Situación
de la economía argentina, tras la derrota frente a los
ruralistas
Cuenta
regresiva para el “modelo K”
Por
Marcelo Yunes
Socialismo o Barbarie, periódico,
01/08/08
Los límites y problemas que siempre signaron la economía orientada por
el kirchnerismo quedaban disimulados gracias a los números
récord en una serie de indicadores. Pero las señales de
alerta que venían sonando desde hace tiempo empiezan ahora
a meter un ruido ensordecedor. El lado brillante de la gestión
K se opaca y cada vez se evidencian más los puntos oscuros.
¿Es que acaso el deterioro del “modelo” ha llegado el
punto de no retorno? A continuación, un examen de algunas
variables clave para entender el posible rumbo económico de
Cristina y su gobierno.
Conviene
empezar recordando algunos de los rasgos esenciales del
llamado “modelo K”, que por cierto no eran ni un
“nuevo orden de acumulación” ni simplemente “más de
lo mismo”. Decíamos hace un año y medio que “no [es]
un proyecto estratégico sino un ‘modelo’ cuyo origen es
más político (…) que económico (…) Ciertas variables
fundamentales del actual esquema (viento a favor de la
economía internacional, solvencia fiscal amparada en un
esquema ‘sustentable’ del servicio de deuda) son por
definición no estructurales sino coyunturales y
hasta contingentes (…) si bien de manera lenta y todavía
sin consecuencias políticas, comienzan a acumularse
tensiones en diversos planos (cuentas fiscales, inversión,
infraestructura, inflación, tipo de cambio) cuyo ritmo de
maduración no es fácil de prever (…) pero parece difícil
que se acelere tanto como para complicarle al gobierno su
plan reeleccionista en 2007” (M. Yunes, “Bases y límites
del «modelo K»”, revista Socialismo o Barbarie Nº
20, pp. 164-165).
En
efecto, esas tensiones y contradicciones no
explotaron antes de las elecciones de 2007. Pero a ocho
meses de gestión de Cristina Kirchner, ya se hacen
sentir de manera brutal, transformando los
“crujidos” a que hacíamos alusión el año pasado en grietas
muy visibles. Y esto ocurre cuando no sólo el gobierno
viene de una derrota política (y económica) con la derecha
agraria, sino que empieza a cobrar fuerza un factor que
venía casi ausente en el período anterior: las luchas de
los trabajadores. El conflicto de estatales en Córdoba,
por ejemplo, es una muestra del regreso de un escenario
clásico de ajuste fiscal.
A
esto se suma, como telón de fondo, un cambio categórico
en el contexto económico internacional, con vientos de
crisis económica mundial, retroceso en el crecimiento,
inflación generalizada y contracción del crédito y las
inversiones. El elemento que continúa favorable son los
precios de las materias primas. Pero cuando el gobierno
intentó ordeñar un poco más de la teta de esa vaca, fue
frenado por los ruralistas, con los resultados conocidos.
Lo que había detrás de la suba de retenciones
El
ruido político del conflicto terminó luego casi tapando su
origen, que fue estrictamente económico. De lo que se
trataba era de engordar un poco las arcas fiscales sacando
recursos de una fuente hasta ese momento segura: las
exportaciones agrarias. ¿De dónde venía esa necesidad?
Simplemente, de darle aire a una caja estatal que ya no
daba abasto. El crecimiento del servicio de deuda pública
–que se debe atender casi sin crédito externo, salvo los
préstamos del “amigo” Chávez–, la lenta pero
permanente erosión de los superávits “gemelos”
(fiscal y de balanza comercial) y la escalada de los
subsidios a la energía y el transporte (en el marco de
un continuo deterioro de la infraestructura) configuraban,
en conjunto, un panorama muy distinto al de la “fiesta
fiscal” de 2003-2006. A punto tal que estos mismos
factores –junto con otros de orden local y externo–
empezaban a empujar irresistiblemente un índice
inflacionario que Moreno ya no podía barrer debajo de la
alfombra del INDEC intervenido.
Arcas
estatales más flacas significaban menos margen de
maniobra para la “intervención política del Estado en la
economía” que es la marca de fábrica del “modelo K”.
Inflación creciente implicaba tensión salarial y
descontento. Las dos cosas juntas representaban una amenaza
para el proyecto político kirchnerista. Una encuesta
de Latinobarómetro del 6 de marzo en Capital y Gran Buenos
Aires daba como principales preocupaciones de la población la
inflación y los bajos salarios (curiosamente, según
esa misma encuesta, sólo el 20% veía al campo como motor
de la economía argentina, contra el 36% que elegía a la
industria…). Fue en ese contexto que el gobierno decide
pegarle un nuevo “saque” a las retenciones el 11 de
marzo, buscando recomponer el Tesoro. El verso de la
“redistribución” vino después y ad hoc, a
medida que el conflicto adoptaba cariz político.
Naturalmente,
con el fracaso de esa jugada, los mismos problemas que se
pretendía aliviar vuelven corregidos y aumentados. Veamos
cada área un poco más de cerca.
Deuda pública: adiós al sueño de la “cancelación”
Cuando
se hizo el mega pago al FMI, no faltaron los optimistas
obtusos que hablaron de continuar con esa línea (mega pago
al Club de París, por ejemplo) hasta que la deuda pública
dejara de ser un problema. Contaban, ilusos ellos, con que
los años de ingresos extraordinarios se iban a prolongar
indefinidamente. Pues bien, se acabó el dulce. Ya ni
se habla de pagar de un saque al Cluib de París. Y no sólo
eso: la bola de nieve de la deuda crece otra vez,
porque las “cancelaciones” son menores a las
obligaciones. En criollo: se sigue pagando, pero menos del
total de deuda que se vence. Entonces, una parte se
refinancia a tasas bien leoninas. Después de cinco años en
que la deuda crecía menos que el PBI, la tendencia se
está invirtiendo, el superávit fiscal primario no
alcanza para pagar todo, y para colmo casi no hay fuentes de
financiamiento.
“En
los próximos 4 años los vencimientos de capital e
intereses alcanzan 52.000 millones de dólares, y para hacer
frente a esos pagos se busca subir al 4% el déficit
fiscal” (E. Lucita, “¿Cuál era el verdadero destino de
las retenciones móviles?”, La Arena, 18-7-08). Al
propio Kirchner se le escapó en un acto el 4 de julio:
“Si se suspenden las retenciones, ¿con qué vamos a pagar
las obligaciones externas, los hospitales, la
salud…?” (¡obsérvese el orden!). ¡La plata no
alcanza!
Sólo
de aquí a fin de año (tercer y cuarto trimestre) vencen
unos 9.000 millones de dólares, pero los ingresos seguros
no llegan a 6.000. El resto deberá venir de emisión de
bonos a Venezuela, Letras del Tesoro y otros instrumentos de
nuevo endeudamiento (Clarín, 29-6). De paso, digamos
que los índices truchos del INDEK no sólo tenían el
objetivo político de esconder el alza del costo de vida,
sino el objetivo económico de aliviar los pagos de bonos públicos
ajustados por el índice CER. Si Moreno termina volando por
los aires y las mediciones se normalizan, crecerá la presión
de los vencimientos también.
En
todo caso, que nadie se asombre si vemos volver las misiones
del “villano” FMI, porque la necesidad tiene cara de
hereje y los atrasos se acumulan…
Los “gemelos robustos” se ponen a dieta
Los
superávits fiscal y de balanza comercial proveyeron hasta
ahora a los K, respectivamente, pesos para repartir
subsidios (y aumentar las reservas) y dólares para sostener
el tipo de cambio que impulsa las exportaciones. Pero las
cosas han cambiado.
La
solvencia fiscal de la economía K nunca fue
“estructural”, sino apoyada esencialmente en los
derechos de exportación. Un estudio de Finsoport muestra
que las famosas retenciones y demás tributos al comercio
exterior representaban un 54% del superávit fiscal primario
en 2004, proporción que no paró de subir, al punto que en
2008 ya equivalen al 94% (3,1% del PBI). ¡No es de extrañar
que el gobierno viera la disputa por las retenciones como la
madre de todas las batallas! Y, precisamente, la derrota en
ese plano agrava los problemas.
A
todo esto, el gobierno al menos tiene el alivio de que los
precios siguen en alza. Porque en eso y sólo en eso se
concentra ahora el núcleo de los ingresos estatales. En el
marco volátil de la crisis económica internacional, la
“ruleta” de precios agrícolas hoy beneficia a los
Kirchner. Qué pasaría si la tendencia se da vuelta
–aunque más no fuera por un tiempo–, es algo en lo que
no se atreven ni a pensar. Así de frágil es la base
de sustentación de la columna principal del “modelo”…
El
panorama no mejora cuando consideramos el saldo de la
balanza comercial. El superávit se mantiene gracias a
un solo factor: otra vez, la suba de los precios (respecto
de 2002, cereales, grasas y aceites subieron un 150%, y las
semillas y oleaginosas, un 82%). Porque los volúmenes
de exportación están casi clavados desde
hace tres años. Lo contrario sucede con las importaciones,
que suben mucho en volumen aunque no tanto en valor. Por
supuesto, el ciclo ascendente de precios de los commodities
implica que la estructura exportadora de la Argentina
sigue siendo la típica de un país atrasado, con
baja presencia de productos industriales de alto valor
agregado.
Los
que creen en hadas exportadoras K deberían saber que
las exportaciones argentinas crecieron entre 2002 y 2007 un
121%. ¿Mucho? No: el índice más bajo de la zona
Mercosur + Chile, que subió un 174% (Brasil 166%, Chile
285%, Paraguay 221%, Uruguay 134%). De hecho, el crecimiento
exportador argentino estuvo apenas por encima del
promedio mundial (113%). De todos estos países, el único
que creció gracias a un aporte importante de la industria
es Brasil (informe de la consultora Finsoport en Clarín,
13-4); los demás, es todo cobre o soja.
Por
eso, a los que creen en hadas industriales K cabe
recordarles que, según un informe de la Asociación de
Importadores y Exportadores de la Argentina (AIERA), “de
las 10 partidas [productos] más exportadas en 2007, 8 de
ellas ya integraban la lista en 2001”. Y esto a pesar de
que las exportaciones crecieron en ese lapso de 26.500 a
55.800 millones de dólares. De las 100 partidas más
exportadas, en 2001 las manufacturas de origen industrial
eran 40 (19,1% del valor); en 2007, eran 34, que
representaban el 19,2%. ¡Casi igual! ¿Dónde quedó el
“impulso industrialista”? La única excepción son los automotores,
que además de contar con un régimen especial (son la “niña
mimada” de los K como lo fueron de Menem) bajan su
valor agregado: en la década pasada, el 90% de
los motores eran argentinos, mientras que ahora no llegan al
10% (Clarín, 1-6).
Por
otro lado, la creciente masa de importaciones no aporta
tanto bienes de capital (salvo para reposición) como bienes
de consumo durables (el caso de los celulares es paradigmático).
Esto es, responde a una demanda que no “reproduce”,
como sería el caso de los bienes de producción, y erosiona
el saldo comercial sin aportar a la infraestructura. Es
justamente lo que ocurre con la importación de energía,
que enseguida veremos.
Subsidios: una espiral viciosa que anuncia tarifazos
Hablamos
de una espiral y no un círculo vicioso, porque el ciclo se
amplifica. En efecto: la base del problema es la
infraestructura energética y de transportes totalmente
insuficiente y atrasada, que ha sufrido deterioro y
desinversión desde hace décadas. Eso genera mayores
costos que el gobierno compensa con subsidios, los cuales
tienen también el objetivo de “desenganchar” los
precios locales de los internacionales. Pero esta
distorsión a su vez genera en los concesionarios tanto
avidez por el aumento de subsidios como desinterés por
inversiones reales, con lo que la brecha se hace más
grande, y para salvarse requiere de subsidios más altos, y
así sigue la rueda…
Resultado:
los problemas se emparchan pero no se saldan, los costos
suben, las empresas se quejan pero no invierten, la cantidad
y calidad del servicio se deteriora, la caja de subsidios
reclama cada vez más y toda la espiral amenaza con llegar
al punto de colapso financiero y/o de prestaciones, hoy
mucho más cerca. De este laberinto el gobierno sólo puede
salir por arriba, es decir, aumentando las tarifas para
aliviar el flujo de subsidios. En suma: si el Estado
no da más, que pague el consumidor o el usuario.
Lo
de la espiral no es sólo una figura: las transferencias del
Estado en subsidios fueron de 11.800 millones de pesos en
2006, 18.600 millones en 2007 y se estiman en 35.000
millones para este año (cifras de Ecolatina, que ajusta
las que el Ministerio de Economía “dibuja” al no
considerar rubros que sí existen). De esta masa monstruosa,
unos 22.000 millones –casi dos tercios– se los lleva el
sistema energético, y 11.000 millones el transporte público.
Entre enero y mayo de este año ya se gastaron 16.600
millones, casi lo mismo que en todo 2007.
Esta
situación tiene varios significados. Primero, revelan el peso
del Argentinazo de 2001, que convirtió en peligro
mortal hasta la fecha todo intento de “sinceramiento”
brutal de tarifas, especialmente en Capital y Gran Buenos
Aires (en el interior sí hubo más ajustes). Los
concesionarios viejos y nuevos debieron conformarse con
subsidios. Segundo, ejemplifica el típico “Estado
bobo”, que socializa pérdidas privadas. El esquema
de subsidios presenta todas las desventajas y ninguna de
las ventajas de una estatización: el Estado pone la
plata, pero gestiona –y gana– el concesionario privado.
Un caso colapsado es Aerolíneas Argentinas (nueva fuente de
gastos y problemas para el Estado por no haber hecho nada).
Tercero, demuestra que lo que evidentemente no habrá son
inversiones que apunten a resolver el centro de la
cuestión: la infraestructura de un país “en serio”.
No
hay exageración en cuanto a la “para-estatización”:
Ricardo Delgado, de Ecolatina, reconoce que “en sus
comienzos, los subsidios se limitaban a paliar el déficit
operativo de las empresas, pero ahora resultan indispensables
para su funcionamiento. Los fondos públicos tienen un peso
decisivo en el cash flow [flujo de caja] de las empresas
subsidiadas” (citado por Ismael Bermúdez en iECO,
20-7).
De
este modo, el gasto en subsidios fue no a la par sino por
encima de la recaudación fiscal. A punto tal que, de
representar el 51% del superávit primario en 2006, saltó a
un 107% estimado para este año (ídem). Si se tiene
presente lo referido a la deuda pública, no hay más que
hacer la cuenta: crecen los pagos, crecen los subsidios, se
achican los superávits… y los números, por
primera vez en la era K, empiezan a no cerrar.
Eso
es lo que explica que De Vido salga desesperado a buscar
financiamiento privado, que el Estado haya vuelto a tener atrasos
sistemáticos en pagos a proveedores –práctica
habitual de los 80 y los 90–, que las obras públicas
provinciales con fondos federales y la construcción de
viviendas estén casi paradas, y que todo el
esfuerzo se concentre en lo urgente y no en lo importante.
¿Qué es lo urgente? Mantener funcionando las centrales térmicas
con gas oil o fuel importado (a precio de oro) y postergar
lo posible el inevitable tarifazo. Ya salió el de la luz,
aunque se trató de preservar a los consumos menores por
razones electorales. Y el del transporte público está al
caer.
Así
como el esquema trató de preservar el área metropolitana
de Buenos Aires (cuna del Argentinazo y centro electoral del
país), las provincias se vieron relegadas en la lista de
prioridades. En consecuencia, en la distribución de
impuestos (no ven un peso de las retenciones), en las
decisiones de subsidios y en la asignación de fondos para
obra pública se vieron claramente perjudicadas. El
resultado es, otra vez, la dependencia de la caja federal y
el debilitamiento del interior como eslabón económico,
pese a que cobija el núcleo de la generación de divisas,
el agro. Estallidos por ajustes brutales como el de Córdoba
van a pasar a ser moneda corriente en la geografía política
del interior.
Perspectivas: “Enfriamiento”, inflación, ajustes... y conflictos
Una
cosa es segura: los días dorados del “modelo K” se
han ido para no volver. Todo lo que viene es lo opuesto
de la recaudación fácil, el crecimiento a tasas
“chinas” y el manejo discrecional de un superávit
inagotable; más bien, a la gestión Cristina le esperan
meses y años bien cuesta arriba y, posiblemente, de
desvanecimiento más o menos rápido de la buena estrella
kirchnerista.
Después
de la derrota frente al agro, el gobierno no termina de dar
señales claras sobre su rumbo. El conjunto de la oposición
burguesa, con más o menos matices y precauciones, reclama
una reorientación de la economía en un sentido más
“ortodoxo”, esto es, con ajuste vía el
enfriamiento de la economía, el deterioro del salario
real, la recuperación de la salud fiscal a través de
tarifazos que compensen la reducción de subsidios y las
consiguientes adaptaciones en materia de política exterior
(mejor trato a los inversores y organismos internacionales,
menos “Chávez-dependencia” en materia de
financiamiento, etc.).
Hasta
ahora, parecía que el gobierno se inclinaba por un ajuste
de tipo inflacionario que preservara la fachada de
crecimiento –aunque con un tope insalvable a la
“sustentabilidad” de ese crecimiento puesto por las
carencias de infraestructura– y mantuviera, si bien atadas
con alambre, las coordenadas económicas que habían dado
base a los éxitos electorales de 2005 y 2007. El conflicto
con los ruralistas puso entre paréntesis ese rumbo hasta la
definición de la pulseada.
Las
señales que dio el gobierno hasta ahora –fin de la
resolución 125, recambio forzado del jefe de gabinete,
tarifazo “no salvaje”– no son definitivas, pero sí
sintomáticas. Aun así, es posible anticipar un escenario
que en cierta medida combine “lo peor de los dos mundos”,
en el sentido de que el “enfriamiento” de la economía
ya empezó de hecho –no como decisión– y que los
elementos estructurales generadores de inflación siguen
presentes, más allá de que la suba de precios parezca
haberse “amesetado” un poco.
En
este marco, cada vez hay menos margen para alquimia económica,
y por una u otra vía –o una combinación de ambas–, el
gobierno tenderá a afrontar los síntomas de deterioro de
los indicadores descargando el peso de los problemas sobre
el conjunto de los trabajadores. Ajuste va a haber.
Falta definir cómo, cuándo, cuánto y sus ritmos, pero
en lo que hace al quién se buscará que lo pague, la
respuesta no ofrece dudas: asalariados, jubilados, población
en general (vía reducción de subsidios y tarifazos),
obra pública, gasto social, inversión en
infraestructura…
Frente
a este panorama bastante distinto a lo que nos tenía
acostumbrados el kirchnerismo, lo interesante del momento
político es que parece esbozarse una respuesta también
distinta del lado de los trabajadores. Aunque la CGT-CTA
están encolumnados incondicionalmente con el gobierno (o
con la derecha, como la “CGT Azul y Blanca” de
Barrionuevo y el sector degennarista de la CTA), ya, ahora
mismo, empiezan a asomar señales de que el ajuste,
adopte la forma que adopte, no va a pasar así nomás.
Podemos considerarlo como un hecho: el movimiento obrero va a dar pelea.
Y esa pelea va a ser dura, pero para los dos bandos.
La burocracia sindical es una lacra que va a tratar de
impedirlo, pero todo indica que no le va a ser nada fácil
hacer equilibrio entre las medidas “ortodoxas” que se
vienen y la bronca desde abajo. Los desbordes de la base,
por fábrica, por gremio, por sector, van a estar a la orden
del día.
Al
cierre de esta edición, dos luchas muy duras están en
curso: la de los obreros del neumático y los estatales
cordobeses. Tal como están barajadas las cartas de la
economía y la situación precaria del gobierno K, pueden
no ser más que la punta del iceberg.
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