar la iniciativa que
tuvo durante el cenit del neoliberalismo.
Los
principales ganadores de la coyuntura son presidentes de centroizquierda
como Dilma Rouseff y Cristina Fernández Krichner, que
obtuvieron arrolladores triunfos en los comicios. En ambos
casos el oficialismo revalidó títulos, incorporando
sectores medios y altos a su base electoral. Mientras que en
Brasil la victoria se consumó en un clima de pasividad
conservadora y despolitización, en Argentina han
prevalecido las tensiones con la derecha, la participación
de los movimientos sociales y la renovada politización de
la juventud.
Uruguay sigue el modelo brasileño de buena letra hacia los
capitalistas y desatención de las demandas sociales y también
el nuevo mandatorio de Perú busca recrear el sendero
social–liberal inaugurado por Lula. El limitado impacto
que hasta ahora tuvo la crisis global en Sudamérica ha
contribuido a este afianzamiento del centro–izquierdismo.
Pero lo más llamativo es la creciente atracción que
ejerce esa referencia sobre los gobiernos más radicales de
Venezuela, Bolivia (y en cierta medida Ecuador). Estas
administraciones surgieron confrontando con el imperialismo,
impulsando movilizaciones populares y promoviendo reformas
democráticas y sociales. Ahora enfrentan encrucijadas que
determinarán su futuro.
Definiciones en el eje radical
La economía venezolana ha sido más
afectada por la crisis que el promedio sudamericano. Los
desbalances tradicionales (dependencia de la factura
petrolera, bajísima producción local, alto nivel
importaciones, consumo suntuario) condujeron a nuevas
devaluaciones para atemperar el déficit fiscal, en un marco
de alta inflación. Las medidas progresistas (nacionalización
del oro) continúan coexistiendo con el favoritismo hacia la
“boliburguesía” y el
respiro logrado con ciertas acciones reformistas, no
resuelve los problemas de una economía periférica muy
saboteada por las clases dominantes.
Aunque
la derecha
se entusiasmó con la enfermedad de Chávez, la popularidad
del presidente persiste y no será fácil impedirle otra
renovación de su mandato. El estancamiento del proceso
bolivariano obedece más a sus propias contradicciones, que
al acoso de la reacción.
Tanto la entrega de varios militantes de la insurgencia al
gobierno colombiano, como el apoyo a dictadores árabes
(especialmente de Siria) suscitan malestar. Si la
profundización del proceso bolivariano continúa posponiéndose,
este proyecto quedará congelado y comenzará a equiparse
con los restantes gobiernos de centroizquierda.
La
misma disyuntiva afronta Bolivia. La estatización de los hidrocarburos quedó reducida y persisten los
privilegios de las compañías extranjeras. La reforma
agraria sigue pospuesta y las mejoras populares no están a
tono con la derrota del neoliberalismo. La masiva
resistencia al incremento de precios del combustible
(“Gasolinerazo”) fue la primera advertencia de este
estancamiento. Un segundo choque con pueblos de la selva
–que se oponían a la construcción de una carretera–
tuvo un corolario represivo brutal.
Las medidas descolonizadoras que acompañaron al
establecimiento del estado plurinacional son incompatibles, con el
perfil autoritario que está adoptando el oficialismo.
Bolivia no puede prescindir de sus reservas minerales para
erradicar el atraso, pero la utilización de estos recursos
requiere respetar el medio ambiente, evitar el monocultivo,
desarrollar el cooperativismo y compatibilizar en consultas
democráticas la multitud de intereses populares en
conflicto. El logro de estos objetivos exige, a su vez,
abandonar la estrategia de gestar un “capitalismo andino
amazónico”
.
Las
mismas contradicciones presentan mayor dimensión en
Ecuador.
El gobierno ha demostrado firmeza frente a las agresiones
norteamericanas, pero continúa confrontando con el
movimiento indígena, desconoce las propuestas de preservación
de los recursos naturales y pospone la implementación
de transformaciones socio–económicas
significativas.
El techo de logros que están encontrando los gobiernos
radicales repercute directamente sobre el ALBA. Este
organismo ha quedado desdibujado frente a UNASUR y sus iniciativas han perdido el
impacto inicial que tuvo la creación de TELESUR, la formación de PETROCARIBE, la solidaridad con
Cuba, los emprendimientos de salud y alfabetización o el
apoyo antiimperialista a Honduras y Haití. El mismo
apaciguamiento afecta al proyecto del socialismo del siglo XXI, que tiende a diluirse en ausencia de
estrategias de radicalización anti–capitalista.
El futuro del ALBA quedará también signado por el
resultado de las reformas económicas que han comenzado en
Cuba. En una isla
con muy pocos recursos no hay pobreza o criminalidad, sino
una gran cobertura de las necesidades básicas en un marco
de significativa escasez. En lugar de analfabetismo, deserción
escolar y mortalidad infantil hay dificultades para
continuar el sostenimiento de la educación y la salud
gratuitas.
Cuba padece la asfixia comercial del bloqueo y las graves
adversidades coyunturales que han generado la caída del
precio del níquel, los menores ingresos del turismo y los huracanes.
Una economía con alta calificación de la mano de obra
carece de industria
o agricultura productivas y luego del colapso de la URSS
debió sobrevivir mediante el turismo,
las remesas, el doble mercado y los convenios con empresas
extranjeras. Junto a la errónea subsistencia del modelo de
estatización integral apareció un importante flujo de
divisas, que no se transforma en inversión. Los proyectos
para incentivar la actividad mercantil apuntan a
contrarrestar esta asfixia, recomponiendo la productividad y
reduciendo la dependencia de los alimentos importados.
El gran desafío será implementar esta política sin
permitir el retorno al capitalismo. Cuba ya salió airosa en
el pasado de gestas que parecían irrealizables (período
especial, bloqueo, invasiones) y puede alcanzar las nuevas
metas con participación popular, democratización y
limitaciones a la desigualdad social. El futuro del ALBA y
los proyectos de renovación del socialismo dependen en gran
medida de ese proceso.
El empalme con los indignados
¿Cuál
será el efecto de la crisis global sobre las luchas
sociales de América Latina?
Las resistencias alcanzaron un pico de intensidad
durante las rebeliones del 2000–05, que tumbaron a varios
gobiernos
reaccionarios. Estos levantamientos indujeron a las clases
dominantes a actuar con mayor cautela frente al ajuste,
tanto en los epicentros como en los vecindarios de las
sublevaciones. Las movilizaciones posteriores han sido más
acotadas (defensa del salario, el empleo o los recursos
naturales), con la excepción de la
resistencia casi insurreccional que se registró contra el
golpe en Honduras.
Las
batallas de los últimos años han estado a tono con el
alcance acotado que tuvo el descalabro mundial sobre la región.
Esta reacción se acrecentaría si aumenta ese impacto, pero
esta vez podría incorporar un novedoso empalme con la
oleada de protesta que comienza a notarse en todos los
continentes.
Las
reacciones puramente defensivas que rodearon en el 2008
al
debut de la crisis
han quedado modificadas por la primavera que conmovió al mundo
árabe. Las batallas que se libran en Grecia, la irrupción
de los indignados españoles, el descontento social en
Inglaterra, las huelgas en Italia y los plebiscitos de
Islandia ilustran este cambio de clima. La nueva generación
ha convertido las redes sociales en un instrumento de
organización que cruza las fronteras e incentiva a los
ocupantes de Wall Street. La jornada
mundial del 15 de octubre pasado reunió a millones de
manifestantes en 950 ciudades de 80 países.
Esta nueva tónica no tardará en contagiar a la región
latinoamericana. La extraordinaria movilización de los
estudiantes chilenos podría constituir la primera expresión
de esta nueva oleada. Los universitarios y secundarios
trasandinos no sólo confrontaron con un gobierno
derechista que oscila entre la represión y el vaciamiento
de las negociaciones. También conquistaron la simpatía
popular, con formas de acción que retoman el
viejo formato de la alianza obrero–estudiantiles de los
70. “Nuestros
hijos no pasarán de curso pero pasarán a la historia”,
destacaban las pancartas de las marchas que plantearon una
demanda explosiva para el neoliberalismo.
La exigencia de gratuidad para la educación desenmascara el
escandaloso endeudamiento que padecen los estudiantes y
ataca un cimiento de la desigualdad social.
Las
resistencias en curso cuestionan no sólo a los banqueros y
al neoliberalismo, sino al propio sistema capitalista. Se ha
puesto a la orden del día definir quién pagará los
terribles costos de la crisis y frente a esta disyuntiva,
vuelve a enhebrarse el tejido de solidaridades de América
Latina con los pueblos del Primer Mundo.
10–11–2011
[1]Economista,
Investigador, Profesor. Miembro del EDI (Economistas de
Izquierda). Su página web es: www.lahaine.org/katz
[2]
Ver: CEPAL–OIT, Coyuntura laboral en América Latina y
el Caribe,
Junio
de 2011. Número 5, www.oit.org.pe/.
[3]Hemos
establecido una comparación con otras conmociones en:
Katz Claudio, “The
singularities of Latin America”, The crisis and the
left, Socialist Register, vol 48, 2012, Toronto.
[4]
Varias evaluaciones de esta iniciativa en: Páez Pedro,
“Detrás del desorden económico mundial,” Página
12, 3–10– 2011. Kulfas Matías, “Que integración
regional conviene”, Página 12, 20–6–2011. Robba,
Alejandro, “El
desafío de la integración financiera regional”,
Página 12, 7–8–2011.
[5]Ver:
Tovar Eudomar, Consejo Monetario del ALBA, “No podemos
evitar el impacto”, Página 12, 3–10–2011.
[6]
Brasil, Venezuela y Argentina aportarían cada uno, 2000
millones de dólares al nuevo Banco, Ecuador y Uruguay
sumarían 400 millones y Bolivia y Paraguay contribuirían
con 100 millones.
[7]
A diciembre del 2010 Brasil sólo era superado en esas
acreencias por China, Japón, Gran Bretaña y los países
árabes exportadores de petróleo. Ver Moniz Bandeira
Luiz Alberto, “A crise afecta a todos os países
inclusive Brasil”, ALAI, 29–8–2011.
[8]Ver:
Berterretche Juan, “¿Acuerdo económico
defensivo?”, 19–8–2011,www.kaosenlared
[9]Esta
la caracterización: “Articulación de movimientos
sociales hacia el ALBA”,16–8–11, Buenos Aires.
[10]
Munevar Daniel, Alzas en los precios de alimentos. Una
mirada desde América Latina, CADTM, junio 2011. www.cadtm.org/
[11]Ver:
Petras James, “Latin America: Road to 21 st century
capitalist development”, October
25, 2010. www.ccun.org
[12]Ver:
Goncalvez Reinaldo, Reducao da desigualdade da renda no
governo Lula. Analisis comparativo, 20–6–11, www.ie.ufrj.br
[13]
Este programa ha sido expuesto en el encuentro:
“Crecimiento con estabilidad financiera y el nuevo
desarrollismo” www.tenthesesonnewdevelopmentalism.org.
También: Gaitán Flavio, Boschi Renato, “América
Latina recupera el pensamiento desarrollista”, Clarín,
21–12–10
[14]El
país se afianza como exportador de materias primas y su
participación en el producto industrial mundial ha decaído
de 2,9% (1980) a 1,9% (en la década pasada). La tasa de
inversión industrial es baja (20%) y el porcentaje de
exportaciones manufactureras decayó frente a las
materias primas que concentran el 80% de las ventas
externas. Pochman Marcio, “O Brasil e a nova
desindustrializacao”, 9–6–2011centrodeestudossindicais.wordpress.com/
El
principal promotor del viraje neo–desarrollista es Bresser
Pereira, Luiz Carlos, “Globalizacao e competicao”, Folha de Sao Paulo,
2–22–09.
[15]Los
neo–desarrollistas se agrupan en torno al denominado
“Plan Fénix” www.econ.uba.ar.
Su teórico más renombrado es Ferrer Aldo, “El nuevo
desarrollismo” Miradas al Sur, 6–11– 2010 Hemos
expuesto una caracterización reciente en: Katz Claudio,
“A10
años del 2001: los economistas debate”, Revista Kamchatka Nº 7, Año 4, octubre 2011, FCE–UBA,
Buenos Aires.
[16]
Ver: Vidal
Gregorio, Guillen Arturo, “La necesidad de construir
el desarrollo en América Latina”, Repensar la teoría
del desarrollo en un contexto de globalización. CLACSO,
2007, Buenos Aires.
[17]
Dos Interpretaciones críticas del neo–desarrollismo
en: Azcurra Fernando Hugo, Las diez tesis sobre el
Nuevos Desarrollismo
elaboradas por economistas heterodoxos www.pctargentina.org/
febrero 2011. SEPLA, “Declaración de
Guararema”, Sociedad Latinoamericana de Economía Política
y Pensamiento Crítico, Guararema, junio 2011.
[18]
Mediante presiones directas de Lula se desnaturalizaron
los contratos, se congeló el aumento de la tributación
y quedaron anuladas las auditorias. Petrobras volvió a
cotizar en Bolsa anotando como propias las reservas del
Altiplano y neutralizó los proyectos de transferir
la industrialización del gas de Sao Paulo a
Bolivia. Andrés Solíz Rada, “Entrevista”Pueblos.
Revista de
información y debate www.revistapueblos.org/
27–10–2011.
[19]
Aharonian Aram, “Venezuela: dos meses para atravesar
un campo minado”, ALAI, 6–10–2011.
[20]Ver:
Almeyra
Guillermo, “Bolivia:
el desarrollismo contra el desarrollo”, 2/10/2011, La
Jornada. Zibechi
Raúl, “La obstinada potencia de la descolonización”,
ALAI, 29–9–2011.
Manifiesto de la Coordinadora Plurinacional de la
Reconducción, 13–7–2011.
[21]
Un balance general de las resistencias en: Seoane José,
Taddei, Emilio, Algranati Clara, “Tras una década de
luchas”, Herramienta, n 46, 2011, Buenos Aires.
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