Mega
pago, parte II (Club de París)
Una
secuela con menos presupuesto
Por
Marcelo Yunes
Socialismo o Barbarie, periódico, 11/09/08
Después
de semanas de desmentidas –el actual jefe de gabinete,
Sergio Massa, prácticamente asumió negando todo
acercamiento–, el gobierno decidió pagar de un saque y en
efectivo toda la deuda con los estados desarrollados
nucleados en el Club de París. Son 6.700 millones de dólares,
que sumados a los pagos netos (es decir, descontando créditos
posteriores) efectuados desde 2003 al FMI, el Banco Mundial
y el BID, dan un total de 31.700 millones de dólares. Como
señalaron algunos (M. Montenegro en Crítica,
6-9), estas cifras les dan a los Kirchner la medalla de oro
como los más sólidos y rápidos pagadores de deuda de la
historia de este país. Así y todo, no alcanza para
despejar nubes cada vez más negras sobre la economía K.
Es
casi innecesario aclarar que no se trató de una gran
“jugada estratégica”, pensada con mucha anticipación y
mantenida en secreto hasta el momento de su revelación. Así
quisieran presentarla los amigos del gobierno, pero es
imposible ocultar la realidad: la medida tiene mucho de
improvisación y fue forzada por las circunstancias.
Altísimos funcionarios del Banco Central y del gabinete se
desayunaron del asunto casi por los diarios. Y, como se
dijo, fue totalmente a contramano de lo que todo el gobierno
(incluida la presidenta) juraba y perjuraba en las últimas
semanas.
Aquí
no hay “alta política”, sino una movida cercana a la
desesperación ante las señales ciertas de un deterioro
de la posición internacional del país, por más que
ese deterioro sea interesadamente exagerado desde
Wall Street, banqueros y especuladores financieros y políticos
tanto extranjeros como locales. Todo ello, además, en un contexto
mundial de tremenda incertidumbre y turbulencia por la
crisis en Estados Unidos, y cuando la salud del “modelo
K” es mucho menos robusta que cuando Néstor Kirchner
canceló la deuda de 10.000 millones de dólares con el FMI.
El
frente externo: la crisis, las señales y el penado 14
¿Cuáles
son esas “malas señales” a que aludimos?
Por
un lado, como venimos insistiendo desde hace tiempo en estas
páginas, la espalda financiera del gobierno para cumplir
con sus vencimientos de deuda ya no es lo que era. El Estado
argentino continúa con el crédito internacional
virtualmente cortado, y cuando los dólares del Tesoro no
alcanzan –algo que empieza a pasar con frecuencia cada vez
mayor– las opciones de mangazo son bien pocas: Chávez y
las AFJPs. Para colmo, el último intento de financiarse vía
la colocación de bonos a Venezuela terminó en un fiasco
escandaloso: los bancos venezolanos que compraron 1.000
millones de dólares en bonos K salieron a venderlos al otro
día (aprovechando las ventajas cambiarias que les garantiza
Chávez; ver SoB 133) y el gobierno argentino tuvo que salir
a recomprarlos para evitar un desplome general de esos
bonos.
Por
el otro, los buitres financieros de acá y de afuera echaron
a rodar rumores de próximo default, de problemas en la
capacidad y/o voluntad de pago del gobierno de Cristina...
en suma, de que los acreedores debían preocuparse
seriamente por la salud de sus bonos argentinos. A la campaña
se sumaron nuestro viejo conocido Domingo Cavallo, el diario
La Nación y gurúes neoliberales varios. Toda gente
no muy confiable, es verdad, pero influyente en el
micromundo de los especuladores y banqueros, con el
resultado de una disparada en el riesgo país y una caída
sistemática del valor de los bonos oficiales.
En
otro contexto, la cosa se desinflaría sola, pero ocurre que
esa ola de histeria exagerada e interesada –aunque se
apoye en problemas reales– se da en el peor marco económico
internacional que jamás hayan sufrido los K. Esto es, una
situación opuesta a la que disfrutó Néstor Kirchner:
en vez de liquidez y exuberancia financiera, crisis
hipotecaria en EEUU y cautela en todo el mundo; en vez de
optimismo inversor, indicios de pánico; en vez de ansias de
subirse al tren de los “mercados emergentes”, apuro por
salir de carteras financieras “dudosas”; en vez de
expansión comercial y crecimiento universal, síntomas de
desaceleración y hasta recesión en las principales economías
del mundo.
Así
las cosas, y casi sin darse cuenta, el gobierno se vio
atrapado en cuestión de semanas en un atolladero: si no hacía
nada, corría el riesgo de que en poco tiempo el escenario
fuera peor y se viera obligado a tomar medidas similares en
condiciones aún más desfavorables. Por lo tanto, asumió
la decisión política de comerse su prédica anti
Club de París –que viene desde el fin del conflicto con
los ruralistas–, tomó el toro por las astas y rompió el
chanchito.
El
objetivo de los K es obvio: en plena turbulencia
internacional y ante la campaña de los buitres, se busca emitir
una señal transparente de alineamiento con el
establishment financiero, mostrando tanto capacidad como
voluntad de pago, y de manera contundente. De paso, se
intentaría recomponer algunas vías de financiamiento caídas
con la reestructuración de la deuda, ya que el arreglo con
el Club de París podría destrabar líneas de crédito públicas
y privadas por primera vez desde el 2002.
¡Qué
mala suerte! Parece que a los K se les dio vuelta la taba,
que venía siempre a favor desde que asumieron. Porque no
terminó Cristina de hacer el anuncio –con la loca fantasía
de asistir a un salto de los bonos argentinos,
felicitaciones generales de gobiernos imperialistas y
bancos, descenso del riesgo país– que el gobierno yanqui
salió a “rescatar” a dos de las mayores instituciones
hipotecarias en bancarrota (las famosas Fannie Mae y Freddie
Mac) con un paquete de 200.000 millones de dólares.
Resultado: las medidas “estrella” que le permitirían
a los Kirchner “retomar la iniciativa” y mostrarle al
mundo lo “confiable” que es la Argentina quedaron ahogadas
en la indiferencia ante la profundización del
tembladeral financiero. Como el penado 14 del tango, que
murió haciendo señas sin que nadie lo entendiera, resulta
que el gobierno revoleó una parva de dólares para emitir
una “señal” casi invisible, una luz de candil en medio
de una fragorosa tormenta eléctrica.
El
frente interno: mucho trabajo sucio pendiente
El
argumento predilecto de los gurkas neoliberales para
minimizar el pago al Club de París –si bien le reconocen
a los K que es muy sano honrar las deudas a los chupasangres
imperialistas– es que con eso no alcanza. Que
faltan “más señales”. Más ajuste fiscal, menos
subsidios, más tarifazos, licuación de sueldos y
jubilaciones y “sinceramiento” de la inflación vía la
“normalización” del INDEC.
Sobre
esto último, aclaremos algo: sin duda, es un disparate
intentar manipular las estadísticas como lo hacen los K (es
como si un médico, para mejorar sus índices de
“eficiencia”, retocara las cifras de presión arterial y
temperatura de sus pacientes).
Pero el reclamo de muchos economistas y periodistas sobre el
INDEC no tiene por objeto la protección del carácter
confiable de las estadísticas, sino de los intereses de
tenedores de bonos ajustables por la inflación oficial,
que están que trinan. Si Moreno retocara las cifras del
costo de vida para el otro lado, unos cuantos “defensores
de la ciencia” se callarían la boquita...
De
todos modos, el gobierno no hace oídos sordos. Hemos
mencionado en más de una oportunidad que hay voluntad de
dar pasos en dirección más “ortodoxa”, y
algunos ya se han concretado.
Por
ejemplo, la operación despojo a los jubilados. Esta
tenaza tiene una pata federal –la in-movilidad
jubilatoria, cuyas trampas detallamos en la edición
anterior y que no se han modificado en lo sustancial en el
debate parlamentario– y otra provincial, a saber, el
saqueo legalizado a las cajas jubilatorias de las
provincias, empezando por las más ricas, las de Buenos
Aires y Córdoba. La “movilidad” de las jubilaciones nacionales
(una movilidad de tortuga frente a un índice
inflacionario que corre como liebre en celo) ayudará a la
Anses a mejorar sus cuentas... para prestarle plata al
Tesoro nacional. En tanto, el superávit de las cajas
jubilatorias provinciales dejará de ser propio para
pasar a engrosar al fisco local, colaborando
indirectamente con la caja federal, ya que así las
provincias necesitarán menos auxilio financiero de la Nación.
No
es el único frente de ahorro:
ya están en marcha tarifazos varios en las áreas de
servicios donde más onerosos le resultan sus subsidios al
fisco nacional (electricidad, transporte y gas). También
aquí, el objetivo es el mismo: que la población haga un
aporte mayor al “esfuerzo” de agrandar los ingresos
estatales (vía reducción de subsidios), porque los
acreedores esperan. Los lamentos hipócritas de Macri y
Scioli de que “no hay plata” para aumentar a los
docentes se basan sobre la misma lógica.
En
una palabra: estamos en un lento pero firme camino de
regreso al esquema y a las variables que dominaron las
relaciones entre Estado y economía en los 80 y los 90.
Esto es, estrechez fiscal a la hora de dar servicios a la
población, a fin de garantizar holgura financiera a la hora
de cumplir con los acreedores.
¿Significa
esto que los K y su gobierno se han mimetizado con Menem-De
la Rúa? No. Entre otras diferencias que llevaría demasiado
tiempo y espacio explicar, el proyecto de los K –es decir,
su propia supervivencia como miembros del personal
político– es inseparable de cierto grado de mediación
e intervención del Estado en la economía en un sentido
de regulación de los “efectos no deseados” más
ostensibles de una economía de mercado, abierta a la
globalización y con una ubicación bien precisa en la
división internacional del trabajo. Tampoco es posible
obviar el origen político –aunque en un contexto
económico regional y mundial que ya mostraba cambios
importantes– de los gobiernos K, es decir, la conmoción
del Argentinazo.
Es
verdad que las condiciones excepcionales, tanto políticas
como económicas, del país y la región en el último
lustro largo hicieron creer a varios que el proyecto
Kirchner –y otros del continente– presentaba un grado de
ruptura o al menos separación respecto del
ciclo anterior de gobiernos neoliberales mucho mayor
de lo que en realidad se verificaba. El hecho de que en
cierto modo algunas de las variables comienzan a volver a
su patrón anterior permite que, precisamente, se vea
con más precisión el grado real de diferencia de
este tipo de gobiernos con los anteriores.
Dos
conclusiones se imponen. Una, que los K van a seguir
siendo, en las nuevas y más desfavorables condiciones,
lo que fueron antes: garantes del funcionamiento de las
instituciones del país burgués y de la reproducción de la
acumulación de capital. La otra, que cumplirán esa
tarea sin acceder al verdadero harakiri político que
le reclama la derecha más rabiosa. Harán parte del
trabajo sucio que el conjunto de la clase capitalista y
el imperialismo le exigen. Pero lo harán a su manera,
lo que difícilmente implique quedarse sin ninguna
bandera propia.
En
todo caso, si no cabe esperar “populismo” a ultranza ni
“neoliberalismo” al estilo de los 90, lo que es seguro
es que este gobierno no tendrá ningún empacho en ir con
todo contra la vanguardia obrera y la izquierda. Los
casos del neumático, el subte y la reciente campaña
macartista contra el PO se encargan de dejar ese aspecto de
los Kirchner meridianamente claro.
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