El
siglo XXI comenzó a mostrar en sus inicios – de la mano
de la ola de revueltas populares en América Latina – un
retorno de los gobiernos populistas y por ende de su
concepción y estrategia política. Hacia el final de su
primer década, la experiencia de las masas con estos
gobiernos pareciera ir minando la confianza que hacia ellos
guardaban. Puesto que parte de ese desencanto se expresa
electoralmente en votos de centro derecha y desde ya en una
gran apatía política, no faltan aquellos intelectuales que
intentan reflotar los mismos, intentando aggiornar sus
postulados y criticando a la izquierda que no renuncia a la
independencia de clase como principio cardinal de la
estrategia política de los trabajadores.
Buena
prueba de lo que decimos es la fatigosamente extensa
historia del peronismo (*) que uno de los intelectuales
firmantes de la Carta Abierta – de explícito apoyo al
gobierno K durante el pasado conflicto con las patronales
del campo – viene llevando a cabo en el “boletín
oficial”, nos referimos por supuesto al diario Página 12.
Lo
que hace interesante dicho trabajo, es la pretendida erudición
y manejo de categorías hegeliano/marxistas que el autor
intenta emplear. No se valida a los populismos desde un mero
sentimentalismo – Leonardo Favio sería para Feinmann un
magnífico ejemplo de esto – o desde algún postulado
vitalista; sino que se lo lleva a cabo mediante un arsenal
–¿ecléctico? – que va desde Heidegger y Foucault hasta
Laclau y Zizek; y que encarnaría aquí en la Argentina
primeramente John William Cooke y la revista setentista Envido integrada por el propio JPF
y el hoy funcionario Horacio González. Asimismo como una
interesante nota de color, digamos que es por lo menos
decepcionante, que sea un populista como Feinmann quien
revalorice y reivindique la obra de Milcíades Peña, y no
muchos historiadores que se autoproclaman marxistas.
La
intención de este breve trabajo es desentrañar – y
criticar – algunos de los postulados del populismo (del
peronismo en particular, el resto de las experiencias
latinoamericanas requeriría de un trabajo más extenso y
específico) como así también defender la tradición y política
de la izquierda revolucionaria a la que despectivamente el
autor clasificará como una variante de la “izquierda teórica”.
No
nos parece una tarea meramente histórica, aunque en parte
lo es como modo de realizar un breve balance sobre lo
actuado en los años setenta. Es una tarea netamente política.
Si hasta corrientes de la propia izquierda trotskista aquí
y en otros lugares de América Latina capitularon ante
diversos populismos e intentaron validarlo teóricamente –
en forma muy tosca en verdad –, ese
“desenmascaramiento” adquiere una importancia capital
para que las seguras convulsiones que este nuevo siglo viene
preparando, no se diluyan en el atajo del oportunismo y la
claudicación ante sectores de la burguesía.
El peronismo que Perón no quiso o Los deseos imaginarios de JPF
Tomaremos
algunos párrafos que nos parecen centrales para ver cómo
define al primer peronismo – tipo modélico de populismo
para el autor – y a su vez el juicio de valor que le
merece lo escrito (y actuado ¡!) por Peña y la corriente
política a la cual éste pertenecía. Para lo primero, se
afirma:
“El
peronismo no fue antiobrero. Fue obrerista. No le dio a la
clase obrera una conciencia de clase pero sin duda le dio
una conciencia antipatronal... “De casa al trabajo y del
trabajo a casa” expresaba lo que Perón había conseguido
para el pueblo y lo que habría de garantizarle siempre: un
trabajo digno y una vivienda digna. Hoy, por ejemplo, ése
es un ideal imposible. Hoy es impensable la clase obrera
peronista porque es impensable el Estado de Bienestar.” (JPF
5)
La
caracterización del primer peronismo – y su consecuente
traducción en la prácti ca política – fue motivo de
discusiones profundas en la izquierda argentina. No por
casualidad serán los pequeños sectores que provenían del
trotskismo – contrariamente al PC stalinista y a la
socialdemocracia – quienes aún con errores, se
posicionaran mejor ante ese fenómeno nuevo. La categoría
de bonapartismo sui generis que el Trotsky exiliado en México había
acuñado para ciertos gobiernos latinoamericanos, como su
teoría del desarrollo
desigual y combinado en la historia; les permitían
alejarse de la definición taxativa de fascismo que para las
demás corrientes de izquierda le cabía al peronismo.
Permitiéndonos cierta ligereza conceptual, la calificación
de Estado de Bienestar que Feinmann le atribuye a dicho
gobierno, está mucho más cerca de la verdad que la burda
asimilación con Hitler o Mussolini. Claro está que dicho
estado no deja de ser una variante más del estado burgués.
Volveremos sobre ello.
Nos
interesa en cambio hacer hincapié en la afirmación –
repetida incluso por muchos izquierdistas a posteriori –
de que el peronismo sería “obrerista” pues infundió
una conciencia anti patronal a la clase trabajadora. Si
entendemos lo anterior como conciencia sindical,
fragmentada, en relación a la conciencia de clase que
abarcaría la totalidad (y por ende, se elevaría de lo
meramente gremial a lo político); también ello es una
verdad parcial en lo que al peronismo refiere. Si por un
lado es cierto que las mejoras concedidas desde el gobierno
ocasionaron choques con fracciones burguesas importantes y
motivaron que la burocracia sindical en determinadas
coyunturas profiriera ciertos discursos antipatronales; el
eje fuerte del discurso y de la doctrina fue la “armonía
entre capital y trabajo”, armonía que redundaría en el
engrandecimiento de “la patria” garantizada desde el
accionar del propio estado.
La
desmovilización de la clase (no otra cosa significa “de
casa al trabajo...”) o las movilizaciones controladas y
armadas desde la cúpula del estado, el partido y los
gremios, conforman desde ya, la antítesis de lo que
conforma una verdadera conciencia de clase: la acción
independiente y la autodeterminación de los sectores
trabajadores. El peronismo entonces – característica
central de todo populismo, bonapartismo y/o caudillismo –
se apoya en la clase trabajadora (quedando solamente
reducida a ésta, cuando la burguesía en su conjunto le
quita su apoyo) y en sectores de las fuerzas armadas, para
desde allí oficiar de árbitro entre las clases
fundamentales de la sociedad. Es importante para que esto
“cierre”, que dicho régimen conceda determinadas
reformas que le garanticen esa adhesión de los sectores
subalternos; aunque no por ello, claro está, pierden su carácter
de clase. Siendo breves, prestemos atención a lo que señalaba
sobre un ejemplo similar, Rosa Luxemburgo:
“La naturaleza de un gobierno burgués no viene determinada por el carácter
personal de sus miembros, sino por su función orgánica en
la sociedad burguesa... Las reformas sociales que un
ministro "amigo de los obreros" puede realizar no
tienen en sí mismas nada de socialistas; sólo son
socialistas en la medida que se hayan conseguido por medio
de la lucha de clases. Pero, viniendo de un ministro, aquéllas
no pueden tener el carácter de clase proletario, sino únicamente
el carácter de clase burgués, pues el ministro, por el
puesto que ocupa, no puede dejar de lado la globalidad de su
responsabilidad en todas las demás funciones del gobierno
burgués.”
(El affaire Dreyfus y el caso Millerand).
Hasta aquí, el señalamiento de una distinción necesaria al
pensamiento populista/peronista que creemos capital. Una
pena que el autor no desarrolle el corolario de su cita:
coincidimos efectivamente en cuanto a la imposibilidad del
agotamiento de todo tipo de reformismo o estado de bienestar
en los albores del siglo XXI. Extremando lo que decimos, señalemos
que incluso para lograr condiciones sociales y laborales más
dignas (ni que hablar de una vivienda) es necesario una
revolución social que acabe con el capitalismo. En relación
al segundo aspecto, señala:
“Milcíades Peña – contrariamente a la
izquierda gorila y liberal – era un tipo que sabía pensar
y lo que le reprochó a Perón no fue que agredió a las
instituciones de la República, al estilo de vida argentino,
a la prensa libre y al campo que es la natural fuente de
riquezas de este país. Le reprochó que no les dio armas a
los obreros en el 55. Milcíades se puso al lado de ese Perón
al que tanta bronca le tuvo, al que tanto criticó, cuestionó,
al que tantas agachadas le echó en cara, porque sabía que
lo otro era peor, y por que era un hombre de la
izquierda revolucionaria, un teórico que sabía, como
siempre hay que saber, dónde están los que más daño le
van a hacer al pueblo, y ponerse enfrente... El problema de
un ejército burgués y de un orden burgués como el del
Estado de Bienestar Peronista es que si arma a la clase
obrera no sabe dónde ésta se va a detener... Ahora bien lo
que dice Peña es su tesis central. Se cree en ella o no. Se
la discute. Se la acepta. Se la rechaza. Escribe: “En
verdad, no fue la matanza lo que Perón trató de evitar,
sino el derrumbe burgués que podría haber acarreado el
armamento del proletariado. La cobardía personal del líder
estuvo perfectamente acorde con las necesidades del orden
social del cual era servidor... La caída ingloriosa del régimen
peronista dio lugar, pues, a gérmenes de una insurrección
obrera. Diez años de educación política peronista y el
ejemplo de la dirección peronista se encargaron de que esos
gérmenes no prosperaran” (El Plata de Montevideo. Octubre
3, 1955).” (JPF 4)
Párrafos
por demás jugosos. Aquí hay un lapsus del autor o cierta
mala fe. Habla de izquierda
revolucionaria para referirse a Peña y su corriente, término
que no volverá a emplear y que reemplazará – como ya
veremos – por el peyorativo de “izquierda teórica”.
En la segunda parte, desarrollaremos esto.
El
estado de bienestar peronista es una variante (seguramente
no la más cómoda para la burguesía, costo que se vio
obligada a pagar desde 1917 en adelante) del estado burgués:
capitalista colectivo como decía el viejo Engels. Armar a
la clase trabajadora – y puntualicemos: permitir su
autodeterminación expresada en sus propios organismos –
es algo que toda dirección populista (recordemos Chávez
ante el golpe de los escuálidos y en todo su accionar para
con su principal base social) se va a negar rotundamente a
llevar a cabo por su propia naturaleza social (no es un
“significante vacío”, como desde el “pos marxismo”
de Laclau se va a pontificar). Feinmann aprueba lo señalado
– y actuado – por Milcíades... y tiene razón.[1] Pequeño
excurso necesario: “ponerse al lado de Perón” como dice
JPF no significó darle apoyo político de ningún tipo. Se
llamó a luchar contra el golpe gorila y reaccionario (tarea
principalísima de toda corriente que se dice
revolucionaria) pero no depositando – y haciéndoselo
saber a la clase – ni un gramo de confianza en dicha
dirección política.
Digamos
sí que Peña en cierta medida subvaloró las luchas que
gran parte de la clase trabajadora y ciertos sectores de la
pequeñoburguesía radicalizada, dieron luego del 55 y que
se conoció como Resistencia. Requeriría un análisis más
exhaustivo cuantificar en qué medida esos “gérmenes”
de los que hablaba, no prosperaron y no guardan un lazo de
continuidad con el alza obrero estudiantil ocurrido a partir
de 1969 (proceso que Milcíades no llegó a ver). Lo que sí
es clave resaltar es que “la educación política y el
ejemplo de la dirección peronista” fueron una mediación,
una barrera importante para que la clase no se elevara a su
conciencia total o política.
Es
en esta coyuntura fundamentalmente cuando aparece la figura
que Feinmann levantará fervorosamente: John W. Cooke.
Diputado durante el primer peronismo, secretario personal de
Perón luego, defensor de la revolución cubana después y
tempranamente fallecido hacia 1968. ¿Qué es lo que se
reivindica de él? Oigamos:
“Cooke coincide con Milcíades en que la
resistencia popular era posible y en que había que armar a
las masas. Todo parece indicar que no se encontraron. Lástima.
Se habrían potenciado. ‘Lo de Cooke, en el 55, fracasa,
pero su recurrencia a las armas se encarnará en las
actividades desarrolladas durante la resistencia a los regímenes
militares en la segunda mitad de los años 50 y 60.’ (Tarcus,
Diccionario de la izquierda argentina). Pero hay que aclarar
algo: Cooke, en 1955, quiere armar a las masas. Quiere
recurrir a la violencia pero con las masas como
protagonistas. No busca el grupo guerrillero que habrá de
surgir de la equivocada y fatal teoría del foco guerrillero
guevariana y el poder galvanizador de la guerrilla. Cooke
tiene a las masas peronistas. Milcíades también. Y cuando
en el 55, buscan armas esas armas no son para ellos. Son
para crear milicias obreras. No son jóvenes de clase media
dispuestos a salvar a la clase obrera. Trabajan con la
materia prima de la clase obrera. Este punto es
fundamental.” (JPF 33)
Cooke
entonces junto a Peña – hasta aquí: “la izquierda
revolucionaria” – cuenta con las masas trabajadoras como
sujeto eficiente de la historia, tanto para frenar un golpe
militar reaccionario que atentará contra sus libertades
democráticas como en el camino hacia el socialismo (término
que adquirirá distinto sentido según quien lo empleé). Este
punto es fundamental,
afirma, y estamos de acuerdo.
Hay
una primera distinción para con aquellos que decidirán –
con honestidad y heroísmo, qué duda cabe – arribar al
socialismo sustituyendo a
dicho sujeto de la transformación y ejerciendo sobre ellos
un centralismo burocrático acorde con la disciplina militar
que dicha estrategia requiere. Pero el problema no acaba allí,
en verdad recién comienza: la pregunta axial es ¿con qué
política te dirigís a las masas? La justa premisa de estar
junto a ellas... ¿lleva a la conclusión – mala – de
acompañarlas aún en el error y la claudicación a una
dirección burguesa? Pensamos que la otra cara del
sustituismo ultraizquierdista es el seguidismo y el
oportunismo más visceral. Esto “olvida” JPF – y en
gran medida Cooke – para validar su populismo.
Sería
bueno que se sacaran todas las conclusiones de lo ocurrido a
posteriori. Estar con las masas peronistas llevó a la
aceptación de la dirección política de Perón (dirección
unipersonal, un “centro” que abjura de los “rizomas”
como posmodernamente dice JPF,
un “dogmatismo férreo ornamentado con un pragmatismo de
gran ubicuidad”, etc) y culminó con la repulsa y la
propia exterminación física ejercida por el propio líder
y sus acólitos. Y lo que es peor, constituyó como ya
dijimos una barrera – hecha de muertes y persecución –
para franjas de la clase obrera que haciendo la experiencia
con “su” gobierno justicialista, intentaban comenzar a
llevar a cabo una política independiente.
“El
peronismo que Perón no quiso” como dice Feinmann es en
verdad una tautología. Tanto en su versión vanguardista
montonera como en la versión “de masas
cookiana/feinmaniana”, ambas coincidían en que se lo podía
“empujar”, “presionar“, “llevar hacia sus
proyectos” al viejo zorro que era Perón. Casi un
“objetivismo” minimalista, podríamos decir. Y como ello
era imposible, le cabe también la definición adorniana
tomada por Sebreli: todo aquello no era otra cosa que los
deseos imaginarios de una parte de jóvenes
dirigentes políticos setentistas (¿y de algunos que se
reclaman trotskistas del siglo XXI?).
“En política qué
difícil es hallar un adversario honesto”, Lenin
La
medianamente justa crítica a las concepciones vanguardistas
y sustituistas que realiza el autor (en especial a Santucho
y al ERP) se halla validada mediante una amalgama. No sólo
Guevara sino – y fundamentalmente – Lenin, serían sus
“padres ideológicos”. Ante la ausencia de proletariado
en la Rusia de los zares, el jefe bolchevique decide
“sustituirlo” por el partido, que a la vez no es otra
cosa que una vanguardia “iluminada” (pues posee la teoría
creada por los intelectuales burgueses como Marx) que
reemplaza a esa clase ausente, según se deja ver en las páginas
del Qué hacer. Esa es la tesis fuerte que maneja JPF.
Para nada novedosa, agreguemos.[2]
Señalemos
brevemente: 1) Lenin escribe dicho texto en una coyuntura
particular, en lucha teórica y política contra la
corriente economicista predominante en el movimiento obrero
y en el partido socialdemócrata ruso. Es por ello que el
trabajo tiene en efecto algunas aseveraciones unilaterales y
la “vara parece tenderse marcadamente hacia un lado”.
Como el mismo Lenin dijo años después, ese texto no debía
ser tomado como una verdad suprahistórica, aunque hay
aspectos – los más, pensamos nosotros – que son
universalmente correctos y que conservan aún hoy plena
vigencia y 2) Lenin siguió escribiendo, y lo que es más
importante, actuando y dirigiendo la primera revolución
obrera y campesina de la historia y dicha praxis desmiente
el mote de “aventurero blanquista” que se le quiere
endilgar. El dejar de lado este hecho por todos sus críticos,
habla de una mala fe y una deshonestidad intelectual
evidentes.
Vamos
a ser sucintos. La parafernalia de citas del marxista ruso
que desmentirían lo que sus críticos señalan es vastísima.
Sólo en 1917, ese verdadero “laboratorio político” que
fue el proceso de la revolución rusa, nos brinda ejemplos
magníficos de lo que decimos: “Todo
el poder a los soviets” resume brillantemente
la política leninista. A la crítica demoledora del poder
constituido – república parlamentaria con amplias
libertades en relación a la autocracia zarista – se la
debe acompañar (y el doble poder ya lo plantea en la propia
realidad) con la propaganda y la agitación, no de un
gobierno ejercido pura y exclusivamente por el partido (o lo
que es peor: por su secretario general ¡!) sino por los
propios organismos de masas en donde sí el partido tiene
que intentar lograr la hegemonía contra otras corrientes
reformistas que los integran. Pero oigámoslo al propio
Lenin:
“Es una dictadura revolucionaria, es decir, un
poder directamente basado en la toma revolucionaria del
poder, en la
iniciativa directa del pueblo desde abajo, y no en una
ley promulgada por un poder político centralizado. Es un
poder completamente diferente del que existe en general en
las repúblicas parlamentarias democráticoburguesas. Este
poder es del mismo tipo que la
Comuna de París de 1871... El “error” de los
dirigentes que he mencionado reside en su posición pequeñoburguesa,
en que, en lugar de esclarecer la conciencia de los obreros,
los confunden; en lugar de disipar las ilusiones pequeñoburguesas,
las infunden; en
lugar de liberar al pueblo de la influencia burguesa,
consolidan esa influencia. Nosotros no somos blanquistas, no somos partidarios de la toma del poder
por una minoría. Somos marxistas, somos partidarios de
la lucha de clase proletaria contra la embriaguez pequeñoburguesa,
contra el defensismo chovinista, contra la fraseología y la
subordinación a la burguesía.” (El doble poder)
Uno
de los aspectos más terribles del proceso de fetichización
que posee la sociedad capitalista – fenómeno no sólo
intelectual, sino fundamentalmente material – consiste en
que así como invierte al sujeto productor de la riqueza (lo
pone al capital y no a los trabajadores), ello tiene su
complemento en el plano político: éstos no pueden gobernar
la sociedad, tarea que naturalmente recae en la burguesía y
sus elencos políticos, producto de la misma “lógica”
fetichizada que rige en el ámbito económico (ámbitos, el
económico y el político que conforman una totalidad
contradictoria, nunca dejemos de recordarlo). Claro está
que esto tiene fisuras. Como bien decía Lenin, existen en
las masas “instintos” revolucionarios que la propia
explotación y las luchas que ella ocasiona, van conformándose
en su metabolismo. La alienación nunca es total. Allí
aparece la necesidad del partido, como guía, con la tarea
fundamental de esclarecer
(el verbo es repetidamente utilizado por Rosa Luxemburgo) al
sujeto de la transformación que es la propia clase obrera.
Trotsky afirmaba que la guerra durante el período del doble
poder ruso, había sido un disparador fenomenal para que esa
tarea de “esclarecimiento” se viera facilitada. En otras
ocasiones, los tiempos son muy otros y el partido como
vanguardia – no en el sentido guevarista sino en el que le
da Marx en el Manifiesto
Comunista – queda nadando contra la corriente,
explicando pacientemente y viendo cómo su política todavía
no “prende” en las masas, no se convierte aún en
“fuerza material”. Esto no quita – es más: presupone
– que el partido debe tener iniciativas políticas,
planteando las tareas inmediatas que el movimiento de masas
tiene como perentorias en una dialéctica permanente con sus
objetivos históricos.
Todo
esto nos lleva al último punto que queríamos abordar. Lo
anterior para nuestro pensador “camporista”, convierte a
la izquierda revolucionaria en meramente “teórica”,
ausente del proceso histórico vivo y de las luchas – y
retrocesos – de la clase trabajadora. Por supuesto que no
es así. Pero a Feinmann dicha amalgama le viene de
maravillas para validar su populismo inveterado. Veámoslo:
“Debemos extraer de aquí una cuestión conceptual
importante. Esa izquierda “teórica”, que ve
“populismos” por todas partes, no entiende nada de estas
cuestiones. Los inofensivos – para el imperialismo, para
los que defendieron al Occidente cristiano y lo siguen
defendiendo – nunca fueron los despectivamente calificados
como movimientos populistas. (Al contrario: más bien se han
despreocupado de las izquierdas académicas desbordantes de
teorías pero incapaces de la más mínima movilización de
masas)... Seguimos con el estigma del populismo a cuestas.
Que el populismo – por acudir al concepto de “pueblo”
– tiene la perversa finalidad de ocultar la lucha de
clases. Falso: todo populismo sabe que la liberación del
“pueblo” tiene como condición de posibilidad la
liberación nacional y (en un mismo movimiento político y
temporal) la liberación social. Esto, los enemigos de la
causa de los pueblos, lo saben bien. Siempre les importa el
lugar que ocupan las masas. En América Latina – o,
fijemos la cuestión, en Argentina – las masas jamás han
estado del bando de la izquierda. La izquierda argentina ha
sido y es impotente para nuclear a las masas. El resultado
es que este hecho la torna inofensiva. ¿Qué peligro puede
surgir de un partido con 1.000 militantes y tres teóricos
empachados por el Manifiesto, El 18
Brumario, un poco del capítulo 24 de El
Capital,
los obligados manuales entre darwinianos y biologistas de
Engels, el Qué hacer
de Lenin y uno que otro Trotsky?” (JPF 79)
Pedimos
disculpas por lo extenso de la cita, pero resultaba
necesaria. Imprescindible para ver la pedantería y
autosuficiencia que tiene el autor. ¿Los “tres téoricos
empachados” (expresión que posee un tufillo anti
intelectualista de la peor especie) incluye a Peña de quien
tan bien había hablado? Menudo problema. Si izquierda “teórica”
es igual a académica, digamos – siendo conscientes que es
un tema que merece un análisis mayor – que esa izquierda
además de engendrar gorilas antipopulistas, también prohijó
populistas varios (el ya citado Laclau, Puiggrós,
Portantiero, Pasado y Presente, el propio González,
Argumedo y siguen los etc.). Pero queda claro por el final
de la cita que no refiere sólo
a ella: “un partido con 1.000 militantes y sus teóricos
empachados”, conforman el centro de su ataque.
Insistimos:
que a la clase dominante nativa – algo que omite decir
nuestro crítico – como al imperialismo “siempre les
importa el lugar qué ocupan las masas”, estamos mínimamente
de acuerdo. De allí desprender que como éstas adhirieron
al populismo (otro aspecto que merece más desarrollo: en América
Latina no es el populismo la única tradición con la
contaron las masas, el ocultamiento u olvido de ello también
forma parte de la deshonestidad de la que ya hablamos) éste
objetivamente
se convierte en el único enemigo del poder capitalista, es
totalmente falso. Desde ya eso no invalida que el propio
Milcíades como el conjunto de la izquierda revolucionaria,
no hayan cometido errores o no hayan sufrido presiones
sociales de todo tipo. No existe dirección política
infalible. La virtud es ser permeable a los dictámenes que
la propia lucha de clases va sancionando y que enriquecen
dialécticamente su estrategia y su cosmovisión.
Retomemos.
Paradójicamente es el propio Feinmann quien a lo largo de
su kilométrica Historia...
deja entrever que no es el populismo como práctica política
el principal enemigo para la burguesía y el imperialismo.
Todo populismo se niega a armar a las masas cuando corre
peligro aún su propio gobierno, ya que su movilización
puede dar comienzo a una acción independiente que superaría
los marcos del estado burgués. Perón precisamente retorna
a la Argentina – reclamado por el conjunto del bloque
dominante – no para conducir proceso revolucionario
alguno o alentar la toma de fábricas y autoorganización de
la clase obrera como venía ocurriendo a principios del 73,
sino todo lo contrario: viene a absorber la crisis orgánica
existente, a revalidar a la burocracia sindical y a
conformar la Triple A para aniquilar a los gérmenes de
independencia de clase que estaban surgiendo
(embrionariamente también dentro de ese amplio espectro
llamado izquierda peronista: militantes de base,
“perejiles” como dice JPF).
O sea viene a realizar la “noble” tarea de reconstruir
el dañado estado burgués. Pavada de “manito” que le
brinda a la clase dominante local y al imperialismo.
Claro
está que nunca va a ser para éstos “su” gobierno
preferido, sino un tipo de gobierno anormal, producto de los
cortocircuitos que tarde o temprano amenazan la estabilidad
y gobernabilidad burguesa. Desde ya, el centro nervioso de
todo es la lucha de clases: si estos gobiernos anormales no
pueden evitar el cortocircuito social, no trepidarán en
voltearlo – que aunque parezca paradójico – también es
una forma de conservarlos como posible estructura de
recambio a futuro, como ocurriera con el peronismo en 1976.
No por casualidad el PJ es el partido burgués por
excelencia de la clase dominante argentina en la actualidad.
Feinmann puede resultar eficaz cuando de enmendarle la plana
a gorilas tales como Aguinis o Halperin Donghi se trate.
Luego, tiene que apelar a la amalgama o a la deshonestidad.
No nos extraña.
Para saber cómo es la realidad
Para ir finalizando, digamos que a “esta altura de la
vida” seguir escuchando que la categoría pueblo resulta una
herramienta privilegiada para comprender el entramado social
y político de la realidad, nos parece realmente muy pobre.
Queda por debajo – permitidnos la comparación – de los
monólogos de Bombita Rodríguez (siendo éste muchísimo más
simpático, por supuesto), quien recurre en ellos a categorías
como clase obrera o clase trabajadora. Si sólo fuese una
omisión, o como se decía en los sesenta/setenta: la clase
obrera es parte nodal del pueblo, ameritaría un terreno común
para debatir. Aquí no. Se postula que ya “ no hay clase
trabajadora” (¿! ), que “el capital financiero terminó
con ella y lo que ahora existe es el sujeto comunicacional
que todo lo controla”. Por si hiciese falta aclararlo: no
somos insensibles a la realidad. Somos conscientes que hubo
cambios materiales y en la subjetividad de esa clase obrera
en especial desde 1976 en adelante y hay que estudiar más
profundamente si no asistimos actualmente a una etapa de
reconfiguración relativamente importante de la misma
Cuando se sostiene lo anterior lo único que resta es la
desesperanza. Como esto suena muy nihilista se apelará –
siempre se la tiene a mano – a la cita benjaminiana.[3]
O al apoyo al gobierno populista de los K – hoy reducido a
un “reformismo sin reformas” – supuesto mal menor y
ejemplo de pragmatismo y posibilismo. Por supuesto que para
llevar a cabo tamaña empresa hay que omitir y ocultar la
realidad. Apoyar y avalar a las burocracias sindicales como
máximo ejemplo de realpolitik, silenciar la represión y la persecución a toda
expresión y organización independiente de los
trabajadores, hacer mutis por el foro cuando de garantizar
ganancias siderales a capas concentradas de la burguesía
nativa y “amiga” del gobierno se trate, ignorar (o hacer
como qué se ignora) que el país posee una infraestructura
cada vez más deplorable en cualquier ámbito por el que se
lo mire (industrial, sanitario, ocupacional, educativo).4
Marx
decía que mientras exista el capitalismo, ideologías como
el romanticismo lo acompañarían inexorablemente hasta la
tumba. Forzando – pero no mucho – lo expresado por el
autor de El Capital
digamos que mientras perdure el capitalismo, el populismo (y
sobremanera aquí en América Latina) constituirá siempre
un intento de salida a la crisis y a la radicalización de
las masas por parte de franjas – grandes o pequeñas de la
burguesía – y por los diversos imperialismos y puede ser
abrazado por sectores de trabajadores e intelectuales. Si la
historia enseñara algo (Hegel decía que en verdad no enseñaba
nada) dicha lección es que éste constituyó un atajo –
la más de las veces trágico – para la verdadera superación
de la barbarie capitalista. Ésta no es otra que el
socialismo, como la toma del poder mediante una auténtica
autoorganización y autodeterminación de la clase
trabajadora.
Notas:
(*)
Feinmann, José
Pablo, Peronismo, filosofía política
de una pasión argentina.
Siempre que hagamos referencia a esta obra la señalaremos
indicando el número de fascículo correspondiente (JPF 1,
etc)
1.–
No nos parece casual que dentro de esta reivindicación de
la producción historiográfica – fragmentada e inacabada,
recordemos – de Peña, Feinmann no “recuerde” los
porqué de la critica que aquél hacía al peronismo y sus
“sirvientas de izquierda” como el colorado Ramos: la
constatación de toda carencia revolucionaria para las
burguesías del llamado tercer mundo, burguesías meramente
locales y sin desarrollo autónomo aunque esto no quite
roces con el imperialismo; límites de la burguesía
“cupera” o hija del estado peronista/populista, el
reconocimiento de que un movimiento de liberación nacional
(o al menos de tareas que en países dependientes se hallan
irresueltas) sólo puede realizarse con la dirección de la
clase trabajadora siendo ésta el caudillo de los otros
sectores subalternos, etc. Si bien, retóricamente, Feinmann
puede conceder en su trabajo este útimo aspecto, su práctica
política que es lo que en definitiva cuenta (apoyo sin
fisuras a la conducción de Perón en el 73 y apoyo a los K
en el siglo XXI) lo desmiente.
2.–Amén
de toda la derecha y el progresismo habido y por haber, ese
argumento también es esgrimido por autores que se denominan
marxistas. En ocasión del centenario del “Qué hacer”,
el colectivo Herramienta editó un libro con artículos
varios en el cual – si bien con un mayor nivel de erudición
que el mostrado por Feinmann – intentaban demostrar lo
mismo que estamos señalando en esta oportunidad. Para una
buena crítica a ese trabajo, ver Roberto Saénz Una
defensa crítica a la luz del Argentinazo en Socialismo
o Barbarie Nro 15, Setiembre 2003
3.–
“Sólo gracias a aquellos sin esperanza nos es dada la
esperanza” (Walter Benjamin). Con dicha cita cerraba
Herbert Marcuse su trabajo El
hombre unidimensional. No por casualidad en ese texto
“clásico” de los sesenta, el autor afirmaba la
inhabilitación de la clase obrera metropolitana –
producto de su aburguesamiento que él creía eterno –
para postularse como sujeto del cambio social. Como Marcuse
era un brillante hegeliano/marxista, lo que no abandonó jamás
fue la búsqueda de un sujeto para la transformación y creyó
encontrarlo en los “marginados” y “excluidos” de la
sociedad.
4.–
“Reconoce la propia UIA que las subas a los salarios de
convenio, que benefician sólo al 27 % de los ocupados, no
han resultado eficaces para mejorar
sustancialmente la distribución del ingreso, agudizando
aún más la diferencia entre trabajadores calificados y no
calificados... 13 millones pobres según la CTA (5 millones
de ellos, indigentes) 37% índice de pobreza en el conurbano
bonaerense para mayo de este año.” (negritas en el
original: A. Oña, Clarín 21/7/09)