Primeras
conclusiones de la muerte de Néstor Kirchner
Por
Guillermo Almeyra (*)
La Jornada, 31/10/10
La muerte del ex presidente Néstor
Kirchner cambia el panorama argentino, a un año del fin del mandato de su
esposa y sucesora Cristina Fernández, cuyo gobierno queda muy debilitado.
Kirchner, en efecto, era (al igual que su mujer) precandidato presidencial por
el Partido Justicialista y de todas las encuestas surgía que, si las
elecciones se realizasen en este momento, habría tenido una ventaja de más
de 10 puntos sobre el más votado de los demás candidatos, ganando así en la
primera vuelta con bastante más de un tercio de los sufragios y probablemente
la cifra mínima requerida porque en la Argentina gana quien tiene más del 40
por ciento más uno de los votos y diez por ciento más de su seguidor.
Posiblemente, por esa razón, casi seguramente habría sido el candidato a
presidente oficial aunque, teóricamente el kirchnerismo decía que el mismo
sería pingüino o pingüina”, sugiriendo la posibilidad de que Cristina
Fernández luchara por su reelección, como inevitablemente deberá hacer
ahora pero en condiciones muy difíciles.
Kirchner, en efecto, durante
el gobierno de Carlos Menem, había sido un fiel gobernador menemista y había
apoyado (y aprovechado) las privatizaciones, y en particular la de Yacimientos
Petrolíferos Fiscales (YPF), la empresa nacional, pues su provincia, Santa
Cruz, es rica en petróleo. El estallido popular de diciembre del 2001 –para
el cual no estaba preparado– izó a este gobernador de segunda línea a la
presidencia, con el 20 por ciento de los votos y como alternativa a Menem.
Kirchner apareció así ante
el aparato peronista en crisis como un tranquilizador hombre “de la casa”
y ante la población como un hombre de ruptura con la derecha peronista y con
ese aparato aunque, en realidad, tanto en su gobierno como en el de Cristina
Fernández, los más altos funcionarios provienen o provinieron de sectores de
ese pasado y Kirchner tendió puentes incluso a la derecha no peronista, como
la infausta elección como vicepresidente de su esposa del radical Julio
Cobos, que vota sistemáticamente contra el gobierno del cual forma parte.
La carrera política de
Kirchner –no así la de su esposa, que era diputada y senadora y sólo
formaba parte de la segunda fila del peronismo– le hacía tener contactos
estrechos con los gobernadores peronistas de derecha, verdaderos señores
feudales, al igual que con los alcaldes municipales de la provincia de Buenos
Aires, que con su clientelismo y sus aparatos controlan millones de votos y
con los burócratas sindicales de la Confederación General del Trabajo, también
derechistas y corruptos y convertidos muchas veces en patrones, pero que
cuentan también con aparatos organizadores de votaciones.
Pero las condiciones sociales
que llevaron a su elección (una protesta de masa en el 2001 que canalizó y
sobre la que se montó, sin representarla pero apoyándose en ella) le
permitieron también conseguir el apoyo de sectores de clase media
progresistas, no peronistas –o no peronistas de derecha– como algunos
radicales y socialistas y muchos intelectuales que, o se ilusionaban con sus
posiciones, o lo apoyaban como mal menor frente a la derecha gorila
antikirchnerista.
Su esposa, la presidenta de
la República, pierde con él no sólo el estratega y el consejero fundamental
sino también esa bisagra esencial para negociar con los barones municipales,
siempre propensos a vender su apoyo al mejor postor, para tratar con los
gobernadores derechistas y buscar dividir los aparatos adversarios, en el
peronismo de derecha o en la oposición Kirchner, por ejemplo, tuvo como
vicepresidente de la República al motonauta Daniel Scioli, ahora gobernador
de la provincia de Buenos Aires, el distrito más poblado y con más votantes,
el cual ahora es candidato a presidente in pectore de la derecha peronista y
le hará sombra a la presidenta.
El kirchnerismo se debilita
mucho y Cristina, aunque es capaz, inteligente, enérgica y buena oradora, difícilmente
podrá ser a la vez timonel del Estado en aguas agitadas, directora de la
campaña electoral para las elecciones presidenciales y organizadora política
en un partido que se parece mucho a un estanque lleno de tiburones y que no
tiene ideología, programa, principios, ni proyectos a medio y corto plazo.
La situación económica de
la Argentina por ahora es buena y la situación social, siempre mala, tiende a
mejorar, pero las elecciones se realizarán dentro de un año. Con la muerte
del ex presidente el kirchnerismo ha sido fuertemente redimensionado y, por
ejemplo, las ilusiones de los sectores “progresistas” de clase media, como
los de Carta Abierta, también correrán la misma suerte.
Se abre así un período de
reacomodamiento y recomposición de las fuerzas y las alianzas en la derecha y
el centro no kirchneristas y en la confederación de tribus peronistas, y
Cristina Fernández tendrá ante sí una batalla durísima si no quiere ser
reemplazada por un hombre– puente entre los sectores industriales y rurales
más poderosos y sus expresiones políticas y la derecha del peronismo y
kirchnerismo de negocios, como el gobernador Daniel Scioli.
Se abre igualmente un año de
promesas de impunidad y de compra de consensos en el establishment, pero también
un año para que los trabajadores logren expresarse independientemente y
organizarse para hacer frente a esta profunda crisis política y del sistema
que podría empalmar con una crisis económica si la situación mundial y
europea en particular se agravase y China enfriase su economía y restringiese
sus importaciones de granos. Tras unos días de discursos fúnebres, sentidos
o no, y de hipocresía, el vacío que deja Néstor Kirchner se hará evidente
y aparecerán los chacales a plena luz.
(*)
Guillermo Almeyra, historiador, nacido en Buenos Aires en 1928 y radicado en México,
doctor en Ciencias Políticas por la Universidad de París, es columnista del
diario mexicano La Jornada y ha sido profesor de la Universidad Nacional Autónoma
de México y de la Universidad Autónoma Metropolitana, unidad Xochimilco.
Entre otras obras ha publicado “Polonia: obreros, burócratas, socialismo”
(1981), “Ética y Rebelión” (1998), “El Istmo de Tehuantepec en el Plan
Puebla Panamá” (2004), “La protesta social en la Argentina”
(1990–2004) (Ediciones Continente, 2004) y “Zapatistas–Un mundo en
construcción” (2006).
La
situación se volvió incierta... y así
se respira dentro del poder
"Desde
el cielo....con Perón"
Por
Pablo Stefanoni
Semanario Brecha, Montevideo, 29/10/10
Cainonline, 31/10/10
"Hugo, dejate de joder
con el socialismo", dicen que le dijo una vez Néstor Kirchner a Hugo Chávez.
Y la cita resume bien una característica de la forma de pensar
la política del ex presidente argentino. Kirchner no dejó de apelar a la
movilización ideológica nacional-popular para crear mística en su tropa - y
entre los sectores no peronistas que lo apoyaron -, que veían renacer los sueños
abruptamente cortados de la "gloriosa juventud" de los años
setenta. Pero nunca tuvo una visión idealizada de la política: siempre creyó
que el poder se construye a través de la creación de una eficaz red de
intereses (y dependencias) y eso intentó hacer desde que se despegó de
Eduardo Duhalde, de la mano de quien pasó de una despoblada provincia del
extremo sur argentino a dirigir los destinos del país. La política (el
poder) y el dinero (sin la frivolidad que suele acompañarlo) fueron su
verdadera obsesión. Kirchner fue, al decir de Maristella Svampa, el
presidente inesperado, que supo captar - con el olfato inigualable de los
peronistas - las aspiraciones de la Argentina que trataba de salir de una de
las peores crisis de su historia. En antiliberalismo era popular en 2003 y a
eso apostó el kirchnerismo, sin dejar de construir un "capitalismo de
amigos" y reescribiendo su propia historia de militantes combativos desde
los setenta hasta los 2000.
Ahora es Cristina Fernández
- impuesta por él como candidata en 2007 - su única heredera. La tentación
de comparar este drama con la muerte de Perón en 1974 y su sucesión por su
esposa vicepresidenta Isabel Martínez no es conducente: como se ha señalado
por estas horas, ni Kirchner es Perón - pese a las comparaciones de sus más
leales seguidores - ni Cristina es Isabelita. La actual mandataria está lejos
de la inhabilidad política (y mental) de la ex del general. Pero esto no
resuelve el problema. Kirchner era una suerte de copresidente, además de líder
del Partido Justicialista, la principal base de apoyo de su
"modelo". Desde ese puesto, el ex presidente garantizaba que
gobernadores y alcaldes no migraran a la vereda del peronismo federal (anti
K). Los controlaba eficazmente a través de los fondos estatales.
Si algo heredaron los
seguidores de Perón es el olfato para saber dónde se gana y donde se pierde
poder, de ahí la máxima partidaria de que el peronismo perdona cualquier
cosa menos la derrota. Hasta ahora Kirchner era quien marcaba la agenda, dividía
aguas e inspiraba temor en no pocos leales y enemigos. Y su recuperación en
la encuestas le permitía soñar con volver a la Rosada en 2011. Estaba en
todo: desde sus responsabilidades en la Unasur hasta el límte de lo prosaico,
como organizar un acto en el Gran Buenos Aires. Pero además era ministro de
Economía en la sombra, y libreta en mano controlaba a diario las cuentas
fiscales, dicen que como su abuelo almacenero en la Patagonia, pero sin duda
con bastante eficacia.
Ahora se verá si existe o no
el "cristinismo". Muchos de quienes no se animaban a lanzarse para
2011, como el gobernador bonaerense Daniel Scioli, ahora tienen más espacio
en la cancha. El peronismo ya es un hervidero. Y el clima no deja de ser raro:
no fue la oposición quien derrotó a Kirchner sino él mismo, desoyendo los
consejos médicos y yendo en fuga hacia adelante. Como otros caudillos (y esto
debería ser un llmado de atención a otros líderes progresistas de la región:
nadie es eterno), sólo construía para él, de allí la duda de si el clima
de conmoción y movilización de sentimientos que hoy beneficia a la
presidenta le será suficiente para llenar el vacío. Aunque hoy no es
politicamente correcto hablar precisamente de política, eso no impide que la
lucha por posicionarse en el nuevo escenario haya comenzado con fuerza.
Sin duda Cristina no podrá
gobernar solamente sobre la base de que cree estar haciendo la revolución y
necesita renovar las alianzas menos épicas que había tejido Néstor. Como es
el caso de Hugo Moyano, líder de una CGT revitalizada aqunque sin perder los
métodos de sindicalismo filomafioso de la burocracia sindical de la era Menen
(y de mucho antes). Moyano no está haciendo la revolución sino construyendo
poder, y aunque ya se pronunció por la reelección de Cristina habrá que ver
qué pasa cuando baje el caudal de mística de estas horas.
Nadie preveía este
escenario, en el que los sentimientos se entremezclan con la política y se
valora lo bueno de la gestión (redistribución del ingreso, regreso del
Estado...) por encima de lo malo, y hasta el vicepresidente
"traidor" Julio Cobos dice que el Pingüino fue "un gran
presidente". Está por verse si el kirchnerismo sobrevivirá a su jefe máximo
y cómo lo hará. Sin duda, Cristina ya no tiene la sombra de su marido y a
partir de ahora será presidenta plena, pero deberá construir su base de
poder. Aunque en la Plaza de Mayo sus seguidores cantaban "Kirchner no se
murió...nos está conduciendo desde ese cielo con Juan Perón", la
situación se volvió incierta. Y así se respira dentro del poder.
Kirchner fue velado en la
Casa Rosada - símbolo del poder es estado puro, al decir de Susana Viau -, a
la que quería retornar, y no en el Congreso, donde el poder se comparte. En
la sala del Bicentenario, entre fotos del Che y Salvador Allende que resaltan
la cara de mística militante del kirchnerismo, apoyado sin fisuras por Madres
y Abuelas de Plaza de Mayo; la otra cara de la moneda es el pragmatismo a
ultranza con el que convive, en una tensión del propio peronismo. Los
comunistas marcharon con la consigna "Hasta la victoria siempre, Néstor",
y en algún barrio "oligárquico" dicen que se escuchó algún
bocinazo de festejo.
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