El ineficaz “control de cambios” y la economía K
El regreso de la amenaza verde
Por Marcelo Yunes
Socialismo
o Barbarie, periódico, 10/11/11
A
sólo días de haber sido reelecto, el mismo gobierno que había
hecho campaña sobre la base de la “solidez” de la economía
y sus barreras contra la crisis mundial, lanzó una serie de
medidas que en otro contexto revelarían cierta desesperación.
El recorte de subsidios se trata aparte, pero dos de esas
medidas están directamente vinculadas a la escasez de
divisas: la obligación de mineras y petroleras de liquidar
localmente dólares de exportaciones y una especie de
“control cambiario” (de alguna manera hay que llamarlo).
Las medidas son importantes no tanto por su efecto económico
inmediato (que será muy menor e incluso contraproducente)
sino por su significación: dejan al desnudo las miserias de
la economía capitalista argentina y del “modelo K” que ni
con el 54% de los votos se pueden tapar.
Una constante de la economía argentina: la “restricción
externa” (penuria de divisas)
Con
horror y desazón, los mismos economistas pro kirchneristas
que habían saludado con alborozo el fin de la “restricción
externa” descubren no sólo que no ha muerto, sino que se
cierne como una amenazante sombra verde sobre la economía
argentina. ¿Qué es la llamada restricción externa? Dicho
simplemente, la escasez de divisas de cambio internacional,
esto es, dólares.
Las economías periféricas y de bajo desarrollo como la argentina y en general las del
llamado “Tercer Mundo”, han sufrido siempre de esta
tara, que no expresa otra cosa que una inserción marginal,
dependiente y limitada en la división internacional del
trabajo y la economía mundial capitalista. En los años
50 y 60, los economistas de la CEPAL y luego los de la teoría
de la dependencia señalaban que los ciclos económicos de los
países de la región que habían intentado sustituir
importaciones no podían salir del llamado “stop and
go” (frena y arranca).
¿En qué consistía? En que la periferia sólo podía
intentar consolidar algo que se pareciera a una base
“industrial” con un dólar alto para protegerla. Pero a
medida que esa “industria” atrasada, desigual y
profundamente signada por el capital imperialista lograba
recomponerse un poco y la moneda local se revaluaba, la
necesidad de divisas la frenaba. ¿Cómo? Por la vía de la dependencia
tecnológica: una industria poco orgánica y poco
integrada dependía de los insumos extranjeros para
abastecerse. Pero esos insumos se pagan en dólares. La
creciente demanda de divisas no tiene con qué sostenerse,
porque la industria no exporta sino que sustituye
importaciones, de modo que hay que recurrir al endeudamiento
externo. Cuando el servicio de deuda se hace demasiado pesado
(y el crecimiento industrial se ahoga por falta de insumos),
no queda más remedio que devaluar la moneda y recomenzar el
ciclo.
¿Suena familiar, no? Sobre todo la parte de la
dependencia de insumos para la industria, cuyo déficit
comercial es gigantesco. A eso hay que agregar ahora el déficit
en un insumo más básico todavía, la energía.
Pues bien, los primeros años del ciclo político
kirchnerista, por razones que hemos explicado en muchas
ocasiones, parecieron disipar esa penuria de dólares
con los llamados “superávits gemelos”. De hecho, durante
un buen período sobraron dólares y el Banco Central tenía
que salir a sostener su cotización (por eso crecieron las
reservas del BCRA incluso haciendo sustanciales pagos
externos). Fue aquí que la euforia K tomó una tendencia específica
y limitada de un período, con una explicación bien
circunstanciada, por tendencia epocal, y anunció
(incluso tan tardíamente como 2010) el fin de la restricción
externa.
Pero las leyes de las economías capitalistas periféricas,
en las condiciones de la globalización, son más fuertes. Y
las facturas que se postergaron durante casi un lustro están
exigiendo pronto pago. Es el precio de no haber salido jamás
del esquema económico que signa al país y la región desde
hace décadas, de que no haya habido verdadero despegue
industrial, de que la estructura productiva siga profundamente
extranjerizada, de que la inserción en la economía
mundial, en suma, siga siendo periférica y dependiente de
algunos rubros primarios.
¿Por qué se van los dólares?
La explicación de por qué ya no “sobran dólares”
pasa, en el fondo, porque se agota la capacidad de la
economía argentina de generar acumulación capitalista local
que transforme seriamente el esquema productivo. Y esa
acumulación no tiene lugar por varias razones, en primer
lugar las relaciones de propiedad. Es ridículo y demagógico
suponer que el actual “control de cambios” que persigue a
los pequeños ahorristas, los coleros, el chiquitaje y
especuladores menores va a detener la verdadera sangría de
divisas que sufre el país por dos vías: el giro de
utilidades al exterior que hacen las multinacionales radicadas
aquí y la fuga de divisas a cargo de los capitalistas
argentinos.
Empecemos por las remesas de ganancias. Las compañías
extranjeras representan dos tercios de las 500 empresas más
grandes de la Argentina, el 77% de las exportaciones y el 80%
de las ganancias. Gracias a la ley de inversiones extranjeras
de la dictadura militar, la 21.382 (que el kirchnerismo hasta
ahora no ha tocado), las firmas extranjeras tienen la
posibilidad de repatriar capitales y transferir ganancias
sin límite alguno. Esto significó sólo en 2010 una
salida de 7.000 millones de dólares hacia las casas matrices
imperialistas.
Pudieron hacer eso porque su rentabilidad fue,
entre 2004 y 2009, un 68% superior a la de los 90
(Encuesta de Grandes Empresas del INDEC). Las inversiones
productivas, o directas, de esas empresas, se explicaron en
buena medida por reinversión de utilidades. Y ahora que el
zapato aprieta en todo el mundo, la estrategia de las
multinacionales no es, evidentemente, reinvertir en países
periféricos para colaborar desinteresadamente con su
desarrollo industrial, sino llevarse de acá todas las
utilidades que puedan, con lo que la salida de dólares se
va a agravar. Tan escandaloso es este comportamiento, y tan
evidente es su carácter gravoso para la estructura económica,
que no falta algún kirchnerista que quiera reflotar la ley
20.557 de inversiones extranjeras de 1973, derogada por la
dictadura y que ponía algunas moderadas condiciones al
capital extranjero. Es el caso del ministro de la Producción
de Entre Ríos, Roberto Schunk (BAE, 31–10).
No obstante, la palma del comportamiento anti desarrollo
nacional se la llevan los capitalistas argentinos. Por
un lado, ya vimos que representan una minoría absoluta en
cuanto a generación de capital y de divisas. Pero en lo que
hace a voluntad de inversión, son todavía más
conservadores que las multinacionales.[1] Los empresarios
argentinos prosperan en base a: 1) ventajas competitivas
naturales (el agro y otros commodities); 2) regímenes
especiales de protección (en el origen de Techint y hoy las
autopartistas, que se benefician del esquema privilegiado de
las terminales) ó 3) negocios varios con el Estado y el
gobierno de turno, por derecha, por izquierda o por el centro
(la “burguesía K”, como C. López, Electroingeniería,
etc.). En ausencia de alguno de estos circuitos, el
virtuosismo inversor y la pasión por el país ceden paso a
las cajas de seguridad en la banca local y las cuentas
corrientes en bancos de Suiza, Luxemburgo, las Islas Caimán o
Uruguay.
He aquí el mayor drenaje de dólares y la razón por
la cual la tasa de inversión se clavó desde hace años
en el 23% del PBI: la fuga de divisas. Sólo en 2011 saldrán
del circuito financiero cerca de 15.000 millones de dólares,
y desde 2003 (en verdad, desde 2005, que es cuando volvió la
fuga) se fueron unos 70.000 millones de dólares, es
decir, el 150% de las reservas del BCRA. Y es sabido que los
activos argentinos en el exterior equivalen al total de la
deuda pública y superan holgadamente los 100.000 millones de
dólares. Por supuesto, no en emprendimientos productivos,
sino durmiendo en cuentas bancarias.
Digamos de paso que la creación de un circuito
cambiario paralelo (también típico de los
esquemas “stop and go”) obedece justamente a la demanda,
por parte de capitalistas argentinos, del llamado dólar
“contado con liquidación”. Es decir, una operación que
permite comprar aquí bonos en dólares que se puedan liquidar
(y depositar) en el exterior. Es entre un 10 y un 15% más
caro, pero la platita ya está a buen resguardo de los
“zarpazos del kirchnerismo”.
La “racionalidad” de los capitalistas argentinos
Un ejemplo magnífico de cómo razona y actúa el burgués
argentino típico es el dueño de Enersystem, Eduardo Bocci. No
es un bolichero ni un marginal: se trata del mayor
fabricante de baterías industriales del país. Bocci pidió
al Ministerio de Industria, y a último momento obtuvo,
protección, bajo la forma de licencias no automáticas para
la importación de equipos que competían con los suyos. ¿Qué
hizo inmediatamente después de logrado el favor? ¡Vendió
la empresa a una multinacional estadounidense! Por
supuesto, la operación venía de antes, pero este burgués
“nacional” se lo ocultó al Estado para mejorar un 30%
su precio de venta, que fue de unos 20 millones de dólares.
La maniobra es perfectamente legal y el ex dueño es ahora CEO
de la misma empresa, lo que demuestra que los yanquis no se
ofendieron para nada, aunque el gobierno mostró su malestar
(BAE, 20–10). ¡El capitalista usó el verso
“nacionalista” para que el Estado le dé condiciones que
mejoren su negocio… y lo vende enseguida como el mejor
cipayo!
La burguesía y sus voceros como La Nación justificarían
este tipo de conducta en razón de los malos modales del
gobierno con los inversores y a la “imprevisibilidad” del
kirchnerismo, que hoy le da clases de capitalismo a Obama y mañana
estatiza las AFJPs o algo peor. Es cierto que la burguesía no
se termina de acostumbrar al estilo K, y el gobierno replica
que los burgueses que fugan dólares son malos argentinos y
malos empresarios. Lo primero, quizá, pero lo segundo no.
En el fondo, los burgueses argentinos no hacen mucho más
que lo que pueden hacer en las condiciones del capitalismo
argentino. ¿Por qué van a pensar estratégicamente, si las
reglas del juego son demasiado inestables y dependen demasiado
de la lucha de clases? ¿Por qué van a lanzarse a competir
contra las empresas extranjeras, si tienen demasiados
contraejemplos de que eso conduce a la ruina y de que es mucho
más provechoso asociarse, en términos subordinados, claro
está, o directamente vender? ¿Por qué van a invertir su
capital (sea el escaso acumulado en forma productiva o el no
tan escaso atesorado en divisas en el exterior) en áreas
estratégicas para el país pero de rentabilidad dudosa? ¿Por
qué van a innovar tecnología y arriesgarse si, a diferencia
de Brasil, no da la escala para el mercado interno, y el
mercado externo hay que conquistarlo en condiciones cada vez más
difíciles?
Para que una burguesía argentina hiciera todo eso, habría
que inventarla de nuevo vía una sólida asociación con
el Estado, como ocurriera en el siglo XX en algunos países
asiáticos. Pero ni las condiciones globales ni las locales
dan para eso. Es irónico: el kirchnerismo querría un
capitalismo “serio”, con virtuosos inversores que piensan
el país “en grande” y respetan ciertos criterios
laborales y de interés nacional, pero lo que en realidad
tiene se parece bastante, parafraseando a Cristina, a una
anarcoburguesía…
No hay salida sin nacionalización del comercio exterior y
la banca bajo control de los trabajadores
Como señalamos en otras oportunidades, el esquema
kirchnerista se apoyaba sobre varias patas que hoy cojean.
Y quizá la principal era justamente la abundancia de divisas,
hoy revertida. Sucede que las inversiones extranjeras no
vienen, al menos no en la cantidad suficiente; al revés,
ahora a las compañías multinacionales les interesa remitir dólares.
Los burgueses argentinas no sólo no traen sus cuantiosos
ahorros en paraísos fiscales sino que siguen engordando esas
cuentas bancarias vía la fuga de dólares al contado con
liquidación. Los pagos de deuda, aunque es verdad que son
menos pesados en términos del PBI, siguen siendo una herida
que supura divisas todos los años y no da descanso. El crédito
externo sigue cortado (por algo suena cada vez más fuerte el
arreglo con el Club de París y se recompone la relación con
EE.UU.). Inversiones financieras estilo capital golondrina, a
diferencia de los 90, menos que menos.
Las medidas que tomó el gobierno, en sí mismas, no
sirven de nada. Se puede obligar a mineras y petroleras
que liquiden sus divisas en el país, pero no se puede impedir
que recompren esas mismas divisas y mucho menos que las
remitan a las casas matrices, con lo que el alivio cambiario
es de corto plazo. En cuanto a perseguir con la AFIP a pequeños
ahorristas, coleros y Susana Giménez, su efecto económico es
casi nulo y su efecto político es de lo más irritante.
Los “progres” creen que esto es “control de
cambios” contra los cipayos; los gorilas creen que esto es
un nuevo corralito. Pero ambos se equivocan: se trata de una
medida en el fondo inconducente, cuya principal significación
es mandar un mensaje político: el gobierno tomó nota
de la escasez de divisas y va a hacer algo para enfrentarla,
aunque hasta ahora no hay atisbos de nada serio. Como dijimos,
la verdadera presión sobre el valor del dólar no la
pone la demanda del chiquitaje que quiere preservar el valor
de sus modestos ahorros, sino los capitales nacionales que
fugan divisas (ante su incapacidad para acumular en forma
capitalista fronteras adentro) y los extranjeros que las
remiten legalmente como utilidades a sus casas matrices.
¿Cómo se sale de este atolladero cambiario? La única
forma de no repetir ciclos que hemos visto hasta el hartazgo
en la economía argentina es tomar el toro por las astas y nacionalizar
el comercio exterior. No alcanza con la timorata ley de
inversiones extranjeras de 1973 (aunque Cristina ni siquiera
habla de desempolvarla). Todo dólar que entre o salga del
país debe pasar por la administración, la lupa y la caja del
Estado. Lo mismo puede decirse del sistema bancario
privado, cómplice número uno de las maniobras de los
capitalistas de todas las nacionalidades para engañar y
estafar al fisco y a todo control real. Sin nacionalización
de la banca, el control estatal del comercio exterior puede
convertirse en letra muerta.
Una medida así sería de estricta defensa del interés
de los trabajadores, los jubilados y la inmensa mayoría de la
población que vive de un ingreso no dolarizado. También
defendería el interés de la Nación en su conjunto,
en la medida en que permita reorientar recursos hacia las
actividades y áreas de prioridad para un desarrollo económico
integrado, en vez de la república sojera con ensambladoras de
autos que tenemos hoy. Algo que sólo es posible si el flujo
de divisas queda en manos de la autoridad política, no de
“los mercados”.
Pero eso presenta un nuevo problema: este gobierno 100
por ciento capitalista, que se cansó de rogar, pedir,
reclamar y quejarse a la burguesía en todos los tonos, pero
no ha tomado una sola medida de conjunto contra ella (al
contrario), no puede “disciplinar” jamás a esa misma
burguesía. Esa gente ya ha demostrado que la inflación
actual y la futura que dispararía una devaluación, preservar
la moneda y el ingreso de las mayorías, proponer un modelo de
desarrollo productivo, defender el empleo y un largo etcétera
no les importa un rábano. La garantía de un control estatal efectivo
del comercio exterior y la banca no puede quedar en manos del
kirchnerismo, sino de los trabajadores y sus organizaciones,
que no tienen ninguna complicidad con ningún sector
capitalista, “amigo” o enemigo.
Claro que eso ya no sería “profundizar el modelo”
kirchnerista, sino empezar a plantear las bases de otro, en
una dirección no de “capitalismo serio”, sino de anticapitalismo
y socialismo desde los trabajadores, desde abajo.
Nota:
1. Un estudio serio que demuestra la ausencia de
diferencias sustanciales entre capitales nacionales y
extranjeros en cuanto a su “reticencia inversora” es el de
Daniel Azpiazu y Pablo Manzanelli, “Reinversión de
utilidades y formación de capital en un grupo selecto de
grandes firmas (1998–2009)”, en Realidad Económica
257, febrero 2011.
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