El choque se produjo cuando
las fuerzas de seguridad tailandesas bloquearon a unos 2.000 camisas rojas
que, a bordo de motos y camionetas, se dirigían a las afueras para ampliar su
abanico de protestas. A pocos kilómetros del aeropuerto de Don Mueang, los
soldados, apostados frente a las barreras levantadas con espino, empezaron a
disparar sin que se haya aclarado aún si utilizaron fuego real o balas de
goma. De hecho, la víctima es un miembro de las fuerzas de seguridad, abatido
según varias fuentes por «fuego amigo», lo que habla del caos reinante.
En un momento del
enfrentamiento, militares dispararon contra fuerzas de seguridad que se
enfrentaban a los manifestantes, informa AP. El incidente pudo deberse a un
error, aunque ha habido acusaciones de que miembros del Ejército toman
partido por los camisas rojas.
Baño de
sangre
El domingo pasado, el general
Anuphong reconoció en una entrevista televisiva que soldados retirados y en
activo ayudaban a los manifestantes, aunque salvaguardó la unidad de actuación
militar. «Si hay escisiones, son a título personal», aclaró.
Con su rechazo a la
violencia, esos soldados pretenderían evitar otro baño de sangre como el de
abril. Después de semanas de discursos contenidos que le habían causado críticas
por tibio, el primer ministro, Abhisit Vejjajiva, delegó la semana pasada el
mando en el Ejército.
La marcha de ayer era el último
desafío de los defensores del exprimer ministro exiliado Thaksin Shinawatra,
a los que la escasa beligerancia gubernamental ha insuflado valor. Las pocas
posibilidades de que el conflicto se solucionara se esfumaron el martes cuando
Abhisit desechó la petición de disolver el Gobierno en tres meses. Parecía
una fórmula de consenso entre la disolución inmediata que exigían los
camisas rojas y el año de adelantamiento de las elecciones que ofrece
Abhisit.
Con el mando transferido al
Ejército y los camisas rojas envalentonados, el conflicto se encamina a un
callejón sin salida. Un portavoz oficial aclaró ayer que los soldados tienen
órdenes de utilizar balas de goma, pero que la autodefensa permite la munición
real.
Otro punto que agrava la
situación es la pérdida del aura intocable del monarca Bhumibol Adulyadej,
hasta ahora un referente venerado sin excepción. Pero sectores de los camisas
rojas lo empiezan a señalar como un cómplice del, a su juicio, Poder
Ejecutivo ilegítimo de Abhisit.
El Gobierno ha acusado a los
manifestantes de pretender derrocar la monarquía. La ley tailandesa prevé
penas de 15 años para los que «difamen, insulten o amenacen» a la familia
real. Los representantes de los camisas rojas defienden que las acusaciones
gubernamentales sólo pretenden legitimar la represión.
Ceremonia
de confusión
A la ceremonia de la confusión
se sumó ayer el Tribunal Constitucional al admitir a trámite la petición de
la Comisión Electoral para la disolución del Partido Demócrata, la coalición
gubernamental. La razón es el uso fraudulento de un préstamo concedido para
las elecciones de 2005 de 29 millones de bats (682.000 euros).
La judicialización de la
vida política es habitual en Tailandia. Gobiernos anteriores y afines a
Thaksin ya cayeron por actuaciones de los jueces, tradicionalmente vinculados
a los camisas amarillas.
El conflicto nace del
descontento de los millones de campesinos por el olvido que tradicionalmente
han sufrido de las clases dirigentes. En su opinión, Thaksin fue el único
que se preocupó por ellos.
Derrumbe
del turismo
La crisis política está
sangrando la economía nacional, muy orientada al turismo. El país de la
sonrisa ubicua, las playas paradisiacas de blanca arena, el sol y la excelente
gastronomía, ha visto reducidos sus visitantes extranjeros en un 38%.
Las
llegadas al futurista aeropuerto internacional de Suyarnabhumi han caído de
las 30.000 habituales a las 20.000. El turismo, que supone el 7% del PIB
tailandés, perderá unos 750 millones de euros. Más de 40 países han
recomendado a sus nacionales que no viajen a Tailandia mientras la situación
no mejore. Entre ellos, España, que a través del departamento que dirige
Miguel Ángel Moratinos, «desaconseja absolutamente» viajar al país. El
ministerio recuerda que no se puede descartar el cierre de los aeropuertos
tailandeses.
Los «camisas
rojas» siguen en el centro de Bangkok pese
a las amenazas del Gobierno
Occidente
observa con inquietud la crisis política
Occidente no disimula su
inquietud por la crisis política que mantiene paralizada Tailandia, pero se
abstiene de intervenir en los asuntos internos de un país clave en la región
y cuyo futuro es más que incierto.
Bangkok
(Agencias).– Miles de «camisas rojas», seguidores del derrocado primer
ministro tailandés Thaksin Shinawatra que exigen la dimisión del Gobierno de
Abhisit Vejjajiva, seguían ayer controlando una amplia zona del centro de
Bangkok. La «batalla final» de los manifestantes antigubernamentales se
desarrolla de forma ininterrumpida desde el 14 de marzo en la capital y
mantiene paralizado el país, lo que suscita, la consiguiente preocupación en
Occidente, aunque se abstenga de intervenir.
Millones de dólares se han
convertido ya en humo. La seguridad de los turistas y de los expatriados estará
potencialmente en juego si el país sucumbe a la violencia.
«No se trata simplemente del
Ejército contra los manifestantes, es más complicado que eso», admite un
diplomático occidental. «Las órdenes contradictorias en el seno del Ejército
y los miembros del Gobierno atacándose entre ellos afectan a todos los ámbitos
del Estado y a todas las instituciones».
Los occidentales se dieron
cuenta de la gravedad de la situación el pasado 10 de abril, cuando los
violentos enfrentamientos entre las fuerzas del orden y los manifestantes se
saldaron con 25 muertos y más de 800 heridos.
Pero la reacción ha sido muy
contenida ante el enorme riesgo que supone posicionarse de uno u otro lado. «No
hay mediación real, no hay presión. La gente escucha a ambas partes y trata
de permanecer neutral», afirma un diplomático europeo.
Los «camisas rojas», sin
embargo, no han ahorrado esfuerzos por internacionalizar el conflicto y han
pedido una fuerza de mantenimiento del orden de la ONU y observadores de la
UE.
La semana pasada invitaron a
los diplomáticos a visitar la zona en la que permanecen atrincherados, pero
muchos se negaron, y los que se atrevieron a hacerlo fueron criticados por el
Gobierno. «La comunidad internacional no tiene por qué intervenir en esta
crisis», dijo el ministro de Exteriores, Kasit Piromya.
Los más activos son los
estadounidenses, fieles aliados de Tailandia, cuya embajada trabaja «intensamente
manteniendo conversaciones» con ambas partes, según el Departamento de
Estado. Tras los choques del 10 de abril, EEUU ha llamado a la moderación,
según un diplomático occidental, que recordó que las relaciones bilaterales
fueron tensas a lo largo del año posterior al golpe militar de 2006.
Estos últimos días «ha
habido cierta frialdad por parte de los estadounidenses, que han dejado claro
que no quieren apoyar cualquier aventura».