La
coyuntura nacional después del temporal
Un
profundo descontento que se cocina a fuego lento
Editorial
de Socialismo o Barbarie, periódico, 12/04/2012
“No tenemos luz ni agua y encima nos roban. A mi
amiga le robaron las chapas del techo de la casa. Nadie nos
dio una solución. No nos atienden en Edesur ni en la
Municipalidad de Quilmes. No tengo agua para tomar ni para bañarme.
Acá hay vecinos que están durmiendo a la intemperie, mucha
gente se quedó sin casa” (Noelia
Soto, La Nación, sábado 7 de abril 2012).
Las
consecuencias del temporal fueron otra vuelta de tuerca en la
caldera del descontento popular que se viene cocinando desde
comienzos del año y que se ha transformando en el factor más
dinámico de la realidad nacional. Tan dramática fue (y es
todavía) la situación en algunas localidades del Gran Buenos
Aires, que aunque de manera dispersa y sin centralización, por
momentos parecieron revivirse imágenes similares al estallido
del 2001.
A
este creciente malestar ya venía contribuyendo la brutal
escalada de los precios, la que tiene ahora un nuevo capítulo
con el sideral aumento de la yerba mate. También contribuyó
la tragedia ferroviaria de Once, que sin embargo, a falta de
un verdadero movimiento popular que motorizara el reclamo,
parece haber quedado en el limbo, maniobras del gobierno
mediante.
Las
circunstancias anteriores, junto con la anunciada política de
“sintonía fina” (ajuste ahora en parte postergado), vienen
siendo las causas centrales de la fuerte caída de la
popularidad del gobierno observada en las últimas semanas.
Este
creciente descontento popular es, sin embargo, sólo el
elemento más destacable de un cuadro de conjunto que explica
ese deterioro. Porque a esos desarrollos se le han sumado un
conjunto de circunstancias, siendo la más relevante últimamente
la crisis política desatada en el gobierno alrededor del escándalo de
tráfico de influencias que se está ventilando en torno al
vicepresidente Boudou. Vicepresidente que, como se acaba de
demostrar, es sostenido a pie juntillas por Cristina, incluso
a costa de “prohombres” del peronismo como el ex
procurador de la Nación y ex ministro del Interior del
gobierno de Cámpora, Esteban Righi.
Sin
embargo, lo anterior no quiere decir que la realidad sea
“lineal” o que estemos a las puertas de “un derrumbe del
gobierno”, como le gusta definir a las corrientes de la
izquierda autoproclamatoria. El
deterioro que se está viviendo es todavía “a fuego
lento”, por así decirlo.
Porque
no deja de ser cierto que estos elementos de crisis que han
golpeado duramente la imagen gubernamental no
acaban todavía de decantar en un salto en calidad en la
situación política. Es que simultáneamente con esa caída
en la popularidad, se está viviendo una suerte de impasse donde esa incipiente crisis gubernamental todavía no
cristaliza en nada categóricamente nuevo, de
ahí que el gobierno mantenga amplios márgenes de maniobra.
Aspecto
fundamental de esto es la ausencia, por el momento, de grandes
luchas de los trabajadores; esto más allá de que existen
importantes peleas en la amplia vanguardia, como son la de los
compañeros de la línea 60, los judiciales bonaerenses o los
docentes de la Capital Federal.
Esta
“mediatización” ocurre sobre la base de que el gobierno
viene intentando reubicarse poniéndole paños fríos al ajuste mediante la agitación
de un discurso “nacionalista” en torno a Malvinas e YPF
(ver artículo en esta edición), así como producto de que,
como es habitual, la burocracia sindical no ha pasado de las
palabras a los hechos: la
cacareada “jornada de lucha” anunciada por Moyano en Plaza
de Mayo para finales de abril acaba de morir sin pena ni
gloria.
Todo
lo anterior nos lleva al próximo 1° de Mayo. El mismo debe
servir para levantar una tribuna unitaria de lucha contra el gobierno K con las banderas de
la independencia de clase y no para la reedición de
iniciativas electoralistas que no sirven para nada más que
para hacer “autobombo” y dejan el terreno expedito al
reformismo.
El temporal como radiografía de la Argentina K
El
reciente temporal, como la tragedia ferroviaria de dos meses
atrás, entregó una nueva radiografía de lo que es la
Argentina capitalista semicolonial del kirchnerismo. Una
Argentina en la cual nada estructural cambió en estos casi
diez años de gestión, salvo el hecho de que los ricos son
mucho más ricos y los trabajadores, aunque tienen más
trabajo (súper explotado), siguen siendo, en definitiva,
igual o más pobres aún. Conclusión: la
Argentina continúa siendo una sociedad dividida entre
explotados y explotadores y los K gobiernan, sin lugar a
dudas, para los primeros.
La
cuestión es que la lluvia y el viento arrasaron
zonas enteras del Gran Buenos Aires y la Capital Federal.
Del sur al norte: Quilmes, Lomas de Zamora, Sarandí,
Avellaneda, la zona sur de la Capital, Ituzaingó, Merlo y
Moreno, y un largo etcétera. Se estima que hasta un millón
de usuarios quedaron sin luz, muchos de ellos simultáneamente
sin agua, una enorme cantidad con sus techos y casas
literalmente destruidos, lo que se agravó por la dramática
remarcación de los precios cuando fueron a los comercios a
recuperar las provisiones perdidas.
Si
es verdad que el temporal fue inusitado (De Vido quiso
escudarse caracterizándolo de “huracán”), no lo es menos
que reveló el extremo deterioro en materia de infraestructura
que arrastra el país, así como las precarias condiciones de
alojamiento a las cuales siguen sometidas millones de familias
de trabajadores a pesar de tanto populismo y cháchara
“progresista”.
En
todo caso, la situación se transformó directamente en odio
ante la increíble tardanza del gobierno y las empresas (Edenor
y Edesur, más las de agua) en responder a la circunstancia.
Cristina, como siempre, jugó
a las escondidas para que la cuestión no tome estado público
nacional; mientras tanto, Scioli en la provincia y Macri en la
Capital, demostraron una diletancia increíble en tomar cartas
en el asunto, casi seguramente de vacaciones por el fin de
semana largo
(como reflejo del carácter de clase de sus gobiernos, había
funcionarios de su gestión en Punta del Este y otros en
Miami).
Lo
propio ocurrió con los intendentes del Gran Buenos Aires, más
preocupados por evitar “desbordes” que por dar respuestas
a la situación, como se pudo observar con Raúl Othacehé en
Merlo, que aun reconociendo que en su municipio había la
friolera de 150.000 afectados, se dedicó a llevar adelante
una escandalosa represión con gases lacrimógenos y balas de
goma contra vecinos que se movilizaban por sus reclamos.
El
hecho cierto es que la situación terminó generando algunas
imágenes similares a las del 2001. Aunque de manera todavía
muy fragmentaria, los vecinos afectados se organizaron,
llevaron adelante cortes de ruta y calles, así como guardias
y fogatas nocturnas en los barrios. Algunos movimientos de
trabajadores desocupados se movilizaron también en las zonas
afectadas y comenzaron negociaciones con las autoridades, configurándose
de conjunto un cuadro de situación que pudo estar más o
menos cerca de un estallido social de ciertas proporciones.
En
todo caso, lo que se observó al menos en los primeros días,
es un gobierno y un Estado completamente de espaldas a las
necesidades creadas por el temporal. Un verdadero escándalo
que se justificó por la circunstancia del feriado largo de
Semana Santa y que un periodista caracterizó agudamente como
la “ausencia del Estado”: “Aunque el tornado no
distinguió clases sociales, la mayor parte de las víctimas
murieron por su condición de pobres: [entre ellas], tres
personas en la Villa 21-24, en el sur porteño; una de Villa
Tranquila, en Avellaneda, y otra en La Matanza, murieron
electrocutadas o aplastadas por las paredes de su propia
casilla. Casi una década
de crecimiento económico no había logrado sacarlas de una
situación de vulnerabilidad no apta para ráfagas de viento
de hasta 120 kilómetros hora” (José Crettaz, La Nación,
9 de abril del 2012).
Pero
si atender a los damnificados no fue el primer reflejo
gubernamental, si lo fue el intentar ocultar la situación,
incluso escondiendo el verdadero número de muertos por la
tragedia. Es evidente que el gobierno montó un verdadero
operativo para evitar que la cuestión se traslade al plano
político nacional o que terminase generando un estallido
social. El dato de que solo en Merlo los muertos
contabilizados llegarían a 20 personas, es una muestra de
esta estafa.
El
gobierno, de la mano del flamante secretario de Seguridad, el
ex carapintada Berni, puso en marcha un doble operativo. Por
un lado diciendo “nosotros no tenemos la culpa” y pidiendo
“paciencia que en poco tiempo se arregla”. Y por el otro
mandando a la Gendarmería y al propio Ejército, que no solo
no hicieron prácticamente nada para socorrer a los
damnificados, sino que junto con la policía de la provincia montaron
un impresionante operativo de seguridad para evitar que las
justas protestas de los afectados crecieran y se extendieran a
más barrios.
Sin
embargo, los piquetes, cortes y protestas continúan al
momento del cierre de esta edición (una semana después del
temporal), sencillamente porque las soluciones no llegan; en
estos días no hubo clases en alrededor de 250 escuelas y
miles de hogares siguen sin luz ni agua ni ayuda.
Desde
nuestro partido repudiamos al gobierno K por la manipulación
de la información, la militarización de los barrios y la mísera
“ayuda” en manos de los punteros corruptos del PJ
bonaerense, nos solidarizamos con los vecinos y familias
trabajadoras que están protestando y apoyamos sin condiciones
todas las medidas de lucha que decidan democráticamente en
las asambleas de los barrios.
Ajuste, giro “nacionalista” y crisis política
Como
señalamos al comienzo de esta nota, luego de la tragedia
ferroviaria el gobierno había tomado nota de que el ajuste,
así como lo había concebido, no
pasaba. Con solo anunciarse las primeras medidas, como las
de la tarjeta SUBE y un próximo aumento en el boleto, el
malestar popular había subido exponencialmente;
lo propio ocurría cuando la población esperaba que le
llegaran los aumentos de los servicios de luz y gas en las
casas. Pero la situación se terminó desbordando con la catástrofe
ferroviaria de Once, donde a pesar de que el gobierno maniobró
para evitar que se desatara una gran movilización popular, a
todo el mundo le quedó clarísimo que la responsabilidad no
era otra que la del propio oficialismo, que convivió con los
hermanos Cirigliano de TBA desde el primer día de gestión y
que no introdujo cambio alguno estructural en el servicio
ferroviario argentino; ¡total,
si los que lo usan son los trabajadores y los pobres y no la
clase media alta y los “yuppies” de La Cámpora!
Sin
embargo, ese conjunto de elementos sonó a modo de alerta:
como señalábamos, la popularidad ya había comenzado a caer,
y en picada, a comienzos de marzo. Así las cosas, el gobierno
giró –en cierto modo– en redondo: archivó en parte el
ajuste, y salió a buscar otros recursos económicos y políticos.
Como ya explicamos en otra edición, mediante un cambio en la
Carta Orgánica del Banco Central se garantizó mayores
recursos para su gestión así sea a costa de las reservas y
mayor inflación. Por otra parte, puso en marcha un giro
“nacionalista” discursivo alrededor de poner sobre la
palestra el reclamo de Malvinas y, en una combinación económico-política,
comenzó a estrechar el cerco sobre Repsol-YPF,
responsabilizada de des-inversión y del déficit energético
del país por cerca de 10.000 millones de dólares anuales
(esto en una Argentina que pocos años atrás tenía
garantizado el autoabastecimiento).
Estas
medidas, y este giro, le han permitido a Cristina mediatizar
un poco las tendencias a la caída de su popularidad, más allá
de que ahora las consecuencias del temporal y el sistemático
aumento de los precios sigan
horadando su figura.
Además,
la novedad de las últimas semanas ha sido la lucha desatada
en el seno del oficialismo por el tráfico de influencias
verificado en torno a la ex Ciccone Calcográfica, empresa que
habitualmente venía siendo la encargada de imprimir los
billetes. Es evidente que esta circunstancia, que amenazaba la
supervivencia de Boudou, terminó desatando una crisis política
a la que se pretende ahora poner “paños fríos” mediante
el apoyo de Cristina al ex hombre de la juventud de la UCD
(partido liberal de los años 80) que se dedicó a tocar la
guitarrita para llegar a la vicepresidencia.
En
todo caso, lo que se está procesando es una experiencia política
difusamente por la izquierda al gobierno, aunque esta
experiencia no termina todavía de cristalizar en algo nuevo.
Esto
por varias razones que van desde el intento de reubicación
gubernamental, pasando por la debilidad de conjunto de la
oposición, pasando por el rol que está comenzando a tener la
centroizquierda de Binner y el michelismo (no hay que dejar de
subrayar el cauto comportamiento del ex gobernador santafecino
en las últimas semanas en beneficio de la
“gobernabilidad”) y llegando hasta el hecho de que la
izquierda independiente sigue siendo de amplia vanguardia,
pero no una referencia de masas (a lo que se suma la
completamente errónea orientación que viene llevando
adelante el FIT).
En
todo caso, la cristalización por la izquierda de estos
sentimientos populares requeriría también de un salto en las
luchas que todavía no se está verificando, así como ofrecer
un canal que no sea un mero frente electoral en un año en el
que no hay elecciones, tal como les planteamos recientemente a
los compañeros del FIT.
[1]
Nos referimos, claro está, al PO y al PTS, los
que a su “auto-ensalzamiento” cotidiano suman rasgos
electoralistas negándose a abrir todo debate sobre las
perspectivas del FIT teniendo por mira sólo las
elecciones del 2013. Volveremos sobre ellos más
abajo.
[2]
Aquí otra distorsión es que parte importante de la
llamada “clase media” eligió vacacionar en el fin de
semana largo en el marco de la promoción de los ingresos
por turismo que lleva adelanta el gobierno; gobierno que
juega concientemente a “dualizar”
la sociedad, en el sentido que habría dos países: uno,
el “oficial” y visible, dónde todo andaría sobre
ruedas, y para quienes, en definitiva, se gobierna; y
otro, el
“paralelo” e invisible a los ojos, dónde habitan los
sectores más pobres y excluidos de los explotados y
oprimidos, los que se usan de “masa de maniobra” para
llenar actos oficialistas, pero son los que sufren de
manera más brutal las consecuencias de esta Argentina
capitalista semicolonial en la que no se observa cambio
sustancial alguno en la distribución de la riqueza.
[3]
Señalemos de paso que el FIT acordó “archivar” todo
debate respecto de un posible “partido unificado”
luego de la crisis que se desatara en su seno semanas atrás.
Ese paso atrás congela al FIT como un mero acuerdo
electoral con el agravante que esto ocurre en un año en
el que no hay elecciones, y cuando es un hecho evidente que no contribuye al avance que está
planteado en dar un canal orgánico para la ruptura de
sectores por la izquierda y menos que menos al desarrollo
de las luchas. Solo
sirve a la autoconstrucción de los respectivos grupos que
lo integran.
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