La
tragedia del ferrocarril Sarmiento
Una
radiografía de la Argentina K
Editorial
de Socialismo o Barbarie, periódico, 01/03/2012
El
desastre del miércoles 22 en la estación de Once fue una
catástrofe evitable. La intuición de la mayoría de que
esto es así, es lo que ha despertado una ola
de indignación contra el gobierno como no se veía desde
el 2008. Tragedia que en definitiva, es la representación más
gráfica que pueda ser posible del hecho que tras ocho largos
años de gestión, el
kirchnerismo no ha operado ninguna mejora estructural en las
condiciones en las que funciona el atrasado capitalismo
argentino.
Cuando
Cristina K reaccionó (cinco días después de la masacre), sólo
atinó a decir lo obvio: que el país necesita volver a tener
un sistema ferroviario. Lo que no dijo es, porqué, con ocho años
de gestión encima, no solamente el país no tiene un sistema
ferroviario, sino que en la gestión de ella y su marido,
solamente se acumuló desinversión, irresponsabilidad y vaciamiento en el sistema
ferroviario. Un vaciamiento en el que han sido cómplices
el Estado argentino, todos los gobiernos de las últimas décadas
(incluyendo, claro, a los K), empresarios como los Cirigliano
y otros, y las direcciones sindicales peronistas de la Unión
Ferroviaria y La Fraternidad, estrechamente vinculadas a todos
los negociados de este vaciamiento[1].[1]
Una crisis política
que amenaza ser la más grave desde el 2008
La
tragedia de Once está desatando la crisis más grave en el
gobierno desde el conflicto con el campo en el 2008. Es prácticamente
imposible disimular la responsabilidad del gobierno en el
desastre. La operadora del ex Sarmiento, la familia Cirigliano,
es concesionaria de unos ferrocarriles cuya titularidad sigue
estando en manos del Estado, que es el que debería haber
hecho los controles y garantizar las inversiones. Y no se
trata solamente de esto: el hecho es que los Cirigliano tienen
íntimas relaciones con el kirchnerismo desde la asunción de
Néstor Kirchner en el 2003.
Por
estas mismas razones, tampoco la crisis desatada por la
tragedia es comparable con el caso Cromagnon. En ese caso,
estaba claro que la responsabilidad recaía en el Gobierno de
la Ciudad de Buenos Aires de aquel entonces, Aníbal Ibarra,
el que si bien tenía relaciones con los Kirchner, provenía
de otra “tienda” política, de la Alianza encabezada por
De la Rúa, y, además, repetimos, está claro que la
jurisdicción del siniestro, estaba dentro de la
responsabilidad del Jefe de la Ciudad.
El
caso de Once es completamente distinto.
Y no sólo porque las responsabilidades políticas del
gobierno de Cristina Kirchner son, en este caso, directas.
Es el conjunto de su política en materia de transporte público,
energética, minería, infraestructura e inversiones del
Estado, la que ha quedado en el foco de la ira popular: el
hecho de que estrechos aliados empresariales del gobierno se
comporten como verdaderos “vaciadores” del patrimonio público
(o que debería ser público): de YPF hasta los Cirigliano,
pasando por la Barrick Gold.
Es
este escenario el que ha desatado un
clima de repudio social de masas hacia el gobierno como no
se veía desde hace cuatro años (justo al comienzo de la
primera gestión de Cristina Kirchner); y, en este caso, un
repudio que se procesa, mayormente, por
la izquierda y no por derecha a los K.
Para
colmo, las cosas no auguran que vayan a mejorar para Cristina.
La situación se ha detonado justo cuando el gobierno está
buscando comenzar a implementar un durísimo ajuste económico,
que si lo piensa implementar de forma “administrada”, no
por ello podrá evitar costos
políticos a medida que la población trabajadora vaya
sacando la conclusión de que es ella la llamada a pagar la
crisis.
Ya
el escandaloso aumento del 100% que se autoasignaron los
legisladores en sus dietas (dispuesto por el vicepresidente
Boudou a cargo del Senado) fue foco de repudio popular. Pero
ahora esta tragedia es demasiado.
Y, en semejantes condiciones de malestar popular, tener que
comenzar a aplicar el durísimo ajuste programado, sólo puede
augurar un escenario más problemático todavía: un
2012 con múltiples crisis, duros conflictos sociales y
contradicciones incrementadas (y con eventual corrimiento
de un sector de la población trabajadora genéricamente hacia
la izquierda).
La responsabilidad es
de la empresa y del gobierno K
El
gobierno se ha debilitado y recién comienza del año. Quizás
no deje de ensayar medidas “progresistas” para recuperar
“el calor popular”, pero una cosa está clara: en el mundo
en crisis de hoy, con sus humores sociales cambiantes, el
sacar el 53% puede indicar mucho, pero también poco; en
cualquier punto del camino, el “humor social” puede darse
vuelta, y más todavía cuando los gobiernos capitalistas
(como los K) se ven obligados a tomar medidas antipáticas.
En
todo caso, como dijimos en nuestra declaración sólo horas
después del siniestro, ya ha comenzado la pelea para sacarse
de encima la responsabilidad frente al siniestro. Para los
Cirigliano no caben dudas: la
responsabilidad es del chofer del tren. Estos sátrapas
inescrupulosos, empresarios vaciadores y antiobreros hasta la
médula, es obvio que van a intentar “deslindar sus
responsabilidades” echándole el fardo de la tragedia al
maquinista.
Pero
los Cirigliano no han estado solos en esta faena repugnante.
El Secretario de Transporte Schiavi, usó el doble sentido
cuando dijo que el maquinista tenía una “foja de servicios
impecable” pero “poca experiencia”. Deduzca usted sus
conclusiones, se podría decir. Schiavi no sólo dijo eso:
tuvo el tupé de culpar a los usuarios (en su inmensa mayoría de los sectores
populares[2])
por la magnitud del accidente. Un escándalo que alcanzaría
para que fuera echado del gobierno cinco minutos después (lo
que no ocurrió). Habló de una “cultura bien argentina”
de agolparse en los primeros vagones cuando se está llegando
a la estación terminal. Pareciera como si esa “cultura”
naciera del aire y no de la
necesidad de correr para llegar a los trabajos luego de un
viaje de mala muerte como ganado en ferrocarriles operados por
millonarios vaciadores amigos del poder. Viaje de mala
muerte que, para colmo, ocurre en unos trenes que jamás respetan horario alguno y que son una suerte de “pocilga
andante”, una verdadera mugre como lo sabe cualquiera
que haya viajado en los trenes suburbanos en los últimos años.
Cristina
les pidió a los jueces que se “apuren” en los peritajes
para “establecer las responsabilidades”. Para ella, y a
diferencia de la mitad más uno de los argentinos, las
responsabilidades “no estarían claras”. La primera
maniobra fue intentar que el Estado aparezca como
“damnificado”, pidiendo ser parte querellante. Pero este
mamarracho jurídico parece que no ha pasado y, entonces, para
esquivar el bulto, ahora se esperan los peritajes, donde el
costo más bajo para el gobierno también sería achacarle
el fardo al maquinista.
En
este escenario, no faltan otros actores que quieren patear la
pelota para la tribuna. Nos referimos a Maturana, cabeza del
gremio de los conductores (La Fraternidad). En declaraciones
ridículas, y haciendo un delicado equilibrio dada su
participación en el “negocio” (juegan el papel de
empresarios en determinados ramales de carga o de
subcontratistas de trabajadores), salió también a echarle la
responsabilidad a los “usuarios”: ellos serían los
responsables del accidente por la “presión” que le meten
a los conductores y guardas para que los trenes lleguen a
horario a sus destinos.
En
todo caso, este juego vergonzoso del gobierno, los Cirigliano
y los burócratas sindicales, sólo busca tapar el sol con la
mano: para la mayoría
de la opinión pública es evidente que las responsabilidades
corresponden a TBA y al gobierno kirchnerista, y no hay política
que responda mínimamente al problema que no deba partir de
marcar a fuego esas responsabilidades.
Con los trabajadores
ferroviarios de la ex Sarmiento a la cabeza
Luego
de la catástrofe, se han echado a rodar las más disímiles
interpretaciones. Las mismas no son, evidentemente,
“inocentes”, sino que tienen directa relación con qué
programa poner en marcha para lograr el castigo de los
responsables materiales e intelectuales de la tragedia, y cómo
hacer para recuperar los ferrocarriles de nuestro país.
Como
hemos visto, desde el gobierno y la burocracia de los gremios
ferroviarios, la idea gira alrededor de la responsabilidad del
maquinista, los usuarios, o, como esto aparece demasiado
escandaloso, intervenir la empresa “hasta el informe de los
peritos”, con el objetivo, en todo caso, de hacer
responsable de una manera “recortada” a los Cirigliano,
como si se tratara de un problema “particular” y no
generalizado el del calamitoso estado de todos las líneas
ferroviarias, a comenzar por la responsabilidad del gobierno
en esta situación.
Por
su parte, desde la oposición de derecha, el foco está puesto
en que los ferrocarriles estarían “estatizados” de hecho,
que el país sufriría un “capitalismo de amigos”, que el
problema es que “los subsidios van a salarios demasiados
altos” y explicaciones por el estilo. Obvio que aquí lo que
se pretende es colocar como modelo “alternativo” y
“eficiente”, a la lógica de libre mercado, de más
privatización del servicio, que los privados lo operen
cobrando un pasaje de $ 10 y resuelto el problema: del
“capitalismo de amigos” al libre mercado “impersonal”
cuyo interés sigue siendo la ganancia.
Una
posición completamente distinta es la que ha partido de los
ferroviarios de la ex línea Sarmiento encabezados por el
“Pollo” Sobrero y que tiene que ver con la tercera
variante, independiente, vinculada a un programa desde los
trabajadores. Si bien nos parece que se atrasaron un poco en
largar una convocatoria pública a movilizarse, han planteado
con claridad que la intervención de la ex línea Sarmiento
que acaba de disponer el gobierno, no resuelve ningún
problema, que hay que sacar ya a los Cirigliano y todas las
demás operadoras privadas, y
que la gestión debe pasar directamente a manos de los
trabajadores.
Esta
variante no requiere elevar el boleto ni hacerle pagar a los
trabajadores cifras siderales por el servicio (como ahora se
va a intentar justificar como parte del ajuste económico en
marcha). Por el contrario, plantea que los ferrocarriles los
manejen los que los conocen en profundidad, que son sus
trabajadores, imponiéndose esto mediante el íntegro
financiamiento por parte del Estado no sólo del servicio
actual, sino comenzando de inmediato un plan integral de
inversiones de largo alcance (el que le daría empleo a toda
otra serie de trabajadores vinculados a las industrias que
puedan ser proveedoras). ¿Las fuentes para este
financiamiento estatal? Muy simples: afectando los intereses
de los capitalistas que se han hecho millonarios en la última
década; así se podrían lograr realizar las inversiones
necesarias, al tiempo que brindar un servicio accesible y de
calidad. En resumen, un programa elemental frente a la
tragedia tendría los siguientes ítems:
1)
Indemnización estatal de las víctimas de la tragedia. Por su
organización independiente. Comisión investigadora
independiente.
2)
Cárcel a Cirigliano, Schiavi y demás responsables de la
tragedia.
3)
Que se vayan TBA y demás operadoras privadas del ferrocarril.
Nacionalización bajo administración de los trabajadores del
ex Sarmiento y demás líneas de ferrocarriles suburbanos.
4)
Puesta en marcha de un amplio plan de inversiones bajo el
control de los trabajadores para la recuperación del
ferrocarril con fondos provenientes de impuestos
extraordinarios a los grandes capitales y el no pago de la
deuda externa.
Bajo este programa
llamamos a movilizar masivamente el próximo viernes 2 de
marzo desde Congreso (17 horas).
La
tragedia de Once revela una vez más...
El
vaciamiento del sistema ferroviario argentino
Socialismo
o Barbarie, periódico, 01/03/2012
Las
responsabilidades a las que aludimos tienen una raíz
estructural: los
compromisos compartidos de los tres actores señalados en el
vaciamiento del sistema ferroviario argentino. Es un hecho
que este deterioro tiene décadas, y que el último golpe
mortal a los ferrocarriles se dio bajo el gobierno menemista:
se privatizaron los servicios y se cerraron prácticamente
todos los ramales al interior.
La
lógica de estas medidas estuvo dada por varias razones. Una,
estratégica, fue la opción de favorecer la industria y los
negocios vinculados al autotransporte.
Todo el mundo sabe que este es mucho más costoso y
contaminante que el ferrocarril; no importa, esta
es la opción estratégica que asumió la clase dominante en
los años 90 y que el kirchnerismo ratificó.
Sus
razones, obvias. Por un lado, se benefició enormemente a las
empresas automotrices, del neumático y fabricantes de
carrocerías y camiones; por el otro, se hizo lo propio con
las multimillonarias concesionarias de las rutas argentinas,
que cobran peajes a “troche y moche” con costos muy
inferiores a los ingresos en materia de mantenimiento.
Esta
opción estratégica sólo vino a reforzar varias de las rémoras
estructurales del atrasado capitalismo argentino. La primera
tiene que ver con que, mundialmente, está largamente
establecido que el sistema ferroviario es mucho más productivo (menos costoso) que el autotransporte. Gana en escala y
en costos mucho más reducidos de combustibles. La “cultura
del automóvil” es lo más improductivo que hay; pero el
capitalismo y las automotrices las han alentado por razones
obvias[3].
Y la cuestión es extensible al resto del autotransporte,
claro que guardando las debidas proporciones. Es decir, el
sistema de transporte argentino no tiene ningún equilibrio,
porque prácticamente se han destruido los ferrocarriles; y
esto ha ocurrido en momentos donde, por ejemplo, la mayor inversión de los últimos años en China, es justamente en
materia de ferrocarriles y trenes de alta velocidad.
Dicho
lo anterior, hay que explicar también otros aspectos de esta lógica
de vaciamiento. El primero tiene que ver con los dichos de
Cristina: “el país tiene que volver a tener un sistema de
ferrocarriles”. La pregunta es porqué no los tiene.
Cristina dice, porque “no les alcanzó la plata”. En fin,
dinero tuvieron y a dos manos; en todo caso la discusión es cómo
se utilizaron los fondos. Porque lo que sí es cierto es que
las inversiones ferroviarias, como gran obra de
infraestructura, requiere de un criterio que se llama de “capital
colectivo”: enormes sumas de dinero adelantadas para
hacer inversiones gigantes y que se recuperan con los años.
Históricamente, el
gran “capitalista colectivo” ha sido el Estado, motor
mundial desde el siglo XIX de las inversiones ferroviarias.
Pero el hecho es que el capitalismo neoliberal argentino de
las últimas décadas ha implicado también el vaciamiento del
mismo Estado nacional (y no sólo: el déficit inversor es un
hecho mundial y no sólo argentino).
Lo
anterior no quita, igualmente, que la operación del maltrecho
sistema ferroviario argentino no tenga su “lógica”.
¿Cómo se puede hacer dinero en esas condiciones? ¿Cuál es
la lógica de los Cirigliano y otros operadores? Aquí hay
varios aspectos: el primero es que al hacer negocios con el
Estado y recibir suculentos subsidios, los ingresos están
asegurados. Es tan visible la “lumpenización” del
servicio ferroviario (la irresponsabilidad en su operación),
y como no se cobran prácticamente los boletos, para darse
cuenta que la lógica de estas empresas más que la de la
“ganancia habitual” es, lisa y llanamente, la
del saqueo de las arcas del Estado con la complicidad de los
mismos funcionarios que están al frente del Estado.
No
puede haber otra explicación para el verdadero imperio
empresario montado por esta familia. La misma es dueña no
solamente de TBA, sino de una larga lista de empresas
vinculadas al transporte: el grupo Plaza (el mayor operador de
colectivos en la actualidad), la empresa EMFER (reparación de
vagones ferroviarios), TATSA (fábrica de colectivos de
autotransporte), y un largo etcétera.
Pero
hay un aspecto todavía más profundo vinculado al negocio
ferroviario y su visible estado de abandono: el
negocio de literalmente comerse el capital invertido. El
hecho es que vías, estaciones, vagones y locomotoras tiene
determinado trabajo invertido en producirlas. Claro, con el
tiempo se estropean, requieren ser arregladas o sustituidas
mediante la realización de nuevas inversiones. Es decir,
requieren de la inversión de más trabajo para su operación,
mantenimiento, reemplazo y no hablar de su ampliación.
Sin
embargo, cuando se opera un capital fijo previamente invertido
(sea un ramal ferroviario, o una fábrica, por principio es
igual), pero se hace esto sin poner un peso en mantenimiento e
inversión, lo que ocurre es que surge una suerte de “ganancia adicional” como subproducto de la utilización hasta la
desvalorización total de ese capital fijo que no ha sido
renovado. Se trata de una fuente de “superganancias”
donde al final del ciclo económico, al final de la operación
o del contrato, lo que se entrega, en este caso al Estado
supuesto “dueño” de esos capitales fijos, son
meros despojos.
Y
atención que cuando hablamos de los ferrocarriles, no estamos
hablando de una fábrica de golosinas: ¡se trata que estos
capitalistas chupasangres e irresponsables operan de esta
forma (y en complicidad total con el Estado y el gobierno), un
servicio que transporta diariamente varios millones de
personas! En el caso de la línea ex Sarmiento, la más
“populosa” de los ferrocarriles suburbanos del Gran Buenos
Aires, unos 350.000 pasajeros diarios.
En
fin, la tragedia es un ejemplo más de a dónde conduce la lógica
de la ganancia capitalista; un ejemplo muy gráfico, por si
hacía falta, de que en definitiva, la operación del ferrocarril debe pasar íntegramente a manos de sus
trabajadores, haciéndose cargo el Estado de su íntegro
financiamiento.
Los
estrechos vínculos de los K y el Grupo Cirigliano
“Nada
como ir juntos a la par...”[4]
Por
Nacho Vargas
Socialismo
o Barbarie, periódico, 01/03/2012
La
anunciada masacre ferroviaria ocurrida el pasado miercoles 22
de febrero ha abierto una crisis política en la Argentina
modelo 2012. Las posibles consecuencias políticas y sociales
inscriptas en este verdadero crimen contra el pueblo
trabajador se analizan en nota aparte. En este artículo nos
centraremos en echar luz sobre el entramado de relaciones que
unen al modelo nacional y popular K con los concesionarios de
la ex línea Sarmiento (entre otros negocios), el grupo
empresario regenteado por los hermanos Claudio y Mario
Cirigliano.
El
sueño de la burguesía nacional K
Con
perdón de Pappo, la frase tomada del estribillo de una de sus
populares canciones para el título de esta nota, sintentiza
perfectamente la simbiótica relación que une a los K con los
Cirigliano desde que Néstor entró en la Casa Rosada, allá
por Mayo de 2003. Con su afán de dar forma a una “burguesía
nacional” autóctona que sea capaz de “desarrollar” el
país, los K han adoptado a un selecto grupo de empresarios
como ahijados del poder K. Pueden contarse dentro de este
grupo los siguientes nombres cuyo ascenso ha sido meteórico
en los años K: Lázaro Báez, quien pasó de cajero en un
banco de Santa Cruz a prominente empresario de la construcción
gracias a que “Mi amigo [por Kirchner] me permitió como
empresa local participar en licitaciones"[5];
Cristóbal López, que pasó de regentear un bingo en Chubut a
poseer un emporio de más de 11 casinos y 14 salas de
tragamonedas; y
el otrora chofer Rudy Ulloa quien hoy se desempeña como
jerarca de un multimedios, entre otros. Si bien su origen
difiere de los nombrados anteriormente y sus vínculos con el
poder se remontan a los años 90, los Cirigliano también
forman parte del proyecto de “burguesía nacional” K. El
“sueño K”: garantizar a través del poder político la
participación de empresarios amigos en los negocios con el
Estado, y de esta forma poder desarrollar esa tan deseada
burguesía nacional adicta que sea capaz de impulsar el
desarrollo nacional; a cambio, los K exigen lealtad a su
proyecto político. Todo parece muy lindo, el problema es que
el resultado de esta asociación no es otro que empresarios
chupasangre que se llevan millones, funcionarios que se llenan
los bolsillos con las dádivas recibidas y, desde ya, ningún
tipo de desarrollo ni beneficio para el pueblo, sino más bien
todo lo contrario: atraso, dependencia y, como en el caso de
los ferrocarriles, la muerte.
Néstor
y Cristina continuadores de Carlos
Como
dijimos anteriormente, la asociación del Grupo Cirigliano con
el poder y los negocios con el Estado se produce en la década
de los 90 cuando con el holding Cometrans S.A.[6]
obtienen la explotación del servicio público de pasajeros de
las líneas Sarmiento y Mitre, así como los predios donde
funcionaba la Fábrica Militar San Martín, donde actualmente están montadas las fábricas Emfer S.A.,
de fabricación y mantenimiento de material ferroviario, y TAT
S.A., que se dedica al armado y mantenimiento de colectivos y
buses destinados al transporte público de pasajeros. Estas
adquisiciones se realizaron en el marco del plan de desguace
del ferrocarril encabezado por el gobierno de Carlos Menem,
quien supo inmortalizar la frase “ramal que para, ramal que
cierra”. Cultivando la amistad con el poder de turno y
contando con el auspicio del propio Menem, los Cirigliano
supieron conseguir otros “negocitos”, como ser parte
accionista de Metrovías, empresa concesionaria del subte de
Buenos Aires, la concesión del Metro de Río de Janeiro y la
incorporación a su grupo de varias líneas de colectivos,
construyendo un verdadero emporio del rubro del transporte.
Los
gobiernos cambiaron, pero los Cirigliano siempre se las
arreglaron para ser favorecidos por el poder de turno. “Con
el advenimiento del kirchnerismo, Ricardo Jaime, el primer
secretario de Transporte, los arropó en las oficinas del
Ministerio de Planificación Federal. La emergencia
ferroviaria que había decretado Eduardo Duhalde en 2002 había
habilitado la llave de los subsidios.”[7]
Si
bien, como decíamos antes, no es posible achacar al
kirchnerismo el desguace completo del sistema ferroviario, es
más que evidente que nada han hecho para reconstruirlo.
Cuando comenzó el proceso de privatizaciones en el menemismo,
la Argentina tenía poco más de 30.000 km de vías
operativas, frente a los 7.000 km de hoy, con trenes que
circulaban a un promedio de 80 km por hora, contra los trenes
que pueden circular en esos 7.000 km de vías a un promedio de
5 km por hora debido a la falta de mantenimiento y reparación
que han sufrido a lo largo de estos años. Además, se pasó
de tener 100.000 empleados a los 12.000 que hay hoy en día.
Como denuncia Norberto Rosendo, presidente de la Comisión
Nacional Salvemos al Tren, “en materia ferroviaria, los Kirchner
han profundizado el modelo menemista. Y han hecho todo lo que
estuvo a su alcance para evadir los controles legales o públicos
sobre las acciones de gobierno. El tema de la corrupción se
extendió a todo el sistema con el mecanismo de los
subsidios.”[8]
Si Menem lo hizo, los K no hicieron otra cosa más que ser los
continuadores de su política.
Lo
que sí pertenece a la cosecha propia de los K es el modelo de
gerenciamiento que han implementado en los ramales (San Martín,
Roca, Belgrano Sur) cuyos concesionarios se tornaron
completamente impresentables frente a la sociedad, como el
vaciador compulsivo Sergio Taselli, que usufructuaba la
explotación del Roca. Para estos casos, los Kirchner crearon
en 2005 el engendro de la Unidad de Gestión Operativa
Ferroviaria de Emergencia (UGOFE), manejada por el Estado en
conjunto con las concesionarias de las otras líneas de tren,
a saber, Ferrovías, Metrovías y... sí, adivinó: ¡Trenes
de Buenos Aires! Un buen premio para quienes hicieron bien los
deberes...
Como
si fuera poco el rubro del transporte a nivel nacional, el
Gobierno los contrató como proveedores (entre otras empresas)
de los decodificadores del plan de Televisión Digital
Abierta, un negocio que se estima en 1.500 millones de pesos.
Nacionalización
ya de los ferrocarriles
Para
sumar números que ilustran la realidad del sistema de
transporte argentino, actualmente el gasto total realizado
ronda el 30% del PBI, mientras que en un país desarrollado no
supera el 15%. En materia de transporte ferroviario, sin tener
en cuenta los ferrocarriles metropolitanos, en el resto del país
la participación del ferrocarril no alcanza ni al 10% del
total de las mercaderías y pasajeros transportados. Se
calcula que en los años K solamente el grupo Cirigliano ha
recibido en concepto de subsidios la nada despreciable suma de
$1.120 millones de pesos. Los K han financiado con fondos públicos
las ganancias de los empresarios del sector, permitiendo su
enriquecimiento y expansión a costas del deterioro absoluto
de la red ferroviaria y de un servicio completamente
ineficiente, costoso y, como lo demostró dramáticamente lo
ocurrido en la estación de Once, profundamente inseguro para
los trabajadores y el pueblo.
Para
terminar con los empresarios chupasangre que solo están
interesados en sus ganancias, para acabar con los funcionarios
cómplices del vaciamiento y la desinversión, es necesario
dar un giro completo en la política ferroviaria. Es por eso
que se pone a la orden del día la necesidad de nacionalizar
bajo el control de sus trabajadores y usuarios todo el
servicio del ferrocarril urbano. Es solo bajo lo administración
de los realmente interesados, trabajadores y usuarios, que se
podrá desarrollar un sistema ferroviario orientado a cubrir
las necesidades de los trabajadores y el pueblo.
[4]
“Juntos a la par”, Norberto “Pappo” Napolitano.
[5]
Perfil, 16–02–2010, audio tomado de una entrevista
realizada en el programa radial “Bravo Continental”.
[6]
Consorcio Metropolitano de Transporte S.A.
[7]
La Nación, 23–02–12. Cabe recordar que el ex
secretario de Transporte y Claudio Cirigliano están
procesados por el delito de dádivas, dado que uno de los
dueños de TBA le costeó varios viajes de placer en taxis
aéreos a Jaime. Incluso se está investigando si las
empresas que manejan los hermanos Cirigliano pusieron los
4 millones de dolares que valía el jet privado en el que
se movía Jaime.
[8]
Entrevista realizada por la Agencia de Noticias CNA.
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