Argentina

Alcances del triunfo reaccionario del “campo”

Sólo la clase obrera puede transformar el país

Editorial de Socialismo o Barbarie, periódico, 17/07/08

Finalmente ganaron las patronales del campo. Es que con el voto del vicepresidente Cobos, luego del agónico empate en el senado, quedo derrotado el proyecto de Cristina K. Es decir, el que pretendía transformar en ley el decreto 125 de retenciones móviles a las exportaciones de granos. Entre la emisión de dicho decreto y su virtual caída pasaron 128 días. Unas jornadas de durísimo conflicto entre sectores de la clase dominante de nuestro país. Pugna que ante la amenaza de desborde –dada su virulencia– fue canalizada, en principio “exitosamente”, por la vía parlamentaria.

Sin embargo, él pronostico sigue siendo “reservado”: porque en el momento que escribimos este editorial (cero horas del viernes 18), el gobierno todavía no parece haber digerido el impacto de esta derrota y no está claro qué rumbo tomará. Se habla incluso de que podría llegar a renunciar. El argumento: se irían “si no los dejan gobernar”.

Lo más “lógico”, dada su naturaleza patronal, es que termine dando un giro conservador en la búsqueda de encontrar bases de sustentación que le permitan continuar con un mandato que ha quedado seriamente dañado.

Pero no se puede descartar otro escenario, a priori el más “improbable”: que le dé “largas al asunto” en lo que tiene que ver con la derogación definitiva del decreto 125, terminando así por abrir –aun sin quererlo– una crisis política descomunal que culmine en su renuncia.

En defensa del derecho de propiedad

Es importante detenerse un instante para analizar las razones de esta muy dura derrota política del gobierno de Kirchner. Es decir, lo que podríamos definir como la lógica de clase de la misma. Hay dos elementos que merecen destacarse. En primer lugar, la gigantesca perdida de bases de apoyo del gobierno a lo largo de esta dilatada crisis. ¿Cómo explicar este fenómeno en el caso de los esposos K que –a lo largo de los últimos años– habían gozado del apoyo prácticamente unánime –sea esto con “fervor” o no– de todos los sectores de la clase dominante?

Es verdad que este sostenimiento se venia deteriorando ya desde él ultimo tramo del mandato de Néstor Kirchner por toda una serie de razones, tanto políticas como económicas. Desde los cuestionamientos de la oposición burguesa a la “falta de calidad institucional”, hasta las preocupaciones empresariales por el “creciente descontrol de la inflación”.

En todo caso, la posta tomada en el 2003 por Néstor Kirchner para transformar la Argentina en un “país normal” (luego que Eduardo Duhalde quedara herido de muerte con la masacre del Puente Pueyrredon), sumada a la recuperación económica, lo habían elevado –de alguna manera– a representante general de toda las fracciones de la clase dominante.

Insistimos: esto ocurrió aun al costo de que amplios sectores patronales hicieran “la vista gorda” frente a determinados aspectos ideológicos y prácticas políticas del elenco gubernamental, que nunca les gustaron. Por ejemplo, el pasado KK como militantes de la Juventud Peronista (lo que cuadraba muy bien con el “espíritu de época” luego del argentinazo del 2001).

Lo anterior no quiere decir que no gozaran de la simpatía de unos sectores patronales más que de otros: básicamente, de todos aquellos beneficiados de la devaluación de la moneda, en el centro de los cuales estaba la patronal industrial.

Pero el conflicto por los impuestos a las exportaciones (en el fondo, una clásica medida de proteccionismo capitalista) terminó rozando un elemento altamente sensible: fue interpretado por vastos sectores de los de arriba como un cuestionamiento al derecho de propiedad, el derecho por excelencia del sistema capitalista.

Algo debe estar claro: el gobierno, ni en sus sueños más “combativos”, pensó nunca afectar –siquiera mínimamente– el derecho de propiedad privada de los capitalistas: sea de la tierra, de la agroindustria ni de ninguna otra rama de la economía. Es decir, del derecho de estos de disponer –privada y exclusivamente– de los medios para la producción, cuando el trabajador sólo dispone del “derecho” a ser explotado.

Sin embargo, al ponerse sobre la mesa la discusión acerca de cómo distribuirse –entre los de arriba– el trabajo no pagado de los obreros rurales y urbanos (fuente de la renta agraria ordinaria y extraordinaria), eso se terminó interpretando –de manera interesadamente burguesa– como una afectación al derecho de los “productores” del campo de apropiarse de toda la ganancia generada en la producción agraria. Ganancia cuya fuente directa es, ni más ni menos, que el ya señalado trabajo no pagado de los trabajadores rurales!

La supuesta afectación de este derecho de propiedad explica no sólo la reacción de la patronal agraria. También, que la flor y nata de la patronal industrial, en los hechos, se terminara solidarizando con sus hermanos de clase del campo, retaceando apoyo al gobierno de los esposos K.

Porque la patronal agraria salió en defensa de este “derecho” tan caro al capitalismo (el derecho a explotar sin misericordia a la clase obrera, sea urbana o rural), logrando así el abierto o tácito sostén de lo más granado de la burguesía y el imperialismo.

Los límites de clase de los esposos K

Esto se liga a un segundo problema: perdido el directo apoyo patronal, el gobierno tampoco logró –a lo largo de toda la crisis– el sustento de amplios sectores populares. Es que si su discurso fue incorporando elementos de creciente “radicalidad” (sobre todo, encarnados en Néstor Kirchner), nunca jamás en estos 130 días las palabras fueron seguidas por hechos que las avalen.

Los Kirchner siempre dijeron que su proyecto era una Argentina “país capitalista normal”. Cuando tocaron la campanita en la Bolsa de Comercio yanqui, lo hicieron señalando que el capitalismo se había demostrado como “el mejor sistema”.

Es decir, por donde se lo mire, nunca estuvo en duda su profesión de fe capitalista. Hay que ser categóricos: aun bajo la presión de una tremenda crisis política, esto no cambió ni un ápice.

Con sólo tomar una medida popular –cómo ser un aumento general de salarios para compensar la tremenda escalada inflacionaria– seguramente hubieran dado vuelta al menos a una parte de la opinión publica. Opinión publica que, por su justo odio al gobierno K (ante la creciente inflación y el deterioro del nivel de vida), terminó simpatizando –esto de manera equivocada– mayoritariamente con el “campo”.

Pero la lógica de clase capitalista del gobierno les impidió hacer nada parecido. Perdido al apoyo de lo más granado de la burguesía, con el giro a la derecha de amplias porciones de la clase media y el justo repudio de la opinión publica popular, el gobierno de Cristina K ha quedado como en el “aire”. Es decir, sólo sustentado por el aparato del Estado, parte del PJ, parte de la burocracia sindical y de un sector del movimiento de desocupados hace rato ya cooptado desde ese aparato estatal.

En estas condiciones, termina perdiendo la pulseada porque nunca el aparato del Estado puede suplantar –por sí mismo– la falta de apoyo en alguna de las clases fundamentales de la sociedad: sea la burguesía y el imperialismo, sea la clase trabajadora. Esto es lo que les termino pasando a los K, y llevándolos a una durísima derrota, que pone en riesgo cierto la continuidad a su gobierno.

¿De que “Republica” hablan?

En esta derrota, un factor clave ha sido el giro a la derecha de las clases medias del país. Se trata de las franjas medias-altas y altas de la misma que salieron a apoyar fervorosamente a las patronales del campo, cortes de ruta, cacerolazos y actos masivos mediante. Es que también ellas temieron ver afectado su derecho de propiedad por las “medidas populistas” del gobierno K.

Una clase media que se caracteriza –dada su propia naturaleza de “jamón del sándwich” social– por este tipo de movimiento político histérico y “pendular”. Si en momentos de la crisis del 2001, franjas de la misma salieron a “cacerolear” en defensa de sus ahorros junto a los movimientos desocupados en lucha (recordar el “piquete y cacerola la lucha es una sola”), pasados los años (y, sobre todo, en otra situación económica), salieron a apoyar fervorosamente a los sectores privilegiados del campo argentino.

Ideológicamente hicieron esto identificadas con un discurso muy distinto al “que se vayan todos” del 2001. Aquí ya no se trató del justo cuestionamiento a las tramposas instituciones de la “democracia”, sino de algo opuesto por el vértice: la exaltación de esas mismas podridas instituciones, como ámbitos de “representación de los intereses populares”.

Ejemplo de esto ha sido la permanente apelación y exaltación por parte de la dirigencia ruralista al “rescate de la Republica”. Concepto que, por sí mismo, nada quiere decir: es una abstracción. Es decir, hay que saber de qué “Republica” se trata. En la boca de las entidades ruralistas, debería estar muy claro: se trata de una República donde se les garantice a rajatabla su derecho a embolsarse ganancias extraordinarias a costa de la sangre, el sudor y las lagrimas de la clase obrera nacional !!

En este mismo sentido actuó el traslado de la crisis al Congreso. Un operativo que expresó (bajo formas engañosas) la apertura de un debate nacional. Y que, a la vez, no prescindió de una constante presión “extraparlamentaria” de parte de los dos contendientes patronales: desde cortes de ruta, movilizaciones masivas, asambleas, carpas, etc., etc. Formas de lucha (en sí mismas, un extravagante tributo al Argentinazo del 2001) utilizadas por los de arriba y que seguramente no dejaran de tener –hacia delante– todo tipo de consecuencias no queridas.

Pero también –y esto es lo fundamental– se trató de una búsqueda de canalización para evitar desbordes apostando, a la vez, a una relegitimación institucional del estilo del que se está viviendo por estas horas: con una Cámara de Senadores y un vicepresidente como Cobos alrededor de los cuales se ha desatado toda una parafernalia mediática resaltando “el funcionamiento de las instituciones y de la división de poderes”…

Pero, cómo dice un dicho popular, la prueba del pastel es cuando los comes: se trata del retorno de los “muertos vivos” del 2001: es decir, de la vuelta de todos los políticos y sindicalistas justamente denostados en el 2001 como Eduardo Duhalde, Luis Barrionuevo, Chiche Duhalde, José Luis de la Sota, Carlos Menem y tantos otros hasta ayer nomás impresentables: linda “República” la que viene de la mano del lock out patronal agrario !!

La capitulación de la izquierda campestre

Por increíble que parezca, hubo un importante sector de la izquierda que cumplió –a cabalidad– un rol de inmensa importancia en la legitimación del reclamo archireaccionario de las cuatro entidades agrarias: se trata del MST de Vilma Ripoll, del PCR–CCC y de la ignota IS.

Ha sido una lisa y llana capitulación ante lo más rancio de la patronal y la oligarquía agraria, sacrificando en su altar los elementales intereses de la clase obrera rural y urbana. Porque estos grupos han actuado como una perfecta coartada para un movimiento en esencia reaccionario y enteramente burgués.

Han hecho esto por la vía de un frente único sin principios con organizaciones como la Sociedad Rural y Confederaciones Rurales Argentinas. Su justificación: un seguidismo sin condiciones a una Federación Agraria transformada no en la organización representativa de los “chacareros” sin tierra (del estilo primera mitad del siglo XX), sino una FAA qué, mayormente, representa hoy a propietarios-rentistas pequeños y medianos que –como mínimo– se embolsan anualmente varias decenas sino cientos de miles de dólares (ver en esta misma edición “El problema de la tierra en el campo argentino”).

Insistimos. Su papel –por más que busquen y rebusquen justificativos– no puede ser tachada de otra cosa que de una capitulación ante los intereses de parte de lo más tradicional de la clase dominante argentina.

¿Dónde se ha visto que se pueda luchar por “la reforma agraria” de la mano de la oligárquica y genocida Sociedad Rural, usufructuaria histórica del latifundio y de la súper explotación de los peones rurales?

A un Miguens o un Biolcati (uno de los propietarios ganaderos más grandes del país y de Latinoamérica) ¿qué les pueden molestar banderas con consignas del tipo “contra la oligarquía” (como la ridícula del MST en la vigilia campestre), cuando este supuesto rechazo a la misma... es esgrimido para apoyarla incondicionalmente? No. Sólo los puede mover a una risa cómplice.

Por esto, consideramos enteramente justo el repudio que ha generado entre amplísimas franjas de la opinión pública de la izquierda (y más allá) el ver mancilladas las banderas rojas en un acto enteramente burgués y archireaccionario, como el del Rosedal de Palermo.

No es que pretendamos exagerar las cosas. Tampoco nos gusta llenar de calificativos arbitrarios (es decir, sin demostración) a las otras corrientes de la izquierda. Además, siempre puede haber desviaciones sectarias u oportunistas. Ninguna corriente viva que se precie de tal, podría evitar cometer errores de uno u otro tipo en determinadas circunstancias. Lenin decía que no podía haber partido que no se equivocara: lo que lo lleva al desbarranque es no corregir los errores a tiempo, ni aprender de ellos.

Otra cosa es algo que –en verdad– no ocurre todos los días. Pero, cuando se da, hay que llamarlo por su nombre: se trata de traspasar ciertos límites de clase. Es decir: el quedar abiertamente de espaldas ante los intereses de clase que se dice representar (los de la clase obrera) en beneficio de nuestro enemigo de clase.

Este ha sido, lamentablemente, el rol de este sector de la izquierda que no sólo llevó agua al molino de la burguesía agraria grande, mediana y pequeña, sino que lo hizo en un conflicto donde la satisfacción del reclamo que estos sectores encarnan, se viene haciendo enteramente a costa de los intereses y necesidades de la propia clase obrera !!

Hay circunstancias de las que no se vuelve. Nos viene a la memoria (guardando las debidas proporciones) el alineamiento del PC y el PS en las coaliciones de la burguesía pro–yanqui en los años 1945/46 (la Unión Democrática contra Perón) y en 1955 (apoyo al golpe “gorila”). Estas corrientes jamás se recuperaron de esos desastres.

La tarea de las corrientes auténticamente revolucionarias es marcar a fuego las lecciones de esta crisis en beneficio de la educación socialista y de clase de la vanguardia obrera y estudiantil.

Soldar la unidad patronal para que la crisis la paguen los trabajadores

Lo más “lógico” seria que a partir de esta derrota política del gobierno y respondiendo al llamado a la “unidad nacional” que realizo Mario Llambías de la CRA en el acto del Rosedal, la burguesía argentina se reunificara alrededor de un giro conservador, encarnado por la propia Cristina K.

No ha sido casual que inmediatamente después de la definición en el Senado, todos los políticos de la oposición hayan salido a señalar que están por “el éxito del gobierno de Cristina”. Tratan de asegurar la gobernabilidad del país. Si la mismísima Elisa Carrió ha salido a decir que “ahora comienza su verdadero gobierno; tiene la posibilidad de realizar una excelente gestión de transición”.

Esta “transición” hacia unas elecciones presidenciales que están aun muy distantes tendría pilares básicos: uno inmediato y central, volver a soldar el frente patronal para que los platos rotos de la crisis los paguen los trabajadores.

Es algo muy simple: si hay que ponerle un techo a la inflación; si habrá menos recursos para subsidiar el boleto del transporte, la luz o el gas; si se viene un incremento de importancia en las obligaciones de pago de deuda externa; si los precios internos de los alimentos tenderán a equipararse con los mundiales; si se quiere dejar a salvo las siderales ganancias tanto de patrones agrarios como también de la industria ¿quién podría pagar semejante cuenta? Adivinó: no hay otro candidato que la clase obrera !!

Por eso mismo, no es casual que, cada día que pasa, son más las voces que se alzan entre diversos analistas planteando que “hay que buscar maneras de ‘enfriar’ la economía” (proceso que, en realidad, ya comenzó); que hay que “ponerle un techo a la inflación”; que de aquí en más los “aumentos deberían comenzar a ser por productividad (es decir, sobre la base de redoblar con mil remaches la superexplotación obrera) y otras frases por el estilo que apuntan a un más o menos ortodoxo ajuste de la economía, más allá de la manera en que se lo quiera disfrazar.

Sin embargo, todo esto no parece que será tan fácil. No sólo porque, como dijimos al comienzo de este editorial, aún el gobierno no parece haber procesado del todo su derrota ni definido con claridad su rumbo de aquí en más. Por ejemplo, ha dejado trascender un “paquete de medidas” que irían, muy parcial y limitadamente, en un sentido no exactamente igual que el que acabamos de esbozar. Y, al mismo tiempo amenaza con renunciar “si no lo dejan gobernar”. Habrá que ver.

Pero lo realmente decisivo es que la clase obrera del país, como subproducto de la rebelión popular del 2001, conquistó –indirectamente– una serie de mínimas condiciones de existencia: un mayor empleo súperexplotado, pero que no es igual de desintegrador que el desempleo de masas; un mecanismo de aumentos institucionalizado vía una paritarias enteramente controladas por la burocracia y con techos por detrás de la inflación, pero que da lugar a una cierta “gimnasia” periódica de reclamos; una miserable recuperación salarial a lo largo de algunos años (aunque se corto en el 2006/7).

¿Qué pasara con esto, cuando se descargue con todo su peso sobre los trabajadores, un nuevo ajuste económico más o menos del estilo de los ’90?

Los trabajadores no se dejarán despojar sin dar pelea

Aquí hay una contradicción: porque el ajuste económico que casi inevitablemente se viene (en realidad, ya comenzó), se enfrentará con una clase obrera que ha estado sumida en una tremenda confusión a lo largo de la crisis campo–gobierno K, pero que difícilmente se dejará despojar, así porque sí, de unas condiciones de vida relativamente mejoradas respecto de la década del ’90.

Además, un efecto altamente contradictorio de la crisis de los últimos meses ha sido el espectáculo de una burguesía agraria luchando con uñas y dientes por sus sucios y egoístas intereses. ¿Si ellos lo han hecho, porque los trabajadores no?

La reciente ocupación de la metalúrgica ENFER, que logró la –transitoria, todavía– reincorporación de 30 compañeros despedidos. O la continuidad de medidas de lucha en fábricas importantísimas como FATE y PIRELLI, muestran todo lo que de contradictorio hay aún en el vuelco de este triunfo reaccionario para convertirlo en un cambio global en la correlación de fuerzas entre las clases sociales de Argentina.

Digámoslo con más claridad: el triunfo del “campo” es un triunfo reaccionario y que amenaza llevar el péndulo de la lucha de clases hacia la derecha. Pero esto aún se esta procesando, y no sin agudas contradicciones, que pueden deparar más de un revolcón al que pierda de vista los ricos matices de una realidad marcada por todo tipo de sutilezas, y donde todavía siquiera se ha cerrado la crisis entre los de arriba.

Por eso, las tareas inmediatas de las corrientes revolucionarias de nuestro país, son ponerse incondicionalmente al servicio de las luchas que ya están emergiendo por el salario, contra los despidos y contra la persecución a los cuerpos de delegados independientes, dando así pasos en la construcción una tercera posición obrera y popular frente a la crisis nacional.

Porque, como nuevamente muestra el caso argentino, está visto que no hay “progresismo” capitalista que valga a la hora de lograr la transformación social. Si Juan Domingo Perón nunca llegó a arañar siquiera el sistema, menos que menos lo podrían hacer émulos “light” cómo los K. Esto sólo podrá venir de la mano de la clase obrera en el poder.