“[La nueva ley electoral] favorece el
status quo, la inmovilidad del poder económico hegemónico
y sus escandalosas prerrogativas”
(Le Monde
diplomatique, edición Cono Sur, febrero 2011).
Enero
no trajo grandes sorpresas en el escenario político
nacional. Contrastó con un diciembre muy polarizado,
marcado por los acontecimientos del Parque Indoamericano,
los eventos del 23 de diciembre en Constitución, los
furibundos ataques del kirchnerismo a la izquierda y la
continuidad de los reclamos de los tercerizados del
ferrocarril.
Pero
sin dejar de ser un mes veraniego, con tendencias políticas
más mediatizadas, hubo “chispazos” de los procesos que
seguramente estarán presentes en 2011: el problema de la
inflación, los aprestos electorales con miras a las
presidenciales de octubre, la persistencia de la
conflictividad social y la pelea de las corrientes de la
izquierda contra la proscripción electoral.
De
la combinación de estos elementos irán surgiendo las
coyunturas del año que está comenzando.
En
cuanto a las perspectivas para 2011, más que seguir marcado
por este clima de relativo aletargamiento estival, creemos
que retomará los rasgos de creciente polarización político–social
que cruzaron los últimos meses de 2010. No parece muy
realista pensar que las contradicciones que vienen cruzando
la vida política nacional vayan a desvanecerse como por
arte de magia.
El
ajuste por inflación
“La inflación es intolerable porque
enciende tensiones sociales”
(La Nación,
16–01–11).
El
primer motor de contradicciones es la coyuntura económica.
Hoy viene mostrando índices favorables al gobierno, con
cecimiento de la producción crece, precios de los productos
exportables por las nubes, marcha ascendente de la industria
automotriz y balanza comercial (exportaciones contra
importaciones) todavía positiva. El BCRA tiene reservas
suficientes para cumplir con las obligaciones externas, se
mantiene cierto superávit fiscal y, en fin, divisas no
parecen faltar.
El
tradicional mecanismo económico argentino de “stop and go”
(arranque y pare), que reflejaba las marchas y contramarchas
de la producción nacional debidas al estrangulamiento de
divisas (hecho que impedía, entre otras cosas, la
continuidad del ciclo inversor), no se está verificando. Las
perspectivas son que el crecimiento económico del país
continúe en el 2011, aunque a un ritmo más moderado que el
del año pasado.
Sin
embargo, no hay felicidad completa. El proceso
inflacionario viene corroyendo esta realidad tan
idílica. La inflación, hoy por hoy, concentra el núcleo
de las contradicciones del “modelo”, y es por allí que
mete la cola la crisis económica internacional en países
como el nuestro, exportadores de materias primas. Esto se
acaba de verificar en los estallidos sociales en Bolivia o
el sur de Chile contra los tarifazos y la carestía de la
vida. Por no hablar de Túnez y Egipto con sus
“rebeliones del pan”.
La
suba de los precios no se debe esencialmente, como dice el
discurso gubernamental, a la “puja distributiva” entre
patrones y obreros. La la inflación es un producto
combinado de lo dramáticamente infladas que están las
materias primas en el mercado mundial (lo que empuja para
arriba los precios de los bienes de consumo masivo en
nuestro país), sumado al hecho que la Argentina sigue
adoleciendo de suficientes inversiones, sobre todo en nuevas
industrias, infraestructura y energía.
A
estos factores estructurales se suman las superganancias
que benefician a los empresarios y convalidan los
kirchneristas. Porque mientras los aumentos de salario,
invariablemente, vienen corriendo por detrás a los precios,
los dividendos de los patrones nunca han sido tan grandes
como bajo los Kirchner.
Estas
son las verdaderas causas de que el país venga sufriendo un
proceso inflacionario, a diferencia de los años 90.
Por entonces, como producto de la derrota de las principales
luchas obreras, el país vivía una situación de paz de los
cementerios en términos de lucha de clases. Por ende, los
empresarios no necesitaban remarcar precios para garantizar
sus ganancias: se aplicaban los ajustes de manera explítica
vía los despidos en masa.
Hoy
la situación es radicalmente diferente: ante una
sociedad mucho más movilizada desde 2001, el mecanismo
inflacionario es el más adecuado para el logro de este
mismo objetivo: evitar la erosión de las ganancias. Los
ajustes explícitos, brutales, no tienen margen político.
De ahí que la inflación es un fenómeno económico, pero
tiene también condimentos políticos ligados al estado
de movilización de la sociedad y a la autoridad del Estado.
Por
ahora nadie espera que la inflación se “espiralice”.
Pero ya deja consecuencias que preocupan a los
empresarios: le quita competitividad a la economía, haciendo
que el peso se fortalezca en relación al dólar, y al mismo
tiempo es el motor de una conflictividad obrera que no
para.
La
huelga de los portuarios rosarinos
“La presidenta sabe que la CGT actúa con
responsabilidad”
(Julio Piumato, secretario general
de los judiciales
y uno de los principales dirigentes de la CGT).
Enero
mostró algunas expresiones de lo que puede venir en materia
de conflictos. Más allá del logro del pase a planta de una
porción sustancial de los ferroviarios tercerizados del
Roca –un triunfo de importancia, aunque mediatizado desde
el punto de vista político–, la noticia más relevante ha
sido el paro general de la CGT San Lorenzo (Gran Rosario)
exigiendo la equiparación salarial de los trabajadores
portuarios con los aceiteros: un piso de 5000 pesos.
A
lo largo de 8 días se logró la paralización total de las
operaciones del puerto rosarino. Un paro duro, anunciado por
“tiempo indeterminado”, con piquetes en las entradas
portuarias y que llegó a motivar una nueva intervención de
Cristina exigiendo a los dirigentes sindicales
“responsabilidad”.
Argumentando
que su gobierno no era como el neoliberalismo de los 90, se
“olvidó” de señalar que su gobierno preside un país
capitalista, donde los de arriba siguen amasando fortunas
inmensas mientras los de abajo se esfuerzan día a día para
sobrevivir. ¿O no es ésta la realidad cotidiana de la
clase obrera bajo el kirchnerismo aun a pesar de
determinadas mejoras producto de la rebelión popular del
2001?
El
conflicto rosarino va mucho más allá de los chispazos
verbales por arriba: su indisimulable trasfondo es la
preocupación del gobierno por la expansión del reclamo
contra la discriminación salarial y la tercerización a
partir de la lucha del Roca, amén del hecho de que se
vienen las paritarias en un contexto crecientemente
inflacionario.
Al
cierre de esta edición, el conflicto está en conciliación
obligatoria. Algunos dirigentes de la seccional de San
Lorenzo están llamando a la “confianza” en la
intervención del Ministerio porque “siempre ha resuelto
para el lado de los trabajadores”.
Pero
eso no le quita importancia a esta pelea como expresión
de algunas de las tendencias más de fondo de la
conflictividad obrera, en esta coyuntura inspirada por la
dura lucha de los tercerizados ferroviarios.
En
definitiva, enero podría estar preanunciando un año donde
elecciones y conflictividad social se encuentren más
entremezclados que en un habitual escenario electoral: es
justamente lo que quiere evitar Cristina con la prédica de
un “pacto social” todavía en veremos [1].
Moyano
y demás adláteres de la CTA y la CGT Azul y Blanca de
Barrionuevo vienen cacareando como hacen siempre a comienzos
del año. Pero no se puede perder de vista que van a
intentar usar las paritarias como mecanismo para
domesticar la conflictividad obrera. Habrá que
desbordarlos desde abajo para evitar una nueva caída en los
salarios reales.
Elecciones
cuestionadas
Más
allá de los conflictos obreros, el proceso general que
cruzará todo 2011 serán las elecciones presidenciales de
octubre. Señalábamos en la edición anterior que la
patronal quiere dirimir allí el rumbo político del país:
la reafirmación del “modelo” K de cierta intervención
económica e inflación, o el difuso de la oposición, más
clásicamente de libre mercado y ajuste explícito.
Hoy
por hoy, la mejor posicionada es Cristina. Los Kirchner han
sido el personal político que mejor ha leído las
tendencias económicas y políticas de los últimos años y
la oposición tiene poco o nada que ofrecer que no sean las
recetas más clásicas y desacreditadas.
Pero
lo que nos interesa destacar no son las posibilidades
electorales de Cristina o la danza de candidatos de la
oposición patronal, sino un aspecto que hace a la elección
en su conjunto: bajo qué normativa legal se realizarán.
Aunque
parezca increíble, esto todavía no está del todo claro.
El gobierno ha salido a reafirmar que las elecciones se
llevarán a cabo bajo la aplicación de la ley 26.571 votada
a finales del 2009. Es verdad que el gobierno goza de una
recuperación de su popularidad y está más cerca de una
eventual reelección, por lo que tiene cierta autoridad como
para sostener la ley.
Sin
embargo, al ser tan escandalosamente proscriptiva y hecha
tan a la medida de las necesidades del oficialismo –amén
de impulsar el bipartidismo peronista–radical, razón por
la cual goza del apoyo de la UCR– está siendo
cuestionada desde diversos ángulos.
Y
no solamente desde la izquierda por su carácter
vergonzosamente proscriptivo. Figuras patronales como De
Narváez y Stolbizer también han cuestionado las internas
de agosto. Lo mismo ocurre con publicaciones de cierto
prestigio: “La ley estatuye en la práctica una doble
elección nacional, en la que las ‘internas abiertas’
resultan en cierto modo ‘eliminatorias’, ya que
de las elecciones nacionales posteriores sólo pueden
participar aquellas fuerzas políticas que hubieran obtenido
en las primarias el 1,5% de los votos válidamente emitidos
en todo el territorio nacional, o en el distrito. Si a esto
se agrega los abultados avales de afiliados necesarios
para presentarse como candidato, queda claro hasta qué
punto la ley está diseñada para reforzar el
bipartidismo. La reforma política dejó afuera de la
competencia a 149 partidos (…) La ciudadanía no podrá
elegir, sólo optar” (Le
Monde diplomatique).
Además,
la nueva ley todavía no está reglamentada en muchos de sus
aspectos decisivos. Por ejemplo, las internas del 14 de
agosto: no se sabe si el piso que se utilizará en las
mismas será sobre los votos válidos emitidos o sobre el
padrón electoral general, cómo se votaría, quién
fiscalizaría la votación, etcétera…
En
suma, una situación escandalosa que apunta a cuestionar
la legitimidad misma de los comicios de octubre, hecho sin
precedentes desde 1983.
Por
una campaña unitaria contra la proscripción
El
inicio del año plantea dos tareas inmediatas para la
izquierda. En primer lugar, apoyar las luchas en curso, así
como derrotar los continuados ataques antisindicales de las
patronales contra los delegados electos por la base obrera,
como es en este momento el escandaloso caso en FATE contra
uno de los miembros del cuerpo de delegados.
Y
al mismo tiempo, hay que poner en la calle de manera
unitaria una campaña masiva que, apoyándose en la
sensibilidad democrática que hay en amplios sectores de la
sociedad y los elementos de creciente politización,
derrote el ataque maccartista del gobierno contra la
izquierda revolucionaria.
Nota:
1.
Un ejemplo de lo que es realmente un pacto social se acaba
de ver en España, donde el gobierno “socialista” de
Zapatero acaba de firmar con los dirigentes sindicales el
aumento de la edad jubilatoria.