Retenciones
móviles e inflación
Una
medida que llegó para quedarse
Por
Fabián Amico
Homoeconomicus,
marzo 2003
Las
variaciones en el valor del dólar determinan el precio en
el mercado interno de los productos exportables
(agropecuarios). O lo que es similar: si el valor del dólar
está fijo (como hoy, que se sitúa en torno a 3 pesos) y
los precios internacionales de los productos exportables
aumentan, entonces ese aumento se traslada al mercado
interno.
Veamos
esto con el ejemplo de la carne. Más o menos el 20 por
ciento de la producción se exporta y el resto se destina al
mercado interno. Supongamos que hay un aumento del precio
internacional de la carne mientras el dólar permanece fijo
(3 pesos). Sería el caso en que un kilo de lomo, que ayer
valía 10 dolares en el mercado internacional, pasa a costar
12,5 dólares. Por cada kilo exportado el exportador pasó
de obtener 30 pesos a percibir 37,5 pesos.
Como
gana más vendiendo la misma cantidad, y como Argentina no
puede incidir en el precio internacional (su nivel de
producción en el mercado mundial es muy pequeño), ese
exportador va al mercado de liniers y demanda más vacas,
haciendo que su precio suba frente a un stock dado de
vacunos.
Pero
el mercado de hacienda es el mismo para todos los que
participan en él y no hay modo de separar las vacas que
demanda el exportador de las que demanda Coto o la carnicería
del barrio, que son destinadas al consumo interno y no
tienen nada que ver con la exportación. De modo tal que si
hay más demanda y el precio sube, esta alza se produce para
todas las vacas: las de exportación y las que van al
mercado interno.
Así,
el aumento del tipo de cambio (el dólar) o el alza del
precio internacional con tipo de cambio fijo determinan el
alza del precio de todos aquellos productos que cuentan con
mercado de exportación, aunque la producción en su mayoría
se consuma en el mercado interno. La venta en el mercado
interno no se realiza a un precio menor a la que se podría
obtener exportando la producción.
Un
aumento del precio en dólares de la carne (sea por
devaluación de la moneda o por aumento del precio mundial,
o por ambos) sube el precio en pesos que reciben los
exportadores y más o menos automaticamente sube el precio
en el mercado local. A esto se le llama "efecto de
arrastre".
Este
"efecto de arrastre" varía en importancia según
el peso que tenga el producto exportable en el consumo
interno.
Si
el producto exportable es la soja (que aquí no se consume)
el "efecto arrastre" es débil o casi nulo. Pero
Argentina exporta carne, cereales y productos frescos y el
aumento persistente del precio internacional de estos bienes
conduce a fuertes alzas de precios en el mercado interno
mediante el mecanismo descripto antes.
Como
esos bienes integran la canasta de consumo de los
asalariados, el alza de su precio determina automáticamente
una baja del salario real y un menor nivel de demanda
interna. Luego, este "efecto de arrastre" agudiza
la puja distributiva y potencia la inflación originalmente
disparada por el alza del precio de los alimentos. En suma,
ese "efecto de arrastre" significa una
transferencia de ingresos desde los asalariados y toda la
sociedad hacia el sector productor de los exportables
(agropecuarios).
Veamos
de cerca cómo está formado el precio de los bienes
exportables (en este caso agropecuarios). Dicho precio se
forma mediante la suma de un costo de producción y una
ganancia "normal" sobre ese costo: costo +
ganancia "normal"= precio interno
"normal". El inédito aumento del precio
internacional de los alimentos con costos medidos en pesos
devaluados (transportes, combustibles, salarios, etc), le
brindaron al sector agropecuario en su conjunto un nivel de
ingreso muy por encima de ese precio "normal".
A
esa diferencia entre el precio internacional y el precio
"normal" (que ya incluye una ganancia), se le
llama "renta". La renta es una ganancia
extraordinaria derivada del monopolio sobre un recurso
natural (en este caso, la tierra).
Según
los investigadores Javier Rodríguez y Nicolás Arceo de la
Universidad de Buenos Aires, la renta apropiada por el
sector agropecuario se multiplicó por cinco medida en pesos
desde la devaluación: era de 72 pesos por hectárea en la
convertibilidad y en 2004 rondaba los
370
pesos.
En
la década de la convertibilidad, el sector obtuvo ingresos
por 5200 millones de dólares anuales promedio, de los
cuales 1000 millones fueron renta anual promedio. Entre 2002
y 2004, en cambio, los ingresos totales promedio fueron 7850
millones de dólares por año, de los cuales 3000 millones
de dólares promedio por año fueron de renta. O sea, la
renta se triplicó en dólares.
En
este marco, la aplicación de retenciones a las
exportaciones (que en la práctica constituyen impuestos a
la renta de recursos naturales), se volvió una opción
forzoza. Por otro lado, los elevados precios internacionales
han permitido un aumento inédito de la rentabilidad en el
sector agropecuario, aun con la aplicación de retenciones.
En 2007 se ubicó un 72 por ciento por encima de la
registrada durante la vigencia del plan de convertibilidad
(ver cuadro).
Margen
de ganancia
(pesos constantes de 2007 por hectárea)
|
Años
|
Soja
|
Principales
4 cultivos pampeanos
|
1991-2001
|
618
|
436
|
2002
|
905
|
612
|
2003
|
1124
|
801
|
2004
|
1363
|
953
|
2005
|
819
|
461
|
2006
|
788
|
551
|
2007
|
846
|
750
|
2008
*
|
1643
|
1302
|
2008
**
|
1223
|
1038
|
*
Anteriores retenciones
- **
Nuevas retenciones
|
Fuente:
Rodríguez y Arceo.
|
Estos
altos niveles de rentabilidad del agro se han traducido en
un extraordinario incremento en el valor de la tierra,
especialmente en la región pampeana, donde el precio en dólares
de la tierra ha llegado a ubicarse un 171 por ciento por
encima de los valores del quinquenio 1995- 1999. Y a
comienzos de 2008, los precios continúan evidenciando una
tendencia alcista.
Después
de 2004 los costos internos aumentaron levemente, pero nunca
para amenazar los impresionantes niveles de rentabilidad.
Como dice el investigador Osvaldo Barsky, "los precios
de los granos en el último trienio han aumentado a razón
de 80 a 120 por ciento por año. Contra semejante suba no
hay costo interno que haya crecido en esa proporción ni
nada parecido". Algo similar corroboran Rodríguez y
Arceo: "Con respecto al valor promedio que registraron
en 2006 y 2007, en la actualidad se observa un aumento del
86,9 por ciento en el caso del girasol, de un 75,7 por
ciento en la soja y de un 59,2 y 43,4 por ciento en el caso
del maíz y del trigo, respectivamente. El precio
internacional de estos productos en dólares constantes es
el más alto de los últimos 25 años, con la única excepción
del maíz, que registró cifras similares en 1996".
Ante
este escenario de inflación creciente (especialmente en los
alimentos) el gobierno optó por subir las retenciones
(impuestos) a las exportaciones de alimentos, ahora con carácter
"movil". ¿Qué significa esto? El gobierno aplicó
un impuesto a las exportaciones agropecuarias que
"poda" el ingreso de los exportadores y los deja
con un precio efectivo similar al que tenían en diciembre
de 2007 (una rentabilidad de 1223 pesos por hectárea para
la soja y 1038 en promedio para otros cultivos como dice el
cuadro) . A partir de ahora, si el precio internacional de
la carne sube más allá de cierta magnitud, ese impuesto
subirá acompañando tal suba hasta capturar la diferencia
de ingresos originada por el aumento, de modo que el
exportador (y todo el sector agropecuario) siguen ganando lo
mismo. De igual modo, le asegura un "piso" a los
exportadores ya que si el precio mundial cae, el impuesto se
hace menor.
Dicho
impuesto (retenciones) poda parte de la renta sin afectar la
ganancia "normal". Así, al no haber suba del
ingreso de los exportadores en pesos, no habría
"efecto de arrastre". Por ende el precio de la
carne en el mercado interno debería reducirse y la inflación
podría finalmente desacelerarse. En suma, lo que hacen las
retenciones es diferenciar los precios internos respecto de
los vigentes en el mercado internacional.
Además,
la aplicación de las retenciones se hace de manera
diferencial, cargando menos sobre los cereales y más sobre
la soja, insinuando una estrategia de desaliento de la
"sojización". El aumento de las retenciones a la
producción sojera mejora la rentabilidad relativa de otros
cultivos, así como de la producción ganadera. En esta
actividad, la mejora podría permitir la expansión ganadera
en terrenos antes dedicados a la producción agrícola. Por
supuesto, esto no es la solución final para el problema de
la inflación y para el desarrollo agropecuario. Pero debe
asumirse que en el contexto actual el recurso a la
herramienta de las retenciones es casi forzozo. Como
advierte Barsky, "lo que la gente de campo debe
entender es que con las retenciones no hay marcha atrás.
Ningún político, ni Macri, va a salir de este esquema,
salvo que sea un suicida. Si los productores agropecuarios
no entienden esta cuestión no pueden discutir nada. Las
retenciones son una condición necesaria del bienestar
general, incluidos ellos".
A
partir de aquí queda pendiente un debate acerca de qué se
hace con esos fondos adicionales que ingresan a las arcas
fiscales. Ciertamente, el aumento de las retenciones podría
afectar la rentabilidad de algunas pequeñas explotaciones.
La situación especial de los pequeños y medianos
productores debe atenderse con políticas específicas
basadas en el esquema general de retenciones, y no en su
supresión. Muchos pequeños productores tienen dificultades
en la provisión de semillas y fertilizantes, y mantienen
una relación desventajosa con el comercializador y el
exportador. Deben existir a tal efecto estrategias específicas.
Pero tal apoyo no puede basarse en la supresión de las
retenciones que conducen a incrementos de renta y
transferencias de los bolsillos de los asalariados hacia el
campo en forma indiscriminada. Sería como pretender ayudar
a las Pymes industriales aumentando el precio de todos los
productos industriales que pagan los asalariados
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