El pasado 16 de septiembre,
nuestro amigo, el antiguo corresponsal del diario “La Vanguardia” en Pekín,
Rafael Poch visitó Barcelona para ofrecer una conferencia en el CIDOB sobre
la actualidad de China y su futuro como actor geopolítico en el escenario
internacional. La conferencia se dio en el marco de unas jornadas sobre la
emergencia de los BRIC y la consolidación de un escenario internacional
post–unilateral organizadas por la Associació Cultural Roig en colaboración
con la Fundació Pere Ardíaca. Rafael ha tenido la generosidad de enviar su
texto a la redacción de Sin Permiso.
Buenas tardes:
En esta conferencia voy a
ofrecer cuatro brochazos, sobre aspectos importantes de la actualidad china.
Hablaré sobre: 1– Los méritos del buen gobierno de China, que explican cómo
ese país está capeando la actual crisis financiera. 2– Los cambios en la
leyenda sobre la superpotencia China que este dato aporta, cotejados con la
realidad de la debilidad de China en la globalización. 3– El movimiento
obrero en China, que a diferencia de la situación general en el mundo, tiene
ciertas oportunidades en esta crisis. Y 4– Sobre el comportamiento mundial
de China, en el pasado y el presente, dejando el futuro para los profesionales
de ese ramo, me refiero a los adivinos.
I) Sobre
los méritos y eficacia del “buen gobierno” de China, que continúan en la
crisis.
En Occidente la crisis está
creando algunos problemas sociales, pero en un país como China, inserto en un
esquema exportador extraordinariamente dependiente de los humores de la economía
global, una fuerte contracción de la demanda occidental crearía dilemas
existenciales. De ahí se deriva la imperiosa necesidad de afirmar un
modelo económico más endógeno, más basado en el potencial del mercado
interno y menos en la exportación de productos de bajo valor añadido. Es una
tarea enorme que precisa cambios colosales a todos los niveles, incluido
cambios en la ideología y en el discurso.
El desmoronamiento del casino
financiero, que en Occidente ha rehabilitado el keynesianismo, en China ha
potenciado tendencias anti mercado y un nuevo apoyo a las empresas estatales,
que han sido las principales receptoras del paquete anticrisis de medio billón
de euros y de los créditos de casi un billón concedidos por los bancos,
estrechamente controlados por el Estado. En algunos casos el giro a la
izquierda en el discurso del Partido Comunista ha sido rampante.
Bo Xilai, el ex ministro de
comercio hijo de un padre de la patria, era el niño bonito de los diplomáticos
occidentales y de los ejecutivos de las multinacionales en Pekín. Tenía un
impecable nivel de inglés, su hijo estudiaba en un colegio británico de
elite y era capaz de distinguir un buen vino de Burdeos o de discutir una
jugada de golf... Gente como él, miembro del Politburó desde 2007, le ponían
rostro a una China neoliberal y capitalista. Y en eso fue nombrado jefe del
partido en Chongqing, la metrópoli, sucia y currante, del curso medio del
Yangtze. Al lado de Chongqing, ciudades como Pekín, Shanghai o Nanjing son
como delicadas bailarinas del Bolshoi junto a un rudo minero de rostro
tiznado. Otro mundo.
En Chongqing los dirigentes
han acuñado un nuevo concepto, el llamado "PIB rojo" que describe,
"un desarrollo económico que se orienta en las necesidades de las masas
y no viene dictado por la codicia de las clases privilegiadas representadas
por los 30 millones de millonarios", explica preocupado, Willy Lam, un
conocido analista de derechas de Hong Kong.
En Chongqing, Bo Xilai ha
promocionado la construcción de una gigantesca estatua de Mao, símbolo del
igualitarismo, y su administración ha estipulado que por lo menos una tercera
parte de las viviendas que se construyan en la ciudad deben ser asequibles
para los obreros y campesinos. El jefe del partido adquirió fama por enviar
mensajes con pasajes extraídos del Libro Rojo de Mao, a través de la red
local de telefonía móvil con trece millones de abonados. Lam dice que,
"en menos de dos años, Bo Xilai, ha citado frases y pensamientos de Mao
en por lo menos treinta discursos". Hasta el presunto sucesor de Hu
Jintao, Xi Jinping, ha pronunciado discursos rescatando el "servir al
pueblo" y el "fortalecer el vínculo con las masas".
Sin tener nada que ver con un
“regreso al maoísmo” o al “socialismo”, todo esto no es un adorno, ni
un capricho, ni exclusivo del jefe de partido en Chongqing, sino algo serio,
que de alguna forma ya adelantaron Hu Jintao y Wen Jiabao en los últimos años
con su giro socialdemocratizante, por llamarlo de alguna manera. Es un síntoma
de por donde va la cabeza de unos dirigentes pragmáticos que saben que el
futuro es incierto y que están caminando, como se suele decir, sobre cáscaras
de huevo.
–Lo más extraordinario de
China es que la política anti crisis comenzó antes de la crisis. En
2002 ya estaba en marcha un cambio de rumbo de dirección keynesiana. ¿Por qué?;
porque el sistema chino vio venir muchos de los problemas de la economía
global, entre ellos el peligro de la extrema dependencia del país de la
exportación, lo que la dejaba completamente expuesta a los bandazos de un
brusca caída de la demanda, como ha ocurrido.
La crisis ha supuesto también
una prueba para el control político de la economía. La mayoría de
los observadores coincide en que ese control, que se creía mermado por el
auge que la empresa privada registró en los últimos años, es más robusto
de lo que se pensaba. Eso ha sido resultado de lecciones aprendidas en la
crisis de 1998. Entre entonces y hoy:
• los ingresos del gobierno
se doblaron (hasta alcanzar el 21% del PNB),
• los beneficios del sector
público se multiplicaron por cuatro (hasta el 23% del PNB),
• los “malos créditos”
de los bancos se redujeron un 75% y
• las reservas en divisas
se multiplicaron por trece.
Para el año 2007, todo eso
ya había incrementado la capacidad de intervención del gobierno, que
respondió a la crisis de 2008 lanzando la consigna de gastar, gastar y
gastar, y de reconducir hacia el mercado interno la menguante demanda
exterior, una operación compleja que precisa créditos. Precisamente por eso,
la clave ha sido, y es, el control político
del crédito:
• Dos tercios de la banca
está en manos del Estado y sus directivos son nombrados por el departamento
de cuadros del Partido.
• Cuatro de los cinco jefes
de los grandes bancos son miembros del Comité Central, así que las órdenes
se cumplen.
El resultado es que los
gobernadores de provincias compiten entre ellos por ver quien logra dar más
créditos a través de los bancos de sus provincias, en estricta aplicación
de la directiva del Politburó de facilitar el crédito. Como consecuencia, en
el primer trimestre de 2009, los bancos chinos concedieron más créditos
que en todo 2008.
La conclusión de todo esto
es que mientras en Alemania oímos a la Canciller Merkel quejarse de que los
bancos que están siendo rescatados con dinero público no dan créditos (y
mucha gente si pregunta si no son ellos los que gobiernan a Merkel), China
muestra una gobernabilidad mucho más efectiva de la situación. Como
resultado, China mantiene su nivel de crecimiento anterior a la crisis y se ha
convertido en el principal exportador mundial.
A partir de este dato se
actualiza la leyenda de la superpotencia china.
II) Sobre
la debilidad de China en la globalización y la evolución de la leyenda china
al calor de la crisis
Refirámonos muy brevemente a
la historia reciente de esa leyenda.
Lo de la superpotencia
nos viene acompañando desde que las realidades sostenidas del crecimiento y
vigor chinos se hicieron ineludibles, de tal forma que hubo que cambiar de
discurso. Antes de la “superpotencia amenazante”, durante los años
noventa, el discurso sobre China en medios como The Economist o el Financial
Times –la Biblia en medios de comunicación– era diferente. Entonces
lo que se decía era que el crecimiento chino era algo coyuntural y que pronto
se desmoronaría como un castillo de naipes. No fue así, y desde finales de
los noventa, la interesada y manipulada exageración sobre la superpotencia
china, tomó el relevo a la embarazosa constatación de que un gran país en
desarrollo salía adelante con recetas estatistas bien diferentes a las
pregonadas por el consenso de Washington, un embarazo que en los noventa se
solucionaba diciendo, “...pero no va a durar mucho”.
La leyenda actual, la del
siglo XXI, podríamos decir, tiene que ver con la obsesión por buscar
enemigos y amenazas que tiene un sistema fundamentalmente agresivo y
belicista.
China tenía todos los números
para ser declarada “siguiente enemigo”. Recodemos que su embajada en
Belgrado recibió un misil que entró “por error” por el balcón del
despacho del embajador, en el inicio de la “guerra humanitaria” de Kósovo,
en 1999. Que luego un avión espía americano se metió en el espacio aéreo
chino y acabó retenido en Hainan. Y recordemos también los artículos que
los ideólogos de la “seguridad nacional” de Estados Unidos dedicaban a
China en el cambio de siglo. Afortunadamente para China apareció Bin Laden y
en 2001 la “guerra contra el terrorismo” canalizó todo eso hacia otro
enemigo. Evidentemente, los avances y posiciones imperiales en Asia Central y
Afganistán, también tienen algo que ver con China, más exactamente con
tomar posiciones entre Rusia y China junto a la primera zona energética del
mundo, pero la situación podría haber sido mucho peor...
En cualquier caso, en el
momento actual la leyenda afirma que mientras la crisis hace estragos en la
potencia occidental la superpotencia china está avanzando aun más posiciones
en la globalización. Ese discurso afirma lo siguiente:
• Que China ha superado a
Alemania como primer exportador mundial.
• Que su PIB ya es el
segundo del mundo, por delante de Japón.
• Que tres bancos chinos
ocupan los primeros puestos mundiales en capitalización.
• Y que las empresas chinas
están aprovechando la crisis y sus fabulosas reservas de divisas de 2,3
billones de dólares, las mayores del mundo, para comprarlo todo. Es lo que
ilustra el titular de la revista “Fortune” de noviembre del año pasado:
“Los chinos se van de compras, ¿está su empresa, o su país, en la
lista?”.
Todo es verdad menos lo último,
pero incluso lo que es verdad hay que saber leerlo.
China es una gran potencia
exportadora, pero su posición en la globalización , por más que pueda
mejorar con la crisis (toda propaganda se basa en algún momento real) sigue
siendo muy débil, y no parece que la crisis vaya a alterar ese problema
fundamental. Veamos algunos datos significativos que nos ofrece Peter Nolan (1):
El capitalismo actual se
caracteriza por un vivo proceso de concentración empresarial y tecnológico:
empresas grandes que se comen a las más pequeñas y controlan los mercados.
La crisis ha sido aprovechada para incrementar ese proceso, mediante fusiones
y adquisiciones. En 2007–2008 se produjeron 169 operaciones de concentración
empresarial, pero las empresas chinas –ni las de los países en desarrollo
en general– no figuran en ninguna de ellas.
En el grupo de las 1400
empresas más punteras, las de Estados Unidos, Japón y Europa forman el 80%.
Es verdad que China tiene las mayores reservas de divisas, pero:
1.– si esos 2,3 billones se
reparten per cápita, resultan 1800 dólares (Corea, 5600$ per capita, Japón
8400$),
2.– sólo las diez
principales empresas de Estados Unidos ya superan en capital de mercado esa
suma, y
3.–Los 500 principales
administradores de activos, de los que el 96% pertenecen a empresas de la tríada
(EE.UU, UE, Japon), manejan 64 billones de dólares, es decir 27 veces más
del capital de la reserva china.
En la construcción de
empresas globales, China está en pañales. Hay algunas empresas que han
logrado determinados nichos en el mercado global (Huawei telecom/ Haier Linea
Blanca/Lenovo ordenadores personales), pero son excepciones y en nichos no
estratégicos. Huawei, seguramente la más notable de ellas podría acabar
fusionándose con alguna empresa occidental mayor...
Los bancos chinos son
grandes, pero tampoco están en el mundo: no figura ni un sólo banco chino
entre los 50 principales por su presencia mundial.
• Esa realidad contrasta
mucho con el ruido que se hace cuando una empresa china, sea en Estados
Unidos, en Rusia o Kazajstán, pretende hacerse con una empresa local. Leyendo
la prensa mucha gente puede tener la sensación de que los chinos se nos van a
comer. Hasta la entrada de China en África, –donde ha invertido 7800
millones en un año (2009) una cantidad moderada y en países relativamente
abandonados por la tríada por su ruina o peligrosidad– es objeto de
leyendas sobre “el nuevo colonialista”. Eso nos lleva al aparato de
propaganda.
El aparato de propaganda
chino ha mejorado mucho. La televisión china tiene emisiones globales en
chino, inglés y español. Si en los noventa la tele global se reducía prácticamente
a la CNN y la BBC, sin apenas diferencia en momentos de gran premura propagandística,
como la guerra de Yugoslavia o Irak, ahora existe Al Jazira, y teles rusas y
chinas globales. Se ha mejorado algo (muchos chinos, fuera de China ven esas
emisiones de Pekín), pero el desequilibrio es patente y los “menús”
informativos siguen determinados por el mundo anglosajón. Es inimaginable que
la CCTV, la tele china, determine los menús informativos, lo que es noticia y
lo que no lo es, en Australia, en el Golfo Pérsico, en África o en Europa.
• Las inversiones directas
en el extranjero del conjunto de los BRIC, sumados, (Brasil, Rusia, India y
China), representan menos que las de Holanda. El monto total de las
inversiones que China realiza en el extranjero es inferior al realizado por
Rusia, Brasil o Singapur. En 2009 su monto de inversiones FDI en los países
desarrollados ascendió a 17.500 millones, es decir menos de un 5% de lo que
China recibe en inversiones, procedentes en su mayoría de la tríada y de
Asia Oriental. Es decir: las transnacionales están muy metidas en China,
pero las empresas chinas NO existen en el mundo desarrollado.
La realidad es que China
sigue siendo un país en desarrollo y la prueba es que con una población que
supera en 300 millones a los 1000 millones de los países más ricos, su PIB
es una quinta parte, y sus exportaciones una décima parte, del PIB de
aquellos. Así que la conclusión sigue siendo la de que el éxito de China es
el de una hábil administración de su debilidad en la globalización. Si hay
que quedarse con una simple imagen, la afirmación de que China es taller
mundial de productos de escaso valor añadido y que cambia millones de pares
de zapatos por un solo Boeing 747, es más realista que lo de “próxima e
inminente superpotencia”.
Por su condición de país en
desarrollo, por su debilidad en la globalización y por los costes humanos y
en medio ambiente que acarrean, todos estos éxitos de crecimiento
deben ser considerados éxitos en la crisis, más que victorias en un
proceso que conduciría inevitablemente hacia el estatuto de superpotencia. Me
parece que esa es la visión sobria que el propio grupo dirigente chino tiene
de la situación.
El año pasado, en Munich, el
Ministro de exteriores chino, Yang Jiechi recordó lo obvio: que, "las
ciudades como Pekín y Shanghai no representan al conjunto de China",
donde hay "muchas zonas rurales y remotas muy pobres, con 135 millones de
chinos viviendo con menos de un dólar diario (el 18% de los 750 millones que
hay en el mundo en esa categoría), 400 millones (más del 30% de la población)
que viven con menos de dos dólares diarios, y 10 millones sin acceso a
electricidad".
Muy pocos países han logrado
en el último medio siglo salir del agujero del subdesarrollo e ingresar en el
club de los más desarrollados. La lista se limita a Corea del Sur, la isla de
Taiwán y poco más. Si China puede realizar esa gesta, es algo que queda para
el futuro y que desconocemos. Yang dijo que para que China alcance una
"modernización verdadera", "deberán pasar una docena de
generaciones".
III) Sobre
el movimiento obrero en China
El imperativo de desarrollar
el mercado interno tiene enormes implicaciones sociales, porque la mejora de
las condiciones generales de vida de los de abajo y el aumento de sus ingresos
salariales, son condiciones ineludibles para afirmar un crecimiento más endógeno,
más basado en el consumo nacional, y menos dependiente de la turbulenta
economía global. Ese es el sentido general de invertir en la sociedad, de
disminuir los gastos en educación para los más pobres, de liberar de
impuestos a los campesinos y de organizar un sistema de seguridad social y
atención médica que cubrirá al 100% de la sociedad en el año 2020,
comenzando por los más débiles y desprotegidos; ancianos, mujeres
embarazadas, niños... Cuando estalló la crisis, todo eso –una tarea
colosal– ya estaba en marcha. No conozco ningún otro país que en los seis
o siete años anteriores a la crisis, estuviera en esa clave preventiva y,
digamos, avisada, sobre lo que podía venir.
¿De donde partió ese
reflejo? En primer lugar, como he dicho, del precedente sentado en 1998 por la
crisis asiática y el creciente desorden financiero en Estados Unidos –de la
misma naturaleza que el de nuestro ladrillo y del que nadie con
responsabilidades ejecutivas parecía consciente. En segundo lugar, del
impacto de la crisis del Sars, el brote de neumonía atípica del 2003, que
evidenció que una simple crisis sanitaria –que no llegó a mayores– podía
hacer tambalear el crecimiento y trastocar toda la economía debido a la
ausencia de socialismo, de redes sanitarias y de seguridad social. Fueron
alarmas que hicieron tomar conciencia de la insostenibilidad de un crecimiento
desigual y desequilibrado. Toda esta reflexión social tiene grandes
consecuencias para la clase obrera china y abre oportunidades institucionales
al movimiento obrero allá.
Recordemos brevemente de lo
que estamos hablando cuando decimos “clase obrera china”:
En primer lugar estamos
hablando del colectivo laboral mayor del mundo, cuyos salarios humor y
condiciones materiales de vida, determinan mucho. Lo que ha pasado en el mundo
del trabajo en los últimos veinte o treinta años, no se entiende sin el
ingreso en la economía capitalista de los trabajadores del bloque del Este,
la India y China. Ese aporte duplicó el número de la mano de obra global
(pasamos de 1460 millones de obreros a más de 2900 millones). Muchos más
trabajadores compitiendo por el mismo capital alteraron la correlación global
entre capital y trabajo. La explotación, vía salarios–basura,
deslocalización, etc, recibió nuevas oportunidades, que, como vemos por
doquier, se están aprovechando muy bien.
China responde de la mitad de
ese incremento global de mano de obra. Las condiciones de trabajo de su clase
obrera repercuten en el escenario global, tanto en otros países en desarrollo
(el caso del textil mexicano es conocido: los mexicanos perdieron segmentos
enteros del mercado americano que tienen allí al lado y del que forman parte,
vía el NAFTA) como en los países centrales. Por eso, que las autoridades
chinas estén interesadas, por razones de la sostenibilidad general de su
economía y de su régimen, en la mejora de las condiciones sociales, tiene
gran relevancia fuera de China, en el mundo entero.
También la evolución demográfica
del país, con una tendencia hacia el envejecimiento poblacional bastante dinámica,
y las mejoras fiscales en el campo, apoyan indirectamente ese vector de
mejora, porque tienden a secar para las empresas más explotadoras la hasta
ahora inagotable fuente de mano de obra rural y es un factor de subidas
salariales. Muchos obreros pueden pensárselo más a la hora de aceptar
determinadas condiciones de trabajo, y de hecho, los sectores más
explotadores de la manufactura vienen sufriendo desde 2007/2008 problemas de
escasez de mano de obra.
Hay que decir que la voluntad
tecnocrática de los dirigentes de Pekín es importante, pero se ve mermada y
relativizada por su limitada capacidad para hacer cumplir sus decisiones y
directivas; por ejemplo la relativa cobertura que el gobierno central ha
prestado a la última ola de huelgas, o una nueva legislación sobre convenios
colectivos y representación sindical en las empresas (2). Gobiernos
provinciales y locales –muchas veces estrechamente dependientes de intereses
empresariales– pueden convertir en papel mojado esas directivas.
El escenario ideal sería que
China llegara a una situación como la de Vietnam, donde existe el derecho de
huelga y donde los tribunales (que en China dependen del poder local, lo que
merma su independencia, un problema gravísimo) suelen dar la razón a los
obreros en las disputas laborales. Habrá que ver....
Finalmente, hay otro factor
muy importante que es la presión de los propios obreros, legalista, o, cuando
esa vía falla, explosiva, que puede determinar mucho el proceso futuro. En
China hay dos clases obreras, la antigua y atípica, producto de la
industrialización maoísta, que tuvo puestos de trabajo vitalicios,
pensiones, y redes de vivienda y sanidad, en gran parte desmantelada en los años
noventa, y la de origen campesino–emigrante, que alimenta la manufactura
para la exportación, una clase obrera “clásica” en el sentido de Marx,
cuya situación, salvando todas las distancias, podría compararse con la de
nuestros emigrantes extranjeros. Estos dos ejércitos laborales están unidos
por una reclamación de legalidad que deja fuera de juego a las autoridades,
porque ellas mismas hablan de gobernar de acuerdo a la ley. Para las
autoridades el norte no es la justicia social sino la estabilidad, y
reprimen de la forma más feroz cualquier intento de organización obrera autónoma.
Los obreros lo saben y renuncian a ello, pero su protesta es muy viva.
Contra la idea tópica que se
tiene de ellos, los chinos son muy rebeldes, y sus exigencias de derechos y
salarios más altos están creciendo. En China hubo huelgas, en el Shanghai de
1957 y en 1976. En el año 2000 se produjo la movilización más potente desde
Tiananmen (1989): fue una revuelta de jubilados, parados y trabajadores del
sector estatal del Noreste (Dongbei), un bastión de la primera de las dos
clases obreras citadas... El potencial para la protesta va a más, pero
siempre de forma aislada, sin organización que supere a una empresa (una
estrategia consciente para no provocar la represión) y apoyándose en el
discurso oficial sobre la legalidad. El resultado es un sutil tira y afloja,
pero la actividad va a más:
En 2008 se registraron
127.000 protestas y tumultos sociales que implicaron a 12 millones de
ciudadanos (en 2005, fueron 87.000). En 467 casos esa protesta incluyó el
asalto a sedes del gobierno, en 615 casos ataques a la policía y en otros 110
casos destrozos e incendios de vehículos. Muchos de estos desórdenes son
obreros. Estos datos muestran una sociedad viva y reactiva, con cuya ira el
gobierno debe contar a la hora de tomar decisiones que afectan a la
gobernabilidad. Llegamos así a un aspecto crucial, el último, para
comprender el comportamiento internacional de China que es el de su
potencial de caos interno como factor disuasorio de aventuras exteriores
de tipo imperial.
IV) Sobre
el comportamiento mundial de China en el pasado y en el presente
Pese a todo lo dicho sobre la
leyenda de su potencia y la debilidad de su posición en la globalización, es
obvio que China crece, en economía y en poder ¿Cómo administra esa nueva
fuerza? La perspectiva histórica la explicó muy bien Giovanni Arrighi,
siguiendo a Fernand Braudel y toda una serie de historiadores japoneses, en su
“Adam Smith in Beijing”, que me dio la idea esencial que defiendo
en mi libro (3).
En primer lugar la relativa
escasez de conflictividad exterior de China y su entorno hoy y ayer. En el
ayer vemos: Dos guerras con Japón provocadas por este, alguna incursión en
Birmania, guerras de afianzamiento de las fronteras –como las sangrientas en
Xinjiang y contra los pueblos de la estepa en el XVIII y XIX– y poca cosa
mas. En la época moderna, estando amenazada por la superpotencia, la guerra
de Corea, la guerra fronteriza con India de octubre de 1962, provocada por ésta,
los incidentes fronterizos con la URSS durante la Revolución Cultural –que
ni siquiera los generales soviéticos implicados sabían explicar en Moscú–
y, como excepción, la invasión de Vietnam, esta sí, una vergonzosa operación
de castigo de la que los chinos salieron trasquilados...
Hoy constatamos un papel
moderado, prudente y pacificador en los dos escenarios más calientes que
China tiene en su entorno inmediato: el de la península coreana y el de Taiwán,
ambos vinculados a la guerra fría y los impulsos agresivos de Estados Unidos.
También vemos moderación en gastos militares (150.000 millones de dólares)
y en la doctrina nuclear que rige un arsenal discreto (su tamaño es
comparable al británico) y que apenas se ha renovado desde los años ochenta.
Volviendo a la historia,
constatamos un desinterés histórico por el comercio de larga distancia y por
el dominio y conquista exterior, factores de imperialismo. En lugar de eso
domina una tradición de imperio tributario claramente dominante de su entorno
asiático, basado en valores confucianos compartidos con Asia Oriental, e
interesado en la armonía de su entorno y que arroja un resultado de 500 años
de relativa paz, en franco contraste con el estado de cosas en la historia
europea, con potencias en permanente competencia y guerra, que practican
cambiantes alianzas entre ellas para impedir el dominio continental de una
sola.
¿Cómo se explica eso? Mucho
tiene que ver con la propia complicación de mantener China estable. Si un
gobernante tiene grandes problemas y debe dedicar enormes energías y atención
a la gobernabilidad interna de su país, su predisposición hacia la aventura
y agresividad exterior es necesariamente reducida. Ese es el caso de la
historia de China, país de revueltas, muy vulnerable a catástrofes naturales
(es crónica la simultaneidad de sequía e inundación en un mismo año), con
una capacidad de caos sin parangón, como nos sugiere su historia moderna. La
serie de poco más de un siglo es impresionante:
Desde la revuelta Tai Ping
(la mayor guerra civil de la historia con 50 millones de muertos en el XIX),
hasta las grandes hambrunas del cambio de siglo. De ahí a la quiebra
imperial, la disolución y fragmentación nacional de los señores de la
guerra, la invasión extranjera, la guerra, la guerra civil y la revolución.
Desde entonces el gran salto adelante (la mayor hambruna del siglo XX que el
voluntarismo político agravó), la revolución cultural, la actual degradación
medioambiental...
No creo que haya en el mundo
un país con tal potencial y concentración de caos, lo que explica con creces
la prudencia de China y su obsesión por la estabilidad, interna, y, por
extensión, externa. Porque lo externo es visto como algo subordinado a lo
interno, al problema de la gobernabilidad. Es cierto que la viva y creciente
dependencia china de recursos energéticos exteriores es un factor nuevo que
altera el histórico desinterés chino por el comercio de larga distancia (aquí
hay terreno de debate sobre las consecuencias que ello puede tener en el
comportamiento mundial de China, pero el hecho es que este país no construye
el instrumento tradicional para la salvaguardia de rutas comerciales:
poderosos recursos militares aeronavales), pero, en general, creo que tenemos
argumentos razonables para pensar en un papel paliativo de China de puertas
afuera, en el caos que anuncia el inquietante siglo XXI. Muchas gracias.
(*)
Rafael Poch
es el actual corresponsal en Berlín
del diario barcelonés “La Vanguardia”. Ha sido anteriormente corresponsal
de ese mismo diario en el Moscú de Yeltsin (1985–2002) y, luego, entre 2002
y 2008, en Pekín. La editorial crítica de Barcelona ha publicado dos libros
de Poch, dos soberbios testimonios, tan analíticamente lúcidos como
literariamente lucidos, de su paso por Moscú (“La gran transición. Rusia
1985–2002”, 2004) y por Pekín (“La Actualidad de China. Un mundo en
crisis, una sociedad en gestación”, 2009.
Notas:
1)
En la última New Left Review.
Nolan es un observador competente que en un libro de 1995, China's Rise,
Russia's Fall: Politics, Economics and Planning in the Transition from
Stalinism, defendió correctamente la superioridad de la vía china con
respecto a la rusa, algo obvio pero que nadie quería ver entonces por no
contradecir a las biblias mediáticas y académicas, que entonces afirmaban lo
muy bien que iban las cosas en Moscú y lo poco que iba a durar el crecimiento
chino.
2)
La crisis hizo que la aplicación de
esas leyes, “se paralizara en ciertas zonas”, dice Qiao Jian, del
Instituto chino de relaciones laborales. Los casos de salarios impagados
aumentaron sensiblemente, pero también aumentaron notablemente los pleitos
interpuestos por los obreros ante el Tribunal Supremo: 295.000 en 2008, con un
incremento del 90% con respecto al año anterior. Fueron 318.000 en 2009 y
207.000 en los primeros ocho meses de 2010. El relativo apoyo del gobierno a
la presión obrera quedó patente en unas declaraciones del primer ministro
Wen Jiabao sobre los “bajos salarios” en las empresas en huelga, y en el
hecho de que diarios como China Daily denunciaran “la frecuente violación
de los legítimos derechos de los trabajadores” e incluso publicaran artículos
de Anita Chan, una buena especialista laborista del movimiento obrero chino.
3)
La actualidad de China. Un mundo
en crisis, una sociedad en gestación. (Barcelona, Editorial Critica,
2009).