El problema de la tierra en el campo argentino
¿Reforma
agraria o socialización?
Por
José
Luis Rojo
Socialismo o Barbarie, periódico, 17/07/08
“El
monopolio de la propiedad de la tierra es una premisa histórica,
y sigue siendo el fundamento permanente del modo capitalista
de producción”
(Karl Marx, El Capital, Tomo III, volumen
8)
Cualquier programa para el campo argentino
tiene que partir del problema de la propiedad de la
tierra. Hay que delimitar cuestiones teóricas, históricas
y las que tienen que ver con qué relaciones sociales y
fuerzas productivas alentar luego de la expropiación de los
grandes propietarios y capitalistas agrarios.
Básicamente,
se trata de saber si la tarea planteada es la de crear –y
/ o fortalecer– una clase de pequeños y medianos
propietarios (como defienden las corrientes de la
izquierda campestre) o pasar –lisa y llanamente– a formas
socializadas de producción. Aclaramos desde el vamos
que este interrogante lo planteamos para la zona núcleo
pampeana y no para el resto del país caracterizado por una
enorme diversidad de situaciones y cuyo programa es más complejo.
La propiedad privada de la tierra como fundamento del
capitalismo
Un primer aspecto a
abordar
es el de la propiedad de la tierra. Se trata de la
expropiación de los terratenientes y la burguesía agraria,
problemática que corrientes como el PCR y el MST siquiera
pueden plantearse al haberse puesto incondicionalmente
al servicio de la Sociedad Rural.
Partamos
de un hecho: bajo el modo de producción capitalista la
propiedad privada de la tierra está naturalizada.
Porque la propiedad privada de los medios de producción (y
la tierra debe considerarse como un medio de producción
“natural”) es uno de los supuestos de este modo
de producción, cuyo cimiento es la separación del
verdadero productor –es decir, el trabajador asalariado
urbano o rural– de las condiciones de la producción,
sean estas máquinas-herramientas o la tierra.
El capitalismo normalizó que la tierra tenga dueños
capitalistas privados: “La propiedad de la tierra
presupone el monopolio de ciertas personas sobre
determinadas porciones del planeta sobre las cuales pueden
disponer como esferas exclusivas de su arbitrio privado,
con exclusión de todos los demás”.
Aquí hay una “contradicción”, aunque característica
y fundamento mismo del sistema. Porque la tierra, como tal
(“tierra materia”), salvo cuando se trata de las mejoras
que se la hagan a la misma (“tierra capital”), a priori,
no está mediatizada por el trabajo humano: “Hay
ramas de producción en las que ciertos medios de
producción naturales, por ejemplo, las tierras de
labor, los yacimientos de carbón, las minas de hierro, los
saltos de agua, etc., son indispensables para que el proceso
de producción pueda efectuarse y sin los cuales no pueden
producirse las mercancías correspondientes (...). [Este]
medio de producción (...) no es trabajo materializado sino un
don natural. ¿Acaso [sé] podría fabricar tierra,
agua, minas o yacimientos de carbón? ¡Claro que no! Por
tanto, la propiedad privada sobre los elementos naturales,
tales como la tierra, las aguas, las minas, etc., la
propiedad de esos medios de producción, de estas
condiciones naturales de la producción, no es una fuente
de la que fluya valor, ya que el valor no es otra cosa
que tiempo de trabajo materializado. Esta propiedad es, sin
embargo, una fuente de ingresos. Es un título, un
medio que permite al propietario de los medios de producción
(...) apropiarse la parte del trabajo no retribuido
arrebatada a los obreros por los capitalistas (...). Claro
está que si la tierra se hallase como un bien elemental a
la libre disposición de cualquiera, faltaría uno de los
elementos fundamentales para la formación del capital.
Este medio de producción esencialísimo que es, además,
aparte del hombre mismo y su trabajo, el único medio de
producción original, no podría enajenarse ni apropiarse,
ni, por tanto, enfrentarse con el obrero como propiedad de
otro y convertirle en obrero asalariado”.
Es decir, hay tierras buenas y malas, fértiles e infértiles.
Pero en tanto “tierra materia” esto nada tiene que
ver con el trabajo humano. Si la pampa húmeda es cómo
es, esto es un subproducto de la evolución natural.
La nación argentina “heredó” esta fertilidad
natural por estar asentada donde lo está.
Precisamente:
Argentina tuvo la “suerte” (o la desgracia, según la clásica
apreciación de Milcíades Peña) de asentar sus reales
sobre una zona de fertilidad privilegiada según los estándares
internacionales. ¿Con qué derecho, entonces, un
determinado grupo de personas, puede monopolizar porciones
de la misma?
Atención. Con esto sólo queremos destacar la tremenda contradicción
que significa la propiedad privada de la tierra. Lo
hacemos sin perder de vista lo ya señalado: que la
propiedad privada de la misma es una relación económico-social
por excelencia del capitalismo, el que se funda,
precisamente, en la separación del trabajador de las
condiciones de producción, sean éstas “naturales” o
“artificiales”.
El hecho que haga valer su monopolio sobre porciones del
planeta, a priori, no aporta nada para que la tierra sea
como es. Por ejemplo, en el caso del campo argentino, que
España haya traído –por decir– cinco vacas en el 1550
y a los cien años había 5.000, 50.000 o 500.000 cabezas de
ganado es como si “dios” existiese: originalmente, no
tuvo nada que ver con la mano del hombre ni, a priori, con
trabajo humano incorporado (que no es otra cosa que el
contenido del capital).
Los
dueños de la pampa húmeda
El programa agrario socialista revolucionario se apoya en
un eje fundamental: las grandes extensiones de tierra deben
ser expropiadas. Es decir, tiene que ser confiscada
esta “máquina natural”, fuente de la productividad
agraria porque, entre otras cosas, el hombre no hizo nada
para que sea como es.
“Ningún revolucionario serio puede llamar a otra cosa
que a la expropiación de la única riqueza real que tiene
la Argentina, a saber, la pampa. Todo lo demás,
sencillamente, no tiene importancia. Renunciar a la revolución
agraria, es decir, a la nacionalización y expropiación de
toda la tierra y a su explotación por un Estado obrero,
equivale a dejar en manos de la burguesía la principal
riqueza nacional”.
Y se agrega: “Regalar la principal fuente de riqueza de
tal manera, equivaldría a pedirles a los obreros
venezolanos que renuncien al petróleo, a los bolivianos al
gas o a los chilenos al cobre”.
Esto se combina con consideraciones históricas que
sólo señalaremos muy suscintamente. Es sabido que luego de
la “Campaña del Desierto” Roca repartió las tierras
conquistadas al indio entre sus generales. Esa tierra
repartida en la zona más fértil del campo argentino es
uno de los orígenes de la oligarquía “nacional”.
Esto juntamente con la famosa Ley de Enfiteusis de Rivadavia
de 1820 y las heredades que venían de la colonia: “(...)
desde las primeras apropiaciones de tierra –vía el
eufemismo de las genocidas ‘campañas del desierto’, la
Ley de Enfiteusis y otros mecanismos puestos en práctica
por los distintos gobiernos ‘patrios’ para
‘repartir’ con ‘generosidad’ estos lares–
demostrando que el ‘granero del orbe’ no pertenecía
ni por asomo al conjunto de la población. El censo de
1914 mostraba que la propiedad de la tierra era de muy
pocos: el 5% de los propietarios disponía del 55% de
las explotaciones”.
Cien años después la cosa no parece haber mejorado nada...
Y a no olvidar que estamos hablando de la tierra de la pampa
húmeda, la más rica del país: “cinco grupos económicos
y 35 grupos agropecuarios lograron ampliar sus dominios
en el campo en los ‘90. Los primeros son Bunge y Born,
Loma Negra (Amalia de Fortabat), Bemberg, Wertheim y el
ingenio Ledesma (familiar Blaquier). En total poseen 396.765
hectáreas en la provincia de Buenos Aires, lo que arroja un
promedio de 79.353 hectáreas cada uno. Por su parte, los
grupos agropecuarios están constituidos mayormente por familias
de la aristocracia, que dieron origen a la Sociedad Rural.
Son 35, que reúnen un total de 1.564.091 hectáreas, a razón
de 44.688 hectáreas cada una. Figuran familias como Gómez
Alzaga, Anchorena, Balcarce, Larreta, Avellaneda, Duhau,
Pereyra Iraola, Ballester, Zuberbuhler, Vernet Basualdo,
Pueyrredón, Bullrich, Udaondo, Ayerza, Colombo, Magliario y
Lanz, etc. En total existen en la provincia de Buenos Aires
1.294 propietarios con más de 2.500 hectáreas: 799 los que
tienen entre 2.500 y 4.999; 242 entre 5..000 y 7499; 92
entre 7.500 y 9.999; 108 entre 10.000 y 19.999 y 534 de
20.000 en adelante. En conjunto son dueños de 8.8 millones
de hectáreas, algo más del 32% del total de la
provincia!”.
Está
claro que en estas condiciones, y pese a quien le pese, la
primera tarea revolucionaria en el campo argentino pasa por
la expropiación de los grandes propietarios y
capitalistas del campo!
Expropiación
y socialización
A
partir de esta elemental definición, se trata de saber si
en la zona núcleo pampeana, la expropiación debe ser
llevada adelante impulsando una reforma agraria, clásica
tarea del tipo revolución burguesa en el campo
(supuestamente defendida por las corrientes de la
“izquierda” pro campo). Reforma agraria que implicaría el
reparto la tierra de la gran propiedad en beneficio de pequeños
productores privados. O si, por el contrario, dadas las
características específicas de la pampa húmeda, lo
que está planteado es pasar –lisa y llanamente– a la
estatización de las grandes propiedades y su puesta en
producción bajo formas –sociales y económicas–
socializadas.
Desde
estas páginas defendemos esta segunda opción. Es que en la
zona núcleo pampeana, la realidad es que la producción
se encuentra ya bajo condiciones de un altísimo nivel de
“socialización”. Por ejemplo, es ampliamente
reconocido que la causa central del actual predominio de
grandes propietarios –de más de 20.000 hectáreas– en
el campo argentino se debe a la posibilidad de aprovechar
las economías de escala que hacen más pronunciada
la reducción del costo por hectárea a medida que aumenta
la superficie trabajada.
Es
decir, se está en presencia de una enorme tecnificación,
una relativamente baja cantidad de trabajadores por
superficie explotada (sólo 5 trabajadores cada 1.000 hectáreas
en promedio; al menos en el caso de la soja), parte de ellos
muy calificados y la práctica inexistencia de campesinos
sin tierras.
Además,
como ha sido señalado por muchos analistas, una parte sustancial
de los pequeños y medianos propietarios son rentistas o
productores agrarios capitalistas de pleno derecho.
“En
los últimos quince años, el proceso de transformación en
la forma de organización y de desarrollo técnico-productivo
del campo ha provocado una acelerada concentración de la
producción (...). Se produjo una revolución tecnológica
(...) basada en la siembra directa y las semillas transgénicas
(...). Este cambio tecnológico demanda mucho menos
trabajo manual y mucho más capital. Se necesitan
millonarias inversiones en máquinas para siembra directa
que son distintas a las tradicionales. Por eso mismo
surgieron contratistas –la mayoría son además
medianos y grandes ‘productores’– que van por los
predios con sus maquinarias a realizar el trabajo, que en la
agricultura tradicional podían llevar de uno a dos meses,
según la extensión, y hoy se realiza en uno o dos días
(...). En ese contexto aparecen los fondos de siembra
–pools– que tienen el capital suficiente para comprar y
aplicar ese nuevo paquete tecnológico en economías de
escala. Pero son los tradicionales grandes propietarios de
tierras (...) los que han avanzado en concentrar cada vez más
la producción en sus manos. Y esto fue así porque los
chacareros que no pudieron acceder a este nuevo paradigma
productivo-tecnológico les resulta mucho más rentable alquilar
la tierra que trabajarla”.
Y
agrega el autor: “Lo que se ha verificado, es una enorme
concentración de la producción sobre tierras arrendadas,
lo que ha provocado una profunda alteración de la
estructura económica y social del campo. La propiedad
de la tierra sigue tanto o más concentrada que antes.
Eduardo Basualdo destaca que en la zona pampeana el 86,4%
de la producción agrícola sigue en las mismas manos que
hace un siglo.
Este
complejo panorama permite acercarse a la comprensión de la
actuación de la Federación Agraria en el conflicto, que ha
desorientado a quienes todavía consideran que sigue siendo
una entidad que defiende a los pequeños productores
arrendatarios. Giberti ilustra que ‘el clásico chacarero
arrendatario, la imagen tradicional del socio de la FAA, prácticamente
desapareció porque muchos se transformaron en propietarios’.
Muchos pasaron a ser arrendadores de los pools o de los
grandes propietarios, lo que explica la indiferencia que
manifestaron al proyecto de Ley de Arrendamiento y que sólo
se preocupen por la defensa de la renta sojera, que es
la que les brinda el alquiler de sus tierras. Por eso
Giberti señala que ‘ese cambio de estructura social hace
que el chacarero típico de hoy tenga enfoques muy distintos
del de antaño. Es un pequeño propietario’ (...). La
FAA se ha convertido en una entidad que representa
fundamentalmente a pequeños propietarios que no trabajan la
tierra, sino que la alquilan para vivir de rentas”.
Para
completar el cuadro, sobre la caracterización de la CRA y
la Sociedad Rural se señala que: “la primera concentra un
grupo de entidades regionales, representando a propietarios
con extensiones de tierra de un promedio de 1.000 hectáreas,
que para la región pampeana significa un patrimonio de 8
a 10 millones de dólares (...). En tanto, la Sociedad
Rural sigue representando a grandes propietarios pero con
otra estructura de negocios: también han incorporado la
agricultura, cuando antes eran casi exclusivamente
ganaderos”.
Expropiación,
pequeña propiedad y cooperación
Entonces,
en las condiciones concretas de comienzos del siglo XXI y no
de las fantasías de la izquierda campestre, la tarea de la
reforma agraria quedaría kilómetros por detrás del
desarrollo ya existente de las fuerzas productivas y, sobre
todo, no tendría un sentido anticapitalista.
Por
el contrario, entendemos que lo que está planteado –cómo
está dicho– es pasar a la expropiación de las grandes
extensiones y su puesta en producción bajo formas de
trabajo socializadas: “Lo que no se puede es prometer
la ‘distribución’ a los chacareros de la tierra
expropiada (...). Menos con la pretensión de ‘repoblar’
la pampa, como si la urbanización pronunciada de la
Argentina fuera el resultado del atraso agrario y no, en
realidad, de una productividad única en el mundo.
Semejante medida sería un desastre que nos llevaría
a la destrucción de las fuerzas productivas
alcanzadas por nuestro país en su desarrollo histórico”.
Esto
no quiere decir que se debería expropiar a todos los
propietarios. No planteamos esto: dependerá de la
extensión de los predios. En el caso de propietarios
y/o productores familiares que no empleen mano de obra
asalariada y que por la extensión de sus tierras y los
volúmenes de producción no configuren empresas
capitalistas propiamente dichas y prefieran seguir
trabajando la tierra de manera independiente, se les
respetará esta decisión.
Además,
es sabido que la zona extra-pampeana tiene características
muy distintas a la del núcleo: hay gran cantidad de
minifundistas y también un campesinado sin tierras
desplazado precisamente por la expansión de la frontera agrícola
vía la soja. Se trata de extensiones de una, cinco o diez
hectáreas en provincias como Santiago del Estero, Formosa,
Salta, Chaco, etc.
En
estos casos, sí se aplicaría un programa más
tradicional de reforma agraria, entregando tierras a los
sin tierras o devolviéndoles sus predios a las poblaciones
originarias que así lo reclamen y alentándolas, en todo
caso, a poner en pie formas de producción cooperativas.
En
este último caso, se trata de los
derechos históricos de las comunidades. Es decir,
los derechos de propiedad comunal que remiten a algo
muy distinto que a la propiedad privada capitalista o a la
apropiación violenta de porciones del planeta que es
la base material de la renta capitalista de la tierra.
Tiene que ver con aquellas explotaciones de autoconsumo
de un verdadero campesinado (no el que corta las rutas con
sus 4 por 4) y que no dedica el centro de su actividad a
producir mercancías e incorporar valor.
Porque
el campesinado –como tal–
es un productor “precapitalista”. Incluso aunque sea en
parte productor mercantil, es precapitalista. En todo caso
una parte de su producción es para el autoconsumo y la otra
es para el mercado. Y esta última es producción mercantil
simple (M-D-M): no genera plusvalor y su ciclo productivo no
se hace en función de la ganancia sino para satisfacer sus
necesidades por la vía de la venta de parte de su producción
para comprar otras mercancías que necesita. Es decir, vende
no para acumular capital sino para comprar lo que
imperiosamente necesita.
Esto es distinto, antagónico, con los productores
capitalistas agrarios que llevan a cabo la producción al
solo efecto de la ganancia, de generar un plusvalor y a los
que de manera absolutamente tramposa los medios de
comunicación y cierta “izquierda” caracterizan como
“campesinos”!
En
todo caso: “Se puede conceder que por razones políticas
(la necesidad de fracturar el frente único burgués
en el campo), se establezca un tratamiento diferente para
las fracciones más pobres de la pequeño burguesía rural,
la que no explota fuerza de trabajo. Pero esta concesión
debe limitarse a garantizar su supervivencia, no a estimular
su acumulación”.
Las enseñanzas
revolucionarias del siglo XX
Lo
que está planteado es poner en pie un plan nacional
integral agrícola-ganadero que dé una respuesta
anticapitalista y socialista de conjunto. Esto,
integrando variables –dependiendo de las zonas– como los
diversos tipos de propiedad (socializada, cooperativa e
individual), las mejores vías para el desarrollo de las
fuerzas productivas y la evaluación acerca de la existencia
real o no de pequeños productores y/o campesinos sin
tierras. Toda
una combinación de factores que en las revoluciones
anticapitalistas del siglo XX en general, y en la rusa
revolucionaria socialista en particular, demostró ser extremadamente
compleja.
Detengámonos un momento en esto. Particularmente en el
caso ruso, es sabido que Lenin intentó de todo.
Primero avanzar “manu militari” en las condiciones de la
guerra civil y le fue pésimo. Después reintrodujo el
dinero cuando el comienzo de la NEP. Reincorpora el dinero
porque nadie producía nada y en las ciudades había
un hambre creciente.
Pero
luego de la muerte de Lenin hubo una desviación
extremo-oportunista: el “campesinos enriqueceos” y la
“industrialización a paso de tortuga” fueron las
palabras de orden de Stalin y Bujarin ya en pleno proceso de
burocratización de la revolución. Orientación frente a la
cual se alzó valientemente Trotsky y el resto de la Oposición
de Izquierda.
Este
curso derechista del estalinismo en ascenso llevó a una dramática
crisis y a un nuevo y brutal lock out agrario. En
respuesta a él, el estalinismo en ascenso pasó a otro
desastre pero de signo contrario: una orientación ultraizquierdista
y represiva que impulsó la “colectivización”
forzosa del campo. Es decir, una falsa colectivización sin
democracia obrera ni socialización de la producción que
liquidó las fuerzas productivas del campo ruso por varias décadas.
Se
trata, en definitiva, de cuestiones muy complejas que han
dejado todo tipo de enseñanzas. Enseñanzas que no pueden
servir de atajo para argumentos capituladores del estilo de
los que –en este caso– esgrime el MST cuando acusa de
“estalinismo”... a los que no apoyamos el
lock out agrario patronal y sostenemos que el eje del
programa agrario en nuestro país pasa por la expropiación.
En síntesis: hay toda una serie de “encadenamientos”
en lo que tiene que ver con el
programa agrario para nuestro país. Pero un punto
decisivo tiene que ver con la expropiación de los
grandes propietarios de la tierra. Expropiación a la
que inmediatamente se le agrega la estatización bajo
control de los trabajadores de los grandes productores
capitalistas: pools de siembra, grandes contratistas,
proveedores de insumos, acopiadores, exportadores,
agro-industriales e industrias de maquinaria agrícola.
[1]
Karl Marx, El Capital, Tomo III, volumen 8, pp. 793,
Siglo XXI Editores, México, 1981.
[2]
Karl Marx, Teorías de la Plusvalía, pp.342-4;
Editorial Comunicación, Madrid, 1974.
[3]
Está claro que la producción ganadera, desde que
comenzó a ser un ámbito específico de la actividad
productiva agraria, nada tiene que ver –en sí
misma– con el ejemplo abstracto que estamos dando;
subsumida a la producción capitalista, implica el obvio
involucramiento de trabajo humano y capital.
[4]
Acá hay un evidente paralelo con otros recursos
naturales tales como el gas, el petróleo, la minería,
la riqueza ictícola y otros tantos que pagan renta bajo
el capitalismo, como veremos enseguida.
[5]
El convidado de piedra; Eduardo Sartelli, El Aromo n°42.
[6]
Eduardo Sartelli, ídem.
[7]
Mario Rapoport, Página 12, 13-07-08.
[8]
David Cufré, Página 12, 13-07-08.
[9]
No olvidar que en los años ‘90 fueron liquidados casi
100.000 chacareros, elemento fundamental para la
constitución de la actual estructura del campo
argentino.
[10]
Alfredo Zaiat, Página 12, 12-07-08.
[11]
Alfredo Zaiat, Página 12, 12-07-08.
[13]
El convidado de piedra, Eduardo Sartelli, El Aromo N°42.
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