Los
Juegos Olímpicos de Pekín
Presentando
el Estado Policial 2.0
Por Naomi Klein
Huffington
Post, 07/08/08
Tlaxcala, 12/08/08
Traducido
por Ángel Ferrero
Hasta
el momento, los Juegos Olímpicos se han convertido en una
invitación abierta para cargar contra China, la excusa
perfecta para que los periodistas vayan detrás de los rojos
en todo, desde la censura en Internet a Darfur. Sin embargo,
a pesar de todas las historias desagradables que corren, el
gobierno chino ha permanecido sorprendentemente impertérrito.
Y ello porque apuesta que nada más empiece la ceremonia de
apertura el viernes, instantáneamente os olvidaréis de
todo lo desagradable que hayan hecho, a medida que vuestro
cerebro se vaya llenando del gran espectáculo político–cultural–atlético
que son los Juegos Olímpicos de Pekín.
Os
guste o no, vais a quedar sobrecogidos por el formidable
espectáculo chino.
Los
juegos han sido anunciados como la "fiesta de
presentación" de China al mundo. Pero son algo más
significativo que eso. Estos Juegos Olímpicos son la fiesta
de presentación de un método perturbadoramente eficiente
de organizar la sociedad, uno que China ha estado
perfeccionando desde hace tres décadas, y que finalmente
está preparado para presentar al mundo. Es un potente híbrido
de las más poderosas herramientas políticas del comunismo
autoritario –planificación central, represión
despiadada, vigilancia permanente– enfocado a la consecución
de los objetivos del capitalismo global. Hay quien lo llama
"capitalismo autoritario", otros,
"estalinismo de mercado". Yo prefiero llamarlo
"McComunismo".
Los
Juegos Olímpicos de Pekín son, por sí mismos, la expresión
perfecta de este sistema híbrido. Con proezas
extraordinarias, propias de un gobierno autoritario, el
estado chino ha estado construyendo deslumbrantes estadios,
carreteras y vías ferreas, todo ello en un tiempo récord.
Ha arrasado vecindarios completos, adornado las calles con
árboles y flores y, gracias a la campaña "contra el
escupir", limpiado las aceras de saliva. El Partido
Comunista Chino incluso ha intentado convertir sus cielos de
grises en azules, ordenando a la industria pesada el cese de
la producción durante un mes, en una especie de huelga
general por orden gubernamental.
Y
como mensaje para aquellos que se salgan de la línea del
partido durante los juegos –activistas tibetanos,
defensores de los derechos humanos, bloggers
descontentos–, cientos de ellos han sido arrojados a las cárceles
durante los últimos meses. Cualquiera que aún albergue
planes protesta será descubierto sin duda por alguna de las
300.000 cámaras de vigilancia de Pekín y rápidamente
pescado por un policía, de los cuales, según se informa,
100.000 están en misión especial por las Olimpiadas.
El
objetivo de toda esta planificación central y espionaje no
es celebrar la gloria del comunismo, se llame como se llame
el partido que gobierna China. El objetivo es crear la última
colonia consumista para las tarjetas de crédito VISA, las
zapatillas deportivas Adidas, los teléfonos móviles China
Mobile, los happy meals de McDonald's, la cerveza Tsingtao y
el servicio de mensajería UPS, por mencionar solamente unos
cuantos de los patrocinadores oficiales de los Juegos Olímpicos.
Pero el mercado más puntero de todos ellos es el de la
vigilancia misma. A diferencia de los estados policiales de
Europa oriental y de la Unión Soviética, China ha
construido un estado policial 2.0., una entidad enteramente
orientada al beneficio que es la última frontera del
complejo del capitalismo del desastre (Disaster Capitalism
Complex).
Las
corporaciones chinas financiadas por los fondos de inversión
libre estadounidenses, así como algunas de las más
poderosas corporaciones norteamericanas –Cisco, General
Electric, Honeywell, Google– han estado trabajando codo
con codo con el gobierno chino para hacer que este momento
fuera posible: conectando en red las cámaras de televisión
de circuito cerrado que escudriñan a los ciudadanos desde
cada farola, construyendo el "Gran Firewall" [1]
que permite la monitorización remota por Internet y diseñando
motores de búsqueda auto–censurados.
Se
calcula que el año que viene el mercado de la seguridad
interna china moverá una cantidad superior a los 33 mil
millones de dólares. Muchas de las principales empresas
chinas del sector han llevado sus productos a los mercados
estadounidenses y los han hecho públicos, con la esperanza
de que, en tiempos de inestabilidad, las inversiones en
materia de seguridad y defensa sean contempladas como una
apuesta segura. La China Information Security Technology
[empresa estatal china para la tecnología de seguridad de
la información], por ejemplo, aparece en el índice NASDAQ
[National Association of Securities Dealers Automated
Quotation System – bolsa de valores electrónica y
automatizada], y la China Security and Surveillance [empresa
estatal china para la seguridad y la vigilancia] en la NYSE
[New York Stock Exchange – Bolsa de Nueva York]. Una
camarilla de propietarios de fondos de origen estadounidense
ha sido la que ha permitido introducir estas operaciones en
bolsa en el país, invirtiendo más de 150 millones de dólares
en los últimos dos años. Los réditos han sido
espectaculares: entre octubre del 2006 y octubre del 2007,
las acciones de la China Security and Surveillance subieron
un 306%.
Una
parte considerable del despilfarro del gobierno chino en cámaras
y en todo tipo de equipos de vigilancia ha tenido lugar bajo
el pretexto de la "seguridad olímpica". ¿Pero cuánto
se necesita realmente para mantener la seguridad de un
acontecimiento deportivo? El precio ha sido calculado en la
pasmosa cifra de 12 mil millones de dólares. Para que nos
hagamos una idea: Salt Lake City, que acogió los Juegos Olímpicos
de Invierno cinco meses antes del 11 de septiembre, gastó
315 millones de dólares para mantener la seguridad de los
juegos y Atenas gastó cerca de 1'5 mil millones de dólares
en el 2004. Muchos grupos defensores de los derechos humanos
han señalado que la escalada securitaria de China ha
cruzado las fronteras de Pekín y que ahora existen 660
ciudades designadas como "seguras" en todo el país,
municipios que han sido seleccionados para recibir cámaras
de vigilancia y equipo de espionaje. Y, por supuesto, todo
el equipo ha sido comprado en nombre de la seguridad olímpica:
escáneres del iris ocular, "robots
anti–disturbios" y software de reconocimiento facial
permanecerán en China mucho después de que los Juegos
hayan terminado, preparados para ser empleados contra los
obreros y campesinos en huelga.
Lo
que los Juegos Olímpicos han proporcionado a las compañías
occidentales es una noticia agradable con la que encubrir
sus espeluznantes operaciones. Desde la masacre de la Plaza
de Tiananmen en 1989, se ha prohibido a las compañías
estadounidenses vender equipamiento policial y tecnología a
China, pues los legisladores temían que fuera empleado de
nuevo contra manifestantes pacíficos. Pero en los días
previos a los Juegos Olímpicos se ha hecho caso omiso de la
ley cuando, en nombre de la seguridad de los atletas y de
los VIPs (incluyendo a George W. Bush), no se le ha denegado
ningún juguete nuevo al estado chino.
Hay
una ironía amarga en todo ello. Cuando se le concedieron a
Pekín los Juegos Olímpicos hace siete años, la teoría
era que el escrutinio internacional al que se sometería
forzaría al gobierno chino a garantizar más derechos y
libertades a su pueblo. En cambio, lo que los Juegos Olímpicos
han hecho es abrir la puerta trasera a la mejora de sus
sistemas de control y represión de la población. ¿Se
acuerdan de cuando las compañías occidentales afirmaban
que haciendo negocios con China lo que estaban en realidad
haciendo era difundir la libertad y la democracia? Ahora
estamos viendo justamente lo contrario: la inversión en
equipos de vigilancia y censura está ayudando a Pekín a
reprimir activamente a una nueva generación de activistas
mucho antes de que siquiera tengan la oportunidad de entrar
en contacto entre ellos y establecer finalmente un
movimiento de masas.
Los
números de esta tendencia son escalofriantes. En abril del
2007, los oficiales de 13 provincias se reunieron para
realizar un informe y evaluar cómo estaban funcionando sus
nuevas medidas de seguridad. En la provincia de Jiangsu, en
la cual, según el South China Morning Post, se estaba
empleando "la inteligencia artificial para extender y
mejorar el sistema de monitorización existente", el número
de protestas y disturbios "descendió un 44% en el último
año." En la provincia de Zhejiang, donde se habían
instalado nuevos sistemas de vigilancia, descendieron un
30%. En Shaanxi, los "incidentes de masas"
–nombre en clave para las protestas– descendieron un 27%
en un año. Dong Lei, el diputado de la provincia por el
partido, atribuyó los resultados a la enorme inversión en
cámaras de seguridad en toda la provincia. "Nuestro
objetivo es conseguir una capacidad de monitorización las
24 horas del día, todas las estaciones del año", dijo
a los asistentes.
Los
activistas en China se encuentran bajo una intensa presión,
incapaces de funcionar incluso a los limitados niveles en
que lo hacían hace un año. Los cafés–internet están
llenos de cámaras de video–vigilancia, y la navegación
por Internet está cuidadosamente vigilada. En las oficinas
de un grupo de derechos laborales de Hong Kong, me encontré
con el conocido disidente chino Jun Tao. Había acabado de
abandonar la península ante el continuo acoso policial.
Tras décadas de luchar por la democracia y los derechos
humanos, dijo que las nuevas tecnologías de vigilancia hacían
"imposible funcionar como hasta ahora veníamos
haciendo en China."
Resulta
fácil ver los peligros de un estado de vigilancia de alta
tecnología en la lejana China, cuando las consecuencias
para gente como Jun son tan especialmente graves. Lo que
resulta más difícil es ver esos mismos peligros cuando
estas tecnologías se infiltran en la vida diaria a través
de la red de cámaras de circuito cerrado de televisión en
las calles estadounidenses, las tarjetas biométricas
"para un embarque rápido" en los aeropuertos y
los operativos de vigilancia de correos electrónicos y
llamadas telefónicas. Para el sector global de la seguridad
doméstica, China es más que un mercado: es un salón de
muestras. En Pekín, donde el poder del estado es absoluto y
las libertades civiles inexistentes, las tecnologías de
vigilancia fabricadas en los EE.UU. pueden llevarse hasta el
límite.
La
primera prueba comienza hoy: ¿Puede China, a pesar del
enorme malestar que late bajo la superficie, celebrar unos
JJ.OO. "armoniosos"? Si la respuesta es
definitivamente que sí, como muchas de las otras cosas
hechas en China, entonces es que el Estado Policial 2.0 está
listo para su exportación.
Nota
del traductor:
1.–
Juego de palabras entre Great Wall ["Gran Muralla
[china]"] y Firewall ["cortafuegos", programa
de seguridad de Internet].
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