Argentina

El mito de la “argentinización” de la economía

¿Burguesía nacional o burguesía K?

Por Marcelo Yunes
Socialismo o Barbarie, periódico, 06/03/08

Néstor Kirchner inició su mandato llamando a la creación de una “burguesía nacional”, figura central de los cuentos de hadas de la sociología peronista, “progre” e incluso de buena parte de la izquierda. Su sucesora, Cristina Fernández, no hace tanta bulla con el tema, pero aprovechando la reciente venta del 15% de Repsol-YPF al grupo Eskenazi –junto con el reemplazo de algunos operadores extranjeros por otros nacionales en ciertas áreas de servicios–, la nueva criatura mítica es la “argentinización”. Todo enmarcado, por supuesto, en la fanfarria interminable del crecimiento récord, los superávits récord y la maravillosa gestión K que pintó la Presidenta en su mensaje al Congreso el 1º de marzo. Proponemos salir del cristalino mar de la fábula y adentrarnos en aguas algo más oscuras, las de la realidad.

Se puede empezar por poner en perspectiva la sucesión de récords de que hace gala el gobierno. Como ya señalamos en más de una ocasión [1], el matrimonio K ha tenido la astucia (o el descaro) de arrogarse con exclusividad el mérito de una evolución de variables económicas que en realidad es común a todos los países de la región. El crecimiento económico, el aumento de las exportaciones y el superávit fiscal han sido rasgos verificables en toda Sudamérica desde 2001/2002 aproximadamente, en buena medida a caballo del aumento de los precios internacionales de las materias primas que exporta la región. Las variaciones de país a país deben entenderse en ese contexto.

Por ejemplo, es cierto que las cifras de crecimiento del PBI de Argentina están en el tope de las de la región. Pero dicho esto, cabe realizar una serie de precisiones.

Crecimiento sí, pero al servicio de los peces gordos y poco sustentable

Primero: el PBI actual (unos 800.000 millones de pesos, o 255.000 millones de dólares) está un 25% por encima del de 1998 (antes del comienzo de la recesión) si se lo mide en pesos constantes, pero un 11,5% por debajo si se lo mide en dólares. Cabe agregar que, como el índice de precios de 2007 fue cualquier cosa, estadísticamente el PBI real está inflado.

Por otra parte, como señalamos, otros indicadores dan a Argentina lejos del “récord”. Por ejemplo, las exportaciones, que tanto se ponderan, crecieron un 102% entre 2001 y 2007, pero las de Venezuela y Brasil aumentaron más de un 170%, y las de Chile, un 270%. Y ojo con los superávits “gemelos”, fiscal y comercial: el primero goza de buena salud, pero el segundo se achica peligrosamente (un 9,3% en 2007). No todos advierten que las importaciones también son récord, y crecen más que las exportaciones desde hace un tiempo.

Segundo: ese crecimiento, tal como sucedía con el de los 90, empieza a “derramar” cada vez menos. Es decir, el PBI aumenta, pero los ingresos reales de la mayoría de la población no. Y desde 2007, tampoco crece el empleo. Según el propio INDEC (cuyas cifras de 2007 son “oficialistas”), a diferencia de lo ocurrido entre 2003 y 2006, el crecimiento de la economía no se tradujo en más empleo. En 2006 había 10,1 millones de ocupados, y en 2007 (con un PBI un 8,7% mayor), los ocupados son 10,2 millones, apenas un 1,1% más.

¿Por qué sucede esto? Hay varios elementos de explicación: el núcleo duro de desocupados es imposible de perforar, la recuperación basada en aumento de la capacidad instalada está en su límite, hay desaliento de búsqueda por el bajo nivel salarial. Ismael Bermúdez señala que, en cambio, una causa es descartada por todos los economistas: que miembros del grupo familiar se retiren del mercado de trabajo gracias a la mejora en los ingresos del jefe de familia. Todo lo contrario: los salarios promedio siguen sin llegar a la canasta familiar (Clarín, 2-3-08).

Tercero: contra la prédica “industrialista” de los K, el motor del crecimiento no es la manufactura, con una notable excepción. Por el contrario, el impulso principal lo da el consumo, y dentro de las actividades productivas, una sola rama supera el promedio general: automotores, que creció en 2007 nada menos que el 27%. Le siguen en crecimiento –ya por debajo del 8,7% de toda la economía– petróleo (6,3%) y minerales no metálicos (5,8%). El índice general de producción industrial aumentó el 3,7% (INDEC, 11 primeros meses de 2007) o el 4,9% (FIEL), es decir, bastante menos que el índice general.[2] Digamos que, a diferencia de casi todo el resto, “la industria automotriz hace tiempo que no usaba su capacidad instalada al máximo” (Ricardo Delgado, de Ecolatina, la consultora de Lavagna, en Clarín, 21-2-08). Estas cifras explican la peculiar relación de los K con los capitalistas extranjeros de la industria automotriz, que veremos más abajo.

Cuarto: todo este crecimiento tiene un enorme signo de interrogación a mediano plazo por el cuello de botella de inversiones. El porcentaje de uso de capacidad instalada ya está en el 75%. Según Fausto Spotorno, de Ferreres y Asociados, “ya no quedan sectores con capacidad ociosa importante”, salvo justamente el automotriz, que “a finales de este año va a estar muy cerca de la media en el uso de capacidad instalada” (Clarín, 25-1-08).

El otro gran problema, y sin solución a la vista, es la infraestructura de energía. Los problemas del año pasado, salvo que el clima ayude, se repetirán corregidos y aumentados en 2008. En petróleo, la operación Repsol-YPF (que veremos más abajo) no debe tapar el problema central: la caída a la vez de la producción y de las reservas.[3] Un informe de las petroleras para el período 2008-2010 indica que la extracción caerá un 23%, de modo que pasaríamos al otro lado: de exportar crudo a importarlo. La producción de gas cayó en 2007 un 1,5% y nada hace prever algo distinto para 2008. Y el parque de generación de energía eléctrica sigue funcionando al límite de su capacidad técnica.

Quinto: si el crecimiento no derrama en distribución del ingreso ni se orienta a la expansión de la infraestructura, ¿quién se queda con la parte del león? Respuesta cantada: los grandes pulpos capitalistas, casi todos extranjeros, y la caja del Estado, que se usará discrecionalmente para sostener el proyecto político K.

Para tener una idea de lo “sustentables” y “estratégicas” que son las inversiones extranjeras en la Argentina, comparemos el comportamiento de las multinacionales aquí con el que tienen en Brasil. Sobre la base de datos oficiales de los tres primeros trimestres de 2007, un estudio privado hizo la proyección para todo el año, por un lado, de las remesas de dividendos de las empresas extranjeras; por el otro, de la inversión extranjera directa (IED). ¿Resultado? Invirtieron en el año US$ 3.500 millones y mandaron US$ 5.000. ¡Oia, da negativo: ponen 2 y sacan 3! En Brasil, en cambio, la relación es muy distinta: la IED triplica las remesas de ganancias... Ya veremos más abajo la relación entre las ganancias de las “multis” y las de las firmas locales.

El otro gran beneficiado, como sabemos, es el fisco, que recaudará en 2008 unos 260.000 millones de pesos (82.500 millones de dólares), 30.000 millones más que lo aprobado en el Presupuesto para gastar como los K prefieran.

La “argentinización” en cifras

Un rasgo definitorio de la economía de los 90 fue la extranjerización de la estructura productiva y de servicios. ¿En qué quedó el cacareo K de la “argentinización”? Respondamos rápidamente: en nada. La transnacionalización arrancó en los 90 con empresarios locales incapaces de competir en economía de escala y capacidad de financiamiento, además de que, en general, no tenían ningún “proyecto nacional” detrás sino el proyecto individual de llenarse los bolsillos, fugar divisas y vivir de rentas.

¿Qué cambió de ese panorama? No tanto como la mitología kirchnerista nos quiere hacer creer. Por lo pronto, un informe de la consultora Orlando Ferreres muestra que bajo la gestión de Néstor Kirchner se vendieron 438 empresas por US$ 18.700 millones.[4] Aunque está lejos de los US$ 71.000 millones del total de los 90, cabe recordar que esa cifra incluía la venta de YPF. Ferreres señala que “ahora vienen por las empresas industriales, porque casi no hay inversiones privadas en infraestructura”.

Hay varios rasgos distintivos de la extranjerización bajo los K: 1) se concentra en empresas productoras de bienes transables, no de servicios o financieras; 2) los principales compradores ya no son tanto compañías del Primer Mundo (aunque la tabla la encabeza EE.UU.) como “multilatinas”: en primer lugar brasileñas, seguidas por mexicanas y chilenas; 3) el “dólar caro” facilitó las compras de empresas locales que, en términos internacionales, estaban a precios de oferta.

Resultados: según un trabajo de Naciones Unidas que establece un índice de transnacionalización de la economía en base a una serie de variables, Argentina tiene un grado de transnacionalización superior al de la mayoría de los países periféricos. Hay algunas “curiosidades”. Una, que en minería la participación del capital extranjero es del 100%, y en petróleo, del 81%, cifras que ponen a la Argentina al nivel de Gabón, Ghana, Guinea Ecuatorial o Malí. La otra es que el stock de IED como porcentaje del PBI es del 27%, lo que significa que la mayor parte de formación de capital sigue siendo local.

Eso explica a la vez el bajo índice de inversión y el alto nivel de las ganancias de las compañías extranjeras. Sobre las 500 empresas líderes, 360 son extranjeras. Pero aunque son poco más del doble, se llevan el 92% de las ganancias de ese grupo; las nacionales se reparten el magro 8% restante. Esto es, las extranjeras ganan 11 veces más que las nacionales, aportando un valor agregado 6 veces mayor y una masa salarial 2,5 veces mayor que las nacionales. En idioma marxista: su tasa de plusvalía es muchísimo más alta.[5] Este panel, ya concentrado, exhibe a su vez una alta concentración: 50 compañías (el 10%) se llevan el 68% de las ganancias, que pasaron de 19.350 millones de pesos en 2003 a 38.000 millones (casi el doble) en 2005. Medidas en dólares son tasas incluso mayores que en los 90.

El rol aplastante de las firmas extranjeras lleva al periodista especializado Daniel Muchnik incluso a sostener que “se podría decir que el empresariado nacional actúa como una especie de sector tercerizado de las grandes firmas extranjeras, al menos en los sectores más vitales y estratégicos de la economía” (Clarín, 22-1-07).

La lista de transferencias de empresas incluye a muchas compañías y marcas emblemáticas. Sólo en 2007 se vendieron Acindar, al pulpo indio Mittal; ICSA (Biekert-Palermo), a CCU de Chile; Blaisten, a Cencosud-Jumbo, chilena; Quickfood-Paty, a Marfrig, brasileña; Rodó, a un grupo mexicano; Editorial Estrada, a la alemana Macmillan, y Alpargatas, a Camargo Correa, la brasileña compradora de Loma Negra. Recientemente, el fondo PCP compró el 25% de Los Grobo –la firma sojera de Gustavo Grobocopatel, que suele ser presentado como adalid de la “nueva burguesía nacional” y visitante asiduo de Venezuela–, la brasileña JBS compró los frigoríficos Swift y CEPA y la tradicional frutera Moño Azul de Río Negro fue adquirida por un grupo italiano.

Lo que avanza es la “brasileñización”

Hubo compras chilenas importantes, como Disco y Jumbo-Easy, y también mexicanas, como CTI, Fargo y, posiblemente, Editorial Atlántida. Pero las compras brasileñas, en particular, vienen de lejos. Ya bajo Duhalde, Petrobras había adquirido Pérez Companc (otro “burgués nacional” caído en desigual combate...); la mayor operación fue la compra de Quilmes por AmBev (belgo-brasileña); se suman compras medianas como Worcester (válvulas), Grafa, estancias del Sur, Sipar, Indular (la ex Gatic, marca Signia) y el frigorífico Col-Car. Petrobras ahora va por los activos que venderá Esso.

Desde 2002, las inversiones brasileñas en la Argentina suman US$ 8.000 millones (75% de esa cifra en compras), y la punta de lanza son unas diez compañías “multilatinas” que, en la mayoría de los casos, están asociadas con o son parte de compañías globales.[6]

Un informe de Martín Bidegaray y Márcio Resende (Clarín, 23-9-07) aporta algunas claves de esta expansión. Pasan a ocupar el lugar que dejaron las multinacionales tradicionales gracias a una conjunción de factores: tipo de cambio favorable (que implica baja valuación relativa de las empresas argentinas), mejor conocimiento y adaptación a las condiciones “tercermundescas” del Mercosur, necesidad de hacer una experiencia de internacionalización de la que Argentina suele ser el primer escalón y la “visión estratégica” que, según Mario Sette, de Coteminas, le faltó a los empresarios argentinos cuando el 1 a 1.

La burguesía brasileña más concentrada –en particular la paulista, aunque la FIESP no sólo agrupa compañías de San Pablo–, sin calificar necesariamente como “burguesía nacional”, tiene aquello de lo que su par argentina carece: escala y estrategia de proyección en el mercado regional. Para ver las diferencias en el primer punto: la capitalización de la bolsa paulista es casi el triple de la porteña. Pero de ésta, sólo cinco papeles (Petrobras, Santander, Telefónica, Repsol-YPF y Tenaris) comprenden casi el 90% del total. Por eso en Brasil, en 2007, 76 empresas emitieron acciones por US$ 37.400 millones, contra 19 compañías de Argentina que emitieron por apenas U$S 2.769 millones (Clarín, 2-3-08).

A los que sueñan con un crecimiento impulsado por PyMEs especializadas en nichos productivos, habría que recordarles que justamente ése es el objetivo de la segunda oleada de compras desde Brasil, con el objetivo de darles a las empresas grandes la posibilidad de conformar una red propia de proveedores. Ni hablar de la posibilidad de que los empresarios PyMEs tengan más espalda financiera –o delirios de burguesía nacional– como para rechazar una oferta ventajosa por una empresa que no se sabe si podrá competir, o cuánto podrá valer en pocos años. En ese sentido, opera la misma lógica de los 90 de “pez pequeño se vende al grande antes que el grande se lo coma”.

Los compradores extranjeros ya se llevaron todas las grandes que estaban en venta; las que quedaron por fuera, reiteramos, son Techint, Arcor, Aluar y punto, porque hasta Molinos está en negociaciones para una venta al menos parcial. Por eso ahora el bocado son las PyMEs. Como dice Guillermo Gotelli, ex Alpargatas, ex Gatic y vendedor de Indular, “a todo el mundo le gustaría ser Techint o Arcor, pero hay que ser realista. Teníamos una limitación de capital para regionalizar el proyecto” (Clarín, 24-2-08). Esa confesión de impotencia es la del 99% de la burguesía local. Como sintetizaba Guillermo Draletti, de la Unión General de Tamberos, a propósito de la crisis de SanCor, “de las 10 empresas que manejan el 80% del sector lechero, sólo queda una parte en manos de Pascual Mastellone. El resto son extranjeros, y no es que estemos contra la inversión externa, pero nos gustaría que los dueños de estas grandes usinas fueran accionistas locales” (Clarín, 12-11-06). Tal podría ser la queja general de todos los sectores: “No, no estamos en contra de la inversión extranjera... ¡pero dejen algo!” Pues bien, la dinámica de la acumulación capitalista no va a ir en la dirección que a los burgueses locales “les gustaría”.

Capitalismo K para amigos... o socios

En este marco de extranjerización bajo otras banderas, el “capitalismo nacional” no existe: son tres o cuatro grupos económicos con cierta proyección regional, a los que se suma una banda de aventureros de las finanzas entrenados en los enjuagues de los 90. El rol del gobierno no es promover una “argentinización” –el caso SanCor sobresale porque fue exactamente el único caso en que Kirchner quiso evitar una desnacionalización–, sino acomodarse a este escenario donde las multis extranjeras son muchas, de origen más diverso y se llevan el grueso de los dividendos; las multis argentinas son un puñadito, y el resto de la burguesía vende bien antes que se vea obligada a malvender. La excepción son los amigos del gobierno, que invirtieron en las ex privatizadas de servicios.

Veamos esto más de cerca. Mientras en la industria los empresarios se quejan de las regulaciones e intervención del gobierno –uno de los factores que los llevan a vender–, en los servicios es esa misma regulación oficial la que no sólo no obstaculiza sino que potencia, o garantiza, el negocio.

Eso vale también para la más regulada de las actividades industriales: la automotriz, que es a su vez, como vimos, el motor que empuja el índice de toda la industria. Y es precisamente esta rama la niña mimada de los Kirchner. Pruebas al canto: el director de Peugeot-Citroen Argentina, Luis Ureta Sáenz Peña (un supuesto “desarrollista”) fue designado embajador en Francia. Cristiano Ratazzi, de Fiat, (un “neoliberal” que siempre abogó por acuerdos de libre comercio con la UE) es tan amigo de Cristina como el anterior. Como se ve, las posturas económico-ideológicas no representan ningún problema para el pragmatismo K.

Para no hablar de Volkswagen: según el periodista Luis Ceriotto, el periplo de Cristina por Europa en septiembre, antes de la elección, “fue prácticamente diseñado desde el cuartel central de VW en Wolfsburgo. En la embajada argentina en Berlín aún se escuchan las quejas por la nula injerencia que tuvieron” (Clarín, 2-12-07).

¿Qué pasa con la “argentinización” de los servicios? Sencillamente, que inversionistas locales –hijos de los 90, sin ninguna experiencia en el ramo y buscando la guita fácil; todo lo contrario a un inversor “orgánico”– se quedaron a precio de remate (las concesionarias estaban desesperadas por irse) con centrales eléctricas y concesiones varias. Con sospechosa ingenuidad, el gurka neoliberal Manuel Solanet (FIEL) opina que “los que ‘argentinizan’, como Miguens [Piedra del Águila, Central Puerto] o Mindlin [grupo Dolphin, ahora a cargo de Edenor y Transener], toman riesgos. Ningún extranjero haría estas inversiones en un país con tarifas congeladas, que dependen totalmente de la voluntad del funcionario de turno”.

¡Pero ésa es justamente la explicación! Lo que un “extranjero” no haría por desconfianza hacia el gobierno, puede hacerlo un local... por cercanía con él. Los propios kirchneristas califican a esta gente de “nueva clase empresarial” que sabe “aprovechar oportunidades de negocios”. Lo que no dicen es que esas “oportunidades” van soldadas a la relación con el Estado y el gobierno, una operatoria que es lo opuesto a la “toma de riesgos” que ¿incautamente? señala Solanet. Mindlin, por ejemplo, viene de ser gerente de IRSA, brazo local de George Soros y dueño de casi todos los shoppings (¡no precisamente un “setentista” o “desarrollista”!). Su relación con el kirchnerismo se da vía Julio De Vido, figura clave del anterior gobierno y de éste. Y no justamente por su perfil propio, sino por ser el fiel administrador de los manejos oficiales. Decir De Vido es decir Kirchner.

Dejamos para el final el “bluff” mayor, la “argentinización” de YPF. El comprador del 15% de la compañía (con opción a un 10% adicional), el grupo Eskenazi, tiene el mismo perfil que acabamos de señalar: inversores poco orgánicos, especialistas no en un negocio particular sino en compras apalancadas [7] y ganancia rápida. Inclusive, salió publicado en Página 12 que la razón social que figura en el contrato de transferencia de acciones (Grupo Petersen) no tiene sede en Argentina sino en... ¡España! Lo que no significa que sea de capitales españoles, pero pinta de cuerpo entero la falta de seriedad de los héroes de la “nueva clase empresaria” prohijada por el kirchnerismo. En cambio, la posibilidad de que los estados provinciales puedan comprar parte del paquete –operación que, aun muy limitadamente, tiene al menos algo de “recuperación de soberanía”– fue rechazada de plano por Repsol-YPF (la otra niña de los ojos K).[8] Lógico: una cosa son negocios con amigos y otra meter socios potencialmente extraños.

Tal es la profundidad de la “argentinización”, y tal la solidez orgánica de la “burguesía K”...


Notas:

1. Ver “Bases y límites del modelo K”, en revista Socialismo o Barbarie 20.

2. El Estimador Mensual Industrial (EMI) da datos algo distintos, pero que confirman la tendencia. La variación positiva de la industria se calcula en el 7,5%, y sólo dos ramas superan esa cifra: automotores (25,4%) y construcción (7,9%).

3. Informe de Antonio Rossi en Clarín, 30-12-07.

4. Las conclusiones del trabajo se publicaron en Clarín, 14-10-07.

5. Estos últimos datos corresponden a 2005, cuando las compañías extranjeras eran incluso menos: 337. No cabe duda de que este proceso se ha profundizado de 2005 a 2007.

6. En Argentina, sobran los dedos de una mano para contar las “candidatas a multilatinas”: Techint/Tenaris, Arcor (ya en esa categoría) y, bastante más atrás, Aluar/FATE.

7. Se llama compra apalancada a aquella que se hace con poco o nada de efectivo, sino que se paga sobre la garantía de ingresos futuros de la propia empresa adquirida.

8. Las razones del retiro parcial de Repsol-YPF merecerían una nota por separado, pero adelantamos que la razón de fondo es que, sencillamente, la compañía española ya se llevó la mejor parte de lo que estaba disponible, extrayendo sin reponer –es decir, sin explorar– y reventando el autoabastecimiento petrolero garantizado desde la creación de YPF, a principios del siglo XX.