La
última crisis tailandesa se cierra en falso
Por
Txente Rekondo (*)
La
Haine, 15/04/09
La
polarización que se acrecienta en Tailandia estaría
rompiendo la imagen de destino idílico y de sociedad armónica
que se tenía de aquel país. Las protestas protagonizadas
por los llamados “camisas rojas”, la reacción del ejército
y sus aliados y sobre todo la permanente presencia tras el
telón de la poderosa monarquía tailandesa, muestran una
realidad que lejos de obedecer a los tópicos anteriores, se
asemeja a una situación de permanente crisis institucional,
política y social, cuyas repercusiones finales todavía no
se pueden anticipar.
Tailandia
ha estado dirigida y controlada por una alianza de fuerzas
que se resisten a permitir cualquier cambio o democratización
del país. Los generales “ultra–monárquicos”, junto a
una judicatura conservadora, los burócratas y empresarios,
así como buena parte de las clases medias urbanas, son el
soporte de este sistema presidido por una monarquía que
prefiere quedar en un segundo plano, pero que es en
definitiva quien ha tejido ese compleja red de aliados, al
tiempo que se ha rodeado de una imagen idílica y de
“absoluta adoración”.
Los
falsos estereotipos son otra característica de Tailandia.
Durante mucho tiempo se ha querido ocultar las profundas
divisiones sociales y políticas que se dan en el país asiático.
Por lo general, se ha pretendido ocultar las mismas con
falsos mitos como “la permanente sonrisa (falso sinónimo
de felicidad) de sus gentes, la importancia del budismo como
eje de una sociedad armónica, una sociedad pacífica y una
unidad nacional irrefutable (ocultando aquí también la difícil
situación que viven las minorías, o las protestas de los
musulmanes del sur del país).
Sin
embargo, los acontecimientos de estos últimos años han
roto en buena medida esa falsa realidad, y ahora podemos ver
cómo ni el pueblo está tan unido ni sus actuaciones son
tan pacíficas. Además, las recientes protestas han
contribuido a tirar por tierra toda un aserie de tabúes que
imperaban en aquella realidad.
La
cruda realidad tailandesa que se oculta tras los catálogos
turísticos nos presenta una país dominado por la
mencionada alianza de “patricios” que se han preocupado
de perpetuar su propia ley en su beneficio, y no dudando en
intervenir (el ejército y el rey) de diferentes formas y
maneras (golpes de estado, maniobras de todo tipo) para
asegurarse que cualquier cambio democrático no altere su
privilegiada posición, permitiendo ciertas mejoras, pero
siempre bajo el prisma de “un mediocre paternalismo”,
con la monarquía protegida por “una arcaica ley y un
sistema amañado” en esa dirección.
Las
constantes maniobras de la élite política y social han ido
acrecentando la represión ante las demandas populares de
cambio, sobre todo a partir del 2006, lo que ha derivado en
cierta medida en la actual crisis que ha ocupado las calles
del país.
Las
movilizaciones de los llamados “camisas rojas” son, en
cierta medida, el fruto de esa impotencia popular a la
sucesión de arbitrariedades e imposiciones de la clase
dirigente. Los lemas que se han escuchado estos días en las
calles tailandesas reflejan esas demandas, “somos el
pueblo, luchamos por la democracia, contra las clases
dirigentes”.
Este
movimiento que algunos quieren presentar como de apoyo a la
controvertida figura del antiguo primer ministro Thaksin
Shinawatra, va más allá de ese supuesto soporte político.
Si bien es cierto que bajo el mandato de Thaksin los
sectores más desfavorecidos recibieron por primera vez
atención a sus demandas y lograron cambios importantes, la
controvertida figura del citado político no es el eje
central que uniría a este movimiento.
La
sensación que su voto servía para algo, y que su
participación política y electoral podría por fin
reportarle los beneficios y parte de la justicia que durante
décadas han venido demandando sería el motor de estas
movilizaciones y de esos amplios sectores de la sociedad
tailandesa marginados durante tanto tiempo por un sistema
creado para defender los intereses de las clases dominantes
y excluir a los más desfavorecidos y pobres de Tailandia.
Los
principales actores han ido mostrando estos días con
bastante claridad sus cartas. El primer ministro, Abhisit
Vejjajiva, a pesar de haber evitado un baño de sangre, ha
sido incapaz de cumplir su promesa de reconciliar a la
dividida sociedad tailandesa, y además, ha aumentado el
rechazo popular a la forma de elección que le aupó al
puesto que ocupa.
Mientras
que la policía ha sido claramente ninguneada y ha perdido
casi toda su autoridad ante la sociedad, el ejército
tailandés ha mostrado su posicionamiento y su actitud de
doble rasero ante el pueblo tailandés. Si su pasividad y
colaboración en las movilizaciones pasadas protagonizadas
por los llamados “camisas amarillas”, los sectores que
pretenden seguir controlando el país, fue la tónica
general en el pasado, en esta ocasión no han tardado en
actuar contra los manifestantes. Las pobres excusas
manifestadas por sus oficiales (la suspensión del la cumbre
de la ASEAN y la pérdida económica que las protestas
acarrearían), son insignificantes si se hubiesen aplicado
los mismo parámetros durante las ocupaciones de aeropuertos
y calles por parte de las fuerzas monárquicas en los meses
anteriores (que produjeron grandes pérdidas económicas y
de puestos de trabajo).
Por
su parte, la alianza amarilla no oculta sus pretensiones, y
por boca de uno de sus dirigentes no ha dudado en señalar
su deseo de mantener los privilegios, y de acceder a un
parlamento donde el 70% del mismo sea nombrado por ellos, ya
que según ese mismo dirigente, “la democracia
representativa no es viable para Tailandia”.
También
Thaksin Shinawatra habría estando moviendo fichas estos días.
Algunas fuentes apuntan a que estaría buscando un acuerdo
con los dirigentes actuales para recuperar su fortuna,
bloqueada por las autoridades tailandesas, y todo ello a
cambio de abandonar cualquier participación en la vida política
del país. Esas mismas fuentes señalan la posible función
mediadora de alguna figura europea de segundo orden.
Otro
punto a tener en cuenta en el futuro lo encontramos en torno
a la monarquía tailandesa. Esta es un mecanismo oscuro y
complejo que controla a través de múltiples redes el país,
al tiempo que logra transmitir una imagen de “absoluta
adoración” popular, Sin embargo las cosas parecen haber
cambiando y el debate que se asoma puede trastocar
seriamente los deseos de la monarquía tailandesa.
En
todas las movilizaciones anteriores (los movimientos
estudiantiles de los setenta, las manifestaciones anti–
militares de 1992, y las más recientes de los “camisas
amarillas”) han estado presididas por retratos del rey.
Sin embargo, tras las movilizaciones de esta semana parece
haberse abierto un nuevo debate, y la ausencia de retratitos
de la monarquía pueden reflejar un punto de inflexión en
el debate político de Tailandia.
El
aumento del rechazo a un sistema dirigido y controlado por
una monarquía caduca y por sus aliados, y que en definitiva
ha sido el obstáculo para las demandas democráticas de
buena parte de la población tailandesa, puede ser el germen
para la articulación de un movimiento que puede incluso
recoger algunas de las demandas que en su día desarrollaron
los movimientos estudiantiles y el propio Partido Comunista
de Tailandia.
El
final de la monarquía (la sucesión del actual monarca, de
81 años, es otro factor importante) y de la aristocracia
dominante pueden ser los ejes centrales de las próximas
protestas que sin duda alguna aflorarán en este país asiático.
Las divisiones entre zonas rurales y urbanas, entre pobres y
ricos, tienen ahora otras más, entre los partidarios y los
detractores de la monarquía.
Las
pancartas que se han visto en las calles tailandesa estos días,
“no somos siervos, somos ciudadanos”, “estamos en el
siglo XXI, no en la Edad Media” o “Todos los tailandeses
somos iguales bajo una misma ley”, son un claro indicativo
de lo que puede centrar el debate tailandés en el futuro.
(*)
Txente Rekondo es analista del Gabinete Vasco de Análisis
Internacional (GAIN).
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