La
economía argentina ante la crisis mundial
El
deterioro del “modelo K”
Por
Marcelo Yunes
Para
Socialismo o Barbarie, 31/08/11
Con
la casi segura reelección de Cristina, se vienen tiempos difíciles
que pondrán a prueba las bases mismas del esquema económico
imperante desde 2003. El discurso del “blindaje” no se lo
creen ni quienes lo enuncian. Los gobiernos de los países
sudamericanos que componen la Unasur anunciaron coordinación
y medidas conjuntas, pero por ahora es todo para la tribuna.
El kirchnerismo sabe que la tormenta le va a llegar e intenta
prepararse. Pero sería bueno revisar un poco cómo está el
barco, porque, como veremos, le crujen varias cuadernas.
Un repaso de las bases del “modelo”
Como
hemos señalado en varias oportunidades (de manera más sistemática,
en revista SoB 20), el esquema kirchnerista es el resultado de
una conjunción de factores políticos y económicos. Los más
importantes son, respectivamente, un nuevo ciclo de luchas y rebeliones populares en América Latina que
terminó de enterrar el ciclo neoliberal y una coyuntura económica extraordinariamente favorable para la región
que favoreció una salida de la penuria fiscal permanente de
los 80 y 90. En suma, llovieron recursos y había gobiernos
capitalistas pero de signo no estrictamente neoliberal que
decidieron usarlos para una acumulación política desde el
Estado en vez de cedérselos alegremente a los “mercados”.
En
el caso argentino, devaluación y reestructuración de deuda
mediante, aparecieron por primera vez en décadas los superávits
gemelos (fiscal y comercial). Como en el resto de la región,
hubo una reapropiación estatal de la renta extraordinaria
originada en los precios de los commodities, aquí
esencialmente vía las retenciones. De este modo, un comercio
exterior vigorizado generó recursos que compensaban pagos de
la deuda y financiaban el gasto estatal indispensable para la
buena salud política de los nuevos gobiernos.
La
mejora de los términos de intercambio (es decir, la relación entre
los precios de los productos exportados y los importados, históricamente
desfavorable a las materias primas) tuvo un peso innegable. Así
lo reconoce hasta el oficialista Andrés Asiaín, que
explica que si
los precios del comercio exterior en 2010 hubieran sido los de
los 90, en vez de 14.700 millones de dólares de superávit
habría habido un déficit de 4.300 millones, a precios
constantes, según el Ministerio de Economía (BAE, 11–7).
¡Una diferencia de 19.000
millones de dólares!
Un
economista anti K furioso, Roberto Cachanosky, recuerda que De
la Rúa tuvo una soja a 160 dólares la tonelada y una relación
entre el real brasileño y el dólar de 3 a 1, mientras que
bajo el kirchnerismo la soja promedió 330 dólares la
tonelada (hoy está en 500), y el real se revaluó hasta
llegar hoy a 1,6 por dólar, lo que beneficia enormemente las
exportaciones argentinas allí.
En
el plano fiscal, un Estado más solvente es capaz de laudar
conflictos sociales con criterio político, aun a costa de
aumentar el gasto. Por ejemplo, proveyendo un colchón económico
al consumo en materia de tarifas de servicios y transporte
(herencia del Argentinazo de 2001) sostenido en cuantiosos subsidios.
En
este contexto, y en una primera etapa, pareciera cumplirse el
sueño de las teorías de conciliación de clase: los
empresarios aumentan fabulosamente sus ganancias… y crece el
salario real de los trabajadores. Este proceso, que tuvo lugar
sobre todo en el primer lustro de kirchnerismo, luego se
ralentiza, desdibuja y segmenta, pero no desaparece del
todo… todavía.
Entre
2000 y 2005, el salario creció un 67%, mientras que las
utilidades empresarias lo hicieron un 401%. Como señala la
periodista Cledis Candelaresi (citando a Marx), esto no es
otra cosa que una baja
del salario relativo (BAE, 5–8). Esto es, suben tanto la
ganancia capitalista como el salario real (algo posible
durante un período, especialmente de salida de crisis), pero
la parte del león de la recuperación se la queda la burguesía.
En todo caso, se da también un reacomodamiento dentro de ésta,
por el cual algunas fracciones se ven categóricamente
beneficiadas y otras deben ceder parte de su cuota de
ganancia.
Sin
embargo, nada de esto representó un cambio profundo en la
estructura del capitalismo argentino. Las denominaciones
pomposas como “modelo de desarrollo industrial” y otras
similares no pueden ocultar la verdad: es cierto que la
industria local, más protegida, logra levantar un poco la
cabeza, pero el perfil productivo y exportador del país sigue
siendo dependiente de las commodities agrícolas, con la
excepción de la industria automotriz. Pero esta misma
industria, como hemos señalado en otras ocasiones, es más
fuente de déficit externo y transferencia negativa de valor
que otra cosa, porque sólo emplea un 25% de insumos locales.
El insufrible gorila liberal Cachanosky no miente cuando
recuerda que “en 2010 se exportaron 41.800 millones de dólares
más que en 2000. De esa cifra, el 47% se explica por el
complejo sojero y automotor, fundamentalmente con destino a
Brasil” (La Nación, 28–8).
El
gobierno es perfectamente consciente de estos límites económicos;
de allí los permanentes llamados de Cristina a “agregar
valor”, “invertir en tecnología”, etc. Sucede que la mítica
“burguesía nacional”, o más bien los capitalistas
argentinos, prefieren ignorar el convite, por razones que
luego veremos.
Las cifras del deterioro de las variables clave
Desde
2007, por razones internas a las que se agregaría en 2008 el
impacto de la crisis mundial, aparecen y se desarrollan una
serie de problemas en todos
los indicadores que hacen a la salud del “modelo K”.
Por
empezar, el superávit fiscal ha desaparecido. Aunque
el gobierno diga lo contrario, basándose en maquillajes
contables y préstamos de cajas estatales varias, no hay ni
siquiera superávit primario (es decir, previo al pago del
servicio de deuda), cuando en años anteriores promedió el
3,3% del PBI. Pero además, el propio Ministerio de Economía
reconoce que 2011 cerrará con déficit financiero (esto es,
luego del pago de deuda) de un 0,7% del PBI (BAE, 22–7).
En
su momento, la jugada de la estatización de las AFJPs ayudó
al gobierno a mejorar el perfil de deuda y a conseguir
financiamiento interno, pero incluso esto empieza a no
alcanzar. Como señala Ernesto de Paola, citando a Daniel
Montamat, sólo los subsidios a la energía representaron
26.000 millones de pesos en 2010, pero 19.250 millones sólo
en la mitad de 2011 (BAE, 12–8).
En
cuanto al superávit externo (el saldo de cuenta
corriente, es decir, ingresos y egresos de divisas
comerciales, financieras y por demás conceptos), la
consultora C&T Asesores Económicos estima que pasaría
del 3,3 al 0,1% del PBI (Florencia Donovan, La Nación,
14–8). Miguel Ángel Broda, otro liberal, estima en 2011 un
ingreso de divisas 3.000 millones de dólares inferior a los
egresos (La Nación, 14–8). Y para el peronista cercano a la
CGT Eduardo Curia, “salimos de la sobreabundancia de divisas
a una situación más compleja” (BAE, 27–6).
Así,
a diferencia de años anteriores, ya no “sobran dólares”,
aun cuando se mantiene el superávit
comercial de unos 9.000 millones de dólares para este año,
que sostiene los demás pagos (deuda y gasto fiscal). Pero
incluso el saldo comercial está amenazado desde varios
frentes.
El
principal es hoy la insuficiencia de la producción e inversión
en energía y combustibles. Un estudio del IARAF advierte que
en enero–julio de 2010, por cada dólar exportado en
combustible se importaba 0,74 dólar; en enero–julio 2011,
la relación fue 1 a 1,68 dólares. Esto es, de superávit a déficit
(BAE, 24–8). Y las cifras son gordas: el rojo comercial en
ese rubro entre enero y junio de 2011 fue de unos 1.300
millones de dólares. Y para 2012, las importaciones energéticas
serán de 10.000 millones de dólares, con un déficit
comercial de 5.000 millones. Los empresarios del sector se
quejan de que los subsidios y las tarifas baratas resienten la
inversión, pero a la vez “son un factor de competitividad
para las industrias argentinas”, que tienen un insumo
crucial barato en términos internacionales (Marcelo
Zlotogwiazda, Veintitrés, 11–8). Otra vez la manta corta:
si se recompone la oferta de energía vía tarifazos, pierden
las demás ramas industriales…
Como
dijimos, Cristina se desgañita pidiendo a los empresarios que
diversifiquen exportaciones y agreguen valor, pero por ahora
el superávit comercial se sostiene con medios de lo más
precarios. Un ejemplo: la ministra de Industria, Débora
Giorgi, y el secretario de Comercio Interior, Guillermo
Moreno, acordaron con la importadora de la automotriz Subaru
“compensar” sus compras con ventas al exterior y/o con
aportes de capital. Así, Indumotora Argentina le venderá a
Chile… maíz para alimentar aves (BAE, 30–8). Así de
atado con alambre está el superávit comercial.
Para
colmo, en las exportaciones argentinas impacta la pérdida de competitividad
vía el tipo de cambio.
En 2003, un dólar a 3 pesos era muy favorable al
comercio exterior. Un dólar a 4,20, luego de ocho años y una
inflación del 300%, sirve mucho menos. Como resume Curia,
“el llamado dólar
alto, eje y nave insignia del modelo competitivo productivo asociado al
sobrecrecimiento sostenido de 2003–2007, se
ha desvanecido” (BAE, 27–6).
Es
por eso que se profundiza la concentración de exportaciones
en los rubros con ventajas propias, como las commodities de
altos precios internacionales o el régimen especial de las
automotrices. Como dice el periodista Alcadio Oña, el dólar
barato (o peso revaluado) castiga a las manufacturas
industriales, cuyas exportaciones crecen a un ritmo menor que
las de bienes primarios (Clarín, 31–5). Y los resultados
están a la vista: según datos del BCRA, la participación de
los productos primarios en las exportaciones fue en 2010 del
65%, cuando el promedio para América Latina es el 53% (BAE,
5–8).
Con
este panorama, no es de extrañar que la fuga
de capitales sea la contracara de la insuficiente
inversión. Comparado con el 11% del PBI de 2002, el 23%
actual parece bueno, pero ya no alcanza. El uso de capacidad
instalada de la industria ronda ya el 75%; en metálicas básicas
es del 88%, y en refinería de petróleo, no casualmente, 86%
(datos del INDEC, en BAE, 23–8). El gobierno lanzó el Plan
Estratégico 2020 buscando duplicar la capacidad instalada con
inversiones de 25.000 millones de dólares para sustituir
importaciones por 50.000 millones. Es de imaginar cómo
responderá la “burguesía nacional” a este desafío...
Naturalmente,
si los dólares de los capitalistas se fugan al exterior en
vez de reinvertirse, el resultado es un descenso
relativo de productividad. Un estudio de Dante Sica
muestra que en la industria automotriz (especialmente
autopartista), se trabaja con máquinas de entre 20 y 30 años
de antigüedad, una fuerte diferencia de productividad con
Brasil (Cledis Candelaresi, BAE, 26–8). Las mismas
patronales que después reclaman que los aumentos de salarios
estén atados a la productividad la socavan retaceando
inversiones.
Digamos
que el volumen de fuga de capitales no es nada insignificante
y, lo que es peor, no parece vinculado a la “incertidumbre
electoral”. Sólo en el primer semestre de 2011 se fugaron 9.800
millones de dólares (más que el superávit comercial de
todo el año), y Roberto Lavagna estima que en los últimos
cuatro años la cifra ronda los 70.000
millones de dólares. ¡La “burguesía nacional”
prefiere cajas de seguridad en Nueva York, Ginebra, las islas
Caimán o Luxemburgo antes que fábricas en la Argentina!
Todo
esto impacta muy seriamente en las reservas del BCRA.
Contra lo que suele proclamar el kirchnerismo, éstas no son
abundantes y están bajo fuego continuo por la necesidad de
hacerle adelantos continuos al Tesoro nacional. En realidad,
esos dólares (escasos comparados con los 350.000 millones de
Brasil) no son un “ahorro”, sino la garantía del
circulante monetario (los pesos en billetes y cuentas a la
vista). Lo que excede eso, las llamadas reservas de libre disponibilidad, no debe ser más del 10% de las reservas totales. Muy poco para aguantar un cimbronazo
internacional que puede caer en cualquier momento.
Relacionado
con esto está el problema de la inflación,
que hemos tratado más de una vez en estas páginas. Sólo
agregaremos ahora que, mientras por un lado estimula el
consumo, genera allí un cuello de botella con la capacidad
productiva, a la vez que limita la posibilidad de devaluar y
complica las cuentas fiscales. Para colmo, las tarifas
semicongeladas representan inflación reprimida y “no
sincerada”, que entretanto desalienta inversiones de los
concesionarios.
Se
trata de un dilema de difícil solución, porque siempre se
paga un costo. Por ejemplo, Brasil tiene controlada la inflación,
pero al costo de las tasas de interés más altas del mundo,
que le generan un ingreso de capitales de corto plazo y una
revaluación de su moneda… que a su vez perjudica las
exportaciones y obliga al país vecino en apoyarse cada vez más,
ellos también, en las commodities, aun cuando tengan inversión
extranjera récord. Si Argentina subiera las tasas de interés,
el escaso monto dedicado al crédito hoy existente iría a
parar derecho a la especulación financiera.
Inclusive
un frente que parecía relativamente libre de angustias, como
el pago del servicio de
deuda, acumula contradicciones y presiones sobre una
estructura económica con menos espalda para aguantar. La
estatización de los fondos de las AFJPs, como señalamos, alivia
la carga de la deuda respecto del PBI porque una porción
muy importante de la deuda pasa a ser con el Estado mismo. La
relación deuda/PBI cayó al 45%, y a un 25% si se excluye la
deuda intraestado (Néstor Scibona, La Nación, 14–8). Pero
los volúmenes de pagos son importantes: los pagos de deuda
fueron de 13.063 millones de dólares sólo en la primera
mitad de 2011. El total previsto para este año es de 23.534
millones (BAE, 2–8). Y el país sigue sin
crédito externo todavía (ni siquiera está la
manito de Chávez, que entre 2007 y 2009 se hizo notar).
Por
último, dos notas sobre la situación social y laboral. Lejos
del cuasi paraíso que pintan los medios oficialistas y los
discursos de Cristina, hay bolsones extendidos de pobreza, que
es además pobreza asalariada. Es verdad que hubo una moderada
movilidad social ascendente: la Consultora W, en un trabajo
sobre distribución del ingreso, estima que los sectores
D1–D2 y E (clases media–baja y baja) eran el 55% de los
hogares en 2004 mientras que en 2010 habían bajado al 46% (La
Nación, 1–8). Pero esas mismas cifras muestran que el 24%
de los hogares se lleva el 65% de los ingresos. Aquí, como en
muchos otros rubros, las cifras sólo resultan halagüeñas si
se las compara con el piso de la crisis.
Es
el caso de los asalariados.
Si los salarios promedio en dólares subieron un 47% desde
2007, un estudio de Dante Sica estima que están sólo un 17%
por encima de los de 1993 (Cledis Candelaresi, BAE, 5–8). Y
las supuestas victorias que el gobierno dice anotarse contra
el trabajo en negro, además de exageradas, revelan el nivel
de desigualdad y fragmentación salarial en franjas muy
importantes de la clase trabajadora. Así, el 65% (6,5
millones) de los asalariados, que están en blanco, concentran
el 90% del ingreso salarial total. El 35% restante, en negro,
se queda sólo con el 10% (Cledis Candelaresi, BAE, 26–8).
Como
se ve después de este repaso, allí donde se hurga un poco en
los pilares del “modelo”, en vez de carne sólida y firme
encontramos grasa fláccida o pura piel y hueso. Es sobre esta
estructura seriamente debilitada, desgastada y plagada de
contradicciones que vinieron pateándose para adelante va a
operar una crisis mundial cuyos ritmos son difíciles de
prever, pero que todos consideran imposible de sortear.
Se viene un 2012 con viento de frente
Las
vías de contagio de la crisis a la región y a la
Argentina van a pasar hoy no por lo financiero, por las
razones apuntadas, sino por lo comercial. Particularmente
peligrosa es la dependencia del comercio exterior argentino
respecto de las compras de Brasil y China. El gigante asiático
ya está experimentando una desaceleración, aunque su demanda
de materias primas no es muy elástica. Pero el gran problema
es Brasil: si el vecino se resfría, será equivalente a una
gripe A para la economía argentina. Y eso en un contexto en
que el intercambio bilateral ya es claramente desfavorable a
la Argentina.
Frente
a un recrudecimiento de la crisis, el kirchnerismo ya ha dado
señales de que combinará el “keynesianismo” a la violeta
con medidas más ortodoxas. El primer blanco de la política
económica K será controlar la inflación. En ese
sentido van el reciente acuerdo por el salario mínimo (con la
patronal como claro ganador y el gobierno como aliado), el
anuncio de paritarias a la baja y los probables retoques a los
subsidios y tarifas. Claro que eso anuncia contradicciones con
la burocracia sindical y con los trabajadores en general.
Todos los años se intenta una paritaria a la baja y en
general no sale muy bien (como dice Curia, “la puja
distributiva se desborda”, pese a la “racionalidad” que
intenta imprimirle la Presidenta). ¿Y ahora, que Cristina
advirtió que quiere bajar la “expectativa inflacionaria”
con paritarias al 10%? ¡No es momento para desprenderse de
Moyano!
Otro
eje de la política oficial será equilibrar el flujo de divisas.
Seguirá el control sobre las importaciones, aun a costa de
situaciones ridículas como la citada de Subaru. Y, por
supuesto, se va a salir corriendo a buscar crédito,
por más que la mano venga brava y no preste ni Venezuela.
En
cuanto al tipo de cambio y el valor del dólar, al gobierno no
le queda más remedio que administrarlo caminando por la
cornisa: una mega devaluación disparará la inflación, pero
seguir con el retraso mata el superávit. En un reciente foro,
Eduardo Curia propuso la cuadratura del círculo: una
devaluación “ni trivial ni grandilocuente”, que traduciría
en un número que no dijo, lo que resume bien el dilema
cambiario. Y mientras tanto, el futuro ministro de Economía
deberá tener un ojo puesto en la fuga de divisas.
El
superávit fiscal ahora es “superávit
cero” (o sea, equilibrio fiscal como el que piden en
Europa pero arrancando del otro lado). Uno de los instrumentos
será no la reducción del gasto público en obras, sino más
bien una salida políticamente cauta del semicongelamiento de
tarifas.
Plata
al fisco no le sobra, y por eso la burguesía teme brotes
“estatistas” o “chavistas”. Se asustaron con las
palabras del viceministro de Economía, Roberto Feletti, que
pidió “profundizar el populismo”. Pero difícil que el
chancho chifle, y más difícil aún que los terrores de los
columnistas de La Nación (meter mano a las obras sociales
sindicales o, peor aún, a los depósitos bancarios) se
materialicen. Más
probable es que el gobierno busque hacer cintura ajustando a
derecha e izquierda, buscando arbitrar entre las clases para
que el costo del ajuste “a la K” no lo pague un solo
sector.
¿Qué
hará la burguesía? Cualquier cosa menos grandes inversiones;
si en condiciones mucho más favorables era reacia a ampliar
instalaciones y proclive a fugar dólares, la crisis la volverá
aún más timorata. En el fondo, las reglas de funcionamiento
del capitalismo argentino no han cambiado, y los capitalistas
que se desvían de la práctica habitual terminan mal, como
relata Guillermo Minuzzi, titular de Tenneco (autopartista muy
importante): “Tengo un amigo que tenía una fábrica 100%
orientada a la industria automotriz (...) Fue un empresario
que realmente apostó al país, invirtió, gastó 9 millones
de dólares con un crédito, toda una línea automatizada con
muchísimo personal. En la época del 1 a 1, la Argentina dejó
de ser competitiva (...) Terminó yendo a convocatoria y quebró
la fábrica (...) Me da una pena enorme, porque fue realmente un empresario que hizo lo que tenía que hacer” (BAE, 25–7).
Esta
aleccionadora historia explica por qué, por más invocaciones
que haga el gobierno en todos los tonos, del ruego a la
amenaza, la “burguesía nacional” no hace “lo que el país
necesita”, sino lo que los parámetros de nuestro
capitalismo periférico le dictan como conducta racional (algo
ya trabajado, cuándo no, por Milcíades Peña). Es por eso
que una de las “nuevas plumas” de la “causa nacional y
popular”, luego de revolver con lupa y linterna en la
historia argentina reciente, se ve obligado, muy a su pesar, a
admitir: “Sospecho (...) que la
‘burguesía nacional’ es sólo un unicornio azul, y que
cuando se presente la oportunidad defeccionará a su rol histórico
como ya lo hizo. Sólo tengo la esperanza de que se
produzca el surgimiento de una nueva organización industrial
que pueda repetir la experiencia de Gelbard” (Hernán
Brienza, Tiempo Argentino, 12–6). ¡Vaya “esperanza”:
que surja, nadie sabe de dónde, un sector burgués
“progresista” estilo la CGE de Gelbard en momentos en que
el kirchnerismo debe afrontar la crisis económica más grave
del capitalismo desde los años 30!
En vez de esta rosada ensoñación (simétrica a la
pesadilla burguesa de la “chavización total”),
la perspectiva más factible hoy es que, al compás de los embates de la
recesión/depresión global, se sigan desgastando los pilares
de un “modelo” que nunca dio la talla de tal.
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