El Partido y el campesinado en China
¿El fin del romance?
Por Walden Bello (*)
Focus
on the global south / CEPRID, marzo 2009
Los politólogos han descrito en ocasiones la revolución china como el
producto de una alianza entre los intelectuales de clase
media y el campesinado. En su revisión de la teoría
marxista, Mao Zedong transformó al campesinado, clase desdeñada
por Marx, en la "fuerza principal" de esta
revolución antifeudal y antiimperialista. Aplicada en la práctica
por el Partido Comunista, esta reformulación demostró ser
la clave del triunfo comunista de 1949.
Pero la relación entre el Partido Comunista de China (PCC) y el campesinado
chino nunca fue sencilla. De hecho, podría describirse
mejor como una relación tumultuosa.
Una
visión desgastada
La visión que le valió al Partido Comunista el apoyo de millones de
campesinos —aquella que hablaba de un campo donde la
tierra de los terratenientes sería cultivada por millones
de pequeños agricultores propietarios–siguió siendo
precisamente eso: nada más que una visión. La transformación
agraria dirigida por el partido adoptó la forma de la
requisición del superávit de grano para cumplir la política
de Mao de priorizar a la industria. Los campesinos vieron
como se recortaban aún más sus libertades cuando a
mediados de la década de 1950 se colectivizó la producción.
Luego, durante el Gran Salto hacia adelante de 1958 a 1961, el partido hacinó
a los campesinos en comunas (más de 26.000 en toda China)
en las que su vida se transformó en una noria en torno al
trabajo pesado, persiguiendo así estimular la producción y
una requisición más efectiva del superávit por encima de
las necesidades de supervivencia de los campesinos para
sostener la campaña de superindustrialización de Mao.
En su fascinante biografía "Mao: the Unknown Story" (New York:
Random House, 2005), Jung Chang y Jon Halliday describen a
los cuadros del partido que realizaban la micro–gestión
de la producción, manteniendo a los campesinos
"encerrados en sus poblados" para impedirles
"robar" su propia cosecha.
Después del desastre en el que se sumió este experimento social que
determinó la muerte de unos 30 millones de personas –en
su mayoría campesinos–a causa de la desnutrición y el
hambre, la balanza de la lucha por el superávit se inclinó
hacia el campesinado. Se bajaron las metas de requisición,
y como destacan Chang y Halliday: "En muchos lugares se
permitió a los campesinos arrendar tierras de la comuna, lo
que les permitió volver a ser agricultores individuales.
Esto mitigó el hambre y motivó la productividad".
El
campesinado y la gran revolución cultural proletaria
Los especialistas en la China rural tienen opiniones encontradas sobre el
impacto que produjo sobre el campesinado el siguiente gran
evento, la Revolución Cultural. Para
Chen Guidi y Wu Chantao, autores de "Will the Boat Sink
the Water? (New York: Public Affairs, 2006), una crónica conmovedora del sufrimiento
campesino bajo el dominio del partido, la Revolución
Cultural fue un "desastre" para el campesinado:
"Un campesino podía ser acusado de ‘optar por la vía
capitalista’ si en su casa había dos pollos o si plantaba
algunas verduras para vender en el mercado". En
contraste, para Roderick MacFarquhar y Michael Schoenhals,
la Revolución Cultural, que comenzó de lleno en 1966,
significó un alivio para el campesinado. Debido a la
autodestrucción que implicó para el partido la purga
realizada por Mao de los "seguidores del
capitalismo" enquistados en todos los niveles del
partido, la capacidad de las autoridades de requisar grano
se vio debilitada. Como describen en su trabajo magistral
"Mao’s Last Revolution" (Cambridge: Harvard
University Press, 2006):
"El deseo secreto de muchos campesinos era que los dejaran en paz, y
cuando los recaudadores de impuestos del Estado dejaron de
presentarse a tiempo y en gran número por estar ocupados en
luchas internas, los campesinos estaban satisfechos. En
algunas zonas de la China rural, ese subproducto no
deliberado de una burocracia estatal disfuncional fue
aclamado como un fenómeno nuevo y muy importante. En el
condado de Shehong, en Sechuán, a los campesinos se les
dijo que "la Revolución Cultural significa que ya no
habrá que entregar más grano al Estado!".
Sacudidos por la lucha entre facciones, los agentes del partido y el
gobierno no podían cobrar los impuestos a tiempo ni en su
totalidad. En realidad, en las "dos regiones
subprovinciales de Suzhou y Zhenjiang, en Jiangsu, los
impuestos agrícolas equivalentes a 200 millones de jin [100
millones de kilos] de grano simplemente nunca se cobraron.
La situación fue similar en las regiones subprovinciales de
Enshi y Xiangyang, en Hubei, donde no se cobraron los
impuestos equivalentes a unos 60 millones de jin".
No resulta para nada sorprendente entonces que la producción aumentara
durante toda la Revolución Cultural de 214 millones de
toneladas en 1966 a 286 millones de toneladas en 1976. Con
los problemas de cobranza y transporte, el aumento de la
producción no benefició a las ciudades sino que fue
absorbido por los hogares campesinos. Pero el aumento de la
producción no fue la única consecuencia del afloje de la
mano de hierro del partido. Los años de la Revolución
Cultural vieron, en algunas zonas de la China rural,
"un resurgimiento de la agricultura familiar, que
preferían los campesinos. En la prefectura de Yibin, en
Sechuán, 8.355 de 49.349 equipos de producción pasaron
hacia fines de 1969 a redistribuir tierras a hogares
individuales, subcontratando la producción a los hogares
individuales..., permitiendo así que los intereses privados
‘tomarán el control de la economía colectiva’".
La época
dorada
El cambio en la correlación de fuerzas a favor de los campesinos pareció
consolidarse con las reformas iniciadas por Deng Xiaoping
después de la muerte de Mao en 1976. Los campesinos querían
el fin de las comunas y Deng y sus reformadores los
complacieron introduciendo el "sistema de
responsabilidad familiar por contrato". Según este
sistema, cada familia recibía una parcela de tierra para
cultivar. De lo producido, la familia podía quedarse con lo
que quedara después de venderle al Estado una porción fija
a un precio fijado por el Estado, o pagando simplemente en
su defecto un impuesto en efectivo. El resto lo podía
consumir o vender en el mercado.
Existe consenso entre los especialistas de China de que ésta fue la época
dorada del campesinado. Ese sentimiento de grandes
expectativas es evocado por Chen Guidi y Wu Chuntao en su
informe sobre los conflictos agrarios en la provincial de
Anhui:
"Cuando finalmente la Revolución Cultural se estancó después de la
muerte de Mao en 1976, se intentó aplicar el sistema de
contrato familiar en la provincia de Anhui y resultó ser
todo un éxito. Desapareció el letargo de los años
anteriores. Era común ver a tres generaciones de una
familia trabajando juntas en el marco de uno de esos
contratos, en busca de una vida mejor. La reforma aumentó
en 15 por ciento el ingreso per capita entre los años 1978
y 1984. Fueron los años de la recuperación".
Se ha caracterizado a la reforma rural como una reforma
"explosiva", cuyas consecuencias se hicieron
sentir en toda la economía. El superávit generado por la
reforma, destaca Minxin Pei en su ensayo "China’s
Trapped Transition: the Limits of Developmental Autocracy (Cambridge:
Harvard University Press, 2006) "permitió a los
gobiernos rurales invertir en nuevas actividades
industriales, lo que eventualmente se convirtió en una
fuente esencial de finanzas públicas".
Después de estudiar las transformaciones económicas de Taiwán, resulta
imposible obviar las similitudes entre el período de la
reforma de 1978–84 y la década de 1950 en Taiwán, donde
la reforma agraria radical transformó y consolidó a los
agricultores arrendatarios en una próspera clase de pequeños
agricultores propietarios, cuya demanda de implementos agrícolas
y otros productos manufacturados disparó y sostuvo la
temprana industrialización de la isla por medio de la
sustitución de las importaciones.
El
gran retroceso
Pero al igual que en Taiwán, la época dorada del campesinado llegó a su
fin y la causa fue idéntica: la adopción de una estrategia
de industrialización centrada en la ciudad y orientada a la
exportación, fundada en la integración rápida a la economía
capitalista mundial. Esta estrategia, promulgada en el XII
Congreso Nacional del Partido en 1984, básicamente significó
la construcción de la economía industrial urbana sobre
"los hombros de los campesinos", como afirman Chen
y Wu. La acumulación primitiva de capital adoptó
principalmente la forma de la requisición del superávit
campesino a través del cobro de impuestos altos. Y como en
el Gran Salto hacia adelante, la maquinaria del partido en
el campo jugó el papel de supervisor de la nueva
estrategia.
Esta estrategia de desarrollo orientada hacia el desarrollo industrial
urbano tuvo severas consecuencias. El ingreso campesino, que
había crecido a un ritmo del 15,2% anual entre 1978 y 1984,
cayó a un 2,8% por año entre 1986 a 1991. Hubo cierta
recuperación a principios de la década de 1990 pero la última
parte de la década se vio marcada por el estancamiento del
ingreso rural. En contraposición a lo anterior, en el año
2000, el ingreso urbano (que ya era más alto que el
campesino a mediados de los años ochenta), era en promedio
seis veces más alto que el ingreso campesino.
Las razones clave del estancamiento del ingreso rural fueron los costos cada
vez más altos de los insumos agrícolas, la caída de los
precios de los productos agrícolas y el aumento de los
impuestos, factores todos que actuaron transfiriendo
ingresos del campo a la ciudad. Pero el principal mecanismo
para la extracción de superávit del campesinado fue el
incremento de los impuestos. En 1991 el Estado central
cobraba impuestos sobre 149 rubros de productos agrícolas,
pero esto resultó ser una parte de una tajada mucho mayor,
ya que los estamentos inferiores del gobierno comenzaron a
cobrar sus propios impuestos, gravámenes y cargos.
Actualmente, las diversas capas del gobierno rural imponen
un total de 269 tipos de tributos, además de toda suerte de
gastos administrativos a menudo fijados de manera
arbitraria.
Si bien se supone que los impuestos y gravámenes no debían superar el
cinco por ciento del ingreso de los agricultores, el monto
real probablemente fuera mucho más alto, al punto que según
algunos estudios del Ministerio de Agricultura, la carga
impositiva que sobrellevaban los campesinos era tres veces
superior al límite oficial, es decir del 15 por ciento.
Ese incremento de los impuestos quizás podría haber sido soportable para
los campesinos si hubieran recibido algo a cambio, como
mejoras en la salud y la educación públicas y más
infraestructura agrícola. Ante la ausencia de beneficios
tangibles, para los campesinos sus ingresos estaban
subsidiando lo que Chen y Wu describen como "el
crecimiento monstruoso de la burocracia y la metástasis del
número de funcionarios" que no parecían tener otra
función que sacarles cada vez más.
Aparte de verse obligados a pagar precios más altos por los insumos, de
cobrar precios menores por sus mercancías y de pagar
impuestos más altos, los campesinos también pagaron de
otras maneras el costo de la orientación industrialista de
la estrategia económica. Según "China: the Balance
Sheet" (Centro de Estudios Estratégicos e
Internacionales y el Institute of International Economics:
Washington, DC, 2006), "40 millones de campesinos han
sido forzados a dejar sus tierras para construir carreteras,
aeropuertos, represas, fábricas y otras inversiones públicas
y privadas, a los que se agregan dos millones más que serán
desplazados cada año".
La
amenaza de la liberalización del comercio
Pero el impacto de todas estas fuerzas puede resultar incluso insignificante
en contraste con el compromiso efectuado por China de
eliminar los cupos o cuotas agrícolas y reducir los
aranceles al ingresar a la Organización Mundial del
Comercio (OMC). Estos compromisos fueron, como lo destaca
"China: the Balance Sheet", de gran magnitud:
"El desafío de administrar el sector agrícola se ha multiplicado en
virtud de los compromisos asumidos por la China en materia
de agricultura en la OMC, que son mucho mayores que los de
otros países en desarrollo y que en ciertos aspectos
superan los de países de altos ingresos. El gobierno chino
ha aceptado reducir aranceles e implantar otras políticas
que amplían significativamente el acceso a los mercados;
aceptó restricciones estrictas al uso de subsidios agrícolas;
y prometió eliminar todos los subsidios a la exportación
agrícola –compromisos que superan los que hicieran otros
participantes en las negociaciones de la Ronda Uruguay que
llevaron a la creación de la OMC".
El acuerdo de la OMC refleja las prioridades actuales de China. Si la
dirección del partido ha optado por poner en riesgo grandes
segmentos de su agricultura como el sector sojero y
algodonero, es porque el partido desea abrir o mantener
abiertos los mercados mundiales para sus exportaciones
industriales. Las consecuencias sociales de este toma todavía
no se han hecho sentir del todo, pero es probable que haya
favorecido la drástica desaceleración del ritmo de reducción
de la pobreza durante el período de 2000 a 2004.
¿Los nuevos señores supremos?
La corrupción, que se multiplicó entre los cuadros del partido en el clima
de "hacerse rico es glorioso" de la era post–Mao,
contribuyó a empeorar la relación ya de por sí volátil
entre los campesinos y el partido, y cuando se vio a los
funcionarios locales del partido apoyar o mimar a elementos
mafiosos –muchos de ellos a su vez miembros del
partido–aumentó el enojo de los campesinos contra
aquellos a quienes parecían considerar ahora como sus
nuevos señores feudales. El libro de Chan y Wu es una sombría
crónica de esta transformación del partido de cuadros
dedicados y respetados a una auténtica clase gobernante
rural que actúa como dueña y señora de los campesinos.
Vale la pena citar en su totalidad su descripción de cómo
esta clase ejerce uno de sus "privilegios":
"La verdad es que el vasto campo chino se ha convertido en el paraíso
de los glotones. Como una nube de langostas, los
funcionarios con sus apetitos a cuestas descienden al campo
y con una inventiva sin fin despliegan mil excusas para
comer y beber: cenas para inspectores, cenas para
conferencias, cenas para la mitigación de la pobreza rural;
cene si se puede dar el lujo y si no puede también; cene a
crédito, cene con un préstamo, celebre cenas desde que
empieza el año hasta que termina, desde el amanecer hasta
que caiga el día; disfrute de una cena cuando asume un
cargo y también cuando lo deja".
"Un proverbio popular sobre la costumbre de comer y beber a expensas de
los fondos públicos dice: ‘No se gana nada con no comer,
porque es gratis. Entonces ¿por qué no comer?’ Comer
gratis se ha convertido en un signo de estatus, en un
indicador de posición social. La calidad de una cena puede
determinar la aprobación de un proyecto, el éxito de una
transacción o encaminar un ascenso. Se ha convertido en
parte de la cultura política".
Ante el predominio de ese tipo de prácticas, no es para nada sorprendente
que se hayan multiplicado las protestas. De las 8.700 que el
Ministerio de Seguridad denominó en 1993 como
"incidentes grupales masivos" se pasó a 87.000 en
2005, y la mayoría de estas manifestaciones ocurrieron en
el campo. Además, la participación en estos incidentes
viene aumentando: de 10 personas o menos en promedio a
mediados de los años 1990 se pasó a 52 por incidente en
2004.
Una forma de protesta muy extendida es la resistencia a pagar los impuestos.
Minxin Pei de la organización Carnegie Endowment for
International Peace afirma que en Xinjiang en 2001, según
los informes, la resistencia a pagar los impuestos era una
práctica frecuente en el 40 por ciento de los poblados
estudiados. En ese mismo estudio, cerca del 70 por ciento de
los cuadros del partido en esos poblados afirmó que el
cobro de los impuestos era la tarea más difícil. Como
demuestran Chen y Wu, es común el uso de la policía para
obligar a los campesinos a pagar. Y en muchas zonas, los
funcionarios del partido, según Pei, "reclutaban
matones como agentes de cobro. Esta práctica ha tenido como
consecuencia el encarcelamiento ilegal, la tortura y la
muerte de campesinos que no podían pagar".
¿Podrá el PCC recuperar la confianza del campesinado? Las relaciones entre
el partido y los campesinos hoy atraviesan quizá su peor
momento. A lo largo de su turbulenta relación de 75 años,
el partido siempre ha logrado recuperarse y volver a ganar
la confianza del campesinado después de la aplicación de
políticas desastrosas como el Gran Salto hacia adelante y
la Revolución Cultural. ¿Tendrá acaso la suficiente
flexibilidad para volver a lograrlo?
Emulando la antigua tradición de apelar al centro imperial para detener los
abusos de los señores locales, los campesinos han enviado
delegaciones a Beijing para presentar sus quejas contra las
autoridades locales. Pero las respuestas positivas desde el
centro, que se traducen en el procesamiento de los cuadros
corruptos y la detención de las prácticas abusivas, son
erráticas y poco sistemáticas. Hay gente en el partido,
como se desprende del relato de Chen and Wu, que se preocupa
por los campesinos y que quiebra una lanza por ellos. El
problema es que la inercia, la corrupción, la burocracia y
la indiferencia atentan contra toda reforma interna seria
del partido.
¿Es posible una renovación ideológica que pueda revitalizar la vieja
relación? Al deshacerse de su visión socialista –aun
cuando mantiene la retórica socialista– el partido ha
debido construir una ideología alternativa de legitimación
para la era de desarrollo capitalista rápido. Esto se
plasma en una visión que Dennis Lynch describe en su libro
"Rising China and Asian Democratization" (Stanford:
Stanford University Press, 2006) como un "retorno a la
grandeza nacional liderado por el PCC", fundado en el
logro y ejercicio de un "poder nacional general" y
la "refocalización de la civilización china".
Las nuevas clases medias urbanas en expansión que se han
beneficiado del desarrollo con énfasis urbano y orientado a
la exportación predominante en las dos últimas décadas se
han inclinado a apoyar esta visión. Sin embargo, no es muy
probable que esta ideología resulte atractuva para los
campesinos, los trabajadores migratorios y los trabajadores
despedidos de las empresas estatales que han sido los que
han pagdo los costos de la industrialización acelerada de
la China.
¿Qué pasa con las elecciones en los poblados tan pregonadas? Ni siquiera
el más duro de los críticos de China puede negar que en
las elecciones de los poblados, introducidasen la década de
1980, hay cada vez más competencia. No se debe menospreciar
el papel que puede jugar la democratización rural, por más
limitada que resulte actualmente, en la revitalización de
la relación entre el partido y el campesinado. Pero si bien
las elecciones han permitido a los pobladores rurales cierta
medida de control sobre el gobierno local, las mismas han
sido manipuladas con demasiada frecuencia por el partido y
los funcionarios del gobierno. Además, el PCC ha bloqueado
la realización de elecciones más allá del ámbito local
de poblado, de forma tal que el partido continúa llenando
las oficinas gubernamentales municipales y nacionales con
sus propios cuadros.
En la búsqueda de una "salida" para la actual situación trabada,
Chen y Wu citan las opiniones de Yu Jianrong, un destacado
especialista rural del Centro de Investigación Agrícola de
la Universidad Central de China: "La solución de Yu es
convocar a los campesinos a formar su propia organización y
reemplazar la burocracia local actual por un autogobierno de
los campesinos. Para Yu, sólo una red de organizaciones
campesinas podría representar verdaderamente los intereses
y necesidades de los campesinos y comunicarlas
ordenadamente, y evitar y mitigar las confrontacion y los
conflictos".
La solución de Yu puede parecer utópica, pero refleja efectivamente las
perspectivas aparentemente muy sombrías de mejoramiento de
la relación entre el partido y el campesinado. Esto coloca
un gran signo de interrogación sobre el futuro de China, a
pesar de las altas tasas de crecimiento del país que
ascienden a los dos dígitos. Es una de las ironías más
grandes de la historia contemporánea que el Partido
Comunista de China, tras haber llevado al pueblo chino a la
victoria contra el imperialismo y de haber producido lo que
sin duda es un milagro económico, se encuentre hoy tan
alejado de quienes eran su soporte primario y posiblemente
el más importante, a raíz de las secuelas de su decisión
estratégica de cabalgar a lomos del capitalismo mundial
globalizado, reteniendo al mismo tiempo el control
autoritario del poder. Pocos analistas consideran al
campesinado descontento como una amenaza seria para el
gobierno del partido a corto y mediano plazo, pero la falta
de legitimidad ante un segmento tan grande de la población
sólo puede producir en última instancia consecuencias
desastrosas.
(*)
Walden Bello es profesor de sociología en la Universidad de
Filipinas y director ejecutivo de Focus on the Global South,
un instituto con sede en Bangkok. Este ensayo fue preparado
originalmente para el Nautilus Institute for Security and
Sustainable Development.
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