La
izquierda en India y su autopista hacia el infierno
Por
Alberto Cruz
CEPRID,
01/06/07
Las
elecciones en India han supuesto un descalabro para la
izquierda institucional. De 61 escaños con que contaba el
Frente Democrático de Izquierda (FDI) ha pasado a 23,
muchos menos de los 39–43 que indicaban unas encuestas que
ya venían anunciando una importante caída en el voto
popular sin que hubiese rectificación alguna por parte de
la dirigencia del Frente, empecinado en “crecer” a costa
de una alianza con otros partidos de corte regionalista y étnico
con ideologías cuando menos difusas puesto que alguno de
ellos no ha tenido escrúpulos a la hora de aliarse con el
Congreso Nacional Indio o con el derechista Partido del
Pueblo (Bharatiya Janata) cuando lo ha estimado conveniente.
El argumento era que mantener la postura del FDI sin otras
alianzas sería equivalente a un suicidio político en
aquellas zonas de India donde las organizaciones de
izquierda son débiles.
El
tiro les ha salido por la culata a los promotores de esta
estrategia electoral y les ha estallado en la cara. En las
elecciones anteriores, 2004, el FDI se presentó en 69
distritos (de un total de 602 en que está dividido
administrativamente el país) y consiguió esos 61 escaños.
Es decir, prácticamente hizo un pleno. No ha sido así en
esta ocasión: se ha presentado en 82 distritos gracias a
esa alianza en el denominado Tercer Frente y ha bajado hasta
los 24 escaños. De ellos, 16 han sido conseguidos por el
Partido Comunista de India (marxista) –antes contaba con
44–, cuatro por el Partido Comunista de India –antes tenía
10– y los otros dos por sus coaligados del Partido
Socialista Revolucionario y el Frente de Avanzada. Ninguno
para sus otros coaligados en ese Tercer Frente.
El
Partido Comunista de India (marxista), fuerza hegemónica
del FDI, ha emitido una declaración pública en la que dice
que la disminución de voto ha sido “marginal” puesto
que el partido ha obtenido un porcentaje del 5’33% y eso
es “ligeramente inferior al 5’66% logrado en las
elecciones de 2004” (1). Curiosa forma de justificar unos
pésimos resultados, máxime teniendo en cuenta que el índice
de participación fue algo inferior a los comicios
anteriores –como consecuencia del boicot proclamado por
los naxalitas– y que desde el gobierno se había
incentivado una “campaña del miedo” tras los atentados
de Mumbai en noviembre de 2008. No obstante, el PCI
(marxista) reconoce que ha sufrido “serios reveses” en
Bengala Occidental y Kerala, los dos estados que viene
gobernando con mayoría absoluta desde hace décadas y
muestra su “profunda preocupación” por un hecho sin
precedentes puesto que en estos dos estados ha perdido nada
más y nada menos que 25 escaños que ahora han ido a parar
a manos del Congreso Trinamool (una escisión del Congreso
Nacional Indio), en el caso de Bengala, y a formaciones
locales, aunque también y por primera vez en muchos años,
ha conseguido escaños a su costa el derechista Bharatiya
Janata.
La
autocrítica no es el fuerte de la izquierda institucional
india. Lo cierto es que debería sentir algo más que una
“profunda preocupación” por los resultados en estos dos
estados puesto que la participación electoral ha sido mayor
que la que hubo en 2004 (en Bengala Occidental ha votado el
80’67% frente al 78’04% en las elecciones anteriores y
en Kerala ha sido del 73’35% frente al 71’45% anterior,
mientras que la media en toda India ha sido del 58%), por lo
que el voto de castigo al FI es evidente. Aunque en India,
como en otras partes del mundo, no se vota de la misma
manera en unas elecciones generales y en unas locales, la
derrota sufrida por la izquierda institucional anuncia la más
que posible pérdida de la mayoría absoluta con que cuenta
en estos dos estados, emblemáticos hasta ahora no sólo
para la izquierda institucional de India sino para las
organizaciones de la izquierda institucional del exterior y,
especialmente, de Asia.
Bengala,
con 80 millones de habitantes, tiene gobierno comunista
desde 1977 y el FDI consiguió en las últimas elecciones
locales un total de 235 escaños de los 294 con que cuenta
la Asamblea (Parlamento). Kerala, 32 millones de habitantes,
fue donde por primera vez los comunistas indios formaron
gobierno en 1957 tras ganar las elecciones y desde entonces
han gobernado intermitentemente hasta que en 1996
consiguieron la mayoría absoluta, revalidando esa victoria
en las posteriores citas electorales; de los 140 escaños
del parlamento del estado de Kerala el FDI controla 82. Las
próximas elecciones locales son dentro de dos años y mucho
tiene que cambiar el PCI (marxista) para que sea capaz de
mantenerse en el poder en estos dos estados de una manera
tan holgada.
La
industrialización y los “imperativos del desarrollo”
La
izquierda institucional de India está construyendo una
autopista hacia el infierno desde que en marzo de 2007 el
gobierno de Bengala Occidental apostase por la represión
–14 muertos– de los movimientos populares que se oponían
a la instalación de una Zona Económica Especial en
Nandigram (2). La postura inicial del PCI (marxista) fue
acusar a los campesinos de negarse a aceptar el acuerdo que
proponía el gobierno de Bengala y defender la ZEE como un
“imperativo del desarrollo”. Esa ZEE no era cualquier
cosa, sino la puerta de entrada de la multinacional
indonesia Salim, un grupo económico con capital de la
corrupta familia del general Suharto.
Los
comunistas indios se ponían a la cola de las pretensiones
gubernamentales de crear 339 Zonas Económicas Especiales en
toda India que, gracias a las desgravaciones fiscales que
hacen que las empresas no paguen ningún impuesto, gozan de
ventajas fiscales y económicas para favorecer la
productividad y donde se puede eludir la legislación normal
del país en materia laboral, sindical y ambiental con el
objetivo de atraer inversores locales y extranjeros. Los
sindicatos han manifestado en reiteradas ocasiones que las
ZEE eliminan históricas conquistas sociales del movimiento
obrero indio y la resistencia a su puesta en funcionamiento
es grande. En un país donde el 90% de los trabajadores
dependen de la economía informal, el renunciar al ejercicio
de los derechos sindicales (como ha establecido el gobierno
en las ZEE) significa más precariedad, más injusticia y más
violencia. De hecho, la sindicación de los trabajadores si
bien no está prohibida de derecho, sí lo está de hecho en
estas ZEE puesto que los empresarios no contratan a quien
esté afiliado a un sindicato. La actitud hostil de los
empresarios hacia los trabajadores sindicalizados se ha
radicalizado desde que a comienzos de la década de 1990 el
gobierno del Congreso Nacional Indio iniciase su política
de privatizaciones y desmantelamiento del sector público al
amparo de la política económica neoliberal.
En
estos momentos en India hay ya 40 ZEE en funcionamiento y la
izquierda parlamentaria no quiso quedarse atrás en la campaña
por la “industrialización” del país. En Kerala el
Frente de Izquierda puso en marcha un programa experimental,
presentado como una alternativa a las ZEE, que permitía a
las empresas radicadas en el estado, críticas con la
“excesiva” lucha sindical y las permanentes
reivindicaciones de los trabajadores, importar mano de obra
de otros estados y así librarse de esas molestias
sindicales. Este hecho fue denunciado por los sindicatos al
considerar que permitía a los patronos “ignorar la
legislación” puesto que con esas prácticas “se
desbaratan las actividades sindicales y se desalienta la
formación de sindicatos”, según ha dicho la Confederación
India de Sindicatos (CITU), históricamente vinculada al PCI
(marxista).
En
Kerala la dirección del PCI (marxista) con su secretario
general, Pinarayi Vijayan, a la cabeza era partidaria de
iniciar una política económica más “abierta y
liberal”. Por el contrario, la mayoría de los cuadros y
las bases consideraban que había que seguir manteniendo la
postura tradicional de apoyo principal a los agricultores, a
los sectores populares y, de forma especial, a los adivasis
(indígenas) por ser los principales afectados por la
industrialización. Es de esperar que tras el fracaso
electoral este debate se extienda al interior de la
organización a nivel estatal y que pierdan las pretensiones
de la dirección del partido.
Los
sindicatos indios son muy combativos, en especial la CITU, y
en el año 2006 mantuvieron un duro pulso con los gobiernos
estatales y central sobre el derecho de sindicación de los
trabajadores del sector de tecnologías de la información,
una de las “joyas” de la industrialización de India y
del coqueteo con los países del Primer Mundo. Cuando el 14
de noviembre de ese año, y a instancias de la CITU, se creó
la Asociación de Trabajadores de Tecnología de la
Información en Bengala Occidental como un primer paso en la
lucha de los trabajadores del sector los patronos, apoyados
por el gobierno central y el local de Bengala, arremetieron
contra la iniciativa. Curiosamente, es en Bengala donde la
CITU cuenta con mayor número de afiliados, 1’4 de un
total cercano a los 4 millones, y no ha dudado en convocar
huelgas generales contra el gobierno del FI. En Kerala la
cifra de afiliados a la CITU llega al millón.
Los
“imperativos del desarrollo” no terminaban ahí para el
PCI (marxista). Faltaba lo más emblemático y el símbolo más
evidente de la socialdemocratización acelerada de la
izquierda institucional de India: en Bengala Occidental se
expropiaron tierras para la construcción de una fábrica de
coches, los famosos Nano (modelo de coche barato de la marca
Tata Motors), en Singur. Se da la circunstancia que el
emplazamiento elegido está en una de las zonas más fértiles
de todo el estado, pero eso no arredró a la izquierda
institucional. El FDI y el PCI (marxista) apostaban
claramente y por primera vez en su historia por las clases
medias y los sectores más pudientes económicamente puesto
que con un sueldo que no llega al euro y medio al día son
pocos los indios que pueden adquirir ese modelo de coche por
barato que sea (el precio inicialmente previsto del modelo
Nano, antes de la crisis económica, era de 1.500 euros). Ya
lo había dicho Arjun Sengupta, Presidente de la Comisión
Nacional para las Empresas del Sector No Organizado: “el
77% de la población de la India, 853 millones, es pobre y
vulnerable y tiene una capacidad de consumo inferior a las
20 rupias diarias” (0,40 euros aproximadamente).
Evidentemente, no es algo que tuviese en cuenta la izquierda
gobernante en Bengala, apoltronada desde hace años y cada
vez más alejada de la realidad de la calle.
La
izquierda institucional de India ha logrado en menos de tres
años lo que la reacción no había logrado desde la
independencia del país, en 1947: dañar su credibilidad
como fuerza política de ámbito estatal preocupada por el
bienestar de los trabajadores, los desfavorecidos y los
condenados de la tierra india. Y lo está pagando. La
arrogancia con la que ha tratado el sentimiento de los más
desfavorecidos al imponer la ZEE en Bengala, junto a la
represión de Nandigram, así como la práctica antisindical
del gobierno en Kerala favoreció que el gobierno central
viese el camino libre para, por una parte, poner en marcha
un Plan de Garantía de Empleo Rural que quitó a la
izquierda parlamentaria la bandera de la defensa del
campesinado y, por otra, establecer una legislación
antisindical en los trabajadores públicos, a quienes se
limita el derecho de sindicación y negociación colectiva,
o a los trabajadores del sector bancario, quienes deben
comunicar con seis meses de antelación la convocatoria de
huelga, por mencionar dos casos concretos de esa práctica
antisindical. Pero, como es obvio, hay más, muchos más..
Expansión
de los naxalitas
Mientras
que en el momento de escribir este artículo no hay datos de
nuevas reacciones del Comité Central del PCI (marxista)
tanto en Bengala como en Kerala se ha iniciado una dura
reacción contra las respectivas direcciones del partido. En
Bengala, el primer ministro Bhattacharjee reconoce ahora que
no se pueden ignorar las deficiencias “en el
funcionamiento del gobierno, el partido y el Frente de
Izquierda” en lo referente a un tema crucial como la
tierra anunciando, faltaría más, “un enfoque prudente y
flexible en el cumplimiento de los objetivos de desarrollo
del gobierno, en particular los relacionados con la
adquisición de tierras que no se llevará a cabo [esa
adquisición de tierras] si la población local no quiere”
(3). En Kerala, el gobierno, en reunión de urgencia, decidió
aplicar “medidas correctivas” en su política. Habrá
que esperar y ver, aunque las perspectivas de un cambio de
política real “en beneficio de los pobres” (4), como
anuncia ahora (¿?) Bhattacherjee – en un reconocimiento
expreso de lo que ha venido siendo su política en los últimos
años y que certifica la aseveración hecha más arriba de
que se prefería la relación con las clases medias y más
acomodadas a las bases tradicionales comunistas– son más
que dudosas puesto que ni en Bengala ni en Kerala, al menos
por el momento, se reniega de la apuesta por una política
de industrialización como iniciada hace tres años y que
les ha llevado a esta situación.
Con
su apuesta por la industrialización acelerada como un
“imperativo del desarrollo” la izquierda parlamentaria
india ha asfaltado su autopista hacia el infierno. Sólo la
insurrección naxalita queda ya como referente emancipador
en India. Los dalits, los intocables en el sistema de castas
hindú, se han volcado hacia los maoístas; los campesinos
pobres también. Incluso pequeños sectores de los
trabajadores industriales lo están haciendo, como pone se
pone de manifiesto día tras día y así lo recogen no sólo
los medios de comunicación de India, los de tirada federal
y los de ámbito estrictamente local (5) con titulares como
“Los maoístas amplían sus zonas de influencia” o
“Maoístas a la ofensiva tras la humillación del PCM”
–en India se denomina al PCI (marxista) como PCM para
diferenciarle del histórico Partido Comunista de India,
llamado PCI y también integrante del FDI–, sino agencias
internacionales (6). Y por si fuese poco, un importante
sector de los intelectuales está reclamando a los maoístas
la formación de un nuevo frente, de carácter inequívocamente
revolucionario, que rompa con la inercia de una izquierda
tradicional que cada vez se ve más envuelta en casos de
corrupción y que está asumiendo con una rapidez
desmesurada los planteamientos socialdemócratas con tal de
conservar el poder.
El
gobierno central lo tiene muy claro: debilitada hasta casi
morir la izquierda institucional debido a sus propios
errores sólo hay un enemigo al que combatir porque
representa una amenaza real para el sistema capitalista
indio. Por eso la primera medida del nuevo gobierno ha sido
anunciar que el Ministerio de Asuntos Exteriores va a hacer
campaña política en Asia en contra del “extremismo de
izquierda” (en referencia a los naxalitas, dado que están
coordinados a nivel regional en el Comité de Coordinación
de los Partidos y Organizaciones Maoístas del Sur de Asia)
y que se tomarán las medidas urgentes necesarias para
“adoptar medidas correctivas dentro de los Procedimientos
Operativos Estándar [que realizan las fuerzas policiales y
las paramilitares] de lucha contra los naxalitas” que
permitan que “en un plazo de seis a siete meses se pueda
realizar una fuerte ofensiva contra los maoístas” (7). En
esa ofensiva habrá “una mayor coordinación entre las
fuerzas paramilitares, la policía estatal y la sociedad
civil”. Esta última tendrá como misión la de
“contrarrestar la propaganda naxalita” (8), lo que pone
de manifiesto una vez más cómo el poder utiliza las ONGs y
la famosa “sociedad civil” como frente de choque ante
las políticas que cuestionan el sistema, como si la pobreza
se produjese por generación espontánea, como las setas, y
no fuese una consecuencia de ese mismo sistema.
Lo
que está sucediendo en India merece más atención en el
resto del mundo. Y la debacle de la izquierda parlamentaria
debería ser un aviso a navegantes sobre un comportamiento,
por desgracia, demasiado extendido en cuanto se pisa una
moqueta y el poder te saluda con una palmada en la espalda
mientras te ofrece una silla aterciopelada. En Europa se
sabe demasiado de esto. En América Latina hay próximamente
elecciones en países como Brasil, Chile y Uruguay donde
“la izquierda correcta”, al estilo de sus homólogos de
India, se enfrenta a una situación muy parecida a la que
acaba de suceder en India. Una vez que ya se ha hecho el
trabajo para el sistema, apaciguando las luchas sociales,
este tipo de formaciones políticas son perfectamente
prescindibles y en ello no se escatiman esfuerzos ni campañas
mediáticas. Por eso no está demás recordar un viejo refrán
español: “cuando las barbas de tu vecino veas pelar, pon
las tuyas a remojar”.
Notas:
(1) Comunicado del Politburó del PCI (marxista) ante los
resultados de las elecciones a la Lokh Shaba. 19 de mayo de
2005.
(2)
Alberto Cruz, “La izquierda en India (y II): hacia la pérdida
de identidad” http://www.nodo50.org/ceprid/spip.php?article301
(3)
The Telegraph, 25 de mayo de 2009.
(4)
Ibid.
(5)
The Tribune e India Times, 24 de mayo de 2009
(6)
Prensa Latina, 25 de mayo de 2009.
(7)
Asia Times, 21 de mayo de 2009.
(8)
Ibid.
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