¿Qué
hay detrás de la cuestión del Tíbet?
Por
Isaac Bigio (*)
El Grano de Arena (blog de ATTAC), 25/03/08
A cinco
meses de las olimpiadas en la República Popular China, esa
potencia se ha visto afectada por dos hechos que pueden
incidir sobre su propia estructura y fronteras. Por un lado
las protestas y disturbios que estallaron en Tíbet el 10 de
Marzo plantean la posibilidad que dicho Territorio Autónomo
redefina su status mientras que hay sectores que quisieran
la independencia o un gobierno influido por el Dalai Lama.
Por otra parte, el 22 de Marzo la República China de Taiwán
tuvo comicios claves donde no prosperó un referendo que
buscaba hacer que este país entre a la ONU separándose de
China y el gobierno que animaba esa tendencia fue
substituido por la oposición que desea, más bien, moverse
en otra dirección: hacia hacer un mercado común y un
bloque con Beijing. En este artículo examinaremos que hay
detrás de la crisis tibetana y del porqué el Partido
comunista Chino no quiere permitir ninguna forma de soberanía
al Tíbet.
El
levantamiento tibetano
La ola de
protestas impulsadas por los monjes tibetanos se desencadenó
tras una marcha de protesta organizada por éstos en Lhasa
para conmemorar el 49 aniversario de la sublevación
tibetana que fue aplastada por las tropas de Mao Tse Tung.
El 14 y 15 de Marzo estalló una ola de saqueos e incendios
organizados por la población étnicamente tibetana contra
los comerciantes chinos (han) y chino-musulmanes (hui).
Fueron atacadas desde mezquitas hasta la sede el diario del
partido comunista. Según fuentes oficiales allí murieron
13 civiles chinos y se echó fuego a más de 200 predios y
50 vehículos.
El 15 de
marzo las tropas chinas tomaron total control de Lhasa. Pese
a que estos disturbios han sido mayores a los últimos que
conoció Tíbet (en 1989, al tiempo en que se dieron los
sucesos de la plaza Tien Nam Men), esta vez, a diferencia de
hace dos décadas, no se ha decretado el estado de sitio,
aunque en los hechos rige algo similar.
Según el
gobierno tibetano en el exilio hay más de 130 muertos,
aunque el único corresponsal occidental allí presente (el
de la revista The Economist) duda de esas cifras. Según su
informe la violencia fue incitada por separatistas tibetanos
que gritaban ‘Tíbet libre’ y ‘Viva el Dalai Lama’ y
ésta se concentró en atacar a los no tibetanos. Hubo una
violencia religiosa de budistas contra los musulmanes (los
hui tienen mucho peso en el comercio local).
Las
protestas se expandieron a otras partes del Tíbet y a otras
zonas con mucha población tibetana pero que están afuera
de la ‘Región Autónoma del Tíbet’ (RAT) en las
adyacentes provincias de Gansu, Sichuan y Qinghai. En
algunas de estas partes, según dicho reporte, la violencia
no fue tan étnicamente centrada como en Lhasa pues atacó símbolos
del Estado.
Para
Beijing estos hechos son responsabilidad de la ‘camarilla
separatista’ del Dalai Lama y buscan provocar al país
justo cuando se prepara para ser el centro de la atención
del mundo al ser el anfitrión de los juegos olímpicos en
Agosto.
El Dalai
Lama afirma que él no anima la violencia, ha puesto a
disposición su cargo si ésta no aminora, y plantea que él
ya no quiere la independencia del Tíbet sino mayor autonomía
dentro de China.
Al momento
no hay ningún país que plantee el boicot a las olimpiadas
chinas, pero si hay un inicio del debate acerca de hacer
ello o, al menos, que los jefes de Estado allí presentes
muestren abiertamente su rechazo a la forma con la que China
‘reprime los derechos humanos’.
El 20 de
junio la flama olímpica que viene siendo traída desde el
Everest debe llegar a Lhasa donde China quiere que se dé
una gran celebración y buscará evitar nuevas protestas que
dañen su imagen ante las olimpiadas.
El
Dalai Lama: ¿el papa del budismo?
China tiene
1, 300,000 habitantes, de los cuales más del 90% son de la
etnia ‘han’ y menos del 0.5% corresponden a los 5 a 6
millones de tibetanos que viven en todo su territorio.
Pese a que
los tibetanos son una gran minoría en la demografía del país,
ellos son la mayoría en el altiplano sudoccidental de la
república, el mismo que comprende un área de unos 2,5
millones de kilómetros cuadrados, un territorio un poco más
grande que el de México y un poco más chico que el de
Argentina.
Los
tibetanos tienen una serie de dialectos muy distintos al de
los chinos. No usan el alfabeto chino sino uno de origen
indio brahmánico. Sin embargo, no son una nación unificada
pues tienen medio centenar de tribus, algunas de ellas con
lenguas que no se entienden bien entre sí mismas.
La mitad
del Tíbet histórico lo conforma la Región Autónoma del Tíbet
(RAT), aunque gran parte de los territorios de las antiguas
zonas tibetanas de Amdo y Kham ahora son parte de provincias
chinas limítrofes como Gansu, Qinghai, Yunnan y Sichuan.
Desde el
Siglo XVI hasta 1959 la principal autoridad en el Tíbet fue
el Dalai Lama, aunque ese país haya conocido distintas
invasiones.
En
Occidente muchos ven al Dalai Lama como una gran autoridad
religiosa. Si bien, él es reverenciado en Tíbet, él no
ocupa un cargo similar en el budismo al que, por ejemplo, el
Papa lo tiene dentro del catolicismo.
Se estima
que en el mundo hay más de 230 millones de budistas,
aunque, si se tomara en cuenta a muchos chinos que no
confiesan abiertamente tener esa fe, ésta podría superar más
de mil millones de fieles. Sin embargo, los budistas están
divididos en muchas escuelas y el Dalai Lama solo es
reconocido como su ‘santidad’ más que por un porcentaje
de los 6 millones de tibetanos que hay en el mundo.
De otra
parte, la introducción del budismo en Tíbet es algo
relativamente no muy antiguo. Buda vivió en India entre los
años 560 y 480 antes de nuestra era y el budismo solo llegó
al Tíbet en los últimos doce siglos de los 26 siglos que
tiene de existencia dicha religión.
La
institución del ‘Dalai Lama’ es aún más reciente.
Data de hace unos seis siglos y fue codificada durante el
imperio mongol a fines del Siglo XVI, cuando para entonces
el cristianismo se adentraba en las Américas. Uno de los
primeros ‘Dalai Lamas’ fue uno de los descendientes del
gran emperador mongol Kublai Khan.
Según la
tradición el Dalai Lama es la reencarnación del
‘bodhisattva’ de la compasión, quien es el patrón del
Tíbet. A diferencia de las otras religiones donde la
jefatura del credo es electa en un consejo de notables o
pasa al más mayor o al hijo del difunto líder religioso,
el Dalai lama se ‘re-encarna’ en otra alma. Por ende el
título es transferido a un bebe que haya nacido en el Tíbet
a poco de su muerte. Los sacerdotes budistas deciden que
menor pasa la prueba para ser reconocido como la
‘re-encarnación’ de su autoridad. El Pachen Lama, la
segunda autoridad religiosa tibetana, es el encargado de dar
con quien va a ser el siguiente Dalai Lama y él, a su vez,
hace lo mismo para decidir quién es la nueva encarnación
de un Pachén Lama difunto.
Esto les da
mucha autoridad a los regentes quienes educan al niño que
va a ser el nuevo ‘Dalai Lama’ y que gobiernan durante
su minoría de edad. Como casi la mitad de los Dalai Lama
han muerto muy jóvenes, sin haber llegado a la mayoría de
edad o apenas debutaban en el cargo (como pasó con todos
los Dalai Lama desde el número 9 al 12) los regentes son
quienes más han gobernado el Tíbet desde el siglo XIX. Hay
muchas conjeturas acerca de que muchos de estos Dalai Lamas
muertos prematuramente fueron envenados o asesinados por
otros monjes en una pugna por el poder.
Mientras
que los líderes de las principales confesiones cristianas,
musulmanas o judías son autoridades esencialmente
espirituales y universales y están distanciadas de ejercer
directamente el poder político, el Dalai Lama es una
autoridad de tipo nacional y también debe tener plenos
poderes. Es un rey-dios cuya corona no ha heredado sino que
ha asumido por que desde bebé se la han concedido quienes
le han enseñado de todo.
La
independencia y la revolución maoísta
En 1895 a
1933 Tíbet fue reinado por el 13’ Dalai Lama, Thubten
Gyatso. Desde el siglo antepasado hasta hoy él ha sido el
único monarca tibetano que ha gobernado a su país por un
periodo que no haya sido muy corto de tiempo.
El primero
se enfrentó a los británicos quienes en 1904 produjeron
varias masacres y entraron a Lhasa y luego a una nueva
ocupación china en 1910-1913. En 1912 cuando cae el
emperador y China deviene en una república él proclamó la
independencia del Tíbet estableciendo su actual bandera.
Tíbet logró
evitar ser un escenario de alguna de las dos guerras
mundiales o ser una colonia. También no fue parte de la
guerra civil china o la de ésta con Japón. Sin embargo,
perdió parte de su territorio histórico. Los británicos
se anexaron zonas tibetanas que hoy son parte de Arunachal
Pradesh en la India. El Dalai Lama perdió el control de
varias de sus zonas que hoy conforman parte de las
provincias chinas de Gansu, Quinghai y Sichuan.
Tanto para
el Partido Nacionalista Chino (Kuo Min Tang), quien hoy
vuelve al poder en Taiwán, como para el Partido Comunista
Chino el Tíbet es parte de China. Ambos partidos nacieron
planteando que este país se reunifique echando a las
potencias extranjeras y acabando con el poder de los señores
de la guerra o caudillos feudales. Los dos grandes partidos
modernos que ha tenido China veían al Tíbet como un
reducto del oscurantismo y del atraso feudal.
Después
que en 1949 Mao gana la guerra civil china y entra a
Beijing, sus tropas marchan hacia el Tíbet. El actual Dalai
Lama, quien apenas había llegado a su cargo en 1950, firma
un tratado con Beijing en el cual él acepta la soberanía
china a cambio de cierta autonomía y que él se mantuviese
en el palacio del poder tibetano (el Potala).
Sin
embargo, no era posible que se diera una forma de
convivencia prolongada entre un partido que propugnaba en
teoría la supresión de las clases y el representante de
una de las teocracias menos modernas del Siglo XX.
Los choques
se acrecientan entre 1956-59 hasta que una rebelión
tibetana es sofocada y el Dalai Lama huye a India donde
establecerá su gobierno en el exilio en McLeod Gang,
Dharamsala, India.
La visión
del Dalai Lama es que su nación fue suprimida por invasores
extranjeros y la del gobierno chino es que éste llevó a
cabo una revolución anti-feudal como las que antes tuvieron
Europa o las Américas.
Según
Beijing la gran mayoría de los tibetanos eran siervos y en
su reforma agraria ellos recibieron las tierras que antes
cultivaban para los aristócratas o el clero tibetanos. Según
el Dalai Lama se inició un ‘genocidio cultural’ en el
cual a los tibetanos se les empezaba a educar en otra
cultura y se hacían llegar inmigrantes de otras tierras de
China.
Es
innegable que muchas personas vinculadas al clero y a la
anterior élite dominante tibetana fueron expropiadas,
condenadas en prisiones o muertas. Para el Dalai Lama ello
equivale a un martirologio nacional, aunque para los
comunistas chinos ello es parte de una ‘guerra de
clases’ en la cual se castigaba a los antiguos
‘explotadores’.
China niega
que existe alguna forma de genocidio, la misma que implica
un asesinato en masa (tal y cual la hicieron los europeos
ante africanos y amerindios, los germanos ante los
‘herreros’ de Namibia, los gitanos o los judíos, los
turcos ante los armenios). Según Beijing el Tíbet ha
cambiado mucho desde que éste fue integrado en 1951 a la
República Popular.
Estas son
sus cifras. Su población se ha casi triplicado (pasó de
1,2 millón a unos 3 millones). De no tener ningún camino
pavimentado ahora tienen 22,500 kilómetros de vías
modernas y en el 2006 se inauguró un billonario tren (el más
alto del mundo) que une a Lhasa con varios de sus distritos
y con Golmud en China, el mismo que será expandido hacia
Shigastse (la segunda ciudad tibetana, en la cual vive el
Pachen Lama y que está en la frontera con Nepal, Bután e
India).
Su producto
bruto ha crecido 30 veces y la actual tasa de crecimiento
anual tibetana es superior a la de China, la cual es la
mayor del mundo. La tasa de mortalidad infantil cayó del
43% al 0.6%. El promedio de vida subió de 35 años a 67 años.
Beijing también reclama que ellos trajeron al Tíbet la
educación secular y unos 25 centros de investigación donde
antes no había nada de ello.
Tíbet
tiene los segundos salarios más altos de China y el aumento
de los ingresos en la población rural y urbana ha ido
creciendo aproximadamente en dos dígitos anuales en lo que
va de este milenio.
Durante la
revolución cultural de 1966 China atacó duramente a muchas
tradiciones tibetanas. Sin embargo, el budismo lamaísta está
allí muy bien encarnado. Aún hay muchos monasterios y la
población es religiosa. Se sigue la costumbre de despedazar
a los muertos para que su carne y huesos sean entregadas a
las buitres. Las creencias en la reencarnación o la
semidivinidad del Dalai Lama siguen desarrollándose.
El propio
Partido Comunista ha debido llegar a hacer una simbiosis con
el clero tibetano habiendo logrado que haya un Pachen Lama
pro-Beijing. Gedhun Choekyi Nyima, a quien el Dalai Lama
escogió como su verdadero Pachen Lama, fue abducido por
Beijing en 1995, cuando apenas tenías tres años de vida y
desde entonces no se sabe su paradero.
Una
estrategia del régimen consistiría en esperar a que el
actual 14’ Dalai Lama, quien ya tiene 72 años, muera y
sea remplazado por una figura que ellos acepten. Un partido
que pregona el ateísmo se quiere dar la autoridad sobre a
quien una religión decide que es su líder re-encarnado.
La
principal crítica que hace el gobierno tibetano en el
exilio es que su país está sometido a una dominación
extranjera, a un genocidio cultural y a que Lhasa tenga hoy
una mitad de su población que no sea tibetana. También
afirman que durante la ‘ocupación china’ murieron más
de un millón de tibetanos, cifra que no es compatible con
las que Beijing tiene. Por otra parte, según el último
censo oficial el 93% de la población de Tíbet es étnicamente
tibetana y solo el 7% proviene de los han, hui y otras
nacionalidades. Mientras el gobierno chino veta que un han
puede tener más de un hijo o hija, esa limitación no estaría
impuesta a los tibetanos.
Según la
web freetibet.org hay más de 150 monjes prisioneros y
torturados desde hace mucho tiempo en las cárceles chinas.
También afirman que el ferrocarril es algo que perjudica al
Tíbet pues permite que a éste lleguen inmigrantes y
soldados chinos, los cuales son un riesgo para que ese país
siga teniendo una mayoría tibetana. También acusan a éste
de ser un peligro para la ecología aunque en el Tíbet no
hay otros rieles y casi no hay humos de fábricas o desechos
industriales.
La
economía tibetana y las rencillas inter-étnicas
Los
comunistas pueden reclamar haber hecho una revolución
democrática y anti-feudal en Tíbet pero han demorado mucho
en hacer lo que hicieron varios países europeos tras echar
a sus monarcas o aristócratas: industrializar.
Tíbet
tiene pocas fábricas y minas. Recién posee un ferrocarril
que le conecta con otras provincias. Su economía se ha
sustentado en la agricultura de subsistencia, aunque
recientemente haya habido un boom del turismo.
No obstante
Tíbet no produce ni exporta muchos productos para el
mercado de China, por no decir del mundo.
Ciertamente
que ahora Beijing va mostrando su interés en Tíbet. La
locomotora de la economía del mundo anda buscando recursos
naturales por todo el globo y esta sabe que en las montañas
tibetanas habría depósitos de zinc, cobre, plomo y otros
metales por valor de unos $US 130 mil millones.
En cierta
manera Tíbet tiene una serie de problemas porque se produce
una lucha entre el antiguo atrasado y la modernización, y
sobre que vías debe tener ésta para desarrollarse.
Pablo Días,
un enviado especial que tuvo el diario ABC en Tíbet,
describe así la situación que él vio en dicho país:
“Los
chinos dirigen los negocios mientras los tibetanos tienen
los empleos peor remunerados, como conductores de triciclos
y barrenderos, o se pasan el día dando vueltas al Barkhor
(un área religiosa en el centro de Lhasa) y rezando
mientras agitan sus inseparables molinillos de oraciones.
Debido a su fuerte religiosidad, decenas de miles de
peregrinos venidos de las partes más remotas del Tíbet
caminan hasta Lhasa, a veces durante años, arrodillándose
cada tres pasos y dejándose caer sobre el suelo, donde
extienden las manos ayudados por unas tablillas de madera.
Así, los Han controlan la Administración, los comercios,
los mejores puestos de trabajo y son los principales
beneficiarios de los hospitales, escuelas, restaurantes y
karaokes que están transformando las ciudades, mientras que
el 80% de los 2,7 millones de tibetanos subsiste a duras
penas de la agricultura y la ganadería.
En el
Barkhor, a cada metro ondea la bandera de China para dejar
bien claro quién manda: las decenas de miles de policías,
soldados y agentes de paisano que con su presencia revelan
que ésta es una zona bajo ocupación militar.
Los chinos
están pavimentando las calles y construyendo sus típicos
edificios de ladrillo visto blanco mientras los tibetanos
viven en casas de adobe en medio de polvorientos caminos de
tierra por donde corren las aguas fecales entre cerdos,
burros, perros y niños descalzos.
Para bien o
para mal, los chinos encarnan el trabajo, el progreso y el
desarrollo, mientras que los tibetanos, una de las
sociedades más atrasadas y piadosas del mundo, siguen
anclados en una teocracia dirigida por el Dalai Lama..”
La pugna
inter-étnica es también una entre un sector anclado en la
agricultura y ganaderías de subsistencia y en la
religiosidad y otro que busca promover el comercio.
Muchos
tibetanos conciben que los chinos quieren mantenerlos a
ellos en el atraso y que ni si quiera les dan el derecho a
tener alguno de ellos liderando a dicha región. Zhang
Qingli, el jefe del partido comunista tibetano es un duro.
El
Dalai Lama ¿el nuevo Mandela o Ghandi?
En 1989 el
Dalai Lama fue condecorado con el Premio Nobel de la Paz. En
Occidente se le busca presentar como el hombre que podría
jugar un rol similar al que Nelson Mandela cumplió en Sudáfrica
o Mahatma Gandhi en India. Esto es, el ser un portavoz de la
no violencia que logra cambiar a un régimen represivo.
Los críticos
del Dalai Lama sostienen que él, a diferencia de Mandela o
Gandhi, no es ni será un demócrata pues cree que el poder
no nace en la voluntad popular sino que él es una expresión
de dios. También mencionan que los Dalai lama regían Tíbet
con un autoritarismo teocrático similar al de monarquías
absolutistas como las que tienen sus vecinos Nepal o Bután
o las tienen varios reinos árabes. Igualmente recuerdan que
el gran maestro occidental que tuvo el actual Dalai Lama fue
el nazi austriaco Henrich Harrer, un miembro de las SS
hitlerianas quien en 1944 escapó de estar preso en la India
británica para refugiarse en los Himalayas. Harrer se
convirtió desde 1946 en uno de los mentores del Dalai Lama
y sus hazañas están consignadas en el libro y el film
‘Siete años en el Tíbet’.
El Dalai
Lama tampoco tiene mayor autoridad sobre el 1,3 mil millones
de chinos ni dentro de la mayoría de los budistas que están
en China, Japón, Corea, Birmania, India, Sri Lanka, etc.
Sin embargo, su peso es importante pues es la única figura
anticomunista que tiene ascendencia entre una población que
domina una importante franja territorial de China
continental.
Tanto Cuba
como Venezuela acusan a EEUU de usar al Dalai Lama para
desestabilizar a China. Para Chávez todo ello es una
orquestación del ‘imperialismo’.
Mientras
tanto en EEUU y sus aliados el Dalai Lama es popular. El
primer ministro británico Gordon Brown le ha de recibir.
Hollywood ha invertido mucho dinero en hacer filmaciones de
apoyo a los sacerdotes tibetanos, uno de ellos presentando a
Brad Pritt como una buena persona, pese a ser un SS que
estuvo ‘siete anos en el Tíbet’. Esto último es algo
inusual en la industria fílmica norteamericana muy
preocupada en siempre atacar a los hitlerianos por el
holocausto y la II Guerra Mundial.
La líder
de la cámara de los representantes norteamericanos Nancy
Pelosi acaba de estar con el Dalai Lama en la sede de su
gobierno en el exilio manifestándole su apoyo.
El Dalai
Lama sostiene que él es una garantía para que no surja aún
un terrorismo tibetano y que las protestas no deriven en una
guerra. También afirma que él rechaza cualquier posible
boicot a la economía o a las olimpiadas de China.
Desde que
en 1979 Deng Xiaoping llegó al poder en China y fue girando
en dirección a hacer que Hong Kong y Macao sean absorbidas
manteniendo su propio economía con la consigna ‘un país,
dos sistemas’, el Dalai Lama se ha ido distanciando de
pedir la independencia y, más bien, plantea mayor autonomía
dentro de China.
Sin
embargo, para Beijing el Dalai lama sigue siendo un
separatista encubierto pues sigue teniendo su propio
‘gobierno en el exilio’ (aunque nadie en la comunidad
internacional le reconoce).
Tanto el
Dalai Lama como Occidente quieren una protesta calculada que
no produzca muchos rebalses y que ponga a Beijing en una
situación incómoda obligándole a tener que hacer algunas
concesiones.
China
y las otras federaciones socialistas
En 1991 se
inició la desintegración de las tres federaciones
multinacionales de repúblicas ‘socialistas’ que había
en Eurasia. Todas las 15 repúblicas de la Unión Soviética,
las 7 de Yugoeslavia y las 2 de Checoeslovaquia terminaron
separándose.
En los dos
primeros casos ello también produjo una serie de guerras y
de graves colapsos económicos.
China ha
logrado evitar ese sendero. Su política de incentivar la
inversión extranjera y el capitalismo locales se ha dado de
la mano con una mano férrea que impide que el monopolio del
poder escape del partido único comunista o que se den
concesiones a las nacionalidades.
Entre China
y las otras tres difuntas federaciones socialistas eurasiáticas
hay diferencias. Una es que China solo tiene 5 regiones autónomas,
23 provincias, 4 municipalidades y 2 regiones especiales
(Hong Kong y Macao). Es decir, no reconoce a ningún
territorio suyo como una república federada, lo que hace el
caso de posible secesión algo menos fuerte.
También
China es étnicamente más homogénea pues el 92% de su
población son han. Las minorías nacionales, sin embargo,
son mayoritarias en todas las zonas fronterizas, las cuales
son menos densamente pobladas y fértiles.
Mientras
que Croacia, Eslovaquia, Lituania y otros componentes de
esas difuntas federaciones europeas orientales tuvieron una
previa existencia como repúblicas independientes modernas,
ninguna de las regiones de China adquirió tal condición.
Los japoneses crearon un estado títere en Manchuria, Tíbet
gozó de ‘independencia’ pero como un Estado atrasado,
aislado y marginal de la diplomacia y de la economía
mundiales, y hubieron distintos señoríos militares.
La China
actual, así como la Alemania y la Italia de mediados del
Siglo XIX, se ha forjado planteando la unificación de sus
antiguos principados, señoríos y componentes en una gran
nación moderna. Los chinos se reconocen como la mayor
lengua del mundo aunque algunos de sus dialectos sean menos
entendibles entre sí que lo que lo son el castellano o el
portugués, quienes han adquirido el status de idiomas
distintos. China tiene, precisamente, un alfabeto ideográfico,
para permitir que personas que no siempre se entiendan al
hablar se entiendan al leer y escribir.
Los pilares
de los dos partidos de poder en las dos Chinas es crear que
China es una sola e indivisible. El unitarismo pan-chino es
una ideología central en un partido que, como el comunista,
se jacta de haber liderado una ‘revolución nacional
anti-feudal’.
Beijing
acepta la existencia de casi 60 nacionalidades y que éstas
tengan delegados propios a la asamblea nacional e incluso
niveles de autonomía local. Sin embargo, ésta no aceptará
mayores autonomías en el Tíbet pues teme que ello
desestabilice a sus fronteras (especialmente en Mongolia
interna y Xinjiang).
Es esta
característica la misma que explica el celo chino también
por evitar que Taiwán entre como tal a la ONU. A pesar que
esa isla es desde 1949 un ente independiente con su propio
sistema, moneda, Estado, FFAA e ideología tan contrapuestos
a los de Beijing.
Taiwán se
mantiene como el único estado importante que hay en el
mundo y que no está en la ONU. Ni si quiera ha logrado
entrar a ésta como antes si lo han logrado las dos
Alemania, Yemen, Corea o Vietnam.
Perspectivas
En
Occidente se describe a China como una potencia que adopta métodos
imperiales para hacer frente a una supuesta colonia. La
mayoría de los medios simpatizan con el Dalai Lama al cual
exponen como una víctima de tanta prepotencia. El es
percibido como un gran pacifista, humanista y protector de
una etnia y de un medio ambiente amenazados.
Una gran
parte de los partidos comunistas tiende a simpatizar con el
gobierno chino a quien ven como una víctima de una
conspiración imperialista que trata de transformar al Tíbet
en una suerte de nuevo Kósovo (algo como una nación
separatista títere de EEUU).
Sin
embargo, hay un creciente número de comunistas ortodoxos
que creen que en China se ha restablecido el capitalismo y
que, por ende, hay que impulsar el levantamiento tibetano
para hacer que este desfase a EEUU y genere una nueva
revolución socialista que barra a la dictadura de la
‘nueva oligarquía roja’.
EEUU y sus
aliados no apuntan hoy a desmembrar a China, pues ello
generaría una desestabilización en la región y crearía
animosidades con su gobierno, cuyo comercio tratan de
impulsar.
No
obstante, la política de Washington y de Londres es la de
mantener las puertas abiertas tanto a Beijing como al Dalai
Lama para buscar aparecer como un puente entre ambos. A fin
de cuenta si el Partido Comunista Chino acepta dialogar y
pactar con el Dalai Lama ello sería saludado como una
medida progresiva en su dirección.
Si bien la
Casa Blanca saluda todas las concesiones que el comunismo
oriental ha hecho al mercado y como Beijing le ayuda en
querer desarmar a Corea del Norte, ésta también quiere
obligarles a que renuncien al monopolio del poder para el
partido único y que den paso a una democracia
multipartidaria. Esta última permitiría la creación de
nuevos partidos legales que tengan un mayor compromiso en
lograr una economía y sistema más abiertos.
El Partido
Comunista de China, más bien, teme que ese camino le pueda
llevar al desastre que tuvo Moscú con la Perestroika, la
misma que, según éste, desató una caja de pandora. Hoy,
mientras Rusia con Putin se aparta del liberalismo
multi-partidista para ir hacia una forma de semi-democracia
con un partido dominante que vaya administrando una
emergente economía de mercado y su transformación en nueva
potencia, China no quiere prestar oídos a los ‘cantos de
sirena’ de Occidente.
Beijing
necesita mostrar mano firme en Tíbet pues debe evitar que
se rebelen sus otras nacionalidades y conjurar la expansión
de nuevos militantes nacionalistas islámicos violentos en
su frontera con Asia central.
Sin
embargo, no podría descartarse que el Dalai Lama obligue a
que Beijing le haga algunas concesiones a cambio que él
garantice que no haya nuevos disturbios, especialmente
cuando la antorcha olímpica llegue a Lhasa o cuando se den
los juegos de Agosto.
La tesis de
aceptar el derecho a la autodeterminación nacional fue
esgrimida por Lenin quien calculaba que la mejor manera de
aislar a sus enemigos era permitir que las nacionalidades
donde éstos eran fuertes pudiesen decidir su propio futuro
y así se creasen lazos con los pueblos de esas etnias.
El planteo
del Partido Comunista Chino de no reconocer cualquier
posible derecho a la autodeterminación del Tíbet o de Taiwán
a la larga trabaja en pro de sus adversarios. Sin embargo, más
teme que si acepta ese principio después no podría
controlar las consecuencias.
Dentro de
la izquierda hay quienes creen que el ‘enemigo
principal’ en China es su régimen, al cual lo perciben
como una tiranía que fomenta el mercado y arma a regímenes
sanguinarios como el de Sudán. Por ello creen positivo
apoyar las protestas organizadas por los monjes, aunque éstos
representen una casta opuesta a los de los trabajadores
industriales que todo marxista reclama defender.
Tíbet
puede ser percibido como un detonador como en 1988 lo fue la
provincia armenia en Azerbaiyán de Nagorno Karabaj. Sus
pedidos para reincorporarse a la república soviética de
Armenia generaron una bola de nieve que a la larga hizo que
estallase el Muro de Berlín, el Pacto de Varsovia y la Unión
Soviética.
Una explosión
tipo Nagorno Karabakh en Tíbet pudiese ramificarse a otras
partes de China. De pasar ello Beijing podría volver a usar
la fuerza total como en Tien Nam Men 1989, iniciarse una
gradual crisis china que podrá conducir a una división de
dicho gigante o también dar paso a protestas laborales que
cuestionen el camino pro-mercado para buscar ir hacia un
cambio de régimen demandando un ‘socialismo
igualitario’ o ‘democrático’.
La sociedad
china ha cambiado desde la rebelión de 1989. Allí ha
venido creciendo una nueva clase de trabajadores asalariados
que, pese a la doctrina comunista, tienen derechos laborales
y sindicales mínimos y que pueden aprovechar la crisis para
plantear sus propias demandas. Igualmente hay decenas de
millones de ‘nuevos ricos’ y una emergente clase media
que puede apuntar a querer tener un sistema de vida y de
mecanismos políticos más cercanos a los que tienen Japón,
Taiwán, Australia o EEUU.
Mientras
tanto Beijing necesita contener el descontento tibetano y
Occidente requiere aprovecharse de ello para buscar ofrecer
sus servicios mediadores con el Dalai Lama a cambio de
conseguir que el Partido Comunista se comprometa a alguna
forma de dar mayor poder político a los sacerdotes budistas
tibetanos o a abrir el sistema política hacia una forma de
multipartidismo.
En cuanto a
las olimpiadas no se ve por el momento ninguna tendencia al
boicot masivo (como si las padecieron las de 1976, 1980 y
1984) pero la principal competencia deportiva mundial será
escenario de una competencia dentro de fuerzas en China y de
las potencias para ver como modificar la política china y
como valerse de protestas como las de Tíbet en su propio
beneficio.
Una vez que
Beijing sabe que el gobierno ‘demo-progresista’ de Taiwán
ha perdido el poder y que no ha prosperado el referendo
pro-ingreso a la ONU se ha eliminado un posible causal de
fuertes conflictos en el estrecho de Formosa. Beijing
necesita llegar a un acuerdo con el nuevo gobierno del Kuo
Min Tang en Taipeh mientras que evite que la crisis tibetana
se le desborde y deba recurrir a una represión
generalizada.
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Isaac Bigio es un analista internacional, graduado en
historia y política económica en la London School of
Economics & Political Sciences (LSE).
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