Inflación, retenciones y
rentabilidad agrícola
Ganan como nunca
Por
Nicolas Arceo (*) y Javier Rodríguez (**)
CENDA
(Centro de Estudios para el Desarrollo Argentino), marzo
2008
Incluso con el aumento de
retenciones y con los actuales precios internacionales, la
producción agraria mantiene niveles de rentabilidad elevadísimos.
El
incremento de las retenciones a las exportaciones de los
principales productos agrícolas y la transformación de su
alícuota fija en móvil refuerzan la desvinculación de los
precios internos respecto de los vigentes en el mercado
internacional. Las retenciones a las exportaciones ya han
demostrado su efectividad como un instrumento insustituible
en el combate de la inflación, en un contexto de alza de
los precios externos. La importancia de esa herramienta se
hace más nítida ante los magros resultados que se observan
en el último tiempo con los acuerdos de precios, muchas
veces implementados caricaturescamente.
La
necesidad de incrementar los niveles de retenciones queda en
evidencia al observar los precios de los principales
cultivos agrícolas durante los últimos meses. Con respecto
al valor promedio que registraron en 2006 y 2007, en la
actualidad se observa un aumento del 86,9 por ciento en el
caso del girasol, de un 75,7 por ciento en la soja y de un
59,2 y 43,4 por ciento en el caso del maíz y del trigo,
respectivamente. El precio internacional de estos productos
en dólares constantes es el más alto de los últimos 25 años,
con la única excepción del maíz, que registró cifras
similares en 1996.
Como
se ha señalado desde las organizaciones agrarias, la
aplicación de retenciones como medida antiinflacionaria
tiene como contracara la reducción de la rentabilidad de
las explotaciones agropecuarias. La amenaza es que podría
contraer la producción. Pero este argumento no es válido
en la coyuntura actual: los niveles de imposición vigentes
no la afectan negativamente.
Los
elevados precios internacionales, juntamente con el
mantenimiento de una moneda depreciada, han permitido un
incremento muy significativo de la rentabilidad en el sector
agropecuario en la post-convertibilidad, aun con la aplicación
de retenciones. En 2007 se ubicó un 72 por ciento por
encima de la registrada durante la vigencia del plan de
convertibilidad (ver cuadro). En este contexto, la elevación
de las alícuotas de exportación no sólo no genera una
reducción de los márgenes de rentabilidad con respecto a
los registrados en la campaña 2006/07 sino que, más aún,
involucra un alza del 43 por ciento de mantenerse los
precios vigentes.
Estos
altos niveles de rentabilidad en el sector agropecuario se
han traducido en un extraordinario incremento en el valor de
la tierra, especialmente en la región pampeana. Por
ejemplo, en 2007 el precio en dólares de la tierra en la
región maicera de la provincia de Santa Fe se ubicó un 171
por ciento por encima de los valores registrados en el
quinquenio 1995-1999. A comienzos de 2008, los precios
continúan evidenciando una tendencia alcista. El incremento
general de la rentabilidad presenta, sin embargo, ciertas
heterogeneidades al interior del sector. En este sentido, el
aumento de la alícuota de las retenciones podría afectar
la rentabilidad en las pequeñas explotaciones, como
consecuencia de los menores niveles de rentabilidad
preexistentes originados en las escalas de producción más
chicas.
No
menos importante en cuanto medida adoptada es el efecto de
la ampliación de las retenciones diferenciales sobre la
propia producción agropecuaria, a través de la modificación
de las rentabilidades relativas entre las distintas
producciones. El incremento de las retenciones a la producción
sojera eleva la rentabilidad relativa de otros cultivos, así
como de la producción ganadera. En el caso de esta última
actividad, que mantiene una elevada rentabilidad absoluta,
la mejora de la relativa podría permitir la expansión
ganadera en terrenos antes dedicados a la producción agrícola.
Se trata de un efecto relevante por cuanto podría evitar,
en el mediano plazo, las significativas restricciones en la
oferta que han afectado ya el abastecimiento de los mercados
internacionales.
En
pocas palabras, el aumento de la alícuota de las
retenciones hace prever una mayor recaudación fiscal, sin
afectar negativamente la producción primaria. Queda, sin
embargo, todavía pendiente un debate acerca de qué se hace
con esos fondos adicionales que ingresan a las arcas públicas.
Esa es la segunda parte de esta historia que no está aún
precisada.
(*)
Investigador de Flacso y de Cenda.
(**) Investigador de la UBA y de Cenda. www.cenda.org.ar
La disputa por la renta agraria
Por Javier Rodriguez (*)
CENDA, mayo 2008
Gran parte del actual debate acerca del
aumento del impuesto a las exportaciones de soja y girasol
gira, en realidad, no tanto en torno de la alícuota que
debe fijarse, sino sobre si deben o no aplicarse
retenciones. Quienes sostienen que no deben aplicarse
retenciones a las exportaciones de productos agropecuarios
plantean que se trata de un impuesto distorsivo, que
modifica por tanto las señales de precios. El carácter de
distorsivo para estos autores (que creen que todo debe
dejarse en manos de los mecanismos de mercado) es suficiente
para desechar por completo dicha herramienta. Sin embargo,
poco se han molestado en analizar los efectos de lo que
ellos denominan distorsión.
Las retenciones cumplen diversas
funciones que son innegables. En primer lugar, reduce el
precio de los alimentos en el mercado interno. Una política
de alimentos baratos es esencial para el desarrollo
integrado de un país. Adicionalmente, en un contexto de
inflación como el existente a nivel nacional, y con precios
internacionales en alza, el incremento de las retenciones es
un instrumento necesario en la lucha antiinflacionaria. En
tercer lugar, con las retenciones se pueden modificar las
rentabilidades relativas de las distintas producciones, de
forma que para los productores sea tan rentable producir
soja, como otros cultivos o productos pecuarios. Desde ya,
las retenciones sirven para captar una parte de la renta
agraria. Y he aquí uno de los ejes del debate.
Desde la doctrina del laissez faire
critican las retenciones por constituir una transferencia de
recursos de un sector específico. Omiten señalar que se
trata de un impuesto que va sobre la renta, y no sobre
ganancias, dados los niveles de rentabilidad presentes. Sin
embargo, y esto es lo más contradictorio, nada dicen cuando
la transferencia de renta ocurre, ya no por obra de un
impuesto, sino a raíz de una sobrevaluación cambiaria.
Esto es lo que ocurría en los años noventa, cuando la
sobrevaluación actuaba en detrimento de los ingresos
percibidos por exportaciones. Un trabajo que hemos publicado
desde Cenda hace ya unos años mostraba que en realidad las
transferencia debidas a la sobrevaluación eran mayores que
las que se daban debido a las retenciones, en el año 2005.
Las transferencias de renta son un fenómeno
prácticamente inherente a las mismas, toda vez que éstas
son ganancias que sobrepasan los niveles medios. Por ello,
el debate que debe darse no radica en torno de si se aplican
o no retenciones, sino en para qué se las aplica, es decir,
cuál es el destino que se le da a esa masa de riqueza.
La existencia de renta abre la
posibilidad de potenciar el desarrollo industrial y
agropecuario de un país. Pero eso no lo garantiza la mera
presencia de renta. Tampoco es garantía que sea apropiada
por medio de un impuesto. Para que la renta sirva para
impulsar el crecimiento integrado del país, las retenciones
deben inscribirse en un plan de desarrollo agropecuario e
industrial. Lamentablemente, nada de ello se observa en la
actualidad.
La actual crisis deja como evidencia
que el tipo de cambio y las retenciones no constituyen una
política de desarrollo agropecuario. Que hacen falta políticas
específicas que se complementen con las macroeconómicas
para el desarrollo integrado de este sector. Pero no hay que
confundirse: no es un problema exclusivo de este sector.
Exactamente lo mismo debe decirse de la industria, donde
ocurre algo similar. Sostener el tipo de cambio, si bien es
una herramienta necesaria, no constituye por sí mismo una
política industrial. Tampoco lo son medidas adoptadas de
manera aislada. La actual controversia sobre las retenciones
deja también nítidamente otra evidencia: la transferencia
de recursos por la transferencia misma pierde legitimidad.
Las transferencias en el marco de un plan de desarrollo
posibilitan la mejora del bienestar de toda la población.
(*) Economista del Cenda.
De paros y riquezas sociales
Por Juan Iñigo Carrera (*)
CENDA, mayo 2008
“El campo” para porque, según
dice, la sangría de las retenciones lo ahoga e impide su
desarrollo. En vez de discutir en el aire pongamos cifras a
la cuestión.
“El campo” era enemigo jurado del
gobierno en 1973-1975. La razón parecería obvia si se
considera que, en particular mediante el monopolio estatal
sobre el comercio de granos, el 44 por ciento del excedente
del sector agrario fluyó fuera de él, dejándole sólo un
promedio anual de 17 mil millones de pesos (en poder
adquisitivo de 2007, como todas las cifras siguientes).
Entonces, “el campo” apoyó la dictadura y festejó que
su propio representante, José Alfredo Martínez de Hoz,
terminara con aquel monopolio. Claro que, a través de la
política activa del Estado nacional para sobrevaluar el
peso, en el promedio de 1978-1981 “al campo” se le escapó
el 42 por ciento de la suma de la ganancia y la renta del
suelo agrarias, quedándole el equivalente anual a 15 mil
millones pesos.
Después, “el campo” se enamoró de
Carlos Menem, porque sacaba las retenciones, y votó a
Fernando de la Rua, porque seguía la misma política. Pero,
nueva sobrevaluación del peso mediante, en el promedio
1991-2001 escapó “del campo” un 50 por ciento del
excedente agrario, dejándole sólo 8 mil millones de pesos
anuales.
Durante 2002-2007, primero por la
subvaluación del peso y luego por la suba de los precios
mundiales, el excedente agrario aumentó un 83 por ciento.
Pero la parte que quedó para “el campo” creció un 219
por ciento, ya que sólo debió ceder el 23 por ciento de éste.
Recibió así un promedio anual de 27 mil millones de pesos.
En 2007, esta suma ascendió a 39 mil millones de pesos.
Con todo, “el campo” añora la política
neoliberal y aborrece la política “intervencionista” de
ideario “nacional y popular” del Gobierno. Sin embargo,
ambas políticas, aparentemente irreconciliables, se
hermanan en la continuidad del flujo de la renta del suelo
agrario hacia fuera “del campo”. Lo cual muestra que
dicho flujo es una condición inherente a la estructura económica
argentina en su unidad. Y, por lo tanto, que es una condición
para la apropiación de riqueza social por “el campo”
mismo.
Según el Gobierno, las retenciones son
en beneficio de la población trabajadora. Sin embargo, en
el año 2007 el salario promedio de la economía apenas arañaba
el poder adquisitivo que tenía en 2001. A su vez, este
salario equivalía escasamente al 56 por ciento del de
1973-1974. Con semejante evidencia no puede sino concluirse
que la riqueza social apropiada mediante las retenciones, y
en su momento mediante la sobrevaluación del peso, sólo
sirve para alimentar un proceso nacional de acumulación de
capital que, mientras reproduce prósperamente hoy a los
llorosos propietarios rurales, condena a la clase
trabajadora al empobrecimiento aun en pleno auge económico.
(*) Economista. Docente de la UBA.
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