Beijing.–Desde el fin de la
Guerra Fría, las grandes potencias han convenido sobre la sabiduría de
permitir que la libre competencia del mercado –en lugar de la planificación
estatal– impulse la economía. La estrategia económica de China ha puesto
en entredicho ese consenso y para entender las razones basta una mirada al
ascenso del magnate de la energía solar Zhu Gongshan.
Una escasez de silicio
policristalino –la principal materia prima de los paneles solares–
amenazaba la floreciente industria de la energía solar en 2007. Los precios
de los polisilicios se dispararon a US$450 el kilo en 2008, diez veces más
que un año antes. Las empresas extranjeras dominaban la producción y le
traspasaban los altos costos a China.
La respuesta de Beijing no se
hizo esperar: el suministro local de polisilicio adquirió el estatus de
prioridad nacional. El dinero llegó a raudales desde empresas y bancos
estatales y los gobiernos locales aceleraron la aprobación de plantas nuevas.
En Occidente, construir fábricas
de polisilicios demora años. Zhu, un empresario independiente que recaudó
US$1.000 millones para una planta, comenzó a producir a los 15 meses y en
pocos años creó uno de los mayores fabricantes mundiales de polisilicios,
GCL–Poly Energy Holding Ltd. El fondo soberano de China compró 20% de GCL–Poly
por US$710 millones. Hoy, China produce alrededor de 25% del polisilicio del
mundo y controla alrededor de la mitad del mercado global de equipos
terminados de energía solar.
La ira occidental hacia China se
ha concentrado en la política cambiaria, un área en la que Beijing es
acusada de mantener un valor artificialmente bajo del yuan para estimular sus
exportaciones. El ascenso de Zhu, sin embargo, apunta a un tema más profundo:
la estrategia económica de China es detallada y multifacética y desafía a
EE.UU. y otras potencias en varios frentes.
Un componente central de la
estrategia china son las políticas que ayudan a las empresas estatales a
acceder a tecnología de puna y administran el tipo de cambio para beneficiar
a los exportadores. China aprovecha el control estatal del sistema financiero
para proveer capital de bajo costo a industrias nacionales y a los países
ricos en recursos naturales cuyo petróleo y minerales necesita para seguir
creciendo a paso acelerado.
Las políticas de China son, en
parte, producto de su estatus único: un país en vías de desarrollo que además
es una superpotencia. Sus líderes no asumen que el mercado es superior. En
cambio, consideran que el poder estatal es esencial para mantener la
estabilidad y el crecimiento y, por ende, asegurar el dominio continuado del
Partido Comunista.
Es un modelo con un historial de
logros, en especial en momentos en que la fe en la eficacia de los mercados y
la competencia de los políticos es sacudida en gran parte de Occidente. China
ya es el mayor exportador mundial y este año se encamina a desplazar a Japón
como la segunda economía del mundo.
Charlene Barshefsky, quien en
2001 como representante comercial de EE.UU. durante el gobierno de Bill
Clinton ayudó a negociar la incorporación de China a la Organización
Mundial del Comercio (OMC) en 2001, afirma que el ascenso de economías
poderosas lideradas por el Estado, como China y Rusia, socava el sistema
comercial establecido después de la Segunda Guerra Mundial. Cuando estas
economías deciden que "industrias nuevas deberían ser creadas por el
gobierno", sostiene Barshefsky, la balanza se inclina en contra del
sector privado.
Los críticos occidentales
afirman que las prácticas de China constituyen una forma de mercantilismo que
apunta a acumular riqueza al manipular el comercio. Señalan que las reservas
de China en moneda extranjera, que ascienden a US$2,6 billones (millones de
millones), son prueba de ello. EE.UU. y la Unión Europea han iniciado una
serie de casos en la OMC contra Beijing.
Los máximos ejecutivos de va¬rias
multinacionales ya han comenzado a quejarse. En julio, Peter Löscher,
presidente ejecutivo de Siemens AG, y Jürgen Hambrecht, presidente de la química
BASF SE, plantearon en una reunión entre industriales alemanes y el primer
ministro chino inquietudes sobre los intentos por obligar a empresas
extranjeras a transferir propiedad intelectual valiosa a cambio de acceso al
mercado.
"Los chinos han demostrado
que si tienen la capacidad de anular su modelo y quedarse con sus ganancias,
lo harán", insiste Ian Bremmer, presidente de la firma de consultoría
Eurasia Group.
Hasta ahora, sin embargo, las
multinacionales no han hecho las maletas porque China sigue siendo una fuente
vital de crecimiento para empresas cuyos mercados internos están saturados.
La estrategia de China sigue la
tradición de las políticas que empleó Japón durante su ascenso. Pero la
enorme escala de China, su población es 10 veces mayor a la de Japón, la
convierte en una amenaza más formidable.
Los líderes chinos han
comenzado a acusar recibo. Durante el Foro Económico Mundial en Tianjin en
septiembre, el primer ministro Wen Jiabao indicó que el debate reciente sobre
China entre los inversionistas extranjeros "no se debe sólo a
malentendidos por parte de las empresas foráneas. También se debe a que
nuestras políticas no fueron lo suficientemente claras", manifestó.
"China está comprometida a crear un entorno abierto y justo para las
empresas extranjeras que han invertido", añadió.
En China, el Estado está en
ascenso. Muchos analistas afirman que la liberalización ha perdido vigor y
apuntan a amplias porciones de la economía que aún son controladas por
empresas estatales y donde se restringe el acceso a las firmas extranjeras. El
gobierno posee casi todos los grandes bancos del país, las tres petroleras
princi¬pales, las tres telefónicas y los grupos de medios más importantes.
Según el Ministerio de
Finanzas, los activos de todas las empresas estatales en 2008 bordearon los
US$6 billones (millones de millones), 133% del Producto Interno Bruto (PIB) de
ese año. En comparación, los activos de la agencia que controla las empresas
estatales en Francia, una de las economías occidentales más estatizadas,
fueron de 539.000 millones de euros en 2008, cerca de 28% del PIB.
A más largo plazo, China
afronta una serie de retos que amenazan su crecimiento, como una población
que envejece aceleradamente debido a los nacimientos limitados por la política
de hijo único durante las últimas décadas, y el daño al medio ambiente
provocado por la veloz industrialización del país. Por ahora, ese ritmo
tiene a Occidente en guardia. "Nuestra competencia se ha vuelto mucho más
difícil durante un lapso de gran debilidad económica en Estados
Unidos", dice Barshefsky. Existe "una duda significativa y profunda,
casi teológica, sobre las actuales reglas de juego".