En
la víspera de los Juegos Olímpicos
La
armonía en juego
Por
Xulio Ríos (*)
Observatorio de la Política China, 29/07/08
De los
Juegos Olímpicos de Beijing lo que resta por saber es, por
este orden, si va a ocurrir algún desgraciado imprevisto
(cosa harto improbable dadas las enormes medidas de
seguridad adoptadas por el gobierno chino), hasta donde
algunos periodistas occidentales van a lograr poner en
aprietos al régimen tratando de evidenciar la persistencia
de limitaciones a la libertad de expresión, y quien se
llevará la palma en el medallero.
Todo lo demás
ha sido, prácticamente, ya descontado, incluido el
perfeccionismo organizador y la brillantez de los espectáculos,
que nadie pone en duda y que, a buen seguro, estarán a la
altura de la majestuosidad de la milenaria cultura china. No
así el macroescenario en el que esta representación se
llevará a cabo, y en el cual, las tensiones siguen
presentes, pese a los esfuerzos del tándem Hu Jintao-Wen
Jiabao, por mantener bajo control la situación general. La
necesidad de ofrecer al mundo una imagen de cohesión y
estabilidad aconsejarían un aparcamiento de las tensiones y
un maquillaje de los problemas, hasta donde se pueda, pero
no resulta fácil.
Presidir la
inauguración de los Juegos Olímpicos será, para Hu
Jintao, un motivo de gran satisfacción. También para la
inmensa mayoría de la sociedad china que, se identifique o
no con el régimen, anhela convertir este evento, el
acontecimiento de mayor impacto global, en una expresión
sincera de entendimiento con el exterior y de culminación
de los numerosos y grandes esfuerzos llevados a cabo en las
últimas décadas, que han permitido a China superar su
tradicional aislamiento. Si la política de reforma y
apertura iniciada hace 30 años va camino de reencontrar a
China con sus tradiciones políticas y culturales más
notorias, sin duda, la organización de los Juegos en
Beijing induce a completar ese proceso con una afirmación,
explícita y rotunda, de su voluntad de integrarse en la
sociedad internacional contemporánea. Y justo es reconocer
que China, pese a los desacuerdos que subsisten en numerosas
materias, proyecta una evolución globalmente positiva.
Los Juegos
se llevarán a cabo en un contexto marcado por cierta
reducción del ritmo de crecimiento (10,4% en el primer
semestre del año) y del superávit comercial con el
exterior, circunstancias que el gobierno atribuye a los
positivos efectos de su política de control macroeconómico,
orientada a evitar el sobrecalentamiento de la economía. No
obstante, el objetivo oficial de crecimiento para este año
es del 8%. Por otra parte, el principal problema sigue
siendo la inflación, situada en torno al 8% y muy alejada
también del objetivo gubernamental del 4,8%. La crisis
mundial, el alza de los precios del petróleo y otras
materias primas, etc., inciden en las dificultades de
control de este indicador, ya que debe buena parte del alza
a circunstancias externas que el propio gobierno chino no
puede controlar. En lo social, el incremento de los precios
en artículos básicos (desde la alimentación a la
vivienda) está generando episodios de malestar que, por
otra parte, estimula el aumento del consumo y de la demanda
interna, lo que podría ayudar a compensar la previsible
reducción de la demanda exterior.
En el orden
político, la multiplicación de disturbios en varias
provincias (Guizhou, Yunnan, Guangdong o Zhejiang) que
presentan como denominador común el recurso a la violencia
ante la incredulidad social respecto a la imparcialidad de
las autoridades en el manejo de asuntos incluso de pequeña
entidad, deja entrever el mayor desafío que afrontan Hu
Jintao y el PCCh: el aumento de la decepción respecto a la
capacidad del PCCh para regenerarse a sí mismo y acabar con
la corrupción. Hu, con su retórica neoconfuciana, ha hecho
causa del “gobierno de la virtud” como marca de su
mandato, ha insistido en la defensa de la moralidad como
valor ético esencial para garantizar un buen gobierno,
cercano a las preocupaciones de la ciudadanía, y también
por ello ha impulsado un esfuerzo en inversiones sociales
orientado a mitigar las profundas desigualdades existentes y
a corregir los desequilibrios en cuanto al acceso a
servicios básicos. Pero seis años después de iniciado su
mandato, los cambios reales se hacen esperar.
La armonía,
actual palabra de orden del PCCh, está en juego. La
Olimpiada, exaltando de nuevo el patriotismo, puede abrir un
paréntesis en estas tensiones, pero ni mucho menos
desaparecerán de la agenda. Todo ello hace pensar que se
avecina un otoño complicando y caliente, en el cual Hu
Jintao deberá pasar a la ofensiva para afrontar dichos
desafíos con medidas innovadoras que abran paso a mayores
dosis de transparencia y de democracia, vacunas esenciales
para lograr un mínimo de efectividad de su discurso. De lo
contrario, una grave crisis, inseparable del cambio de
modelo de crecimiento pero con una profunda dimensión
social, pudiera estar acechando las puertas de Zhonanghai.
(*)
Xulio Ríos es director del Observatorio de la Política
China (Casa Asia-IGADI)
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