Rehenes
de Monsanto
O
como braman las cacerolas llenas de soja del
Obelisco, y nadie oye las cacerolas sin tierra
de Santiago del Estero
Por
Raúl A. Montenegro (*)
Argenpress, 01/04/08
Dedicado a
la gente del MOCASE (Movimiento Campesino de Santiago del
Estero), y a los expulsados por la soja, la codicia, la
ineptitud de los gobiernos, las topadoras y los plaguicidas.
Qué duro
es sentirse minoría en un país de falsas mayorías.
Qué duro
es ver que el gobierno nacional y los ruralistas luchan
entre sí cuando son cómplices necesarios del país sojero.
Qué duro
es ver cacerolas relucientes y llenas de soja RR en el
asfalto civilizado de Buenos Aires.
Que duro es
ver las cacerolas renegridas y sin tierra de los campesinos
de Santiago del Estero.
Que duro es
ver a los estudiantes de universidades argentinas con sus
carteles de apoyo a los ruralistas en huelga, como si
Monsanto y el Che Guevara pudieran darse la mano.
Que duro es
recordar que esas cacerolas relucientes, esos estudiantes
movilizados y esas familias temerosas del desabastecimiento
no salieron a la calle cuando los terratenientes de este
siglo XXI expulsaron a familias y pueblos enteros para
plantar su soja maldita.
Qué duro
es ver la furia ruralista al amparo de reyes sojeros como el
Grupo Grobocopatel.
Qué duro
es ver el rostro reseco de Doña Juana expulsada, de doña
Juana sin tierra, de doña Juana con sus muertos bajo la
soja.
Qué duro
es ver que se cortan las rutas para que China y Europa no
dejen de tener soja fresca, y para que Monsanto no deje de
vender sus semillas y sus agroquímicos.
Qué duro
es comprobar, con los dientes apretados, y con el corazón
desierto y sin bosques, que nadie habló en nombre de los
indígenas expulsados de sus territorios, de sus plantas
medicinales, de su cultura y de su tiempo para que la soja y
el glifosato sean los nuevos algarrobos y los nuevos duendes
del monte.
Qué duro
es ver con las manos y tocar con los ojos que nadie habló
en nombre de los campesinos echados a topadora limpia, a
bastonazos y a decisiones judiciales sin justicia para que
ingresen el endosulfán, las promotoras de Basf y las palas
mecánicas con aire acondicionado.
Qué duro
es saber que nadie habló en nombre del suelo destruido por
la soja y por el cóctel de plaguicidas.
Qué duro
es comprobar que muchos productores, gobiernos y ciudadanos
no saben que los suelos solo son fabricados por los bosques
y ambientes nativos, y nunca por los cultivos industriales.
Qué duro
es saber que para fabricar 2,5 centímetros de suelo en
ambientes templados hacen falta de 700 a 1200 años, y que
la soja los romperá en mucho menos tiempo.
Qué duro
es recordar que el 80% de los bosques nativos ya fue
destrozado, y que funcionarios y productores no ven o no
quieren ver que la única forma de tener un país más
sustentable es conservar al mismo tiempo superficies
equivalentes de ambientes naturales y de cultivos
diversificados.
Qué duro
es observar cómo se extingue el campesino que convivía con
el monte, y cómo lo reemplaza una gran empresa agrícola
que empieza irónicamente sus actividades destruyendo ese
monte.
Qué duro
es ver que el monocultivo de la soja refleja el monocultivo
de cerebros, la ineptitud de los funcionarios públicos y el
silencio de la gente buena.
Qué duro
es saber que miles de Argentinos están expuestos a las
bajas dosis de plaguicidas, y que miles de personas enferman
y mueren para que China y Europa puedan alimentar su ganado
con soja.
Qué duro
es saber que las bajas dosis de glifosato, endosulfán, 2,4
D y otros plaguicidas pueden alterar el sistema hormonal de
bebés, niños, adolescentes y adultos, y que no sabemos cuántos
de ellos enfermaron y murieron por culpa de las bajas dosis
porque el estado no hace estudios epidemiológicos.
Qué duro
es saber que los bosques y ambientes nativos se desmoronan,
que las cuencas hídricas donde se fabrica el agua son
invadidas por cultivos, y que Argentina está exportando su
genocidio sojero a la Amazonia Boliviana.
Qué duro
es comprobar que las cacerolas relucientes son más fáciles
de sacar que las topadoras y el monocultivo.
Qué duro
es comprobar que en nombre de las exportaciones se violan
todos los días, impunemente, los derechos de generaciones
de Argentinos que todavía no nacieron.
Qué duro
es ver las imágenes por televisión, los piquetes y las
cacerolas mientras las almas sin tierra de los campesinos y
los indígenas no tienen imágenes, ni piquetes, ni
cacerolas que los defiendan.
Qué duro
es comprobar que estas reflexiones escritas a medianoche
solo circularán en la casi clandestinidad mientras Monsanto
gira sus divisas a Estados Unidos, mientras las topadoras
desmontan miles de hectáreas en nuestro chaco semiárido
para que rápidamente tengamos 19 millones de hectáreas
plantadas con soja, y mientras miles de niños argentinos
duermen sin saber que su sangre tiene plaguicidas, y que su
país alguna vez tuvo bosques que fabricaban suelo y
conservaban agua. Muy cerca de ellos las cacerolas abolladas
vuelven a la cocina.
(*)
El Dr. Raúl A. Montenegro es biólogo. Premio Nóbel
Alternativo (Estocolmo, Suecia). Presidente de FUNAM
(Fundación para la Defensa del medio Ambiente). Profesor
Titular de Biología Evolutiva en la Universidad Nacional de
Córdoba (Argentina).
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