Neoliberalismo
agrario vs. “progresismo” K
Dos vías capitalistas para que los trabajadores
paguemos la
crisis
Socialismo o
Barbarie, periódico, 17/04/08
“Es necesario que demos
una gran batalla cultural para hacerles comprender a las
elites que no deben ver a los gobiernos que luchan por la
distribución del ingreso como enemigos”
(Cristina Fernández de Kirchner).
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El
trasfondo de la pelea campo vs K
La
crisis económica internacional
Para
entender el porqué de esta creciente disputa alrededor de
la economía nacional, hay que partir de la coyuntura económica
mundial. La crisis financiera abierta por el derrumbe del
mercado de hipotecas en los Estados Unidos sigue teniendo
nuevos desdoblamientos, abarcando más y más áreas de
la economía mundial.
Resumidamente,
su mecánica ha operado así: de la crisis por la quiebra
masiva de las hipotecas se fue pasando a una crisis que
viene provocando caídas en la mayor parte de las bolsas de
comercio internacionalmente. Esta crisis termina traduciéndose
en una crisis bancaria, dado que los bancos más
importantes tenían alta exposición en carteras
hipotecarias “basura”. La suma de ambas crisis (que
configura una crisis del capital en dinero), se está
trasladando ahora a la “economía real”. Es decir, una restricción
en los préstamos, desalentando el consumo, así como el
financiamiento de la producción y las inversiones.
Producto de todo esto, se ciernen amenazas cada vez más
ciertas de que la economía del amo del Norte se
encuentre en recesión, con una perspectiva similar no sólo
España e Irlanda, sino otros países de Europa y también
Japón.
Ya
está sonado otra señal de alarma: un proceso
inflacionario mundial en niveles que no se han visto en décadas,
como producto de varios factores entre los que se encuentran
la persistente devaluación de dólar (que todavía
sigue siendo la moneda de cambio mundial) y el aumento
del valor del barril de petróleo, por razones económicas
(el irreversible agotamiento de las reservas) y políticas
(empantanamiento de Estados Unidos en Irak).
A
esto se agrega otro factor: los altísimos precios de las
llamadas “commodities” (no sólo el petróleo; también
la mayor parte de los productos de la minería y de las
materias primas alimenticias), que han aumentado enormemente
producto de que países como China e India están inmersos
en una suerte de “revolución industrial” del siglo
XXI y/o un aumento descomunal del consumo urbano,
acaparando una proporción inmensa de la producción mundial
en esos rubros.
Los
altísimos precios de los productos agrícolo-ganaderos (que
ingresan directamente en el consumo popular y en el valor
del salario) obedecen a factores tan disímiles como la
creciente producción de biocombustibles, la especulación
bursátil con títulos sobre los cereales, etc., en lo que
parecen estar dando origen a una suerte de crisis
alimentaría internacional. Ya se están desatando movilizaciones,
revueltas o rebeliones populares en países tan disímiles
como Egipto, Indonesia, Tailandia, México, Pakistán,
Burkina Faso y Haití. El aumento de los productos de
consumo popular tiene como consecuencia directa el
encarecimiento potencial de la fuerza de trabajo... o una
posible tendencia a un nuevo aumento en el desempleo en el
orden mundial.
“La
generalización de la crisis de los alimentos ya provoco la
aparición de un término nuevo, agflation, que
combina agricultura con inflación (...). La primera y
principal causa de la suba de los alimentos hay que buscarla
en (...) la incorporación de millones de nuevos
asalariados urbanos en China e India, que demandan cada vez
más alimentos (...). El punto que no parece tan
positivo es el incremento de la demanda de granos provocada
por la industria del biocombustible (...). En tono
dramático, el subsecretario general para asuntos
humanitarios de la ONU, John Holmes, advirtió que un
aumento generalizado de los alimentos podría provocar inestabilidad
política en todo el mundo: «no se deben subestimar las
consecuencias de la crisis alimentaría para la seguridad
(...) se informa ya de motines provocados por falta de
alimentos»” (La Nación, 13/4).
En
síntesis: la combinación de las tendencias recesivas en
los Estados Unidos con el crecimiento de la inflación a
escala internacional podría dar lugar a un fenómeno económico
llamado “stagflation”: recesión más inflación.
Un verdadero cóctel explosivo porque –entre otras muchas
cosas–
hacen mucho más difíciles (y contradictorias)
las recetas económicas para combatirlo.
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El
larguísimo paro agrario puso de relieve un problema de
enorme importancia: comenzó a insinuarse una importante
fractura entre sectores de la clase dominante alrededor del
“modelo económico K”. Es decir, acerca de si
mantener o no organizada la economía alrededor del
presupuesto de un peso devaluado contra el dólar por 3 a 1.
Esto no ocurre en cualquier momento. Pasa cuando se está
profundizando la crisis de la economía mundial.
Ante
esta realidad, los distintos sectores patronales (gobierno
K, ruralistas y empresarios), ya están actuando con “reflejos
condicionados”. Es decir, buscan descargar la crisis
para que la pague otro. Otro que, en definitiva, bajo
las condiciones de una economía capitalista como la de
nuestro país, siempre son los trabajadores. De ahí
los recurrentes halagos de Cristina K a la CGT y la CTA por
su “responsabilidad” a la hora de “no hacer olas” y
respetar a rajatabla un techo salarial para este año 2008
(el 19,5%), que significará, sin lugar a dudas, una
categórica caída del salario real contra la inflación.
Pero
mientras las entidades ruralistas y el gobierno K siguen
negociando quién será el que pague los platos rotos de la
crisis (negociación que no se puede descartar que termine
en un nuevo paro agrario), desde Venezuela sonó un campanazo.
Quince mil obreros del grupo de los Rocca en ese país
(la siderúrgica Ternium-Sidor, tercera de Latinoamérica),
luego de una durísima lucha de 14 meses (con represión
chavista incluida), terminaron imponiendo la estatización
(por ahora parcial; ver aparte en esta misma edición) de
la planta.
Lo
más importante de este hecho es que, al imponer esta
medida, marcaron –en medio de las crecientes disputas
interburguesas que caracterizan la coyuntura regional– una
salida independiente de los trabajadores frente a la
crisis que amenaza con enseñorearse en toda Latinoamérica.
La inflación como mecanismo de trasmisión de la
crisis
El
creciente aumento de la inflación en el orden internacional
(ver recuadro) es actualmente uno de los mecanismos más
poderosos de la trasmisión de la creciente crisis económica
mundial a todas las regiones y países. Junto con los
factores propiamente “nacionales”, ésta es una de las
tendencias en obra en el ámbito mundial que impacta
directamente en la Argentina. El brutal salto en la
inflación desnuda las “patas cortas” de los discursos K
acerca de “blindajes” y “desenganches” de la economía
nacional respecto de la internacional. La noticia es que vía
el paro del campo y la creciente inflación, la crisis ya
llegó y parece haber venido para quedarse.
Precisamente,
el reclamo de rebaja indiscriminada de las retenciones que
las entidades ruralistas sostienen en la negociación con el
gobierno K ha pegado en el corazón de este problema.
No porque sea verdad la campaña hipócrita de Cristina K de
que el gobierno las use para “redistribuir la
riqueza”... Son los propios números del oficialismo los
que demuestran que la parte del león de las retenciones
van al pago de la deuda externa y a subsidiar a los más
variados sectores capitalistas.
Lo
que sí es verdad es que opera como mecanismo para “desconectar”
parcialmente los precios nacionales de los internacionales
(lo que en primerísimo lugar sirve para abaratar el valor
de la mano de obra para todos los capitalistas). Si rigiera
la libre exportación de todos los productos como
exigen los ruralistas, la mayoría exportaría toda su
producción... o la vendería en el mercado interno sólo a precios
internacionales. A modo de ejemplo, digamos que entonces
un kilo de nalga para milanesa alcanzaría la cifra de 50
pesos, y algo similar ocurriría con la leche, el pan, las
frutas y verduras, y demás productos del consumo popular.
Esto
hasta lo reconoce un insospechado vocero de posiciones
“proteccionistas” como es el diario La Nación:
“Desde hace varios meses, los alimentos que integran la
canasta básica registran aumentos prácticamente
todas las semanas. Frente a la aceleración de la inflación,
el gobierno decidió subir las retenciones a los granos con
el objetivo de reducir el impacto en el mercado local de las
alzas internacionales de las commodities (...). Esta sucesión
de hechos describe lo que está pasando en la Argentina. Sin
embargo, perfectamente se podría aplicar a Ucrania,
que también esta apostando a un esquema de limitación de
las exportaciones y controles de precios (...). La solución
argentina y ucraniana es una de las recetas que aplican
los diferentes países del mundo para hacer frente a la
llamada crisis internacional de los alimentos o, como
lo definió el semanario inglés The Economist, el
fin de los alimentos baratos” (La Nación, 13/4).
Países tan disímiles como México, Rusia, China,
Australia, Bolivia, Camboya, Vietnam y Egipto están
aplicando instrumentos “antiinflacionarios”
similares. Está claro, entonces, que el alza de los
precios de los alimentos en el ámbito mundial y su traslado
a la economía de cada país
es uno de los elementos por
excelencia del traslado de la crisis internacional.
Junto
con las causas internacionales de la inflación, están las
“locales”. Se puede listar la constante emisión de
pesos para comprar dólares provenientes del superávit
comercial; el sostener la devaluación del peso contra una
moneda que también se devalúa, como es el caso del dólar;
la remarcación constante de los precios en una
carrera para mantener los salarios retraídos en términos
reales, y también los esbozos de un incipiente desabastecimiento
de determinados productos (como el aceite de maíz),
escasez que propende al aumento de precio de esos
productos; la crisis energética, etc..
Neoliberales “revaluacionistas”...
Como
hemos señalado, la emergencia de la crisis genera reflejos
condicionados entre los diversos sectores patronales y
el gobierno a la hora de decidir quién pagará la crisis.
También de esto se trata el paro del campo.
“La
defensa oficial de las retenciones como instrumento
redistributivo es otro punto polémico. Es cierto que
contribuyen a desconectar los precios internacionales de los
internos, pero ésta no es toda la verdad. Los alimentos
podrían ser aún más caros en dólares, pero también más
baratos si el tipo de cambio no se mantuviera tan por encima
de su nivel de equilibrio, aunque ello implicaría costos
sociales indeseables en términos de empleo. Pero en un
contexto inflacionario en que casi todos los precios suben y
no sólo los de los productos alimenticios, los salarios se
deprimen y los más pobres están peor. De esta manera, queda
en jaque el modelo de tipo de cambio alto y retenciones
crecientes para otorgar subsidios más abultados y
masivos (para pobres y ricos), mientras la permanente
intervención del Estado en los mercados estropea el clima
de inversiones para apuntalar el alto crecimiento económico”
(Néstor Scibona, La Nación, 13/4).
El
paro del campo termina detonando lo que se venía acumulando
como elementos de “deterioro” y/o agotamiento de la
economía K, desatando la mayor discusión interburguesa
alrededor del plan económico desde la crisis final del 1 a
1.
Llevando
adelante una medida de fuerza corporativa y reaccionaria
(vergonzosamente apoyada por sectores de la “izquierda”
como el PCR y el MST), los productores agrarios exigen gozar
las mieles de los precios internacionales quedándose con
toda la renta agraria extraordinaria sin importar que esto
signifique, inevitablemente, una irrefrenable tendencia
al empobrecimiento de los trabajadores y al aumento del
desempleo.
Por
si quedara alguna duda, un vocero “popular” de este egoísta
reclamo y mascarón de proa de la Federación Agraria
como el entrerriano Alfredo De Angeli declaró que “la única
forma de arreglar con el gobierno es si retrocede con las
retenciones móviles. Caso contrario, estamos listos
para volver a las rutas (...). No me importa lo que digan en
el gobierno. Nosotros vamos por lo nuestro, y si no
cumplen con nuestras expectativas, volvemos a las rutas” (La
Nación, 16/4).
Esta
disputa tiene su lógica: lo que los productores agrarios
(grandes y pequeños) expresan es una clara tendencia a negociar
directamente con el mercado mundial (que ofrece precios
tan suculentos) desentendiéndose de la suerte del
mercado interno (y urbano).
Pero
es precisamente en esas condiciones que se caerían
pilares fundamentales del esquema económico K. El
“enganche” de los precios del mercado interno con los
internacionales produciría tres efectos inmediatos: uno es
que la única manera de adquirir los productos exportables
(desde granos, aceites y carnes hasta combustibles) seria comprándolos
a los astronómicos precios internacionales. Dos, que se
deterioraría el “clima de negocios” de los empresarios
amigos de los K que usufructúan muy bajos salarios y demás
costos a valor dólar (al tiempo que traería un mayor
grado de “conflictividad social” por el inevitable
aumento de la desocupación). Finalmente, porque
“forrados” en divisas los productores pondrían tan
enorme presión sobre las importaciones que se liquidaría
en un santiamén el todavía subsistente (aunque a la baja) superávit
comercial.
Es
decir, el “paraíso” para las cuatro entidades del agro
se parecería como una gota de agua a la otra a un retorno
a las condiciones de la “libertad de mercado” de los 90.
...
versus “progresistas devaluacionistas”
A
pesar de que Cristina se llena la boca todos los días
hablando de la “redistribución de la riqueza” y
llamando a las elites a “ser solidarias como en las
sociedades desarrolladas”, el gobierno K y sus
capitalistas amigos apuntan en una dirección tan
capitalista y antiobrera como sus “adversarios”
neoliberales puros y duros.
Porque
lo que se busca vía el mecanismo devaluatorio es el
mantenimiento del “paraíso K” de los últimos años
(con salarios y costos en pesos devaluados y exportaciones
en “moneda dura”), sosteniendo las “condiciones de
competitividad” de la economía logradas con el 3 a 1.
Esto
significa una receta muy “clásica”: profundizar el
rumbo devaluatorio a costa de remachar con mil clavos la
superexplotación de los trabajadores para lograr
“ganancias de productividad” (más productos en igual
tiempo de trabajo) que actúen como contrapeso a las
tendencias inflacionarias. Junto con lo anterior, otra
receta “clásica”: pactar salarios a la baja en términos
reales. Es decir, que los aumentos salariales queden por
detrás de la inflación, como ya ocurrió en 2007.
Dicho
de otra manera: como mantener el tipo de cambio alto genera
presiones adicionales sobre la creciente inflación
nacional, para “contener” esto no hay “magia” que
valga: la única receta es tender –cada vez mas
descaradamente– a la depresión de los salarios en términos
reales, justo cuando recién se estaba llegando a los
miserables niveles del 2001. Y a esto, repetimos, se agrega
el aumento en las condiciones de esclavitud laboral
por la vía de un aumento de la productividad del trabajo.
En
ese marco, no ha sido casual que el ministro de Economía
Martín Lousteau se haya dado una vuelta por la sede del FMI
en Washinton para sondear la “buena predisposición del
organismo” a no trabar un posible arreglo con el Club de
Paris por la deuda en default por 6.000 millones de dólares.
También sondeó la posibilidad de que diversos organismos
internacionales concedan renovados y multimillonarios préstamos
a la Argentina para “un nuevo canje de la deuda”.
Parece que más temprano que tarde volveremos a la noria del
endeudamiento creciente... Digamos que en el plano político,
esto se complementa con la reciente visita del secretario de
Asuntos Hemisféricos del gobierno de Bush, Tom Shannon, que
ponderó la “importancia de la Argentina como factor de
estabilidad regional”.
Seguramente
Lousteau escuchó atentamente las “recomendaciones” de
un viejo y conocido funcionario del FMI: Anoop Singh. Hombre
consecuente, recordó que “en un contexto inflacionario,
la prioridad central es evitar las negociaciones
salariales para no fomentar precios aún más
elevados”. Una vez más, el remanido cantito de que la
culpa de la inflación la tendría el salario obrero.
Así,
de la mano del “progresismo” K o de neoliberales como
los dirigentes agrarios, los trabajadores seremos siempre
el pato de la boda.
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