Un anuncio particular se colaba entre las crónicas de sucesos y judiciales
que estos días monopolizan la prensa local de Chongqing.
Una página a color rezaba: «Gracias a todos los que luchan
para erradicar las fuerzas criminales». La había pagado
con los ahorros de su vida Yi Dade. Es un pescador que años
atrás mantuvo un conflicto con una importante compañía
local, resuelto cuando un centenar de matones irrumpió con
machetes y barras en una fiesta familiar. Un hijo de Yi murió,
otro quedó parapléjico y un tercero arrastra daños
cerebrales. Yi se salvó milagrosamente. La policía actuó
tarde y las penas en el juicio fueron leves.
Historias parecidas se repiten en Chongqing, una macrourbe del interior de
35 millones de habitantes y vida áspera: cuestas
pronunciadas, un ubicuo zumbido de motos, la comida más
picante del país, veranos pegajosos y una nube de
contaminación que todo lo cubre. Las mafias eran parte del
paisaje. Hasta ahora. China ha emprendido ahí la mayor
operación contra la delincuencia, con casi 5.000
detenciones por ahora. La tipología revela que la carcoma
había alcanzado el tuétano: matones, policías, jueces,
políticos, millonarios…
Ejecuciones
y extorsión
Dos semanas atrás empezaban los primeros juicios con empujones entre los
vecinos para hacerse con alguna de las 300 sillas. La prensa
local recogía de ellos relatos de ejecuciones a la luz del
día, impuestos revolucionarios e impunidad a raudales. En
Chongqing se sabía que a matones y policías les
diferenciaba el uniforme. Uno de cada cinco policías ha
sido despedido, y la criba solo ha empezado. La prensa local
publicaba estos días fotos de hileras de policías
esposados. Muchos de los que quedan han recibido nuevos
destinos. El equipo de limpieza organiza sus redadas cada mañana
en un lugar secreto para evitar las fugas de información.
En los últimos meses ha cerrado locales emblemáticos: la
refinada casa de té Bright Spot, que escondía un
macroburdel; el casino ilegal Cloud Dream Pavillion, en la
quinta planta del World Traders Hotel, o la discoteca White
House, en el Marriott Hotel. Más de 65 coches han sido
decomisados, Ferraris y Bentleys entre ellos.
La operación, de magnitud hollywoodiense, tiene tres protagonistas. Bo
Xilai, exministro de Comercio, prometió hace dos años
cuando tomó el mando en Chongqing acabar con la corrupción.
Integra la hornada de dirigentes que tomará el relevo en
2012, y es previsible que consiga puntos por su eficacia.
Wang Lijun es un tipo duro e insobornable que Bo se trajo de
la provincia de Liaoning. Dirige un equipo de 25.000
agentes, muchos venidos de fuera de Chongqing, con la misión
de borrar y empezar de cero. Su cabeza, surcada de
cicatrices por litigios con matones, ha sido tasada por la
mafia en 1,2 millones de euros.
El malo de altura es Wen Qiang, exdirector del aparato judicial y
exvicedirector de la policía. Dicen que no se movía una
hoja sin su permiso, que controlaba desde asaltantes a
magnates del juego y la prostitución. Desde el vértice del
tinglado ofreció durante 16 años protección a las mafias
a cambio de sobornos, calculados en 10 millones de euros.
El miércoles salieron las primeras sentencias: seis condenas a muerte por
un menú delincuencial con asesinatos, lesiones, amenazas y
extorsiones. Se espera una cascada de sentencias similares
porque en los juzgados de la ciudad se amontonan los
acusados.
Dos
buenos jefes
La corrupción centra cualquier discurso oficial de Pekín, consciente de
que castiga su legitimidad y dispara las protestas sociales.
La intención de combatirla es honesta pero choca contra un
sistema que la estimula. Tras una detención sonada se suele
pensar que el desdichado no pagó en la ventanilla adecuada,
fue víctima de guerras intestinas o elegido como el cabeza
de turco que cíclicamente calma a las masas.
El precedente de Chongqing es Shanghái, donde hace tres años se descabezó
a los líderes del partido por malversar la tercera parte de
los fondos de pensiones de la ciudad. No hay objeciones a la
veracidad de las acusaciones, pero se duda de si habría
habido purga si los corruptos no hubieran integrado el clan
de Shanghái, apadrinado por el expresidente Jiang Zemin y
opuesto ideológicamente al Gobierno de Hu Jintao. La
importancia de la campaña de Chongqing reside en que,
mientras no se demuestre lo contrario, es atribuible
exclusivamente al empeño de dos qing guan, de dos buenos
jefes. En Chongqing ya preocupa lo que pasará en cuanto se
vayan. En otras provincias rezan para que les toque en su próximo
destino.