Pekín.– El Partido
Comunista de China (PCCh) comenzó a delinear ayer el reemplazo del presidente
Hu Jintao luego de que el Comité Central partidario ascendiera al
vicepresidente Xi Jinping a la poderosa cúpula militar, un cargo clave que
consolida su ascenso político hacia el liderazgo del gigante asiático.
El nombramiento de Xi como
vicepresidente de la Comisión Militar Central (CMC) del PCCh se produjo
durante la clausura de la quinta sesión plenaria del XVII Comité Central del
partido que gobierna el país desde 1949, según un comunicado difundido por
la agencia oficial de noticias Xinhua.
La hermética reunión
concluyó ayer en el hotel Jinxi de Pekín, y en ella participaron los
principales 200 cargos, empresarios y poderes fácticos de China.
Xi, de 57 años, es también
uno de los nueve miembros del Comité Permanente del Politburó del PCCh, el máximo
órgano de gobierno del partido, y es un protegido del anterior presidente,
Jiang Zemin.
Xi, considerado un taizidang
o "príncipe comunista" por ser hijo de Xi Zhongxun, uno de los héroes
de la revolución comunista china, cuenta con el apoyo de las facciones más
conservadoras.
Con el nombramiento de ayer,
Xi ya ostenta puestos destacados en los tres pilares del poder en el régimen
comunista: el PCCh, el gobierno y el ejército.
El vicepresidente queda así
posicionado para ocupar la secretaría general del partido en 2012 y la
presidencia del gobierno chino en 2013, cargos ocupados por Hu y que requieren
el apoyo del Ejército Popular de Liberación (ELP).
Xi Jinping,
expresión del continuismo
La designación de Xi Jinping
como vicepresidente de la Comisión Militar Central del PCCh supone el inicio
formal del proceso de relevo en la máxima dirigencia china. Al respecto,
convendría hacer algunas consideraciones. En primer lugar, la decisión
transmite, a propios y extraños, un mensaje de estabilidad y control del
proceso de reforma. En segundo lugar, confirma el pleno respeto a esa
institucionalidad de cuño oriental basada en una alternancia pilotada desde
el interior de las cuatro paredes del PCCh atendiendo al consenso y la
colegiación. En tercer lugar, la firme apuesta por un continuísmo sin
sobresaltos, con un tándem invertido, el formado por Xi–Li (Keqiang), en
relación al binomio Hu–Wen.
Actualmente, pues, se están
poniendo los cimientos de una nueva etapa que sin embargo va más allá de
dicha alternancia. No se trata solo de nuevas caras (que afectarán mucho a la
composición del futuro Comité Permanente del Buró Político ya que en 2012
deberán abandonar su puesto siete de sus nueve miembros actuales), sino del
inicio de un nuevo tramo en el proceso de reforma caracterizado por ese empuje
al cambio en el modelo de desarrollo y a nuevas formas de gestión política
que hace oídos sordos a las presiones de liberalización occidental, posición
ampliamente mayoritaria entre los cuerpos dirigentes del PCCh, pero que no
puede hacer la vista gorda ante las exigencias de más justicia, mayor
transparencia y una mayor calidad democrática en el devenir político chino.
El próximo lustro será
clave, dice el PCCh. Y, lustro o década, así es. Ya no se trata de mantener
el ritmo de crecimiento. Esa capacidad se ha demostrado sobradamente incluso
en tiempo de crisis y la política de expansión hacia el centro y oeste del
país augura más años de bonanza que pueden permitir enjugar las lágrimas
de la reconversión en algunas zonas costeras emblemáticas. No obstante, el
mayor problema radica en la socialización de los beneficios de la reforma, en
la superación de las multiples injusticias que desangran el país, a
sabiendas de que las declaraciones y comunicados no van a ser suficientes para
esas nuevas generaciones que no dudan en recurrir a formas de protesta tan
dramáticas como los suicidios que vivimos en el sur de China hace pocos
meses.
El cierre de filas del PCCh,
“acosado” por las exigencias de Occidente en todos los órdenes, se
consuma con la invitación a mejorar la capacidad para gobernar bajo el
imperio de la ley, pasando de puntillas sobre la “democracia socialista” y
la “reestructuración política”, haciendo oídos sordos, deliberadamente,
a cualquier petición foránea, incidiendo en que lo esencial ahora es mejorar
la vida de la población y eso requiere esa estabilidad que solo puede
proporcionar un PCCh cohesionado. La “construcción social”, con especial
atención a la mejora de los servicios públicos, vuelve al primer plano.
Eficacia, justicia,
democracia.... deberán encadenarse sucesivamente. Por lo pronto, la apuesta
por la mejora del bienestar, la prosperidad, el desarrollo cultural, etc.
equivalen a un nuevo enfriamiento de la reforma política. El PCCh parece
dispuesto a tomar las medidas necesarias para apuntalar su proyecto sin hacer
la más mínima concesión en cuanto considere sustancial, a sabiendas de que
solo preservando su capacidad decisoria sin hipotecas podrá consolidar la
emergencia del país y preservar su soberanía.
Xi Jinping, por su origen,
trayectoria y formación, pero también en función de la correlación de
fuerzas en el propio PCCh, que probablemente no experimentará grandes
alteraciones en los próximos años en orden a preservar la estabilidad, está
llamado a ser un continuista defensor del proyecto que debe confirmar a China
como un país moderno, próspero y cada vez más decisivo en el sistema
internacional. No obstante, a diferencia de sus predecesores, su probable
mandato (2012–2022) puede tener al alcance de la mano el sueño de ver de
nuevo a China ocupando una posición preeminente y central del mundo del siglo
XXI, dejando definitivamente atrás siglos de decadencia. Su responsabilidad y
liderazgo serán cruciales.
(*)
Xulio Ríos, es director del Observatorio de la Política China.