Las perspectivas para 2008
Deterioro económico y creciente conflictividad
obrera
Editorial de Socialismo o Barbarie, periódico, 24/01/08
“Mirando
la evolución histórica del ciclo económico, lo más
probable es que haya una importante desaceleración en 2008/9, con repercusiones mundiales negativas. Por
diferentes razones (tamaño menor de su economía, baja
proporción de consumo, orientación hacia las
exportaciones) no deberían ponerse demasiadas esperanzas en
que China pueda compensar la desaceleración de Estados
Unidos (aunque para algunos productos pueda seguir siendo un
factor de demanda sostenida). Tampoco parece que Europa o
Japón estén en condiciones de hacer de locomotora de la
economía mundial. Debería esperarse una desaceleración de
la economía mundial, con posible aflojamiento de los precios de las
commodities” (Eugenio Díaz Bonilla, La Nación,
20-1).
Bajo
el signo de una creciente crisis financiera internacional
arranca el año en Latinoamérica
y nuestro país. La simultaneidad del derrumbe de las bolsas
del lunes 21 pareció echar por tierra las especulaciones
acerca del posible “desenganche” del resto de la economía
mundial respecto de la evolución de los Estados Unidos.
Otro mito que se ha ido construyendo en los últimos años
es que la Argentina estaría “blindada” respecto de los
acontecimientos que puedan ocurrir en la arena económica
mundial. Si esto fuera así, nunca se termina de entender la
razón por la cual el país está siempre a la cabeza del
ranking de caídas en los días negros de las bolsas
mundiales.
En
todo caso, es probable que a lo largo de 2008, y acompañando
la evolución que tenga la economía mundial, la
“bonanza” económica del país se vaya deteriorando.
De confirmarse esto (que marcaría una diferencia con las
favorables circunstancias que rodearon la primera gestión
K), casi inevitablemente se multiplicarían las expresiones
de descontento popular así como una mayor
conflictividad social.
Frente
a esta realidad, lo que cabe esperar no es más
“progresismo”, sino más bien un “giro
conservador” del gobierno K para hacer pagar
los platos rotos de la crisis a los trabajadores. Ya
mismo se pueden observar expresiones en este sentido: el
martes 22 Cristina K le pidió a Moyano “moderación” en
los reclamos salariales y
“paz social” por dos, tres
y hasta cuatro años.
De
blindajes y desenganches
En
otro artículo de esta edición tratamos más específicamente
los actuales cimbronazos de la economía mundial. Sin
embargo, queremos dejar aquí puntualizadas un par de
cuestiones.
Por
un lado, está el hecho de que la economía mundial ha
venido funcionando en los últimos años de manera tal que
los Estados Unidos se han convertido en el comprador “de
última instancia” de una enorme proporción de lo que se
produce mundialmente. Se trata de una economía
crecientemente dependiente del financiamiento internacional,
que gasta un 6% por encima de lo que produce. Pero, a la
vez, todo el resto del mundo depende para la colocación de
sus productos del país del norte. Esto es, potencias
económicas emergentes como China e India dependen en una
enorme proporción de sus exportaciones tanto de Estados
Unidos como de la Unión Europea y Japón (economías íntimamente
vinculadas con la yanqui).
A
la vez, Latinoamérica como un todo y la Argentina como
parte de ella se han convertido en los últimos años en
economías crecientemente exportadoras de materias primas
para la economía de EE.UU., Europa y la misma China.
Como
dice un analista: “Si la influencia americana ha decrecido
(...) el país sigue siendo la primera economía mundial y
el principal destino para las exportaciones de los
‘BRIC’ (China, India, Rusia y Brasil), en particular
para las de China. Una amplia recesión del otro lado del
Atlántico penalizará (...) las empresas de los países
emergentes. En Rusia, una recesión americana podría teóricamente
afectar los precios del petróleo, principal fuente de
recursos del país” (Claire Gatinois, Le Monde, 22-1).
Precisamente,
si el mayor consumidor entra en crisis recesiva: ¿cómo
podrían “desengancharse” el resto de las economías en
general y la nuestra en particular de la evolución económica
de ese país? De ahí la casi inevitable desaceleración económica
mundial que señala el analista citado al comienzo.
Esto
se vincula a otro mito: que el país estaría
“inmunizado” contra los cimbronazos de la economía
mundial. Como se plantea en esta misma edición, es verdad
que la vulnerabilidad financiera de corto plazo sería menor
que en el pasado como subproducto de un tipo de cambio
“competitivo”, unas acotadas necesidades de
financiamiento para afrontar pagos de deudas en el 2008 y la
combinación de amplias reservas en el Banco Central y de
los superávit “gemelos” fiscal y comercial.
Pero
aquí caben algunas puntualizaciones. La baja productividad
general de la economía no ha sido superada, porque depende
–entre otras cosas– de un nivel de inversiones más alto
que el actual. Y para realizar inversiones se requiere un
financiamiento que tenderá a estar más restringido por la
crisis mundial.
A
la vez, mes tras mes y año tras año, el superávit
comercial viene bajando, y ni hablar de lo que ocurriría si
como subproducto de la crisis internacional los precios de
las commodities terminan cayéndose.
Además,
en el frente fiscal, ya hay provincias decisivas –como la
de Buenos Aires– que están en rojo. Todo esto se
traduce en una creciente inflación que, entre otras cosas y
necesariamente, alienta el descontento y la tendencia a
una creciente conflictividad social.
Por
lo que se ve, en el contexto de una economía mundial tan
integrada e interdependiente como la de los últimos 20 años,
no cabe prestar mucha atención a los cantos de sirena de
los “desenganches” y los “blindajes”, sino asumir
que lo más probable es que se venga un escenario con crecientes
elementos de deterioro económico, que en todo caso
dependerá dinámicamente del grado de profundidad que
alcance la recesión yanqui y la crisis financiera
internacional.
La
eventualidad de un giro “conservador”
La
posible llegada de la crisis económica mundial a la región
será una dura prueba para los gobiernos
“progresistas” que han estado al frente de los países
en los últimos años. Estos gobiernos han gozado las mieles
de una coyuntura económica bastante excepcional, con altísimos
precios de los principales productos de exportación,
devaluaciones competitivas de la moneda que no generaron
hiperinflación, alto superávit fiscal y acumulación de
crecientes reservas en los bancos centrales.
Estos
elementos de la macroeconomía se combinaron con una serie
de concesiones y paliativos a los sectores más pobres de la
población y/o la creación de puestos de trabajo (como en
el caso argentino), pero sin cambiar nada sustancial
–elemento que muestra la irreductible naturaleza
capitalista de estos gobiernos– de las heredadas
condiciones de superexplotación y esclavitud laboral
heredadas de los 90.
Todo
ello en un contexto en el cual varios de estos gobiernos
buscaron y encontraron –dados los elementos de crisis
hegemónica de los Estados Unidos, que ahora se incrementan
por su debilitamiento económico– mayores márgenes de
maniobra de los que caracterizaron las “relaciones
carnales” con el imperialismo de la mayoría de los países
semicoloniales como el nuestro en los 90.
Como
dice el analista Gabriel Tokatlian: “Hay reacomodamientos
estratégicos. La mayoría de las naciones intermedias,
poderes regionales y potencias emergentes están reevaluando
su política exterior y de defensa. Ese reacomodamiento se
lleva a cabo bajo pautas heterodoxas: los países ya
no optan por alternativas binarias (alineamiento o
confrontación), sino que combinan formas de resistencia
y colaboración, de convergencia y distanciamiento
respecto de los Estados Unidos. Un bueno número de Estados
procura obstaculizar las aspiraciones y acciones más
agresivas de Washinton. Ello implica, de hecho, un
cuestionamiento a la credibilidad de los Estados Unidos y la
renuencia a aceptar como legítimo su intento de
reordenamiento mundial” (La
Nación,
20-1).
Sin
embargo, aun si este elemento se mantiene –con idas y
venidas–, hay que interrogarse acerca de cuál ha sido
histórica y clásicamente la reacción de este tipo
de gobiernos populistas ante un cambio desfavorable
en las condiciones de la economía, en lo que hace a
sus relaciones con los trabajadores y demás sectores
populares.
La
reacción siempre ha sido conservadora. En
nuestro país se pueden recordar por ejemplo los famosos “Congresos
de la Productividad” del primer peronismo, por el cual
a partir de 1952, Perón, de la mano de la CGT y los
empresarios de la CGE, comenzó a descargar la crisis económica
sobre la espalda de los trabajadores, aun antes del golpe de
la Libertadora de 1955. Para no hablar del caso ya más
brutal del “Rodrigazo” bajo Isabel en 1975.
Volviendo
a la actualidad, está el caso de Lula en Brasil, que
ya se ha apresurado a señalar que su “prioridad” será
“mantener controlada la inflación” así tenga que
aumentar la tasa de interés, restringir el crédito al
consumo y mantener aplacados los reclamos salariales.
Pero
no se trata sólo de Lula. Hay que decir lo propio de Chávez
en Venezuela, que después de la derrota del referéndum del
2-D a manos de la oposición patronal ha comenzado a tomar
toda una serie de medidas conservadoras en acuerdo con los
empresarios. Entre ellas, la liberalización de precios
sobre una amplísima canasta de productos. Ni hablar del
caso de Evo Morales en Bolivia, que mantiene el salario mínimo
en niveles realmente vergonzosos.
En
síntesis: si el contexto en el cual opera el
“progresismo” en general y el gobierno de los esposos K
en particular ha ido acumulando elementos “heterodoxos”
como subproducto de la crisis hegemónica yanqui y
tendencias a un mayor “proteccionismo” económico y
cierta intervención estatal, en lo que hace a sus
relaciones con la clase obrera –en las condiciones de
deterioro económico que estamos señalando– sólo se
puede esperar cada vez más ortodoxia conservadora.
Es decir, la clásica y muy neoliberal orientación de que sean
los trabajadores los que paguen los platos rotos de la
crisis.
Para muestra basta un botón
Recién
estamos al comienzo de la eventualidad de una recesión en
los Estados Unidos, cuya magnitud y consecuencias todavía
sería apresurado definir. Sin embargo, en todo caso no ha
sido casual que la coyuntura que estamos recorriendo en
estas semanas veraniegas sea una muestra de lo que se
puede venir, de manera corregida y aumentada, en los meses
venideros. Y es la reacción clásica de la clase
capitalista ante las crisis: cerrar filas contra los
trabajadores.
Están
en curso un conjunto de luchas obreras y de trabajadores defensivas,
contra despidos y en defensa de los cuerpos de delegados
elegidos libremente por las bases, cuyo ejemplo más emblemático
es la heroica lucha de los jóvenes trabajadores y
trabajadoras del Casino. Se trata de una de las
luchas más importantes y apasionantes de los últimos años,
a la que el gobierno de Cristina K, de la mano de Cristóbal
López, la burocracia de la CGT y la “Justicia”, aunque
lo desean fervientemente, aún no han podido doblegar.
Se
ha conformado así una Santa Alianza antiobrera y
reaccionaria que pretende imponer de conjunto una
verdadera “política de Estado”: salir a aplastar
aquellos sectores de trabajadores que osen salir a la pelea
de manera independiente de los “cuerpos orgánicos”;
que osen salir a ejercer su derecho constitucional de huelga
en defensa de sus más elementales reivindicaciones como el
salario o mantener sus puestos de trabajo, o el derecho
–que debería ser incuestionable– a elegir libremente
sus delegados y representantes.
Este es el verdadero “blindaje” que busca imponer el gobierno K: un
blindaje contra el libre desarrollo de las luchas obreras y
populares por sus justas reivindicaciones. De ahí también
el elemento de la apelación cada vez más sistemática a la
carta blanca para las patoteadas sindicales, como ha
sufrido últimamente los compañeros del mismo Casino, de
Dana o del subte.
Y es por este contexto que esta Santa Alianza está tan jugada a dar
un escarmiento derrotando la lucha del Casino. Se trata
de la puerta de entrada de un tramposo pacto social –o, más
probablemente, una nueva negociación paritaria pero de
mayor alcance–, en un año que inevitablemente va a
estar marcado por una tendencia al incremento de durísimas
luchas de vanguardia entre el gobierno K y aquellos
sectores de la base obrera y trabajadora que logren
desbordar las pautas de miseria salarial y esclavitud
laboral que quieren imponer.
Choque de tendencias sociales en el horizonte
Sin embargo, se trata de elevar la mirada para ver las eventuales
perspectivas de mediano plazo. La coyuntura, como está
dicho, se encuentra marcada por muy duras luchas defensivas.
El gobierno K, de la mano de la burocracia sindical y los
empresarios, pretende atajarse ante la eventualidad de un
deterioro en las condiciones económicas. Y esto tiene
dos carriles: avanzar en naturalizar el mecanismo de los
despidos como elemento “natural” de la economía
capitalista y, a la vez, suprimir aquellos sectores
de la vanguardia independiente y la izquierda que en
determinados gremios y lugares de trabajo vienen
cuestionando de manera molecular pero creciente el monopolio
de la representación de los trabajadores a los dirigentes
sindicales. Esta experiencia tiene ahora una “parada” de
enorme importancia en las elecciones nacionales al SUTNA
que se realizan la próxima semana.
Es por esto que Moyano, a cambio de la garantía gubernamental de su
permanencia al frente de la CGT, se presenta como receptor,
garante y “disciplinador” del pedido gubernamental
de “mesura, responsabilidad y racionalidad” en las
paritarias que se vienen. Mesura que “debe traducirse en
pedidos de aumentos que no excedan el 15 al 20% (...)
pactándose convenios laborales a dos, tres y hasta
cuatro años, con el objetivo de garantizar la paz social y
un escenario de previsibilidad para las inversiones” (La
Nación, 23-1).
“Blindaje” quiere decir entonces, que las miserables pautas
de salario (no olvidar que la inflación real del 2007
excedió largamente el 20%) y condiciones de trabajo que se
firmen no serán cuestionadas ni desbordadas por las
bases. Pero, también, que la representación sindical sólo
puede estar en manos de los burócratas sindicales agentes
de este gobierno K y de las patronales en el seno de la
clase trabajadora.
Aquí se presenta un serio problema: todavía seguimos bajo las condiciones
generales heredadas del ciclo político de la rebelión
popular del 2001. La crisis de dominación hace largo rato
que se cerró y se ha avanzado un largo trecho en el proceso
de “normalización” del país. Esto se ha hecho sobre la
base de los clásicos mecanismos del recambio electoral y el
voto popular, y la gestión K ha sido reelecta, lo que no es
un elemento menor.
Pero esto se ha hecho sobre una base material: una “bonanza” económica
que, en los últimos años, permitió casi “olvidar” las
circunstancias más dramáticas de la crisis. Y si bien los
aires de rebelión han sido aplacados y el péndulo
se ha ido desplazando más y más al centro, no se puede
decir que los esposos K hayan logrado imponer derrotas
decisivas a los trabajadores y demás sectores
populares.
Ahora
bien: ¿qué es lo que puede ocurrir en la eventualidad de
un cambio más o menos drástico en las condiciones de la
economía, cuando está claro que no ha habido desborde
“revolucionario” en estos años, pero tampoco grandes
derrotas sociales?
Llegado el caso, entre un giro conservador gubernamental y un
movimiento de masas que a lo largo de estos años ha sido
“sosegado” por una recuperación de la economía que
ahora se empezaría a horadar, una perspectiva
probable es que se vaya a un creciente choque de
tendencias sociales. Choque que plantearía un escenario
redoblado de muy duras y crecientes luchas obreras, con
desbordes aquí, allá y más allá de las direcciones
sindicales, configurando un paso adelante en la experiencia
de la nueva generación obrera y estudiantil que está
emergiendo. Para estas batallas el nuevo MAS compromete
todas sus energías.
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